Capítulo 1

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  • Secretos de sangre

Capítulo I: El umbral

En el tranquilo vecindario de Tokyo, donde las calles están siempre limpias y los vecinos se saludan con respeto, vive una familia con una dinámica única. La casa, una mezcla armoniosa de arquitectura tradicional japonesa y moderna, es el hogar de Yumi, Ichida, Ren, y Kimoto. Cada uno de ellos lleva una vida que, a simple vista, parece ordinaria, pero que oculta una complejidad que solo el tiempo y las circunstancias revelarán.

Yumi es una mujer de belleza exótica, con rasgos delicados y una figura que, a pesar de los años, sigue siendo envidiada. Sus ojos almendrados, de un color profundo y misterioso, parecen guardar secretos inconfesables. Es una ama de casa dedicada, pero su verdadera pasión es la lectura. Sus estanterías están repletas de libros que abarcan desde la literatura clásica hasta los ensayos más modernos. La soledad, sin embargo, es una compañera constante en su vida. A menudo, se encuentra sumergida en las páginas de un libro, buscando consuelo y escape en mundos imaginarios. La casa, aunque llena de vida, puede sentirse vacía cuando está sola, y es en esos momentos que la soledad se vuelve más palpable, como un echo en una habitación demasiado grande.

La soledad de Yumi es un tema que rara vez se aborda abiertamente, pero que todos en la familia perciben. Es una presencia silenciosa, un hilo invisible que teje una red de emociones complejas y, a veces, contradictorias. En la quietud de la noche, cuando todos duermen, Yumi se encuentra a sí misma reflexionando sobre su vida, preguntándose si alguna vez encontrará la verdadera paz. La casa, con sus habitaciones amplias y sus rincones llenos de recuerdos, a veces parece un lugar demasiado grande para una sola persona.

Ichida, el hijo de Yumi, es un joven afroamericano de inteligencia excepcional. Desde muy pequeño, mostró una curiosidad insaciable y una capacidad innata para entender conceptos complejos. Su infancia estuvo marcada por una serie de hitos académicos que lo destacaron como un prodigio. A los tres años, ya sabía leer y escribir en japonés e inglés, sorprendiendo a sus padres y maestros con su facilidad para aprender idiomas. A los seis, resolvió problemas de matemáticas avanzadas que sus compañeros de clase apenas comenzaban a entender. Su mente ágil y su capacidad para la abstracción lo llevaron a explorar temas como la teoría de números y la geometría euclidiana antes de cumplir los diez años.

La relación de Ichida con su madre es compleja. Aunque la quiere profundamente, hay una distancia emocional que ambos sienten pero rara vez abordan. Esta distancia es, en parte, producto de la ausencia de su padre biológico y, en parte, de la dinámica familiar que ha creado una barrera invisible entre ellos. A pesar de esto, Ichida admira la inteligencia y la belleza de su madre, y Yumi se enorgullece de los logros de su hijo.

Ichida siempre ha sido querido por sus familiares, especialmente por su tía y su abuela. Su tía, con su naturaleza cariñosa y protectora, siempre ha sido una figura importante en su vida, ofreciéndole apoyo y orientación. La abuela de Ichida, con su sabiduría y amor incondicional, ha sido una presencia constante, llenando su vida de recuerdos felices y lecciones valiosas. Estas relaciones han ayudado a Ichida a desarrollar una confianza en sí mismo y una comprensión profunda del mundo que lo rodea.

A los doce años, Ichida es un joven que camina por la delgada línea entre la infancia y la adolescencia. Su mente sigue siendo un torbellino de preguntas y teorías, pero también comienza a experimentar las complejidades emocionales de crecer. La presión académica y las expectativas familiares pesan sobre él, pero también encuentra consuelo en la compañía de su familia y en la pasión por el conocimiento.

El matrimonio entre Yumi y Kimoto es un ejemplo de amor y respeto mutuo. A pesar de las dificultades y desafíos que han enfrentado a lo largo de los años, su relación ha permanecido fuerte y sólida. Kimoto, con su naturaleza comprensiva y cariñosa, siempre ha estado allí para Yumi, ofreciéndole apoyo y comprensión. Yumi, a su vez, admira la dedicación y el compromiso de Kimoto hacia la familia. Juntos, han creado un hogar lleno de amor y armonía, un refugio donde cada miembro de la familia se siente valorado y apoyado.

La casa, con sus habitaciones amplias y sus rincones llenos de recuerdos, es el escenario perfecto para una historia de amor y apoyo mutuo. La dinámica familiar es cálida y acogedora, y cada miembro de la familia se siente valorado y apoyado. En la quietud de la noche, cuando todos se reúnen en el salón, la casa se llena de risas y conversaciones animadas. Yumi, Ichida, Ren, y Kimoto comparten sus días, sus sueños y sus aspiraciones, creando un tejido de relaciones que es a la vez fuerte y flexible.

La vida de Ichida, aunque llena de logros académicos, no estaba exenta de complicaciones. Desde muy pequeño, su madre Yumi a menudo tenía que trabajar, por lo que dejaba a Ichida y Ren en manos de sus familiares. Ren, siendo la menor, solía quedarse con sus abuelos, mientras que Ichida, con su naturaleza más independiente, pasaba gran parte de su tiempo con su tía. La tía de Ichida, una mujer de carácter fuerte y belleza natural, siempre había sido una figura importante en su vida, ofreciéndole el amor y la atención que a veces faltaban en su hogar.

La casa de su tía, situada en un tranquilo barrio residencial, era un lugar donde Ichida siempre se sentía bienvenido. Sin embargo, con el tiempo, comenzó a notar las tensiones subyacentes en la relación de su tía con su esposo. A menudo, Ichida encontraba a su tía llorando en la cocina o en su habitación, con los ojos hinchados y el rostro marcado por el dolor. Aunque nunca hablaba abiertamente de sus problemas, Ichida podía sentir el desprecio y la falta de respeto que su tía sufría a manos de su esposo. Esta situación creaba una atmósfera de tensión y tristeza que Ichida, con su sensibilidad, no podía ignorar.

A pesar de las dificultades, la relación entre Ichida y su tía seguía siendo fuerte. Desde pequeño, Ichida disfrutaba bañándose con su tía, un ritual que ambos encontraban reconfortante y divertido. La tía de Ichida, con su naturaleza cariñosa y su deseo de protegerlo, siempre se aseguraba de que Ichida se sintiera seguro y amado. Estos momentos compartidos en la bañera crearon un vínculo especial entre ellos, un lazo que se fortaleció con el paso de los años.

A medida que Ichida crecía, sus recuerdos de esos baños se volvían cada vez más vívidos y detallados. La imagen del cuerpo de su tía, con sus curvas suaves y su piel suave, se grababa en su mente, convirtiéndose en un recuerdo que a menudo evocaba en momentos de soledad. Estos recuerdos, aunque inocentes en su origen, comenzaron a tomar un matiz diferente a medida que Ichida se acercaba a la adolescencia. La curiosidad y el deseo despertaron en él, y a menudo se encontraba soñando despierto con el cuerpo de su tía, imaginando escenas que nunca se habían realizado.

Un día, mientras Ichida se encontraba en casa de su tía, ella lo invitó a una fiesta que su esposo organizaba. “Ichida, mi amor, mi esposo está organizando una fiesta este fin de semana. Me gustaría que vinieras. Será una oportunidad para que conozcas a más personas y te diviertas un poco,” dijo su tía, con una sonrisa que intentaba ocultar su inquietud. Ichida, intrigado por la perspectiva de una noche diferente, aceptó la invitación sin dudarlo. No sabía en ese momento que esta fiesta marcaría el inicio de una serie de eventos que cambiarían su vida para siempre.

La noche de la fiesta, Ichida se preparó con esmero, eligiendo su mejor ropa y asegurándose de estar presentable, Ichida se encontraba en la casa de su tía, esperando impaciente su aparición. Cuando finalmente bajó las escaleras, su belleza lo dejó sin aliento. Llevaba un vestido que realzaba cada curva de su cuerpo, un diseño elegante y sensual que capturó la atención de todos los presentes. Ichida, incapaz de contener su admiración, se acercó a ella y, con una voz temblorosa, le dijo: “Tía, te ves absolutamente hermosa.” La tía, sorprendida por el cumplido, se sonrojó ligeramente, sus mejillas adquiriendo un tono rosado que la hacía parecer aún más joven y vulnerable.

La fiesta estaba en pleno apogeo, y el esposo de la tía, distraído con sus amigos, apenas prestaba atención a su esposa. Ichida, buscando un poco de aire fresco, se dirigió al jardín trasero, donde las estrellas brillaban intensamente en el cielo nocturno. La tranquilidad del lugar contrastaba con el bullicio de la fiesta, ofreciéndole un momento de reflexión. Mientras observaba el firmamento, sintiendo la brisa suave en su rostro, escuchó pasos detrás de él. Al volverse, vio a su tía acercándose, su vestido ondeando suavemente con cada paso.

“Ichida, ¿qué haces aquí solo?” preguntó su tía, su voz suave y melancólica. Ichida, sin saber qué responder, simplemente señaló hacia el cielo. “Estaba mirando las estrellas. Son tan hermosas y lejanas,” respondió, sintiendo una extraña conexión con el universo en ese momento.

Su tía se acercó a él, su presencia llenando el espacio entre ellos. “A veces, desearía ser una de esas estrellas,” murmuró, su voz apenas un susurro. “Para poder brillar muy lejos de aquí, lejos de todo esto.” Ichida la miró, sorprendido por la profundidad de sus palabras. “¿Por qué, tía? ¿No eres feliz aquí?” preguntó, su preocupación genuina.

La tía suspiró, sus ojos reflejando la luz de las estrellas. “Hay veces que me siento atrapada, Ichida. Como si estuviera viviendo la vida de alguien más, no la mía.” Mientras hablaba, se acomodó en el banco junto a él, su vestido subiendo ligeramente, revelando un atisbo de su ropa interior. Ichida, nervioso, intentó no mirar, pero la visión fugaz quedó grabada en su mente.

La tía, notando su incomodidad, sonrió tristemente. “Te gusta, ¿verdad?” preguntó, refiriéndose a su ropa interior. Ichida, atrapado entre la vergüenza y el deseo, respondió con una voz temblorosa: “Es un color muy lindo.” La conversación continuó, fluyendo con una naturalidad que ambos apreciaban, pero también con una tensión subyacente que ninguno podía ignorar.

La fiesta finalmente llegó a su fin, y cuando intentaron buscar al esposo de la tía, descubrieron que se había ido, dejando a su esposa sola para enfrentar la noche. Con una mezcla de alivio y preocupación, la tía y Ichida decidieron caminar de regreso a casa por el sendero oscuro que bordeaba el jardín.

La noche, envuelta en un manto de misterio, los rodeaba mientras caminaban por el sendero oscuro. La luz de la luna, filtrándose entre las ramas de los árboles, creaba un juego de sombras y luces que bailaba a su alrededor. Ichida y su tía, sumidos en una conversación que rozaba lo íntimo, se movían con una familiaridad que, sin embargo, escondía una tensión creciente. De repente, la tía se detuvo, su mano apretando ligeramente la de Ichida. “Ichida, tengo ganas de orinar,” susurró, su voz teñida de una mezcla de vergüenza y alivio. Ichida, siempre atento a sus necesidades, señaló un pequeño claro entre los árboles. “Ahí, tía. Nadie te verá,” respondió, su tono tranquilo y seguro.

La tía, con una sonrisa agradecida, le tomó la mano y lo llevó con ella hacia el claro. La oscuridad, aunque intensa, no era opaca, y la luz de la luna se filtraba lo suficiente como para revelar contornos y sombras. La tía, con movimientos lentos y deliberados, se levantó el vestido, revelando sus piernas suaves y torneadas. Ichida, incapaz de apartar la mirada, observó cómo se bajaba lentamente la ropa interior, dejando al descubierto su vagina. La visión era hipnótica; sus labios vaginales, de un rosa suave y tentador, estaban ligeramente hinchados y brillantes, como si invitaran a ser explorados. El vello púbico, recortado y oscuro, enmarcaba su sexo de una manera que lo hacía parecer aún más deseable.

Ichida, con el corazón latiendo frenéticamente, se quedó mirando, fascinado por la belleza y la vulnerabilidad que su tía le estaba mostrando. La tía, notando su silencio, se volvió hacia él con una sonrisa curiosa. “Ichida, ¿te pasa algo?” preguntó, su voz suave pero inquisitiva. Ichida, tratando de recuperar la compostura, respondió con una voz que intentaba sonar natural. “No, tía. Solo tengo ganas de orinar.” La tía asintió, comprendiendo, y se dio la vuelta, dándole privacidad. Ichida, con las manos temblorosas, se bajó los pantalones y comenzó a orinar, sintiendo el alivio físico mezclarse con la tensión emocional.

Mientras orinaba, sintió una presencia detrás de él. La tía, que se había levantado y acomodado su ropa, se acercó sigilosamente. “¿Qué escondes tanto, si no hay nada que ver?” susurró, su voz teñida de una mezcla de diversión y deseo. Ichida, al darse la vuelta, se encontró con la mirada de su tía fija en su entrepierna. Sus ojos se abrieron ligeramente, y una sonrisa traviesa apareció en sus labios. “Ichida, tienes un gran miembro,” murmuró, su voz llena de sorpresa y admiración. El pene de Ichida, negro y grueso, se erguía con orgullo, su tamaño y circunferencia evidentes incluso en la penumbra. La tía, sin poder resistir, tragó saliva y extendió una mano, acariciando suavemente el miembro de Ichida. «Guarda eso, nos vamos,” dijo, su voz firme pero suave, como si estuviera intentando convencerse a sí misma tanto como a él.

Ichida y su tía llegaron a casa, el camino de regreso había sido un torbellino de emociones y tensiones reprimidas. Al acercarse, vieron a su esposo salir en la camioneta, con una bella mujer a su lado. La tía se quedó paralizada, sus ojos fijos en la escena, el dolor y la traición evidentes en su rostro. Ichida, notando su reacción, le preguntó con preocupación: “Tía, ¿te pasa algo?” Ella, intentando mantener la compostura, respondió con una voz que intentaba sonar tranquila: “No, nada. Vamos adentro.” Pero su cuerpo temblaba ligeramente, y sus pasos eran rápidos y decididos.

Al entrar en la casa, la tía se dirigió directamente a su habitación, dejando a Ichida en el pasillo. Él, sintiendo la extraña energía en el aire, decidió quitarse la ropa, quedándose solo con una toalla alrededor de su cintura. Antes de echarle seguro a la puerta, escuchó un ruido suave y al volverse, vio a su tía de pie en la puerta, su expresión una mezcla de vulnerabilidad y deseo. “Ichida, ¿puedes ayudarme con el cierre de mi vestido?» preguntó, su voz temblorosa pero firme. Ichida, sin dudarlo, se acercó a ella, sus dedos rozando suavemente su piel mientras bajaba el cierre.

La luz de la luna, filtrándose por la ventana, iluminaba el cuerpo de su tía, delineando cada curva y sombra. Su vestido, ahora suelto, se deslizó lentamente por sus hombros, revelando su piel suave y tentadora. La tía, con un movimiento fluido, se quitó la ropa interior, dejando al descubierto su cuerpo desnudo. “No pasa nada, Ichida. Ya me has visto desnuda antes,” murmuró, su voz teñida de una mezcla de confianza y desafío. Ichida, incapaz de apartar la mirada, sintió su corazón latir con fuerza, su respiración volviéndose superficial.

La tensión en la habitación era palpable, el aire cargado de electricidad. Ichida, intentando mantener el control, sintió cómo su pene se endurecía, levantando la toalla en un ángulo pronunciado. La tía, notando su estado, se acercó al escritorio de Ichida, donde un nuevo videojuego descansaba. “Wow, este es nuevo,” comentó, intentando sonar casual, pero su voz traicionaba su excitación. Al intentar levantar el juego, lo dejó caer, y al agacharse para recogerlo, su cuerpo se presionó contra el de Ichida, quien se acercó para ayudarla

En ese momento, el gran miembro de Ichida, ahora completamente erecto, comenzó a rozar las nalgas desnudas de su tía. La sensación, intensa y prohibida, los dejó a ambos sin aliento. La tía, con un movimiento lento y deliberado, comenzó a moverse, frotando el pene de Ichida contra sus nalgas y su zona vaginal. Los fluidos, cálidos y tentadores, comenzaron a escapar de su cuerpo, creando un sonido húmedo y erótico con cada movimiento. Ichida, incapaz de contenerse, retiró la toalla, revelando completamente su miembro negro y grueso.

La punta de su pene, húmeda y palpitante, se frotó contra la entrada vaginal de su tía, quien soltaba gemidos leves y entrecortados. El sonido del roce, mezclado con los fluidos que escapaban de su cuerpo, creaba una sinfonía de deseo y lujuria. “Ichida, penetrame,” susurró, su voz llena de necesidad y urgencia. Ichida, mirando la escena con una mezcla de morbo y culpa, sabía que todo eso estaba mal, pero el placer era demasiado intenso para resistir. Justo cuando estaba a punto de penetrarla, escucharon el sonido de una camioneta parqueando fuera. La tía, con una rapidez sorprendente, se levantó y se retiró a su habitación, no sin antes darle a Ichida un beso de despedida, un beso que prometía mucho más de lo que habían compartido esa noche.

Gracias por leer mi relato, continuaré trayéndole la continuidad de los otros relatos, solo que los arreglaré pues anteriormente escribía desde mi teléfono, les agradezco el apoyo y espero me sigan apoyando.