Capítulo 2
- Start up, incesto en la blockchain. Parte I
- Start up, incesto en la blockchain Parte II
CAPÍTULO 7
Las barreras entre ellos se habían roto por fin. Poco a poco, fueron complaciéndose cada vez más el uno al otro. Al llegar al apartamento, actuaban prácticamente como una pareja. Muestras de cariño y momentos de sexo se intensificaban con cada día que pasaba. Además, el morbo de la oficina les permitía cumplir muchas de sus fantasías.
Un día, mientras trabajaban, Johana se acercó por detrás de su hijo mientras él estaba sentado en su escritorio. Con una sonrisa traviesa, comenzó a acariciarle los hombros y el cuello, dejándose llevar por el deseo que ardía dentro de ella. Antonio se resistía juguetonamente, pero el roce de su madre, su perfume, y la suavidad de su piel hacían que fuera difícil mantener la compostura.
— Hijo, ¿por qué te resistes? —le susurró al oído, su voz cargada de sensualidad mientras su mano bajo hasta su polla.
— Porque me encanta ver cómo te esfuerzas —respondió él, con una sonrisa mientras sus manos apenas se movían en el teclado.
Johana, decidida a tentarlo, desabrochó lentamente su camisa, dejando al descubierto sus tetas. Sus pechos se insinuaban con cada movimiento, y Antonio sentía cómo su autocontrol se desvanecía. Ella se inclinó, besándole el cuello, y Antonio, finalmente sucumbiendo a la tentación, giró su silla para enfrentarla.
— Estás jugando con fuego, mamá—le dijo él, mirándola con intensidad.
— Entonces, quémame —respondió ella, con los ojos llenos de deseo.
Justo cuando Antonio iba a besarla, algo en la pantalla de su computadora captó su atención. Se levantó de repente, casi dejando caer a su madre. Antonio clickeaba frenéticamente en la pantalla, sus ojos moviéndose velozmente mientras analizaba la información que aparecía ante él.
— ¿Qué pasa? —preguntó Johana, preocupada por el cambio abrupto en su comportamiento.
Antonio se apartó del escritorio y comenzó a reír nerviosamente, repitiendo con incredulidad:
— ¡Somos ricos, mamá, somos ricos!
Johana, sin comprender del todo, insistió— ¿De qué estás hablando, Antonio?
Él señaló la pantalla, y cuando Johana se fijó en las gráficas de los valores de una criptomoneda en la que habían apostado fuertemente, solo pudo decir— Dios mío…
La alegría y el asombro los envolvieron. Se abrazaron y saltaron de alegría, sin poder creer lo que estaba sucediendo. La euforia del momento los consumía. Antonio, incapaz de contener su emoción, la besó apasionadamente.
— No puedo creerlo, mamá. ¡Lo logramos! —dijo él entre besos.
— Hijo, esto es increíble —respondió ella, sus ojos brillando de emoción.
Sobre el escritorio, el deseo que Johana había estado sintiendo unos momentos antes volvió con más fuerza. Antonio, auntemblando por la emoción, la tomó con sus manos. recorrió el cuerpo de madre y la montó sobre el escritorio, y ella se entregó a él completamente.
— Hijo, te necesito… ahora —murmuró ella abriendo sus piernas, con su voz entrecortada por la pasión.
— Te daré todo lo que quieras, mamá —respondió él, mientras que prácticamente le arrancaba las bragas.
Levantó sus piernas y de una estocada la penetró.
— Ah… cariño… como deseaba esto… — gemía Johana mientras sus tetas se movían como gelatina con cada embestida de su hijo.
El coño de Johana no para de expulsar fluidos haciendo que la polla de su hijo entrara y saliera velozmente hasta correrse tan intensamente que movía su cabeza sobre el escritorio de un lado a otro mientras gritaba de placer.
— Mama… me voy a correr… — gemía Antonio.
— Hazlo sobre mi cara… — dijo Johana dejándose caer de rodillas.
— No, no te quites las gafas… — dijo Antonio apuntando con su glande a la cara de su madre — Ufff… — suspiraba mientras se meneaba la polla a punto de explotar.
— Vamos, hijo… báñame con tu leche — suplicaba.
Él no se hizo de rogar y empezó a rociar la cara de su madre. Johana intentaba atrapar algún chorro con su boca y se relamía buscando saborear el tibio semen. Entonces mientras mamaba la polla de su hijo, su teléfono sonó. Antonio lo cogió y vio que era su hermana.
— Es Cristina — dijo el mostrándole la pantalla.
— No lo cojas, luego la llamare yo — dijo Johana sacándose la polla de la boca.
Pero Antonio tenía ganas de jugar, agarró la cabeza de su madre y la guio de nuevo a su polla mientras contestó al teléfono y Cristina se alegró de escuchar la voz de su hermano.
—¡Antonio! —exclamó, sonriendo—. Qué bueno escucharte.
—¡Hermanita! —respondió él con entusiasmo—. ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás?
—Estoy bien. ¿Dónde está mamá? —preguntó Cristina, intrigada—. ¿Por qué has contestado tú su teléfono?
Antonio soltó una risita antes de responder.
—Está ocupada —dijo, mientras miraba a su madre que seguía relamiendo su polla.
—¿Ocupada con qué? —insistió Cristina, curiosa.
—Está en una conferencia ahora mismo — contestó mientras obligaba a su madre a tragarse su polla completamente
Cristina asintió, comprendiendo.
—Entiendo. Bueno, mi tren está a punto de llegar. ¿Podrías recogerme en la estación?
Antonio no dudó en responder.
—Por supuesto. Por mi hermanita pequeña, lo que sea.
Cristina río—Antonio, hace mucho que dejé de ser la «hermanita pequeña».
Antonio se unió a la risa.
—Eso nunca va a cambiar, Cris. Siempre serás mi hermanita.
Entre bromas y risas, se despidieron.
—Nos vemos en la estación —dijo Cristina, aun riendo.
—Allí estaré —respondió Antonio.
— Estas loco, como se entere tu hermana de lo que hacemos no nos vuelve a mirar a la cara — dijo ella aun con toda la cara llena de semen.
— Veras cuando le digamos todo el dinero que estamos ganando, se va a quedar muerta.
— Vas a ir a recogerla ¿no? Déjame a mí en el apartamento para arreglar todo este estropicio — dijo Johana limpiándose la cara.
— Ponte algo elegante, hoy iremos a cenar los tres a un sitio exclusivo.
Antonio estacionó su coche junto a la entrada de la estación y se puso a esperar a su hermana. Parecía que se atrasaba, así que fue a una máquina expendedora de botellas de agua y se puso a la sombra. El verano se acercaba y el sol ya empezaba a pegar fuerte. Las puertas de la estación se abrieron y un numeroso grupo de personas salió. Antonio alzaba la cabeza buscando a su hermana, hasta que la vio tirando de una maleta y mirando alrededor. Hizo un gesto con su mano, sus miradas se cruzaron y Cristina salió corriendo al encuentro de su hermano. Soltó la maleta y lo rodeó con sus brazos. Ambos sonreían; hacía mucho tiempo que no se veían y Cristina besaba su mejilla repetidamente.
—¡Antonio! —exclamó Cristina, aun abrazándolo—. ¡Qué alegría verte!
—¡Cris! —respondió él, devolviendo el abrazo—. ¡Por fin estás aquí! ¿Cómo estuvo el viaje?
—Largo, pero bien —dijo ella, soltándolo finalmente—. Te he extrañado tanto.
Antonio tomó la maleta de su hermana y se dirigieron al coche. Durante el camino, charlaron sobre cómo le habían ido los exámenes de la universidad a Cristina y cómo iba la empresa de Antonio.
—Los exámenes fueron difíciles, pero creo que me fue bien —dijo Cristina, con una mezcla de cansancio y satisfacción—. ¿Y tú? ¿Cómo va la empresa?
—Va bien, bastante trabajo, pero no me quejo —respondió Antonio, sonriendo—. Tener a mamá ayudándome ha sido un gran apoyo.
Entonces, Cristina se puso seria y preguntó por su madre.
—¿Cómo está mamá? —preguntó, con preocupación en su voz—. ¿Cómo le va tras la separación y qué planes tiene para el futuro?
Antonio suspiró, tomando un momento para responder.
—Ha tenido sus altos y bajos, pero últimamente está mejor. Tenerla trabajando en la empresa la ha ayudado a mantener la mente ocupada.
Cristina asintió, comprendiendo. Antonio, queriendo cambiar el tema a algo más alegre.
—Por cierto, tenemos que arreglarnos para la cena. He reservado en un sitio elegante para celebrar que estamos juntos después de casi un año sin vernos apenas.
Cristina se mostró preocupada.
—Antonio, tengo un problema. No traje ropa elegante.
Antonio se rio y le dio una suave caricia en la espalda.
—No te preocupes por eso. Vamos a un centro comercial y compramos un vestido. Será mi regalo por el final de los exámenes.
Ella aceptó encantada el ofrecimiento de su hermano y se dirigieron a una tienda. Cristina se fue probando vestidos y se los enseñaba a Antonio, esperando su opinión.
—¿Qué te parece este? —preguntó Cristina, saliendo del probador con un vestido azul muy recatado.
Antonio hizo una mueca, pensativo.
—Es bonito, pero creo que podemos encontrar algo mejor.
Cristina rio y volvió a entrar al probador. Después de varios intentos, salió con un hermoso vestido blanco que resaltaba su culo y el escote mostraba de forma tentadora sus pechos.
—¿Y este? —preguntó, girando sobre sí misma para mostrar el vestido desde todos los ángulos.
Antonio se levantó y sonrió ampliamente. Se acerco a ella, rodeándola por la cintura — Ese es perfecto, Cris. Te ves increíble — admirando la deseable mujer en la que se estaba transformando su hermana con los años. Ella había sacado la tez pálida y el cabello rubio de su padre, pero definitivamente las redondas tetas y el culo respingón lo había sacado de su hermosa madre.
—¿En serio? —preguntó ella, sonriendo con satisfacción—. A mí también me encanta.
Ambos pasaron un rato divertido entre risas y bromas, disfrutando de la compañía del otro. Finalmente, decidieron que el vestido blanco era el más adecuado y se dirigieron a la caja para comprarlo.
—Gracias, Antonio. De verdad.
—No tienes que agradecerme, Cris — dijo Antonio dándole un beso en la mejilla a su hermana.
Llegaron al apartamento de Antonio, donde su madre los esperaba ansiosa. Madre e hija se fundieron en un fuerte abrazo, las lágrimas asomando en sus ojos mientras se reencontraban después de tanto tiempo.
—¡Mamá! —exclamó Cristina, apretándola con fuerza—. Te he extrañado tanto.
—Yo también, hija mía —respondió Johana, acariciando su cabello—. Qué alegría tenerte aquí.
Los tres estuvieron charlando, compartiendo historias y risas. De vez en cuando, se producían miradas cómplices entre Antonio y su madre, aunque se controlaban para mantener su secreto. Se acercó el atardecer y se fueron duchando por turnos en el pequeño apartamento. Antonio se terminaba de abrochar los botones de su camisa y se ajustaba una moderna pero elegante chaqueta cuando su madre entró en la habitación mientras Cristina estaba en la ducha. Johana sin miramientos agarró la polla — Hijo… vamos a tener que controlarnos mientras Cris este aquí… — susurró Johana a la vez que bajaba la cremallera del pantalón y sacaba el flácido miembro de su hijo. Se agacho ligeramente y lo introdujo en su boca. Pendiente del sonido de la ducha Johana empezó a hacerle una mamada.
— Mmm mama que traviesa… asi… trágatela toda.
Johana aumentó el ritmo y su hijo no tardo en deleitarle con una buena rociada de leche. Ella apretó los labios al rededor del tronco para que no se saliera nada y como pudo fue tragando toda la carga.
— Uff mama… como sabes sacarme la leche… — dijo Antonio mientras su madre le limpiaba los restos de semen con su lengua.
Entonces dejo de sonar el agua correr y ambos se recompusieron rápidamente.
Cristina salió del baño con una toalla cubriendo su cuerpo y fue dirección a la habitación. Al cruzarse con su madre y su hermano notó algo raro.
— ¿Sucede algo? — preguntó Cristina.
Ambos se miraron aguantando la sonrisa.
— No nada cariño, tu hermano que es muy payaso. Ya lo conoces — dijo Johana aún con el sabor de la polla de su hijo en la boca.
— Si puede ser un incordio cuando quiere — dijo Cristina sacándole la lengua y guiñándole un ojo a su hermano, ignorante de lo que realmente ocurría.
— Anda vamos, terminemos de vestirnos — dijo Johana a Cristina guiándola a la habitación mientras le dirigía una sonrisa traviesa a Antonio.
Al rato ambas salieron de la habitación —¡Vaya! —exclamó Antonio, admirándolas—. Se ven hermosas, de verdad.
—Gracias, hermano —dijo Cristina, sonriendo y haciendo una pequeña reverencia—. Tú tampoco te ves nada mal.
—Gracias, cariño —añadió Johana, dándole un beso en la mejilla a su hijo.
Los tres salieron y montaron en el taxi que había pedido Antonio. Durante el trayecto, charlaron distendida y animadamente, recordando anécdotas familiares y bromeando sobre lo desubicados que se encontraban en aquel elegante lugar debido a sus humildes orígenes.
—¿Y esto? —dijo Cristina, mirando alrededor del restaurante lujosamente decorado—. Parece que la empresa te va más que bien, Antonio. Esta cena no debe ser nada barata.
Antonio y su madre se miraron con una sonrisa cómplice. Él tomó la mano de ella y, con un brillo en los ojos, comenzó a hablar.
—Cristina, hay algo que tenemos que contarte. La empresa ha ido increíblemente bien. Tanto, que hemos ganado millones de euros.
Cristina los miró boquiabierta, incrédula.
—¿Están hablando en serio? —preguntó, sin poder creer lo que oía.
—Sí, Cris —dijo Johana, asintiendo—. Ha sido un año de mucho trabajo y sacrificio, pero finalmente ha dado frutos.
Después de cenar, fueron a tomar unas copas y se divirtieron hasta que el cuerpo aguantó. Entre risas, entraron en el apartamento, claramente habiendo bebido un poco de más.
—Bueno, ¿cómo haremos para dormir? —preguntó Cristina, soltando una risita.
—Ustedes dos dormirán en mi cuarto, y yo en el sofá cama —dijo Antonio, tambaleándose un poco mientras hablaba.
Cuando Antonio fue a abrir el sofá cama, perdió el equilibrio y se cayó entre el colchón. Los tres estallaron en carcajadas, las risas resonando en el pequeño apartamento.
—¡Ayúdame! —exclamó Antonio, riendo mientras intentaba levantarse.
—¡No puedo, me duele el estómago de tanto reír! —dijo Cristina, doblada de la risa junto a su madre.
Finalmente, lograron calmarse y ayudaron a Antonio a incorporarse. Johana y Cristina se fueron al dormitorio, mientras Antonio, apenas cayó en el sofá cama, se quedó dormido instantáneamente.
La noche había sido increíble,hacía tiempo que no se divertían tanto juntos. y más.
CAPÍTULO 8
Antonio fue el primero en levantarse. Con algo de resaca, se sentó al borde del colchón y se estiró, soltando un bostezo. Para despejarse, se dio una ducha rápida y luego entró en la habitación donde dormían su madre y su hermana. En silencio, fue hasta la ventana y, de un tirón, subió la persiana, iluminando toda la habitación.
—¡Arriba, dormilonas! —dijo, elevando la voz—. Tenemos muchas cosas que hacer hoy.
Madre e hija entrecerraron los ojos, algo molestas al principio. Antonio se tiró en la cama entre ellas y, haciéndoles cosquillas, terminó de despertarlas.
—¡Vamos, vamos! —dijo entre risas—. ¡A levantarse!
—¡Antonio, por favor! —protestó Cristina, riendo y tratando de apartarlo—. ¡Es muy temprano!
—Sí, hijo, ¿qué hora es? —preguntó Johana, aún somnolienta.
Antonio se incorporó y les dijo que se vistieran.
—Desayunaremos fuera y luego iremos a un sitio —anunció.
Ambas, curiosas, preguntaron al unísono:
—¿A dónde?
Antonio permaneció enigmático, sonriendo.
—Ya lo sabrán en su momento.
Los tres salieron de casa y Antonio condujo hasta las afueras de la ciudad. Pararon en un bar a desayunar, y tanto Johana como Cristina seguían preguntando qué hacían allí, pero Antonio guardaba celosamente su secreto. Habían terminado de desayunar cuando la voz de una mujer sonó detrás de ellos.
—¿Antonio?
Él se giró y se levantó, reconociendo la voz.
—¿Eres Fabiola?
Una mujer de unos 50 años estaba de pie. Llevaba una camisa blanca debajo de una elegante chaqueta y una falda a juego.
—Sí, soy Fabiola, un placer —respondió ella, sonriendo.
Antonio fue a estrecharle la mano, pero ella se adelantó y le dio dos besos en las mejillas. A Antonio le sorprendió lo cariñoso de la presentación; por su acento y sus rasgos intuyó que era de algún país de América del Sur.
—Toma asiento, por favor. Ellas son Johana, mi madre y cristina, mi hermana — dijo Antonio, ofreciéndole una silla a Fabiola.
Ella se sentó, colocando un pequeño portátil en la mesa. Johana y Cristina seguían sin entender nada.
—Bueno, muéstranos qué hay por la zona, Fabiola —pidió Antonio.
La mujer abrió el portátil y dijo que había seleccionado algunos chalets según las características que él había mencionado por teléfono. Entonces Antonio le indicó a su madre y a su hermana que se acercaran.
—¿Qué estás tramando, Antonio? —preguntó Johana, mirándolo con curiosidad.
Antonio tomó aire y comenzó a explicar.
—El verano se acerca y, si bien hemos ganado mucho dinero, ahora tendremos que trabajar más duro aún. Este verano será difícil coger unas vacaciones en condiciones, así que he pensado en alquilar un chalet con piscina. Y luego está tu situación, mamá. Cristina dejará la residencia hasta el curso que viene y en su apartamento ya no cabemos. Por supuesto, no voy a consentir que se vaya con papá.
Madre e hija se miraron, y en sus miradas se pudo atisbar el sentimiento de amor hacia Antonio, que siempre pensaba en ellas.
—Antonio… —dijo Johana, emocionada—. No tienes que hacer todo esto.
—Sí, Antonio, es demasiado —añadió Cristina, también conmovida.
Antonio sonrió, restándole importancia.
—No es nada. Ustedes son mi familia. Vamos a elegir un buen lugar para pasar el verano juntos.
Entre los cuatro, eligieron tres chalets de entre todos los que Fabiola les mostró para visitarlos y en eso invirtieron la mañana. Cada lugar tenía su encanto particular, y decidieron que sería mejor verlos en persona antes de tomar una decisión final.
—Bueno, Fabiola —dijo Antonio, sonriendo—, vayamos a ver esos chalets.
—Perfecto —respondió Fabiola con una mirada intensa —. Los tengo todos listos para visitar.
— Vamos en mi coche —ofreció Antonio—. Luego te dejaré en donde me indiques.
Fabiola asintió, agradecida.
—Eso estaría perfecto, gracias— dijo de forma coqueta.
Fabiola les fue indicando el camino hacia el primer chalet, situado en una zona residencial muy tranquila. Desde el asiento del copiloto, ella le iba explicando a Antonio las virtudes de la zona, aunque Antonio se distraía de vez en cuando con los encantos de la madura Fabiola. Mientras tanto, Johana y Cristina miraban encantadas por la ventana del coche, observando los paisajes. Cuando llegaron al chalet, todos bajaron del coche y empezaron a explorar las estancias. Madre e hija iban de una habitación a otra, imaginando cómo organizarían todo.
—¡Mamá, aquí podríamos poner mi escritorio! —exclamó Cristina con entusiasmo.
—Sí, y esta habitación sería perfecta para un cuarto de invitados —respondió Johana, sonriendo.
Antonio, por su parte, estaba más interesado en el jardín y la piscina. Fabiola salió también al jardín y, al pisar el césped con sus tacones, perdió brevemente el equilibrio, teniendo que sujetarse a Antonio.
—Perdón —dijo Fabiola, sonrojándose—. Estos tacones no son lo mejor para el césped.
—No te preocupes, no es nada —respondió Antonio, aun sosteniéndola por la cintura.
Fabiola le explicó las características de la piscina, la iluminación, y más.
—¿Dónde está la depuradora? —preguntó Antonio.
—Está en aquella pequeña habitación —indicó Fabiola.
Antonio le ofreció su mano para que no perdiera el equilibrio de nuevo.
—Gracias, Antonio —dijo Fabiola, aceptando su mano hasta llegar a la zona del camino cementado.
Entraron en el pequeño habitáculo, y la madura mujer le explicó lo mejor que supo sobre la depuradora. El sitio era estrecho, y de vez en cuando sus cuerpos se encontraban brevemente. Ambos se disculpaban tímidamente cuando ocurría.
—Disculpa… —dijo Antonio al tropezar ligeramente.
—No te preocupes —respondió Fabiola con una sonrisa.
Así fueron de un chalet a otro. Johana y Cristina correteaban por las habitaciones, mientras Antonio empezaba a estar más interesado en Fabiola que en los chalets. Una vez vieron los tres, Antonio dejó decidir a Johana y Cristina.
—Nos gusta más el primero —dijo Cristina, mirando a su madre para confirmar su acuerdo—. Parece estar en mejores condiciones y la zona está mejor comunicada.
—Sí, definitivamente el primero es el mejor —asintió Johana.
Fabiola sacó un contrato y explicó cada punto.
—Entonces, Antonio, necesitamos la fianza y los primeros cuatro meses por adelantado —dijo Fabiola, mientras Antonio sacaba su móvil.
—Listo, la transferencia está hecha. Te envío el comprobante por email, Fabiola —dijo Antonio.
—Perfecto —respondió Fabiola, entregándole las llaves—. Aquí tienen. Espero que disfruten mucho aquí.
—Por supuesto que lo haremos —dijo Johana, mirando a su hijo con una mirada traviesa.
Fabiola sonrió y agregó:
—Si no es molestia, ¿podrías dejarme en mi oficina?
—Por supuesto —dijo Antonio.
—Nosotras nos quedaremos aquí para empezar a organizar todo —dijo Cristina, mirando a su madre.
Antonio y Fabiola se montaron en el coche. Cuando llegaron a la puerta de la urbanización, Fabiola le pidió que parara un momento.
—Le pediré al portero algún mando más para abrir la puerta de la urbanización —dijo Fabiola.
Se reclinó sobre la ventanilla y habló con el portero.
—Mira, Miguel, él es Antonio. Ha alquilado el número 54 todo el verano —dijo Fabiola.
—Hola, Antonio —saludó Miguel, mientras le daba algunos mandos adicionales.
Antonio no pudo evitar admirar el culo de Fabiola reclinada en la ventana de su coche. A pesar de sus 50 años, era una mujer muy atractiva. Hace un año jamás se habría fijado en una mujer madura, pero desde que su madre le mostró lo que tenían que ofrecer se fijaba más en ese tipo de mujer. Finalmente, llegaron a la oficina y Fabiola se despidió de él dándole dos sonoros besos en la mejilla.
—No dudes en llamarme si necesitas algo —dijo Fabiola, con una mirada coqueta.
—Descuida, lo haré —respondió Antonio.
Ella se bajó y se dirigió a la puerta de su oficina, mientras él no perdía detalle del contoneo de sus caderas. Antonio volvió al chalet y se reunió con Johana y Cristina, que seguían recorriendo el lugar ilusionadas.
—¡Mira, mamá! ¡Este cuarto es perfecto para mí! —gritaba Cristina desde el segundo piso.
—Antonio, esto es maravilloso. Gracias por todo —dijo Johana, abrazando a su hijo.
—No es nada, mamá. Lo importante es que estemos juntos y felices —respondió Antonio, sonriendo.
Johana y sus dos hijos volvieron al apartamento y comenzaron a meter todo en maletas y bolsas. Tuvieron que dar varios viajes del apartamento al chalet llevando todas sus pertenencias. El resto del día lo pasaron colocando todo en su nuevo hogar.
—Creo que merecemos un descanso —sugirió Antonio mientras se secaba el sudor de la frente—. ¿Qué tal si nos bañamos en la piscina para refrescarnos?
—¡Pero no tenemos bañador! —exclamó Cristina, casi al unísono con su madre.
—Sí, nuestros bañadores deben estar en casa de tu padre —añadió Johana, con una ligera mueca de incomodidad.
—Bueno, puedo prestarles uno de mis bañadores y alguna de mis camisetas viejas —propuso Antonio con una sonrisa.
—Supongo que eso funcionará —dijo Cristina, encogiéndose de hombros.
—Sí, está bien —accedió Johana.
Así lo hicieron. Los tres se bañaron en la piscina y disfrutaron de bromas y risas. Lo que no habían tenido en cuenta es que, al mojarse las camisetas, sus tetascasi se transparentaban y ni que decir de sus pezones. Cristina, inocente permanecía ajena a las miradas de su hermano, pero Johana era totalmente consciente. Si bien le encantaba que su hijo la mirara, le preocupaba su hija. Lo que pasaba entre ella y su hijo no estaba bien moralmente, aunque no pudieran evitarlo o no quisieran evitarlo, pero no quería involucrar a Cristina en todo eso. La noche cayó y pidieron pizza por teléfono.
—Mañana podríamos ir a recoger tus cosas de la casa de tu padre — dijo Johana.
—Sí… —respondió Cristina, de forma reticente—. No me apetece verlo — Nunca tuvieron buena relación, y ahora, con la separación sería peor.
—Puedo acompañarlas —ofreció Antonio, preocupado.
—No, hijo. Será mejor que vayamos nosotras solas, recogeremos las cosas y nos marcharemos rápidamente —respondió Johana, tratando de calmarlo.
—Está bien. Al menos llévense mi coche —dijo Antonio, cediendo finalmente.
Apenas terminaron de cenar, los tres se fueron a dormir. Había sido un día largo y agotador. A la mañana siguiente, Cristina y Johana se levantaron temprano. Se vistieron y se dispusieron a ir a por sus cosas. Johana entró en la habitación de Antonio y lo despertó suavemente.
—Hijo, nos vamos. Nos llevamos el coche, ¿de acuerdo? —dijo en voz baja, acariciando su frente.
—Está bien… —respondió Antonio medio dormido, girándose en la cama.
—Descansa, cariño —dijo Johana, dándole un beso en la frente antes de salir de la habitación.
Madre e hija salieron del chalet y se dirigieron a la casa de su padre, listas para enfrentar lo que fuese necesario con tal de seguir adelante con sus vidas.
Antonio se despertó, medio dormido, y fue al baño. Luego se dirigió a la cocina, preguntándose dónde estaría la cafetera mientras miraba las cajas apiladas en una esquina. De repente, su móvil sonó en el salón. Fue hasta la mesa y contestó; era su madre.
—Hola, mamá. ¿Cómo les va? —preguntó Antonio.
—Todo bien, por suerte tu padre no está en casa —respondió Johana.
—¿Ya vienen de vuelta? —preguntó Antonio, esperanzado.
—No, hijo. Justo por eso te llamaba. Los bañadores están viejos y hemos pensado pasar la mañana de compras. Me apetece pasar tiempo con Cristina, aunque siento dejarte solo —explicó Johana.
—No te preocupes, mamá. Disfruten —dijo Antonio con una sonrisa.
—Ah, antes de despedirme, ¿sabes en qué caja está la cafetera? —preguntó.
—Debe estar en una caja grande que pone «cocina» —respondió Johana.
—Gracias, mamá —dijo Antonio, despidiéndose.
Comenzó a buscar la caja, pero no la encontró. Se puso a pensar y no recordaba haber cogido una caja con esa etiqueta. «Seguro que se ha quedado en el apartamento», pensó. Ahora, sin coche, no podría ir. Y comenzó a pensar en qué haría con el apartamento. Cuando terminara el verano, dejarían el chalet, pero no estaba dispuesto a volver a un lugar tan pequeño. Entonces se le ocurrió llamar a Fabiola; seguro que ella podría gestionar la venta del apartamento, y si iban a verlo, podría recoger lo que se hubiera quedado allí.
—Buenos días, Fabiola.
—¡Buenos días, Antonio! Qué alegría escucharte. Dime, ¿algún problema con el chalet? —preguntó la mujer.
—No, para nada, todo perfecto. Solo que estoy pensando en vender mi apartamento y había pensado en que tú llevaras la venta —dijo Antonio.
—Ah, por supuesto. Cuando quieras vamos, lo vemos y hago algunas fotos — dijo ella.
— ¿Te parece bien hoy por la mañana? No sé si estás trabajando —preguntó Antonio.
—No, hoy no trabajo —dijo Fabiola, para decepción de Antonio—, pero si me invitas a un café, encantada de ir a verlo.
Una sonrisa apareció en el rostro de Antonio.
—Claro, dalo por hecho. Solo te pediría un favor más —dijo Antonio, esperando la respuesta de ella.
—Dime, pues —contestó Fabiola.
—¿Puedes recogerme? Mi madre y mi hermana se llevaron mi coche —dijo él, nervioso.
—No te preocupes, corazón. Será un placer pasar a por ti —dijo Fabiola.
A Antonio aquello le sonó con algo de segundas intenciones, pero no comentó nada más y quedaron en verse en media hora. Esperaba en la entrada de la urbanización cuando un pequeño coche se detuvo a su lado. La ventanilla bajó y desde dentro, Fabiola le dio los buenos días. Antonio se agachó hacia la ventanilla y le devolvió el saludo antes de abrir la puerta y entrar en el coche. Fabiola llevaba un vestido blanco que contrastaba con el moreno de su piel, y Antonio no pudo evitar mirarla. Esta vez fue él quien se acercó a ella para darle dos besos en la mejilla, los cuales ella correspondió con gusto.
—Mil gracias por recogerme, Fabiola —dijo Antonio.
—Nada que agradecer —respondió ella cariñosamente—. Bueno, indícame a dónde vamos.
Antonio le fue indicando el camino hasta llegar al barrio de su apartamento. Se sentaron en la terraza de una cafetería cercana para tomar el café que Antonio le había prometido antes de subir a enseñarle el piso. Comenzaron hablando de las condiciones de la venta, las comisiones y su forma de trabajar, pero pronto la conversación derivó hacia temas más personales.
Antonio le explicó brevemente que tenía una empresa de criptomonedas y que le iba muy bien. Luego, él le preguntó de dónde era.
—Soy de Venezuela, pero llevo aquí ya unos quince años —contó ella —. Empecé trabajando de comercial en una inmobiliaria y, años después, con esfuerzo y dedicación, abrí mi propia inmobiliaria.
Antonio, interesado, le preguntó si su familia estaba en España también. ella le dijo que no, que enviudó joven y no había tenido hijos.
—Por eso me vine a España, necesitaba alejarme de allí —dijo ella en un tono melancólico.
—Vaya, lo siento mucho, Fabiola —dijo Antonio, acariciando su hombro.
—Gracias a Dios pude superar la pérdida —respondió ella con una leve sonrisa.
Antonio apuró su café y, cambiando de tema, sugirió ir a ver el apartamento. Ella se levantó y se encaminaron hacia el edificio. Entraron en el estrecho ascensor; Fabiola apretó la carpeta que llevaba contra sí, acentuando su escote, lo cual no pasó desapercibido para el joven Antonio. Lo que él no sabía era que sus furtivas miradas habían sido descubiertas a través del espejo por ella, pero en vez de molestarse, ella se sintió halagada y apretó aún más la carpeta, haciendo que sus tetas rebosaran para el deleite de Antonio.
Llegaron a la planta del apartamento y él le abrió la puerta del ascensor cortésmente. Ella, con una mirada traviesa, le dijo:
—Gracias, corazón.
Entraron en el apartamento y Antonio empezó a subir las persianas para que entrara luz.
—Como ves, es pequeño, pero la zona es céntrica —dijo Antonio.
Fabiola miraba a su alrededor, evaluando el apartamento.
—No creo que tengas problemas para venderlo rápidamente a buen precio —dijo Fabiola.
—Espero que así sea. Mira, la cocina tiene de todo —dijo Antonio, señalando la caja con la palabra «cocina» escrita. La cogió y la puso en la entrada.
—¿Tiene una sola habitación, ¿no? —preguntó ella.
—Sí, mira, esa puerta de ahí —respondió Antonio.
Pasó delante de Fabiola y abrió el dormitorio.
—Bastante grande y luminoso —dijo ella, pasando a su lado y rozando ligeramente sus cuerpos—. ¿Y el baño? —preguntó Fabiola, girándose y quedando sus rostros muy cerca.
Antonio tragó saliva mirando los carnosos labios de Fabiola y dijo:
—Sí, por aquí. El baño sí que es bastante pequeño.
—Ya veo —dijo Fabiola, colocándose entre ély el lavabo notando el paquete del joven bien pegado a su culo—. Aunque la ducha está bien— prosiguió moviendo su culo descaradamente.
Él no pudo resistirse más y la agarró por la cintura, girándola y besándola.
—Fabiola, eres preciosa, me tienes muy cachondo—dijo Antonio.
Ella correspondió a su beso, buscando su lengua yrindiéndose a lascaricias de Antonio. Fabiola tiro de las tirantas de su vestido y Antonio en seguida tiro de su sostén. Admiro las tetas de Fabiola, mientras las comenzaba a acariciar. Eran grandes, algo caídas normal en una mujer de su edad, pero aun apetecibles y coronadas por un oscuro pezón.
— ¿Te gustan mis pechos? — pregunto ella contoneándolas.
— Son perfectos — dijo el antes de comenzar a lamer sus pezones. Ok
— Ah… chúpalas… si… mm que rico — gimió ella al sentir el calor de su boca.
Antonio pasaba de un pezón a otro mientras sus manos amasaban y apretaban sus tetas. Ella no tardó en bajar su mano en busca de la polla del joven y comenzar a acariciarla.
— Mmm… ¿qué tenemos aquí? — dijo Fabiolaapartándolo de sus tetas.
Ella cogió la toalla de mano, la doblo extendiéndola en el suelo y se arrodillo frente a él. Lentamente le quito el cinturón y fue abriendo el pantalón hasta que cayó al suelo. La poya de Antonio asomaba por encima de su calzoncillo y ella solo tuvo que tirar levemente para que oscilara frente a su cara.
— Mmm que grande, corazón — dijo Fabiola tomándola en su mano.
Su mano bajaba y subía la piel de su poya, se agacho y empezó a lamer y chupar sus huevos.
— Ufff… — suspiraba Antonio.
Ella comenzó a subir por el tronco con su lengua hasta llegar a la cabeza. La lengua de Fabiola se enrollaba en el glande y luego sorbia su propia saliva.
— Dios… que boca tienes… sigue… — decía el acariciando su cabeza.
— Ahora vas a ver lo profunda que es — dijo ella mirándole a los ojos a la vez que comenzaba a meter la poya en su boca.
Fabiola empezó a mover su cabeza y abriendo su boca iba metiéndose la poya de Antoniocada vez más adentro. Antonio miraba perplejo, a su madre le costaba meterse mucho menos y esta mujer casi se la tragaba por completo casi sin esfuerzo.
— ¿Ves qué tan profunda es mi boca? — dijo ella tras sacarla lentamente succionándola.
— Si, ya veo. Déjame comprobarlo por mí mismo — dijo Antonio agarrando su poya y restregándola por sus labios.
— Adelante —dijo ella abriendo su bocaengulléndola de nuevo.
Antonio sujeto su cabeza y fue realizando suaves movimientos de cintura, disfrutando de como la garganta de Fabiolaenvolvía su polla. Era increíble como ella intentaba lamer sus huevos cuando la tenía completamente enterrada.
— ¿Qué te parece? ¿Es lo suficientemente profunda? —preguntó ella mientras un rio de babas caía por su barbilla.
— Desde luego que lo es, estoy realmente impresionado —dijo Antonio golpeando con su poya el rostro de Fabiola —. Vamos al dormitorio — dijo ayudándole a incorporarse.
Mientras iban al dormitorio el termino de quitarle el resto de la ropa salvo el tanga. Fabiola se subióa la cama y se colocó a cuatro patas, dándole una buena vista de su redondo culo.
— A ver qué sabes hacer tu — dijo ella moviendo su culo de un lado a otro.
Antonio se acercó a la Fabiola con pasos lentos. El culo,redondo y aparentemente suave,emergía sobre la cama, esperando atención. El extendió una mano. Sus dedos, al principio ligeramente separados, se aproximaron cautelosamente. Al hacer contacto, sintió la textura suave y tersa de la piel bajo sus yemas. Con la mano aún sobre su culo, Antonio comenzó a explorar su consistencia. Primero, presionó ligeramente con los dedos, notando cómo la carne cedía un poco bajo la presión. Decidió usar ambas. Colocó la otra mano sobre el otro cachete, sus dedos extendidos y firmes. Empezó a jugar con el redondo culo de Fabiola, separando sus carnes. Podía ver como el fino tanga rozaba el ano y como la fina tela estaba empapada por los jugos de su coño.
Acerco su rostro y empezó a lamer por encima del tanga — Mmm… — gimió ella cuando sintió la presión de su lengua. Fabiola deseosa, llevo su mano hasta su culo y apartó ligeramente su tanga. Ante el joven aparecieron los mojados y oscuros labios del coño que no pudo hacer otra cosa que comenzar a pasar suavemente su lengua por ellos. Las lamidas de Antonio se hicieron más extensas hasta llegar a su ojete. El sabor de su culo le disgustó, pero a más lo lamia más le gustaba.
— Ah… Antonio, que rico me comes el culo… sigue… — gemía Fabiola a la vez que empujaba su culo contra la cara del joven.
— Ven túmbate — le ordeno Antonio.
Ella obedeció, el separó sus piernas para luego agacharse y comenzar ahora si comerse su coño a placer. Fabiola se retorcía, moviendo sus caderas bajo las lamidas del joven.
— Follame, Antonio… necesito que me folles… — dijo ella dándose palmadas en el coño.
Antonio se incorporó,frotando su polla por los mojados labios hasta que comenzó a perderse en su interior. Fabiola abrió sus piernas a un más permitiendo que la dura poya de Antonio se enterrara en lo más profundo de su coño.
— Mmm… que rico se siente… — gimió ella pellizcándosesus pezones.
— ¿Esto es lo que quieres? — preguntó Antonio empezando a moverse.
— Si, eso quiero… másrápido… follame rico Antonio… — pidió ella.
Él se colocó mejor, agarró sus piernas y empezó a follarla con fuerza. Las tetas de Fabiola iban de un lado a otro descontroladas mientras ella movíasu cabeza, gimiendo y pidiendo más.
Antonio suspiraba a la par que sudaba, concentrado en no perder el ritmo hasta que ella lo detuvo. Agarrando su cintura, haciendo que la polla de Antonioestuviera completamente en su interior mientras un delicioso orgasmo la hacía estremecer. Fabiola lo empujo hacia atrás, arrancándole un gemido cuando su polla salió de su coño completamente mojado. Ella se arrodilló frente a él y comenzó a lamer y mamar su polla. Dirigió su mano a su culo y comenzó a masajear su ano lentamente.
— Que rica polla… — dijo ella mientras la refregaba por su cara — y deliciosa — dijo antes de tragársela completamente.
— Date la vuelta Fabiola… — le pidió.
Ella hizo lo que le pidió mientras aun acariciaba su ano — Métela por aquí… entiérramela en el culo Antonio… ah… — pidió sacando sus dedos de su ojete para separarse los cachetes con sus dos manos.
Por un instante Antonio se quedó paralizado, no se esperaba que le pidiera eso. Siempre fantaseaba con el anal, pero nuncahabía tenido con quien. Agarró su polla y se colocó detrás de Fabiola, no iba a dejar escapar la ocasión. Pasó la cabeza por su coño, buscando que sus jugos lubricaran su polla. La condujo hasta el estrecho agujero, empezó a hacer presión y para su sorpresa la cabeza entro fácilmente.
— Mmm… — gimió Fabiola levantando su cabeza — dale corazón, métela toda…
Antonio siguió haciendo presión, empujaba su polla, la sacaba ligeramente y volvía a meter cada vez más a dentro. Se movía lentamente, sintiendo cada centímetro de su recto hasta que su pelvis tocó las nalgas de Fabiola. El miraba atónito como su polla se perdía completamente en su culo y como este la presionaba. Fabiola se tensó aguantando con su mano la cintura del joven, con sus ojos cerrados y su boca abierta se sentía completamente empalada.
— Ahh… asi… asi… toda… — susurró ella mientras movía su cintura ligeramente intentando acomodar aquel duro trozo de carne en sus entrañas.
Antonio apartó la mano de su cintura e hizo que Fabiola pusiera su cara en el colchón, ahora con el redondo culo empinado empezó a moverse el.Movía lentamente su cintura con toda su polla enterrada, mientras ella emitía ligeros quejidos. Sacó la mitad de su polla y la volvió a hundir. Repitiendo una y otra vez, el culo de Fabiola comenzaba a aflojarse permitiéndole moverse másrápido.
— Asi… asi… uff… cógeme el culo… dame duro… — gemía Fabiola.
El joven se incorporó sin sacar su polla y se dispuso a complacer sus peticiones. Con fuertes embestidas empezó a sacar intensos quejidos a la madura mujer que sentía como su culo se dilataba una y otra vez al paso de la dura polla de Antonio. Ella paso sus manos por detrás abriendo los cachetes facilitó que el la metiera aúnmásprofundo — Aaaah… aaah… córrete por favor… córrete… oh dios mi culoooo… — los gemidos de Fabiola se transformaron en gritos de desesperación por el placer descontrolado que sentía. Antonio intentaba contener su eyaculación, intentando alargar esa nueva sensación que el culo de Fabiola le proporcionaba. Sin embargo, apenas pudo meterla un par de veces más antes de comenzar a correrse en su recto.
— Mmff… mmff — sonaba la intensa respiración del joven mientras sus huevos se vaciaban espasmo a espasmo.
— Aaaah, así… échalo todo en mi culo… — suspiro aliviada.
Permanecieron unos segundos más unidos, disfrutando de los últimos retazos de placer, antes de que él se hiciera un poco atrás y su polla saliera del ojete de Fabiola y sacarle un último gemido. Antonio agarro su culo y se quedó observandocómoempezó a expulsar su corrida, deslizando hasta su coño y como ella lo esparcía con sus dedos.
— Uff que espectáculo Fabiola, tu culo está completamente abierto ¿Te duele? — preguntó ignorante.
— No… no me duele… al contrario Antonio… — dijo ella con una sonrisa.
Ambos se dejaron caer en la cama, sudorosos e impregnados en sus fluidos.
— Voy al baño — dijo Fabiola acariciando su pecho y dándole un suave beso.
Recogió toda su ropa y se metió en la ducha. Antonio se quedó en la cama mirando al techo, asimilando lo que acababa de ocurrir. Respiró hondo, se incorporó y se dirigiótambién a la ducha.
— Creo que yo también necesito una ducha — dijo abriendo la puerta de la ducha.
Ella comenzó a mojarlo a la vez que lo besaba. Se enjabonaron y aclararon entre caricias.
— Sera mejor que nos salgamos… — dijo ella sintiendo como la polla del joven empezar a reaccionar de nuevo.
— Si, lástima que se esté haciendo tarde — dijo el acariciando sus tetas.
— Ya habrá otra ocasión ¿no crees? — pregunto ella mordiendo el labio del joven.
— Eso espero…
Sacando fuerzas de voluntad, salieron de la ducha y volvieron a vestirse. Bajaron en el ascensor, en silencio y sonrisas traviesas. Ella lo acercó de nuevo hasta el chalet, quedaron en llamarse la semana que viene para firmar la documentación y comenzar a ofrecer el apartamento.
— Gracias por todo Fabiola, ha sido un verdadero placer — dijo Antonio de forma traviesa.
— Cariño, el placer ha sido mío créeme — dijo ella con una amplia sonrisa.
Fabiola se alejó con su coche y el entró en el chalet con una sonrisa que no podía controlar, pero por un segundo desapareció.
— ¡Mierda! — se lamentó — la caja — dijo llevando su mano a la frente — bueno creo que iremos otra vez al apartamento pronto — se dijo a si mismo dibujando de nuevo esa sonrisa incontrolable.
CAPÍTULO 9
Era domingo y Antonio le daba vueltas con el tenedor a su comida. En su mente rondaban las imágenes de Fabiola el día anterior. Su hermana le hablaba, pero él no estaba prestándole atención. Cristina, al notar su distracción, dio una palmada llamando su atención.
—¿Qué te pasa? Estás ido, hermano.
Antonio se disculpó —Perdona, estaba pensando en el trabajo.
—Te estaba diciendo que si el viernes que viene te parece bien recogerme en la residencia. En el tren no puedo traerme todo.
—Ah, sí, claro, lo que necesites, hermanita.
—Mi tren sale a las 8 de la tarde, ¿a qué hora me llevarás a la estación? —preguntó Cristina.
Johana intervino—Será mejor que salgáis con tiempo, no vayas a perder el tren— dijo mirando fijamente a su hijo.
—Entonces, ¿sobre las 7 tenemos de sobra, te parece? —dijo Antonio, mirando también a su madre.
—Sí, de sobra. Hasta entonces, no voy a salir de la piscina —respondió Cristina riendo.
—Y yo tampoco —añadió su madre, riendo también
—Pues yo menos. Además, tengo que ver los bañadores que comprasteis. Ayer no pude verlos.
—Sí, ayer estabas como desvanecido. ¿Estás mejor? —preguntó Johana.
—Sí, ya hoy estoy perfecto —respondió Antonio.
Antonio tenía ya el bañador puesto así que fue directamente a la piscina mientras las dos fueron a ponerse sus bikinis. Nadaba de un lado a otro cuando madre e hija aparecieron en el borde de la piscina.
— Bueno ¿qué te parece? — pregunto su madre con los brazos en jarras.
Antonio se quitó el agua de la cara y admiro aquellas dos hermosas mujeres que tenía delante. El de su hermana era blanco hueso y bastante pequeño. “Joder hermanita, como se te marca el coño” dijo para sí mismo. Luego le dio un repaso a su madre, su bikini color naranja intenso era igual de pequeño que el de su hija. Sus tetas apenas eran contenidas por la elástica tela.
— ¿A que no es tan atrevido? — preguntó Cristina.
— Lo eligió tu hermana, le dije que era muy pequeño.
— Bueno… — comenzó a decir balbuceando sin saber que responder estando allí delante su hermana — un poco sí, pero te queda espectacular.
— Has visto, no es para tanto. Tienes que modernizarte, mamá — dijo Cristina antes de dar un salto y zambullirse salpicando a su madre.
— ¡Ay! Que fría está — dijo Johana apartándose.
— Venga, mama. No te lo pienses y tírate — dijo Antonio salpicándola también.
Johana dio un paso atrás y luego corrió a tirarse a la piscina. Los tres pasaron la tarde en la piscina, riendo, jugando, tomando el sol y bebiendo algunos refrescos. Cristina, sobre las 6, se salió de la piscina para ducharse y organizar la maleta. Mientras Antonio y su madre quedaron a solas en la piscina.
—Hijo… — susurro Johana acercándose a él.
— Dime, mamá — contestó el rodeándola por su cintura.
— Me siento culpable…
— ¿Culpable? — preguntó el extrañado.
— ¿Está mal que quiera que se vaya tu hermana? — preguntó ella en voz baja.
— ¿Y por qué quieres que se vaya?
— Porque necesito esto… — dijo ella agarrado su polla disimuladamente.
— No, mama… no está mal. Yo estoy deseando volver de la estación — dijo el bajando su mano hasta acariciar su coño.
— Cuidado, puede vernos tu hermana — dijo Johana alejándose de el con una picara sonrisa.
Cuando fueron las 7, Cristina se despidió de su madre y Antonio la acercó a la estación.
—Gracias por traerme, Antonio —dijo ella al bajarse del coche.
—De nada, hermanita. Nos vemos el viernes para recoger todas tus cosas de la residencia —respondió él.
—Sí, el viernes. Cuídate, hermano —Cristina le dio un abrazo y un beso en la mejilla.
—Tú también, cuídate —dijo Antonio, devolviéndole el abrazo.
Después de dejar a Cristina en la estación, Antonio volvió al chalet, dentro estaba oscuro y en silencio.
—¿Mamá? —preguntó, pero no hubo respuesta.
Avanzó hacia el salón, donde una pequeña lámpara se iluminó de repente. Junto a ella estaba Johana, que lo miraba con deseo. Llevaba una fina bata que se comenzaba a abrir cuando ella se acercó a él. Antonio intentó decir algo, pero ella le tapó la boca con su dedo.
—Por fin solos, hijo —dijo ella, y luego lo besó suavemente.
Con una firmeza que lo sorprendió, su madre lo empujó sobre el sofá. Se dio la vuelta lentamente, dejando caer la bata con un movimiento pausado, revelando su espalda desnuda y su culo comiéndose la tira del tanga de un conjunto de lencería roja transparente. Se giró contoneándose con los escuetos trozos de tela apenas conteniendo sus tetas. Antonio quedó hipnotizado por la visión.
—Ven aquí —dijo él, con su voz cargada de deseo.
Johana se dejó caer sobre el sofá, y en un instante, sus cuerpos se encontraron en un desenfreno de lujuria. Se besaban con intensidad, las manos de Antonio apretaban y cacheteaban las nalgas de su madre mientras ella le ofrecía sus duros pezones. Johana se dejócaer hasta arrodillarse en el suelo y tirando con fuerza del pantalón dejo al descubierto la dura polla de su hijo. Rápidamente la atrapo y acarició — Cuanto la he echado de menos — dijo Johana antes de comenzar a lamer sus pelotas.
— Uff mama, yo también he echado de menos tu boca — dijo el acariciando su cabello.
— ¿Esto has echado de menos, cariño? — y diciendo eso subió hasta el glande y después de pasarle la lengua engulló casi por completo su polla. Sabia cuanto le gustaba a su hijo que se la mamara profundo y ella se esforzaba en complacerlo a pesar las arcadas que le producía.
— Asi, mamá… asi… que bien la chupas mamá… — animaba Antonio a su madre mirándola a los ojos.
Las palabras de su hijo la ponían muy cachonda y aumentaba el ritmo de su mamada.
— ¿Te gusta, hijo? ¿Te gusta cómo te chupo la polla? — preguntaba entre lamidas en la cabeza de su miembro.
— Me encanta, mamá. Pero creo que es hora de que visite algo que yo también echo de menos.
Dicho esto, Antonio elevo a su madre por las axilas y ahora era ella quien estaba sentada y el arrodillado.
— ¿Qué es lo que tenemos por aquí, mamá? — preguntó Antonio mientras acariciaba su coño — esta mojadito parece — siguió apartando la tela del tanga — si parece que esta mojadito — dijo pasándole la lengua.
— Uffcariño, te ha echado mucho de menos — dijo ella separando sus piernas.
Antonio se deleitaba con el coño de su madre, metiendo sus dedos y jugando con su clítoris. Sabia como hacer correr a su madre y no tardó mucho en conseguirlo.
— Ah… me corro, hijo… me corro… uff por dios que lengua tienes cariño, me vuelves loca — gritaba Johana.
Entonces el la colocó en cuatro sobre el sofá y le bajo el tanga. Johana pensaba que le iba a hundir la polla como ella tanto deseaba, pero para su sorpresa sintió como su hijo le abría los cachetes del culo y su lengua jugueteaba con su ojete.
— Antonio… no hagas eso… es sucio… — protesto ella, aunque no podía ocultar el placer que la lengua de su hijo le producía.
— ¿No te gusta, mama? — dijo el volviendo a enterrar su lengua en el culo de su madre.
— … Si… — confeso Johana — si me gusta… — gimió cuando la punta de la lengua de Antonio se introdujo ligeramente en su ano.
Antonio entonces se incorporó, agarro su polla y la refregó por los labios del palpitante coño de Johana hasta que encontró el camino y la fue introduciendo hasta el fondo.
— Ah… hijo… por dios que rico… follame hijo… fóllate a tu madre… — gemía Johana desatada.
No tuvo que decirle mucho más para que Antonio empezara a meter y sacar su falo, aumentado el ritmo le daba fuertes embestidas a su madre. Hacia cambios de ritmos, iba de rápidas y cortas a lentas y largas estocadas provocando ríos de fluidos en el coño de su madre. El ojete de su madre llamaba su atención constantemente, después de haberle follado el culo a Fabiola no paraba de fantasear con hacerle lo mismo a su madre. Esperando su reaccióncomenzó a frotar un dedo por las rugosidades de su ano, pero ella no hizo nada solo gemía con la follada que le estaba dando. Antonio decidió ir un poco másallá e hizo presión metiendo la punta del dedo en el culo de su madre.
— Ah… — se quejó esta vez Johana — ¿qué te ha dado hoy con mi culo, hijo?
— Mama… quiero meterla en tu culo… ¿puedo? — pregunto el sin dejar de follarla y seguir metiendo su dedo.
— No… cariño… eso me dolerá mucho… — se quejó Johana.
— Vamos, mamá. Podríamos probar — dijo intentando convencerla mientras aumentaba el ritmo de sus embestidas e iba empujando su dedo.
— No hijo… no… — pedía ella mientras aguantaba las fuertes estocadas en su coño… — no… no… — gemía mientras sus negativas se iban perdiendo en suspiros.
Cuando se quiso dar cuenta tenía dos dedos metidos en su culo y su coño explotaba en un orgasmo que la hizo temblar. Antonio se separó de ella para comerle el palpitante coño y lamer de nuevo su ojete. Aprovechando que ella estaba indefensa disfrutando de su orgasmo, apuntó la cabeza de su polla hasta su ano y de un empujónse perdió dentro.
— Aaaaahhhh… — gritó Johana — para, para por favor te lo pido. Ufff mi culo… me duele — dijo sin poder soportar el dolor.
— Tranquila, mama. Solo he metido la punta — dijo Antonio.
— ¿Solo la punta? Ufff… pues no me dejas más tranquila… sácala hijo me duele mucho.
— Aguanta mamá, ya verás como te gusta. Intentémoslo… — le pidió el moviéndose lentamente.
A Johana no le gustaba la idea, pero por otro lado no quería defraudar a su hijo. Quería complacerlo en todo asi que al menos podía intentarlo — Esta bien cariño, pero si te digo que pares te paras y si te pido que la saques la sacas ¿entendido? — dijo ella en tono serio.
— Esta bien, mama. Prometo hacerte caso, no quiero hacerte daño solo quiero que disfrutes igual que yo.
Ella se llevó la mano hasta la polla de su hijo y el saco de su culo lentamente — Primero déjame lubricarla — dijo Johana antes de agacharse y chuparle la polla, intentado esparcir mucha saliva por ella — y ahora échame saliva en el culo, cariño — le pidió ella volviéndose a poner en cuatro.
Agarró el falo de su hijo y lo guio hasta su ojete dispuesta a complacerlo — Dale cariño… empuja un poco ahora… asi… asi… ufff — decía Johana mientras el seguía sus indicaciones y observaba como el glande volvía a perderse en el culo de su madre
.
A duras penas el recto de Johana iba cediendo al mástil de su hijo, hasta que habiendo metido casi la mitad el dolor fue insoportable — Para hijo… para… no puedo más… me duele mucho… — confesó Johana que había aguantado hasta ahora con tal de hacer feliz a su hijo.
— Esta bien, mamá — dijo el un poco decepcionado, pero cuando fue a sacarla ella lo detuvo.
— Espera… no te salgas aun… mmff… — dijo ella entre quejidos — no te muevas… no te muevas… — dijo Johana moviendo ahora ella su culo cuando el dolor parecía ir disipándose.
Antonio permanecía inmóvil, dejando que su madre fuera quien controlara la situación.
— Ahora, hijo…muévete tu… — pidió Johana abriendo los cachetes de su culo.
Antonio coloco sus manos en sus caderas con firmeza y dejo caer saliva sobre su polla y el culo de su madre. Empujaba su miembro levemente y lo volvía a sacar un poco. Parecía que ahora iba más suave y el ojete de Johana ya se había tragado más de la mitad.
— Ahora… ahora hijo… métela toda… — pidió Johana extasiada — ooooggghhhh — bramó cuando sintió como su hijo enterró completamente su polla en su recto.
Antonio se quedó quieto sintiendo como las paredes del culo de su madre aprisionaban su polla y no se movió hasta que empezó a sentir que su madre se relajaba.
— Dios, mamá… que estrecho está tu culo… me encanta — dijo Antonio sin creerse aun donde tenía metida la polla.
— Despacio, hijo… despacio por favor… — pedía Johana con un hilo de voz.
Antonio fue paciente y fue dejando que el culo de su madre se amoldara a su polla. Cada vez Johana iba relajándose más, permitiendo que su hijo deslizara a placer su falo.
— Ahh… cariño… me estas partiendo culo… joder que raro se siente, pero me gusta… — confesó Johana dirigiéndole una sonrisa a su hijo que seguía perforando su ojete con suavidad, notando como las gotas de sudor de su frente caían sobre los cachetes de su culo.
— Mamá… mamá… — suspiraba Antonio aumentando el ritmo.
— Ah… ah… dime cariño… — gemía ella intentando aguantar el dolor y disfrutar solo del placer.
— Me voy a correr… no aguanto más… — seguía suspirando.
— ¿Quieres correrte ahí? ¿En mi culo? — dijo ella de forma traviesa.
— Si…
— Hazlo cariño… lléname el culo con tu leche, no puede negarte nada mi amor…
Antes de que pudiera terminar la frase la polla de su hijo empezó a palpitar, podía sentirlo en las paredes de su culo. Una sensación extraña se apodero de Johana cuando empezó a sentir el semen de su hijo inundar su culo. Llevo sus dedos a su coño y bastó frotárselo unos segundos para correrse junto a su hijo.
— Oh mama por dios, eres increíble — dijo Antonio cuando sintió como el culo de su madre se cerraba y abría mientras ambos se corrían.
— Mi amor, tu sí que eres increíble. Nunca había sentido este extraño placer.
Johana se quedó allí en cuatro como un minuto hasta que se atrevió a hacerse hacia adelante dejando que la polla de su hijo se escurriera de su culo. Su culo empezó a expulsar ventosidades, haciendo que el semen de su hijo burbujeara cuando caía como una cascada desde su ano.
— Jajaja… perdón — dijo Johana riendo avergonzada.
— No te preocupes mamá — riendo también y abriendo los cachetes de sus nalgas — empuja, mamá. Déjalo salir — le pidió mientras miraba curioso.
— Ya, hijo. Si sigo creo que más bien va a salir otra cosa — dijo Johana tras expulsar otra tanda de semen y pedorretas — déjame ir al baño anda — dijo ella levantándose con cuidado.
— Mamá, te quiero — dijo Antonio atrapándola entre sus brazos cuando paso por su lado.
— Y yo, cariño. ¿Te ha gustado follarme el culito mi amor? — pregunto ella dándole besos en su cuello.
— Me ha fascinado ¿y a ti?
— Bueno… me ha dolido bastante al principio, pero luego, aunque la sensación es rara ha empezado a gustarme — dijo ella con una sonrisilla.
— Espero que la próxima vez te duela menos — dijo Antonio dándole una cachetada en el culo.
— Bueno, bueno ya veremos si hay próxima vez — dijo Johana liberándose de sus brazos y dirigiéndose al baño.
— Si, ya veremos… — susurro el mirando como su culo se meneaba al andar.
— Pides algo de cena, cariño. No hay ganas de cocinar.
— Claro ¿chino te apetece? — preguntó el.
— Si, chino está bien. Ya sabes lo que me gusta — dijo por último Johana antes de desaparecer de su vista.
— Ya lo creo que sé lo que te gusta… —volvió a susurrar para sí mismo Antonio mientras buscaba sus pantalones, en uno de los bolsillos debía estar su móvil.
Johana salió de la ducha envuelta en la toalla y preguntó a Antonio si ya había llamado para la cena.
—¿Llamaste para la cena? — preguntó mientras se secaba el pelo con una toalla pequeña.
—Sí, ya está todo listo —respondió Antonio, dándole un beso al pasar por su lado—. Me voy a duchar yo ahora.
Mientras Antonio se duchaba, Johana se vistió con ropa cómoda y preparó la mesa para la cena. Cuando él salió del baño, la cena ya había llegado. Se sentaron a la mesa y comenzaron a cenar, compartiendo miradas llenas de una complicidad que solo puede haber entre una madre y un hijo entregados completamente y sonrisas que hablaban más que las palabras.
—Hoy ha sido un día increíble —comentó Antonio, rompiendo el silencio.
—Sí,sí que lo ha sido —respondió Johana, mirándolo a los ojos con una mezcla de ternura y deseo—. Y doloroso. No puedo creer todavía que te dejara hacer eso.
— ¿El qué? ¿A qué te refieres? — dijo el jugando con ella.
— Ya sabes el que, no te hagas el tonto — contestó siguiéndole el juego.
— No sé de qué me hablas — dijo él aguantándose la risa.
— Me vas a hacer decirlo ¿no? — y rindiéndose se acercó al oído de su hijo — Que te dejara meterla en mi culo… que me follaras el culo… que lo llenaras con tu corrida y que luego me hicieras expulsarla mientras te quedabas mirando como el niño cochino que eres — le susurró mientras un escalofrió recorría la espalda de Antonio agudizándose cuando ella paso la punta de su lengua de forma traviesa en la oreja antes de volver a su asiento.
— Pues me dejaste hacerlo… — dijo el acercándose ahora a ella por detrás —porque… — siguió pasando sus manos por sus costados hasta apoderarse suavemente de sus tetas — eres la mejor y más cachonda madre del mundo — ahora era su lengua la que recorría el cuello de su madre.
— Cariño… — susurro ella — vas a volver a ponerme cachonda…
Entonces él le dio un sonoro beso en la mejilla — Ves como eres una mami cachonda — dijo riéndose Antonio volviendo a su silla.
— ¡Oyeeee! No juegues así conmigo ¿eh? — dijo riéndose mientras cogía una patata frita y se la tiraba a su hijo.
— O ¿qué? — dijo él,retándola.
— O te vas a arrepentir… — dijo Johana levantando la ligera camiseta mostrando y meneando sus tetas — ¡no! Quieto, quieto jajaja — dijo bajando la camiseta rápidamente cuando vio que él hizo ademan de levantarse.
— No juegues así conmigo o la que se arrepentirá eres tú.
— Anda terminemos de cenar, hoy tenemos que irnos pronto a la cama que mañana es lunes.
— Si… lunes. Hay que apretar esta semana — dijo Antonio. Se quedo un momento pensativo, como hace un momento era como una amante y ahora volvía a ser la madre preocupada y responsable que había conocido toda su vida.
Después de cenar, se relajaron viendo un poco la televisión. La cercanía de sus cuerpos en el sofá, los pequeños gestos de cariño, y las sonrisas cómplices hicieron de la velada algo especial. Cuando estaban solos en la intimidad sentían que estaban en una burbuja, donde solo existían ellos dos.
—Es tarde, deberíamos ir a la cama —sugirió Antonio, apagando la televisión.
—Sí, vamos —asintió su madre, tomando su mano y guiándolo hacia el dormitorio.
Se acostaron, entrelazando sus cuerpos en tiernos abrazos y besos. Mientras cada uno le daba vueltas a sus propios pensamientos sus respiraciones se sincronizaban, y poco a poco, el sueño los fue venciendo.
CAPÍTULO 10
El amanecer de un nuevo lunes y la estridente alarma los despertó con la luz suave del sol filtrándose por las cortinas. Johana fue la primera en abrir los ojos, sintiendo el cuerpo de su hijo junto al suyo. Sonrió y se acurrucó más cerca de él.
—Buenos días —susurró, acariciando su rostro.
—Buenos días, mamá —respondió Antonio, abriendo los ojos y devolviéndole la caricia—. ¿Lista para un nuevo día?
—Siempre que sea contigo —contestó Johana con una sonrisa, y se besaron suavemente antes de levantarse.
Se vistieron rápidamente, preparándose para un nuevo día en la oficina. Salieron de la urbanización y tomaron la autovía hacia la ciudad. Por el camino, Johana dijo que necesitaba un café urgentemente.
—Yo también necesito uno —respondió Antonio, tomando la primera salida—. Conozco un lugar donde hacen un buen café.
Aparcaron y entraron en la cafetería, poniéndose en la cola para pedir. Para sorpresa de ambos, especialmente de Antonio, apareció Fabiola detrás de ellos.
—Buenos días —dijo Fabiola, con su habitual energía.
Ambos se giraron y le dieron los buenos días. Fabiola, como era usual en ella, les dio dos besos a cada uno, deteniéndose más en el rostro de Antonio. A Johana no le gustó mucho que esa señora besara a su hijo, pero prefirió dejarlo pasar.
—¿Qué tal les va en el chalet? —preguntó Fabiola con una sonrisa.
—Sí, sí, todo perfecto —respondieron casi al unísono.
—Por cierto, Antonio, ya tengo lista la documentación del apartamento. Cuando puedas, pásate a firmarla. Ya tengo algunos clientes interesados.
—Sí, claro. Hoy no creo que pueda, pero mañana por la mañana buscaré un hueco y me acerco.
Les llegó el turno de pedir y se despidieron de Fabiola. Una vez en el coche, Johana preguntó con ciertos tintes de celos:
—¿Qué era eso del apartamento?
—Se me había olvidado contarte que después de estar en el chalet, cuando acabe el verano y lo dejemos, no quiero volver al apartamento. Es muy pequeño. Buscaremos algo más amplio.
—Ah, entiendo —dijo Johana, aliviada.
En la oficina, comenzaron su rutina, comprobando cómo iban sus inversiones. La moneda que tantos beneficios les estaba dando había seguido subiendo durante el fin de semana, y la parte que no habían vendido seguía aumentando su valor. El día transcurrió como uno más, con muestras de cariño y complicidad entre ellos, pero centrados en el trabajo. Cuando la jornada llegó a su fin, volvieron al chalet.
Aún era de día y decidieron meterse en la piscina. Johana se puso sería un momento y le preguntó a Antonio qué pensaba de su relación.
—¿Qué piensas de nuestra relación? —dijo, mirando a Antonio a los ojos.
—¿A qué te refieres? —preguntó él, un poco desconcertado.
—Bueno, a lo que hay entre nosotros. Es extraño… y está claro que no está bien, que una madre y un hijo no pueden tener este tipo de relación.
Antonio se quedó pensativo. No le faltaba razón.
—No tengo una respuesta clara, mamá. No sé qué pasará con el tiempo. Me siento bien contigo, disfruto de nuestro tiempo juntos. Pase lo que pase, siempre me tendrás en tu vida.
A ella le reconfortó la respuesta y volvió a sonreír, sintiendo un alivio en su corazón. Su hijo se acercó a ella y comenzó a besarla. Rápidamente sus manos recorrieron el cuerpo de su madre.
— Hijo… — suspiró Johana viendo las intenciones de Antonio.
— Mamá, quiero hacértelo aquí mismo… — le susurró al oído.
— Cariño para… aún me duele mi culito por lo que me hiciste ayer. Apenas puedo sentarme — le reprochó tiernamente zafándose de el.
— Lo siento mamá, no quise hacerte daño… — dijo el apesadumbrado.
— Lo sé, mi amor — dijo ella tranquilizando a su hijo— pero hasta que no se me alivie estás castigado — dijo ella bromeando.
— Está bien, prometo contenerme — dijo Antonio aceptando los deseos de su madre, aunque le costaría resistirse.Así reprimiendo sus lascivos encuentros terminaron un largo día de trabajo.
Antonio conducía en silencio hacia la oficina, con su madre a su lado en el asiento del copiloto. Hoy, Antonio tenía programada una reunión con Fabiola para firmar el contrato de venta de su apartamento. Aunque siempre había sido simpática, Fabiola era una mujer que generaba desconfianza en Johana, y un extraño sentimiento de celos la invadía cada vez que pensaba en ella. Al llegar a la puerta de la oficina, Johana se bajó del coche y, antes de despedirse, se inclinó sobre la ventanilla para darle un tierno beso en los labios.
—No tardes mucho en volver —dijo con una sonrisa, aunque su tono revelaba cierta inquietud.
—No te preocupes, seré rápido —respondió Antonio, devolviéndole la sonrisa antes de arrancar de nuevo.
Condujo hasta la inmobiliaria de Fabiola y, al llegar, la encontró abriendo la puerta para comenzar su jornada. Al acercarse, rozó intencionadamente el cuerpo de la mujer madura. Ella, lejos de incomodarse, se giró con una sonrisa y le dio dos besos, rozando aún más su cuerpo contra el de él.
—Pasa, por favor —dijo ella, invitándolo a entrar—. Hace mucho calor esta mañana, ¿verdad? —comentó, mientras se quitaba la chaqueta, quedándose en un ajustado jersey de tirantes que acentuaba sus tetas.
Antonio se sentó, intentando mantener la compostura, pero sus ojos se desviaban hacia Fabiola, quien se movía por la oficina con una sensualidad natural que él no pudo ignorar. Cada paso que daba hacía temblar su culo, y Antonio se encontró admirando esa visión con demasiada atención.
—Aquí está el contrato —dijo Fabiola, entregándole un dosier con una sonrisa insinuante.
Antonio tomó el documento y comenzó a leer, pero su concentración se desvaneció rápidamente cuando sintió que Fabiola se acercaba por detrás, acariciando suavemente su pecho.
—¿Necesitas ayuda con algo? —susurró ella, acercando sus labios a su oído.
Antonio se estremeció, pero en lugar de alejarse, se quedó inmóvil. El roce de Fabiola y su perfume embriagador comenzaron a romper sus defensas. Cuando ella se inclinó aún más y comenzó a besar su cuello, Antonio cerró los ojos, dejándose llevar por el momento.
—Fabiola… —susurró.
—Shh… no digas nada. Tú solo lee el contrato —respondió ella, subiendo una mano por su pecho mientras sus labios seguían recorriendo su cuello.
Finalmente, Antonio se rindió completamente a la seducción de Fabiola. Se giró en la silla para agarrarla de sus nalgas, y con un movimiento decidido, la atrajo hacia él, fundiéndose en un beso intenso. Fabiola se dejó caer en sus pies rozando sus duras tetas por su cuerpo. Y con un movimiento rápido desabrochó el cinturón de Antonio. Él levantó su pelvis permitiéndole que ella tirara del pantalón hacia abajo hasta que su mástil, ya muy duro, rebotó frente su cara. Ella con una cálida sonrisa admiro la dureza del trozo de carne y sin pensarlo dos veces lo agarró con su mano y lo acarició lentamente.
— Vamos Antonio, no te distraigas y sigue leyendo el contrato. Déjame a mí todo lo demás— y dicho esto agachó la cabeza y comenzó a lamer su falo.
Antonio intentó concentrase en la lectura mientras sentía como la madura mujer empezaba a engullir su polla.
— Que rica está… me encanta chupártela… — le decía ella mientras con su mano esparcía sus babas a lo largo — ¿Te gusta cómo te la mamo, Antonio?
— Me encanta… — suspiró el joven mientras ella lamía su glande.
— Y esto ¿Te gusta? — pregunto Fabiola que sin dejar que el respondiera empezó a atragantarse con su miembro.
Solo hicieron falta dos intentos hasta que su polla se perdió completamente en su boca para luego sacarla lentamente sin dejar de mirar a los ojos a Antonio.
— Uffff… dios Fabiola eso es increíble.
Fabiola se hizo hacia atrás levemente y lentamente se sacó el jersey. Con una mano seguía acariciando su polla mientras los hábiles dedos de su otra mano soltaron el enganche del sujetador y sus tetas quedaron libres de su prisión. Se las agarro con las dos manos y atrapó entre ellas el duro mástil de Antonio. Ella no dudaba en sorber el glande cuando este asomaba entre sus redondas tetas. Fabiola decidió que era el momento de sacarle el dulce néctar a aquel duro trozo de carne y liberándolo de entre sus tetas empezó a mamarlo con devoción y profundidad. Antonio sentía como la punta de su polla atravesaba una y otra vez su garganta.
— Fabiola… ufff… Fabiola… — gemía Antonio.
Ella sabía que significaban esos gemidos, su recompensa estaba cerca así que aumentó el ritmo dispuesta a sacarle hasta la última gota. Antonio que se retorcía no pudo aguantar más y bufando como si de un toro se tratará empezó a soltar chorros de esperma en la garganta de la madura agente inmobiliaria. Antonio miraba como Fabiola no hacía ni el intento de retirarse y podía notar cómo iba tragando cada uno de los chorros de espeso y cálido esperma.Cuando la leche dejó de brotar ella fue mamando a la vez que lo sacaba poco a poco se su boca limpiando los últimos restos hasta que salió totalmente reluciente.
El contrato olvidado sobre el escritorio fue testigo del virtuosismo de Fabiola —Creo que ya no necesitas leer el contrato —dijo, guiñándole un ojo.
— Si, creo que no hará falta… — dijo ofreciéndole de nuevo su polla.
Ella volvió a darle unas tiernas chupadas hasta que se quedó completamente flácido.
— Pues solo falta que la firmes — dirigiendo su boca a sus huevos a modo de despedida antes de incorporarse.
Antonio, todavía recuperándose, asintió con una sonrisa cómplice. Se subió sus pantalones y ella aún con sus tetas al aire le ofrecía un bolígrafo. Se despidieron en la puerta de la inmobiliaria, intercambiando repetidos besos que se alargaban más de lo necesario. Fabiola, con una mirada llena de complicidad y una sonrisa pícara, lo tomó suavemente del brazo antes de que él se marchara.
—La próxima vez que te llame será para decirte que el apartamento está vendido —dijo con voz sugerente—. Y cuando eso pase, Antonio, será tu turno para recompensarme a mí — dijo mientras se acariciaba el culo.
Antonio sonrió, asintiendo mientras se alejaba. Sus pensamientos quedaron atrapados en la imagen de Fabiola, en su provocadora insinuación, en la cara que ponía cuando se tragaba su polla completamente mientras conducía de regreso a la oficina. Llegó antes de lo esperado, y al entrar, encontró a Johana revisando algunos documentos.
—Oh, vaya, has vuelto pronto —comentó Johana, levantando la vista de sus papeles, visiblemente sorprendida—. Te esperaba más tarde.
Antonio con una sonrisa que intentó disfrazar de normalidad, pero que tenía un toque de picardía que Johana no pasó por alto.
—No, mamá.Fue más rápido de lo que pensaba —respondió, encogiéndose de hombros mientras se dirigía a su escritorio.
Johana notó la sonrisa traviesa en su rostro, pero decidió no decir nada. La curiosidad picó su mente, pero optó por no dejarlo estar, concentrándose en su trabajo. El resto de la jornada transcurrió de manera rutinaria, aunque Johana no podía evitar lanzar miradas furtivas a su hijo, intentando descifrar lo que realmente pasaba por su mente. Cuando finalmente terminó el día, ambos regresaron al chalet. Cenaron juntos, charlando de cosas triviales, pero había una tensión en el aire, una distancia que no solía estar presente entre ellos. Johana, sin embargo, no quiso profundizar en el tema, y Antonio tampoco se ofreció a hablar de lo que lo mantenía distraído. Después de la cena, ambos decidieron irse pronto a dormir. Antonio se recostó en la cama, tratando de alejar la imagen de Fabiola de su mente, pero su sonrisa y las promesas de su último encuentro seguían presentes. Mientras tanto, Johana, se ponía el pijama a su lado, se preguntaba qué era lo que había cambiado en Antonio desde que volvió de la inmobiliaria. El silencio de la noche los envolvió a ambos, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
Pasaron dos días y con ello llegó el jueves. El sol de la mañana se filtraba a través de las persianas de la oficina, pintando líneas doradas sobre el suelo de madera desgastada. Antonio y su madre, Johana, estaban sentados en una pequeña mesa junto a la ventana, compartiendo un almuerzo ligero. La mañana había sido un caos: llamadas telefónicas incesantes, correos electrónicos acumulados y clientes que no dejaban de llegar. Pero ahora, en esa pausa, el aire parecía más liviano.
—Mañana tienes que ir a recoger a tu hermana al campus —le recordó Johana mientras partía un trozo de pan—. Necesita ayuda con la mudanza ahora que terminó el curso.
Antonio asintió, tomando un sorbo de su café ya frío.
—Sí, mamá, no me he olvidado. —Levantó la mirada hacia su madre, sus ojos reflejaban un toque de melancolía—. Aunque la voy a extrañar.
Johana, con una tierna sonrisa, extendió la mano y acarició suavemente el brazo de su hijo.
—Eres un buen hijo y un buen hermano, Antonio —susurró con orgullo—. Estoy muy orgullosa de ti, y por eso tengo una sorpresa preparada para esta tarde.
Antonio, con un destello de impaciencia en la mirada, se inclinó hacia adelante.
—¿Qué es? —preguntó con intrigado.
Pero Johana simplemente sacudió la cabeza, su sonrisa tornándose en una expresión traviesa.
—Tendrás que esperar —respondió, disfrutando de la impaciencia que brillaba en los ojos de su hijo.
La tarde continuó, y la oficina volvió a llenarse del sonido de teclas golpeando. De vez en cuando, Antonio no podía resistir la tentación de preguntar de nuevo sobre la sorpresa, pero Johana se mantenía firme, respondiendo con el mismo aire de misterio y una sonrisilla que apenas podía ocultar. Finalmente, la jornada terminó. Las luces del atardecer teñían la oficina de un naranja cálido cuando Johana se acercó a Antonio, que todavía estaba terminando unos últimos documentos. Con una sonrisa, le pidió que se sentara en la silla frente a su escritorio mientras ella se movía de forma felina a su alrededor.
—Cierra los ojos, cariño—le dijo.
Antonio obedeció, aunque el gesto de impaciencia en su rostro era evidente. Tras unos segundos que le parecieron eternos, escuchando los tacones de su madre al caminar, la voz de su madre sonó como un susurro.
—Ahora puedes abrirlos.
Al abrir los ojos, Antonio vio que su madre estaba en ropa interior. El elástico del tanga sobre su cintura acentuaba sus caderas y su coño se marcaba perfectamente. Siguió subiendo y pudo observar un pequeño bote entre sus apretadas tetas.
—¿Qué eso, mamá? —preguntó, levantándose de la silla de un salto.
— Es… lubricante… lubricante anal — dijo Johana, temblándole ligeramente la voz.
Sin pensarlo, Antonio se levantó y se abalanzó sobre su madre atrapándola con fuerza, y luego le plantó varios besos en su cuello.
— Mamá, llevo días deseándote. No haber podido follarte ha sido una tortura estos días.
Johana se rio suavemente, sintiendo el calor de los gestos cariñosos de su hijo. Mientras lo estrechaba entre sus brazos, una sensación cálida la comenzó a surgir en lo más profundo de su coño. Había acertado con la sorpresa, y polla de su hijo apretando su pubis lo confirmaba.
Antonio cogió el bote de lubricante y lo lanzó a la silla del escritorio y se abalanzó sobre las tetas de su madre.Bajo el sujetador hasta que sus pezones quedaron a su merced mientras ella comenzaba a desnudarlo.El seguía chupando sus pezones y ella se aferraba a su polla dura restregándola por su coño por encima de su tanga.
— Mamá, ven — dijo Antonio guiándola hasta la silla de escritorio — será mejor que quitemos esto — dijo tirando del tanga.
Johana levantó levemente su culo para facilitarle la tarea, para luego poner sus piernas en los brazos de la silla poniendo a disposición de su hijo su ya mojado coño.
— Mira, hijo. Mira cómo me tienes… — decía ella mientras sus dedos jugaban con sus labios tentando a su hijo.
Antonio no se hizo de rogar, clavo su cara entre sus piernas y la oficina quedó impregnada con el sonido de su lengua chapotear en su coño junto con los gemidos de Johana.La lengua del joven bajaba hasta el estrecho agujero del culo haciendo que ella subiera aún más sus piernas.
— Ya… ya, cariño. Déjame a mí ahora — dijo Johana bajando sus piernas e incorporándose mientras su hijo le daba unos últimos lametones.
Las tornas cambiaron, ahora era élera quien levantaba el trasero para que le sacara el calzoncillo quedando su polla tambaleando frente a su madre. Johana no perdió el tiempo y engulló su falo. Lo lamía y succionaba con dedicación hasta que sus babas corrían por los huevos de su hijo. Mientras lo hacía temía el momento de volver a tener ese trozo de carne enterrado en su culo, pero estaba dispuesta a hacer lo que se por complacer a su hijo. Llegado el momento ella tomó el tubo de lubricante y vertió sobre el capullo y lo esparció por todo el miembro con su mano.
— Está vez déjame a mí… —dijo Johana mientras se aplicaba lubricante en su ojete.
Johana le hizo reclinarse en la silla dejando su polla mirando al techo. Ella separo sus piernas y se puso encima de él, con una mano se agarró la silla y con el otro guío la polla de su hijo hasta la entrada de su culo. Cuando la punta presionaba el estrecho agujero ella comenzó a dejarse caer. No sin esfuerzo y algo de dolor fue metiéndose la polla de su hijo en su recto y cuando tuvo media metida pausó unos segundos para acostumbrarse al invasor. Luego comenzó a subir y bajar suavemente. De forma natural el miembro fue ganando terreno con la ayuda del lubricante y cuando se quiso dar cuenta los huevos de su hijo rozaban sus nalgas.
— Uff cariño… la siento tan adentro… — gemía ella mientras se movía lentamente.
Antonio agarraba a su madre por sus caderas mientras sus ojos estaban clavados en los de su madre igual que su polla en su culo. El culo de Johana se iba dilatando poco a poco haciendo sus movimientos hicieran que su ano recorriera gran parte de la polla de su hijo.Para su sorpresa sin darse cuenta sus nalgas estaban chocando con fuerza contra las piernas de su hijo.
— Eres increíble, mamá… — suspiraba Antonio mientras intentaba atrapar con su boca las tetas de su madre.
— ¿Te gusta el culito de mami? ¿Quieres follarlo tu ahora? — le preguntó ella de forma traviesa.
— Eso ni se pregunta, mamá — respondió el abriendo los ojos de par en par — ponte de rodillas en la silla.
— Está bien, hijo. Espera con cuidado… — dijo ella sacándose lentamente la polla de su culo — ahhh — gimió al sentir liberado su recto de la presión.
Intercambiaron de posición, ahora ella de rodillas sobre la silla se apoyaba sobre el respaldo ofreciéndole a su ano. Antonio, con ojos brillantes, se colocó detrás de su madre. Su mano acariciaba su polla mientras con la otra buscaba el bote de lubricante. Con una sonrisa apenas perceptible en sus labios, tomó el bote. Lo agitó con un movimiento fluido, y luego dejó que el líquido se deslizara sobre polla, cubriéndola con un brillo tentador. Sus dedos, ahora impregnados del gel, recorrieron su miembro con delicadeza, asegurándose de que cada rincón estuviera embebido en esa suavidad que prometía liberar cualquier resistencia. El joven, con una atención casi devota, llevó el lubricante hacia la abertura del culo de Johana, donde repitió el ritual. Su dedo, hábil y preciso, se deslizó por el interior, extendiendo el fluido viscoso, con movimientos que eran una combinación de fuerza y delicadeza.
— Méteme la polla… hijo… métela toda en mi culo… despacio… — susurró Johana al sentir el dedo en su interior.
Con una suavidad, llevó su embardunado miembro a la entrada del ano de su madre y lo introdujo lentamente, deleitándose en la sensación del esfínter cediendo bajo su presión. Al principio, los nervios de Johana ofrecieron una ligera resistencia, un vestigio de rigidez que solo sirvió para intensificar el momento, pero pronto, el lubricante hizo su magia, y el falo se deslizó completamente, encajando con una perfección que dejó al joven satisfecho.
— Ohhhh… — gritó su madre al sentir como la polla de su hijo atravesaba su rectó completamente, agarrándose con fuerza al respaldo de la silla para no caerse.
Se movió con suavidad al principio, probando el grado de libertad, y luego, con una fuerza controlada, comenzó a moverse de manera más enérgica, confirmando que el culo de su madre se adaptaba al volumen de su polla, que su madre disfrutaba tanto como él. Al final, con una expresión de triunfo y placer, se quedó contemplando como su polla se perdía repetidamente en el vibrante culo de Johana, ahora dócil y abierto, saboreando las embestidas de su hijo. El joven no solo había robado la virginidad anal de su madre; había conseguido que disfrutara como nunca lo había hecho.Una danza de cuerpos chocando, donde cada estocada, cada penetración, buscaba un nuevo gemido a su madre que no paraba de expulsar fluidos por su coño, cayendo sobre la silla. Johana temblaba de placer, mientras se corría de forma increíble. Un orgasmo recorría su cuerpo como una corriente eléctrica, mientras sentía detrás de ella la respiración de su hijo acompasada con los movimientos de su pelvis que habían comenzado a ser secos y bruscos, anunciando que la polla de su hijo no tardaría en derramar el espeso semen en el interior de su culo.
— Mmmfff… mmfff… — suspiraba intensamente Antonio mientras sin remedio su polla totalmente enterrada en el culo de su madre comenzó a palpitar escupiendo su leche todo lo dentro que pudo.
Las piernas de Johana aun temblaban mientras la extraña sensación que provocaban las palpitaciones del intruso que llenaba su recto de un tibio liquido intensificaba su orgasmo. Ella giró su cabeza hacia su hijo, sus miradas se cruzaron con una mezcla de vergüenza y satisfacción seguida de una sonrisa nerviosa.
— Eres increíble, mamá… — dijo orgulloso Antonio.
Agarro las nalgas de su madre y con cuidado fue sacando su polla lentamente. El ano de Johana se quedó un segundo totalmente abierto hasta que empezó a cerrarse acompasándose con su respiración.
— Dios cariño, no sé cuántas veces me he corrido… — dijo Johana dejándose caer sobre la silla cuando sus piernas ya no pudieron sostenerse más, y sin poder evitarlo su culo dejo escapar el semen de su hijo sobre el asiento — será mejor que vaya al baño — dijo riéndose.
Antonio la ayudo a incorporarse y se quedó mirando de forma divertida como su madre corría de puntillas completamente desnuda mientras con su mano intentaba que no se le saliera por el camino la crema del pastel.
— Vaya desastre… — dijo para sí mismo con una sonrisa, mirando como había quedado su cara silla de escritorio.
Buscó su ropa, mientras reflexionaba sobre él y su madre. El grifo del baño dejo de sonar y Johana contoneando su cuerpo desnudo se acercó a él.
— ¿Vamos a cenar fuera hoy? — preguntó abrazando a su hijo — Mañana te iras a recoger a tu hermana a la residencia, te voy a echar de menos.
— A donde quieras te llevo, mamá — dijo Antonio dándole un tierno beso.
CAPÍTULO 11
Antonio llegó al campus con la cabeza llena de pensamientos sobre su madre, pensando como gestionarían su relación cuando su hermana estuviera en casa. Al aparcar en la zona residencial, el sol comenzaba a ocultarse detrás de los edificios de ladrillo rojo, y su hermana lo esperaba afuera, apoyada contra la puerta. Vestía unos shorts ajustados y una camiseta con la que se podía intuir que no llevaba sostén, su cabello recogido en un moño despreocupado, y al verle llegar, esbozó una sonrisa que, por alguna razón, Antonio encontró más luminosa de lo habitual.
— Gracias por venir, hermanito — dijo Cristina, sonriendo de una manera que hizo que Antonio sintiera un extraño calor en el pecho.
— No hay de qué. Vamos a ponernos manos a la obra — respondió él después de darle un beso y abrazarla cálidamente.
Subieron a su habitación, un pequeño espacio que estaba repleto de todo tipo de objetos, testigos mudos del curso universitario de Cristina. Apenas entraron, Antonio se sintió abrumado por la cantidad de cosas que había que empacar. Sin embargo, algo más captó su atención: el desorden, la intimidad desbordada en cada rincón. Ropa tirada por todas partes, pilas de libros que se desmoronaban, y un cajón entreabierto lleno de prendas que apenas podía distinguir en la penumbra. Cristina se acercó a ese cajón, como si intentara ordenarlo primero, pero en el proceso, dejó al descubierto su contenido. Antonio sin poder evitarlo echó una ojeada, ahí, en medio de todo, estaba su ropa interior. Encaje negro, seda, y otros tejidos que le provocaron una reacción inmediata, algo que no había sentido antes por su hermana. Sentía cómo su mirada se pegaba a esos pequeños fragmentos de tela, como si fueran prohibidos. Su mente enseguida comenzó a jugarle malas pasadas y se imaginó a su hermana entallada en aquellas delicadas prendas, algo que no debería estar pensando, pero que, sin embargo, no podía evitar.
— Ups, perdón por el desorden — dijo Cristina, mordiéndose el labio mientras cerraba el cajón de golpe, como si también ella hubiese sentido la tensión que se había formado en la mente de su hermano.
Antonio intentó disimular, pero su mente ya estaba en otra parte,seguía imaginando cómo se vería esa tela contra la piel de Cristina, cómo esos encajes intentarían contener sus pezones. Se obligó a apartar la vista y empezó a recoger algunos libros, pero sus manos temblaban ligeramente, y no era por el peso. Cada vez que ella pasaba cerca, al igual que con su madre sus más oscuros deseos intentaban hacerse con su voluntad. Cristina se inclinó para recoger una caja y, sin querer, su trasero rozó la polla de su hermano, quien se tensó al instante. Era un movimiento inocente, o eso intentaba decirse, pero algo en la manera en que ella se demoró un segundo más de lo necesario lo hizo dudar. El espacio reducido hacía que todo contacto se sintiera más íntimo, más cercano, y en ese momento, Antonio se dio cuenta de que no podía dejar de mirarla.
El ambiente se cargó de una tensión extraña. Antonio intentaba concentrarse en la tarea, pero cada movimiento de Cristina, cada vez que se inclinaba haciendo que la tela del short se metiera entre las nalgas de su culo o alzaba los brazos para guardar algo en las cajas, parecía diseñado para provocarlo. Su camiseta se subía, dejando al descubierto la parte de abajo de sus tetas, y él no podía dejar de imaginar cómo se sentiría deslizar sus dedos por esa suavidad. Entonces, mientras acomodaba algunos libros en una caja, sus manos tropezaron con algo más. Al mirar, vio que era una de esas prendas de encaje que antes había intentado no observar demasiado. Cristina se dio cuenta y, con una sonrisa traviesa sin decir nada, alargó la mano para tomarla, pero su hermano, impulsado por algo que no comprendía, la sostuvo un instante más. Sus miradas se encontraron, y en esos segundos cargados de silencio, algo se rompió entre ellos. La tensión que había ido acumulándose desde que él había entrado en esa habitación ahora estaba al borde de desbordarse. Cristina retiró su mano, llevándose la prenda, pero no antes de que los dedos de Antonio rozaran los suyos, enviando una chispa de deseo a través de ambos cuerpos.
Cristina soltó una risa nerviosa, tratando de romper el hechizo. — Esto… esto es un desastre, ¿verdad? — dijo, pero su voz temblaba ligeramente.
Antonio sonrió, pero ya no era la sonrisa despreocupada de siempre. — Sí, un verdadero desastre — murmuró, aunque no estaba seguro si hablaba de la habitación o del torbellino de sensaciones que lo envolvía.
Y así, ambos continuaron empacando, pero cada gesto, cada mirada, traía consigo un extraño sentimiento, algo que ninguno de los dos se atrevía aún a nombrar…
Cuando terminaron de meter todo en las cajas y maletas, la luz del sol había sido sustituida por las farolas que alumbraban los caminos del campus.
— Ufff… por fin, creí que no íbamos a terminar nunca — dijo Cristina resoplando y dejándose caer sobre la cama.
— Si… tenías bastantes cosas por medio — dijo el, mirando furtivamente como se movían libres los pechos de su hermana bajo la escueta tela de la camiseta.
— Nos damos una ducha y vamos a cenar ¿te parece? — dijo ella dando un salto de la cama incorporándose, tratando de animarse.
— Claro, me parece buena idea.
Después de la ducha, cuando ambos se encontraron en la pequeña habitación, el aire parecía más cargado que antes. Antonio no podía apartar los ojos de Cristina, quien salió del baño envuelta en una toalla que apenas cubría sus curvas. Las gotas de agua resbalaban por su piel, y él sentía una mezcla de deseo y nerviosismo crecer dentro de él.
— ¿Puedes girarte para vestirme? — preguntó ella percatándose de como el clavaba su mirada en ella.
— Eh… si claro. Disculpa — dijo Antonio balbuceando.
Por suerte para él, aunque borroso pudo ver la silueta de su hermana en el reflejo de uno de los cristales de la ventana. Sus tetas, aunque no tan grandes como las de su madre, desafiaban a la gravedad con una grácil curva hacia arriba, haciéndolos tremendamente apetecibles.
— Listo — dijo ella dando una vuelta sobre si misma para mostrarle que se había puesto el vestido que él le regaló.
— Estás preciosa, hermanita — dijo el mirándola de arriba a abajo.
— Gracias… hermanito — dijo ella con una picara sonrisa — deja que termine de peinarme y nos vamos.
Tomaron un taxi salieron a cenar. Dispuestos a disfrutar de una agradable velada, pero Antonio apenas recordaba lo que habían comido. Estaba demasiado distraído por la forma en que Cristina lo miraba, por cómo sus labios se entreabrían al tomar un sorbo de vino, dejando una marca húmeda en la copa que él deseaba poder borrar con un beso. La conversación fluía, pero con cada palabra que intercambiaban, su hermana le parecía más y más sensual. Después de la cena, Cristina sugirió ir por unas copas, y Antonio, sin pensarlo demasiado, aceptó. Terminaron en un bar del centro, un lugar ruidoso y abarrotado donde la música se sentía en cada rincón. Se sentaron en una esquina oscura, y las bebidas comenzaron a hacer efecto rápidamente. Antonio notaba cómo sus pensamientos se volvían más osados, más atrevidos, mientras observaba a Cristina moverse al ritmo de la música, sus caderas bailando suavemente en la silla. Después de varias copas, ella lo tomó de la mano y lo arrastró a la pista de baile. El contacto de sus cuerpos era inevitable, pero se sintió más como un choque intencionado que casual. Sus caderas se encontraron, sus pechos rozaban sutilmente el torso de su hermano, y Antonio sintió un tirón de deseo tan fuerte que apenas pudo contenerse. Cada movimiento de Cristina era una provocación, cada roce un recordatorio de lo que podía estar pasando en ese mismo momento si se atrevía a dar el siguiente paso.
El alcohol había desinhibido cualquier barrera entre ellos. Cristina, con una sonrisa traviesa, comenzó a bailar más cerca, frotándose contra él, y Antonio sintió su cómo su polla presionaba su pubis, el placer creciendo a cada segundo. Ella no se detuvo, y su mano vagó por el abdomen de Antonio, deslizando los dedos debajo de la cintura de sus pantalones brevemente, provocándolo sin piedad. Finalmente, el bar cerró, y con una mezcla de risas y tropezones, regresaron al campus. La habitación estaba igual de pequeña, igual de cargada de tensión como antes. Antonio, aun tratando de ser el caballero, se ofreció a dormir en el sillón, pero Cristina lo fulminó con la mirada.
— No seas idiota. Cabemos los dos en la cama, ¿o tienes miedo — le soltó, con una sonrisa que claramente no estaba destinada a tranquilizarlo.
Con el ambiente entre ellos tan cargado, Antonio no pudo negarse. Se quitó la camisa, y Cristina, como si no nada, comenzó a desnudarse con una naturalidad desbordante, pero esta vez, cada movimiento suyo era un espectáculo erótico. Deslizó el vestido por su cuerpo, dejando al descubierto un sostén de encaje negro que se ajustaba perfectamente a sus pechos. La tela siguió deslizándose por sus caderas hasta caer al suelo, quedando solo en esas bragas minúsculas que apenas cubrían su coño. Antonio la observaba, incapaz de ocultar cómo la deseaba. Cristina, sin dejar de mirarlo, desabrochó su sostén y lo dejó caer al suelo. Sus pechos quedaron al descubierto, sus pezones erectos por el frío o quizás por la situación, y Antonio sintió que todo en él quería devorarla.
Cuando se deslizó bajo las sábanas, Antonio se unió a ella, pero la tensión era tan fuerte que apenas podía moverse. Entonces, Cristina, como si quisiera torturarlo, se deshizo de las bragas, tirándolas a un lado y quedando completamente desnuda. El silencio que siguió fue devastador. Antonio podía sentir su cuerpo ardiendo a su lado, cada pequeño movimiento de ella hacía que sus caderas se rozaran contra él, cada respiración se sentía como un susurro que lo volvía loco.
— Hermana… — intentó decir algo, pero ella no le dio tiempo.
Lo besó, pero no fue un beso suave. Fue un beso desesperado, húmedo, lleno de necesidad. Sus lenguas se encontraron con furia, y Antonio no pudo contenerse más. Sus manos se deslizaron por su cuerpo, acariciando cada centímetro de su piel, y Cristina respondió arqueándose hacia él, empujando sus pechos contra sus manos, deseosos de ser acariciados, y sus caderas bailaban buscando más contacto. Antonio deslizó su mano entre las piernas de Cristina, encontrándola húmeda y calienta, y cuando ella dejó escapar un gemido al sentir sus dedos en su coño, él supo que ya no había vuelta atrás. Se movieron frenéticamente, despojándose de la poca ropa que quedaba entre ellos, y cuando finalmente estuvieron piel contra piel, se entregaron completamente al deseo que los había consumido toda la noche.
Antonio se abalanzo sobre las tetas de su hermana, sorprendiéndose de su suave textura y tacto; sin dudarlo un instante más atrapo sus pezones en su boca. Cristina gemía y acariciaba el pelo de su hermano sintiendo como su lengua endurecía sus pezones. Poco a poco fue bajando hasta llegar a su entrepierna, Cristina envolvió sus piernas alrededor de la cabeza de Antonio, atrayéndolo hacia ella, y él hundió su boca en su coño sin pensarlo. El ritmo de su lengua fue salvaje, desesperado, saboreando sus fluidos. Los gemidos de Cristina mezclándose con el chapoteo de la lengua de Antonio. No había más contención, no había más barreras. Lo que habían contenido todo el día ahora explotaba en una furia de deseo y pasión descontrolada. Antonio no podía esperar más y con decisión agarró su polla y la encaminó hacia el coño de su hermana, dispuesto a ensartarla.
— ¡Espera! — grito levemente Cristina cuando notó el roce con sus mojados labios.
Antonio se quedó congelado sin comprender, vio como ella se levantaba hasta un cajón y volvió con un preservativo en la mano. Entonces él se sintió estúpido, no había pensado en eso. Con su madre no había riesgo pues ya no podía quedar embarazada, pero con su hermana debía haber pensado en las consecuencias.
— Déjame a mí — dijo Cristina abriendo el envoltorio del preservativo — antes hay que ponerlo bien duro — dijo de forma traviesa mientras se inclinaba, abriendo la boca dispuesta a engullir el falo de su hermano.
Antonio echo su cabeza al sentir la humedad de la boca, ella no se andaba con remilgos y succionaba con fuerza.
— Vaya tranca tienes, hermanito — dijo Cristina sacudiéndola con su mano, mientras un fino hilo de saliva aun la conectaba con su boca — túmbate… — le pidió.
Él se echó sobre la cama y ella volvió a engullir su polla. Jugaba con ella con su lengua y con sus tetas, dirigiéndole lascivas miradas a su hermano mientras lo hacía. Estaba disfrutando jugueteando con ella, pero su coño demandaba ser penetrado. Cristina sacó el condón y con una sorprendente habilidad para Antonio enfundó su miembro en lubricado látex. Ella no perdió el tiempo, se subió sobre él y levantando levemente una pierna encajó la polla de su hermano en su coño.
— Mmmfff… — suspiraron casi al unísono.
Cristina movía lentamente sus caderas hacia adelante y hacia atrás. Disfrutaba de como aquel trozo de carne iba tensando las paredes de su coño, hasta que esté se amoldó a él y comenzó a subir y bajar.
— Oh… que rica polla… — gemía Cristina pellizcando sus pezones — la tengo que disfrutar bien… — y diciendo esto puso sus manos sobre el pecho de su hermano y apoyada en sus pies se colocó a horcajadas.
Ahora su culo subía y bajaba con fuerza, recorriendo ampliamente el falo de Antonio quien se limitaba a agarrar sus caderas y dejar que su hermana lo cabalgara a placer. Podía notar la diferencia con sus dos maduras amantes, su joven hermana hacia alarde de su juventud demostrando cuanto podía mantener ese ritmo. Sin embargo, ella también deseaba disfrutar de la fogosidad su hermano y al rato de estar golpeando con fuerza sobre su polla se lo hizo saber.
— Vamos hermanito… follame tu ahora… — dijo Cristina completamente llena moviendo lentamente sus caderas.
— Ponte en cuatro, hermanita… — dijo el alzándola de sus caderas hasta que su polla salió del chorreante coño.
Cristina con movimientos casi felinos y una lasciva mirada se puso en posición. Mordiéndose el labio inferior miraba como su hermano, sacudiéndose la polla se acercaba a ella por detrás.
— Mmfff… — suspiró Cristina al sentir el empuje de su hermano, de nuevo sintió como su polla estiraba las paredes de su coño.
Al principio Antonio hacia movimientos amplios y suaves, intentando llegar a lo más profundo de su hermana, pero no pasaría mucho tiempo hasta que el pubis de Antonio comenzara a golpear con fuerza el culo de Cristina, quien arqueaba su espalda cada vez que sentía topar el glande con el fondo de su coño.
Ella lo miraba de soslayo haciéndole saber que le gustaba cuando le daba cachetadas en sus nalgas — Oh…oh…ah… asi dame hermanito… dame fuerte — gemía Cristina. Antonio viendo que a su hermana le gustaba jugar duro quiso comprobar de que pasta estaba hecha y escupiéndose en un dedo lo coloco en la entrada del culo de Cristina haciendo una leve presión. Ella lejos de escandalizarse giró su cabeza y con su sola mirada le hizo saber que podía continuar adelante. El siguió embistiendo a su hermana mientras su dedo iba introduciéndose en su ano.
— Uff hermanita… que culo tienes… — dijo sacando su polla del coño de Cristina y llevándola a su ojete mientras su dedo iba saliendo.
— Espera… — dijo ella girándose.
Antonio en un primer momento creyó que había sido demasiado, pero Cristina le quitó el condón y comenzó a comerle la polla. Su saliva iba resbalando por todo el tronco hasta llegar a sus huevos, escupiéndole buscaba lubricar la tranca de su hermano. Cuando Cristina pensó que estaba lista se volvió a girar mientras con sus dedos mojados se dilataba el ano.
— Métela ahora… pero con cuidado, no seas bruto con mi culito — le pidió intentando poner cara de niña buena.
Él se volvió a colocar detrás de ella y apuntó con su polla, ahora liberada de la prisión del látex, hasta rozar el ojete de su hermana. Con un poco de resistencia al principio el culo de Cristina fue cediendo, pero pronto se fue adaptando a la forma de su polla. Antonio la agarraba de sus caderas, haciendo pequeños movimientos y mientras iba ganando terreno más se iba sorprendiendo de lo fácil que entraba. Jamás hubiera pensado que su hermana, a la que siempre había mirado con ojos inocentes y que ahora no paraba de gemir, disfrutara tanto del sexo anal. Estaba quedando bastante claro que no había sido él, el primero en explorar el estrecho agujero de su hermana.
— Hermanita como me aprietas la polla… ufff… no a durar mucho más asi… — dijo él enterrando completamente su falo en su culo.
— Mmfff… pues dale hermanito… fóllamelo… llénamelo de tu leche… — pidió ella con un hilo de voz.
Antonio no iba a decepcionar a su hermana, en unas suaves metidas y sacadas más su polla empezó a deslizarse en su recto con total libertad. Sus huevos golpeaban el coño de Cristina, sus nudillos se tornaban blancos de la fuerza con la que apretaba las sábanas, aguantando sus salvajes embestidas.
— Aaaahh… aaahh… — gritaba ella, al borde de un prometedor orgasmo.
— Hermanita… hermanitaaaa… me voy a correr… — grito Antonio, con una voz aguda provocada por el placer que estaba sintiendo.
— Dale… Daleeee…. — gritó ella también,desplomándose mientras se corría al sentir los primeros chorros de semen en el fondo de su culo.
Antonio resoplaba, dando unas últimas embestidas buscando vaciar sus huevos completamente. Permanecieron unos segundos más así, disfrutando de sus orgasmos hasta que ella se hizo hacia adelante. La ya medio flácida polla de Antonio salió del culo de su hermana, que expulsaba el abundante semen que había descargado en él.
— Ufff… ha sido brutal… ¿te ha gustado, hermanito? — preguntó ella apartándose el pelo, pegado del sudor en su cara.
— ¿Que si me ha gustado? Me ha encantado — contestó con una sonrisa que no le cabía en la cara — ¿y a ti? — preguntó el dándole una cachetada.
— Ufff, me ha flipado. Pensé que no iba a entrar, porque vaya polla tienes hermanito y lo mejor de todo es que sabes cómo usarla — confesó Cristina mientras con un dedo jugaba con el semen que su ano iba expulsando lentamente.
Ambos entraron en el baño, se limpiaban los restos de su pecaminoso encuentro entre risas traviesas y miradas cargadas de un sentimiento muy diferente al que habían tenido hasta ahora.
— Será mejor que nos durmamos ya, le prometí a mamá que estaríamos pronto allí mañana — dijo el, volviendo a actuar como hermano mayor.
— Si… estoy reventada… nunca mejor dicho — bromeó ella mientras se mentían en la cama, provocando carcajadas entre ambos.
Antonio se colocó detrás de su hermana, abrazándola, disfrutando del contacto de la piel desnuda hasta que el sueño les venció.
La mañana siguiente, la luz del sol que se colaba por las cortinas fue lo que los despertó. Antonio abrió los ojos primero, dándose cuenta de la realidad antes que su hermana. Estaba acostado junto a ella, con su cuerpo desnudo bajo las sábanas enredadas. Por un momento, el recuerdo de la noche anterior le hizo sonreír, pero pronto la realidad lo golpeó como un balde de agua fría. Había cruzado de nuevo una línea, ahora tenía un secreto más que ocultar a su madre. Cristina se movió a su lado y despertó lentamente. Cuando recordó dónde estaba y con quién, un rubor se extendió por sus mejillas. Ambos se quedaron en silencio, evitando mirarse directamente, sintiendo el peso incómodo de lo que había pasado. Antonio se levantó primero, buscando su ropa esparcida por la habitación, tratando de cubrirse lo más rápido posible. Cristina hizo lo mismo, su cuerpo aun exhibiendo los rastros de la pasión de la noche anterior, pero su mente ahora estaba en otro lugar, buscando algo de normalidad en medio de lo que se había desatado entre ellos.
No hablaron mientras se vestían. El silencio era denso, lleno de preguntas que ninguno de los dos sabía cómo formular. Al final, cuando estuvieron listos, comenzaron a empacar las últimas cajas en el coche de Antonio. La actividad física, el hecho de concentrarse en algo tan mundano, parecía ayudar a romper la incomodidad. Lentamente, la tensión empezó a disiparse y la familiaridad volvió a aparecer entre ellos. Las miradas furtivas que se habían evitado durante los primeros momentos de la mañana empezaron a volver, ahora cargadas con una mezcla de complicidad y una pizca de timidez que antes no estaba presente. Cristina fue la primera en reírse de algo trivial, un sonido ligero que rompió la rigidez, y Antonio pronto la siguió, riéndose también, aliviado de que la incomodidad se estuviera disipando. Mientras cargaban las maletas y cajas en el coche, las bromas entre ellos de siempre comenzaron a surgir, como si el sol de la mañana se hubiera llevado los últimos vestigios de la vergüenza que sentían. Ya en el coche, el camino de regreso a la ciudad transcurrió tranquilo, con música de fondo y conversaciones. Sin embargo, a mitad del trayecto, Cristina, que había estado mirando durante rato el paisaje por la ventana, le pidió a Antonio que se detuviera en una arboleda. Antonio, sin cuestionar mucho, aparcó el coche a un lado del camino, el lugar era tranquilo, aislado, rodeado de árboles que proyectaban sombras largas en el suelo.
— ¿Por qué paramos aquí? — preguntó Antonio, algo desconcertado. Cristina no respondió de inmediato, pero en lugar de hacerlo, se inclinó hacia él, mirándolo a los ojos con aquella chispa de la noche anterior.
— Porque quiero agradecerte la ayuda, hermanito, por todo — dijo ella, su voz suave — y con mamá en casa no podré hacerlo como se debe.
Él abrió la boca para decir algo, pero las palabras murieron en su garganta cuando vio a Cristina echar hacia atrás el asiento y deslizarse hacia él, abriendo el cierre del pantalón su intención era clara. El corazón de Antonio comenzó a latir con fuerza cuando Cristina se inclinó sobre él, su boca encontrando la suya en un beso, tirando del pantalón de su hermano no dejaba dudas sobre lo que vendría después. El sabor de ella era familiar ahora, pero no menos excitante, y cuando sus labios se separaron, ella no perdió el tiempo en seguir con lo que tenía planeado hacer. Cristina bajó lentamente, sus manos deslizándose por la polla de Antonio, rozándolo justo para que él suspirara. Lo miró con esa sonrisa traviesa, antes de inclinarse más, sus labios rozaron la cabeza de su polla antes de tomarla completamente en su boca. Antonio jadeó, sorprendido, pero pronto el placer se apoderó de él, y cualquier pensamiento de detenerla se desvaneció.
El coche, aislado en medio de esa arboleda, se llenó de los sonidos de la respiración de Cristina intentando engullir todo, de los susurros que escapaban de los labios de Antonio mientras sentía el calor de su boca, con una habilidad que parecía hecha para desarmarlo. Ella lo miraba de vez en cuando, sus ojos brillaban con picardía, disfrutando tanto del control que tenía sobre él en ese momento como del placer que estaba proporcionando. El tiempo pareció detenerse para Antonio, cada segundo prolongándose en una eternidad de sensaciones. Cuando finalmente sintió que el clímax se aproximaba, él intentó advertirla, pero Cristina no se detuvo. Siguió hasta que lo sintió explotar en su boca, tragando todo lo que él expulsaba, recorriendo su polla antes de separarse, lamiéndose los labios con satisfacción.Antonio, aun jadeando, la miró con una mezcla de incredulidad y adoración.
— Eso… fue… inesperado ¿te lo has tragado? — logró preguntar entre respiraciones irregulares.
Cristina solo sonrió y, con un guiño, regresó a su asiento.
— ¿Mamá también se lo traga? — preguntó ella mirándole directamente a los ojos, como si quisiera hipnotizarlo.
Como un rio helado un escalofrió recorrió la espalda de Antonio, aún estaba guardándose la polla dentro del calzoncillo comenzó a balbucear — ¿Qué sabes tú de eso?… — ¡Mierda! Exclamó por dentro — quiero decir ¿de qué hablas? — preguntó intentando disimular.
Su hermana se retorció de risa en el asiento del copiloto — Antes solo lo sospechaba, pero ahora me lo acabas de confirmar — contestó ella disfrutando del momento — Que bobo eres a veces, hermanito. Siempre he sabido hacer que confieses — dijo riéndose.
Viendo la actitud de su hermana, Antonio se relajó un poco incluso una sonrisa contenida se dibujó en su cara.
— ¡Que fuerte! — exclamó Cristina mirando al techo del coche, como intentando imaginarse a su madre y a su hermano follando — aunque bueno lo nuestro anoche no fue menos — dijo ella ahora, volviendo a ser consciente de cómo le palpitaba aun el ano por la follada de la noche anterior.
— Por favor, no le digas nada. No le hagamos pasar ese mal rato — dijo casi suplicando Antonio.
— Si, tranquilo. Aunque a partir de ahora va a tener que compartir su juguetito — dijo Cristina volviendo a mirar a su hermano con una mirada felina, como una pantera a punto de saltar sobre su presa, llegando incluso a intimidar a su hermano.
El resto del viaje transcurrió alrededor de la relación de Antonio con su madre.La complicidad ahora palpable entre ellos, hacia que hablaran sin tapujos con todo lujo de detalles. La ciudad apareció en el horizonte, inevitablemente algo había cambiado entre ellos, algo que ambos sabían que no podrían controlar. Al llegar al chalet, Johana salió a recibirlos al escuchar el motor del coche.
— Que alegría de tenerlos aquí a los dos de nuevo — dijo Johana abrazando a sus hijos y recibiendo los gestos de cariño de ellos.
Antonio se sintió algo incomodo, viendo como su madre lo miraba. Conocía esa mirada deseo, de forma disimulada, creyendo que su hija no sabe nada de su incestuosa relación. Cristina por su parte miraba cada gesto de su madre, aun intentaba asimilar que aquella tierna mujer que los había criado y cuidado desde que vinieron al mundo hubiera sido capaz de llegar tan lejos. Sin embargo, ahora la veía como una mujer, no como a una madre, con sus deseos y anhelos sexuales al igual que ella; y eso comenzó a excitar a Cristina.
CAPÍTULO 12
Antonio estaba reventado. Su empresa de criptomonedas iba como un tiro, pero el éxito le pasaba factura. Tenía 23 años y ya estaba atrapado en una vorágine de trabajo y lujuria. Cristina era un pequeño alivio en la empresa echándole una mano durante las vacaciones, pero también se había metido en su cama. Ella lo miraba con esos ojos traviesos, sabiendo perfectamente que no era la única. Su madre, no solo le organizaba la agenda. En cuanto tenía oportunidad de estar un tiempo solos no dudaba en reclamarle atención a su hijo. Ahora teniendo que esconderse aún más con Cristina en casa cada encuentro con ella era sucio y desesperado; él, agarraba con una mezcla de ternura y fuerza, sus manos recorriendo cada centímetro de su cuerpo, y ella, sumisa, se dejaba hacer. Johana aprendió cosas que ni sabía que quería, y aunque cada vez terminaba con algo de culpa por tan inmoral relación con su hijo, siempre volvía por más.
Luego estaba Fabiola. La agente inmobiliaria que,a pesar de sus 50 años, estaba en mejor forma que muchas chicas jóvenes. Su boca era sucia, y sus encuentros aún más. Cuando se encontraban en el apartamento vacío, ella lo tomaba sin preámbulos. Las paredes se llenaban con el sonido de sus cuerpos chocando, con sus gemidos ahogados. Fabiola lo dominaba con su lujuria desmedida. No había suavidad en ella, solo deseo animal. Cristina, a pesar que solo conocía la mitad de la historia,disfrutaba viendo cómo su hermano se ahogaba en su propia red de engaños y sexo. Cada vez que la follaba, Cristina lo provocaba, le recordaba lo que sabía, disfrutando de su desesperación. Y él, atrapado en su propio laberinto, no podía dejar de desearla, aunque supiera que eso solo complicaba todo. El trabajo lo estaba matando, pero eran aquellas tres mujeres lo que lo tenía al borde del abismo. Entre reuniones y llamadas, los furtivos encuentros con ellas lo dejaban vacío y lleno al mismo tiempo. No podía más, pero tampoco podía parar. Necesitaba el placer tanto como el aire. Estaba al borde de explotar. La empresa, las mujeres, el sexo… todo lo arrastraba hacia un punto sin retorno. Sabía que algo tenía que ceder, pero no sabía qué haría cuando eso sucediera.
Antonio nunca imaginó que sería él quien terminaría cediendo, mente y cuerpo. Una tarde, mientras trabajaba frente al ordenador, el calor comenzó a envolverlo. El cuello de su camisa se sentía como una soga apretándole la garganta, robándole el aire. Todo a su alrededor se volvía confuso, las paredes parecían cerrarse sobre él. Se levantó torpemente, tambaleándose, pero antes de que pudiera darse cuenta, se desplomó sobre la moqueta, a solo un paso de golpearse la cabeza contra una mesa.
Cristina y Johana saltaron de sus escritorios al unísono, gritando con pánico en sus voces.
—¡Antonio! —gritó su hermana, corriendo hacia él.
—¡Hijo! —exclamó su madre, siguiéndola de cerca.
Antonio intentaba abrir los ojos, pero todo le daba vueltas. Las voces sonaban lejanas y distorsionadas, como si vinieran desde el fondo de un túnel. Finalmente, todo se volvió negro. Cuando volvió a abrir los ojos, una sensación de calma lo invadía, una paz que hacía mucho no sentía. Poco a poco, su visión se fue aclarando, y al girar la cabeza, vio a su hermana sentada a su lado. Ella, al notar que estaba despierto, corrió hacia la puerta y gritó con toda su fuerza:
—¡Mamá, llama al médico, está despierto!
Cristina volvió a su lado y, tomando su mano con suavidad, le preguntó:
—¿Cómo te sientes?
Antonio, aún aturdido, intentó responder.
—No lo sé… todo me da vueltas… —susurró, tratando de enfocar su mente.
Johana entró en la habitación como un torbellino, con el rostro desencajado.
—Ya viene el médico, ¿cómo te sientes? —dijo, agarrando la otra mano de su hijo.
—Me siento… cansado… —respondió Antonio, sintiendo la preocupación en los ojos de ambas mujeres.
Minutos después, el médico llegó. Tras examinarlo y hacerle algunas preguntas, se dirigió a Antonio con un tono serio.
—Lo que has tenido es un episodio de estrés. Tu cuerpo te está avisando de que no puedes seguir a este ritmo, según me han dicho has estado trabajando mucho últimamente —dijo el médico, mientras guardaba sus instrumentos.
Antonio asintió débilmente. Sabía que el médico tenía razón; las semanas de trabajo intenso y los encuentros apasionados con las tres mujeres lo habían llevado al límite.
—Voy a ponerte un calmante para que descanses —continuó el médico—. Necesitas desconectar y recuperar fuerzas.
Cristina y Johana se dispusieron a salir de la habitación, pero Antonio detuvo a su hermana sujetando su mano.
—Cristina, espera un minuto… necesito hablar contigo —dijo Antonio, mirando a Johana, indicándole que saliera primero.
Cuando se quedaron solos, Antonio tomó aire y soltó lo que tenía atorado en el pecho.
—No puedo seguir guardando este secreto. Tengo que decírselo a mamá—confesó, con la voz temblorosa.
Cristina lo miró fijamente y, tras un momento de silencio, respondió.
—Sí, ella debería saberlo… pero no ahora. Prométeme que esperarás hasta que te recuperes —pidió, tomando su mano con fuerza—. No debes preocuparte por eso ahora.
Antonio, agotado, asintió lentamente.
—Lo prometo… —murmuró, antes de volver a cerrar los ojos.
Madre e hija se hicieron cargo de la empresa mientras Antonio se reponía. Aunque él intentó ir a la oficina en un par de ocasiones, ellas se opusieron rotundamente, asegurándose de que solo le informaban de lo más importante. Durante unas dos semanas, se encargaron no solo del negocio, sino también de cuidar a Antonio en su chalet. Para sorpresa de ambas, una mañana Antonio entró en la oficina sin previo aviso, saludándolas con un animado «buenos días».
—¡Antonio! —exclamó su madre, sonriendo al verlo.
—Te ves mucho mejor —dijo Cristina, acercándose también.
Antonio asintió, agradeciendo la calidez en sus voces. Se dirigió hacia su escritorio, deteniéndose un segundo en el lugar donde semanas antes había caído desplomado. Recordó el miedo y la ansiedad que lo habían llevado hasta ese punto, pero dejó que esos pensamientos se desvanecieran. Finalmente, llegó a su escritorio, se sentó y pasó sus manos por la pulida superficie de la mesa. Había extrañado esa sensación. Ese día se limitó a ponerse al tanto de lo sucedido en su ausencia. Cuando llegó la hora del almuerzo, sintió un poco de fatiga.
—Mejor me voy a casa a descansar —dijo, levantándose—. No quiero repetir los errores del pasado.
—Te llevo —se ofreció Cristina.
—No te preocupes, tomaré un taxi —respondió él, despidiéndose con un beso en la mejilla de ambas.
El día terminó y, como de costumbre, las dos mujeres se dirigieron al chalet directamente. Ya estaba anocheciendo cuando entraron, y un delicioso aroma a comida casera llenó el ambiente. Se encaminaron a la cocina, justo cuando Antonio sacaba un humeante pollo asado del horno.
—¡Bienvenidas! —dijo Antonio, sonriendo, pero rápidamente soltó la bandeja caliente, quemándose los dedos. Las carcajadas de ambas resonaron en la cocina.
Antonio se rio también, y acercándose a ellas, las tomó por la cintura.
—Vamos al salón, por favor —dijo, retirándoles las sillas con un gesto caballeroso.
—¡Qué atento estás hoy! —dijo su madre, bromeando.
—No te acostumbres demasiado —replicó él, con una sonrisa traviesa.
Antonio ofreció vino, sosteniendo dos botellas. Cristina eligió un vino blanco afrutado, mientras Johana prefirió el tinto. El ambiente se volvió cálido y relajado mientras disfrutaban del vino y conversaban. Antonio sirvió el pollo y, tras una cena deliciosa, se ofreció a retirar los platos. Las dos mujeres continuaron bebiendo sus copas, sin sospechar lo que estaba por venir. De pronto, Antonio se volvió hacia Johana con una seriedad inusual en sus ojos.
—Mamá, hay algo que debo confesarte… —dijo, con la voz firme, pero con cierta tensión en el rostro.
Johana lo miró fijamente, sin decir nada, esperando a que continuara.
—Cristina sabe de nuestra relación —continuó—. Y… bueno, también hemos estado teniendo sexo.
Johana sonrió, para sorpresa de Antonio, y acercándose, le acarició la mejilla.
—Ya lo sé, cariño —dijo ella suavemente.
—¿Cómo…? ¿Cómo lo supiste? —preguntó Antonio, completamente desconcertado.
—Se lo conté yo, el mismo día que te desmayaste —intervino Cristina, tomando un sorbo de vino.
—¿Estás enfadada? —preguntó Antonio, aún preocupado por la reacción de su madre.
—No, Antonio, no somos una pareja en el sentido tradicional. No me debes fidelidad… además, después de todo lo que hemos hecho quien soy yo para cuestionaros, estoy dispuesta a compartirte con tu hermana—respondió Johana mirando de forma traviesa a su hija, dejando a Antonio visiblemente aliviado.
Pero aún quedaba algo que lo corroía por dentro, algo que no podía seguir guardando.
—Tengo que sincerarme con ambas… para que no haya más secretos entre nosotros —dijo, tomando aire antes de soltar la verdad—. He estado viéndome con Fabiola también.
Las dos mujeres se miraron sorprendidas, aunque ninguna lo reprochó.
—Es normal, hijo—dijo Johana, finalmente—. Estás en una edad de experimentar. Solo espero que hayas usado protección.
Antonio, sintiéndose un poco orgulloso, respondió:
—No… Fabiola ya no puede tener hijos.
El rostro de Johana cambió al instante, frunciendo el ceño.
— Ahora si estoy enfadada ¡El embarazo no es lo único! —exclamó, con firmeza—. Hay enfermedades, Antonio. Podrías habernos contagiado.
Antonio agachó la cabeza, su orgullo se desvaneció al instante.
—Lo siento… lo siento mucho —murmuró, sintiendo la presión en el pecho.
Johana, suavizando su tono, suspiró.
—Solo prométeme que usarás protección cuando estés con Fabiola —dijo, más calmada.
—No va a ser necesario, mamá… no volveré a tener encuentros con ella —respondió Antonio, con sinceridad.
Aunque no quería cortar la libertad de su hijo, Johana no pudo evitar sentir alivio. La tensión que había llenado el ambiente se disipó lentamente, dejando una sensación de comprensión y nuevos límites. Antonio, habiendo confesado todo, finalmente se sintió en paz.
EPÍLOGO
Todo parecía volver a la normalidad, pero para Antonio, la normalidad tenía un sabor mucho más intenso y prohibido. Las miradas cargadas de deseo entre él, Cristina y Johana se habían vuelto parte de la rutina, no teniéndose que ocultar. Era viernes cuando ambas mujeres le pidieron salir temprano para «comprar ropa».
—Si van a comprar ropa, tendrán que mostrármela después —dijo Antonio, su voz dejando claro lo que realmente esperaba.
Johana le lanzó una mirada cargada de malicia y le respondió:
—Lo verás todo, hijo.
Cuando llegó al chalet esa noche, el lugar estaba sumido en la oscuridad, salvo por una tenue luz que provenía del dormitorio. Antonio sintió una mezcla de nervios y excitación, su respiración acelerada mientras se acercaba. Al abrir la puerta, la imagen que lo recibió fue más de lo que había imaginado. Su madre y su hermana estaban allí, vestidas con lencería que apenas cubría sus tetas. Las medias de rejilla se aferraban a sus muslos, y los tacones altos hacían que sus figuras lucieran más provocativas que nunca. Cristina llevaba un conjunto negro, resaltando la juventud de su piel, mientras Johana, en un rojo ardiente, emanaba una sensualidad que solo una mujer madura puede crear.
Sin darle tiempo para procesarlo, ambas mujeres se acercaron a él, sus manos recorriendo su cuerpo, desabrochando su ropa con rapidez. Sus manos eran suaves pero sus movimientos firmes, y Antonio se encontró desnudo antes de poder decir una palabra. Cristina fue la primera en actuar, arrodillándose frente a él, tomando su polla en su boca con una habilidad que lo dejó temblando. Sus labios se movían recorriendo su polla con una maestría que lo hacía gruñir de placer. Johana lamia su cuello mientras le decía cosas obscenas.
—¿Te gusta? ¿Quién te la chupa mejor? — preguntó ella haciéndose la inocente.
— No sé, mama. Tendría que comprobarlo — dijo el.
Johana sin apartar la mirada a su hijo fue bajando y quitándole la polla de la boca a su hija la sustituyó por la suya. Su madre se la mamaba mientras su hermana hacía lo propio con sus huevos, esperando que fuera su turno de nuevo.
— Venga, mamá. No la acapares toda — dijo Cristina tirando de la cabeza de su madre, quien tenía la polla de su hijo atascada hasta su garganta.
— Ahhh… — suspiro Johana recuperando aire — Bueno ¿y bien? — pregunto Johana.
— Bueno tú le has tragado entera, vamos a darle la oportunidad a ella — dijo mirando a su hermana.
Cristina no se hizo de rogar, pero, aunque le puso empeño no fue capaz de hacerlo tan profundo como su madre. — Ahhh… no puedo tan profundo, creo que gana mamá — dijo Cristina resignada.
— Entonces, voy a disfrutar de mi premio — dijo mientras se sentó sobre su hijo.
Aparto el diminuto tanga a un lado y se dejó caer sobre su polla. Entre sus salivas y sus propios fluidos se deslizó por su coño como un cuchillo en la mantequilla. Johana sacó sus tetas para que su hijo las viera moverse al compás de sus movimientos.
Mientras tanto, Cristina los miraba con ojos llenos de deseo, sus manos bajando por su propio cuerpo, asegurándose de que Antonio viera cada movimiento. Sacó un frasco de lubricante y, sin romper el contacto visual, se colocó en cuatro y vertió lubricante generosamente entre sus dedos antes de aplicar el gel sobre su ano, masajeándolo lentamente.
—¿Te gusta lo que ves? —le susurró Cristina, su voz ronca por la lujuria.
Antonio solo pudo asentir mientras su madre seguía su labor, alternando entre suaves movimientos y profundas penetraciones. Cristina, al ver la reacción de Antonio, sonrió antes de agacharse y ofrecerle su trasero abriéndolo con sus manos, ya lubricado y brillante bajo la luz tenue.
—Es todo tuyo —dijo con una tierna voz.
Sin pensarlo dos veces, Antonio hizo levantarse a su madre y se colocó detrás de hermana, agarrando sus caderas con fuerza deslizo, sin prisa, pero sin pausa, su erecta polla hasta el fondo de su culo haciendo que ella soltara un gemido de pura satisfacción. Entró en ella con facilidad gracias al lubricante, sintiendo cómo el calor y la estrechez de su ano lo envolvían. Las embestidas fueron rápidas, profundas, y cada una de ellas arrancaba un grito de placer a su hermana. Johana, sin quedarse atrás, se inclinó hacia Antonio, guiando su mano hacia su propio trasero, ofreciéndose de la misma manera que su hija. Con una sonrisa perversa, Antonio tomó el frasco de lubricante, aplicándolo con generosidad en su ojete. Metió dos dedos en el culo de su madre antes de cambiar de sacar la polla del culo de su hermana, dejándola jadeando mientras guio su polla al ano de su madre y penetrándola con la misma intensidad.
El cuarto se llenó con el sonido de los cuerpos chocando, los gemidos y susurros de las tres pecaminosas almas perdidas en el deseo. Antonio se movía entre ambas mujeres, deleitándose en la manera en que sus cuerpos reaccionaban a cada una de sus embestidas. Cristina y Johana, a su vez, se tomaban el tiempo para besarse, sus lenguas entrelazadas mientras Antonio las poseía una y otra vez. Cristina se colocó delante de su madre, abriendo sus piernas le ofreció su mojado coño. Las embestidas de su hijo la tenían casi en trance asi que no dudo en agacharse un poco más y lamer la raja de su hija. La imagen del culo de su madre, abriéndose mientras recibía su polla y la de su hermana siendo lamida por ella fue demasiado y sintió que ya no podía aguantar más, Antonio hizo que ambas se arrodillaran frente a él. Tomó sus cabellos, sacudiendo su polla mientras se liberaba en sus bocas abiertas, Antonio luchaba por no caerse cuando los espasmos de su corrida hacían que sus piernas temblaran, viendo cómo compartían el fruto de su placer, lamiendo y besándose mientras saboreaban su semen.
Agotados, cayeron juntos sobre la cama, sus cuerpos sudorosos y satisfechos.
—Esto es lo que necesitaba —murmuró Antonio, con una sonrisa que reflejaba un placer absoluto.
Cristina y Johana rieron suavemente, complacidas y satisfechas, mientras él se preguntaba cómo sería la vida a partir de ahora, con este triángulo de incesto que había transformado su existencia.
Fin
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