Que aburrido es estudiar
Eran ya dos las horas que llevaba estudiando la Guerra Civil española. Los ojos prácticamente se le cerraban.
Menudo aburrimiento!! El examen era el viernes y tan solo le quedaban 2 días para terminar ese tema y el de la Posguerra. «Bufff, es imposible», pensó Sonia, «Nunca lograré meterme todo esto en la cabeza».
En apenas un momento, y casi sin darse cuenta, abandonó completamente los estudios y se puso a pensar en cientos de cosas. Cuando volvió a la realidad, se dio cuenta de que había perdido 30 maravillosos minutos. «Dios mío, tengo que centrarme!» se dijo a sí misma, «Pero es que es imposible, esto no lo aguanta nadie».
– Me aburroooooooo!! – Gritó a los cuatro vientos.
Silencio. Nada más que silencio. Maravilloso unas veces, agobiante otras. Desde que su madre comenzara a trabajar de nuevo, por las tardes estaba completamente sola.
Ambos padres, trabajando y su hermano entrenando con el equipo de fútbol. Y, precisamente desde que pasaba sola las tardes, sus estudios habían caído por debajo de cualquier cota marcada anteriormente. Evidentemente ahora, en plena época de exámenes, se veía desbordada, y el estrés era más que evidente.
Se levantó y se dirigió a la cocina andando delicadamente, sin hacer ruido. Notaba las frías baldosas en sus pies descalzos. Tal frescor le hizo evocar los largos paseos descalza sobre el césped del parque. Le encantaba esa sensación.
Abrió la nevera y sacó la botella de agua. Se dirigió a por un vaso, pero decidió prescindir de él. Un pequeño acto de rebeldía. Pero el pensar en esta insumisión mientras bebía la hizo sonreír y esto hizo que el agua cayera por la comisura de sus labios. Tosiendo y aún riéndose, percibió el estropicio que había hecho.
El suelo estaba lleno de agua y mojaba sus pies. Parte de su pierna derecha también estaba ligeramente mojada, al igual que la pernera de ese lado del pequeño pantaloncito de algodón.
Se imaginó a su madre regañándole ante tan terrible accidente. «Jeje, parece que me hubiera meado» rió para sus adentros. El notable frescor, por no decir frío, que azotaba su pecho la hizo darse cuenta de que también su camiseta estaba mojada. Era posible que incluso su sujetador estuviera absorbiendo algo de agua. Tras tomar la fregona y recoger el estropicio fue a cambiarse de ropa.
Efectivamente, tras quitarse la camiseta, pudo comprobar que el sujetador también estaba mojado en parte, de modo que decidió quitárselo también. Tenía la piel de gallina por aquella zona, los pezones ligeramente erectos. Sintió un escalofrío y dejó de observarse en el espejo. Tomó una camiseta limpia y se la puso.
Era sensiblemente más pequeña que la de antes y, aunque bien es cierto que poco, se le marcaban los pezones. Le hizo gracia verse en esa situación, sobre todo por haber olvidado colocarse otro sujetador antes de realizar la operación. «Estoy perdiendo la cabeza con tanta Guerra Civil» pensó divertida.
Recordó que debía volver a los estudios pero la idea no le agradaba lo más mínimo. Se tumbó en la cama. Estaba sola en casa. Y tenía un regalo de su último cumpleaños que todavía no había examinado con detenimiento. Desde luego no se trataba del horrendo suéter que le había regalado su abuela.
Evocó aquel sábado. Recordó que había mentido a su padre. En realidad, le había soltado una ristra de mentiras, una detrás de la otra, pero era la única forma de que a sus diecisiete años la dejara volver tarde a casa (a esto ayudó que fuera su cumpleaños), pudiera hacer un botellón y además lo pagara su padre.
Sus amigas se habían salido con la suya. Ella no quería, no le gustaba beber. Sin embargo todas ellas eran unas borrachas, sólo salían los sábados para beber y beber con excepciones aún peores como Nuria que lo que hacía era beber y enrollarse con cualquier tío que se le pusiera a tiro. Sonia seguía virgen y verdaderamente no tenía ninguna prisa en dejar de serlo. De hecho sólo había tenido algún fugaz toqueteo.
Volvió al armario y de uno de aquellos cajones donde guardaba las antiguas muñecas sacó una caja de cartón normal y corriente y la puso encima de la cama. Su corazón se aceleró. Las manos le sudaban. El nerviosismo era evidente. Aunque nadie la miraba, notaba cómo sus mejillas enrojecían de golpe.
Debían de ser las doce de la noche cuando Silvia y Laura se ausentaron de aquel pequeño botellón cortesía del padre de Sonia. Al cabo de 15 minutos aparecieron con una bolsa rosa y el regalo que le habían hecho sus amigas. Es que no podían esperar al día siguiente?? Tuvo que abrirlo, por supuesto, y lo que vio la dejó anonadada.
Qué demonios era aquello? Qué le habían regalado sus amigas? Sonia se hizo más pequeña al tiempo que su cara enrojecía visiblemente. «Bueno, enséñalo, no?» comentó alguna de ellas. Se oían algunos cuchicheos de curiosidad, todos estaban atentos al regalo.
Un sorprendente silencio cubrió la zona. Sonia estaba paralizada pero alguna de ellas, no recordaba cuál exactamente, la ayudó a quitar el envoltorio de regalo y a mostrar el mismo a todos los asistentes: un consolador, una grandiosa polla artificial, perfecta réplica donde las haya. Las risas comenzaron a aflorar y también los comentarios obscenos. «Pero es que no lo va a probar? Podría estar defectuoso, jajaja».
«A mí me parece un poco pequeño, tendréis el resguardo, no??». «No sabía de tus necesidades, pero yo me ofrezco!!». «Pero lo va a probar o qué?». Todos, porque sobre todo eran ellos, aunque algunas no se quedaban atrás, todos y cada uno de los chicos presentes hacían comentarios y se reían. Tomás, Alberto, Luis, José, incluso Elio, aquel chico que le gustaba tanto a Sonia.
Abrió la caja y vio otra caja de colores chillones con fogosas inscripciones en los lados. La parte delantera de plástico dejaba ver su contenido: un consolador de unos buenos 20 cms de largo y entre 4 y 5 de ancho. Rugoso, color pálido, una fiel réplica de la realidad. Oyó un portazo y cerró rápidamente la caja, metiéndola debajo de la cama. Tardó casi medio minuto en darse cuenta que era el vecino de enfrente.
Con su corazón galopando en su pecho, se agachó lentamente a recoger la caja. Volvió a abrirla. Miró su regalo durante otro medio minuto y se decidió a cogerlo con sus manos. Le costó algo de trabajo sacarlo de su caja original. Lo tomó en sus manos, comprobando el tacto. No se le parecía a otras cosas de plástico que había tocado. En ese momento pensó que el tacto también sería similar a la realidad, pero no tenía forma de saberlo.
Meses más tarde comprobaría que no era así. Lo giró, lo volteó, lo sobó, comprobando todas sus estrías, palpándolo en toda su extensión. Era un juguete, y era nuevo, qué otra cosa podía hacer? Estrenarlo. Pero no se atrevía. Eso no estaba bien. No es que no hubiera tocado ya su cosita y se hubiera masturbado, muchas veces a lo grande, pero no era lo mismo hacerlo con aquello. Sin embargo, le atraía, le atraía mucho.
Estaba sudando, presa de la terrible excitación del momento. Estaba muy nerviosa. Un escalofrío recorrió su espalda y el juguete cayó de sus manos. Lo miró sobre la colcha de la cama. Miraba curiosa su forma, su color, su tamaño. De verdad aquello iba a entrar? Debía probarlo, pero… quizá otro día.
Volvió a guardarlo. «Y ahora qué?» se preguntó, aunque ella misma sabía la respuesta: «La Guerra Civil». Sacó de nuevo la caja y precipitadamente tuvo otra vez en sus manos aquel falo de mentira. Nuevamente estaba mirándolo, apreciando su tacto, palpándolo.
Seguía con los pezones duros, aunque ya no tenía el mismo frío de antes. Sentía un pequeño nudo en el estómago y su pubis parecía algo más caliente que antes. Se recostó en la cama al tiempo que cerraba los ojos y comenzaba a pensar en Elio.
Durante el último mes se había masturbado siempre pensando en él, en su cuerpo vigoroso y en las duras facciones de cara. Las clases de educación física eran un suplicio para Sonia, que no perdía un solo movimiento de su amor platónico, no tan platónico en el futuro.
Mientras seguía apretando el consolador con la mano izquierda, introdujo la derecha en sus pantalones y se comenzaba a acariciar toda la zona por encima de sus braguitas, unas delicadas braguitas rosas con el borde blanco. El suave pero continuo frote hizo que sus braguitas absorbieran parte de su excitación, mojándose ligeramente. Este perpetuo rozamiento la hizo apretar su mano izquierda, con el juguete incluido, sobre su pecho.
Tocaba cada vez más fuerte, metiendo sus braguitas en su impune rajita. La palma de la mano se apoyaba en la parte superior de la vulva, apretando improvisadamente el tímido clítoris. El juguete era apretado fuertemente por su mano izquierda, y esta se agolpaba en su pecho, quedando el consolador entre ambas tetas y apuntando hacia su boca.
Pero Sonia permanecía con los ojos cerrados y frotando su raja, apretando los dientes mientras el caluroso roce de la ropa interior la encendía más y más hasta llegar irremediablemente a un delicioso orgasmo, que apagó entre pequeños gemidos. Según recuperaba la respiración contenida, jadeando silenciosamente, abría los ojos, sin apenas darse cuenta de que aquel miembro de goma le miraba directamente a la cara situado en el valle que formaban sus tetas.
Involuntariamente y sin apenas consciencia, soltó la enorme polla, la cual no se movió lo más mínimo, pues estaba atrapada entre sus pechos. Ahora con las manos libres, bajó hasta los tobillos de un tirón el pequeño pantalón y las dulces braguitas, más dulces que nunca al estar empapadas de la propia esencia de Sonia. Al tocar levemente su vulva notó su humedad, fruto de su acción anterior. «Elio, si me vieras ahora…» pensó para sí misma.
Pronto se centró, llevaba por su excitación, en su tímido clítoris, que permanecía muy agazapado en su escondrijo, pero no lo suficiente para poder ser tocado lo justo y necesario para poner a su dueña a cien. El aparato de plástico subía y bajaba en su pecho, acompasado a su cada vez más fuerte respiración.
Próxima ya a un segundo orgasmo, apartó de golpe las manos, haciendo reposar las caderas levantadas en la cama. Acercó ambas manitas a su pecho para liberar el consolador, que seguía atrapado en el canal natural entre sus dos pechos.
De este modo su nariz percibió el dulce y suave aroma que emanaba su coñito. Fue fuerte la tentación de saborearse a sí misma, pero esta vez se retuvo y sólo pasó los dedos más empapados por su nariz. Al separar la mano, un hilillo de flujo se estiraba desde la punta de su nariz hasta su mano haciéndose más y más fino hasta romperse. Su perfume persistía y la embriagaba, llevándola a un nuevo estado de excitación.
Bajó su mano hasta su pubis y tras empaparla bien, la llevó hacia su nuevo juguete sexual, porque era suyo, y esto la ponía más cachonda aún. Bien mojado de sí misma, acercó el pene inerte a su gruta y lo mantuvo fuertemente delante de la misma.
El pequeño contacto que hizo sobre sus labios mayores fue suficiente para que volviera a correrse, ni siquiera le dio tiempo a introducirlo. Tras degustar este segundo orgasmo, tan ansiado por otro lado, se relajó y volvió a cerrar los ojos, quedando ligeramente amodorrada. Hubieron de ser necesarios otros largos 10 minutos de ensoñamiento para que volviera a la realidad.
Con la cara desencajada y despatarrada completamente, con el coño rezumante y los pezones aún erguidos, levantó el consolador esgrimiéndolo como si de una espada legendaria se tratara. Los jugos que previamente había esparcido sobre él parecían estar secos. Su cueva, aunque húmeda y caliente en su interior, en su parte más externa lucía un flujo más viscoso y frío.
Pero era tal su excitación, aún latente, que no le fue necesario esperar mucho para volver a estar en el punto álgido de la contienda. Se incorporó y escupió un poco de saliva sobre el consolador, untando bien el líquido para dejarlo brillante y resbaladizo.
Tomó el pene con ambas manos y lo situó frente a su pequeño coñito, el cual parecía cerrarse más aún ante la inminente penetración. «Esto va por ti Elio» susurró Sonia quien, delicada pero fuertemente, comenzó a apretar la cabeza del consolador contra su vulva. Cedía, pero poco. En un acto de constancia y mucha paciencia, Sonia consiguió autopenetrarse con aquel consolador.
Al topar con una resistencia mayor, tal y como era el himen, salió de su ensimismamiento y dejó de apretar. No era el momento de empujar hasta el fondo, aunque bien sabe su cuerpo que era lo que deseaba.
Como jugando con ella, su coño pareció abrirse más en aquel momento, sabedor de que ella no podía empujar en ese momento. Ignorando aquella burla, Sonia sacó el juguete de su interior para volver a introducirlo acto seguido hasta donde su virginidad se lo permitía. Este continuo mete-saca duró un tiempo mayor que el prudencial, pero Sonia estaba inmersa en el ejercicio, ajena a horarios y cualquier otra cosa superflua.
Emulando alguno de los mejores polvos que muchos y muchas podamos recordar, estuvo masturbándose con aquel consolador durante casi media hora, obteniendo varios de los mejores y más sabrosos orgasmos que hubiera tenido hasta aquel día. Exhausta, cayó rendida en la cama, dejando caer el consolador al suelo, y cayendo ella misma en un profundo y relajante sueño. Un portazo la sacó de golpe de un sueño de paz y armonía.
– Sonia! Fran! Ya estoy en casa! – La voz de su madre retumbó en sus oídos.
No podía reaccionar. Estaba paralizada. Podía oírla en la cocina.
Notaba sus pasos. Avanzaba impetuosamente por el pasillo. Oía el taconeo de sus zapatos. Haciendo acopio de toda su voluntad fue capaz de incorporarse y levantar su pantaloncito corto y sus bragas, los cuales tenía aún por los tobillos. En lo que le parecieron horas y no fueron más que unos pocos segundos, guardó el consolador bajo el colchón y tiró la caja bajo la cama. Su madre abría la puerta de su hermano. Nada. Se dirigía hacia su cuarto. Sonia se puso ante el escritorio. Todo había salido bien.
– Sonia, hija, estás sorda?
– Uh? Ah, hola, mamá, no me di cuenta.
– Ya… Y eso? – Le preguntó inquisitivamente su madre al tiempo que señalaba la cama completamente deshecha.
– Eh… Bueno… Estaba un poco cansada y… bueno, dormí un poco.
– Claro… Mira que te he dicho veces que no te acuestes tan tarde, pero tú ni caso – Las últimas palabras las dijo mientras se marchaba por el pasillo.
Sonia resopló, soltando la respiración contenida. «Por los pelos!» pensó. Tenía la boca seca. Decidió ir a la cocina a beber un poco de agua, esta vez sí, en vaso. Al depositar la botella en la nevera se fijó en una nota que no recordaba haber visto antes:
«Mamá, hoy no ceno en casa, me voy al cine con mis amigos. Un beso, Fran»
Cómo era posible que…? Esa nota no estaba antes!
Bueno, quizás al final, no todo había salido tan bien.