Capítulo 3

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Cuando desperté al día siguiente. Tarde para lo que yo acostumbraba. La luz me dolía en los ojos. Escuché el televisor encendido con programas del interés de Adolfito. Seguramente ya estaba despierto. Eran casi las diez de la mañana. El recuerdo de lo vivido la noche anterior entró como un palazo en mi cabeza. ¿Lo habría soñado? Me levanté de un salto. Salí de la habitación. Efectivamente Adolfito estaba sentado mirando sus programas frente al televisor. Lo saludé. Continué con mi cabeza gorda de sensaciones. Me estrellé con las flores, tal como las había dispuesto mi tía. Luego miré hacia el comedor y las dos sillas estaban desarregladas, dispuestas una en frente de la otra, tal como mi tía quiso que se dispusieran. Cuidadosamente tenté con mi pie descalzo las baldosas color ocre claro del piso y sentí el restante de un moco pegajoso, casi seco ya por las horas. Era una evidenciaba contundente de la escena del crimen. No. No lo había soñado. Todo había pasado en la vida real.

La puerta de la habitación de tía Lau aún estaba cerrada. Quizás ella todavía dormía. Sentí ansiedad y recelo. No sabía cómo yo debía actuar cuando la viera. ¿Habría hecho todo eso por pura borrachera y nada más? ¿Me seguiría tratando igual? o ¿algo así como lo de anoche volvería a suceder? No lo sabía. Me daba miedo enfrentar todo eso. Era como si de repente mis emociones dependieran de mi tía Lau. Tal vez, en el fondo. Ella me gustaba también. ¡Que confuso todo eso! Lo cierto era que la deseaba. Deseaba culeármela con morbo. Aunque sincerándome conmigo mismo. Ya podía darme por bien servido. No creo que haya muchos sobrinos por el mundo que puedan contar anécdotas parecidas con alguna tía suya.

Después de ducharme, ponerme ropa limpia me fui a la cocina. Aun faltaban algunos retazos de la fiesta del día anterior que debía recoger. Terminé y preparaba pan con queso y café para desayunar cuando escuché su voz, esa voz gruesa y pesada que tiene uno al despertarse.

  • Buenos días. ¿Como amaneces?
  • Buenos días, tía. Bien ¿y usted? – respondí haciendo un esfuerzo para parecer como si nada hubiera pasado.

Ella no me dijo nada. Actuó con total normalidad. Tenía puesta una camisilla blanca de tirantas sin sostenedores que dejaban medio dibujar sus aureolas amplias y sus pezones y un pantaloncito ligero corto de algodón de esos de estar en casa. Me preguntó si ya había café. Le respondí que lo acababa de poner a hacer. Su rostro aun con retazos de maquillaje medio deshecho no expresaba nada. Solo su seriedad y tranquilidad habitual. Buscó una toalla y entró al baño.

Exasperadamente, las horas sabatinas transcurrían con una lentitud pasmosa que alimentaban mis ansiosos interrogantes. Yo, mantenía la prestancia de chico bueno en un día normal, pero con esfuerzo. Saqué a pasear a la perrita Mini lleno de cavilaciones. Jugué futbol un rato en el parque con Adolfito, pero un tanto desconcentrado, entre recreaciones mentales de lo sucedido anoche y cuestionamientos de si algo pasara después. No pasó nada ese día. Mi tía tenía un compromiso por la tarde con Adolfito. Quedé solo unas cuantas horas.

Como siempre fui a la cesta, pero todo estaba limpio. Me tía seguramente había lavado sus ropas mientras yo estaba en el parque con Adolfito. Salí al pequeño patio-balcón trasero y efectivamente las ropas estaban todas húmedas colgadas al sol en los alambres del tendedero. Divisé enseguida la nueva prenda. La tanga roja de encajes que mi tía se había estrenado en su cumpleaños y que ella misma me había puesto a oler a manera de perfume la noche anterior. Me excité y me dieron ganas de pajearme, pero la prenda toda mojada de agua solo olía a limpio, a fragancias de detergente.

Por la noche, a poco de dormirme, estando encerrado en mi habitación intentando concentrarme en la lectura de un documento que debía analizar para la universidad, un tac, tac, tac suave sonó en la puerta.

  • Aja, sigue – pensaba que era Adolfito.

Mi tía entró, con cautela como si debiera esconderse de alguien. Yo me incorporé y me puse de pie algo sorprendido. Se sentó al borde de mi cama y me invitó a que yo también me sentara al lado de ella. Mi corazón latía fuerte. Sabía que algo trascendental podía suceder, para bien o para mal.

Ella me miraba con serenidad y una leve sonrisa. Respiró hondo y comenzó a hablar en voz bajita, pese a que Adolfito estaba a dos habitaciones jugando videojuegos a todo volumen.

  • Yo sé que anoche yo estaba un poco tomada. Pasó lo que pasó. Quizás estuvo mal de mi parte. Soy tu tía y esas cosas se suponen que no pasan entre una tía y un sobrino, por muchas ganas o lo que sea que haya. Así que…

No sé bien porqué, pero me atreví a interrumpirla esta vez, con serenidad y seguridad. Lo hice de forma espontánea. Hasta puse mi mano encima de la de ella que apoyaba encima del colchón, en el breve espacio que quedaba entre ella y yo.

  • Tía, tía, pero también somos hombre y mujer, simplemente hombre y mujer. No se sienta mal ni se de tan duro por eso y le confieso que yo, que yo también quería que eso pasara. Ay, tía, perdón que la interrumpí.

Me miró en silencio con sus ojos grandes, acuosos y muy expresivos, como de mujer que mira con atención el desenlace de algo.

  • Lo sé Miguel. Pasó porque ambos quisimos que pasara, pero no es moral algo así. ¿Me entiendes?
  • Si – le respondí con evidente desesperanza, pero sin insistir.

Ella, al verme, hizo un gesto de ternura en su cara. Se balanceó y me dio un abrazo cálido. Yo la abracé con intensidad, como si fuera mi novia. Acaricié su cabello mientras su cara reposaba en mi pecho desnudo. El olor de su cuerpo y sus cremas humectantes me embelesó. Le acaricié su brazo suave y delgado como no queriendo que el abrazo no terminara. No pude evitar tener una rápida erección ahí, debajo de mi pantaloneta de dormir.

  • Ay, tía, se siente rico estar así, huele tan bien – expresé con espontaneidad.
  • Ay, Miguel, Miguel, como dijo la loca de María anoche, corremos peligro.

Me dio un beso en el pecho. Se desató de mis brazos con aire nerviosa. Se puso de pie y caminó hacia la puerta con cierto desespero como queriendo evitar que pasara algo. Yo me sentí derrotado, fue una rara sensación. Simplemente me recliné hacia atrás algo triste viéndola alejarse. Ella abrió la puerta con lentitud sin dejar de mirarme. Yo sentado y con una erección que apuntalaba mi pantaloneta. Me dio vergüenza. Intente cubrirme alzando mi pierna derecha en la cama. Ella sonrió. Se giró completamente hacía mí. Volvió a cerrar la puerta. Cerró los ojos y habló en voz débil, mirando el cielo raso, más para sí que para mí – Ok, ok, solo esta vez y ya – puso el seguro a la puerta y se devolvió ante mis ojos atónitos. No entendía del todo que era lo que hacía ni su comportamiento errático.

Se acercó a la ventana. Cerró la cortina completamente a pesar de que solo árboles podían ver algo desde afuera. Se descalzó de sus sandalias y sin quitar ni alzar mucho la vieja falda marrón que tenía puesta deslizó por sus piernas ante mi sorpresa su prenda íntima. Era un calzón clásico de algodón color crema, que yo conocía bien y que antes había alimentado alguna de mis tantas pajas. Me lo lanzó y cayó en mi regazo después de rebotar en mi pecho.

  • Ya sabes. Quiero verte otra vez – lo decía con voz vencida, como sabiendo que estaba haciendo algo que se suponía que no iba a hacer otra vez.

Yo ni dije nada. Solamente estaba contento, sorprendido y contento. Tomé la prenda de mi regazo donde había caído mal envuelta. La abrí como si la fuera a colgar al sol. Ese morbo intenso mordió mi alma. La aspiré. Olía suave, a ese olor ya tan familiar del sexo de ella. Sentí aromas mezclados de orines, sudores y flujos vaginales. Me quité todo, hasta quedar completamente desnudo, allí, sentado al borde de la cama. Sus ojos acuosos brillaban. Su boca se mordisqueaba expectante. No. Esta vez no estaba ella borracha. Había sucumbido a sus deseos pecaminosos sin necesidad de alcohol. Me recliné encima de dos almohadas que acomodé rápidamente. Su calzón sucio se enredó en mi cara sin tapar mis ojos que la miraban directamente. Mi verga agitada suavemente por mi mano. Ella de pie frente a mi cama, tocaba su cuerpo por encima de su blusa blanca y su falda.

Yo, a ratos soltaba mi verga y a propósito para su beneficio contraía voluntariamente mi pelvis para que el pene se moviera juguetonamente, como con vida propia. Mi tía miraba atentamente. Le divertía. Apreciando mi morbo procaz. Ella se alejó hasta reclinar su cuerpo contra la pared opuesta. Allí de pie, dobló su pierna apoyando su pie descalzo contra la pared. Su mano comenzó a buscar y hurgar bajo su falda hasta tocar su vulva que la tela no me dejaba ver. Se estaba dedeando y con la otra mano apretujaba sus tetas por encima de la blusa. Nos mirábamos con fuego a los ojos. Linda lucía mi tía allí como puta masturbándose. Yo me pajeaba despacio, siempre oliendo su calzón. Tía Lau hacía esfuerzos para ahogar sus gemidos que lograba debilitar abriendo su boca y emitiendo jadeos fuertes.

En un acto de arrebato, tomó impulso, como desesperada. Se despegó de la pared como si su deseo hubiera superado sus fuerzas. No habló. No me miró a los ojos como para sentir menos culpa quizás. Caminó hacía mí. Se arrodilló frente a mí y sin pedir permiso ni avisar me agarró la verga con su mano pequeña. La miraba fijamente con ansias, como estudiándola, estaba algo descontrolada, mordisqueando sus labios, respirando fuerte, como asustada de estar cruzando una línea roja. Después, simplemente la engulló hasta la mitad de un solo tajo. Mi tía me estaba chupando la verga y yo simplemente ni me lo creía. Por fin, por Dios.

Que bella sensación. Sus ojos los mantenía cerrados, mamando asiduamente como si mi verga se fuera a ir pronto de su mundo, como si fuera la última mamada de su vida. Lo hacía con una intensidad y unas ganas tremendas. Sin dejar de engullir el falo, tomó una almohada y la dispuso debajo de las rodillas para no maltratarse. Parecía que se estuviera confesando en una iglesia por el pecado de no darse placer. Ese placer necesario que toda mujer desea sentir. La mamaba tan rico. Su boca se sentía cálida. Yo me incorporé y le acaricié con ternura sus cabellos sin interrumpir su faena. La dejaba libre de imponer su ritmo. Al sentir mis manos en su cabello, abrió por fin los ojos. Nos miramos como cómplices que están cometiendo alguna fechoría. Ella a ratos, lamía la cabeza del pene, como saboreando una paleta de vainilla. Sonreía y contraía su rostro con lujuria. Se veía bella. A ratos tierna, a ratos carnal, como toda una puta. Entonces entre jadeos, suspiros y algo agotada tomó un respiro y por fin dijo algo.

  • Ay, Dios.

No la dejé que pensara mucho. No quería que se arrepintiera y todo terminara allí. Me puse de pie. Metí mis manos debajo de sus axilas incitándola y ayudando a que se levantara. Ella un poco dubitativa siguió mi impulso sin poner resistencia ante mi gesto implacable.

  • ¿Qué haces, Miguel?, cuidado – me dijo, ya estando de pie.

No le dije nada. Solo la empujé sin brusquedad a que se sentara en la cama. Fui yo quien se arrodilló en la almohada tumbada en el suelo. Metí mi cabeza entre sus dos muslos sin pedirle permiso. Intentó mantenerlos cerrados, pero hice fuerza con mi cabeza besuqueando por encima de sus rodillas y sus piernas cedieron como alas de mariposas.

  • Miguel, cuidado, No, no, ¿qué haces?, no, no-o, hm, n-n-o, hm, hm, ah, ay, Mi-Mi-guel, hm, hm, ah…Dios mío, ah, hm.

Por fin mi nariz había llegado a la fuente misma de donde emanaban sus aromas. Esos aromas que habían alimentado tantas pajas cotidianas. Olía tan, pero tan intenso. Todo estaba mojado y carnoso. No le di chance de escaparse. Bajo la tiniebla de su falda que cubría mi cabeza, mi lengua buscó sus carnes suaves y los repliegues vaginales jugosos inundaron mis papilas gustativas. Un mundo de sensaciones indecibles me invadía por todos los sentidos. El sabor a vagina me embriagaba y me encantaba ensuciarme la cara con esos flujos. Mi tía cedió completamente. Se deshizo en jadeos y gimoteos tenues con cada aleteo de mi lengua que por fin se acomodó en la zona del clítoris. Entre jadeos desesperados, sus manos se apoyaron contra mi cabeza como para asegurarse de que yo me comiera toda su chucha.

Le acariciaba las piernas comiéndole la vulva hasta que mi tía terminó tumbada transversalmente en la cama, entregada al goce del cunnilingus. Sus piernas se alzaron, su falda se replegó en su abdomen y pude por fin tener el placer de conocerle al desnudo la bella geografía de su vulva velluda. Era preciosa y ese triangulo espeso de vellos me encantaba. Generaba un morbo visual que ni yo mismo esperaba. Mi tía Lau estaba entregada disfrutando del placer de sentir a un hombre atrevido jugar con su chocha ardiente. Osé entonces y estiré mis manos hasta agarrar sus tetas sin dejar de lamérsela. Ella convalidó mi movida. Sus manos las puso encima de las mías guiando las caricias en sus senos aun vestidos. Se los apretujaba con morbo y ganas y ella parecía gustarle mucho.

Entre lamidas de cuca y con algo de torpeza le fui quitando su blusa y ella incómodamente de despojó de sus sostenes. Por fin, por fin. Todo esto era real. Dios. No aguanté más. Ella tampoco. Me incorporé con mi cara mojada y olorosa a vagina. Nos miramos ansiosamente. No tuve que decir nada. Ella tampoco habló. Solo miró mi verga dura apuntando hacia su gruta. Me acomodé entre sus piernas y puse la punta de la verga en la boca de su vulva. La deslicé por encima varias veces sin hundirla. Jugueteando a arrastrarla por sus carnosidades y sus vellos hasta hacerla desesperar. Me encantaba el paisaje. Ella allí, tumbada, casi completamente desnuda, con su vulva oscura de pelos y sus senos carnosos al descubierto.

  • Ah, ya, ya, por favor, Miguel, métemela – su voz era más un suplico que otra cosa.

Era una petición desesperada. Yo me entretenía conociéndole por fin cada pequeño detalle de sus lindas tetas desnudas que tanto había fantaseado. Eran más bellas de lo que pensaba, blancas, grandes, redondas con aureolas amplias rosadas pálidas y pezones anchos. La sensualidad en carne. Hundí suavemente mi verga por fin. Sentí ese calor vaginal, húmedo, tan precioso que arropó el falo hasta que mi vello púbico se enredó con el de ella. Cruzamos la línea roja. La había penetrado. Acceso carnal total pecaminoso. Incesto consumado. No había marcha atrás. Ella emitió un gemido profundo. Complacida.

Me acomodé. Me concentré en sentir y disfrutar de esas sensaciones y el cosquilleo único que se vive al penetrar una vagina húmeda y entregada. Es un placer infinito. Doblemente infinito por ser prohibido en esta ocasión. Con cada embiste mi tía jadeaba y sus tetas rebotaban en una danza hermosa. Me sentí fuerte, muy hombre, muy macho ante una mujer débil que había sucumbido ante sus deseos prohibidos e inmorales.

La cama chirreaba un poco con nuestra danza. Había que tener cuidado e intentar ser discretos. No estábamos solos. No podíamos olvidarlo. Adolfito estaba allí, aunque distraído en su universo de juegos al igual que nosotros en el nuestro. Me recliné en su cuerpo. Me encorvé lo que más pude para poder lamer sus pezones mientras clavaba asiduamente la verga como pistón bien aceitado en lo más hondo de su sexo cada vez más caliente y mojado.

  • Ah, ah, hm, hm, si, hm, ah – así, ah, ah – jadeaba y jadeaba sus gemidos y gritos.

Era una delicia escucharla gemir ahogadamente con el sonido del tac, tac, tac, tac de mi pelvis chocando con la de ella de fondo. Pero el cosquilleo ese irremediable, difícil de controlar me avisaba que si seguía así no iba a demorar mucho. No. No quería que esto terminara tan pronto. Ella me abrazaba, pero yo se la saqué sin aviso. Ella abrió los ojos sorprendida de habérsele interrumpido su goce. Hubo un reclamo interrogante con sus ojos acuosos, pero duró poco. No dejé que hablara. Me senté con mi espalda apoyada en la cabecera de la cama y le pedí que se me subiera ella y cabalgara. Ella accedió casi desesperadamente, dócil y gustosa.

Cuando se ensartó completamente con su falda todavía puesta y sus senos al aire, la vi tan bella. Era como una nena, pero mayor. Me encantaba esa combinación de mujer madura con cuerpo de nena. Sus senos gordos colgaban en pose natural. Desparramados un tanto a cada lado. Provocaba seguir mamándolos. Lo hice al mismo tiempo que la penetraba y ella gemía en mi oído más intensamente.

  • Ah, ah, hm, si, si, así, si, ah, ah, hm, ah, hm, ah – su voz sonaba más gutural.

Las tetas se aplastaron ricamente contra mi pecho y tía Lau saltaba y se meneaba imponiendo el ritmo de la penetración. Nos mirábamos fijamente a la cara. Yo la ayudaba a levantarse sosteniéndola por sus nalgas. Ella, abrazada mis hombros. Sus gemidos se intensificaron. Se meneaba encima de mi regazo: Sus piernas abiertas y dobladas con sus rodillas apoyadas en el colchón. Copulábamos tan cómodamente. Había fuego en nuestras miradas.

Entonces fue como si nuestros rostros de repente tuvieran una suerte de imán infranqueable en esa pose. No sé quién tomó la iniciativa, si ella o yo, pero sospeché que ambos lo deseamos. Nuestras bocas se acercaron. Los alientos de enredaron e inevitablemente un beso carnal, húmedo, prohibido, profundo unió nuestros labios y lenguas húmedas sucias de sexo. El vaho de mi verga su boca lo traspiraba y boca olía a su intimidad. El beso se mantuvo largo, comiéndonos mutuamente las bocas hasta que ella agotada emitió un jadeo profundo contrayendo todo su cuerpo. Todo era tan hermosamente excitante que yo tampoco aguanté mucho. Segundos después y sin fuerzas para avisar nada, simplemente me desplomé y derramé con potencia todo el semen en lo más hondo de su vagina en carne viva. Con cada espasmo yo jadeaba y ella muerta de placer le complacía ver mis gestos y oír mis sonidos orgásmicos. Nuestros cuerpos exhaustos, sudados se sacudían en un acto de amor prohibido pero bellísimo.

Nos miramos a los ojos, un poco ya relajados. Intente besarle los pezones de sus tetas bellas. Ella se encorvó con incomodidad.

  • No, no, no Miguel, están muy sensibles, no me aguanto el cosquilleo en mis senos después que me vengo.

La dejé tranquila. Todavía mi verga estaba inserta y daba espasmos suaves. Sentía un calor agradable en mi pelvis.

  • Y paso lo que no tenía que pasar Miguel.
  • Ay, Tía, pero la pasamos rico. ¿No? – me miró con una sonrisa irónica.
  • Si – fue todo lo que dijo. Se desensartó de mi cuerpo y todo el semen espeso salió de su vagina mojando la sábana.

Tomó su calzón que estaba casi al otro extremo de la cama y se limpió el exceso de semen que aun mojaba sus labios vaginales y bajaba por sus muslos.

  • Mañana cambias esa sábana sucia de pecados. Ay, por Dios – dijo con un gesto de desapruebo para consigo misma.

Se vistió con agilidad sin ponerse el calzón que empuñó y metió de cualquier manera con discreción en el bolsillo lateral de su falda. Se miró en el espejo pegado detrás de la puerta, para asegurarse de que lucía normal después del sexo eufórico. La abrió despacio. Miró con sigilo hacia el pasillo. Escuchó que todavía Adolfito estaba pegado en su video juego. Me miró con sus ojos acuosos. Yo allí, vencido, satisfecho, desnudo y tumbado en la cama con mi pene ya fláccido. Me hizo un gesto con su rostro como para que yo estuviera atento a lo que ella iba a gritar:

  • Adolfito, ya está bueno. Ya es tarde. A acostarse ya mijo. Apaga ese aparatejo.
  • Si, mami, ya voy – escuché la voz de Adolfito en la lejanía.

Yo me apuré entonces a ponerme mi pantaloneta por si Adolfito se acercara. Ella se giró. Me dijo hasta mañana con una vez suave, casi en secreto y cerró la puerta.

Gracias por leer: kuenteroo@gmail.com