Capítulo 1
- Start up, incesto en la blockchain. Parte I
Prólogo
Desde niño, Antonio siempre destacó entre los demás. Su carisma y habilidades innatas para los negocios lo hicieron sobresalir, aunque su rendimiento académico nunca fue el mejor. Antonio prefería aprender a su manera, explorando el mundo de la tecnología y los negocios a través de experiencias prácticas en lugar de los libros de texto. Esta combinación de talento natural y determinación lo llevó a emprender su propia aventura empresarial a los 21 años.
Antonio decidió aventurarse en el mundo de las criptomonedas, una industria en auge que prometía revolucionar las finanzas globales. Fundó una startup con la visión de hacer que las criptomonedas fueran accesibles para todos. Al principio, Antonio se bastaba a sí mismo para manejar todos los aspectos de su empresa. Trabajaba incansablemente, aprendiendo y adaptándose a los desafíos que se presentaban. Sin embargo, a medida que su empresa comenzaba a ganar tracción y atraer la atención de inversores y clientes, Antonio se dio cuenta de que necesitaba ayuda. La carga de trabajo se hacía insostenible y la complejidad de las operaciones aumentaba. Decidió que era hora de contratar personal para asegurar el crecimiento continuo de su empresa.
Antonio inició un proceso de selección riguroso, entrevistando a varios candidatos para el puesto de asistente. Buscaba a alguien que compartiera su visión y pasión por las criptomonedas, pero ninguno de los entrevistados parecía encajar. Cada entrevista terminaba en decepción, dejándolo frustrado y ansioso por encontrar a la persona adecuada que pudiera ayudarlo a llevar su empresa al siguiente nivel.
Capítulo 1
Antonio había tenido una intensa semana de trabajo y las entrevistas para el puesto de ayudante no hicieron más que aumentar su cansancio. Cerró la puerta de la oficina después de que saliera el último aspirante, un joven con un notorio currículum, pero cuya actitud dejaba mucho que desear. Agotado, comenzó a apagar las luces y recogió su mochila con el portátil del que nunca se separaba. Mientras bajaba en el ascensor, se lamentaba de tener que ir a casa de su madre a pasar el fin de semana, tal como le había prometido la semana anterior. Con gusto se hubiera ido directamente a su apartamento a descansar, pero una promesa era una promesa. El ascensor se detuvo en la planta del aparcamiento y Antonio cruzó el solitario estacionamiento, sacando las llaves de su flamante coche nuevo. Metió las llaves en el contacto y escuchó con atención el rugido del motor, un sonido que le encantaba. Se lo había comprado cuando empezó a ganar dinero con su empresa; no era un Ferrari, pero sí un deportivo bastante decente. Apenas había recorrido unos kilómetros cuando su móvil sonó a través del Bluetooth del coche. En la pantalla del ordenador de a bordo apareció la palabra “Mamá” y Antonio pulsó el botón para atender la llamada.
—Hola, mamá. ¿Cómo estás? —contestó.
—Hola, cariño. Bien. ¿Y tú? ¿Ya saliste de trabajar? —preguntó su madre al otro lado del teléfono.
—Sí, todo bien. Ya voy en camino. Creo que llegaré para la cena.
—Genial, cariño. Conduce con cuidado. Besos.
—Besos para ti también. Ahora nos vemos —dijo Antonio antes de colgar.
Puso algo de música para relajar su mente durante el trayecto a casa de su madre. A pesar de sus intentos, las preocupaciones del trabajo no desaparecieron cuando aparcó en la entrada de la casa de sus padres. Antonio abrió con su propia llave y entró. Recorría el pasillo cuando su madre salió del salón a su encuentro al escucharlo llegar. Ella aceleró el paso con una sonrisa, lo envolvió en sus brazos y lo llenó de besos.
—Ya han sido suficientes, mamá —dijo Antonio correspondiendo a su abrazo.
—Cada día estás más guapo, hijo. Hace mucho tiempo que no te veo —dijo ella excusándose.
—Voy a dejar mis cosas en mi cuarto y a darme una ducha.
—Ponte guapo, que saldremos a cenar fuera —le indicó su madre.
—Genial, mamá. ¿A qué hora llega papá?
—Él llegará más tarde, pero dijo que no tenía ganas de ir a cenar fuera —dijo su madre con cierta pena en su rostro.
Antonio se puso serio. La situación del matrimonio de sus padres atravesaba momentos críticos. Su padre había cambiado mucho en los últimos años, tratando cada vez con más indiferencia a su madre y apenas haciendo cosas juntos.
—Bueno, lo pasaremos mejor cenando solos —dijo Antonio, guiñándole un ojo, intentando animarla.
Antonio estaba terminando de prepararse cuando vio a su madre cruzar el pasillo. Llevaba un bonito vestido con flores estampadas, ceñido en la cintura, que acentuaba sus curvas y un recatado escote le daba un punto de sensualidad. El joven se preguntó cómo su padre podía renegar de una esposa tan preciosa. Durante la cena estuvieron conversando. Antonio preguntó por su hermana menor, María, que había comenzado a estudiar la carrera de economía en una buena universidad de otra provincia, gracias en gran parte a que Antonio pagaba la estancia en la residencia de estudiantes.
—¿Y cómo le va a María? —preguntó Antonio mientras cortaba un pedazo de carne.
—Le va muy bien. Se está adaptando perfectamente a la universidad y ya ha hecho varios amigos —respondió su madre, sonriendo con orgullo.
—Me alegra escuchar eso. Sabes que me preocupaba un poco que se sintiera sola tan lejos de casa.
—No te preocupes, hijo. Es una chica fuerte y está aprovechando la oportunidad que le diste.
Antonio asintió, satisfecho con la respuesta. Luego, su expresión se tornó más seria.
—Mamá, ¿cómo están las cosas con papá? —preguntó, observando cómo la sonrisa de su madre se desvanecía.
—Bueno, ya sabes cómo es… —dijo ella, esquivando la mirada.
—Sí, lo sé. Pero me preocupa que no esté haciendo el esfuerzo necesario para que las cosas funcionen entre ustedes.
Ella suspiró y luego cambió de tema abruptamente.
—Y tú, cariño, ¿cómo te va en la empresa con la nueva oficina? —preguntó, forzando una sonrisa.
—Pues, la oficina está bien, pero estoy teniendo problemas para encontrar a un ayudante —respondió Antonio, resignado.
—¿De verdad? ¿Y cómo fueron las entrevistas? —inquirió su madre con genuino interés.
—Un desastre, para ser honesto. Los candidatos no eran lo que esperaba. Necesito a alguien en quien pueda confiar y que sea competente.
Su madre, en un intento de aliviar la tensión, hizo una broma.
—Quizás deberías entrevistarme a mí para el puesto —dijo, riendo ligeramente.
—No es una mala idea, mamá. ¿Te imaginas trabajando conmigo? —respondió Antonio con una sonrisa.
Ella lo miró con sorpresa, pero luego se dio cuenta de que si hijo hablaba en serio.
—Antonio, sabes que trabajé varios años como secretaria en un importante despacho de abogados. Podría ayudarte.
—Lo sé, mamá, y créeme, seguro que harías un trabajo impecable. Necesito a alguien de confianza y con experiencia. Y tú encajas perfectamente en esa descripción.
—Pero ¿no sería extraño trabajar juntos? —preguntó ella, con cierta duda.
—Podría ser al principio, pero creo que nos adaptaríamos. Además, podríamos pasar más tiempo juntos, y podrías ayudarme a manejar la carga de trabajo.
Su madre sonrió, considerando la propuesta.
—¿Estás seguro de que no sería un problema? —preguntó ella, todavía con un poco de reticencia.
—Mamá, confío en ti más que en nadie. Y sé qué harías un trabajo increíble. Además, con todo lo que está pasando con papá, creo que sería bueno para ti tener algo en lo que enfocarte.
Ella asintió lentamente, sopesando sus palabras.
—Está bien, hijo. Si realmente crees que puedo ayudarte, acepto. Pero tendrás que ser un jefe estricto conmigo.
—No te preocupes, seré justo. Y te prometo que juntos sacaremos adelante la empresa —dijo Antonio, tomando su mano y apretándola con cariño.
La cena continuó con un aire de esperanza renovada. Antonio sentía que tal vez esta nueva etapa podría ser positiva para ambos, tanto en lo personal como en lo profesional. Antonio y su madre disfrutaron del resto del fin de semana. A su padre, Emilio, no le fascinó la idea de que su esposa volviera a trabajar, pero como era en la empresa de su hijo, no puso mucho reparo. Antonio se marchó el domingo a primera hora de la tarde, despidiéndose de su madre y quedando en que la recogería a la mañana siguiente para ir a la oficina. Johana pasó la tarde eligiendo ropa para su nueva etapa laboral; aunque fuera en la empresa de su hijo, quería mantener la formalidad. Eligió faldas y suéteres de tonos apagados que, si bien eran austeros, realzaban su figura. Debido a los nervios de volver a trabajar después de tanto tiempo, Johana no consiguió conciliar el sueño hasta tarde.
Capítulo 2
A la mañana siguiente, junto con los primeros rayos de sol, llegó Antonio a casa de sus padres. Llamó a su madre a través del móvil y ella salió a los pocos minutos. Se acercó, contoneando sus generosas caderas, al coche mientras Antonio la observaba; hacía tiempo que no veía a su madre tan radiante y la elogió cuando abrió la puerta del copiloto y entró, con algo de dificultad, en el deportivo coche cuyo interior era bastante estrecho. La falda de Johana se subió un poco dejando ver parte de sus muslos bajo la atenta mirada de su hijo.
—Estás preciosa, mamá —dijo Antonio con una sonrisa cálida.
—Gracias, hijo. Estoy algo nerviosa, pero lista para este nuevo desafío —respondió Johana, ajustando su cinturón de seguridad.
Charlaron durante el camino a la oficina, hablando de cosas triviales para calmar los nervios. Antonio preguntó sobre los planes de su madre para el fin de semana, y Johana le habló de unas recetas nuevas que quería probar. Antonio de forma inconsciente echaba furtivas miradas a los sensuales encantos de su madre. La piel tersa de sus muslos brillaba con los reflejos del sol, si no fuera su madre le hubiera gustado pasar suavemente su mano y sentir el contacto de su piel. Intento centrarse en la conversación sintiéndose culpable por mirar a su madre de esa forma, pero la calle adoquinada no ayudó en ese cometido cuando los pechos de ella empezaron a temblar ante sus ojos. Al llegar, Antonio le propuso parar a comprar unos cafés para llevar antes de entrar.
—¿Te apetece un café antes de empezar? —preguntó Antonio mientras aparcaba sintiéndose aliviado por terminar el torturador camino.
—Claro, suena perfecto —asintió Johana.
Entraron a una pequeña cafetería cercana, pidieron dos lattes y se dirigieron a la oficina. Una vez dentro, Antonio le mostró la pequeña oficina. Ella la había visto en fotos, pero nunca había estado allí. Prácticamente todo era una misma estancia, salvo por un pequeño despacho y un pequeño aseo.
—Es más acogedora de lo que imaginaba —comentó Johana, mirando a su alrededor.
—Sí, es pequeña, pero funcional. Pensaba que sería mejor que estuviéramos juntos en el despacho. ¿Te parece bien? —preguntó Antonio.
—Por supuesto. Así podremos colaborar más fácilmente —respondió ella.
Entre los dos metieron en el pequeño despacho un escritorio y una silla más.Estuvieron codo a codo, moviendo muebles y ajustando el espacio hasta que todo quedó perfectamente dispuesto. Antonio se detuvo un momento para admirar el resultado y tuvo que apartar rápidamente la mirada del redondo culo de su madre, que se encontraba inclinada ajustando su escritorio cuando ella se giró de repente.
—Ha quedado genial, ¿no crees? —dijo Antonio, bebiendo un sorbo de su café para disimular.
—Sí, muy acogedor. Estoy emocionada por empezar —respondió Johana, sonriendo a la vez que abrazaba a su hijo.
El joven pudo notar cómo las tetas de su madre se apretaban con su pecho y el muslo rozó levemente su polla que había comenzado a despertar con tanto estímulo.
— Bueno, será mejor que comience a explicarte un poco cual va a ser tu cometido — dijo Antonio, separándose de su madre al sentirse un poco incómodo.
Antonio comenzó a explicarle sus tareas, mostrándole los archivos y documentos que necesitaría.
—Mamá, aquí están los expedientes de los clientes actuales. Necesito que los organices y actualices cualquier información que falte —dijo, señalando una pila de carpetas.
—Entendido. ¿Alguna preferencia en el orden? —preguntó Johana, tomando nota mental.
—Alfabético estará bien por ahora. También, necesitaré ayuda con la correspondencia y las citas. ¿Te sientes cómoda con el correo electrónico? —preguntó Antonio.
—Sí, claro. No te preocupes, me pondré al día rápidamente —respondió ella, con confianza mientras sacaba sus gafas graduadas de una fina montura metálica.
Pasaron la mañana trabajando juntos. Antonio le mostró cómo usar el software de gestión de la oficina y le dio acceso a las cuentas necesarias. Johana demostró una gran disposición, pero el mundo de las criptomonedas la sobrepasaba. Por el contrario, el tema legal y gestión administrativa era su fuerte, recordando habilidades de su tiempo en el despacho de abogados.
—Es como andar en bicicleta, ¿verdad? —bromeó Antonio mientras observaba a su madre manejarse entre papeles.
—Exactamente. Además, es emocionante aprender cosas nuevas —contestó Johana, riendo suavemente.
Al mediodía, se tomaron un descanso para almorzar. Habían traído algo de casa y aprovecharon para salir a un pequeño parque cercano, disfrutando del sol.
—¿Cómo te sientes hasta ahora? —preguntó Antonio mientras masticaba un sándwich.
—Bien, mejor de lo que esperaba. Me gusta el ambiente y trabajar contigo me da una sensación de seguridad —respondió Johana, mirando a su hijo con cariño.
—Me alegra escuchar eso. Sé qué haremos un gran equipo —dijo Antonio, tocando suavemente la mano de su madre.
Después del almuerzo, regresaron a la oficina y continuaron con las tareas. Johana demostró ser una valiosa ayuda, organizando los documentos y gestionando las citas con eficiencia.
—Mamá, eres increíble. Ya veo que vamos a avanzar mucho con tu ayuda —dijo Antonio, admirado.
—Gracias, hijo. Estoy feliz de poder contribuir. Además, me gusta sentirme útil otra vez —respondió Johana, con una sonrisa de satisfacción.
La jornada laboral pasó rápidamente y, al final del día, ambos se sintieron satisfechos con el trabajo realizado. Antonio estaba especialmente agradecido de tener a su madre a su lado, no solo por la ayuda profesional sino por la cercanía que esto les brindaba.
—Bueno, mamá, ¿lista para otro día mañana? —preguntó Antonio, mientras apagaba las luces de la oficina.
—Más que lista. Esto es solo el comienzo —dijo Johana, con un brillo en los ojos que Antonio no había visto en mucho tiempo.
Salieron juntos de la oficina, satisfechos con el primer día de su nueva andadura laboral. Antonio no podía evitar sentirse optimista sobre el futuro, sabiendo que, con el apoyo y experiencia de su madre, llevaría a su empresa al siguiente nivel. A la siguiente mañana, Antonio aguardaba impaciente en su coche frente a la casa de sus padres, con dos cafés humeantes reposando en el portavasos. Madre e hijo habían superado el primer día de trabajo juntos con éxito.Ahora esperaba que el segundo día fuera igual o mejor.
El sol comenzaba a despuntar en el horizonte cuando su madre finalmente salió de su casa. Llevaba puesto un vestido de hilo color crema, sencillo pero elegante que resaltaba sus anchas caderas con un sutil cinturón. Antonio tragó saliva y sonrió al verla cuando ella abrió la puerta del copiloto. Sus ojos, escondidos tras las gafas de sol observaron descaradamente cada curva del cuerpo de su madre.
— Buenos días, mamá. Aquí tienes tu café, hoy me he adelantado. — Antonio le entregó uno de los vasos mientras ella se acomodaba en el asiento.
— Buenos días, cariño. Gracias por el café, qué detalle. — Johana tomó el vaso con ambas manos y aspiró el aroma. — Huele delicioso.
Antonio arrancó el coche y se incorporaron al tráfico matutino. Durante el trayecto, conversaron sobre el día anterior y los planes para el día que comenzaba.
— Espero que hoy pueda aprender más. Ayer fue un buen comienzo, ¿verdad? — comentó Johana, mirando por la ventana mientras pasaban por las calles.
— Sí, definitivamente. Creo que nos complementamos bien como equipo. Además, tu experiencia en temas legales me alivia mucho. — Antonio le sonrió de manera sincera.
Su madre devolvió la sonrisa y asintió.
— Gracias, hijo. También estoy aprendiendo mucho de tu enfoque en los mercados financieros. Creo que juntos podemos lograr grandes cosas.
Llegaron a la adoquinada calle de la oficina y de nuevo el mismo temblor en los pechos de Johana. Antonio sintiéndose seguro de que su madre no podía ver sus ojos, se deleitó en el hipnótico tintineo de las redondas tetas que una vez fueron su sustento hasta que finalmente aparcaron. Cada uno con su café Se dirigieron a sus respectivos escritorios. Antonio, desde atrás, no perdía detalle del movimiento del generoso culo de Johana tras la fina tela que lo cubría, “¿desde cuándo mi madre es tan sexy?” se preguntó. Johana encendió su computadora y comenzó a revisar correos mientras organizaba algunos documentos. Antonio, respiró hondo intentando sacar de su mente las lascivas imágenes de su madre y se dispuso a concentrarse en su rutina diaria. Verificó el funcionamiento de los sistemas y servidores antes de sentarse frente a las pantallas que mostraban los datos del mercado.
— Bueno, manos a la obra. Vamos a hacer de este día otro éxito, ¿qué dices? — dijo Antonio con determinación, mirando a su madre.
Ella asintió, con una chispa de entusiasmo en los ojos.
—¡Claro que sí hijo! Estoy lista para dar lo mejor de mí.
Durante la mañana, trabajaron en silencio, con el ocasional intercambio de ideas y algunas preguntas de Johana. Sin embargo, Antonio notaba sensuales detalles que desde siempre habían pasado desapercibidos. El sutil vaivén de sus caderas cada vez que su madre se levantaba para buscar algún documento o acercarse a la impresora, la forma en que sus dedos delgados y elegantes ajustaban sus gafas, incluso la manera en que sus labios se fruncían ligeramente mientras se concentraba en alguna tarea. En un momento, Johana se sentó sobre el escritorio de Antonio para mostrarle un documento que necesitaba su firma. La proximidad inesperada de sus piernas hizo que Antonio sintiera un pellizco en su estómago, embriagado por el ligero aroma de su perfume, una mezcla de jazmín y ámbar. Sus ojos, de un marrón profundo, lo miraron con una intensidad que le hizo olvidar por un segundo la conversación.
—Aquí, necesitas firmar en estas tres páginas. Tienes muchas cosas atrasadas por lo que veo —dijo Johana, con su voz suave.
— Si, por qué crees que necesitaba un ayudante — asintió Antonio nerviosamente, excusándose ante su madre como cuando era un niño.
— Si, ya veo — dijo ella sonriendo — ¿Como vas con los impuestos? — preguntó Johana, incorporándose y dándole la seriedad que merecía el asunto.
Antonio tratando de concentrarse en las palabras que ella le decía y no en como la tela del vestido se perdía en la sutil curva de su pubis. Bajó la vista rápidamente y tomó la pluma — Bueno hasta este último trimestre al día, la gestoría que contraté hace un trabajo impecable — contestó mientras firmaba.
Ella tomó los documentos y luego cogió la mano de su hijo, haciendo que Antonio sintiera un escalofrío recorrer su espalda. Levantó la mirada y encontró, a través de los cristales de las gafas, los profundos ojos de su madre fijos en él — Pues ese es un gasto que ya te lo puedes ahorrar, ahora me tienes a mi — dijo con una cálida sonrisa.
La jornada continuó, pero cada detalle del cuerpo de su madre quedó grabado en la mente de Antonio. Cada vez que ella se cruzaba por delante de su escritorio, una tensión electrizante recorría su pecho, bajaba por su estómago hasta llegar a despertar su polla. Era una sensación extraña para él, inesperada, pero imposible de ignorar. Al final del día, Johana se despidió con una maternal sonrisa, le dio un cariñoso beso en la mejilla a su hijo y salió del coche ofreciéndole una última imagen de su culo. Johana hizo un último gesto de despedida con su mano antes de entrar en casa. Antonio se quedó unos minutos más allí detenido, reflexionando. Sabía que debía alejar esos pensamientos incestuosos, pero algo en su interior comenzaba a despertar, una atracción silenciosa pero poderosa hacia esa mujer madura y sensual que estaba descubriendo en su madre.
Capítulo 3
Las semanas pasaron y Antonio se fue acostumbrando a los encantos de Johana. Aunque no pasaban desapercibidos para él, fue capaz de compaginar su atracción con la concentración en el trabajo. La confianza entre ellos creció, forjando una amistad que iba más allá una relación madre e hijo.
Un día, mientras almorzaban en la oficina, Antonio se sintió curioso y decidió preguntarle algo que había rondado su mente desde que empezaron a trabajar juntos.
—Mamá, ¿cómo es que aceptaste volver a trabajar después de tanto tiempo? —preguntó mientras tomaba un sorbo de su bebida.
Johana, que había estado mirando distraídamente su ensalada, levantó la vista y esbozó una pequeña sonrisa, aunque algo triste.
—Bueno, Hijo, dejé de trabajar para dedicarme a nuestra familia. Erais pequeños y quería estar presente para ustedes. Pero ahora, tú te has independizado y tu hermana estudia en otra ciudad —hizo una pausa, su voz bajando un poco—. Y ha sido entonces cuando me di cuenta de que mi relación con papá ha perdido su pasión.
Antonio la miró con atención, notando la tristeza en sus ojos. Se inclinó un poco hacia ella y, con un gesto instintivo, rodeó sus hombros con su brazo, tratando de consolarla.
—Lo siento mucho, Mamá. No debe ser fácil darse cuenta de algo así. Pero ¿sabes? Has sido increíble aquí en la oficina. Me estas ayudando a crecer tanto — dijo el cambiando de tema, buscando animarla.
Johana sonrió levemente, agradecida por su apoyo.
—Gracias, Hijo. Agradezco mucho que me hayas contratado. Me sirve para sentirme útil y despejar mi mente de todas esas cosas que me abruman.
Antonio negó con la cabeza, sonriendo.
—No tienes que darme las gracias, Mamá. Más bien soy yo el agradecido. Gracias a tu espléndido trabajo, la empresa va mejor que nunca. No sé qué haría sin ti.
Johana sonrió más ampliamente esta vez, una chispa de gratitud y afecto en sus ojos.
—Me alegra mucho oír eso, Hijo. Realmente disfruto trabajando contigo y viendo cómo nuestra empresa crece — dijo ella abrazándolo a continuación.
Antonio apretó suavemente su hombro, sintiendo una calidez y conexión profunda con ella.
—Yo también disfruto mucho de tu compañía, Mamá. Eres una gran compañera y ahora una parte vital de todo esto.
Terminaron su almuerzo entre sonrisas cómplices y conversaciones ligeras, disfrutando de la cercanía y la confianza que habían construido. Al regresar a la oficina, el ambiente parecía más ligero y alegre, como si la sinceridad del momento compartido hubiera fortalecido aún más su vínculo. Mientras trabajaban, Antonio no podía evitar pensar en lo afortunado que era por tener a su madre a su lado. A pesar de las dificultades personales que ella enfrentaba, su profesionalismo y calidez habían hecho de la pequeña oficina un lugar donde ambos se sentían motivados.
Los días seguían pasando, y Johana cada vez se sentía más segura y cómoda trabajando junto a su hijo. Esa confianza se reflejaba en su apariencia; empezó a usar ropa más ajustada y provocativa, destacando aún más sus encantos. Antonio no perdía ocasión en dirigir furtivas miradas hacia ella, tratando de mantener la compostura mientras su mente se distraía con la visión de su tentadora madre. Una tarde, mientras Johana estaba concentrada en su escritorio, Antonio notó que un botón de su camisa se había desabrochado, dejando entrever un amplio escote. Una punzada de deseo lo recorrió y, sin poder evitarlo, se levantó con una excusa para acercarse a ella.
— Mamá, ¿necesitas ayuda con esos documentos? —preguntó Antonio, intentando mantener su voz tranquila mientras su mirada se perdía en la suave curva de sus tetas.
Johana levantó la vista y sonrió, ajena a la verdadera razón de su acercamiento.
—Gracias, hijo, pero creo que puedo manejarlo. Aunque si quieres revisar este contrato, no me vendría mal una segunda opinión.
Antonio se inclinó hacia ella, tomando el contrato y sintiendo la calidez que emanaba de su cuerpo. Sus ojos no podían evitar desviarse hacia el escote que se había revelado, llegando a ver el intrincad encaje de su sostén, disfrutando del contraste entre la seda de la blusa y la piel desnuda. Los ojos de Antonio se desviaban del contrato para recorrer la fina línea que formaban sus apretadas tetas, hasta perderse en el valiente botón que las mantenía confinadas. Johana, completamente concentrada en el contrato, no se dio cuenta de la mirada intensa de su hijo no de las palpitaciones que provocaba en su polla. En otra ocasión, fue su madre quien se acercó para mostrarle unos papeles importantes. Se inclinó sobre su escritorio, acercando su rostro al de Antonio, que se perdió en las curvas de sus labios, la suavidad de su piel y el embriagador aroma de su perfume.
—Mira, hijo, este es el informe que tenemos que presentar al cliente mañana. ¿Qué opinas de estas cifras? —dijo Johana, con su voz suave pero firme.
Antonio, sintiendo su aliento cálido tan cerca, apenas podía concentrarse en los documentos que ella le mostraba.
—Sí, claro, déjame ver… —murmuró, tratando de enfocarse en el documento mientras sus ojos vagaban de sus labios al profundo marrón de sus ojos que asomaban por encima de la montura de las gafas, notando cada pequeño gesto y la cercanía de su boca.
Las letras y números bailaban frente al joven, que solo pensaba en cómo sería sentir la boca de su madre envolviendo su polla, sintiendo el calor de su aliento mientras lo miraba directamente a sus ojos, tal y como lo hacía ahora.
—Está… está perfecto, como siempre. Eh… por cierto, tengo que salir —dijo apresurado, sintiendo la necesidad imperiosa de salir de allí o se correría en cualquier momento en los pantalones.
—¿Ah, ¿sí? ¿A dónde? No he visto nada en tu agenda —preguntó extrañada su madre.
—Sí… eh… —“piensa, Antonio, piensa” se dijo a sí mismo—. Es que un amigo me habló de una empresa que va a renovar sus equipos y quieren vender los que tienen ahora. Quizás encuentre algo interesante —dijo finalmente, ganando confianza conforme su mentira le fue pareciendo más plausible.
—Suena interesante, deberías ir. ¿Quieres que te acompañe? —preguntó Johana, para más desesperación de Antonio.
—No, no te preocupes. Además, si cuando vuelva terminamos pronto con lo de mañana, terminamos por hoy.
—Se agradece, hoy estoy especialmente cansada. Pero me tienes que prometer que pararemos a tomar algo por el camino. No quiero llegar temprano a casa —dijo Johana, mientras su rostro se ensombrecía al decir esto último.
Antonio sabía perfectamente a qué se debía el comentario, su padre. Pensó en lo estúpido que era ese hombre, si el tuviera una mujer como su madre, le arrancaría la ropa tan pronto como cerrara la puerta y se la follaría como si fuera el primer día que lo hace.
—Prometido —dijo Antonio, poniendo su mano en el corazón.
—¡Genial! —celebró Johana, dando saltitos de alegría haciendo que sus tetas se agitaran excitando aún más a su hijo si cabía. Con un gesto rápido, arrancó los documentos de los dedos de Antonio y corrió a su escritorio a terminar el trabajo lo antes posible dándole esta vez una imagen perfecta del movimiento de los cachetes de su culo —. Vamos, no te quedes ahí pasmado. Cuanto antes te vayas, antes volverás.
Antonio se levantó de la silla giratoria como un resorte y salió de la oficina con paso acelerado, despidiéndose rápidamente. Se montó en su coche y aceleró en dirección a su apartamento. Por el camino, se sintió culpable de haber dejado a su madre sola con todo el trabajo, pero por razones fisiológicas de fuerza mayor tuvo que hacerlo. Los segundos que tardó la puerta del garaje en levantarse le parecieron una eternidad y, de forma impaciente, aceleraba metiendo el morro del coche un poco más cada vez hasta que por fin pudo pasar. Como una exhalación, subió los escalones de dos en dos, abrió la puerta de su apartamento y se dirigió al dormitorio mientras se quitaba el pantalón. Se tumbó en la cama y se agarró la polla, dispuesto a pajearse. Se imaginaba a su madre entrando en la habitación, acercándose mientras se quedaba completamente desnuda y se subía a la cama con movimientos felinos directa a comerle su erecto mástil para luego subirse a horcajadas sobre él y cabalgarlo con furia. La imagen de las tetas rebotando descontroladas en su mente hizo que se corriera sin control. Antonio respiró por fin aliviado, pero entonces fue consciente del desastre que había formado en su camisa totalmente machada con su propia corrida. No podía volver a vestirse sin más, así que se dio una ducha rápida y se cambió de camisa. Relajado como un monje después de una sesión de meditación regresó a la oficina. Cuando entró todo estaba apagado y se adentró un poco más extrañado.
— ¿Quién soy? — dijo una voz tras él a la vez que unas manos taparon sus ojos.
Evidentemente Antonio sabía que era su madre, pero le siguió un poco el juego disfrutando del tacto de sus tetas en la espalda — Mmm… no sé quién puede ser… no se me ocurre… quizás seas…. ¿mamá? — dijo Antonio finalmente girándose hacia ella y aprovechando la broma rodeó su cintura arrimándola hacia él — ¿Cuánto tiempo llevas ahí escondía?
— Te he visto entrar al edificio por la ventana — dijo Johana riéndose.
Entre las risas de ambos ella se percató de un detalle — ¿Te has cambiado de camisa? — preguntó extrañada — ¿Te has dado una ducha? — volvió a preguntar al notar el aroma a gel de ducha.
“Mierda” se dijo para sí mismo Antonio, no se había percatado de eso — Eh… si… es que me ofrecieron un café y sin querer me manché mucho la camisa y ya aproveché que paré en el apartamento para darme ducha. Perdona que te haya dejado con todo el trabajo, veo que lo has terminado.
— No te preocupes por eso cariño, además aquí tu eres el jefe — dijo ella haciéndole una carantoña traviesa con su dedo en la punta de la nariz — ¿Nos vamos?
— Si, vamos. Tengo una promesa que cumplir ¿Recuerdas? — dijo Antonio quitando su mano de su cintura.
— Si cierto — dijo Johana encaminándose al perchero y poniéndose la rebeca — Uff, a mí también me vendría genial un baño — dijo pasando sus manos por detrás de su nuca y sacando el cabello que había quedado atrapado entre su espalda y la rebeca.
Antonio detrás, ni con la paja que se había hecho podía dejar de fantasear “Yo sí que te daría un baño, pero con mi leche” dijo mentalmente para sí mismo.
—¿Viste algo interesante? — preguntó Johana girándose hacia su hijo.
Antonio desconcertado subió la mirada rápidamente — ¿Qué? ¿De qué hablas? — pregunto creyendo haber sido descubierto mirándola.
— De los equipos que fuiste a ver ¿Estás bien cariño? — preguntó Johana viendo el rostro descompuesto de su hijo.
— Ah… si — dijo Antonio aliviado.
— Entonces ¿Compraste alguno?
— Eh… no, quiero decir no. Eran muy anticuados — dijo casi tartamudeando.
— Anda vamos, parece que te hace falta tomar algo más que a mí — dijo riendo Johana.
— Solo estoy algo cansado — comentó el, riendo nerviosamente.
Antonio condujo hasta un pintoresco bar de ambientación tropical donde hacían unos cócteles deliciosos.
— Oye, pero esto tiene alcohol ¿No? — preguntó Johana mientras ojeaba la carta — no estoy acostumbrada a beber.
— Estos son sin alcohol y luego de izquierda a derecha van subiendo de graduación — le indicó su hijo — Yo tomaré este que es flojo, tengo que conducir.
— Si cierto, hijo — dijo orgullosa de que fuera responsable a pesar de su juventud — yo quiero este — dijo ella señalando uno de la misma columna,pero unas filas más abajo.
El camarero llegó con la bandeja en su mano y puso las copas de colores vibrantes, con cañitas de plástico y sombrillas de papel.
—Por nosotros y nuestro éxito —dijo Antonio, levantando su copa y mirando a su madre a los ojos.
— Brindo por ello— dijo Johana, chocando suavemente su vaso con el de él antes de meter la cañita en su boca y tomar un sorbo.
La conversación fluyó con facilidad, llena de risas y anécdotas de la oficina. Johana, parecía más relajada de lo habitual. El efecto del cóctel, aunque de baja graduación, la desinhibió ligeramente. Se reía con más frecuencia, y sus ojos brillaban con una chispa traviesa que Antonio encontraba irresistible.
—¿Recuerdas aquella vez que casi enviamos el contrato a la dirección equivocada? —dijo Johana, riendo.
Antonio asintió, sonriendo ampliamente.
—¡Cómo olvidarlo! Menos mal que te diste cuenta a tiempo. Siempre estás salvándome, mamá.
Johana se inclinó hacia adelante, su risa suave y melodiosa llenaba el aire. El movimiento acentuó su escote, y Antonio tuvo que esforzarse por mantener la mirada en sus ojos, aunque la vista de sus tetas era tentadora.
—Bueno, ¿qué sería de ti sin tu madre? —bromeó Johana, mirándolo con afecto.
—No quiero ni pensarlo —respondió Antonio, su tono medio en broma, medio en serio.
A medida que las bebidas se vaciaban y la charla continuaba, Johana se relajó aún más. Se pasó una mano por el cabello, soltando algunos mechones que caían alrededor de su rostro, dándole un aire despreocupado y sensual. Antonio no pudo evitar admirarla, notando cómo el escote de su blusa se revelaba más con cada movimiento.
—Sabes, hijo —dijo Johana, su voz tomando un tono más bajo y confidencial—, me alegra muchísimo haber tomado la decisión de volver a trabajar. Este tiempo contigo en la oficina está siendo reparador y muy especial para mí.
Antonio sintió una oleada de calidez en su pecho. Se inclinó hacia ella, acercando sus rostros.
—Para mí también, mamá. No solo por el trabajo, sino por nuestra relación. Me has enseñado mucho.
Johana sonrió, y por un momento, ambos se quedaron en silencio, la intimidad del momento rodeándolos. Antonio sintió que el aire se volvía más denso, cargado de una electricidad que no había sentido antes. Su mirada bajó involuntariamente al escote de su madre, disfrutando de la visión antes de volver a encontrar sus ojos.
—¿Sabes? Deberíamos hacer esto más a menudo —dijo Johana, su voz ahora más suave, casi un susurro.
—Definitivamente —respondió Antonio, su voz igual de baja, sintiendo que la distancia entre ellos parecía disminuir aún más.
No podía evitar sentirse cada vez más atraído por su hermosa madre, mientras que ella, sin darse cuenta, lo cautivaba con su naturalidad y su encanto.Finalmente, con sus bebidas agotadas hacia rato, decidieron volver a casa.
Al día siguiente, Antonio y Johana llegaron a la oficina, intercambiando sonrisas recordando lo bien que lo pasaron el día anterior.
—Por fin es viernes —dijo Antonio, estirándose antes de sentarse en su escritorio.
—Sí, por fin —respondió Johana, sonriendo mientras se acomodaba en su lugar.
Para alivio de Antonio, ese día tenían una reunión con unos potenciales clientes, y la importancia de la misma le ayudó a concentrarse y a despejarse de la tensión que su madre le provocaba cada día. La reunión comenzó tensa, con los clientes mostrando poco interés y dudas sobre la viabilidad del proyecto. Antonio sentía que el encuentro iba a ser un fracaso, pero entonces Johana intervino.
—Señores, permítanme explicarles cómo esta inversión puede beneficiarles de manera concreta —dijo Johana, tomando la iniciativa con una seguridad y carisma que dejó a su hijo sorprendido.
Con claridad y persuasión, Johana expuso los puntos clave, destacando los beneficios y disipando las dudas de los clientes. Poco a poco, la atmósfera cambió, y lo que parecía ser un fracaso se transformó en un rotundo éxito. Los clientes, finalmente convencidos, acordaron los detalles. Una vez los clientes se marcharon, Antonio estaba loco de contento. Se acercó a su madre con una sonrisa de oreja a oreja y la abrazó.
—¡Mamá, lo hiciste increíble! No sé cómo agradecerte esto. ¡Salvaste la reunión! —dijo Antonio, abrazándola efusivamente.
—Me alegra haber podido ayudar, hijo —respondió Johana, devolviéndole el abrazo con calidez.
—Mira, como agradecimiento, te doy el resto del día libre. Te lo mereces más que nadie —dijo Antonio, con una mirada de sincero agradecimiento.
Antonio llevó a su hasta su casa en su coche. Durante el trayecto, charlaron sobre sus planes para el fin de semana.
—Voy a irme con un amigo a su apartamento en la playa —dijo Antonio, visiblemente emocionado.
—Eso suena genial. Relájate y disfruta —respondió Johana, aunque en su voz había una pincelada de melancolía.
—¿Y tú, mamá? ¿Qué planes tienes? —preguntó Antonio, notando el tono de su voz.
—Oh, nada especial. Mi fin de semana no parece muy prometedor, conociendo a papá… —dijo Johana, mirando por la ventana.
Antonio la miró de reojo, sintiendo una mezcla de empatía y preocupación.
—Oye, ¿por qué no vienes con nosotros? Podrías relajarte y pasar un buen rato. Sería divertido —sugirió Antonio, con una sonrisa animada.
Johana sonrió, agradecida, pero negó con la cabeza.
—Gracias, hijo, pero no quiero estropear el fin de semana a dos jóvenes como ustedes. Además, tengo cosas que hacer en casa —dijo, aunque en su mirada había un destello de agradecimiento sincero.
Finalmente, llegaron a la casa de Johana. Antonio estacionó el coche y se despidieron con un cálido beso en la mejilla, un gesto que dejó a Antonio deseando más.
—Descansa, mamá. Y recuerda, si cambias de opinión, siempre serás bienvenida —dijo Antonio, sonriendo.
—Gracias, hijo. Pásalo bien en la playa —respondió Johana, devolviéndole la sonrisa antes de salir del coche.
Una vez su madre cerró la puerta tras de sí, pisó el acelerador de su coche y se alejó en dirección a su apartamento
Capítulo 4
Antonio disfrutó de su fin de semana en la playa, aunque el clima no permitiera bañarse. Junto a su amigo, pasaron horas en un pequeño bote pescando y disfrutando del mar. Sin embargo, mientras observaba la tanza de su caña, su mente volvía una y otra vez a Johana, recordando cada curva de su cuerpo y su cálida sonrisa. Era la última hora del domingo cuando Antonio entró por el portal de su apartamento. Subió en el ascensor, y cuando las puertas se abrieron en su planta, se llevó una sorpresa mayúscula: su madre estaba sentada en el suelo junto a la puerta de su apartamento. La tristeza en su rostro era evidente, y Antonio aceleró el paso, preocupado a la vez que ella se levantó, pero mantuvo la cabeza gacha, intentando ocultar las lágrimas que había derramado.
— Mamá, ¿qué te ha pasado? ¿te han hecho daño? —preguntó, rodeándola por la cintura y buscando su mirada.
— No, hijo, no me han hecho daño. Pero tuve una discusión fuerte con tu padre esta mañana, me dijo que me fuera de su casa y.… no sabía a dónde ir. Perdona por presentarme aquí.
Antonio sintió una mezcla de rabia y preocupación. La rodeó con más fuerza, queriendo protegerla de cualquier dolor.
—No tienes que disculparte. Siempre tienes las puertas de mi casa abiertas. Vamos, entra —dijo, tomando el pequeño macuto de ella y guiándola hacia adentro.
Antonio la hizo sentarse en el sofá y fue a la cocina a preparar una infusión de tila para calmar sus nervios. Mientras el agua hervía, regresó al salón y se sentó junto a ella.
—¿Por qué no me llamaste antes? —preguntó, con suavidad.
—No quería molestarte ni estropear tu fin de semana —respondió Johana, su voz todavía temblorosa.
—Mamá, prométeme que, si vuelve a suceder algo así, me llamarás sin dudarlo. Estoy aquí para ti, siempre.
—Lo prometo, hijo. Gracias.
Antonio le preparó la infusión y se la dio. La calidez de la bebida pareció relajarla un poco más.
—¿Puedo usar tu ducha? —preguntó ella, mirándolo con gratitud.
—Claro, toma unas toallas. El gel y el champú están en la repisa de la ducha. Tómate tu tiempo —dijo Antonio, señalando el baño.
Mientras Johana se duchaba, Antonio pensó en llamar a su padre para enfrentarle, ¿cómo había echado así de casa a su madre? Dijo para sí mismo, pero decidió que era mejor esperar a que ella no pudiera escucharlo. Ojeó unos emails, tratando de mantenerse ocupado. Quince minutos después, la puerta del baño se abrió y su madre salió envuelta en una toalla. Su piel brillaba por el vapor, su pecho abultado sobre el nudo de la toalla y su cabello caía en húmedos mechones sobre sus hombros. La visión dejó sin aliento a su hijo.
—Antonio, ¿dónde puedo dejar mi ropa sucia? —preguntó con su voz suave.
—Voy a poner una lavadora con la ropa del fin de semana. Puedes echarla ahí directamente.
Johana asintió y se agachó para meter su ropa en la lavadora. Antonio no pudo evitar intentar mirar por debajo de su toalla, hasta ver el comienzo de los cachetes de su culo.
—¿Puedo entrar a tu dormitorio para vestirme? —preguntó Johana, enderezándose.
—Claro, como si fuera tu casa —respondió Antonio, con una disimulada sonrisa.
Johana se retiró al dormitorio y Antonio comenzó a meter la ropa en la lavadora. Al ver las bragas de su madre, una tentación casi irrefrenable lo invadió. Se preguntó a qué olerían. Lentamente, metió la mano en la lavadora, dudando si debía ceder a su impulso. Justo cuando casi las rozaba con la yema de sus dedos, la puerta del dormitorio se abrió y su madre apareció detrás de él.
—¿Quieres que te prepare algo de cenar? —preguntó Johana, con una voz dulce que lo sorprendió.
Antonio, sobresaltado, comenzó a meter la ropa abruptamente en la lavadora, tratando de disimular.
—No, no hace falta. Pensaba pedir algo a domicilio —dijo, intentando ocultar su nerviosismo mientras sentía su corazón acelerado.
—Está bien, suena bien —respondió Johana, sonriendo.
Antonio pidió la comida a través de una aplicación en su teléfono y luego se volvió hacia Johana.
—Voy a ducharme yo ahora. Siéntate en el sofá y busca algo para ver en la televisión —sugirió, tratando de recuperar la compostura.
Johana asintió y se dirigió al salón mientras Antonio entraba al baño. Cerró la puerta y se apoyó contra ella, intentando calmar su respiración. El pensamiento de Johana envuelta solo en una toalla lo había dejado alterado, y necesitaba una ducha fría para aclarar su mente. Mientras el agua corría sobre su piel, Antonio no podía dejar de pensar en su madre, en su vulnerabilidad y en la atracción que siente por ella. Sabía que debía mantener la compostura y ofrecerle el apoyo que necesitaba, pero el deseo que sentía era innegable y difícil de ignorar. Al salir de la ducha, se vistió rápidamente y se unió a madre en el salón. Ella estaba sentada en el sofá, explorando las opciones en la televisión.
—¿Te has decidido por algo? —preguntó Antonio, sentándose junto a ella.
—Todavía no. ¿Alguna sugerencia? —dijo Johana, mirándolo con una sonrisa.
—¿Qué tal una comedia? Creo que ambos necesitamos reírnos un poco.
—Perfecto —respondió Johana, seleccionando una película.
Mientras esperaban la comida, se acomodaron en el sofá, disfrutando de la compañía del otro y la tranquilidad de la noche. Antonio, aunque todavía sentía el deseo ardiendo bajo la superficie, se convenció a ser el hijo y protector que su madre necesitaba en ese momento. La comida llegó, y ambos compartieron una cena sencilla. Las risas comenzaron a fluir con facilidad, creando un ambiente de calidez y cercanía que los envolvía mientras veían la película.
—Gracias por todo, hijo. De verdad, no sé qué haría sin ti —dijo Johana, mirándolo a los ojos.
—No tienes que agradecerme, mamá. Estoy aquí para ti, siempre —respondió Antonio, con una sinceridad que ella pudo sentir.
Cuando llegó la hora de dormir, Johana le pidió a su hijo unas sábanas para poder acostarse en el sofá. Antonio negó con la cabeza, decidido.
—Ni hablar, mamá. Tú dormirás en la cama y yo en el sofá.
Johana protestó, sin querer permitir que él durmiera en el sofá.
—Hijo, no puedo permitir eso. Tú necesitas descansar bien.
—No te preocupes, mamá. Es un sofá-cama y el colchón es igual de cómodo que una cama —insistió Antonio, sonriendo para tranquilizarla.
Johana, aún con una expresión de preocupación, finalmente cedió. Se despidió de su hijo con un cariñoso beso en la frente. Al inclinarse para hacerlo, sus tetas colgaron ajustándose contra su pijama, y Antonio, perplejo, no pudo evitar mirar como sus pezones se dibujaban perfectamente. Esa imagen lo acompañaría durante toda la noche. A mitad de la noche, Antonio se despertó con un sobresalto. Escuchó sollozos provenientes del dormitorio. Se levantó en silencio y se acercó a la puerta, comprobando que Johana estaba llorando. Abrió la puerta con cuidado y entró.
—¿Mamá, estás bien? —preguntó en un susurro, su voz llena de preocupación.
Ella levantó la vista, sus ojos llenos de lágrimas.
—No, hijo, no estoy bien. ¿Podrías dormir conmigo esta noche? —pidió, su voz quebrada por la tristeza.
Antonio no dudó. Se metió en la cama, y su hijo lo abrazó por detrás, apretándose contra su espalda. Podía sentir cada curva de su cuerpo, su calor envolviéndolo. Aunque su polla latía con fuerza, trató de mantener la calma y brindarle el apoyo que ella necesitaba.
—Gracias, hijo. No sabes cuánto significa esto para mí —murmuró Johana, su aliento cálido contra su piel.
—No tienes que agradecerme, mamá. Estoy aquí para ti, siempre —respondió Antonio, tratando de mantener su voz firme.
Johana se acurrucó más cerca, buscando consuelo en su cercanía. Antonio, aunque sentía cada parte de su cuerpo en tensión por el contacto, se concentró en brindar consuelo que ella muchas veces le brindó cuando era niño y tenía miedo. Finalmente, después de un tiempo, logró relajarse lo suficiente como para quedarse dormido, el sonido de la respiración suave de su madre lo acompaño.
A la mañana siguiente, Antonio comenzó a abrir los ojos. La luz del sol se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando la habitación con una calidez matinal. Johana estaba girada hacia el otro lado, su respiración era suave y rítmica, y su cabello se esparcía como un abanico sobre la almohada. Bajo la mirada por su espalda hasta llegar a su culo, perfectamente dibujado a través de la fina tela del pijama. Tuvo la tentación de pasar su mano, acariciar sus redondos cachetes. Volviendo a la realidad y siendo consciente de lo descabellado que sería hacer eso a su madre el joven se estiró, desperezándose, y entonces fue consciente de su erección matutina. Pensó que sería muy inadecuado si ella se despertara y lo viera en ese estado, así que, sigilosamente, se levantó y fue al baño. Aún con los ojos medio cerrados, Antonio orinaba cuando oyó la voz de su madre.
—Hijo, buenos días… Oh dios mío — dijo Johana al ver a su hijo con su polla en la mano mientras orinaba— lo siento, perdona, no sabía que estabas ahí.
Johana se había levantado y, sin saber que Antonio estaba usando el baño, se asomó. Cerró la puerta inmediatamente, apartando la mirada. Antonio, dentro, se moría de la vergüenza, no sabía cuánto había visto ella, pero seguro que había visto su polla totalmente erecta. Se quedó dentro unos minutos más, esperando a que se bajara su erección. Al salir, ella se disculpó de nuevo.
—Lo siento mucho, hijo. No quise molestarte.
—No te preocupes, mamá. Estoy acostumbrado a vivir solo y no suelo cerrar la puerta. De verdad, no pasa nada.
Mientras desayunaban en el pequeño salón, Johana le pidió la mañana libre. Quería aprovechar que su marido no estaría en casa por la mañana para recoger ropa.
—Antonio, ¿podría tomar la mañana libre? Quiero ir a casa y recoger algo de ropa mientras papá no está —dijo Johana, su voz teñida de una mezcla de timidez y necesidad.
Antonio la miró con preocupación y le dijo:
—Tómate el día libre mejor, mamá. No quiero que te sientas apurada.
Ella negó con la cabeza.
—Con la mañana será suficiente, de verdad.
Pero Antonio insistió, su voz firme pero gentil.
—Prefiero que te tomes el día completo. Descansa y organiza todo lo que necesites.
Johana finalmente aceptó con una sonrisa agradecida.
— Por cierto ¿Le has contado algo a Cristina? — preguntó Antonio dándole un bocado a su tostada de mantequilla y mermelada de fresa.
— No, aún no. Tu hermana me dijo que hoy tenía un examen muy importante y que estudiaría mucho durante el fin de semana y no he querido desconcentrarla. Ya sabes cómo es, se plantaría aquí en un segundo.
— Si, menudo genio tiene mi hermanita — dijo Antonio — Hoy deberás contárselo o me echará a mí la bronca por saberlo yo y no haberle dicho nada — dijo riendo.
— Si, no te preocupes. Lo haré después del almuerzo, cuando ya haya terminado sus clases.
— Deberíamos ir a verla, un día. Creo que no la veo desde su 18 cumpleaños — dijo Antonio mirando a la pared intentando hacer memoria.
— Si, quizás podamos ir el fin de semana que viene — respondió Johana — Bueno cariño voy a ir vistiéndome, se hace tarde.
Antonio esperó a que ella se vistiera en el dormitorio. La puerta no se había cerrado del todo y, con cierta curiosidad, Antonio no pudo resistirse a echar un vistazo. Ahí estaba Johana, preparando su ropa sobre la cama, luego se incorporó y levanto sus brazos quitándose la parte de arriba del pijama. Sus tetas rebotaron levemente ante su atónito hijo que podía ver perfectamente el perfil de uno de sus pechos. Observó el movimiento delicado de sus manos por debajo de ellos buscando aliviarse esa zona, haciendo que se agitaran,así como su oscuro pezón. Johana se colocó su sostén, tirando de las hebillas de la tiranta hasta ajustarlo. Antonio observaba cómo las tetas de su madre se erguían, como el encaje acariciaba su piel, y sintió una punzada de deseo mezclada con la culpa. No quiso tentar a su suerte y se volvió al salón, respirando hondo para calmarse.
—Ya puedes entrar tú a vestirte — dijo Johana saliendo de la habitación
Antonio apenas tardó en vestirse. Agarró una camiseta y unos vaqueros y se dirigió al baño para peinarse. Allí estaba Johana, maquillándose con precisión inclinada levemente. La estrechez del lavabo y la pared hizo que Antonio le rozara el paquete por el culo. El contacto fue eléctrico para la punta de su polla, y ambos, con unas sonrisas nerviosas, se disculparon. El joven comenzó a cepillarse el pelo, intentando domar un mechón rebelde. Johana, mientras tanto, se inclinó hacia el espejo para tener más precisión al pintar sus labios, mostrando una imagen de su escote en el reflejo. Una imagen que acompañada de su boca abierta levemente mientras el pintalabios recorría sus labios lentamente le pareció a él joven de lo más erótica. Antonio desvió a tiempo sus ojos cuando sus miradas se cruzaron en el espejo. Johana le dirigió una sonrisa inocente, con sus labios ligeramente curvados, pintados de un rojo suave. Ambos salieron del apartamento y Antonio se ofreció a acercarla.
—Déjame llevarte, mamá. No me cuesta nada —dijo, su voz suave pero firme.
—No hace falta, hijo. Puedo coger el autobús. De verdad, estaré bien —respondió ella, con una sonrisa tranquilizadora.
Antonio asintió, aunque con cierta reticencia, y la acompañó hasta la parada del autobús.Se despidieron con un abrazo cariñoso y un último beso en la mejilla.
—Gracias por todo, Antonio. No sé qué haría sin ti —dijo Johana, sus ojos brillando con gratitud.
—Siempre estaré aquí para ti, mamá —respondió Antonio, sintiendo una conexión profunda y creciente con su madre.
Mientras Johana se alejaba, Antonio no pudo evitar sentir una mezcla de culpa y deseo, recordando cada detalle de la mañana. El aroma de su perfume aún flotaba en el aire, y la imagen de sus tetas en el dormitorio se grabó en su mente, una visión que llevaría consigo durante todo el camino a la oficina. Antonio se puso manos a la obra, hoy sin la inestimable ayuda de su madre. Tenía mucho que hacer y el silencio de la oficina parecía acentuar su ausencia. A mediodía, bajó a por algo de comida y almorzó en su escritorio, viendo algunos vídeos divertidos en internet. Reposó un poco y continuó trabajando. De vez en cuando miraba al escritorio de Johana y la rememoraba. Le gustaba cuando la veía distraída leyendo algún documento, cómo se acercaba a él para mostrarle algo poniendo sus tetas a escasos centímetros de su cara, sintiendo su cercanía y cómo se alejaba meneando su culo con gracia. Antonio apretó el botón de enviar y, con este último email, terminó por hoy. Buscando relajarse, una idea impúdica se le pasó por la cabeza. Se levantó, echó el cerrojo del despacho y se dedicó a buscar fotos sugerentes de mujeres parecidas a su madre. Mujeres maduras, morenas de piel canela, entalladas en sexys vestimentas de oficina, iban posando cada vez con menos ropa. De las fotos pasó a los vídeos: mujeres eran abordadas por jefes jóvenes y convencidas para follar de forma salvaje en los rincones de una oficina. La excitación de Antonio iba en aumento y, justo cuando su mano se dirigía al interior de su pantalón a agarrar su hinchada polla, el pomo de la puerta sonó. Alguien intentaba abrir. Antonio cerró las ventanas del navegador rápidamente y, con la camiseta, intentó ocultar su excitación. Se levantó, quitó el cerrojo y abrió la puerta. Detrás estaba su madre, con una bandeja de dulces en su mano.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Antonio, intentando mantener la compostura.
—Me aburría en casa —respondió Johana con una sonrisa—. Pensé que ya estarías terminando y me apetecía traerte un detalle, te he traído tu favorito — dijo levantando la pequeña bandeja.
Antonio, agradecido, aceptó el dulce. Johana se quedó con uno de nata. Mientras le explicaba cómo le había ido el día, las imágenes que había visto en internet se mezclaban con la imagen de su madre. Casi terminaba su dulce cuando Johana, al darle un bocado, dejó caer un poco de nata en su escote. Con un gesto inocente, tomó el pegote de nata con su dedo de sus tetas y lo llevó a su boca, lamentándose de su torpeza.
—Qué torpe soy a veces —dijo Johana, riendo suavemente.
Para Antonio, aquel gesto fue de lo más sexy, como si fuera el comienzo de cualquiera de los videos que había visto. La manera en que sus labios rodearon el dedo cubierto de nata hizo que su mente volara a lugares prohibidos imaginándose que era el quien con la punta de su polla recogía la nata y se la ofrecía a su madre quien con gusto chupaba su glande.
—No te preocupes, mamá. Es solo nata —respondió Antonio, tratando de sonar normal tan ensimismado que dejó caer el resto de su dulce al suelo.
— Parece que no soy la única torpe aquí — dijo Johana con una espontánea carcajada.
Tras unos minutos más de risas, cerraron la oficina y se dirigieron al apartamento. Antes, su tortura terminaba con la jornada laboral, pero ahora que Johana estaba en su apartamento, su tortura se prolongaría hasta el final del día.
Al llegar al apartamento, Johana se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá, visiblemente más relajada. Antonio fue a la cocina a preparar algo de comer, tratando de distraer su mente de las imágenes que lo habían atormentado todo el día.
—¿Te apetece una ensalada o prefieres algo más consistente? —preguntó desde la cocina.
—Una ensalada estaría bien, gracias, hijo —respondió Johana,
Preparó dos cuencos y los llevó al salón. Johana había encendido la televisión y estaba eligiendo una película. Se sentó a su lado, tratando de concentrarse en la comida, pero su mente seguía jugando malas pasadas.
—Hijo, te veo distraído. ¿Todo bien? —preguntó Johana, con una mirada preocupada.
—Sí, sí, todo bien. Solo ha sido un día largo —respondió Antonio, tratando de sonar convincente.
—Bueno, mañana ya vuelvo a trabajar sin falta y repartiremos las tareas. Gracias por tener tanta paciencia conmigo, hijo —dijo Johana, acercándose más a él en el sofá.
Después de cenar Johana fregó los cuencos y los vasos mientras su hijo se cambiaba en el dormitorio.
— Ya puedes pasar, mamá — dijo Antonio saliendo del dormitorio con su pijama.
— Voy cariño — dijo mientras se secaba sus manos con el trapo de la cocina y soltándolo en la encimera — ve dándole al play, tardo poco.
Antonio le dio a comenzar la película y la pausó justo en el comienzo. Unos pocos minutos después Johana salió del dormitorio con su ligero pijama.
— Uff por fin relax — dijo Johana dejándose caer en el sofá, haciendo que sus tetas rebotaran ante su atento hijo.
— Si por fin — dijo Antonio mirando de reojo a los perfectamente dibujados pezones a través de la tela del pijama.
Mientras la película avanzaba, sus pensamientos se volvieron cada vez más perversos, imaginando cómo sería si pudiera dar rienda suelta a su deseo. Su madre se reclinó sobre el posa brazo del sofá, abriendo las piernas distraídamente le daba una imagen perfecta de su coño y como la costura se metía levemente entre sus mullidos labios. Antonio deseaba pasar suavemente sus dedos por él, acariciarlo introduciendo más la costura. Johana empezó a dar cabezadas, así que lamentando no poder terminar la película se levantó para ir a dormir.
—Voy a ir a la cama, hijo. Ha sido un día largo para mí también —dijo, dándole un beso en la frente, igual que la noche anterior.
Antonio sintió sus tetas rozar ligeramente su brazo cuando se inclinó, haciendo que la tentación de agarrarlas y amasarlas pendía de un fino hilo. Sabiendo que era una locura, le dio las buenas noches también y se dispuso a abrir el sofá-cama, donde sabía que su tortura continuaría en sus pensamientos. A mitad de la noche, Antonio se despertó inquieto, en su mente solo rondaban las imágenes de su madre. Suspiró consciente de la obsesión insana que había comenzado a tener por su propia madre. Entonces una perversa idea apareció en su mente, se levantó en silencio y fue hasta el dormitorio, pero Johana estaba totalmente tapada bajo las sábanas. Frustrado de volvió a sentar, frustrado en el sofá-cama. Entonces se le ocurrió otra idea, se encerró en el baño y buscó la ropa interior de su madre en el cesto de la ropa sucia. En la parte superior había unas bragas rojas, las que se había quitado esa mañana. Las entendió bien, buscando el lugar exacto donde reposaba el coño de su madre y lo llevo hasta su nariz. Percibió un intenso olor, añejo y con trazas de orina, un olor que no hizo más que crecer la excitación de Antonio que sin más reparos sacó su poya y comenzó a pajearse. Imaginándose como debería de oler el coño de Johana se corrió intensamente.Borbotones de blanquecino y espeso semen contrastaron con el rojo de las bragas de su madre.Para ocultar su fechoría, Antonio metió toda la ropa sucia en la lavadora. Ya más calmado, se volvió a acostar pudiendo conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, Antonio se despertó por unos ligeros ruidos. Era su madre, quien se había levantado temprano para darse una ducha antes de comenzar el día. Antonio fingió seguir durmiendo mientras la observaba en secreto. Permanecía entre las sábanas, imaginándose a Johana en la ducha, enjabonándose el cuerpo mientras escuchaba el agua correr a través de la puerta del baño. Después de un rato, Johana salió envuelta en su toalla, con la ropa sucia en una mano. Se agachó para meterla en la lavadora, y Antonio, con los ojos entornados, no perdía detalle del entallado cuerpo de su madre bajo la toalla. Cada movimiento, cada curva, lo mantenían hipnotizado. Johana se metió en el dormitorio a vestirse y fue entonces cuando Antonio se levantó y fue al baño, donde aún se podía apreciar el olor dulce e intenso que había dejado su madre. Antonio abrió el grifo de la ducha mientras se miraba en el espejo, buscando aclarar su mente. La obsesión que tenía por su propia madre era insana y le estaba carcomiendo por dentro. El agua fría golpeaba su piel, pero sus pensamientos seguían anclados en ella. Después de la ducha, Antonio salió con la toalla en la cintura y se encontró con Johana, quien le dio los buenos días con un tierno beso en la mejilla. Al pasar, su mano rozó inocentemente el húmedo pecho de su hijo, haciendo que su polla reaccionará inmediatamente.
—Buenos días, hijo —dijo Johana con una sonrisa cálida—. Voy a preparar el desayuno.
Antonio, intentando ocultar su excitación, se metió en el cuarto a vestirse rápidamente. El roce casual de Johana había sido suficiente para exitarlo. Una vez hubieron desayunado, ambos se metieron en el coche y se dirigieron a la oficina. El viaje transcurrió en un silencio cómodo, con Johana mirando por la ventana y Antonio tratando de concentrarse en la carretera.
—Hijo, ¿puedo pedirte un favor? —dijo Johana de repente, rompiendo el silencio.
—Claro, mamá, dime.
—Quería ir al centro comercial después del trabajo a comprar algo de ropa. ¿Podrías llevarme?
—Por supuesto, encantado —respondió Antonio, tratando de no sonar demasiado entusiasmado.
El día en la oficina transcurrió de manera normal, aunque Antonio no podía dejar de pensar en el plan para la tarde. Las fantasías con su madre eran una constante distracción. Cada vez que ella se inclinaba sobre su escritorio o caminaba por la oficina, su mente volvía a crear situaciones donde disfrutaba a placer del maduro cuerpo de su madre. Finalmente, la jornada laboral llegó a su fin y ambos se dirigieron al centro comercial. Antonio aparcó el coche y caminaron juntos hacia la entrada, conversando sobre trivialidades del día. La atmósfera entre ellos era ligera y de confianza, pero Antonio no podía evitar sentir una tensión sexual subyacente. Dentro del centro comercial, su madre lo llevó de tienda en tienda, buscando ropa que le gustara. Cada vez que entraban en un probador, Antonio se quedaba afuera, imaginándola probándose las prendas. Su mente volaba a lugares oscuros, mientras intentaba mantener una apariencia calmada y despreocupada. De vez en cuando echaba un vistazo entre la abertura de la cortina del probador buscando ver un poco de piel desnuda
—¿Qué te parece esta blusa, hijo? —preguntó Johana, saliendo del probador con una blusa ajustada que realzaba sus curvas.
—Te queda perfecta, mamá —respondió Antonio, sin perder detalle de cómo sus pezones se marcaban en la fina tela de la blusa, tratando de controlar el temblor en su voz.
—Gracias. Eres un encanto —dijo Johana, dándole un rápido beso en la mejilla antes de volver al probador.
Llegaron a una tienda y Johana paró en la parte de la ropa interior. Ojeaba conjuntos de ropa interior, indecisa de que colores elegir.
— Antonio hijo, ¿Qué colores te gustan más? — preguntó Johana.
— A ver… — dijo Antonio acercándose a ella — el rojo y el azul, aunque estos de aquí son más bonitos. Te quedarían mejor — dijo Antonio señalando la estantería donde había unos conjuntos de sujetador y tanga con intricados encajes de tela transparente.
Johana algo perturbada por el comentario de su hijo, hizo como la que no lo había escuchado y se limitó a coger un conjunto rojo y otro azul más simples. Hasta ese momento nunca había pensado en su hijo como un hombre, y que ya tendría sus deseos sexuales. Para ella siempre ha sido su pequeño, pero entonces empezó comprender que hacía tiempo que había dejado de serlo. Ahora era casi un hombre hecho y derecho, independiente y capaz. Con esos pensamientos, Johana recorrió la tienda y cuando volvió a pasar por la sección de lencería tuvo la tentación de tomar el conjunto que su hijo le había dicho indicado. Algo dentro de ella la impulsó y con una sonrisa traviesa se llevó uno de color negro. Antonio tomó las bolsas cortésmente y se dirigieron al coche. Cuando fue a dejar las bolsas en el maletero pudo ver de soslayo el conjunto negro de ropa interior y con un aire de satisfacción se montó en el coche.
—Gracias por acompañarme, hijo —dijo Johana, sonriendo.
—Siempre que necesites algo, estoy aquí para ayudarte —respondió Antonio sinceramente.
De vuelta en el coche, Johana se recostó en el asiento, visiblemente contenta con sus compras. Antonio, por su parte, se sentía atrapado entre el deseo y la razón, intentando encontrar una forma de navegar la compleja obsesión con su madre.
Capítulo 5
Desde aquel día en el centro comercial, Johana comenzó a pensar en su hijo como el hombre que era realmente. También empezó a notar que Antonio la miraba de una forma diferente. Sus ojos se detenían en ella más tiempo del necesario y sus gestos, antes puramente fraternales, empezaron a tener un matiz más sexual. Johana no podía evitar sentirse halagada por la atención, pero también empezó a cuestionarse la moralidad de esos sutiles cambios.
Una mañana, mientras estaban en la oficina, Johana sintió la mirada de Antonio fijarse en ella con detenimiento. Estaba de pie junto a la ventana, leyendo un documento, cuando decidió poner a prueba sus sospechas. Con una postura disimulada, cambió el peso de una pierna a la otra, acentuando las curvas de su culo y luego camino lentamente hacia su escritorio. Desde su escritorio, Antonio no pudo evitar seguir con la mirada el movimiento de sus caderas. Johana lo notó y sonrió para sí misma, comprobando que sus sospechas eran correctas. Más tarde, Johana se acercó a Antonio para mostrarle unos papeles. Al inclinarse sobre su escritorio, permitió que su escote quedara ligeramente expuesto. Antonio trató de mantener la compostura, pero sus ojos se desviaron inevitablemente hacia la tentadora visión. Su madre, fingiendo no darse cuenta, continuó hablando sobre el documento inclinándose aún más.
—Antonio, creo que deberíamos considerar esta propuesta para la próxima reunión —dijo Johana, con una voz suave e intentando sonar profesional.
—Sí, claro, déjame ver —respondió Antonio, intentando mantener la concentración mientras su mente se distraía con la cercanía de las tetas de su madre.
Durante los días siguientes, Johana comenzó a notar más intencionados roces y encuentros casuales. En una ocasión, mientras ambos tomaban café en la pequeña zona de descanso de la oficina, Antonio pasó detrás de ella, rozando suavemente su espalda con la mano.
—Perdón, mamá, necesito coger un vaso —dijo Antonio, con su voz tranquila, pero con un matiz de nerviosismo.
—Espera cariño, te lo doy yo —respondió Johana, inclinándose a alcanzar uno.
Cuando tocó el vaso se detuvo unos instantes al notar una presión en su trasero que supuso que era la polla de su hijo — Aquí tienes — dijo con voz temblorosa Johana, dándose la vuelta ofreciéndole el vaso con la mirada baja.
— Gracias… mamá — dijo Antonio con una pequeña sonrisa.
En el apartamento de Antonio, las situaciones se tornaron aún más intensas. Una noche, después de un largo día de trabajo, su madre estaba en la cocina preparando la cena. Antonio, aprovechando la estrechez del espacio, se acercó para tomar una copa del armario superior. Sus cuerpos se rozaron ligeramente, y Johana sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Déjame ayudarte con eso —dijo Antonio, estirando el brazo por encima de ella.
—Gracias —respondió Johana estremeciéndose, sintiendo el calor del cuerpo de su hijo tan cerca del suyo.
Más tarde esa misma noche, mientras veían una película en el sofá, Johana notó cómo Antonio se inclinaba hacia ella cada vez que le hablaba, sus rodillas tocándose suavemente. Ella intentaba concentrarse en la película, pero la cercanía de su hijo y sus sutiles roces hacían que su mente se nublara de inmorales pensamientos.
— Uff… se me cierran los ojos. Creo que me iré a la cama, ha sido un largo día — dijo Johana fingiendo tener sueño.
— Descansa, mamá — dijo Antonio y poniéndose de pie rodeo a su madre por la cintura y le dio un lento beso en su mejilla — hasta mañana.
— Hasta mañana, hijo. Descansa tú también — dijo ella nerviosa.
Johana se tumbó en la cama con un suspiro. Confundida se preguntaba que le estaba sucediendo, repasando los sucesos que la perturbaban y excitaban a partes iguales. Inconscientemente una de sus manos había bajado a su coño y lo presionaba intentando apagar sus oscuros pensamientos, pero la tentación era muy superior y sus dedos se colaron por dentro de sus bragas hasta jugar con sus mojados labios. En silencio se masturbó lentamente, intentando no hacer ruido hasta que su cuerpo se estremeció en un liberador orgasmo.Sintiéndose culpable se recostó de lado hasta que el sueño la venció.
Al día siguiente, en la oficina, Johana se sentía traviesa e iba a poner a prueba a su hijo. Mientras trabajaba en su escritorio, dejó caer intencionadamente un bolígrafo al suelo que rodó hasta el escritorio de Antonio. El amablemente se ofreció a recogerlo, al agacharse debajo de su escritorio se encontró con la imagen de su madre con las piernas abiertas dejando a su perversa vista sus bragas. Fingiendo no poder alcanzarlo se acercó más y se deleitó con aquella maravillosa vista.
— ¿Lo encuentras? — preguntó Johana abriendo más sus piernas, revelando aún más su entrepierna. Antonio, no pudo evitar quedarse embobado, con su mirada fija en el coño de su madre.
— Eh… si ya casi lo tengo — dijo el cogiendo el bolígrafo — toma, mamá — dijo levantándose.
— Gracias, cariño. ¿Te encuentras bien? Estas muy rojo — dijo ella fingiendo preocupación, aunque sabia a que se debía perfectamente.
— Eh… si estoy un poco mareado, creo que me he levantado muy rápido. Voy al baño a refrescarme un poco — dijo dirigiéndose al baño intentado ocultar su erección.
En el baño, frente al espejo se preguntaba que acababa de pasar. ¿Había abierto su madre las piernas intencionadamente? No, no podía ser, su lasciva imaginación le estaba jugando malas pasadas se decía a si mismo mientras se echaba agua en la cara. Respiró hondo tras la puerta y salió del baño.
— ¿Estas mejor? — pregunto Johana.
— Si, ha sido solo un pequeño mareo — respondió sentándose de nuevo en su escritorio.
Esa misma tarde, Johana sintió la necesidad del contacto de su hijo y mientras buscaba unos documentos en la estantería lo llamó — Antonio ¿puedes venir un momento.
— Un segundo — contestó el terminado de teclear mientras se levantaba — dime, mamá — dijo cuando estuvo a su lado.
— Todas estas carpetas ¿son de años anteriores? — preguntó mostrándoselas.
— Si, creo que si — dijo el observándolas.
— Deberíamos guardarlas en otro lugar y dejar esta estantería para cosas que necesitamos más a mano.
— Me parece bien — dijo Antonio.
— Toma, ve dejándolas en mi escritorio para revisarlas — dijo Johana dándole las que tenía en sus manos.
Ella le fue pasando las carpetas y él las iba colocando en el escritorio de su madre.
— Creo que eso es todo — dijo Johana poniéndose de puntillas para mirar en el estante superior — Ah no, hay otra al fondo — dijo dando un salto para verla.
Antonio tragó saliva al ver las tetas de su madre rebotando, casi saliéndose de su escote — Espera, cojo una silla — dijo antes de que su madre lo agarrara del brazo deteniéndole.
— Déjalo, aúpame un poco y la cojo — dijo ella levantando los brazos sobre la estantería.
Antonio se acercó nervioso, se agacho por detrás y rodeando sus muslos la subió.
— Un poco más, ya casi la tengo — dijo ella.
Antonio hizo un poco más de fuerza y la subió todo lo que pudo poniendo el culo de su madre prácticamente en su cara.
— La tengo — dijo ella.
Antonio dejo caer delicadamente a su madre, frenándola con sus manos recorriendo sus muslos, rozando sus ingles hasta llegar a su vientre. Johana casi suelta un suspiro cuando sintió no solo sus manos por delante si no cuando noto como su culo recorría el paquete de su hijo. Se giró sintiendo la polla semi erecta por todo el contorno de su cuerpo hasta notarlo en su pubis. Sus miradas se encontraron por una milésima de segundo, ambos intentaban esconder la excitación del momento.
— Eh… bueno será mejor que me ponga a revisarlo todo…. y le busque un lugar mejor… — dijo Johana yéndose a su escritorio casi temblando, aunque disfrutando de un último roce de la polla de su hijo al separase de él.
— Si, si haz eso. Yo… yo voy a seguir con lo que estaba haciendo — dijo Antonio sentándose de nuevo en su escritorio. Con la polla a punto de explotar miraba a la pantalla, bloqueado completamente,el puntero del ratón daba vueltas sin sentido cuando su móvil sonó.
— ¿Sí? — contesto Antonio — ¿ahora?… Si, si perfecto. Dame treinta minutos y estoy ahí — dijo mirando el reloj de su muñeca.
Johana miraba a su hijo intrigada — ¿Quién era? — preguntó.
— Era Miguel, el director del banco. Tenía una reunión pendiente con él y quiere que sea ahora — contestó Antonio mientras recogía sus cosas — Toma las llaves del coche, yo iré en taxi.
— Esta bien, hijo. Luego nos vemos en el apartamento, ya me contaras que tal fue — dijo Johana cogiendo las llaves en su mano.
Una vez Antonio salió por la puerta de la oficina, Johana se dejó caer en su silla y suspiró aliviada. El momento que habían tenido junto a la estantería la había descolocado completamente. Comenzó a recordar cómo, accidentalmente, las manos de su hijo habían recorrido sus muslos y su vientre, como pudo sentir la cara en su culo mientras la alzaba, y cómo luego pudo sentir su polla pegada a su cuerpo. Esos recuerdos la abrumaban, la perturbaban, llenándola de una excitación que no podía ignorar. Sin poder contenerse, se levantó de su silla, caminó apresuradamente hacia la puerta de la oficina y la cerró con llave. Luego, se dirigió al baño, un refugio temporal. Una vez dentro, cerró la puerta y se apoyó contra ella, cerrando los ojos y respirando profundamente, tratando de calmar el torbellino de emociones que la invadía. Sentada en la taza del inodoro, Johana dejó que sus pensamientos se desbordaran. Las imágenes de su hijo, sus manos recorriendo su piel, sus susurros, todo se reproducía en su mente con una claridad abrumadora. Sin poder evitarlo, sus manos comenzaron a seguir el recorrido imaginario de las de Antonio. Sus dedos rozaron suavemente su cuello, bajaron por sus tetas, metiendo la mano por dentro de su sostén, sintiendo la textura de su propia piel.
Su respiración se volvió más agitada mientras sus manos descendían lentamente por su cuerpo. Al llegar a su vientre, sus dedos jugueteaban con el borde de su falda, recordando cómo había sentido las manos de su hijo en ese mismo lugar. Cerró los ojos con más fuerza, dejando que su imaginación tomara el control, llevando sus manos más abajo, acariciando sus muslos con una delicadeza que le provocaba escalofríos. El silencio del baño, roto solo por su respiración entrecortada, intensificaba cada caricia. Johana se mordió el labio inferior, intentando contener los suspiros que amenazaban con escaparse. Sus dedos se deslizaron suavemente por debajo de la falda, rozando la piel sensible de sus muslos hasta llegar a su palpitante coño, con cada roce enviando oleadas de placer por su cuerpo. Sus pensamientos eran un caos de deseos prohibidos y emociones desenfrenadas. Su hijo estaba en el centro de todos ellos, su imagen mezclándose con cada sensación que recorría su cuerpo. Johana arqueó la espalda ligeramente, dejando que sus manos siguieran su curso, y comenzó a acariciarse con sus dedos, apartando sus bragas a un lado buscando ese alivio que su cuerpo tanto necesitaba. Con su boca abierta intentando contener sus gemidos, sus dedos entraban y salían de su húmeda cueva de forma frenética hasta correrse con tanta intensidad que casi se cae del inodoro. Con el cuerpo totalmente tensionado, con su dedo corazón rozando ligeramente su clítoris, disfrutaba de los últimos coletazos de su orgasmo.
Después de unos minutos, su respiración comenzó a calmarse y su mente a despejarse. Lentamente, retiró sus manos y se quedó un momento más sentado, recuperando la compostura. La realidad volvió a invadir su mente, recordándole quien era el que le provocaba esos pensamientos y lo que había hecho. Un rubor se extendió por sus mejillas mientras se levantaba y ajustaba su ropa, tratando de borrar cualquier rastro de su momento de debilidad. Salió del baño más relajada, ajustándose la ropa de nuevo con una sonrisa de satisfacción en su rostro. Se volvió a sentar en su escritorio e intentó centrarse en el trabajo, pero el debate interno que se producía en su cabeza sobre los sentimientos lujuriosos hacia hijo la distraía continuamente. Cada vez que trataba de concentrarse en un documento, su mente la traicionaba, llevándola de vuelta a los momentos que había compartido con él. La forma en que la miraba, las caricias furtivas y esos roces intencionados que parecían encender una chispa cada vez que sucedían.
—¿Qué me está pasando? —murmuró para sí misma, frotándose las sienes en un intento de despejar su mente.
Entonces, el sonido de su móvil la sobresaltó, sacándola de sus pensamientos. Era su hija. Johana contestó con una falsa alegría, intentando ocultar los pensamientos que la perturbaban.
—¡Hola, Cristina! —dijo Johana, esforzándose por sonar entusiasta—. ¿Cómo estás, cariño?
—¡Hola, mamá! —respondió Cristina, su voz irradiando entusiasmo—. Estoy bien, muy contenta. Creo que me fue bien en los exámenes y ahora estoy esperando las notas.
Johana sonrió, sintiendo un alivio momentáneo al escuchar a su hija tan animada.
—Eso es fantástico, Cristina. Sabía que lo harías bien. Siempre has sido muy aplicada.
Cristina aprovechó la pausa para preguntar por su madre.
—¿Y tú, mamá? ¿Cómo te va en la empresa de Antonio?
Johana tomó aire profundamente antes de responder, sabiendo que tenía que confesarle a su hija la verdad.
—Va bien, Cristina. La verdad es que me siento muy realizada trabajando allí. Pero… —hizo una pausa, su voz temblando ligeramente—. Hay algo más que debo contarte.
—¿Qué sucede, mamá? —preguntó Cristina, su tono de voz cambiando a uno de preocupación.
—No solo estoy trabajando en la empresa de tu hermano —dijo Johana, finalmente—. También he tenido que mudarme con él después de una fuerte discusión con tu padre.
Hubo un silencio en la línea. Johana casi podía sentir la confusión y el enfado de su hija a través del teléfono.
—¿Por qué no me dijeron nada? —replicó Cristina, su voz elevándose—. Ni tú ni Antonio me dijeron nada sobre esto.
Johana se apresuró a explicarse, su voz llena de culpa.
—No quería distraerte de tus exámenes, cariño. Sabía lo importantes que eran para ti, y no quería que te preocuparas.
Cristina respiró hondo, intentando calmarse. Aunque seguía sintiéndose molesta, entendía las razones de su madre.
—Está bien, mamá. Solo desearía haber estado allí para apoyarte. Me siento culpable por no haber estado contigo.
Johana sintió un nudo en la garganta, agradecida por la comprensión de su hija.
—No te preocupes, Cristina. Tu hermano ha estado pendiente de mí todo este tiempo. Ha sido un gran apoyo.
Cristina suspiró, más calmada ahora.
—Bueno, me alegra saber que al menos él está allí para ti. Prometo que iré a verlos en cuanto terminen las clases y den los resultados de los exámenes.
Johana sonrió, sintiéndose reconfortada por las palabras de su hija.
—Eso sería maravilloso, Cristina. Te echo mucho de menos. Te quiero.
—Yo también te quiero, mamá. Nos vemos pronto.
Se despidieron y colgaron, dejando a Johana con una sonrisa. Se sentía afortunada, a pesar de las dificultades, sus hijos estaban ahí para ella. Por unos minutos su mente se distrajo y pudo concentrarse un poco en el trabajo. Intentó hacer una lista de tareas pendientes, pero las palabras de su hijo volvían a resonar en su cabeza. Sus ojos, tan intensos, parecían observarla desde cualquier ángulo de la habitación. El recuerdo del calor de su cuerpo contra el suyo la hacía estremecer. Johana cerró los ojos y tomó una respiración profunda, intentando expulsar la imagen de su hijo de su mente. El debate interno era incesante. Por un lado, sabía que debía mantener la distancia. Antonio se preocupaba por ella, había cuidado de ella cuando lo necesitó. Se sentía alguien importante para él, algo que la hacía sentirse viva de una manera que no había sentido en años. Pero, por otro lado, estaba la realidad de aquella inmoral situación
—Tienes que enfocarte, Johana. Es tu hijo… —se dijo a sí misma, sacudiendo la cabeza y volviendo a los documentos frente a ella.
Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, volvía a sentir las manos de Antonio recorriendo su piel, el susurro de su respiración contra su oído, y esa mezcla de deseo y prohibición que la volvía loca. La oficina, que antes era un lugar de trabajo emocionante, ahora se había convertido en el campo de batalla de sus emociones. Las horas pasaron lentamente. Johana revisaba y releía los mismos párrafos sin asimilar nada. Finalmente, cuando llegó la hora de salir, Johana se sintió nerviosa. Se levantó, apagó su computadora y se dirigió a la puerta, intentando sacudirse la sensación de deseo que la había acompañado todo el día. Camino al apartamento se decía a sí misma que debía encontrar una manera de manejar sus sentimientos, de poner límites antes de que las cosas se descontrolaran. Quería llegar ya al apartamento y ver a su hijo y, al mismo tiempo, temía lo que podría suceder. Aunque la razón le decía que debía mantenerse alejada, su corazón y su cuerpo deseaban lo contrario. Las miradas furtivas, los roces intencionados y esa tensión palpable estaban empezando a consumirla.
Capítulo 6
A la mañana siguiente, ambos se despertaron casi al mismo tiempo. Madree hijo se cruzaron en el pequeño pasillo camino al baño, y en sus miradas se percibía un nerviosismo palpable. Cada uno ignoraba lo que sentía el otro, evitando mirarse directamente, como si el contacto visual pudiera desatar algo que ambos intentaban contener. Durante el desayuno, Johana notó una misteriosa sonrisa en el rostro de su hijo, como si ocultara algo. Ella no pudo evitar preguntarse qué pasaba por su mente, pero se contuvo de preguntar directamente. En el coche, mientras conducían hacia el trabajo, Johana se percató de que no iban por el mismo camino de todos los días.
—¿A dónde vamos? —preguntó Johana, tratando de ocultar su curiosidad.
Antonio solo respondió con una sonrisa enigmática.
—Es una sorpresa —dijo, sus ojos brillando con una emoción contenida.
Finalmente, llegaron a un alto edificio acristalado. Subieron en el ascensor hasta una de las plantas superiores. Antonio, con un gesto juguetón, le pidió a su madre que cerrara los ojos. Ella, intrigada, accedió y sintió cómo Antonio la conducía suavemente hacia una puerta.
—Ya puedes abrir los ojos —dijo él con suavidad, su voz cargada de expectación.
Al abrirlos, lo primero que vio Johana fue un amplio ventanal desde el que se podía ver el cielo despejado. La luz del sol inundaba la habitación, creando un ambiente acogedor. Observando unos segundos más, comprendió que estaba en una oficina nueva, espaciosa y modernamente amueblada.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Johana, asombrada, volviéndose hacia Antonio.
—Es una nueva oficina para la empresa —respondió él, con una sonrisa de satisfacción. —Con los nuevos inversores y otros más que están por venir, era necesario ampliar la oficina. Quería mostrarte esto primero porque sin tu ayuda nada de esto sería posible.
Emocionada, Johana se abrazó a Antonio fuertemente, sus cuerpos encontrándose de nuevo en una mezcla de alegría y algo más profundo. Antonio, sorprendido por la intensidad del abrazo, correspondió, sintiendo el calor y la turgencia del cuerpo de su madre. En ese instante, ambos sintieron un torrente de emociones que habían estado reprimiendo durante semanas. Antonio no pudo resistirse más. Sus miradas se cruzaron, y en un momento de debilidad, se inclinó y la besó. Al principio, fue un roce suave, pero pronto se convirtió en un beso profundo, lleno de pasión contenida. Johana lo miró perpleja cuando sus labios se separaron, intentando comprender lo que había sucedido, pero Antonio no le dejó pensar mucho más. Se volvió a abalanzar sobre ella, besándola con más intensidad mientras sus manos recorrían el cuerpo de su madre.
—Hijo, por favor, detente… —intentó decir ella, luchando con sus propios deseos.
Sin embargo, Antonio hizo caso omiso a las quejas de su madre y la arrastró al escritorio cercano. Agarrando su culo, levantó a Johana, sentándola en el borde mientras seguía besándola con devoción. Sus manos se movieron hábilmente, desabrochando botones y abriendo su camisa, tiro del sujetador hasta que ambos pechos quedaron parcialmente desnudos. Sus palabras diciendo no, pero los duros pezones de Johana parecían decir lo contrario. Antonio se acercó aún más y atrapo las tetas de su madre, amasándolas, jugando con sus pezones metiéndolos en su boca.
—Te deseo tanto, mamá —murmuró Antonio cambiando sus lamidas de un pezón a otro.
—Detente por favor, Antonio… no podemos hacer esto, hijo … —susurró ella, intentando contener los gemidos que provocaba su hijo.
— Vamos, mamá… llevas muchos días provocándome… — contestó Antonio mientras intentaba meter su mano hasta su coño, pero su madre apretaba los muslos intentando impedírselo.
— Basta, hijo… ya está bien… ah… — dijo Johana queriendo parecer firme, pero la lengua de su hijo en su pezón la hizo gemir brevemente. Este momento de debilidad lo aprovechó su hijo para meter su mano entre sus muslos hasta alcanzar su coño.
— Mamá… tienes las bragas empapadas… tú también deseas esto… —dijo Antonio —mira como tienes el coño —dijo colando sus dedos por el lateral de las bragas.
— Antonio… Antonio… — empezó a gemir Johana al sentir como su hijo metía y sacaba dos dedos de su coño.
Antonio con su otra mano desabrochó su pantalón, dejándolo caer y se sacó su dura polla por encima del calzoncillo. Johana abrió sus ojos como platos al ver la polla de su hijo, completamente erecta, con sus venas recorriendo el tronco hasta desembocar en una cabeza bastante gorda y de un color oscuro.
— Mira cómo me pones mamá… voy a follarte ahora mismo… —dijo Antonio refregando su polla por el coño de su madre a través de sus empapadas bragas.
—No… detente, hijo. Ya por favor, se acabó — dijo empujándolo hacia atrás y cerrando con fuerza sus piernas.
— Vamos mamá, tú también lo deseas no lo niegues — le decía su hijo, acercándose a ella mientras su mano acariciaba su polla.
Johana seguía negando todo lo que él decía, pero no podía apartar la mirada de su polla ni parar las palpitaciones de su coño. Antonio con una zancada se volvió a poner a su lado y tomando su muñeca llevo la mano de su madre a su polla. Ella intentó soltarse, pero la agarraba con fuerza y con su otra mano abrió sus dedos hasta que tomó la polla de su hijo. Puso sentir, su calor, la suavidad y la viscosidad del líquido que emanaba del glande.
— Mira cómo está de dura, mamá. Así la tengo todos los días desde que comenzaste a trabajar conmigo — dijo Antonio al oído de su madre, mientras ella seguía concentrada en sentir su polla en la mano.
El soltó su muñeca lentamente y ella siguió pajeándole suavemente. En un segundo Johana repasó los acontecimientos que los había llevado a esa situación, asimiló que ella también tenía parte de culpa y este el precio que debía pagar.
— Mamá… mmm… agáchate… ponte de rodillas —dijo Antonio tomándola de sus hombros y presionándola hacia abajo.
Johana temblando, pero sin soltar la polla de su hijo no se resistió y se arrodilló tal y como él le había pedido.Siguió pajeando a su hijo, con su mirada en el glande. No sé atrevía a mirar a su hijo en aquella situación.
— Abre la boca, mamá — le pidió Antonio.
— No, hijo… eso no… — dijo aterrada.
Él tomó su polla con una mano y con la otra en la nuca de su madre la atrajo hasta que el glande chocó con sus labios, con su mano pasaba su polla por ellos. Intentaba que ella abriera su boca, pero se resistía a hacerlo — Vamos, mamá. Haz que me corra…— dijo Antonio haciendo más presión y ahora si Johana no tuvo más remedio que aceptar la polla de su hijo en su boca — así… eso es, mamá… chupa… — dijo suspirando al sentir el calor de la boca de su madre, haciendo que los pelos de su nuca se erizaran. Antonio tiraba de la cabeza de su madre con brusquedad, buscando meter lo más que podía dentro de su cálida y húmeda boca. Johana aguantaba como podía, sin embargo, cuando la cabeza de la polla de su hijo tocó la campanilla de su garganta, provocándole unas incontrolables arcadas —¡Cof, cof! — tosió Johana — No tan fuerte, hijo. Me estás ahogando… — pidió mientras intentaba recuperar el aire.
— Aguanta, mamá… ya falta poco — dijo él volviéndole a meter la polla en la boca hasta que topó con su garganta. Siguió y siguió follando la boca de su madre hasta que una última y profunda estocada llegó al borde del orgasmo. Saco la polla y se pajeo durante unos segundos. Mientras ella tosía con las lágrimas corriendo por su mejilla,y cuando abrió la boca para recuperar el aliento el aprovechó para volver a meter su polla y comenzó a descargar espesos borbotones de semen. Ya tenía la boca llena y el seguía expulsando chorros. Intentó echarse hacia atrás pues ya no podía contener más, pero él se lo impidió sujetando su cabeza con firmeza y no rebajo la fuerza hasta que no soltó toda su carga no dejó que su madre se retirara.
— ¡Cof, cof! — tosía Johana y con cada tos salían despedidos restos del semen de su hijo.
— Oh mamá, lo hiciste genial — dijo Antonio mientras sacudía su polla a escasos centímetros de la cara de ella.
Johana consciente de la inmoral locura que habían cometido, se limitaba a escupir el semen que aún quedaba en su boca. Entonces se levantó sin mediar palabra, sacó unos pañuelos de su bolso, se secó las lágrimas y se limpió la boca.
— Mamá… — dijo Antonio viendo su cara desencajada mientras se recomponía la ropa — mamá… — volvió a llamarla, pero ella siguió ignorándolo.
Johana dirigiéndole una última mirada cargada de furia, salió rápidamente de la oficina. Esa última mirada dejó roto a Antonio, consciente de como se había dejado llevar de esa manera, como había tratado a su propia madre. Algo se había apoderado de él, parecía que una fuerza invisible se hizo con su voluntad y lo llevo a cometer semejante acto.
Antonio pasó el resto del día organizando la nueva oficina, tratando de concentrarse, pero los pensamientos inmorales sobre su madre se apoderaban de él. La llegada de los técnicos para instalar el cableado de comunicaciones y el fontanero estableciendo los puntos de agua le proporcionaron un respiro. Aun así, se encontró dando vueltas con el coche hasta bien entrada la noche, intentando calmar su mente y evitar cruzarse con ella, si es que aún seguía en su apartamento. Con cuidado, intentando no hacer ruido, Antonio entró en su apartamento. Todo estaba a oscuras y en silencio. Se dirigió a su cuarto con la incertidumbre de si madre aún estaría allí, temiendo que el encuentro íntimo en la oficina hubiera roto la confianza que tenían. Ella, cuando se fue, parecía confusa y enfadada. Abrió suavemente la puerta y un alivio surgió en su pecho al verla, profundamente dormida con su ligero pijama. Antonio dibujó las curvas de su cuerpo con sus ojos, de nuevo algo oscuro se apoderaba de él y, sin poder contenerse, se acercó a ella. Se sentó suavemente junto a su madre y acarició su pelo, dejando que sus dedos bajaran por sus hombros hasta su cintura, hasta que, finalmente, apretó con fuerza su firme culo. Johana, sobresaltada, se despertó y se incorporó en la cama como un resorte.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, sus ojos llenos de confusión y sorpresa.
— Vengo a devolverte el favor de esta mañana en la oficina —contestó Antonio con voz ronca de deseo. Acto seguido, se abalanzó sobre ella para besarla.
— No, hijo, espera… —intentó decir Johana, pero sus palabras se perdieron entre los besos de él.
Antonio no se detuvo. Sus manos se movían con habilidad, deslizándose bajo el pijama de Johana, apoderándose de sus tetas. Ella intentaba zafarse, pero su hijo era como un pulpo. Antonio desabrocho algunos botos de su pijama, los suficientes para sacar las tetas de su madre al alcance de su boca. Cada caricia, cada beso, cada lengüetazo a sus pezones era una declaración de su deseo por ella. Johana, finalmente cediendo, dejó caer sus propias manos.
— Hijo… —susurró Johana, sin mucha convicción.
— No puedo parar, mamá. Te deseo demasiado —respondió él, sus labios subieron por su cuello. Cuando llegó a su boca, metió su lengua con fervor, sus lenguas entrelazándose en una danza obscena.
Antonio bajó de nuevo con sus besos, recorriendo el camino de su cuello a sus tetas. Johana arqueó involuntariamente su espalda, exponiendo aún más sus turgentes pechos. Tomando a Johana por sorpresa, Antonio de un tirón bajo la parte de abajo del pijama junto a sus bragas.
— No… hijo… — dijo ella cerrando sus piernas.
Antonio solo tuvo que hacer un poco de fuerza para abrirlas.Ella intentaba detenerle, pero al igual que a su hijo una algo parecía apoderarse de ella nublando su fuerza de voluntad.
— Relájate y disfruta, mama… —susurró Antonio metiendo su cabeza entre sus piernas — mmm… que rico huele — dijo aspirando el aroma de su coño.
Haciendo un poco más de fuerza abrió completamente sus piernas, quedando completamente el hermoso coño de su madre rodeado de una suave mata de pelo oscuro.
— No te contengas, mama. Mira como estas, no niegues que tú también lo deseas — le dijo el mientras pasaba uno de sus dedos suavemente por los mojados labios de su coño.
— Antonio, esto está mal… —susurro Johana, con su voz quebrándose cuando sintió la punta de su lengua abriéndose paso.
Antonio se deleitó por fin con el coño de su madre, encontrando su sabor como un manjar. Abría con sus dedos sus labios e incrustaba su lengua lo más que podía, haciendo movimientos circulares. Johana, abandonada a la lujuria, se dejó arrastrar por la experta lengua de su hijo, que apoderándose de su clítoris la hizo temblar hasta desembocar en una explosión de puro placer.
— Ya… ya… detente hijo… — dijo Johana entre incontrolables gemidos empujando hacia atrás la cabeza de su hijo mientras su cuerpo aún se estremecía del increíble orgasmo.
Antonio se incorporó y se relamió los fluidos que corrían por su barbilla mientras miraba lascivamente a su madre. Sin dejar de mirarla directamente se quitó el pantalón y el calzoncillo dejando en libertad su polla erecta. Agarrándosela con su mano Antonio, se abalanzó sobre su madre. Johana temiendo que quisiera penetrarla llevo sus manos a su coño y cerró sus piernas con toda la fuerza que pudo.
— Eso no… hijo. Ya es suficiente — dijo ella elevando la voz.
Pronto se daría cuenta de su error, pues su hijo saltó sobre su pecho atrapando sus brazos con sus piernas. Inmovilizada no pudo evitar que su hijo colocara su polla caliente sobre sus tetas.
— Como me gustan tus tetas mama… — dijo Antonio cogiendo ambas con sus manos y envolviendo su polla con ellas. La excitación y la suavidad de las tetas de su madre hicieron que un cosquilleo recorriera sus huevos — Ah… me corro… ufff.
— Detente hijo por favor, en mi cara no… — se quejó Johana mientras veía la cabeza de la polla de su hijo acercarse una y otra vez, saliendo y entrando de sus tetas.
Las quejas de Johana fueron en vano, su hijo arqueo su espalda y con un gruñido empezó a expulsar su leche sobre su cara. Tan solo pudo cerrar los ojos y mover su cabeza mientras sentía como el semen caliente golpeaba su rostro.
— Oh mamá… que gusto — dijo Antonio golpeando las tetas de su madre con su polla — Estas preciosa ahora mismo, mama — dijo admirando su rostro bañado por su leche.
— Por favor… sal de la habitación — dijo Johana casi sollozando.
Antonio, se quedó mirándola pensativo. De nuevo un sentimiento de culpabilidad se apoderó de él. Intentaba controlarse, pero su madre despertaba en el un lado salvaje. Se levantó, recogió su ropa y salió en silencio. Johana se incorporó y con sus propias bragas se limpió la corrida de su hijo de la cara. Como podía dejar que su hijo le hiciera eso, se decía una y otra vez. Al levantarse poso la mano sobre la sabana donde ella se había corrido, estaba empapada al igual que lo seguía su coño. Se volvió a dejar caer hacia atrás en la cama y llevando su mano a su cabeza se preguntaba cómo podía parar esta situación.
— No sé qué pasará mañana —se dijo Johana, rompiendo el silencio.
Johana se despertó al día siguiente, cansada y con un mar de contradicciones en su cabeza. Los recuerdos de la noche anterior la inundaban, mezclando sentimientos de placer y culpa. Se levantó con cuidado, tratando de no despertar a su hijo, y se dirigió al baño. Al pasar por el salón, vio a Antonio durmiendo en el sofá cama, destapado y completamente desnudo, con su joven polla completamente a la vista. No pudo evitar admirar su físico, una tentación irresistible. Entró en el baño y se sentó a orinar, mientras su mente seguía atrapada en la imagen de Antonio. Se decía a sí misma que tenía que contenerse, que lo que había pasado entre ellos había sido un error que no debía repetirse. Después de limpiarse, salió del baño, decidida a volver al dormitorio y dormir un poco más. Sin embargo, al pasar de nuevo por el salón, una fuerza invisible la impulsó a acercarse a Antonio. Se inclinó suavemente y, sin poder resistirse, agarró suavemente su polla. Su mano recorrió el tronco, lo acerco a su cara hasta poder sentir su aroma. Puso la cabeza entre sus labios y empezó a engullir la polla de su hijo, usando su boca para darle un placentero despertar. quien abrió sus ojos,sobresaltado. Rápidamente, él se dio cuenta de lo que sucedía y simplemente dejó hacer a su madre. Ella, ahora agarraba su polla mientras besaba y lamía sus huevos.
— Mamá, ¿qué estás haciendo? —preguntó Antonio, excitado.
— No lo sé, hijo —susurró ella, su voz cargada de deseo. Acto seguido volvió a tragarse su polla.
Antonio se reclinó hacia atrás, dejando que su madre siguiera con su tarea. Johana abría su boca intentando albergar su falo completamente. Johana abría su boca intentando albergar su falo completamente, atragantándose cuando atravesaba su garganta. Su hijo le bajo el pantalón del pijama y comenzó a masturbarla. La hizo desnudarse completamente y entonces la giró haciendo que pusiera su cabeza entre sus piernas, quedando su coño a disposición de la hábil lengua de su hijo. Ella se dejó caer hacia delante y volvió a mamar su polla. Johana no se lo podía creer, por primera vez en su vida estaba haciendo un 69 y nada más y nada menos que con su propio hijo. Su hijo abría los cachetes de su culo mientras su lengua recorría cada rincón de su coño. Mientras se corría en la cara de hijo, Johana admiraba la ensalivada polla de su hijo, brillante, esplendorosa y solo podía pensar en subirse encima de ella, quería sentirla en su interior. Ella se subió encima de él, sintiendo la tensión en el cuerpo de Antonio mientras lo recorría con sus labios y manos. Sus besos descendieron por su pecho y sus manos acariciaban su polla provocando suspiros y gemidos que llenaban la habitación en silencio.
— Mamá… —intentó decir Antonio, pero sus palabras se perdieron en un gemido cuando ella tomó su polla guiándola hasta su encharcado coño y sentándose sobre ella hasta que la envolvió completamente.
Antonio la sujetó por las caderas, haciendo que las moviera lentamente sin sacar ni un milímetro de su polla. Johana lo disfrutaba, sintiendo cómo él se estremecía bajo la presión de las paredes de su coño. La pasión y la necesidad de ambos eran palpables, cada caricia y beso intensificaban el deseo que sentían el uno por el otro. Sus cuerpos se encontraron en un movimiento sincronizado, cada uno respondiendo al otro. Johana botaba sobre su polla, haciendo chocar enérgicamente los cachetes de su culo contra las piernas de su hijo, quien a su vez movía sus caderas haciendo más violento el choque y la penetración.
— Mamá… me corro… —gimió él, completamente rendido.
— Hazlo… hijo… lléname… —respondió ella, su voz un susurro tembloroso.
Antonio agarro su culo con fuerza y con más fuerza aun la comenzó a embestir. El ritmo de sus movimientos se intensificó hasta que no pudo más y metiéndola en lo más profundo de su madre, empezó a descargar su néctar con espasmódicos movimientos.
— Ahhh… — suspiro Johana cuando los chorros de semen provocaron su segundo orgasmo. Dejándose caer sobre el pecho de su hijo y lo besó tiernamente, sintiendo aun las palpitaciones de su polla en su coño.
Johana se fue levantando lentamente, a medida que se sacaba la polla de su hijo su coño expulsaba su tibio semen Cuando se la sacó completamente un cuajaron cayó sobre la punta y se escurrió hasta sus huevos. Johana no pudo resistirse y agachándose lo recogió con su lengua. Fue subiendo, absorbiendo el semen del tronco hasta llegar a la cabeza y volver a engullir aquella polla que tanto placer le había proporcionado. Fue mamando y tragando el semen hasta que la flácida polla de su hijo quedo impoluta.
— Ven aquí mama — dijo Antonio ofreciéndole un lado.
Johana se dejó caer sobre el pecho de hijo, respirando pesadamente mientras sentía los latidos de su corazón contra el suyo. Antonio la rodeó con sus brazos, sin querer soltarla.
— No sé qué va a pasar después de esto —dijo él en voz baja.
— Yo tampoco, esto no puede saberlo nadie… —respondió Johana, acariciando su pecho—. Pero ahora mismo, no quiero pensar en eso.
Se quedaron así, abrazados, disfrutando del calor de sus cuerpos y de la intimidad del momento. Las dudas y las preocupaciones podían esperar; en ese instante, lo único que importaba era que estaban juntos, compartiendo algo que ambos deseaban profundamente.
Continuará
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