Me enseñó mamá
Mi madre, mi mejor amante; y es que madre, no hay mas que una.
En esta historia, realmente sorprendente por lo que de morbosa pueda presentar, trato de relacionar puntualmente cuantos hechos se produjeron, casi exactamente o con la mayor fidelidad posible a mi recuerdo, en mis primeros contactos con el mundo del sexo, algo que, debo admitir, al principio me causó ciertos remordimientos y complejo de culpabilidad, pero, con el paso del tiempo, he llegado a asimilar como una experiencia que ha resultado altamente positiva en mi vida y que me ha servido para aportar una mayor experiencia, desde muy joven, en mis relaciones con las mujeres que posteriormente, han formado parte de mi vida en forma de pareja estable u ocasional.
Yo, desde muy pequeño y como hijo único, he sido tan mimado como el resto de hijos únicos que conozco, no mas.
Mis padres se desvivían conmigo y me colmaban de atenciones y cariño, hasta el punto de incurrir, en algunas cosas, en una defectuosa educación, ya digo, no mas ni peor que la de otros hijos únicos que he conocido.
Una de las costumbres que me inculcaron desde mi mas tierna infancia, es acostarme con mis padres en su cama todos los días; muchas noches, si mi padre no estaba, dormía con mi madre y el resto de los días, o bien por la noche, con mi padre, que se acostaba antes que mi madre pues madrugaba mucho, o bien por la mañana, con mi madre, cuando mi padre desde muy temprano, se marchaba a trabajar, pero todos los días pasaba algún rato en la cama con mis padres con quienes jugaba mucho a falta de hermanos con quienes compartir estos ratitos.
Esta costumbre perduró hasta muy mayor, quizá hasta los 18 o 20 años, siendo entonces otro tipo de experiencias las que me llevaban a su cama, pues aún disfrutaba mucho pasando un rato de carantoñas con mis progenitores.
La experiencia que trato de relatar se remonta a mis 13 o 14 años, no recuerdo bien, solo sé que cuando se marchaba mi padre a trabajar, sobre las 0730h de la mañana, yo parecía disponer de un reloj despertador automático y me levantaba de mi cama y me pasaba a la de mi madre, que me recibía con gran alborozo.
Yo, en invierno, me acurrucaba muy apretado a ella, hasta que entraba en calor y, a pesar de mi edad, aún jugaba con mi madre como de niño, haciéndonos cosquillas, peleando…etc., aunque también dedicábamos largos ratos a charlar de nuestras cosas.
Yo comenzaba a despertar al mundo del sexo y todo me llamaba la atención.
Cuando a veces en la cama estábamos un rato entretenidos viendo la televisión del dormitorio, si salía alguna chica en paños menores o alguna escena de cierto contenido sexual, mi madre y yo nos lanzábamos miradas de complicidad y siempre le preguntaba que es lo que hacían, tratando ella de evadir la respuesta con el consabido «ya lo sabrás cuando seas mayor».
Yo, entre juegos, trataba de insistir y que me lo explicase, aunque yo ya sabía muchas cosas; pero nada, no había forma, eludía cualquier respuesta comprometida.
En nuestros juegos, yo propiciaba las peleas que me ponían en contacto total con mi madre, sobre todo cuando notaba que ella llevaba solo un camisón y debajo tan solo la braga.
En otras ocasiones, cuando llevaba pijama de pantalón, no me mostraba tan interesado en estos juegos.
Creo que ella lo notaba y raramente se ponía pijama.
Yo también trataba de vestirme con pijamas de cierta elasticidad y reducidas dimensiones, evitando ropa interior alguna; solía ponerme un pantalón corto bastante holgado y con muy poca pata, lo que provocaba que cuando me giraba, quedasen al descubierto parte de mis genitales, aunque yo procuraba no mostrar inquietud por ello; mi madre tampoco debía percibirlo en muchas ocasiones, pues estábamos cubiertos por la ropa de cama.
En la parte superior me solía poner una camiseta sin mangas que terminaba quitándome con la excusa de que estaba acalorado. Mi madre siempre daba su conformidad.
Esta ropa que nos poníamos facilitaba unos contactos muy íntimos, especialmente los de nuestros órganos sexuales, que yo buscaba muy intencionadamente.
Mi madre, con sus reducidos camisones, prácticamente quedaba en bragas en la cama en cuanto nuestros juegos provocaban los habituales revolcones.
Algunas veces se ponía un tipo de bragas-tanga que apenas cubren por el delante el vello púbico y por detrás son una sola cinta que se une a la cintura en un minúsculo triángulo.
En cuanto se daba dos vueltas jugando conmigo en la cama, el camisón se le subía por encima de la cintura y a mí mis genitales se me salían del pantalón, aprovechando yo para propiciar en ese momento unos juegos que supusiesen agarrones, y apresamientos. Yo ya tenía bastante fuerza física a esa edad y con facilidad me veía encima de mi madre a la que sujetaba por las muñecas inmovilizándola.
Ella reía y decía que me quitase de encima, sin desearlo en absoluto. Yo mantenía esa posición y con una apariencia de descuido, le acercaba mi pene, erecto, a su braga, que restregaba con la excusa de un forcejeo que ninguno hacíamos realmente.
Todo esto transcurría en un aparente juego inocente que no pasaba de ahí, lo cual era mucho en ocasiones. Yo, a veces no controlaba mis movimientos de caderas, que se hacían excesivamente pronunciados en la frotación de mis partes contra las suyas.
Corregía inmediatamente cuando notaba que mi madre hacía un gesto y un movimiento de evasión que mostraba que ella se encontraba violenta, tratando de evitar que se acabase el juego.
En otras ocasiones, era ella la que comenzaba haciéndome cosquillas por todo el cuerpo, tocando, mas voluntariamente que por descuido, mi siempre erguido pene.
En esas ocasiones solo decía, riendo a carcajadas :»Uy, perdona!, ha sido sin querer». Yo, le devolvía el gesto en sus partes y también lo tomábamos a broma, lo cual propiciaba que, de vez en cuando, yo lograse tocar su vagina, pero eso sí, siempre por encima de la braga.
Como digo, en otras ocasiones, era ella la que me «inmovilizaba» por las muñecas subida sobre mí, a modo de montura de caballo, siendo en estas ocasiones cuando yo me excitaba mas.
Mi madre también se colocaba de modo que su sexo apoyase sobre mi pene, cubierto en ocasiones y a veces también fuera del pantalón por el forcejeo, y yo notaba el calor intenso que me transmitía y a veces ella debía notar que yo alcanzaba algo mas que un pequeño placer y suspendía de inmediato el jugueteo.
Otras veces, por el contrario, continuaba jugando hasta que ella veía que me ponía al borde de un orgasmo, en cuyo momento –y siempre sabía cual era ese momento-, suspendía su juego.
Un buen día, sin darse ella cuenta, realmente, se le había soltado un botón o un adhesivo, o un corchete, no sé muy bien que era, que al parecer, cerraba la braga por la parte baja, lo que la había dejado sus genitales al aire.
Yo, a decir verdad, tampoco lo había notado, pues estábamos jugando a tope haciéndonos cosquillas y yo, en ésta ocasión, provoqué de nuevo, -como hacía frecuentemente-, el que mi pene quedara descubierto, para dejarme caer sometido por su fuerza.
Ella, como era lo previsto y habíamos hecho numerosas veces, se subió sobre mí sin apercibirse de que también sus partes más intimas, estaban al descubierto y en cuanto me pasó la pierna sobre mi cuerpo y se subió sobre mí, nuestros sexos quedaron en completo contacto, aunque no hubo ocasión de penetrarla pues no coincidieron exactamente en ese salto y ella, totalmente violenta, se miró hacia abajo y comprendió lo que había ocurrido, levantándose de inmediato y, aún de rodillas sobre mí y con mi pene erecto apuntándole directa y amenazantemente a su vagina, se abrochó este «precinto de seguridad», diciendo, únicamente y para salir del apuro: «Caray, que me estoy quedando desnuda sin darme cuenta!!.
Y por cierto, ya te puedes vestir tú también, cochino, que tienes todo el pito al aire y no me había dado cuenta tampoco!».
Yo me violenté también, sobre todo al verla a ella tan sofocada y me cubrí de inmediato, no había podido evitar verle su vagina; era grande y peluda, con un vello mas claro que el negro intenso de su cabellera, y pude apreciar, levemente, sus labios mayores sonrosados.
Me pareció ver el vello mojado y, de hecho, sobre mi pene y testículos, había una humedad que evidentemente no procedía de mí.
Era la primera vez que había visto y sentido directamente el sexo de mi madre y mi estremecimiento fue mas que evidente. Ella, también se estremeció y yo lo noté.
A partir de ahora todo habría de ser distinto, pues ella ya se había dado por enterada de mi virilidad y de la diferencia de sexos entre ambos.
Yo ya era un hombre y ella, aunque fuese mi madre, era una mujer con muchas debilidades, como todo el mundo y comprendió que debería mostrarse mas recatada en lo sucesivo, aunque se tratase de su hijo.
Cuando mi madre, que estaba al tanto de todos mis movimientos entendía que habíamos llegado al límite, con una mueca de autoridad y un aparente enfado, paraba el juego y me obligaba a dejarla libre.
Se arreglaba un poco la ropa, es decir, el camisón y se levantaba al momento hacia el baño.
Yo no comprendía algunas veces este repentino cambio de actitud y lo achacaba a que ella, como yo, había alcanzado un nivel de excitación que podría serle difícil de controlar si no paraba en ese momento.
Yo, cuando ella se marchaba y sabía que tardaba en volver un rato, aprovechaba para masturbarme, lo cual lograba en escasos segundos, pues el calentón que tenía favorecía un orgasmo rápido.
Siempre solía tener mi madre una cajita de kleenex cerca de la cama, sobre su mesita, y yo me limpiaba y escondía los restos para llevarlos luego al wáter.
Así pasamos las primeras jornadas de aquel primer verano, hasta que, como no podría ser de otro modo, después de aquel acontecimiento y pasados unos días de mas control en nuestros juegos, ya se nos había pasado el susto y el sofoco de mi madre y comenzamos a relajarnos algo mas, volviendo en poco tiempo a disfrutar de nuevo de toda nuestra libertad, confianza y total intimidad, sobre todo una vez que ya nos habíamos visto nuestros genitales, habiendo perdido casi totalmente la vergüenza, así es que ya nos atrevíamos a hablar abiertamente de nuestros sexos, nuestros deseos, nuestras fantasías.. etc., aunque he de decir que, desde aquel día, mi madre había vuelto a ponerse la braga convencional que venía utilizando antes de estas prácticas, es decir, la que llega hasta la cintura, ceñida, de textura gruesa y muy pudorosa. También había comenzado a usar sujetador.
No obstante y como digo, nuestra intimidad había aumentado, aunque con mayores precauciones por parte de mi madre.
A todo esto, como es lógico, mi padre quedaba totalmente al margen, pues ni mi madre ni yo considerábamos prudente el comentarle algo que era prácticamente un juego inocente entre madre e hijo.
Así lo habíamos acordado expresamente, pues mi madre me lo pidió ante sus dudas sobre mi confidencialidad del tema. Yo le aseguré que aunque no tuviese importancia ese pequeño accidente que sufrimos de quedarnos desnudos, no le diría nada a nadie.
Como digo, era época veraniega, por lo que mi madre solía salir a la terraza del chalet, en donde teníamos una piscina, a tomar el sol.
A mí me pedía que le pusiese crema de protección solar, que yo le daba por todo el cuerpo. Aprovechaba para manosearla y darle un masaje erótico total, que me constaba que a ella le gustaba y a mí mas.
Un día y ya con nuestras inhibiciones superadas, en tono de broma, le toqué sus pechos, a lo que no se opuso y, sus muslos, hasta su entrepierna, ofreciendo una simulada resistencia; en esos momentos observé que levantaba la cabeza para ver si alguien nos veía, incluido mi padre que en ocasiones estaba en casa.
Yo, claro, ya me había asegurado.
Si no veía nadie, simplemente me decía que no fuese golfo y que le diese el masaje bien dado. Yo no solía hacer caso y, pasado un rato, ella dejaba que la tocase cuanto quisiese, incluso abriendo ligeramente las piernas para favorecer mis manoseos.
En estos casos, se volvía boca abajo para que no fuese tan evidente para nadie, suponía yo, la zona concreta que le manoseaba.
Había ocasiones también en que cuando estaba mi padre por casa, un sábado o domingo, que se hacía muy larga la espera hasta poder volver a juguetear en la cama juntos, mi madre provocaba rozamientos contra mis partes con su trasero o, incluso, con su «delantero», notando yo perfectamente, que no llevaba nada bajo la bata, o bien me tocaba mis partes en broma, propiciando que yo actuase a la recíproca, lo cual hacía a la menor ocasión.
Se reía cuando notaba que mi pene aumentaba de tamaño y eso provocaba que fuese aún mas traviesa insistiendo en sus manoseos.
Si aparecía mi padre, yo me tenía que sentar para que no me notase y mi madre reía a hurtadillas. Yo le decía: «Claro, como a ti no se te nota nada!».
Cuando le tocaba a ella untarme con crema en la piscina, yo tomaba igualmente la posición de boca a bajo y ella hacía lo propio conmigo.
En una ocasión, estando solos en casa, llegó a manosearme tanto, que provocó que me corriese, soltando ella una carcajada sonora.
Yo enmudecí de vergüenza y bajé la cara para que no notase mi turbación. No sabía que hacer, pues estaba manchado completamente el bañador. Ella reía y de repente me dijo: «Me alegro, ahora estamos los dos igual».
Yo, sorprendido, levanté la cara y la miré a sus partes, pues estaba sentada junto a mí en posición india y vi, efectivamente, que tenía su bañador igualmente mojado.
Al notar mi cara llena de curiosidad, me explicó que a las mujeres también les pasaba algo parecido a los hombres y cuando alcanzaban una excitación alta, les bajaba el «flujo vaginal» para favorecer la penetración del pene del hombre.
Yo me quedé de una pieza, pues nunca había hablado con esa claridad conmigo.
Me explicó que yo había alcanzado el orgasmo y que lo que había mojado mi bañador, como ya sabría, era mi semen, pero en su caso era distinto y aún no había tenido un orgasmo.
No sabía si era una invitación a que yo continuase en mi labor de manoseo, así es que le dije que si quería tumbarse le daría yo ahora otro masaje. Esta vez estaba decidido a que el masaje no fuese un jugueteo inocente.
Ella declinó resueltamente y se levantó del césped, dirigiéndose al interior de la casa. Yo me levanté también, ahora que no me veía nadie, a tratar de limpiarme y cambiarme.
Desde su habitación, mi madre me dijo que me cambiase y que me pusiese un calzoncillo o algo así, pues en casa no me veía nadie y podría tomar el sol mejor.
Yo, sospechando que mi mama me preparaba alguna sorpresa, obedecí y salí a la terraza de nuevo y me tumbé al sol.
Al poco también salió ella, pero ésta vez también se había cambiado y se había puesto una braga-tanga roja y el sujetador a juego igual o mas de descocado que la braga.
Yo alucinaba. Me preguntó si me gustaba el conjunto nuevo, afirmando yo de inmediato.
Rápidamente se tumbó sobre el césped, a mi lado… y se quitó el sujetador!. Me dijo que si me daba vergüenza verla así, que se lo volvía a poner, pero que ya nos habíamos visto todo y no creía que en su casa tuviese que esconderse de nadie.
Yo asentí dando mi aprobación.
Me di cuenta que ella miraba sonriendo mi entrepierna, y es que el calzoncillo, elegido a propósito pequeño, entre los mas pequeños, dejaba traslucir y mostraba por su parte superior, un tercio de mi pene en completa erección y en perfecto estado de revista.
Me avergoncé y me di la vuelta boca abajo.
Mi madre me dijo que lo que había dicho sobre la comodidad en casa me era aplicable a mí igualmente y que, en mi caso, ella ya me había visto desnudo muchas veces, así es que podía quitarle el calzoncillo si quería.
Yo le contesté que si ella no miraba, me lo quitaría, pero que ella debía hacer lo mismo con la braga. Por aquí ya no pasó, me dijo que el no esconderse desnuda no es lo mismo que hacer exhibicionismo y esa era la impresión que le daría de estar desnuda en la terraza.
Acepté el acuerdo y me desnudé.
Ella volvió su cara boca abajo y mostró su cuerpo desnudo y tan solo cubierto por una delgada cinta en la cintura y otra que le pasaba por el trasero, uniéndose con la anterior: era la braga, que era así de pequeña. Por delante, era un poco mas de grande, claro, de encaje, en forma de triángulo que apenas le cubría el pubis.
Me dijo, sin mirarme, que si seguía dispuesto a darle ese masaje y, rápidamente, me levanté y, pidiéndole que no me mirase, me puse a su lado y comencé a frotar empezando por las piernas, pues de aquella forma, me resultaba mas violento tocar descaradamente sus partes eróticas.
Pronto se me fue pasando la vergüenza y aumentando mi deseo y pasión, a la vez que mi pene adquiría proporciones desconocidas. Ya le daba el masaje directamente en el trasero y con los dedos, me acercaba cada vez mas a su vagina.
Estaba prácticamente al descubierto, pues desde detrás, apenas la tela cubría su cuerpo.
Ella lo notaba y se levantaba ligeramente para favorecer mis manoseos, ya descaradamente centrados en su conejito, el cual notaba ardiente y húmedo; mi madre comenzaba a jadear suavemente y a emitir gemidos de placer. Yo me animaba y con una mano tocaba su vagina y con la otra mi pene.
Me pidió que no fuese tan deprisa y que, subido sobre ella, le diese un masaje por la espalda. Yo subí en el acto y aproveché para situar mi pene lo mas cerca posible de su conejo, maniobra que ella también me favoreció, dejándome sin aliento y con el corazón a cien por hora.
Yo, evidentemente, ni daba masaje ni nada, simplemente restregaba mis manos, sin control alguno, sobre su espalda y me dedicaba a situar mi pene entre sus piernas y restregándolo contra su diminuta braga a la altura de su vagina.
Ambos disfrutamos el momento y yo no quise ni siquiera mover la cinta que le cubría el trasero, no fuese a pasar que se acabase el momento como en la otra ocasión, así es que me contenté con frotar y frotar sintiendo en mi pene todo el ardor y calor que desprendía su agujerito, que chorreaba de gusto.
Ella sincronizó mis movimientos con los suyos, de modo es que cuando yo embestía, ella levantaba ligeramente el trasero para que mi pene llegase al centro de su placer, eso sí, con la braguita puesta.
Ella empezó a acelerar los movimientos con los míos y en un momento me estaba corriendo entre sus piernas manchándole la braga, las piernas y el trasero, con un chorro interminable de semen.
Ella seguía agitándose y creo que también se corrió, a juzgar por los gemidos largos de placer que daba.
Me quedé sobre ella unos minutos y ella me dejó recostarme sobre su espalda y, volviendo hacía mí su cara, me preguntó: «¿Qué tal?. ¿Te has corrido bien?». Yo un poco asombrado de la claridad del lenguaje de mi madre y ya un tanto curado de espanto, le contesté que sí y que si ella también se había corrido.
Ella me dijo que ahora sí se había corrido y lo había pasado de fábula.
Yo sonreí y me alegré, pues parecía el inicio de algo mas y me atraía enormemente la idea de poder participar con mi madre, con toda comodidad en mi casa y con total seguridad de coger cualquier enfermedad, en estos juegos eróticos que pensé prolongaríamos en lo sucesivo.
Ahora, en realidad, lo que me apetecía era metérsela hasta dentro, pero eso no parecía mi madre dispuesta a concedérmelo. No sabía que pensar, sobre todo en lo que respecta a mi padre… ¿Qué pensaría mi madre del tema?.
En este momento me pidió que me quitase de encima y se dio la vuelta ella, mostrando sus pechos erectos con un abultado pezón negro que no pude evitar tocarle, consintiéndomelo ella con una sonrisa.
También le vi la zona de su conejo completamente manchado con mi semen, cayéndole por la entrepierna. La braga, desplazada con los movimientos, se le había subido ligeramente, lo suficiente para que, por la parte baja, se apreciase perfectamente la parte inferior de sus labios mayores, sonrosados y el vello púbico que, también, estaba cubierto de semen.
Mirándose ella me dijo: «¡Anda, que como me has puesto! Y eso que te habías corrido hacía un momento!» Era cierto.
No me explico como tenía tanto semen en mi interior y, lo que mas me asombraba: de donde sacaba mi energía?.
Ella se levantó y se volvió a meter en casa, supuse que a limpiarse y yo hice lo propio pasando tras ella, eso sí, yo completamente desnudo y todavía goteando mi pene. Vi la puerta del baño abierta y entré, sorprendiendo a mi madre sentada en el bidé limpiándose con jabón.
Me dijo que esperase un poco y que ella misma me limpiaría. Yo entendí que saliese del baño, pero ella me retuvo y yo esperé un momento.
Cuando ella terminó, sin ponerse nada, me sentó en el bidé y, de rodillas junto a mí, comenzó a limpiarme con sus manos mi pene y testículos. Aquello volvía a recuperar fuerzas y nuevamente mi pene se levantó atendiendo al estímulo.
Mi madre reía y se alegraba de ver mi energía que, me dijo, tendría que guardar para otra ocasión. Aquí quedó este día, pues la hora de regreso de mi padre se acercaba y mi madre, que había pasado todo el día «jugueteando» conmigo, -o mas bien con mi pene-, me dijo que bajase por el pan mientras ella hacía la comida.
Cuando regresé del recado, mi padre ya había llegado y mi madre, sonriente y complaciente, le había preparado un refresco como a él le gustaba y le servía la comida… Yo bajé la mirada al encontrarme con la de mi madre, quien comentó:
«Hay que ver que responsable se ha vuelto nuestro hijo; se ha pasado la mañana haciendo deporte y leyendo. Se ha hecho un hombre sin darnos cuenta, no te parece, querido?» Mi padre asintió con satisfacción, diciendo: «Espero que el curso próximo te salga como este pasado, así podrás estar todo el verano sin dar golpe. Verdad que se está bien en casa haciendo solamente lo que te apetece?» Contesté que sí, pensando lo inocente que se encontraba mi padre ignorando lo que habíamos estado haciendo mi madre y yo en realidad.
El día pasó sin mayor trascendencia y, por la noche, soñé que mi padre nos había sorprendido a mi madre y a mi haciendo el amor y nos disparaba con una escopeta de caza, pero mi madre reía y no nos daba.. en fin, una pesadilla que me hizo comprender lo mal que estaba aquello que estábamos haciendo.
Por la mañana mi madre vino a despertarme hacia las 0730h., metiéndose en mi cama, individual, la verdad es que estábamos algo apretados, pero le hice sitio. Yo dormía en calzoncillos y mi madre se presentó con su camisón corto.. no sabia si llevaba algo debajo.
Comprendí de inmediato que otro día de pasión me esperaba. Yo la abracé y enseguida noté mi pene buscando el agujero.. mi madre me dijo: «Sabes? Me ha dicho tu padre que se va de caza todo el fin de semana, así es que tenemos desde hoy, viernes, que ya no vendrá a comer, hasta el domingo por la noche que regrese!.
Lo vamos a pasar en grande practicando el sexo; te apetece?» Yo me llevé un sobresalto al recordar el sueño. Pensé: Y si regresa de improviso y nos sorprende con nuestros «jueguecitos»?. En fin, no le dije nada a mi mamá, pues estaba ya como una moto a 200 por hora. Le pregunté que a qué se refería con eso de practicando el sexo y ella me dijo que si ya había olvidado lo de ayer, a lo que contesté que no.
Pregunté si podríamos hacer algo mas. Me dijo: «¿No recuerdas ayer lo bien que lo pasamos sin llegar a hacer el amor?. Pues así lo haremos hoy también.
Por este agujero no ha pasado nadie todavía que no sea tu padre y tú para salir, pero no te permitiré entrar. Eso no me parece correcto éticamente. De acuerdo?» Contesté que sí pensando si mi negativa me llevaría a suspender la jornada prevista.
Ella volvió al asunto diciéndome: «No volverás a insistir, de acuerdo?. Ya te avisaré yo si cambio de opinión. Conforme?» Volví a asentir y le pregunté si podía quitarme yo, al menos, los calzoncillos, autorizándome ella con un gesto de cabeza afirmativo. Yo me quite los calzoncillos y una vez liberado de ataduras, me subí sobre mi madre y tanteando, comprobé que tenía puestas sus bragas.
Me advirtió otra vez mas que tuviese cuidado con lo que hacía y me dijo que tenía todo, todo, -recalcándolo-, autorizado, menos meter por su agujerito mi «delicioso pene», según dijo textualmente.
Yo, me monté sobre mi madre chupándole las tetas y restregando mi pene sobre su braga, en esta ocasión de las convencionales de tamaño, pero mas elástica, con lo que mi pene encontraba sin dificultad su agujero ardiente y mojado, mas que húmedo, en donde de centraba mi esfuerzo taladrador.
Así estuvimos, casi fornicando, un buen rato, a pesar de que yo me corrí enseguida, pero mi madre insistía en seguir así y facilitando mi pseudo-penetración. La verdad es que la braga era a propósito para esta actividad, pues tenía una elasticidad que permitía que el glande de mi pene se introdujese casi en su totalidad.
Cuando noté que ella se corría, yo comencé a disminuir mis embestidas y a besar cariñosamente a mi madre en la boca, algo que era la primera vez que hacía.
Ella participó de esta iniciativa y nos fundimos en un abrazo tierno, placentero y muy erótico, pues estábamos prácticamente desnudos.
Cuando me pidió que la desmontase, me arrodillé entre sus piernas y pude ver que tenía la braga totalmente metida en su conejito por causa de mis empujones, hasta el punto de desaparecer en su interior un trozo de ella y mostrando, por consiguiente, casi todo su conejo al descubierto; por cierto, en esta ocasión el semen y su flujo vaginal, debían haber quedado en el interior de mi madre, que se encontraba boca arriba con los ojos cerrados sin decir nada.
Yo le pedí que levantase un poco las caderas, para colocarle la braga y le saqué del interior de su vagina toda la parte baja, comprobando que, en efecto, estaba chorreando y la fina tela, sin forro interior protector como suele ser habitual en esta zona de la ropa interior, completamente arrugada.
Yo seguía ardiendo de deseo y aprovechando el momento de debilidad de mi madre, no quise desaprovechar esta ocasión, por lo que le pedí a mi mamá que se bajase ligeramente las bragas para favorecer una mayor introducción de mi pene, pues me apetecía repetir la experiencia; ella, sonriendo dijo que también le apetecía, por lo que levantándose ligeramente de caderas, permitió que bajase las bragas cuatro o cinco dedos, lo que permitió un sobrante mayor de tela y mi penetración ahora sería mas profunda, con este margen, la braga chorreando y arrugada completamente, no sé muy bien si la llegué a colocar bien o no sobre la raja de mi mamá, pues mi nerviosismo me impedía controlar la precisión de mis movimientos.
Traté, no obstante, de situar la braga recogiendo mi glande, algo difícil, pues la braga era muy pequeña en esa zona y mi pene demasiado grande aún, por lo que cuando me volví a situar sobre mi madre, que aún no había terminado de gozar el orgasmo, creo que se llegó a desplazar la braga hacia un lado y mi verga entró directamente en su vagina, lo que nos produjo a ambos un suspiro seguido de una larga expiración de gusto.
Mi madre solo acertó a preguntar «¿Seguro hijo, que has colocado bien la braga?» yo contesté entrecortadamente:
«Totalmente seguro, mamá. Por favor, házmelo muy bien, vale???» «Descuida hijo, que será nuestro mejor polvo» y comenzamos a follar de nuevo, aunque con una lentitud que aseguraba un larguísimo polvo y un inolvidable orgasmo, como así fue realmente. Creo que debió durar, en esta segunda ocasión, algo mas de 40 minutos.
De nuevo y tras gozar de un largo beso asociado al orgasmo mas intenso que había tenido en mi vida, nuevamente me incorporé y ya mi pene había perdido toda su dureza, pero comprobé, al mirar a mi mamá, que efectivamente la braga se había desplazado lateralmente y había consumado una penetración total y perfecta.
Mi madre tenía la braga completamente desplazada hacia la derecha y semibajada, pero ni yo dije nada ni mi madre preguntó.
Me dijo que se la quitase para no sentirse húmeda y me confesó que aunque no había sido una experiencia completa, ella lo había pasado como no recordaba ya y me preguntó si yo había gozado. Le confesé que mas aún que ella, pero que me escocía el pito por el rozamiento de la tela de fibra de la braga.
Me dijo que había elegido esa braga por su suavidad, elasticidad y finura transparente y que le había quitado, incluso, el protector interior que llevaba, para hacer aún más directo el contacto entre nuestros sexos y simular mejor un coito completo, algo que le parecía que realmente habíamos logrado, pues mi penetración había sido bastante profunda, aunque no total, como nos hubiese gustado a ambos, pero que eso era todo lo que estaba dispuesta a concederme. Yo callé.
No obstante y en consideración al estado enrojecido de mi glande, que observó meticulosamente, estudiaría algo menos agresivo para esta parte tan sensible, incluso también por ella, que la tela, en su interior, también le había causado molestias y empobrecido el orgasmo.
Nos levantamos a desayunar y ducharnos y yo esperaba ansioso el segundo tiempo de este largo día que seria, a su vez, preludio de los dos siguientes.
Por supuesto, le dejé la iniciativa a mi madre que, sin recoger la mesa, me dijo que si me había aseado bien y tras mi confirmación, me llevó a su dormitorio. Podrían ser las 9.00h. aprox., y yo ya me encontraba preparado para afrontar el segundo asalto. Por lo que aprecié, mi madre estaba mas deseosa que yo.
Cuando llegamos a la habitación, me dijo que me desnudase y ella hizo lo propio con una toalla que le cubría sus senos y su sexo. Yo me ilusioné pensando en lo mejor, pero mi madre ya había encontrado solución alternativa.
Sin darme tiempo a reaccionar, me tumbó sobre la cama y se dirigió a mi pene a comprobar su estado, el cual le pareció satisfactorio y le dio un tierno beso, comenzando a chupar a continuación, lo que me dejó desconcertado.
El gusto que me daba ante la sensibilidad especial de mi glande, era extraordinario, así es que me dejé llevar y me relajé totalmente.
Ella se fue animando y situándose convenientemente, abrió sus piernas sobre mi cara, acercando su vagina a mi boca y, sin llegar a decir nada, en un momento me encontraba lamiendo el conejo de mi madre y notando su sabor exquisito y su calor ardiente en mi lengua, que trataba de introducir hasta el máximo posible.
Ella, sin perder el ritmo de mis lengüetadas, facilitaba la suya y pronto comenzamos a notar esa subida del gusto preludio del orgasmo. Mi madre, para no precipitar la sesión y prolongarla en lo posible, se dio la vuelta hacia mí y tras un apretón del glande que me dejó el pene reducido a la mitad y mi gusto se alejó.. por el momento.
Ella subió sobre mí y se restregó mi pene, algo reblandecido, por su conejito, jugueteando en la puerta, pero sin permitir ni un milímetro de penetración, a pesar de mis esfuerzos.
Solo pretendía estimularse su clítoris con mi pene. Cuando mi verga alcanzó nuevamente una dureza con brillo, se volvió a dar vuelta y nuevamente comenzamos la labor del 69 a placer.
Yo debía hacerlo bien, pues mi madre parecía enloquecer y sus gemidos y restregones, no dejaban lugar a dudas de que se estaba corriendo a tope.
Noté un flujo suave y muy caliente caer sobre mi boca; y también alcancé el orgasmo estimulado por los estertores de mi madre y ella succionó mi pene hasta dejarlo sin una gota de semen.
Nuevamente caímos desvanecidos sobre la cama y mi madre me ofreció un kleenex para limpiarme, igual que hacía ella.
En esta ocasión el orgasmo había sido perfecto y muy intenso, sin interferencias. Ella se puso a mi lado y descansamos abrazados y desnudos un largo rato en la cama. De repente ella dijo: «Y todavía es pronto!!» riendo con picardía.
Yo le comenté a mi madre que mi pito no resistiría otra corrida como la primera, pues me escocía al restregarlo por su braga, por lo que tendríamos que inventar algo. Me pidió calma y nos levantamos nuevamente.
Tras realizar mi madre algunas faenas domésticas y yo recoger un poco mi habitación (allí estaban aún las bragas de mi madre chorreando) y mi sábana y la cama toda revuelta, me pidió que saliésemos a comprar algo preparado para no tener que guisar y no perder el tiempo..! Yo me asombré, pues si con tres días por delante y al ritmo que llevábamos, habríamos de terminar exhaustos, pero no hice ningún comentario.
A nuestro regreso y tras comprar algo de comer y unos aperitivos que tomamos en casa, mi madre se vistió de gala para la siguiente faena, luciendo una ropa interior negra de encajes que dejaban traslucir lo que ya tenía tan visto.. y lamido, pidiéndome que yo me quedase en calzoncillos.
Así lo hicimos y nos fuimos al salón, en donde mi madre puso música y me pidió bailar con ella.
Así estábamos y yo nuevamente restregándome con mi madre mientras bailábamos; ella reía visiblemente excitada, cuando sonó la llave de la puerta de casa, algo que nos cortó el aliento! Yo no pude evitar recordar mi sueño. Salí como un loco corriendo por la puerta del salón hacia el jardín y la piscina, lanzándome en calzoncillos sin pensármelo dos veces, y mi madre quedó en el salón esperando a mi padre.
Pasados 5 o 10 minutos eternos, apareció mi madre en el jardín, con su ropa interior super sexy y sonriendo. Venía comiendo una manzana y me recordó a Eva..
Me vió con los ojos abiertos y actitud expectante y no quiso hacerme sufrir mas.
Me contó que mi padre, esta mañana, había olvidado la licencia de caza y que se había escapado del trabajo para recogerla y poder salir a las 1500h aproximadamente con el resto de sus amigos cazadores.
En cuanto a su atuendo, ni siquiera lo había notado.. lo dijo con un desprecio evidente que, no sé por qué, pensé que me beneficiaría.
En cuanto a mí, preguntó donde estaba y le dijo mi madre que llevaba ya cerca de dos horas nadando y haciendo deporte y que le perdonases por no salir a verte, pero no quería que su jefe notase su ausencia. Añadió: «Estas son algunas de las ventajas de tener el amante en casa!!» Y rió la broma.
Yo salí del agua para secarme y cambiarme, pero mi madre me dijo que la esperase, pues se daría un baño conmigo. Se quitó las medias, los ligueros y el sujetador y, en bragas, -minúsculas, por cierto-, se metió en la piscina conmigo.
Nadamos y jugamos un poco echándole a nuestros contactos la pimienta necesaria para que mis calzoncillos estuviesen a punto de reventar y salimos a comer al fin.
Nos secamos y con la ropa interior seca, nos sentamos en el salón a comer una pizza que habíamos comprado hacía un rato, para evitar guisar.
Tardamos 20 minutos en saciar el apetito y mi madre me tendió los brazos para que me acercase al sofá donde estaba ella.
Yo obedecí. De pie junto a ella, me quitó suavemente los calzoncillos y me dio unas lengüetadas por mi pene, comprobando que aún estaba enrojecido.
Me dijo tuviese calma y me pidió que la desnudase yo a ella ahora.
Tuve algo de dificultad para soltar el liguero, las medias, el sujetador y cuando llegué a la braga, nuevamente me pidió dejar el tema como estaba, pues era una especie de manía que la penetrase desnuda, ya que le parecería ofender y engañar a su esposo.
Yo le recordé mi estado y que el encaje de la braga sería aún peor que antes, pero me aseguró que ya lo tenía todo solucionado.
Así, en bragas y frente a mí, me dijo que me reclinase hacia atrás en el sofá y subió sobre mí sujetándome mi pene y llevándoselo directamente hacia su sexo.. Yo, miraba y no comprendía: mi pene penetraba con total facilidad en su vagina, como si no tuviese nada puesto.
Ella riendo, me dijo: «No, no es magia, es que le he dado un corte a la braga por debajo para que podamos hacer el amor sin ningún tipo de obstáculo y yo, con mi braga puesta, tengo la sensación de que se trata de un juego, como otras veces contigo».
Dios mío, por fin estaba fornicando con mi madre y el gusto me enloquecía. Su conejo, caliente como un horno delicioso, frotaba mi verga con sus movimientos perfectamente sincronizados; así estuvimos 5 o 10 minutos, y cuando me iba a correr, se levantó para cambiar de posición.
Se puso en el sofá a cuatro patas y yo, de pie, se la metía desde atrás. Yo le apretaba el culo con mis brazos acercándola y separándola de mí sincronizadamente.
Ella gemía y decía «¡Ay! Que agustísimo estoy! ¡Oh! ¡Ah! Así, mi niño, pero mas despacio, que si no nos correremos enseguida… ah!» Yo apretaba mis dientes en una expresión orgásmica y desencajada y.. nuevamente mi madre se separa repentinamente y cambiando de posición, se tumba boca arriba en el sofá abriéndose de piernas e invitándome a penetrarla de frente, diciéndome: «Hijo, termina de hacérmelo así que, aunque digan que este es el ‘polvo del obrero’, es el que mas me gusta!» Esto entre jadeos y suspiros propios del orgasmo.
Yo me puse sobre ella y le metí todo lo que sobresalía de entre mis piernas sin llegar a tocar fondo; ella me cruzó sus piernas por encima de mí limitando mis movimientos a los que ella quisiese y me dejé llevar.
Era una verdadera artista, pues notaba como se movían los músculos del interior de su vagina expandiéndose y contrayéndose rítmicamente.
Yo comencé a proferir suaves gritos y le decía: «Mamá, yo ya no aguanto mas; me voy a correr, vale?» «No, hijo, todavía no, por favor. Aguanta un poco mas» «No creo que pueda mamá, me corro..»
Mi madre me apretó fuertemente contra ella y yo me corrí pasados unos segundos, los justos para que ella acelerase ligeramente su orgasmo y coincidiésemos en el mismo momento.
Ambos gritábamos y nos retorcíamos, follando como locos en unos movimientos convulsos y espasmódicos. Los gritos fueron bajando de volumen y los movimientos también, quedando finalmente ambos completamente exhaustos sobre el sofá, aunque seguíamos moviéndonos en un entrar y salir de dentro de mi mamá.
Le notaba unas contracciones en el interior de su vagina que imaginé eran los espasmos del orgasmo. Sudábamos y nos abrazamos.
Nos besamos largamente, cruzando nuestras lenguas y sin separarnos durante un largo rato, permanecimos así hasta que yo noté que mi pene, contraído a sus mínimas dimensiones, se salió de su funda natural completamente fláccido. Note como nuestros fluidos naturales nos empapaban completamente; suerte que el sofá no era de piel natural y se limpia muy bien.
Mi madre se levantó antes que yo y me dejó sobre el sofá. Fue a ducharse y cuando terminó, me dijo que fuese yo a la ducha y que me esperaba en su cama para echarnos la siesta. Así lo hice y efectivamente mi madre, en camisón solamente, ya aguardaba mi llegada.
Yo no tenía ninguna fuerza y esperaba que no me tentase otra vez, pues no creía que podría aguantar otro asalto. Efectivamente, mi madre comenzó a charlar conmigo, pues me indicó que quería ponerme al corriente de sus verdaderas intenciones.
Mi padre, al parecer, había comenzado hace tiempo a sufrir impotencia, debido a la diabetes que tenía desde niño. De hecho, la última licencia de caza casi no la consigue por culpa de la vista.
Ya en la noche de bodas, apenas pudo echar 2 polvos, como dijo mi madre y ella, estuvo a punto de no conseguir el orgasmo.
Desde ese momento, sus encuentros sexuales se empezaron a distanciar y a empobrecer, pues cuando él se encontraba «en forma», le duraba escasos minutos, en los cuales eyaculaba sin dejar satisfecha a mi madre.
El conjunto que acababa de inutilizar o, mas bien de habilitar, abriéndole una apertura en la braga, lo compró para tratar de excitar a mi padre en el anterior aniversario de boda y, cuando llegó la habitación tras ducharse y vestirse para el acontecimiento, mi padre ya estaba dormido.
Esto le sentó muy mal, pero comprendió que él también sufría a cuenta de la diabetes, por lo que dejó pasar el tiempo hasta que yo llegase a una edad un poco mas madura y ese momento había llegado.
A partir de ahora ella sería mi educadora sexual y yo no tendría que hacer mas que disfrutar del sexo cuanto pudiese y quisiese.
Por cierto, el último agravio de mi padre que la había movido a facilitar totalmente mi penetración con el agujerito en la braga, había sido el de que él, ni siquiera le dijo lo bien que le quedaba el conjunto que llevaba puesto cuando vino esta mañana, pues el que sea impotente parcialmente, no significa que no pueda halagar a su esposa cuando la ve guapa. En fín, al parecer ni le llamó la atención verla vestida de esa forma.
A partir de ahora, todo sería distinto, ella podría disfrutar del sexo y compensar la represión que había sufrido y su marido estaría libre de obligaciones conyugales.
Por su parte, el tener el amante en casa, era una bendición. Me preguntó que me parecía todo eso y yo le comenté que después de esta experiencia, ya no deseaba conocer mujer alguna y que con ella tenía bastante.
Que no quería que se preocupase pues yo estaría toda mi vida pendiente de que mi mamá estuviese satisfecha, pues lo había pasado como nunca nadie lo había pasado antes y que no deseaba probar con nadie mas.
Yo también me alegraba mucho de estar en mi casa al completo y contar con esta gratificante satisfacción sexual y que trataría de aprender todo lo que mi madre quisiese para hacerla feliz.
Ella rió mi ocurrencia y sentenció que algún día conocería a otra mujer o varias, que me atraerían y que, finalmente, elegiría a una de ellas para ser mi mujer.
Por otra parte, mi madre iría envejeciendo y yo perdería mi deseo hacia ella. Esto me entristeció y ella, para salir del paso me dijo que hasta entonces tendríamos mucho tiempo para repetir y hartarnos de sexo a tope, hasta hartarnos.
El problema era mi padre, pero mi madre no veía dificultad alguna pues era muy confiado y con la tradición de siempre de acostarnos juntos, muchas noches inventaríamos algo para que ella pudiese venir a acostarse conmigo. Él, no sospecharía.
Ella se encargaría de todo y yo, no debía preocuparme.
Termino diciendo que aquel fin de semana pasaron de 25 orgasmos los que pude disfrutar y mi madre, según contó, pasaron de 15; en fin, algo inesperado y que ya no se volvería a repetir, pero lo que sí puedo asegurar es que desde aquel fin de semana muchos fueron los momentos de placer que nos dimos mutuamente y, con especial agrado, recuerdo los dos o tres polvos que echamos en la bañera y una espléndida paja que mi madre me hizo con sus tetas en la bañera; esta experiencia la repetí en otras muchas ocasiones, pues me daba un morbo especial.
En un determinado momento, cuando yo ya tenía 16 o 17 años, mi madre propició que mi padre se trasladase a mi cuarto a dormir y yo al suyo, pues ya hacía tiempo le venía diciendo a mi padre que yo tenía trastornos de sueño con pesadillas patológicas y me estaba tratando un psiquiatra que nos había recomendado que durmiese acompañado, pues podría llegar a padecer episodios de sonambulismo peligrosos y convenía que alguien estuviese a mi lado.
Ni que decir tiene que mi padre no llegó nunca a sospechar nada, o eso pensamos, y si llego a sospecharlo, lo admitió sin intervenir en el asunto, pues tanto mi madre como yo, desde que comenzamos a dormir juntos, comenzamos a fornicar a placer, casi a diario, y ninguno éramos muy discretos en los gemidos y quejidos de placer que dábamos.
Mi madre le dijo a mi padre que era yo soñando…
A estos polvos nocturnos hay que añadir los veranos que no tenía clase y que, por las mañanas, raro era el día que no practicábamos una u otra forma de sexo.
Así pasaron algunos años.
Todavía hoy, casado y con 27 años, cuando tengo ocasión, consuelo a mi madre, que tiene ya 48 años, de su soledad, pues mi padre murió hace 6 años y sigo disfrutando de los mejores polvos de mi vida.
Y es que madre, no hay mas que una.
hermoso muy lindo saludos
relato magnífico — real o fantasía — el tener sexo con la madre es sublime y no se compara con ningún placer — Felicitaciones Robert 3 — 02 — 2022