Capítulo 3
- Mellizas I: La boda
- Mellizas II: la comunión
- Mellizas III: La comunión II
- Mellizas IV: el fotógrafo
Mellizas III: La comunión II
Esa misma noche, durante la cena, conseguí apoderarme de una de las manos de mi querido primo, mientras colocaba adecuadamente la servilleta en su regazo, venciendo su débil resistencia hasta lograr posarla en mi desprotegida entrepierna, mientras procuraba que el resto de la familia no se diera cuenta.
El pobre, bastante sofocado y nervioso, logró disfrutar durante unos instantes de mi cálida cueva, introduciendo algunos de sus dedos en mi acogedor interior.
Eso bastó para que esa noche se llevara a su dócil esposa a la cama apenas acabados los postres.
Era necesario que los excitados cónyuges se acostaran pronto, pues esa noche teníamos que enseñar a Lucia como disfrutar mientras lamía las intimidades de otra mujer.
Por suerte los fuertes orgasmos que obtenía como recompensa, a base de meterle hasta dos dedos a la vez por el trasero, pronto vencieron los recelos iniciales de la chiquilla.
Y así fue como descubrimos que la pequeña tenia un don especial para mover su afilada lengua de una forma tan rápida, e insidiosa, que en pocos minutos nos hacia alcanzar el orgasmo.
Los sesenta y nueves que realizamos aquella velada fueron de antología, y nos dejaron tan agotadas que nos costó un esfuerzo enorme levantarnos por la mañana.
Como Ingrid había pasado una noche más tranquila, después de satisfacer los ardientes deseos que habíamos provocado en su marido, decidimos que ya era hora de que diera ella sola el paseo matutino, vestida con la misma ropa de la tarde anterior, mientras nosotras reposábamos, planeando a conciencia nuestros próximos movimientos.
Regreso de las compras a media mañana, con un rostro totalmente colorado, de lo mas elocuente.
Mientras la desnudábamos, besándola y acariciándola para estimular su deseo, nos contó que su sofoco no era debido solo a los piropos y groserías que le habían dicho por la calle, ni a las sucias y elocuentes miradas que le dedicaban sus tenderos y vecinos, sino porque había vuelto a encontrarse en la calle con el marido de su amiga.
Este sujeto, haciéndose el encontradizo, aprovecho que por fin estaba sola para insinuarse descaradamente, mientras la acompañaba al hogar. Al final, viendo que Ingrid se limitaba a enrojecer ante sus elocuentes palabras, decidió insistir en que fuéramos a su casa a tomar café, cualquier día de estos.
Ya en el portal, y como despedida, en vez de besarla en ambas mejillas, como sería lo correcto, había estampado su boca sobre la de ella, succionando ávidamente sus labios gordezuelos.
En vista de la pasividad de Ingrid ante su ataque, incluso oso apretarle uno de sus enormes pechos a través del vestido, fugazmente, justo antes de marcharse precipitadamente, por lo que pudiera pasar.
Ingrid estaba tan excitada por nuestros hábiles toqueteos cuando termino de contarnos su aventura que no solo acepto de buen grado volver a introducir sus grandes globos por el agujero, sino que incluso accedió a llamar por teléfono a su amiga y quedar citada con ella, y con su libidinoso esposo, para tomar el café al día siguiente; pues esa tarde ya estaba citada con su otra amiga, la del perro.
Yo, situada detrás suya, ya tenia preparado el consolador doble, y empece a penetrarla fogosamente en cuanto escuche sus primeros gemidos de éxtasis, prueba inequívoca de que los dos esforzados albañiles volvían de nuevo al trabajo.
Apenas llevaba unos minutos introduciéndome en su hambriento conejo cuando note que unas largas manos exploraban, ansiosas, mis muslos, hasta llegar a mi intimidad.
Mi hermana no podía ser, pues estaba de pie a nuestro lado, devorando la boca de Ingrid con sus tiernos labios, así que no sabia que estaba sucediendo. Pero pronto me di cuenta de lo que pasaba, y es que los pícaros obreros, no contentos con lo que tenían, habían perforado otro orificio debajo del original, para así acceder hasta nuestros cuerpos.
Decidí que debía recompensar su ingenio y picaresca a mi manera, penetrando a mi prima política por detrás, para así dejar su desprotegida intimidad a manos, nunca mejor dicho, de los viciosos empleados de su marido.
Los continuos orgasmos que obtuvimos ambas de esta forma fueron maravillosos; ya que, aunque la cueva de Ingrid era amplia, no lo era tanto como para albergar a tantas manos, y siempre había algunos dedos ociosos, dispuestos a introducirse en mi acogedor trasero tan a fondo como le alcanzaran los brazos.
Fue una sesión agotadora, que nos obligo a reposar el resto de la mañana, mientras los obreros, a regañadientes, cerraban todos los agujeros que habían hecho en la pared, ya que la obra estaba casi acabada y ya no tenían razón de ser.
A Lucia, cuando regreso del colegio, le falto tiempo para llevarme a su habitación, y contarme, entusiasmada, lo bien que le había ido aprovechando mis consejos de la tarde anterior. Por lo visto esa mañana el cura había repartido el resultado de los exámenes que habían hecho un par de semanas atrás de una de las asignaturas que peor se le daban.
De hecho, su nota lindaba justo el aprobado, y tenia que ir a ver al pícaro párroco a su despacho a la hora del recreo, al igual que otras compañeras con igual calificación.
Cuando le toco a Lucia el turno de pasar, acordándose de mis sabios consejos, entro con un par de botones de la camisa desabrochados.
El cura, visiblemente nervioso, le pidió que se sentara a revisar el examen, mientras él, de pie a su lado, tenia una vista realmente generosa de su firme busto.
Ella, apenada, le pregunto con su voz mas inocente si no había alguna cosa que pudiera hacer para lograr el aprobado; y el cura, arriesgándose del todo por fin, empezó a balbucear que quizás, mientras una de las manos temblorosas que había tenido apoyada en su hombro comenzaba a descender lentamente por la camisa.
Lucia sabedora, por primera vez, de su ventaja, se limito a agachar la cabeza, para que el cura no viera la sonrisilla que afloraba a sus labios mientras él luchaba con sus botones.
El cura solo tuvo que soltar un par de ellos mas para que su preciosa delantera quedase totalmente a la vista, abriéndole luego la camisa para regodearse del espectáculo.
Pronto sus nerviosas manos se adueñaron de los tiernos meloncitos, estrujándolos cada vez con mayor fervor, en vista de la sumisión y docilidad de la chiquilla.
Lucia me contó con todo lujo de detalles la pasión con que el vicioso curita se apodero de sus gruesos pezones, pellizcándolos con devoción.
El saber que aun quedaban algunas jovencitas esperando su turno fue lo único que impidió que el párroco siguiera adelante con sus manejos. Eso sí, mientras la acompañaba hacia la salida del despacho aún tuvo la osadía de acariciarle a fondo el trasero, por encima del uniforme, mientras la despedía.
Esa tarde, conforme a lo previsto, acompañe a Ingrid a visitar a su amiga, obligándola a vestirse para la ocasión con su minifalda mas reducida, sin ninguna otra ropa interior.
Me lleve una gran desilusión cuando vi que había encerrado al pobre animalito en una habitación, quizás para evitar que repitiera su descarado comportamiento de hacia unos días.
Así que, cuando lo estime oportuno, le pedí a la simpática amiga que me llevara a verlo, haciéndole una seña disimulada a Ingrid para que permaneciera sentada en el sofá.
Al pasar por su lado le separe bastante las piernas, dándole un brusco tirón, mientras le susurraba al oído que debía estarse muy quietecita cuando apareciera por allí el perrazo.
La alegría con que nos recibió el enorme animalito en el cuarto de su encierro me hizo sospechar que no estaba acostumbrado a semejantes tratos por parte de su ama; y se marcho alborotado, hacia el comedor, apenas le dimos la oportunidad.
Yo retuve a su inquieta dueña en el cuarto todo lo que pude, acompañándola luego de regreso al salón, donde ya sabía lo que nos íbamos a encontrar.
Tenía que arriesgarme, así que, cuando vi que ella se paraba en la entrada del comedor, me apresure a tapar su boca con mi mano; mientras, pegada a su espalda, le susurraba que no estropease tan tierna escena.
Pues desde donde estabamos veíamos perfectamente como Ingrid permanecía recostada en el sofá, frente a nosotras, con los ojos cerrados, tratando de no pensar en quien la estaba llevando al borde del orgasmo. Pues era el perrazo el que, meneando alegremente la cola, tenia incrustada las fauces en su acogedora intimidad; lamiendo, entusiasmado, la dulce cueva que habíamos dejado tan amablemente a su entera disposición.
La gran habilidad y entrega que demostraba el fogoso animalito en su labor me hizo sospechar que no era la primera vez que lo hacia. Así que introduje mi mano dentro de la bragueta de los pantalones de su amiga, alcanzando con relativa facilidad su cálida cueva, cuya humedad me permitió confirmar mis sospechas en el acto.
Por eso, mientras la masturbaba lentamente, le dije lo que creía al oído, logrando que asintiera con la cabeza a mis preguntas cuando el placer supero la vergüenza.
Fuimos a su cuarto, y mientras hacíamos apasionadamente el amor me confeso que lo de su perro era solo por necesidad; pues se había convertido en lesbiana dado el nulo interés que su escuálido cuerpo despertaba en los hombres, y solo recurría a su mascota cuando la necesidad de ser poseída la embargaba. Decidí apiadarme de la pobrecilla y explicarle lo fácil que le seria dominar a Ingrid, y obtener así una magnifica esclava sexual.
Por eso cuando regresamos las dos juntas al comedor ella fue la encargada de separar al entusiasta perro de su nueva diversión, pues este no quería dejar de saborear su conejo; pasándomelo para que lamiera el mío un rato, para variar, mientras ella ocupaba su lugar.
Ingrid, roja de vergüenza, accedió a que su amiga la masturbara, aunque apenas sentía ya las piernas debido a la cantidad de orgasmos que había experimentado con el animal.
También dejo que su amiga la besara, y que desnudara sus grandes pechos, para jugar apasionadamente con ellos mientras alcanzaba un nuevo orgasmo bajo sus hábiles dedos.
Cuando nos marchamos de allí, lo hice con la convicción de que serian muchas las tardes que pasaría mi prima política en esa casa, obedeciendo a su nueva dueña en sus turbios deseos, y entregándose a nuevos e insospechados placeres con su incansable mascota.
Yo, por mi parte, tenia que dormir a Lucia para mis planes, por lo que después de hacer el amor durante un buen rato la engañe para que se tomara uno de mis somníferos con la bebida. Este era lo suficientemente fuerte como para que nada la despertara en varias horas. Así que, en cuanto la bella ninfa cayo dormida, la vestí con su camisón de tirantas mas liviano y la arrope un poco con la sabana. Después coloque estratégicamente nuestra cámara de vídeo dentro del armario, a sabiendas de que desde su puerta entreabierta se grabaría todo con total nitidez, gracias a la luz y claridad que entraba por la ventana.
Cuando oí que su tío llamaba a la puerta de la casa conecte la cámara, desordenando las sabanas lo justo para que se le viera una de sus piernas casi hasta la cadera, y bajándole una de sus tirantas para hacer aun mas asequibles sus lindos senos desnudos.
Después baje a abrir, toda apurada, pretextando que debía salir a un asunto urgente, que me retendría fuera un par de horas; y que, al no haber nadie mas en la casa, le tenia que rogar que se quedara para velar a su pobre sobrina, a la que habíamos tenido que darle un somnífero debido al fuerte dolor de cabeza que había tenido. Le asegure que no era nada serio, pero que seria conveniente que le echara algún vistazo por si tenia fiebre.
Luego me marche, no sin antes recalcarle que seria muy difícil que se despertase antes de que volviese, pues el somnífero era bastante fuerte y nada la podría molestar.
Conforme a lo prometido, después de pasear un par de horas deambulando por el centro regrese, agradeciéndole su enorme paciencia. El hombre, algo nervioso, se despidió de mi, asegurándome que su sobrina se encontraba bien, y que él había confirmado que no tenia fiebre. En cuanto se marcho subí a por el vídeo, ansiosa de ver lo que se había grabado; pues, aunque Lucia seguía igual, en apariencia, la humedad de su virginal cueva me delataba que algo había pasado. Nada mas conectar el aparato de vídeo al televisor pude ver como, a los pocos minutos de mi ausencia, aparecía el sujeto en escena.
Aunque tardo algún tiempo en cerciorarse de que el pesado sueño de la pequeña no era fingido, en cuanto estuvo seguro empezó a hacer de las suyas. Lo primero que hizo fue dejar totalmente a la vista el pálido seno que yo había dejado indefenso, el cual acaricio y saboreo durante bastante rato. Se deleito, sobre todo, con el duro pezón, al que dedico buena parte de sus esfuerzos. Un giro inesperado de Lucia le provoco un buen susto al pobre hombre, que tardo unos minutos en volver a acercarse a su sobrina. Cuando al fin lo hizo fue para aprovechar la posición y dejarla con el trasero al aire; debía sentir una especial predilección por los culitos, pues gozo con este casi tanto como con sus pechos.
Como la oportunidad era de oro el padrino saco de su bolsillo el termómetro que llevaba y lo introdujo poco a poco por su orificio mas estrecho; repitiendo la jugada una y otra vez, apasionadamente, hasta lograr que se deslizara con una facilidad asombrosa dentro y fuera. Dado que el tiempo ya se le agotaba se encargo él mismo de darle con mucho cuidado la vuelta a su sobrina, con el fin de disfrutar también de su inmaculada intimidad.
Aunque por el vídeo no lo puedo asegurar, creo que las lamidas y toqueteos que dedico a esa zona tan delicada lograron que Lucia obtuviera un lindo par de orgasmos.
Después su padrino me dio la gran sorpresa al sacar del interior de sus pantalones un descomunal miembro, muchisimo mas grande de lo que me podía imaginar.
El muy pícaro aprovecho que la inocente mocosa continuaba con la boquita entreabierta, después del ultimo suspiro, para introducir la gruesa puntita del falo en su interior.
La pequeña debía ser muy golosa, pues succiono, ávidamente, el rígido aparato de su tío; hasta que este, al final, eyaculo en su interior. Lucia se trago el néctar como si fuera leche condensada, no permitiendo que se derramara ni una gota de sus labios.
El avispado picaron, una vez satisfecho su oculto deseo, arreglo la escena, dejándola tal y como la encontró, desapareciendo luego del lugar.
Gracias a esta curiosa grabación no solo teníamos ya un recuerdo imborrable de la dulce pequeñaja, sino que ya sabíamos a que atenernos, y como actuar, con su futuro padrino.
Esa noche, y por primera vez, fue mi querido primo el que me sorprendió a mi.
Lo cierto es que, aunque note su presencia detrás mío, mientras ordenaba la ropa en los cajones inferiores del armario de nuestro dormitorio, no le di la mas mínima importancia.
Me hizo tanta gracia que aprovechara mi doblada postura para hurgar en mi desnuda intimidad, indefensa bajo el reducido kimono, que decidí dejarle, a ver lo que hacia.
Y, para mi asombro, lo que hizo el muy traidor fue sacar su rígido aparato del pantalón; y, tras sujetarme fuertemente por el cogote, para que me inclinara aun mas, me penetro violentamente por la entrada posterior. Su desesperado y frenético vaivén hizo que la inesperada violación fuera aun mas dolorosa, y el ansia con que me estrujaba los pechos, pellizcándome los pezones con su mano libre, no contribuía precisamente a mejorarlo.
Como soy buena jugadora acepte mi derrota con dignidad, sin rebelarme, ni quejarme, hasta que acabo la faena. Cuando eyaculo, abundantemente, en mi interior, y se marcho, casi tan sigilosamente como había venido, yo ya había decidido cual iba a ser mi justa replica; y que la iba a realizar esa misma noche, si contaba con la ayuda de mi hermana.
Ella, aunque bromeo un poco a mi costa, por la facilidad con que había caído en la burda emboscada de nuestro querido primo, no se negó a cooperar conmigo; y pronto nos repartimos el trabajo. Así, nada mas acabar la cena, mi hermana se encerró en la cocina con Ingrid, para fregar los cacharros, mientras yo entretenía al resto de la familia con una interminable partida de monopoly. Lo que ellos no podían saber desde el salón, era que yo, después de dejar abiertos los grifos del fregadero, había tumbado a mi prima política boca abajo sobre la mesita que allí había. Ella, con su dócil sumisión, no solo se apresuro a situarse en tan humillante posición, sino que acepto de buen grado que mis hábiles dedos la llevaran al borde del orgasmo, cuando se introdujeron por sus dos orificios, desnudos bajo el reducido kimono. Cuando note que estaba a alcanzando la cúspide del placer cogí de un aparador cercano el grueso pepino que habíamos escogido para el evento y, sin darle tiempo a reaccionar, le introduje mas de la mitad en el trasero. Tuve que obligarla a que mordiera un paño de cocina, pues mi mano no bastaba para sofocar los fuertes gemidos que emitía la pobrecilla mientras yo conseguía introducir casi toda la hortaliza en su interior. Una vez le mitigo el dolor, el entrenamiento recibido empezó a dar sus frutos, y logre que alcanzara un poderoso orgasmo antes de acabar la sesión.
Yo, por mi parte, después de declararme vencedora de la partida de monopoly, me fui a dormir, al igual que Lucia, pues ahora era yo la que tenia que culminar la venganza.
Fui a reunirme con la pequeña en su cuarto; que ya me esperaba, prácticamente desnuda, acariciándose y pellizcándose los pechitos para acelerar su placer. Estaba tan caliente que me fue sumamente fácil lograr que alcanzara su primer orgasmo, casi sin tocarla.
Después, cuando empezó a devolverme las caricias, fue cuando descubrió que yo llevaba puesto el consolador doble bajo el camisón. Se mostró muy curiosa respecto al artefacto, que tenia introducido por el lado mas largo, dejando el mas grueso, y corto, a la vista.
Le explique que lo llevaba puesto para enseñarle como debía de chupar la zanahoria de los hombres, ahora que ya sabia lamer los conejos de las mujeres con bastante habilidad.
Fueron un par de horas muy instructivas, en las que me demostró que poseía una cierta habilidad innata para estas labores, que yo perfeccione, muy fácilmente, como la veterana maestra que soy en estas lides. Como quiera que durante las clases no habíamos dejado de acariciarnos, ni besarnos, tenia ya a Lucia deseando llegar a un nuevo orgasmo.
Por eso la mocosa no ofreció la mas mínima resistencia cuando la coloque en la misma posición en que me había ensartado su padre a mi, hacia tan solo unas horas. Fue música para mis oídos oír el suave gemido, mezcla de queja y de suspiro, que emitió la pequeña mientras desfloraba su entrada posterior. Con un suave balanceo conseguí que entrara todo el aparato por su estrecho canal, hasta que ambas quedamos unidas por el placer.
Después incremente el ritmo poco a poco, hasta lograr que Lucia alcanzara un nuevo orgasmo. Fue la niña la que, llevada por el frenesí, siguió empujando, para que la llevara hasta un nuevo clímax; y yo, que apenas necesito incentivos, cabalgue a la viciosilla de una forma realmente furiosa, hasta que ambas rugimos de placer, casi al unísono.
No me extrañó, pues, ver las gotitas de sangre que asomaron al final del combate, cuando me retire. Por suerte no era nada, y una pequeña cura soluciono el problema, dejándola lista para continuar al día siguiente. El sábado, la víspera de la comunión.
Durante el desayuno nuestro querido primo le pidió a su esposa que echara un vistazo al resultado de la obra, para que los trabajadores pudieran rematar el trabajo, pues si todo estaba correcto podrían acabar esa misma mañana, dejándolo listo para la comunión.
Mientras el subía a vestirse yo afloje el cinturón del kimono de Ingrid, mientras le susurraba al oído que debía ser condescendiente con sus empleados, y alegrarles el día.
La pobrecilla marcho avergonzada y presurosa hacia el garaje, toda colorada, mientras yo permanecía apostada en una de las esquinas de la vivienda, para asegurarme de que nadie les molestaría, y de que ella se portaba todo lo bien que era de esperar. Los pícaros obreros, al principio, se conformaron con disfrutar de las generosas vistas, sin atreverse a actuar; hasta que el sevillano, mas audaz, oso darle un pequeño tirón al kimono, mientras le mostraba un detalle de la reparación, dejándola con uno de sus enormes globos al aire.
En cuanto se percataron de su entrega y pasividad se apresuraron a arrojarse sobre ella, para devorarla a besos. El sevillano se conformaba con saborear sus labios, mientras le estrujaba los senos sin piedad, jugando a la vez con sus grandes pezones. El negro, por su parte, se había arrodillado a sus pies, y le lamía las partes bajas con autentico deleite, haciéndole llegar al orgasmo con mucha habilidad. Fue una autentica lastima que me viera obligada a interrumpir la fiesta, debido a la aparición de mi querido primo, cuando ellos empezaban a sacar sus rígidos aparatos al exterior; pero me prometí a mi misma que al día siguiente tendrían su recompensa. Este, sin sospechar nada, dio también su visto bueno a la obra; quedándose a charlar un rato con sus obreros mientras esperaba que nos vestieramos, para llevarnos a la tienda donde debíamos recoger el traje de Lucia.
Ingrid había escogido para la pequeña un precioso trajecito blanco, como manda la tradición. Nos sorprendió mucho ver que este era muy caladito por la zona delantera; pero su madre nos aclaro que era muy consciente de la abultada pechera de su hija, y que le había comprado un ajustado body blanco para llevar debajo. Este no solo disimularía sus firmes protuberancias, sino que haría juego con el vestido, ocultando todas aquellas zonas que este dejaba tan a la vista. No podíamos creer en nuestra suerte pero decidimos callar nuestros planes hasta el ultimo momento, para que la sorpresa fuera aun mayor.
Después de comer dejamos que nuestro querido primo se marchara por su cuenta a probarse su traje, pues él no estaba invitado a tomar café en la casa de la amiga, por motivos obvios. Yo, en cuento me quede sola con la pequeña, me apresure a llevarla hasta su habitación, pues apenas tenia tiempo de prepararlo todo antes de que llegara su tío, al que habíamos citado antes de lo acostumbrado sin que nadie lo supiera.
Allí la sorprendí gratamente con el raro regalo de comunión que había dejado sobre su cama; pues, aunque no sabia como se llamaba, su lujuriosa mirada me indico, claramente, que sabia para que servia el vibrador que había dentro de la caja.
Yo, después de enseñarle el funcionamiento de las velocidades, y de aconsejarle que lo humedeciera siempre antes de introducírselo, le recordé que solo debía usarlo por el orificio posterior, hasta que perdiera su ultima virginidad. Luego la fui desvistiendo entre besos y caricias hasta dejarla completamente desnuda, y tremendamente excitada.
No le hizo mucha gracia que le dijera que la iba a dejar sola, en ese estado, pero acepto mi consejo de utilizar el aparato, como sustituto mío, para obtener placer. Después salí de su habitación, dejando sola a la pequeña, mientras lubricaba el vibrador, chupándolo como si fuera un sabroso helado; aunque me asegure, antes de bajar al comedor, de que la puerta de su cuarto se quedaba lo suficientemente entreabierta para nuestros planes.
Luego solo tuve que esperar unos minutos junto a la ventana para abrir la puerta a su tío antes de que llamara al timbre. Antes de que reaccionara de su sorpresa le hice subir hacia los dormitorios, sigilosamente, mientras le susurraba al oído que había descubierto a su sobrina en un acto infame, y que quería que lo viera, sin que delatara su presencia, para que pudiéramos tomar las medidas oportunas después.
El pobre hombre permaneció casi media hora de pie junto a la puerta de su habitación, totalmente empalmado, asomado por la estrecha abertura, mientras veía como su dulce y encantadora ahijada se masturbaba por el trasero, una y otra vez, sin descanso, usando el aparato con gran maestría mientras se acariciaba sola el resto del cuerpo.
Luego, a solas los dos, reconoció, sudoroso, que había que hacer algo con Lucia, y que él mismo se encargaría de la cuestión en cuanto tuviera una nueva oportunidad.
Yo, mientras sucedían estos acontecimientos, estaba ya en la casa de la amiga de Ingrid, tomando café; y procurando disimular la sonrisa que me afloraba en los labios cada vez que veía las lujuriosas miradas que echaba su marido al atrevido conjunto de mi prima.
Este, que se componía tan solo de una ligera minifalda de estilo hippi, y de una sugestiva camisa a juego, de manga corta, que se cerraba con una tentadora cremallera central, hacia que cualquier inocente movimiento revelara a los presentes la ausencia de cualquier tipo de ropa interior que pudiera haber debajo del mismo, dada la completa libertad con que se bamboleaban sus enormes senos. Ingrid, dócil y obediente, ya sabia que debía mostrarse pasiva ante los ataques que, sin duda, había de padecer en breve.
Para facilitar estos ataques al máximo decidí ayudar a su simpática amiga en la cocina, entreteniéndola todo lo posible, mientras ellos se quedaban solos en el comedor.
Cuando regresamos pude ver que ni siquiera habían tenido tiempo de colocar la osada cremallera en su posición original. También aprecie en los endurecidos pezones de Ingrid y en el abultado paquete de su amigo, las maravillosas expectativas que allí habían.
Durante la conversación salió a relucir las pequeñas acuarelas que pintaba su amiga en los ratos libres; y, como no, aproveche esta estupenda oportunidad para obligarla a que me llevara hasta su improvisado estudio, y que me las enseñara con detenimiento.
Tuve la precaución de dejar entornada la puerta de esa habitación, pues desde allí, como se veían las cabezas de los dos tortolitos asomando por encima del sofá, podía hacerme una idea bastante aproximada de lo que estaba pasando en el comedor.
Fue la cabeza del marido la primera que desapareció de mi vista después de haber estado unos instantes muy unida a la de Ingrid, mientras la besaba apasionadamente, supongo que para saborear mas cómodamente sus espectaculares senos, que ya había podido comprobar que se le servían en bandeja; y quizás, si era lo bastante atrevido, disfrutar de su desnuda intimidad, que tan asequible la tenia, con solo levantar la minifalda.
Al cabo de unos minutos asomo, por fin, su cabeza; para, casi al instante, desaparecer la de Ingrid. Dedicada, casi con certeza, a succionar ávidamente el miembro de su primer amante masculino. Mi simpatía natural me permitió retener a la cornuda esposa en su estudio todo el tiempo que quise, sin ningún problema, admirando sus insulsas acuarelas hasta que emergió la cabeza de mi prima política de realizar su grata tarea.
Así que, después de dejarles un par de minutos a los contendientes, para recuperar la compostura, regresamos al comedor, para continuar la entretenida sobremesa. Tanto el intenso rubor de Ingrid, como el apaciguamiento del sujeto, me hicieron comprender que mis deducciones eran acertadas. Y si me quedaba todavía la mas mínima duda, me la quito el ver, por el rabillo del ojo, la osada confianza con que el pícaro marido introdujo la mano bajo su minifalda, hurgando insidioso en sus acogedores orificios al tiempo que le susurraba algo al oído, en un momento de descuido, mientras nos despedíamos.
Durante el regreso no solo me entere detalladamente de todo lo sucedido durante la apasionante velada, sino que averigüe que sus ultimas palabras fueron para prometerle un nuevo encuentro, aun mas apasionado, lo antes posible.
Así supe que, en efecto, durante el primer asalto, aunque breve, mi prima política ya había acabado con los descomunales pechos al aire, brutalmente estrujados bajo las manazas del sujeto, mientras devoraba sus labios con igual pasión. En el segundo asalto había vuelto a sentir la ardiente boca de su primer amante por su rostro, y sobre todo en sus sufridos senos, otra vez desnudos, mientras succionaba, y mordía, como un autentico animal. Al tiempo que sus manos parecían multiplicarse por todo su cuerpo, no dejando ningún lugar por explorar. Dadas las facilidades que tenia pronto tuvo el placer de hurgar en su intimidad, descubriendo, complacido, la facilidad con que acogía sus dedos.
Pero lo mejor fue cuando obligo Ingrid a mamar su grueso aparato, pues ella misma se obligo a hacerlo lo mejor posible, para acabar cuanto antes y que no les sorprendiéramos; subía y bajaba la cabeza con gran rapidez, tragándose trozos desmesurados de su largo y rígido miembro, mientras hacia verdaderas filigranas con la lengua para subir su placer.
Mi prima me aseguro que nunca se había sentido tan zorra como en esos momentos, pues disfruto horrores de la maestría con que le llevaba hasta el orgasmo, a pesar de los brutales manoseos del rudo individuo, que no dejaba de amasar sus enormes pechos, disfrutando de ellos le estiraba y pellizcaba los pezones. Su mirada viciosa mientras me lo contaba, eran la mejor garantía de que estos hechos no tardarían en repetirse.
Yo, en vista de la excesiva tardanza de Ingrid, tuve que acompañar a mi querido primo, y a Lucia, a la cercana iglesia del barrio, donde tenia que asistir la pequeña para hacer el ultimo ensayo, mientras los familiares ultimaban los detalles del evento.
No vi nada raro en el comportamiento del curita, hasta que este insistió en tener una ultima charla, a solas, con la docena de pequeños que iban a comulgar al día siguiente.
Enseguida vi que los muchachos entraban y salían del despacho del párroco mucho mas rápidamente que las jovencitas; y que Lucia, y otra jovencita, que también empezaba a tener un bonito tipo, fueron las que mas rato pasaron en su compañía.
Mas tarde, cuando todo acabo, y su padre se fue a tomar unas copas con los amigos, conseguí que Lucia me contara lo que paso dentro. Así fue como supe que el cura había obligado a todas las muchachas que iban a comulgar al día siguiente a que le enseñaran sus collares y crucifijos, y que Lucia había visto como la otra jovencita pechugona salía, antes que ella, toda colorada, abrochándose todavía los últimos botones de su vestido, pues el avispado cura había preferido soltárselos en vez de sacarle el collar por el escote.
Las dos bromeamos divertidas sobre el suceso, pues ambas sabíamos que no solo había revisado su colgante, sino que también había disfrutando de unas generosas vistas de sus tiernos meloncitos, agradablemente desnudos bajo su vestidito infantil.
Con Lucia no tuvo tantos miramientos. Pues, en cuanto se quedaron los dos solos en el despacho, le subió el holgado vestidito hasta el cuello de un tirón. Tumbándola luego sobre la amplia mesa para acariciar y saborear mejor sus lindos pechos. Esta vez, como novedad, le bajo un poquito las picaras braguitas que le habíamos regalado, durante unos instantes, para apreciar mejor la frondosa intimidad que desbordaba por todas partes.
Luego, como es lógico, fue incapaz de resistir la tentación de juguetear con sus espesos rizos, mientras algunos de sus dedos se deslizaban temblorosos por la húmeda intimidad.
Solo el saber que estabamos aguardándola fuera evito que el ardiente curita continuara con sus turbios manejos, ayudándola luego a vestirse, algo precipitadamente, para que no sospecháramos nada raro por su tardanza. La pequeña se marcho de allí con la certeza de que sus encuentros con el pícaro cura iban a ser cada vez mas frecuentes, e íntimos.
Quiso la casualidad que de regreso a su casa nos encontráramos con los tres simpáticos estudiantes que compartían la casa de al lado de nuestro primo; los cuales, además de agradecerle a Lucia que les invitara a la fiesta, se ofrecieron a acercarnos en su coche.
Como creí apreciar un cierto interés en sus ojos, decidí sentarme delante, dejando que la pequeña se sentara entre los otros dos jóvenes. No me equivoque, pues mientras fingía retocar mi maquillaje con el espejito de cortesía pude ver como sus ardientes miradas se clavaban en los puntiagudos pezones que la linda jovencita traía todavía endurecidos de la visita, y que el fino tejido del vestido se encargaba de realzar. En vista del inusitado interés que todos pusieron, permití que les acompañara a su casa a recoger su regalo y jugara un rato con ellos, asegurándoles que durante el par de horas que yo estaría en el cine nadie la echaría en falta. La simpática mocosa se mostró realmente encantada con mi idea. Y yo me relamí por anticipado, sabiendo lo que esos jueguecitos darían de si.
El intenso rubor que teñía el adorable rostro de Lucia cuando pase a recogerla camino de su casa me indico claramente que la realidad había vuelto a sobrepasar nuestras mas optimistas ilusiones. Mas tarde, en la soledad de su habitación, me narro lo que había pasado en casa de sus jóvenes vecinos. Lo cierto es que aunque la simpática pequeñaja se estaba convirtiendo rápidamente en una viciosa discípula de Eros, sabiamente guiada por nuestras expertas manos, seguía conservando aun una entrañable ingenuidad.
Por eso tardo cierto tiempo en darse cuenta del inusitado interés que ponían sus tres simpáticos vecinos en su desarrollado cuerpecito. Estaba tan a gusto enfrascada en sus bromas y sus juegos que apenas dio importancia a los roces, mas o menos involuntarios, que recibía. Pero sus recientes experiencias con el cura sirvieron para algo y, cuando el mas audaz de ellos le apretujo uno de sus meloncitos, por fin reparo en lo que sucedía.
La pequeña se sentía tan dichosa de que unos chicos tan mayores se fijaran en ella que decidió darles todo tipo de facilidades. Los chicos, al ver su docilidad y entrega, fueron animándose, acariciándola cada vez con mayor vehemencia y menos disimulo. Durante el tiempo restante llegaron a coger tanta confianza que, cuando llegue, tuvieron que dedicar unos instantes a adecentarse; pues, durante la tormentosa peleilla que acababan de tener habían terminado los tres con las manos bajo su vestido, disputándose afanosamente la posesión de todos sus tesoros. Que duda cabe que las visitas se repetirán muy a menudo.
Esa noche era la gran noche, por lo que debíamos dejar fuera de juego a nuestro querido primo lo mas temprano posible, si queríamos disfrutar plenamente de la velada.
Para ello solo hizo falta un poco de persuasión para llevarlo hasta su habitación, nada mas acabar de cenar, dejando que su mujer y su hija recogieran la mesa.
Una vez a solas, fue un juego de niños dejarlo sentado en la cama, para que nos fuera mas cómodo arrodillarnos a sus pies, y hacerle, entre las dos, la mejor mamada de su vida; repartiéndonos su grueso aparato como buenas amigas, mientras dejábamos que sus manos se introdujeran, insidiosas, bajo nuestros kimonos, acariciándonos sin descanso.
Cuando acabamos de secar su fuente, tragándonos hasta el ultimo resto de su néctar, lo teníamos tan atontolinado que no recelo nada cuando le hicimos tomar dos de mis somníferos disueltos en la copa con la que brindamos por el porvenir de su hija.
Después nos repartimos rápidamente el trabajo; así, mientras yo me encargaba de la viciosa Lucia, mi hermana empezaba a divertirse con su dócil madre, llevándola de un orgasmo a otro, gracias a sus hábiles caricias, y apasionados besos; hasta que, por fin, se convenció de que nada despertaría a su marido de su sueño forzoso. Entonces, dado que ya era la hora de la ansiada reunión, le enseñe como debía introducirse el consolador doble, mientras yo me ponía uno igual. Ingrid, siguiendo mis indicaciones, se lo introdujo por el lado mas largo y afilado, dejando el mas grueso y corto al aire, al revés que yo.
Cuando ambas estuvimos listas la lleve hasta nuestro dormitorio, desnuda y ataviadas ambas de esa guisa, prometiéndole una gran sorpresa al llegar.
Y no era para menos, pues nada mas entrar Ingrid en nuestra habitación vio como mi viciosa hermanita, tumbada de espaldas sobre la cama, penetraba fogosamente a su hija Lucia por detrás, utilizando un consolador doble igual que los nuestros.
La pequeña ninfa, con los ojos vendados, y las piernas totalmente separadas, acariciaba febrilmente su cuerpo desnudo, masturbándose con una manita, al mismo tiempo que se pellizcaba los duros pezones con la otra, mientras jadeaba de placer. Yo, tapando la boca de Ingrid con mi mano, para que su hija no la oyera, le asegure, al oído, que si no la desfloraba ella en ese mismo momento, lo haría yo. Solo lo penso un poco mas antes de arrodillarse frente a ellas en la cama, y colocarse en la posición mas idónea para entrar.
Fue su viciosa hija la que se aferro a sus caderas para dirigir la operación, cuando empezó a notar la nueva penetración.
La muy pícara apenas se quejo de la intrusión, permitiendo que su madre la penetrara hasta el final, gimiendo las dos por igual.
Una vez acopladas las tres solo me quedaba un orificio por ocupar, así que me apresure a taponar el trasero de Ingrid con mi bastón de goma, para ser yo la que llevara el ritmo de las acometidas, de pie tras de ellas, gozando con la violentisima situación.
Lucia, traspuesta de gozo, tardo un cierto tiempo en darse cuenta de que los descomunales pechos que acariciaba no podían ser los míos y, extrañada, se quito por fin la venda, sorprendiéndose horrores al ver que era su madre la que la poseía.
Pero el placer rompe todos los tabúes, y cuando alcanzo el primer orgasmo fue ella la que busco los suculentos labios de Ingrid para besarla, ansiosamente, mientras estrujaba sus pezones.
Tardamos casi una hora en deshacer el maravilloso cuadro, y cuando lo hicimos solo fue para continuar la orgía en otras posiciones, pues ninguna deseaba dar por finalizada la velada.
Mi hermana y yo, como sabias maestras de ceremonias, fuimos las encargadas de organizar los diferentes acoplamientos; procurando, siempre que era posible, que ambas mujeres tuvieran todos los orificios taponados, para que el placer fuera tan intenso que un solo hombre no las pudiera satisfacer jamás, obligándolas a buscar varios para poder satisfacer sus deseos.
Ingrid fue la primera en rendirse, quedándose dormida boca abajo sobre la amplia cama, de puro agotamiento, a altas horas de la madrugada.
Para castigar su debilidad dejamos que Lucia se pusiera por primera vez uno de nuestros útiles consoladores dobles, y que la penetrara por detrás, aprovechando su postura y pasividad.
Les aseguro que ambas nos sorprendimos bastante al ver la fogosa violencia con que la pequeña perforaba el mullido trasero de su madre, aferrada a las amplias caderas de la bella durmiente, mientras obtenía también su ración de placer.
Logro de esta ruda forma sus últimos orgasmos, quedando tan agotada que la tuvimos que acompañar a su cama, pues las piernas ya no le respondían.
Asimismo tuvimos que hacer un ultimo esfuerzo y llevar a Ingrid hasta su habitación, como si fuera una borracha, pues no era conveniente que su marido al despertar la encontrara desfallecida en nuestro dormitorio.
Y por fin nos acostamos nosotras, felices por haber cumplido todos nuestros objetivos.
Al día siguiente no se despertó nadie hasta bien entrada la mañana, con la tranquilidad de que la ceremonia era por la tarde, y podíamos reposar de una noche inolvidable.
Nuestro querido primo tenia todavía la cabeza bastante embotada, por lo que le pidió a Ingrid que le diera las gracias a los albañiles en su nombre, pues ya estaban recogiendo sus últimos útiles del garaje, y no les vería hasta el día siguiente, ya en la empresa.
Yo, que había escuchado la conversación, me apresure a interceptarla antes de que saliera y, tras comprobar que iba completamente desnuda bajo el batin, le afloje bastante el cinturón, mientras le advertía que debía ser una despedida de lo mas agradecida.
Después de subir a nuestro dormitorio para asegurarme de que mi hermana nos avisaría si salía alguien de improviso de la casa, me acerque hasta la esquina del jardín, desde donde pude comprobar que nuestra prima política se había convertido ya en una dócil y viciosa muñequita, deseosa de recibir todo tipo de ordenes, incluso las mas viciosas.
Por desgracia me había perdido el inicio del combate, pues cuando llegue ella ya estaba mamando, muy expertamente, el enorme aparato del negro, mientras su compañero la penetraba rudamente por detrás. Era una delicia ver como los dos empleados compartían su cuerpo prácticamente desnudo como buenos amigos, introduciendo las cuatro manos bajo el batin desabrochado para manosear sin obstáculos sus magnificas ubres.
He de reconocer que Ingrid se había convertido en una consumada maestra en el arte de chupar, pues imprimía un ritmo vertiginoso a su linda cabecita mientras absorbía grandes trozos de miembro, acariciando con sus manos todo lo que sobraba; pero lo mejor de su actuación fue, sin duda, cuando consiguió tragarse la abundante eyaculación del obrero sin derramar ni una sola gota de néctar, y sin perder el ritmo de las furiosas embestidas que le propinaba su amante sevillano. Este también termino por eyacular, poco después, en el interior de alguno de sus dos orificios, mientras se aferraba a sus caderas para introducirse lo mas profundo posible. Nada mas acabar su extenuante trabajo se marcharon, no sin antes prometerle que regresarían a visitarla en cuanto les fuera posible.
El resto de la mañana fue bastante mas relajado, mientras preparábamos las cosas de la comunión, y hacíamos nuestras maletas, ya que pensábamos marcharnos de la casa nada mas finalizar el convite, con la deliciosa satisfacción de haber cumplido, holgadamente, todos nuestros objetivos. Después de comer, mientras ayudábamos a Lucia a vestirse, le dimos nuestro ultimo regalo, unas preciosas braguitas de fantasía, que habían de sustituir al incomodo body blanco que le había preparado su madre. Esta acepto, ilusionada, el cambio, aunque se ruborizo un poco al ver lo mucho que se le transparentaban los firmes globitos en el calado vestidito blanco de comunión; cuyos rosados pezones puntiagudos se veían, perfectamente, en cuanto se acercaba uno lo suficiente a la pequeña.
Nosotras, al igual que su madre, nos vestimos con bastante sobriedad. Eso si, debido al pesado bamboleo de los senos de Ingrid nadie podía dejar de darse cuenta de que estos disfrutaban de una completa libertad bajo el ligero vestido veraniego. Y si alguien tenía la oportunidad de estar en el lugar adecuado también podría comprobar, asombrado, que tampoco llevaba bragas debajo de la elegante minifalda para ocultar su intimidad.
Aun faltaba mas de una hora para la ceremonia cuando apareció por casa el padrino, con su esposa, para saludar a la pequeña. Yo, aprovechando que estaban todos reunidos en el salón, acompañe al sujeto hasta el cuarto de Lucia, asegurándole que nadie les molestaría mientras el charlaba con la jovencita sobre lo que habíamos visto el día anterior, tal y como había prometido. Antes de cerrar la puerta desde fuera pude ver como su lujuriosa mirada se clavaba en los descarados pechos de su adorable sobrina, y me relamí por anticipado, segura de nuestra nueva victoria. Aplique pacientemente la oreja a la madera, hasta que oí sus primeros gemidos, y aun así deje pasar todavía unos minutos antes de abrir suavemente la puerta. Me basto tan solo con una pequeña rendija para ver como Lucia disfrutaba, a cuatro patas sobre su propia cama, de una completa penetración.
Era una imagen realmente encantadora, con su vestidito blanco de comunión subido hasta la cintura, y sus braguitas nuevas enroscadas en un tobillo, mientras su tío se mecía tras ella, aferrado a su firme pechuguita, mientras la poseía por algún cálido orificio.
Después de deleitarme durante unos instantes con su diversión cerré la puerta con la misma suavidad con que la había abierto para que no se percataran de mi intromisión, y pudieran seguir sentando, a base de sexo, las bases de una prometedora relación.
Cuando por fin se marcho su libidinoso tío de la habitación de la dulce Lucia, bastante ruborizado por cierto, asegurándome que todo estaba por fin arreglado, no permití que la pequeña se aseara las partes bajas, obligándola a ponerse las braguitas sobre los restos de la contienda; pues seria todo un símbolo que realizara la ceremonia de purificación con la intimidad bien empapada de los espesos flujos de su primer amante masculino.
Nos costo bastantes esfuerzos entretener a nuestro querido primo lo suficiente como para que no viera las nuevas mejoras en el traje de comunión de su hija hasta llegar a la parroquia. Allí disfrutamos de lo lindo, no solo por la cara de asombro de su padre, sino también por las elocuentes miradas que le echaban todos los familiares y amigos a su atrevido vestido, y a sus preciosos y descarados senos, arremolinándose a su alrededor.
Al sátiro cura fue a uno de los que mas le afecto la divina visión, aunque no dio ninguna muestra de ello; pues mas tarde Lucia nos contó que su ultima confesión, justo antes de la ceremonia, había sido muy especial.
Y no era para menos, pues aprovechando la soledad e intimidad del confesionario el vicioso párroco había desnudado su largo y grueso aparato ante la asombrada chiquilla, y le había obligado a hacerle una mamada mientras manoseaba sus adorables pechitos por encima del vestido, y le pellizcaba los puntiagudos y destacados pezones. Aunque era la primera vez que Lucia hacia una felación demostró tener una facilidad innata para el trabajo, pues nos aseguro que no solo había logrado engullir una buena parte de su gran aparato, sino que había conseguido, haciendo verdaderas diabluras con la lengua, que el cura eyaculara dentro de su boca en pocos minutos. A pesar del loable esfuerzo que hizo la aplicada jovencita por tragarse todo lo que mano de su descomunal fuente, no pudo evitar que una parte de su jugoso néctar se le derramara por la boquita, provocando unas pequeñas manchitas blancas en el vestido que confirmaban la veracidad de su relato.
De todo esto nos enteramos camino del restaurante donde se celebraría una pequeña merienda, y fue una suerte que pudiésemos hablar en la intimidad del coche, pues una vez dentro del local, abría sido casi imposible estar a solas con la pequeña, dado el inusitado interés que tenia todo el mundo, y sobre todo los hombres, por estar cerca de ella. Y es que la mayoría andaban desesperados por poder fotografiarse a su lado y de muy cerca.
No se si fue por la excitación de su ultima aventura con el curita, por los nervios, o por el intenso aire acondicionado, pero el caso es que Lucia se paso casi toda la velada con los pezoncitos de punta, logrando que destacaran todavía mas en el calado de la prenda.
Me imagino que ese tuvo que ser uno de los motivos que empujaron a la amiga lesbiana de Ingrid a actuar. La muy cuca fingió una cierta torpeza a la hora de ir a saludarla, derramando un poco de café en la pechera de su vestido. En seguida se la llevo al cuarto de baño, para limpiársela antes de que se secara. Yo, que ya la veía venir, me apresure a acompañarlas, para cerrar con pestillo la puerta del lavabo desde dentro, y evitar así que nadie las molestara durante un rato. Tras saludarlas me encerré en uno de los aseos, para no enturbiar su intimidad; dejando, eso si, una pequeña rendija para ver lo que sucedía.
Lucia, acostumbrada ya a que todo el mundo se adueñara de su delantera, no recelo lo mas mínimo cuando la autoritaria mujer se apodero del seno manchado con una mano, y empezó a restregar una toalla húmeda con la otra. Solo yo sabia que el esmero que ponía en la limpieza no era mas que una simple artimaña para estrujar con total impunidad el delicioso meloncito de la chiquilla, el cual apretaba una y otra vez encantada.
Puso tanto entusiasmo en la labor de aseo que dejo totalmente mojada la zona, logrando así que el pezón se clareara con total nitidez a través del tejido.
Por eso, cuando por fin dejo ir a Lucia, esta pronto se encontró rodeada de invitados, a los que alegraba la vista con los enhiestos encantos que tan orgullosa mostraba.
La escena nos había excitado tanto a las dos que, sin necesidad de mediar palabra, nos encerramos en mi aseo, para masturbarnos frenéticamente la una a la otra. Entre jadeos me aseguro que pronto haría suya a la mocosa, y yo le arranque la promesa de que nos mandaría pruebas, en foto o en vídeo, de la esclavitud de la madre y de la hija. Ella, tras un violento orgasmo, me prometio que dentro de poco tendríamos noticias suyas.
De todas formas, aunque la alegre pequeñaja era el centro indiscutible de la fiesta, aun quedaban bastantes moscones revoloteando alrededor de su atractiva madre, disfrutando de la espléndida visión de sus voluminosos cántaros moviéndose con total libertad bajo el ajustado vestido. Los paseos de Ingrid por el salón eran seguidos con ansiedad por todos los varones, a los que solo les faltaba babear viendo sus voluptuosos movimientos.
Nuestro querido primo, algo enojado y enfurruñado por el inusitado y excesivo interés que despertaban entre los numerosos invitados masculinos sus dos adorables mujercitas, prefirió mantenerse algo alejado de nosotras, charlando con algunos parientes lejanos en el otro extremo del amplio local, dándonos la espalda e ignorándonos a posta.
Yo, como no, aproveche por ello la oportunidad que tenia; y, en un momento dado, en que estaba junto a los tres vecinos, conseguí que empezaran a debatir sobre la ausencia o no de ropa interior bajo el vestido de Ingrid. Cuando la conversación llego a su punto mas álgido logre que cruzaran unas audaces apuestas conmigo a favor y en contra.
Una vez realizadas les obligue a acompañarme donde ella estaba, para salir de dudas, y tras formar un apretado corrillo detrás de Ingrid, para que la gente no viera lo que estaba a punto de pasar, me apodere de la cremallera trasera de su vestido.
Bastaron unas cuantas ordenes en el oído de mi prima para convertirla en un rígido maniquí, mientras abría un par de palmos su cremallera. Todos pudieron ver su espalda desnuda, pero uno de ellos, audaz, me dijo que podía tener algún tipo de sujeción por delante. Ni corta ni perezosa hice que el incrédulo se acercara hasta mi y, cogiendo una de sus manos, la introduje por la abertura hasta que alcanzo su codiciado trofeo.
Disfrute viendo como la carita de Ingrid se ponía cada vez mas colorada mientras el afortunado joven comprobaba exhaustivamente la nula presencia de cualquier artificio, poniéndose las botas mientras tanto a base de manosear su delantera por todas partes.
Después de colocar la cremallera en su correcta posición, y viendo que los otros dos muchachos se habían quedado con ganas de imitar a su amigo, deje que estos metieran sus manos bajo la minifalda de Ingrid, eso si con mucha discreción, para que vieran que allí tampoco había nada. Ambos se apresuraron a obedecerme, descubriendo así lo acogedores que eran ambos orificios; sobre todo cuando ella separo aun mas sus piernas.
Cuando por fin acabaron la comprobación pude suponer, por el brillo lujurioso de sus ojos, y el delatador bulto que se formo en sus pantalones, que pronto visitarían a mi prima política con mayor tranquilidad. Ella, que tampoco era insensible a sus toqueteos, permaneció el resto de la velada con los gruesos pezones rosados duros como si fueran puntiagudos diamantes, marcándose de una forma descarada en la fina tela. Provocando de esta forma numerosas muestras de atención de amigos y vecinos, y alguna que otra proposición indecente, que tenia bastantes posibilidades de prosperar a estas alturas.
Yo, que tampoco le quitaba el ojo a Ingrid, pude presenciar el gesto de sorpresa que puso el pícaro marido de su amiga cuando, en un momento de intimidad, pudo deslizar su larga mano por su sensual muslo desnudo, amparado por el largo mantel de la mesa, y descubrió que no llevaba debajo ningún tipo de ropa interior. El muy ingenuo se penso que el detalle era en su honor, y no dudo lo mas mínimo en buscar una burda excusa para llevársela fuera del local, alegando tener que recoger no se que cosa de su coche en el aparcamiento. Por suerte la fiesta estaba en su apogeo y nadie reparo en su ausencia.
Yo, después de revisar todo el recinto, termine por descubrir una pequeña ventana del pasillo trasero que daba a esa zona.
Medio oculta tras la espesa cortina que la tapaba tarde unos minutos en acostumbrarme a la oscuridad que reinaba entre los vehículos, y si no llega a ser por la lechosa piel de mi deliciosa prima política creo que no les habría llegado a ver.
Pero como el muy truhán le había subido el vestido hasta convertirlo en poco mas que una bufanda, su pálido cuerpo desnudo brillaba en la noche.
Ingrid, apoyada en el maletero de uno de los automóviles, meneaba las caderas al ritmo de las frenéticas acometidas de su vicioso amante, mientras este le estrujaba los voluminosos globos dejándose llevar por el placer.
No me hizo falta presenciar el resto del combate pues, cuando por fin regresaron, ni su arrugado vestido, ni sus arreboladas mejillas, podían ocultar lo que había sucedido.
El violento combate amoroso puso en sus ojos un curioso brillo de lujuria, que unido a la sumisión de su mirada la hacían realmente deseable.
No es algo que sea fácil de describir con palabras, pero les aseguro que actuaba como un poderoso imán en el nutrido grupo de admiradores que la asediaba.
Por ello, cuando nos marchamos aquella noche, para alivio de nuestro querido primo, quisimos darle motivos para pensar; y, actuando las dos a dúo, dimos un fogoso beso en la boca a su esposa y a su hija.
Suponemos que si el pobre cornudito no intervino para separarnos de ellas fue por el pasmo que tuvo que producirle ver el apasionamiento con que ambas nos lo devolvieron, abrazándose a nosotras mientras duraba la intensa caricia con un cariño verdaderamente enternecedor.
Como abran podido comprobar a través de este extenso relato fueron unas jornadas tan maravillosas que merece la pena que se las contemos; aclarando, de paso, que fuimos alternándonos con ellas, para saborear ambas de sus cuerpos, sin que ellas supieran con absoluta certeza, en ningún momento, con cual de las dos estaban disfrutando.