Muerte de un amor eterno
Para mi desde el principio fue de lo más normal, él era mi todo, el ser que más amaba y que me daba tantas cosas bellas, él que me protegía de todos, todos mis temores se disipaban cuando estaba junto a él, no cabía en mi que pudiese hacerme algo malo, todo lo que venía de él era bueno, él lo hacía para hacerme feliz, por eso cuando lo sentí en mi camita cerca de mí, me acurruqué a él y estaba feliz, cuando hizo lo que hizo no lloré, sentí un dolor lacerante, pero no podía haber nada de malo en eso, además, el me aseguró y me tuvo en sus brazos diciéndome que todo estaba bien.
La segunda vez, fue como un juego, me sentía la princesa con su príncipe, él fue gentil, premuroso y amoroso, me dijo que yo era única, me dijo que en el mundo había gente mala que podría hacernos daño, que él siempre me protegería y que nadie debía enterarse de nuestro juego, iba a ser nuestro pequeño secreto, además, a mí me gustó, era tan tierno, tan considerado, tan protector, tan fuerte.
La vez siguiente me encontraba aterrorizada con los estruendosos truenos que hacían temblar la casa y una lluvia tenebrosa y obscura que parecía fuese a destruir nuestro mundo, en sus brazos encontré la paz y protección que necesitaba y volvimos a jugar, después vinieron muchas veces más, yo me sentía especial y cada vez lo disfrutaba más.
Tenía poco más de diez años y era la niña más feliz del mundo, no conocía a nadie tan feliz como yo, dudo de que alguna chica tuviese tanto amor, me había convertido en la amante de mi padre, todo era bello, perfecto y seguro con él.
La noche lo esperaba solita en mi cama y me desesperaba si él tardaba, cuando me tomaba en sus brazos y me permitía jugar con él, con su verga, me enseño a tomarla en mi boca, sus besos y caricias a mi conchita me hacían morir, en la mañana temprano me despertaba con él dentro de mi procurándome dicha y placeres indescriptibles.
Él era mi mentor, mi guía, todo lo aprendía de él, en mis años de adolescencia era la muchacha más dichosa del colegio, mi padre me acompañaba a escuela y luego estaba ahí afuera esperándome, nos dábamos solo besos en la mejilla porque él me había dicho que teníamos que proteger lo nuestro de la maldad humana, yo hubiese querido echarle mis brazos al cuello y besarlo y demostrarles a todos lo feliz que era con este hombre, toda mi alegría se la debía a él.
Cuando llegábamos a casa normalmente me desnudaba toda y me iba a su cuarto, yo sabía que él me esperaba, él siempre estaba dispuesto para mí, él era solo mío, lo amaba con todo mi ser y su amor me pertenecía por completo, me lo decían sus besos, sus manos ávidas que recorrían todo mi cuerpo, sus labios carnosos, húmedos y sabrosos que se apoderaban de mi sexo y me hacían morir una y otra vez, me derretía en los brazos de mi padre.
No había nada vetado, no había nada secreto, no había ningún poro de mi piel que no añorase sus caricias, todos mis orificios aprendieron a amarlo, él me procuró dicha y orgasmos esplendidos todas las veces que estábamos juntos poseyéndonos incansablemente, la primera vez que su verga conoció mi trasero también fue un día especial, fue para mi decimoctavo cumpleaños, me llevo a comer, me vestí para él lo más sexy que pude, él me había comprado una serie de prendas que a él le encantaban, sujetador a balcón para mis tetas prominentes, una pequeña tanga, suaves y sedosas medias de nylon, fue la primera vez que use un liguero, todo de un color negro ceremonial, como preparándome para un nuestro encuentro especial, ya sabía que él me deseaba, de vez en cuando tocaba su verga y esta estaba siempre durita, era por mí, yo sabía que era por mí y me hacía sentir algo muy especial que me obligaba a juntar mis muslos sintiendo ese hormigueo en mi chochito que solo él me provocaba.
No me importaba el regalo, no me importaba la cena, no me importaba el renombrado y lujoso local que él había elegido para mí, yo solo lo quería a él, miraba continuamente mi celular, pero el tiempo no avanzaba, esa noche bebimos vino y yo sentí una algazara increíble, mi vagina me incomodaba generando fluidos copiosos, ponía mi pie bajo la mesa en su entrepiernas y él me miraba severo y me pedía de comportarme, yo lo único que quería era saltarle encima y hacerlo mío, más de lo que siempre había sido.
Cuando llegamos a casa él me pidió de irme a la cama así como estaba, completamente vestida, le sonreí coqueta y me fui contoneando mis caderas hacía nuestro dormitorio, él comenzó a besarme como solo él sabe, su lengua perseguía a la mía y nos intercambiábamos nuestras salivas y nuestra pasión iba in crescendo, se demoró siglos en ir quitándome la ropa, mordió mis nalgas cuando me quitó mi tanga, lo sentí meter sus dedos con algo cremoso en mi culo, no lo habíamos hecho nunca por ahí, pero él jamás me dañaba o hacía cosas malas, pacientemente esperé y me gocé primero sus dedos, me hizo dilatar mi ano, entre todas las caricias mi cuerpo ya se había complacido en un orgasmo exquisito, pero yo necesitaba su verga y su esperma tibio y paternal llenándome toda.
Me puso una almohada bajo mi vientre, sus dedos entraban y salían de mi culito, me abrió las piernas y lo sentí ubicarse entre ellas, después dirigió su pene enhiesto a mí orificio anal, sentí su gruesa verga llenando mi intestino, no sentía dolor, pero esta penetración era diferente a la vaginal, no me molestaba, al contrario, me hacía sentir rico, me hacía sentir más mujer, cuando él comenzó a bombear mi recto y jugar con sus deditos en mi vagina, creí que iba a morir, empujé mi culito para sentirlo más adentro de mí, quería su lechita, mordía la almohada para no gritar cuando mis piernas comenzaron a temblar sin control, me corrí sintiendo la tibieza de su semen llenando mis vísceras, él me besaba los cabellos, mi cuello, me mordía mis lóbulos y yo me afanaba en recuperar mi respiración y dominar los temblorcillos que me estremecían.
Nuestro amor era perfecto, él único hombre al mundo que ocupaba mis pensamientos libidinosos era mi padre, yo estaba dispuesta a hacer todo y de todo con él, me hacía estremecer y su fogosidad se emparejaba con la mía, nunca hubo un rechazo, nunca una animadversión o malentendido, nada, todo era perfecto, éramos la pareja ideal, la pareja soñada, sus brazos eran mi refugio, mi coraza, mi fuerza, nada malo podía sucederme estando junto a él, mi amor por él era de adoración casi religiosa.
Terminé mis estudios secundarios y me fui a la Universidad de Chile, facultad de Derecho, quería la misma profesión de mi padre, él me ayudó, él estudió conmigo, él me enseñó materias de jurisprudencia y mucho más, me ayudó en mi tesis, me acompaño a titularme y al juramento final, fue cuando me encontraba en la cúspide de mi felicidad, mi dicha y me sentía tan completa como mujer, que él me lo soltó así de sopetón.
Mi padre dijo que lo nuestro terminaba. Así nada más. Dijo que no estaba bien lo que hacíamos y que debíamos detenernos, que era lo mejor para mí. Puso el epitafio a nuestra relación. Pensé que todo era una broma suya. Era todo demasiado repentino. Esto no podía estar sucediendo. Esto no podía suceder entre mi padre y yo.
Estaba perpleja, sorprendida y muy dolida. No tuve ninguna advertencia, una señal, una premonición. Papá corto todo de cuajo. Me dio una estocada mortal. Un “Game Over”. Pensaba comenzar una nueva vida junto a él, juntos trabajando en los tribunales, juntos resolviendo casos judiciales, juntos amándonos, juntos unidos con nuestros sexos como tantas veces. Él es el amor de mi vida, no puede ser cierto todo esto. Debo reconquistarlo, me dije, este pensamiento debe primar sobre todo lo demás, mi padre me enseñó a pensar estructuralmente, debo seducirlo y hacerlo entender que nos necesitamos el uno al otro, yo no puedo respirar sin él.
Ya había pasado cerca de un mes de toda esta tortura, extrañaba mucho a mi amado padre, lo necesitaba, me fui a su casa con ese pensamiento, las largas sombras del ocaso me acompañaron hasta su morada. Él no estaba en casa.
Me había vestido lo más sexy posible, tal como a él le gustaba. No me fue muy difícil. Mis encantos naturales no necesitaban de mucho maquillaje ni artificios, solo un leve toque cosmético y estaba lista como para ganar un concurso de belleza. Me sentía bien, estaba en un buen momento. Solo lo necesitaba a él.
Todos mis preparativos me tenían esperanzada en que tendría éxito, mis piernas me temblaban, ansiaba de volver a sentir su pija invadiendo mis carnes rosáceas y ardorosas, necesitaba ser amada y poseída por mi padre, solo él podía darme lo que yo buscaba.
En cambio, tuve un impacto terrible. Un tiro dirigido certeramente a mi corazón. Esa tarde deje de existir. Mi padre me lo dijo sin adornos ni cursilerías.
Su rostro era serio y severo. Sus ojos no lograban esconder sus sentimientos. Me dijo que me amaba, pero solo como hija. Que quería que yo encontrara mi propio camino, que debía acostumbrarme y superarlo.
Nuestras vidas debían ser separadas. Trate de besar sus labios, esos labios que me volvían loca, esos labios que conocían todas las sinuosidades de mi cuerpo, pero su tono serio era inflexible, duro, firme, no me dejaba alternativa alguna, solo morir por él.
Esto no era como esos castigos que él me daba cuando me comportaba mal y el se negaba a tocarme por días y días, esos días que para mi eran el peor castigo, un martirio no tenerlo junto a mí amándome. Apenas podía sobrevivir sin él. Después él volvía a ser el mismo de siempre y me cogía día y noche dándome un placer que jamás imagine posible.
No podía comprender lo que me estaba sucediendo, me sentía perdida, huérfana de su amor de padre y abandonada de su amor de amante.
Esto no era un cese. Era el fin de mi vida. Traté de hacerle recordar nuestros mejores momentos, nuestras alegrías, nuestros juegos, nuestras risas y del brillante futuro que nos deparaba la vida estando juntos. Le rogué y supliqué que no matara este amor diáfano y sincero. Yo soy tú única hija y tú único amor, le dije. Pero el restó férreo como de metal, incólume y casto.
Comencé a pensar mal de los hombres en su totalidad. Los hombres son monstruos. Los hombres son bestias insensibles.
¿Cómo se podía poner termino a algo tan maravilloso y perfecto? Dijo que aún me amaba, pero ya no podía creerle.
Ni siquiera mantuvo su mirada en la mía cuando lo dijo. Pensé que debía haber una razón externa, pero no me importaba lo más mínimo cual fuera esta. Sabía que lo nuestro era lo correcto, lo justo, nuestro amor no puede estar equivocado como él quería dármelo a entender. Era hermoso, éramos uno, él y yo. No éramos Padre e hija. Éramos algo más transcendente, celestial. No había una razón para esto que él me estaba haciendo. Yo era su religión y estoy segura de que me adoraba.
No sé si había alguien más, creo que no había nadie más. Mi madre falleció al momento de dar a luz. Yo me crie con él. Él era mi aliento. Jamás sentí la falta de una madre. Mi padre era mi todo. Pensé más de una vez que si mi madre existiera, hubiese sido para ambos algo incomodo, yo no quería compartir mi padre con nadie, él es y será solo mío.
Mi padre no quiso explicarme que es lo que había sucedido, no me dio ninguna razón por la cual mataba nuestro amor. No me daba razones que me hicieran entender su decisión. Me di mis propias explicaciones, quizás una cosa hormonal, quizás una enfermedad, pero no encontraba nada que me diese un haz de luz para vislumbrar una respuesta a mis interrogantes. Mi vida se había obscurecido, me volvió a repetir que era lo mejor para mí, pero ya no le escuchaba, me sentía derrotada.
Él parecía triste y cansado, parecía que la labor de romper nuestro amor era titánica y hacía acopio de todas sus fuerzas. Menos entendía yo el por qué. En otros tiempos le habría echado mis brazos al cuello como de costumbre y habría obrado mi magia y seducción, yo sabía lo que a él le gustaba, tenía una receta infalible para con él, yo era la única que conocía sus mañas y enredos, jugaba con su verga hasta hacerlo explotar en mí, no importaba donde, pero el me llenaba y satisfacía, no se si mi madre alguna vez lo hizo sentir las cosas que yo le hacía sentir.
La ruptura fue en un frio lenguaje, como si hubiese aprendido las palabras de memoria, como si estuviese leyendo una resolución judicial, como si estuviese leyendo mi condena. Debería existir un modo de expresar estas cosas tan terribles, estas cosas que dejan tu corazón a pedacitos, el lenguaje debería ser igual de horripilante y destructor. En cambio, su lenguaje era plano y formal, casi una afrenta, una bofetada a los sentimientos. No estaba preparada para esto, no comprendía como podía dejar de ser lo que hasta ahora había sido para él, jamás pensé que algún día nuestra relación pudiese terminar. Pero lo hizo, quede impactada y herida mortalmente.
La parte más dolorosa es que no me morí, ganas de morir no me faltaban. Pero no podía ni siquiera pensar en como quitarme la vida, no me habían enseñado a eso, me habían enseñado solo a amar, a crear y no a destruir, además, ni la más remota idea de cómo eliminarme.
La tristeza en sus ojos brillantes me daba a entender que él también estaba herido, debería haberlo lastimado, debería haberme asegurado de que le doliera tanto como me dolía a mí. El sentir que estás herida de muerte es aún peor cuando no mueres, estás muerta en vida.
Me dijo que deberíamos ser solo padre e hija y nada más que eso. No cabía en mi mente que él quisiera reducir lo nuestro a algo meramente biológico y normal. ¿Por qué no podía darse cuenta de que jamás podría ser feliz siendo solo su hija? … No podía haber ningún otro tipo de arreglo posible. Éramos tan felices, yo lo hacía feliz a él y él me rendía feliz y dichosa a mí. ¿Por qué él rechazaba su felicidad … nuestra felicidad?
Fueron más de veinticuatro años felices junto a él, durante todo ese tiempo viví su amor, gocé su amor, esperé su amor, soñé su amor. Ahora me despertaba abruptamente con su crueldad, una canallada perversa de los hombres, un absurdo al amor que yo le profesaba. Ese día crecí, envejecí y morí.
Fue una de las últimas veces que vi a mi padre. Él me mato, así que quise permanecer muerta para él. Muerta por dentro y viva solo en apariencia.
Cuando lo dejé esa noche, mientras me alejaba en las penumbras de mi llanto, me volví a mirarlo muchas veces, pero él no hizo ningún gesto por detenerme, solo me vio impasible alejándome de él y de su amor imposible. Vi sus lagrimas y se que su dolor era enorme, nunca cuanto el mío, pero su padecimiento era grueso, denso, casi palpable, lo sentía en mi piel mientras mis pasos me alejaban cada vez más de él.
No supe nada de él por un par de meses, hasta que un día me busco, pero vino a mí solo como un padre viene por su hija. Mi sueño era que él regresara a mí como un alma buscando a su alma gemela, como el aire para la respiración, como la vida para la muerte, pero éramos solo un romance y amor que se fue.
Vino solo dos veces y solo como padre. Esperé fiel por él como mi amante, pero nunca más volvió. Termine por dejar de esperarlo.
Sin embargo, hubo un cambiamiento en mí, una nueva determinación. Los hombres aprenderán de mí, de la manera más dura. Mi corazón se había puesto duro como una piedra y no sería de nadie. Tengo todo lo que los hombres quieren y pretenden, belleza, clase, prosperidad. Estaba cierta de que los hombres no podrían resistir mis encantos, no puede haber un hombre más duro que mi padre, los destruiré a todos.
Me fue muy difícil permitir que otro hombre pusiera sus manos sobre mí, sentía de pertenecer solo al hombre que me dio la vida, pero la venganza me ayudó a separar mi alma de mi cuerpo, mi belleza natural era mi escudo supremo, mi determinación mi arma mortal. Mi misión era herir y destruir como yo había sido herida y golpeada. Pronto comencé a tener éxito, puse de rodillas a hombres maduros y jóvenes, los dejé muertos en vida, destruí familias completas, se peleaban por mí hermano contra hermano, hubo suicidios, bancarrotas, la fuerza de la venganza te motiva, la venganza es un lado hermoso de la naturaleza. La venganza es dulce y profunda cuando es total, ningún hombre que se encontró en mi camino logró recuperarse.
Pero la satisfacción de la venganza es efímera y no tan divertida, no sentí ningún alivio duradero. Herir a los hombres no me hacía sentir mucho mejor, era solo un recordatorio de mis propios sentimientos pisoteados y golpeados por mi padre. Hiciera lo que hiciera, no lograba colmar en mi el abismo que había cavado mi padre en mi alma, no había nada que lo hiciera.
Hubiese renunciado a todo si pudiese volver con mi padre.
Vivía en una especie de cruzada de maldad y quería estar libre y al servicio de la venganza. Había momentos en que los recuerdos de mi padre y de lo que existía entre yo y él me hacía reflexionar, pensaba a ese amor perfecto, en los momentos de pasión que el me brindaba, muchas noches me masturbe en soledad muriendo de placer en recuerdo de esos momentos, intentaba sentir con otro lo que mi padre me hacía sentir, pero no servía de nada, no había ninguno como mi padre.
Nadie ni siquiera se le acerco a lo que él me daba, siempre faltaba algo. Solo con mi papá todo era perfecto, él sabía exactamente como cogerme y hacerme volar en mi fantasía explotando en ese maravilloso mundo de plenitud orgásmica, no había otro ser sincronizado conmigo como yo estaba conectada con mi padre, ningún otro hombre me hacía sentir viva como mi padre.
Aún recuerdo que la última vez que tuve placer fue con él, con mi padre.
Han pasado muchos años desde que perdí a mí padre-amante. Más recientemente el dejo este mundo. Acabo de dejar su tumba. No entiendo por qué sigo visitando su tumba, a pesar de la distancia y a pesar de todo. Pero siempre que estoy cercana él, me voy con un anhelo agobiador, un deseo ardiente e intenso.
Daría cualquier cosa, cualquiera … solo por volver a tener sexo con mi padre.
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