Capítulo 1
- Mellizas I: La boda
- Mellizas II: la comunión
- Mellizas III: La comunión II
- Mellizas IV: el fotógrafo
Mellizas I: La boda
Capítulo I
Conocía a mis primas mellizas, Ana y Rosa, desde que era un niño; y ya por entonces ellas, que eran casi tan mayores como mi hermana Carmela, cinco años mayor que yo, eran consideradas como el terror de la familia.
Pues sus bromas pesadas, y sus mil travesuras diarias, hacían que llevaran de cabeza no solo a sus padres, sino a todos sus familiares y amigos.
Por suerte nosotros solo coincidíamos con ellas cuando íbamos al pueblo de vacaciones; pues tanto sus padres como los míos vivían en ciudades bastante lejanas al mismo, y solo volvían a visitar al resto de la familia que allí residía cuando tenían tiempo libre.
Yo para las mellizas era solo un simple mocoso y, por lo tanto, me dejaban casi siempre al cuidado de mi hermana pequeña, Pamela, dos años menor que yo, negándose a que compartiera con ellas sus juegos y travesuras.
Por eso solían jugar todo el tiempo con mi hermana Carmela; quien, debido a su timidez, se dejaba arrastrar a sus diabluras, en las que casi siempre la sorprendían con las manos en la masa, ya que no sabia mentir, ni escabullirse, tan bien como las picaras mellizas.
Yo siempre procuraba espiarlas cuando estabamos todos juntos en el pueblo, pues era la manera mas divertida que tenia de pasar las tediosas horas libres, llegando a conseguir una gran habilidad para ver, desde sitios ocultos, como hacían sus travesuras mis primas.
Cuando ellas llegaron a la edad bonita, los quince años, ya tenían la misma cara angelical que tienen hoy en día, unida a unos cuerpos tan curvilineos y bien formados que despertaban los mas malos y perversos deseos en los hombres.
Dado que las mellizas iban al mismo colegio privado que mis dos hermanas, en Madrid, las monjas permitieron que compartieran la habitación con Carmela.
Supongo que las monjas imaginaron que quizás el carácter dulce y bondadoso de esta se les contagiaría antes o después. Aunque la verdad es que no fue así.
Según supe unos años después, cuando se despertó en ellas el deseo carnal supieron enredar a mi cándida hermana en sus escarceos de adolescente, como de costumbre; pues el desarrollado cuerpo de esta, aparte de su linda cara, ya demostraba en esa época que seria algo espectacular, como lo es hoy día. Las mellizas, gracias a su picardía natural, no tardaron mucho en averiguar cuales eran los puntos anatomicos precisos que debían tocar para que la pobre Carmela se retorciera de placer en la cama de su dormitorio, durante las cálidas noches de primavera, cuando mis primas se acomodaban a su lado para masturbarla en silencio, maniobrando expertamente bajo su camisón para destrozarla de placer el tiempo que les diera la gana.
Recuerdo lo mucho que me sorprendí ese verano cuando las vi en el pueblo, mientras las espiaba por la ventana de su dormitorio a la hora de la siesta, abrazadas las tres, vestidas solo con las castas braguitas; entregadas a una serie de caricias íntimas que a mi, en ese momento, no me decían nada, pero me intrigaba muchísimo.
Eso si, pude apreciar que los pechos de mis primas, aunque eran bonitos y estaban bien formados, no tenían ni punto de comparación con los soberbios senos de mi hermana mayor; que eran ya muy grandes, y firmes, con unos gruesos pezones puntiagudos de color violeta, que los hacían aún más bellos y apetecibles.
Después, cuando el raro combate llegó a su apogeo, y las mellizas deslizaron las blancas braguitas de Carmela hasta sus tobillos, para disfrutar de unas estupendas vistas de su rosada almejita, pude apreciar el curioso contraste que ofrecía el dorado y escaso vello púbico de mi hermana mayor, en clara oposición a los espesos y ensortijados triángulos oscuros que mis fogosas primitas restregaban furiosamente contra el suyo, mientras devoraban al mismo tiempo sus pechos y sus labios con un ansia creciente. Hasta jadear todas al unísono.
Debo reconocer que desde ese día mis labores de espionaje iban mas encaminadas a verlas con poca ropa, y a ser posible sin ninguna, que a presenciar las travesuras que iban a realizar.
Pero ellas seguían haciéndolas, y bien gordas. Aunque ese verano ya demostraron un cierto interés sexual por los chicos mas guapos del pueblo, seguían jugando mas entre ellas, pero añadiendo un cierto toque erótico a sus bromas y diversiones.
Como yo era el chico que tenían mas a mano no dejaron pasar la oportunidad de que les enseñase, bien a las claras, lo que me diferenciaba de ellas, y que parecían conocer mejor que yo.
En estos juegos licenciosos siempre se negaba a participar mi hermana mayor, que siempre se marchaba avergonzada cuando iban a empezar, por lo que no tuve la oportunidad de contemplar su cuerpo desnudo tan de cerca como el de mis primas, que no tenían el menor reparo en dejármelo ver, e incluso tocar, para que accediera a sus deseos.
Así que pronto aprendí como, y por donde, debía meter mis dedos, para que ellas gritaran de placer.
Claro que en esa época mi pequeño aparato de mear no servia para mucho. Pero un par de veranos después, cuando yo tenia ya los catorce años, cambiaron bastante las cosas.
Mi largo y grueso instrumento ya era capaz de producirme placer; y, lo mas importante, es que empezaba a adquirir un tamaño mucho mayor que el del resto de mis amigos.
Por ello, ese cálido verano mis primas me tuvieron bastante más en consideración a la hora de disfrutar del sexo opuesto.
Pues ellas se habían convertido a esas alturas en unas jovencitas libidinosas, que disfrutaban como locas con el mismo, consiguiendo enredar a mi voluble hermana, una y otra vez, en sus apasionados y frecuentes escarceos amorosos.
Carmela, a pesar de que se entregaba sin oponer mucha resistencia, seguía siendo muy tímida con todo lo que fuera relativo al sexo, aunque siempre acabara cediendo a todos sus lascivos deseos.
Lo cierto es que no veía con buenos ojos las excesivas libertades que las mellizas se tomaban con sus cuerpos; y, sobre todo, con el suyo, del que se adueñaban una y otra vez.
Pues por lo visto ellas disfrutaban horrores doblegando su estricta moralidad, por lo que no paraban hasta que la oían aullar de placer, rota entre sus manos.
Pero para ser del todo sincero he de reconocer que mis viciosas primas fueron unas maestras consumadas, que me enseñaron en muy poco tiempo todo lo que tenia que saber para satisfacer a una chica, ya fuera con mis manos o con mi boca; aplicando, como no, mis conocimientos sobre sus ansiosos cuerpos.
Al mismo tiempo ellas me enseñaban como debía hacérselo una chica a un chico, siempre con ejemplos muy prácticos, que acababan en deliciosos orgasmos.
Como mis primas pronto descubrieron el enorme interés que tenia el deseable cuerpo de mi hermana para mí solían chantajearme con él, para que accediera a cooperar en sus diabluras, y en sus fugas nocturnas para irse de fiesta con sus amigos a la discoteca.
Fueron muchas las tardes que me pase escondido dentro del armario de su dormitorio, mientras enredaban a Carmela en sus pícaros juegos amorosos; ya que ella, siendo muy dócil, se entregaba pasivamente a los mismos, a pesar de la poca gracia que le hacían.
Yo me masturbaba, una y otra vez, viendo como mi hermana, espléndida en su desnudez, gemía en los brazos de las mellizas.
Sus pezones endurecidos coronaban la cima de sus grandes senos temblando sin parar con cada beso, caricia o mordisco que recibían.
Su triángulo dorado marcaba, como una flecha, hacia los pétalos de rosa que mis primas debían chupar y manipular para hacerla delirar de gozo.
Recuerdo claramente una ocasión, cuando Carmela estaba totalmente entregada al acto sexual, en la que permitió que una de las mellizas le introdujera uno de sus finos y largos dedos por la estrecha entrada posterior; pues, aunque tuvo que morder con fuerza la almohada para ahogar sus interminables gritos y hasta rugidos de placer, se negó en redondo a volver a repetir semejante experiencia cada vez que alguna de ellas lo intentaba.
Sin embargo no ponía tantos reparos a que mis primas utilizaran sus manos para masturbarse, por lo que durante estas pícaras sesiones solía tener los dedos siempre ocupados, introducidos en sus orificios, ya fuera por delante o por detrás.
Desde mi cómodo escondite podía oír, claramente, sus conversaciones; y así fue como me entere de que mi hermana Carmela, aunque tenia novio formal desde hacia ya algunos meses, seguía siendo totalmente virgen.
Pues sus orificios nunca habían sido mancillados por ningún hombre, reservándolos para la noche de bodas.
En esto se diferenciaba sobremanera de nuestras primitas, que se vanagloriaba de haber probado todas las formas conocidas de placer, por todos los orificios de su cuerpo, incluso taponándolos por varios amantes a la vez.
Capítulo II
Todavía siento escalofríos cuando recuerdo aquella tarde de verano, en la que las muy brujas me convencieron para que me metiera en la vieja despensa de la cocina; y, una vez encerrado, sacara la punta de mi aparato por el agujero que había quedado en la pared de la misma, después de apartar una vieja tubería.
Yo no las tenia todas conmigo, pero las mellizas me aseguraron que solo querían probar sabores nuevos, para asombrar a sus fieles amantes, cada vez mas numerosos, al mismo tiempo que les daban placer.
Aunque sus apagadas voces se convertían en débiles susurros a través del grueso muro, me entregue enseguida a su pícaro juego, pues sus suaves lenguas, hábiles como siempre, limpiaban ansiosamente mi rígido aparato de las espesas y pegajosas sustancias que les ponían encima, introduciéndoselo sin descanso dentro de sus bocas una y otra vez.
Como comprenderan aguante y retarde cuanto pude el acto final, pero una de las veces no pude soportar el apasionamiento con que mis fogosas primas me devoraban el miembro y al final eyacule, abundantemente, en la boca de una de ellas, que se trago todo cuanto salió del mismo, con un ansia desconocida por mi hasta el momento, succionando ardientemente todo mi instrumento hasta dejarlo completamente limpio de nuevo, y vacío hasta la medula.
Cuando por fin me dejaron salir, un buen rato después, pude ver en sus miradas irónicas que algo no marchaba del todo bien; pues esa mirada era exactamente la misma mirada de satisfacción que ponían cuando alguna de sus múltiples diabluras les había salido redonda, y que yo ya conocía bastante bien.
Pero no fue hasta un buen rato después, cuando mi hermana pequeña, Pamela, se negó a merendar, cuando intuí lo que había pasado.
Preso de los nervios conseguí sonsacarla, con todo el disimulo que pude, por el motivo de su inapetencia.
Y la niña, pues ella solo tenia doce años en esa época, con la confianza que siempre había tenido en su hermano mayor, no tuvo ningún reparo en decirme al oído que había estado jugando a las comidas secretas con las mellizas.
Mientras me quedaba blanco como el papel oí como la pequeña me contaba lo bien que se lo había pasado jugando con mis primas en la cocina, mientras le daban a probar cosas riquísimas, con los ojos vendados, y con la ayuda de una especie de palo que debía chupar hasta saber que era lo que estaba comiendo; y que por eso no tenia hambre.
Desde ese día me aparte de mis primas como de la peste, pues no quería ni imaginarme hasta donde estaban dispuestas a llegar las muy desalmadas para divertirse, utilizándonos a mis dóciles hermanas y a mi como simples marionetas en sus sucias confabulaciones en busca de retorcidos y oscuros placeres, siempre logrados a costa de otros.
Y el tiempo me dio la razón, pues tan solo unos meses después estuvieron a punto de echarlas del colegio por introducir a unos muchachos en su dormitorio.
Por suerte una tarde, mientras espiaba a Carmela en su habitación pude oír como esta le contaba a su mejor amiga como habían sucedido los hechos.
Por lo visto, aprovechando la ausencia de la otra chica con la que compartían el cuarto ellas y mi hermana, decidieron traerse a sus sátiros amigotes al dormitorio, en vez de escaparse con ellos, como tenían por costumbre.
El caso es que se presentaron a las tantas de la madrugada con varios chicos para acabar la fiesta en su cuarto.
Carmela vislumbro desde su cama como se desarrollaba parte de la escandalosa orgía, y decidió hacerse la dormida para desentenderse así de lo que sucedía.
Pero no pudo, porque un par de jóvenes, quizás animados por las mellizas, se metieron en su cama, y trataron de obligarla a participar en sus juegos, aunque fuera a la fuerza.
Ella se resistió cuanto pudo a sus insidiosas caricias, sus besos, y sus apretones; pero su debilidad, y su corto camisón, no eran ningún obstáculo para los rufianes.
Así que los chicos pronto descubrieron sus suculentos y atractivos pechos, indefensos y desnudos bajo el fino tejido, convirtiéndolos en el centro de sus lujuriosos ataques.
Carmela no soportaba que unos brutos y salvajes desconocidos abusaran de su cuerpo con tanta desfachatez, pero cedía a ellos para no formar un escándalo.
Sus pezones pronto fueron degustados con igual pasión que sus labios y su lengua, aflorando señales haya donde sus dientes y sus succiones se aplicaban con mayor interés. Mientras sus manitas eran obligadas a ordeñar los gruesos aparatos que habían desnudado en su honor.
Mi hermana al final se dejó llevar por la pasión que la rodeaba, entregándose de lleno a su labor manual, en la que puso auténtico frenesí, con la vana esperanza de que si lograba desfogarlos de esa manera luego la dejarian tranquila.
Pero no tuvo tanta suerte, pues mientras ella los ordeñaba ellos se dedicaban a despojarla de su ropa, para manosearla con mayor libertad.
Hasta que por fin, cuando le quitaron las bragas, y empezaron a introducir sus dedos por donde no debían, no aguanto mas, y se puso a gritar y chillar.
Consiguiendo no solo que los chicos la dejaran en paz, sino que tuvieron que huir a la carrera del internado, con los pantalones a medio subir.
Las monjas no quisieron creerse las torpes excusas de mi hermana, ni las increíbles mentiras de mis primas; pero, de común acuerdo, decidieron silenciar los hechos, para no atraer una publicidad perniciosa sobre el colegio.
Desde ese día, y hasta que termino sus estudios, mi hermana durmió en otro dormitorio; alejándose, siempre que podía, de mis temibles primas. Las cuales llevaron esa falta en su expediente durante muchos años.
Por todo ello parecía que las mellizas le iban a guardar rencor de por vida. Así que, cuando se ofrecieron a ser las damas de honor en la boda de Carmela, mi hermana mayor acepto en el acto; creyendo, con su ingenuidad característica, que por fin iban a hacer las paces.
Capítulo III
Yo pude escuchar, escondido como de costumbre, como mi hermana confesaba a las mellizas, un par de días antes de la boda, que mantenía intacta su virginidad, al igual que su novio, y que les había costado un trabajo ímprobo, a ambos, aguantar en ese estado hasta la boda.
Y que si habían podido soportarlo era solo por la gran ilusión que les hacia a los dos consumar el solemne acto en la noche de bodas, como manda la tradición.
Luego, mientras las mellizas contaban mil maravillas sobre el sexo pude oír, claramente, los suspiros de gozo de mi querida hermana, señal inequívoca de que esta había vuelto a ceder a sus enervantes caricias, una vez mas, dejándose enredar en sus juegos lésbicos.
Las mellizas se quedaron esos dos días en mi casa, compartiendo la habitación con Pamela, que ya era una bella jovencita, realmente preciosa.
Pues a sus quince años poseía ya las redondeces suficientes en su lindo cuerpecito como para demostrar que, sin lugar a dudas, seria una digna sucesora de nuestra espectacular hermana mayor.
Yo, a punto de irme al servicio militar, me creía lo suficientemente adulto y formal como para poder plantarles cara. Pues, aunque no podía olvidar lo que me habían hecho aquel verano, su enorme desfachatez, unida a sus rostros angelicales, seguía haciendo estragos en mis sentimientos.
Por una parte no podía dejar de recelar sobre su extraña forma de comportarse con mi hermana; pues no solo eran solicitas y amables con ella en publico, sino que las picaras mellizas, a la primera oportunidad que tenían, sacaban a relucir sus grandes dotes amatorias, y se aprovechaban de ella.
No veía nada raro que Carmela, presa de los nervios por la cercanía de la boda, se dejara llevar por el placer, cuando la intimidad se lo permitía; pues, al menos en tres ocasiones pude ver, a través de la cerradura, como se entregaba apasionadamente a sus juegos lesbicos en la soledad de su alcoba.
Pero por otra me irritaba que mis primas se emplearan, con igual intensidad, en enredar a Pamela en sus odiosos y frecuentes juegos sexuales.
A las pocas horas de llegar mis primas a nuestra casa ya se encerró una de ellas con mi hermana pequeña en el cuarto de baño y, tanto los apagados gemidos que logre escuchar a través de la puerta, como el fuerte rubor que tintaba su carita cuando salió, me convencieron, sin lugar a dudas, de que ella también había caído en sus redes amatorias.
A la mañana siguiente, las ojeras que lucia Pamela, así como la rigidez de sus piernas, decían, bien a las claras, que la pasada noche había sido muy larga y ajetreada.
Por otra parte, no me podía quejar demasiado, pues también tuve mi parte del festín.
Aunque eso si, el primer día las mellizas se contentaron solamente con acariciarme el miembro, a través del basto pantalón, mientras comíamos, hasta dejarme violentamente excitado.
Pero la tarde del día antes de la boda una de ellas vino a mi habitación y, muy insinuante, me convenció de que debía acompañarla a otro lugar si quería gozar del todo.
Ese lugar resulto ser el cuarto trastero que tenemos junto a la habitación de Pamela; a través de cuya puerta entreabierta pude ver poco después como mi otra prima ayudaba a mi dócil hermana pequeña a probarse el casto conjunto que debía lucir el día siguiente en la boda.
Si en algún fugaz momento paso por mi mente el abandonar dicho escondite, la hábil boca de mi prima, dueña absoluta del rígido miembro que albergaba en su interior, me quito dicha idea de raíz.
Además, como ya había supuesto, pronto pude asistir a un estupendo espectáculo erótico, por el que mucha gente pagaría bastante dinero por ver.
La otra melliza empezó su sucio ataque muy inteligentemente, con breves y enervantes caricias dirigidas a los puntos mas sensibles del cuerpo de mi preciosa hermanita mientras la ayudaba a quitarse la ropa interior; pues la convenció, sin muchos problemas, de que sin sujetador el vestido realzaría mucho mas su belleza.
Después, cuando la tenia ya con el vestido desabrochado, alterno unos suaves besos en la carita y en el cuello con unas hábiles caricias en sus jóvenes senos, en los que destacaban poderosamente la amplia aureola de sus mamas, excesivamente grandes para sus tiernas y pálidas manzanas.
El resultado fue el esperado, los gruesos y sensibles pezones de Pamela se irguieron al instante, para demostrar que ella, al igual que nuestra querida hermana mayor, es muy receptiva a ese tipo de perversas caricias.
Después, vencida toda posible resistencia, la sentó en su regazo, para poder mamar cómodamente de sus adorables pechitos, libres ya de toda fútil opresión, mientras sus manos hurgaban a fondo dentro de sus castas braguitas infantiles.
Los sofocados gemidos de mi hermanita me dieron a entender que alcanzamos el primer orgasmo prácticamente a la vez.
Después, mientras mi viciosa prima se esforzaba en tragar los últimos restos de ambrosía de mi fuente, pude ver como Pamela se esforzaba en obtener el segundo.
Mi prima en esta ocasión la obligo a ponerse a cuatro patas sobre la alfombra, recogiéndole el vestido hasta la cintura para que viéramos con toda claridad como hurgaba con sus hábiles dedos en su intimidad.
No podía creerme que fuera mi dulce y angelical hermanita la que estuviera allí, meneando frenéticamente las caderas hasta alcanzar un orgasmo aun mas fuerte que el anterior, que la dejo totalmente agotada a sus pies.
Cuando las dos amantes abandonaron la habitación, un rato después, abrazadas como dos buenas amigas, y pudimos por fin salir de nuestro escondite, fue cuando me di cuenta de que las picaras mellizas, sin tan siquiera despeinarse un solo pelo, nos habían dejado a mi fogosa hermanita y a mi completamente exhaustos y derrotados.
Capítulo IV
Mas tarde, siendo la víspera de la boda, y como es de rigor, se fueron con Carmela y sus amigas a celebrar todas juntas la archiconocida despedida de soltera.
A pesar de mis temores regresaron temprano, aunque tuvieron que acostar a mi hermana a escondidas de mis padres debido a la tremenda borrachera que traía la pobre.
Quiso el azar que en el servicio militar coincidiera con varios chicos de mi ciudad; y a uno de ellos, que no sabia quien era yo, le oí narrar parte de lo que sucedió aquella noche.
Nos contó que él y unos colegas habían estado de copas en una discoteca con unas chicas que estaban de despedida de soltera y que unas mellizas convencieron a la novia, que estaba ya muy borracha, de que hiciera una última locura.
Así que todos los chicos salieron por la puerta de atrás a un callejón para gozar de ella.
No pudieron poseerla porque era aun virgen, pero la novia dejó que sobaran su soberbio cuerpo a conciencia, dejando que la desnudaran por completo mientras les demostraba, uno a uno o a pares, que era toda una maestra en el arte de satisfacer a un hombre con la boca o con las manos.
Los datos que nos contó eran tan exactos y precisos que mucho me temo que tuvo que ser verdad.
Esa misma madrugada, mientras todavía estaba despierto, dándole vueltas a mi confusa relación con mis primas, entro una de ellas, completamente desnuda, en mi habitación.
Se deslizo, sigilosa como una gata en celo, debajo de las sabanas. Como supondrán con cuatro besos y cinco caricias, me puso a cien, mientras terminaba de desnudarme a mi.
Después insistió en ser ella la que dirigiera el juego, si en verdad quería que hiciéramos el amor.
Estaba tan excitado que por supuesto acepte todas sus excéntricas condiciones; y, en solo unos instantes, me vi atado en cruz a la cama.
La cínica melliza no se contento solo con atarme con las cuerdas que había traído, sino que incluso me amordazo con un grueso trapo hasta que apenas podía emitir sonidos.
Di por buenos todos estos curiosos preliminares cuando ella, muy cariñosa, se sentó sobre mi vientre desnudo, restregando su cálida intimidad sobre la mía hasta que ambos estuvimos a punto.
Dada su enorme experiencia, pronto logro que mi rígido pistón llegara hasta lo mas hondo de su cueva.
La verdad es que me encontraba en el séptimo cielo, aunque solo veía de ella su espalda, pues estaba sentada mirando hacia mis pies, hasta que entraron las demás.
Creí estar teniendo una pesadilla cuando, gracias a la tenue luz de la lamparilla de noche, vi como entraban en mi habitación mi otra prima, y la pequeña Pamela, ambas desnudas.
Mi dócil hermanita venía hacia nosotros con los ojos vendados y las manos atadas por delante con un pañuelo.
La otra melliza la traía de una forma muy curiosa, pues mientras la dirigía tirándole de un pezoncito con una mano, los dedos de la otra los llevaba firmemente hundidos en su húmeda intimidad, para que no aflojase el paso, al mismo tiempo que la mantenía excitada.
Mi hermana se veía la mar de nerviosa, pero cuando oyó la inconfundible voz de la otra melliza tranquilizándola, y se sentó bien abierta de piernas sobre sus muslos, para recibir mas caricias, se calmo.
Mi prima era muy hábil, pues la lenta cadencia de sus caderas no solo evitaba que decayera mi ánimo, sino que ayudaba a aumentar el estado de excitación de Pamela.
Ni mis apagados gritos ni mis débiles movimientos consiguieron atraer la atención de mi hermana, la cual estaba mas que saturada de turbias sensaciones con las cuatro manos y las dos bocas que la recorrían sin parar.
No pude evitar, de ninguna manera, que ambos cayéramos en la sucia trampa.
Las mellizas estaban perfectamente coordinadas y, para ellas fue muy fácil izar a mi ligera hermanita y, dejando salir a mi rígido monstruo de la húmeda cueva, dirigirlo a la inmaculada hoquedad de Pamela. Habíamos segregado ya tantos fluidos los dos que apenas sentí como rompía su frágil barrera virginal cuando la dejaron caer sobre mi aparato.
Y tampoco oía claramente sus gritos de dolor, pues una de las mellizas devoraba con su boca la de mi pobre hermanita para que no se oyeran.
Mientras, la otra melliza obligaba con sus manos a que las caderas de Pamela siguieran el ritmo adecuado, hasta que la penetración fue total; incluso hicieron que pasara sus brazos atados por mi cuello, para que el mullido contacto de sus firmes y sedoso senos contra mi pecho encendiera aun mas mi excitación.
Cuando los apagados gritos que emitía mi hermanita se convirtieron al fin en débiles gemidos de placer las odiosas mellizas se fueron turnando en subir y bajar a mi hermana de mi miembro, para que la cadencia fuera perfecta, y el acto continuara por si solo.
Aunque ambas mellizas lo intentaron en varias ocasiones, no consiguieron que ninguno de los dos cooperara voluntariamente en el acto.
Pero a la postre dio igual, pues la naturaleza no entiende de parentescos y al final terminamos por alcanzar un fuerte orgasmo, casi simultáneo, cuando nuestros cuerpos no pudieron soportar más la terrible excitación.
Cuando todo acabó se marcharon ambas, en taimado silencio.
Dejándonos a Pamela y a mi atados todavía el uno sobre el otro, para que pasáramos juntos la vergüenza de tener que desatarnos mutuamente, aceptando de esta forma lo que nos había pasado, separandonos luego en silencio.
Capítulo V
Pero los terribles planes de mis primas no acababan allí y, pocas horas antes de la boda, supe que aún faltaba por venir lo peor.
Como les había gustado horrores mi papel de forzado mirón en los acontecimientos nocturnos, esa misma mañana me propusieron un trato.
Estando solos me dijeron que querían hacer las paces conmigo cuanto antes y que, como habían pensado gastarle una pequeña broma a la novia, me brindaban la increíble oportunidad de ver a mi hermana mayor desnuda por última vez antes de la boda.
Sabían perfectamente que argumentos esgrimir, para conseguir que al final cediera ante sus deseos.
A regañadientes accedí a que me volvieran a atar y amordazar, esta vez en el pequeño cuarto trastero, con la excusa de que así evitarían que les chafase la broma, a la espera de que apareciera Carmela a ponerse el traje de novia; que yo podía ver, muy bien puesto, en una esquina del cuarto, gracias al enorme espejo que las mellizas habían tenido la amabilidad de mover, para que a través de la estrecha rendija de la puerta pudiera ver todo el cuarto.
Pero, como ya debía de haber supuesto, quien entró primero en la habitación no fue Carmela, sino la pequeña Pamela, que entró llorando en silencio, acompañada de una de las mellizas, que le secaba las lágrimas con un pañuelo y le musitaba cosas en el oído.
Estaba preciosa con su vestidito de dama de honor, aunque, para mi gusto, se marcaban demasiado los gruesos y oscuros pezones en la fina malla blanca, al no llevar puesto ningún tipo de sujetador.
Según entraron se metieron las dos debajo de una gran mesa de camilla que allí tenemos, y que rara vez utilizamos. Solo salía la cabeza de mi prima por el lado opuesto a la puerta de entrada, y solo yo sabía que estaban allí cuando entraron la otra melliza … y mi futuro cuñado.
Este entró con su larguísimo rabo asomando por fuera del pantalón, pues la lujuriosa melliza se lo iba acariciando, mientras él jugaba con sus bellos senos completamente desnudos, liberados a través del amplio escote del vestido para que pudiera succionarlos con comodidad.
Ella, con sus besos y caricias, le llevo justo al estado de excitación que quería y, en ese momento, insistió en hacer el amor a su manera, para que nadie les pudiera sorprender.
Como ya habrán imaginado mi prima se introdujo bajo la mesa y, al instante, asomo su culito en pompa, desnudo y completamente dispuesto para el combate que se avecinaba.
Pero no era su trasero el que veíamos, sino el de mi infeliz hermanita, y solo yo lo sabia.
La melliza, quizás para acallar las posibles protestas de Pamela, empezó a pedirle a mi futuro cuñado que se la metiese por detrás, pues era virgen por ese estrecho orificio, y quería darle esa ultima virginidad de regalo.
No se que debió de pensar el muy tunante, pero lo cierto es que tenia la cara radiante de satisfacción cuando apresó a mi pobre hermanita por las caderas y empezó a bombear alegremente, forzando su angosto interior.
El miembro de mi cuñado, aunque era uno de los mas largos que había visto hasta el momento, era bastante estrecho, por lo que pudo sodomizarla con relativa facilidad.
Solo puedo suponer lo que sucedió debajo de la mesa, pero la cara de placer que tenia la melliza que yo veía oculto desde mi escondite forzoso me hacia suponer, sin mucho temor a equivocarme, que estaba usando su húmeda gruta para amortiguar los gemidos de dolor de Pamela.
Y los apagados rugidos de «más fuerte, dame más fuerte» que emitía la otra melliza, mientras la inmovilizaban, hacían que mi futuro cuñado destrozara, con una violencia cada vez mayor, la última barrera virginal que le quedaba a mi tierna hermanita.
Mi futuro cuñado al final incluso tuvo el placer de eyacular dentro de su culito, pues las voces de «todo, lo quiero todo» que emitía una de las mellizas, mientras este alcanzaba el orgasmo, no dejaban ninguna duda sobre los supuestos deseos de la dama en cuestión.
Nada mas terminar mi prima le saco presuroso de la habitación, aun a medio vestir, insistiendo en que debían continuar en otro lugar con sus divertidos juegos prenupciales.
Poco después la otra melliza ayudaba a salir a la pobre Pamela de debajo de la mesa, pues la flojedad de sus piernas apenas le permitían caminar.
Se la llevo, muy solicita, a algún lugar donde pudiera adecentar su traje, y su cuerpo, sin posibles testigos.
Estuve mas de una hora allí atado, sin saber nada de las odiosas mellizas, pensando que se habían olvidado adrede de mi, hasta que las vi entrar de nuevo en la habitación, esta vez acompañadas de mi hermana Carmela, a la que iban a ayudar a vestirse para la ceremonia.
Y esta vez si que me temí lo peor, sobre todo cuando las vi cerrar la puerta con llave para que no las molestara nadie.
Realmente cumplieron su palabra y la desnudaron, supongo que solo para mi, en cuanto estuvieron solas; incluso la tuvieron desnuda mas tiempo de la cuenta mientras le ponían con toda tranquilidad el sensual y ajustado body blanco, las medias, los zapatos, el liguero y la liga, antes del vestido.
Se negaron en redondo a ponerle las lindas braguitas blancas, pues decían que traía mala suerte, y que era la ultima prenda que debía ponerse una novia.
Supongo que a mi hermana le sonaría todo eso tan raro como a mi pero, debido a los nervios, ella no le dio la enorme importancia que yo le di.
Después, mientras la vestían, la fueron acariciando, de una manera muy ladina y hábil; hasta que, justo antes de terminar de abrocharle el vestido de novia, la tenían ya tan excitada como querían.
Por eso, cuando una de mis primas se arrodillo a sus pies, y empezó a lamerle su dulce intimidad, no solo no se negó, sino que se entregó de lleno a la caricia, cediendo a las frases ardorosas que decían, y que la animaban a hacer la última locura antes de casarse.
Mi hermana cedió, y se abrió totalmente de piernas para mis primas.
Lo que los besos de la melliza no dejaban ver a mi hermana es que la otra melliza, al arremangarse el amplio vestido, dejó a la vista un enorme miembro de goma, casi el doble de grande que el mío, que llevaba incrustado en su intimidad, y atado a las caderas, de tal forma que parecía que el gigantesco falo fuera suyo.
La muy zorra siguió lamiendo a mi hermana hasta que la llevo al borde del orgasmo y, en ese instante, le introdujo el monstruoso aparato, de un solo golpe, casi hasta la mitad.
Ni siquiera la boca de la otra melliza pudo ahogar el tremendo alarido que, en parte, llego a mis oídos, cuando Carmela sufrió la inusitada penetración.
Pero ello no amedrento a mi prima, que siguió entrando y saliendo hasta que consiguió introducir todo el chisme dentro de mi pobre hermana.
Esta, a su pesar, termino corriéndose, con un violento orgasmo, que la dejó sin fuerzas.
Por eso no opuso la más mínima resistencia cuando las mellizas la obligaron a inclinarse sobre la que la penetraba.
Carmela incluso permitió que mi prima la besara, mientras sus preciosos senos rozaban insidiosamente los de ella, y el descomunal aparato seguía introduciéndose rítmicamente, en su cálido interior, llevándola rápidamente hacia un nuevo clímax.
Supongo que no habría cooperado de una manera tan dócil si hubiera visto como la otra melliza levantaba también sus faldas para dejar a la vista un aparato exactamente igual al que ya usaba su fogosa hermana.
Sin prisas se arrodillo detrás de Carmela y se dedico a jugar amorosamente con sus grandes senos, ahora desnudos, hasta que creyó llegado el momento oportuno.
Entonces, sin previo aviso, destrozo su estrecha, y ultima barrera de una forma igual de violenta o mas que la que había empleado su futuro marido con nuestra pobre hermanita pequeña, poco antes.
Esta vez, para sorpresa mía, apenas se quejo; pues, casi al instante, la sacudió un intenso orgasmo que la dejo desecha en sus manos.
Satisfechas por su doble triunfo las sádicas y crueles mellizas imprimieron aun mas velocidad a sus violentos movimientos, hasta lograr que mi hermana alcanzara su tercer, y mayor, orgasmo con ambos aparatos diabólicos empalándola hasta la raíz.
Después del cual la ayudaron a vestirse, diligentemente, pues ya iban a llegar con retraso a la boda.
Mientras me liberaban, poco después, aliviándome entre las dos de una forma rápida, y manual, de la excitación que me había producido todo lo que había visto, me confesaban, entre risas, que su venganza había sido completa.
Fui el único invitado al convite que sabia que esa noche no iba a ser precisamente una noche de bodas tradicional; pues no solo el novio iba a tener que responder por su falta de apetito sexual, también la novia tendría que lograr que su marido aceptara la perdida de sus virginidades de una forma tan ignominiosa como original.
Se preguntaran por que les cuento ahora todo esto.
Verán, lo que sucede es que yo me case en el extranjero, con una mujer divina, a la que mis primas no conocieron hasta que, años después, me volví a trasladar a la península.
Aunque yo no las había invitado al bautizo de mi única hija se presentaron en el, tan atractivas como provocativas, regañándome cariñosamente por mi supuesto «olvido».
La imagen que se me quedo grabada de aquella memorable velada no tuvo nada que ver con la bella ceremonia, fue después, durante la fiesta.
Fue la cara, roja como un tomate, que lucia mi querida esposa cuando al fin la localice, después de un buen rato sin saber nada de ella, y la vi salir apresuradamente del cuarto de baño de las mujeres; del que poco después salieron con mucha parsimonia mis odiosas primas, con esa sonrisa de triunfo que yo conocía tan bien, pintada en los labios.
Aún hoy no se que le hicieron las muy degeneradas allí dentro; pero, la otra mañana, mientras ultimábamos los preparativos para la comunión de mi hijita, mi esposa me sorprendió muchísimo al decirme, un tanto nerviosa, que no solo iban a venir las mellizas a la ceremonia, sino que se iban a quedar en casa toda esa semana, aprovechando la visita.
Comprenderán mi terror, no solo por lo que le han hecho, y puede que planeen hacerle de nuevo, a mi dulce esposa, sino por lo que podrían tener preparado para mi tierna hija.
Pues, con sus trece años, la chiquilla apenas se ha convertido en mujer hace unos meses, y su cuerpo de ninfa adolescente ya peligra entre las garras de las perversas mellizas.