Capítulo 2
- La culpa la tienes tu I
- La culpa la tienes tú II
- La culpa la tienes tú III
No le di más vueltas al asunto. Lo importante era que esos terribles escenarios que me había imaginado con angustia se habían esfumado con las palabras de mi tía Lau. No tenía que irme de allí ni tampoco ya parecía especialmente molesta u ofendida o al menos no a la escala que yo lo había imaginado. De todos modos, un incómodo sentimiento de vergüenza aleteaba encima de mi cabeza.
Pasaron los días. Unos pocos. Tal vez cuatro o cinco en los que no me hice pajas. Por miedo, vergüenza, desanimo, culpa. No sé por cual razón. Quizás por una combinación de un poco de todas. Pero eso no funciona así. La naturaleza y la dopamina son muy fuertes. Tremendamente fuertes como para pretender inútilmente enfrentarlas o ignorarlas. Nuevamente caí en la tentación. Cada vez en mi privacidad, estando solo en el apartamento, era difícil no volcarme a la zona de labores, destapar el cesto y tomar entre mis manos las prendas íntimas de mi tía Lau. Sencillamente, ahora debía yo tener más cuidado. Solo tomaba una a la vez, el cesto lo dejaba abierto y me pajeaba de pie justo allí, al lado de la lavadora y no completamente desnudo para deshacer la escena al mínimo ruido percibido. Así no corría riesgo de que Adolfito o mi tía Lau me pillaran. Estudiaba bien cómo y encima de que pieza estaba la prenda que tomaba para volverla a colocar allí, justo después de gozar de la eyaculación.
Así pasaron varias semanas. Mis pajas cotidianas aspirando olores vaginales arrancados de los calzones sucios de tía Lau volvieron a hacer parte del placer diario. Mi relación con ella con los días fue volviendo lentamente a la normalidad, amable, tranquila sin tanto dialogo, pero con un aprecio que estaba a la vista. Sobre todo, porque Adolfito fue mejorando sustancialmente sus calificaciones en matemáticas gracias a mi ayuda. Parecía que después de ese percance, había podido encontrar un equilibrio entre el respeto a mi tía, mi buen comportamiento y mis impulsos sexuales materializados en pajas intensas bien aliñadas con sus bragas usadas.
Extrañamente, en mi cabeza, no pululaban casi pensamientos incestuosos con mi tía Lau. A pesar de que sus olores nutrían poderosamente mis pajas, siempre al masturbarme, yo imaginaba escenas con otras mujeres de mi entorno pueblerino o incluso de mi nuevo entorno universitario. Pensaba mucho en las tetas de Clara, una chica de la universidad que hacía la pasantía conmigo. Era chiquita, bonita, algo gordita, bien culona y tetona. Me producía un erotismo fuerte.
Pasaron varias semanas, hasta que llegó el cumpleaños de mi tía. Iba a cumplir cuarenta y cuatro años. Yo, con poco dinero, no podía regalarle gran cosa. Sin embargo, se me ocurrió una idea. Regalarle un arreglo floral. Un detalle un poco cursi, pero bueno, detalle al fin de cuentas. Unas flores de agradecimiento, no de enamorado claro está.
Sabía que le gustaban mucho las flores porque la escuché comentarlo con amigas de ella con las que a veces hablaba telefónicamente. Justamente, Clara, la chica de la universidad con quien había hecho algo de amistad, tenía un tío cuyo negocio era una floristería, en donde ella trabajaba los sábados. Le comenté que yo quería regalarle un arreglo de flores a mi tía para ver que podía recomendarme a bajo costo. Clara no solo me dijo que ella si podía ayudarme, sino que era una buena idea. Me consiguió un tremendo arreglo de flores, de esos super caros, a precio de huevo. Lo hizo con retales de flores que van quedando y con vasijas de vidrio que, por tener un mínimo defecto, normalmente se desechan. Yo solo tenía que pagar por el envío prácticamente.
Para celebrar su cumpleaños, ese viernes mi tía Lau, había invitado al apartamento a tres amigas colegas del trabajo. Todas más o menos de su edad. A una de ellas, ya antes yo la había conocido y las otras dos las conocía por referencia cuando mi tía de vez en cuando las mencionaba en conversaciones o comentarios. Eran bastantes amigas entre sí y para mi tía, mujer sola, tan lejos de su tierra natal y de su familia sanguínea, esas amigas eran casi como su familia. Yo la ayudé mucho a limpiar y a atenderlas, a servir comida y hasta bebidas. María, la más gorda, tomaba cervezas, Carla la de apariencia mayor y Jimena, la más bonita, tomaban aguardiente. Mi tía también se unía a éstas dos últimas bebiendo trago corto. Hablaban, se reían, charlaban y chismoseaban a todos los otros colegas de su trabajo. Yo saqué mis mejores galas para atenderlas como un buen barman, aunque también bebía cerveza con algo de moderación.
Las flores llegaron a eso de las siete de la noche como una sorpresa para mi tía. Me dio algo de vergüenza cuando ese enorme ramo de flores blancas, amarillas y moradas entraron por la puerta. Era sorprendentemente más grande de lo que yo me imaginaba cuando Clara me lo describió. Me puse rojo. Mi tía asombrada, no podía creerlo. No se lo esperaba y no tenía la más mínima sospecha de quien podía haber enviado semejante detalle. Las otras mujeres, sorprendidas, con ojos atónitos y expresiones eufóricas en sus rostros, expresaron esa envidia amigable y emocionante típica de drama femenino. Un aroma floral invadió la salita. Ellas, hasta le hacían bromas a mi tía, inventando que debía haber algún un enamorado tapado del cual ella no quería contarles.
El momento crucial llegó cuando tía Lau tomó la tarjeta después de acomodar el ramo de flores en la mesa de centro de los muebles. Todas quedaron en silencio, en ese suspenso de final de película de enamorados tontos. Mi tía leyó sin hablar. Todas expectantes miraban desesperadas a mi tía leer y ver como sus pupilas expresaban asombro y regocijo a la vez. Yo me sentía algo incómodo, allí, de pie frente a ellas cuatro. Parecían cuatro adolescentes. Yo no esperaba tampoco que el ramo llegara en ese momento, sino mucho antes de que las invitadas llegaran. Mi tía alzó la mirada para buscar la mía. Sonreí con gracia, vergüenza, regocijo. Ella se balanceó hacía mí, me dio un abrazo fuerte, un beso bien estampado en la mejilla derecha y me dijo “Ay gracias, sobrino lindo”
Todas me miraron con rostros de emoción de telenovela. Me abrumaron.
- ¡Ah! Con un sobrino así en casa, pues, hasta corre peligro conmigo ja, ja, ja – dijo la gorda María con actitud algo vulgar. Me sonrojé.
- Ya sabes nene. A donde María no vayas porque corres peligro. Es una loca enferma ja, ja – agregó Jimena con jocosidad.
Carla, la que parecía más discreta de todas, me dio un abrazo y me dijo. Que lindo detalles. Tu tía lo necesitaba. Ella te aprecia mucho. No los dice a cada rato en el trabajo. Ya entiendo bien porqué.
Todos esos cumplidos me hacían sonrojar y sentir algo de vergüenza y regocijo al mismo tiempo.
Después de la euforia que causó el ramo de flores, los tragos de alcohol continuaron con algo menos de moderación. Jimena, que estaba quizás un poco borracha me sacó a bailar una vieja bachata que sonaba en la radio. Alzó el volumen y yo bailé con ella. Olía rico su perfume. Su cuerpo delgado y bonito se acopló con el mío. Todas se sorprendieron de mi manera de bailar. Siempre se me hizo fácil el baile. Hasta mi tía Lau quedó sorprendida y aplaudieron cuando la pieza acabó. Me sentía el centro de atención de esas señoras mayores con mucho sonrojo.
La primera en despedirse fue Clara cuando su marido vino a buscarla en su auto. Al poco rato, ya pasadas las once de la noche, Jimena se marchó en un taxi, no sin antes bailar otra pieza conmigo. Finalmente, María, también bailó conmigo un poco torpemente de lo borracha y después su hermana pasó a buscarla. Era poco más de medianoche. Yo me apuré a recoger el desorden de platos y botellas que estaban regados por la sala. Me dispuse a ordenar un poco la cocina y botar cosas en la cesta de la basura. La música sonaba. Estaba yo de pie frente al fregadero de la cocina, sentí que un par de brazos delgados me abrazaron desde atrás. Mi tía reclinó su cabeza contra mi espalda y me dijo – ¡Qué bonito detalle! Gracias. ¡Que lindo!
Me giré. Le correspondí el abrazo con respeto. Sentí el tufo de aguardiente en su respiración. Su abrazo fue intenso. Nunca había sentido un abrazo de ella así de cerca, fuerte y caluroso. Un cosquilleo recorrió mi cuerpo. No necesariamente de morbo en ese momento.
Ella me haló y me pidió que bailara con ella. Era una salsa lenta, de esas románticas que a ella le gustaban. Bailamos despacio. El abrazo se hizo intenso y sentí cierta seducción en su forma resuelta de bailar. Me daba algo de vueltas la cabeza a pesar de que yo no había bebido mucho. Mi tía Lau, aunque no estaba tan borracha como Jimena, parecía de todos modos bastante entonada. Sus pechos grandes contra mi cuerpo se sentían suaves y cálidos. Terminamos la pieza. Ella se separó sonriente y me dijo que tenía que ir a hacer chichi. Yo volví a la cocina a terminar lo que estaba haciendo.
Otra vez mi tía regresó. Me haló por el brazo con un aire de mujer contenta de embriaguez y por su cumpleaños. Tenía un vestido color vinotinto, lizo y sencillo, de una sola pieza, con escote en forma de v y algo volado que le cubría hasta un poco por encima de sus rodillas. Sus senos voluminosos se asomaban sin vulgaridad. Lucía agraciada con el pelo tocado y sus labios pintados de rojo carmesí. Traía una mano escondida detrás de su espalda y me dijo – Ven, siéntate ahí – señalándome una de las sillas de la mesa de comedor contigua a la cocina.
Me senté y me puso intrigado al verla con un rostro pícaro, su mano derecha la escondía detrás de su espalda, como tramando algo. Sonreí mirándola allí de pie frente a mí. Me pidió que cerrara los ojos. Lo hice, pero no se fiaba de ello así que se dispuso detrás de la silla y con la mano desocupada cubrió mis ojos y me dijo que me tenía una sorpresa y no se valía abrir los ojos ni tocar nada con mis manos. Me puse más intrigado todavía. Mi tía no solía ser juguetona, pero entendía que algo borracha estaba.
- Huele este perfume. Sin tocar por favor – me dijo.
Olí. Al inicio no sentí nada. Ella acercó su mano aún más hacía mis narices. Olí, aspiraba y un olor familiar, muy familiar comenzó a penetrar mis fosas nasales. Era, era un olor a todo, menos a perfume, era ese olor que me activaba. Por varios momentos pensé que lo estaba imaginando, pero no. El olor se hacía vivo y penetrante. ¿Era ese olor? No. No podía ser. Olía a, a, cuerpo sucio, a sexo, a vagina. No. No era posible eso. O era una broma pesada quizás. Mi tía no es de bromas. Lo debía estar imaginando.
- ¿Te gusta el perfume?
- Tía, ¿perfume?, huele a otra cosa – respondí ingenuamente
- ¿Te gusta o no?
- Ay, tía – yo no sabía que responder. Me sentía todo confundido. Inseguro de mis sensaciones.
- Ay, Miguel, ya veo que no te gustó mi sorpresa – me dijo con tono de decepción sin destapar mis ojos.
- Tía, si, si, es que…huele a…- me daba vergüenza decirlo. No podía creer que mi tía me estaba haciendo oler algo con aroma a sexo que yo no podía mirar porque tenía los ojos tapados.
- ¿A qué? ¿A qué huele?
- Tía, huele como a zona íntima de mujer.
- Ja, como conoces de bien ese olor, ¿te gusta o no?
Respondí con un sí, breve y miedoso, aunque claro. Por fin mi tía destapó mis ojos, pero puso de un tajo su mano en mis narices. Sentí la textura de una tela sedosa y olor se hizo aún más fuerte. Olía a sexo puro. Pude ver entonces incrédulo que mi propia tía estaba restregando por mi cara una prenda de mujer con un penetrante olor a sexo. Me sentí abrumado y contrariado. No sabía si sonreír, reír, quedarme serio, hablar o no hablar.
- Yo sé que este olor te gusta. No sientas vergüenza. Relájate.
- Ay, tía, pero, pero ¿y eso? – apenas lograba medio articular palabras frente a la gestualidad pícara de una tía que normalmente es seria y recatada.
- Me la acabo de quitar. Tiene los olores frescos de ahora mismo – me dijo al oído.
- Tía, ay, tía, pero, pero…
- Huele, huele, huélela – me restregaba suavemente su tanga color rojo por mi cara y mis narices.
- Te gusta, ¿verdad?, dime que sí te gusta.
- Sí, sí, tía, sí. Mucho. Lo siento, pero sí me gusta – me confesé confundido aún.
- Shhh – habla pacito. Adolfito está dormido – después me dijo con voz muy baja y seductora otra vez al oído:
- Quiero verte otra vez como aquel día.
- ¿Verme? ¿Qué día? – todo me daba vueltas en la cabeza. Honestamente no entendía nada a pesar de lo obvio. Estaba vuelto un ocho entre morbo, sorpresa, vergüenza y asombro, desconcierto, susto.
- Ay, Miguel, ese día, que te pillé en la cama haciéndotela con mi tanga sucia en tu cara – me dio mucha vergüenza al oírla decir eso.
- Tía, ¿es en serio? – ella se reía con picardía sin emitir carcajadas al verme tan desajustado.
- Si. Si es en serio. Quiero verte otra vez. No creas que eres el único que sufre de morbo. A uno también le da eso de vez en cuando.
Yo no dije más nada. Solo intenté digerir incrédulo la cantidad de emociones que semejante situación me generaban. Mi tía Lau, se sentó en la otra silla frente a mí, no sin antes dejar la prenda íntima encima de la mesa, justo en mi puesto como si se tratara de un postre.
- Anda Miguel, quiero verte. Hazlo como aquella vez – enterneció su voz.
- Ay, tía, me da, me da vergüenza – me puse colorado.
- Nada de eso. Muy bien que estabas aquel día. Ándate.
Tomé con timidez la tanga. Nueva, bella, con encajes. Pude tocar la humedad resbaladiza. Realmente se la acababa de quitar. Olía a gloria. La aspiré suavemente, con algo de recelo. Me daba asombro que ella me estuviera viendo en semejante acto. Me tocaba por encima de mi ropa. Mi pene a pesar de lo tenso y raro de esa circunstancia respondía bien al activante aromático. Me daba rubor la idea de sacármela. Solo me sobaba el bulto por encima. Cerré los ojos momentáneamente y me entregué a los aromas sexuales profundos.
- Pero, sácala. Quiero ver todo como aquel día.
- Sí, sí. Tía, pero…pero…ese día…yo, yo creí que estaba usted molesta y hasta ofendida.
- Miguel, ay, Miguel, que poco conoces a una mujer. ¿Crees que yo dejaría mis calzones sucios en el mismo puesto, si eso me hubiese ofendido? Los sigo dejando ahí, en el cesto, como siempre. Donde los puedas encontrar fácilmente. Me gusta la idea de que te calientes con ellos. Anda y déjame verte otra vez, por favor.
Todo me quedó claro. Sentí regocijo y asombro. Me bajé mi pantalón y mi calzoncillo a la vez. Volví a sentarme en la silla así, semi desnudo, con mis pantalones abajo hechos un ocho entre mis pantorrillas. No podía creer que yo me estaba desnudando, con una erección potente, frente a ella. Sus ojos eran expectantes, atónitos y con su boca hacía gestos procaces. Me comencé a masturbar despacio. Ella miraba mi rostro, mis gestos y a ratos mi acto de paja. Nos mirábamos fijamente por momentos a los ojos. Los tenía brillantes y más acuosos de lo normal, con sus pupilas dilatadas. Le gustaba lo que veía. Parecía de repente toda una puta, viendo como yo me pajeaba oliendo sus calzones.
Me fui relajando, me fui sintiendo en confianza poco a poco. Mis jadeos fueron in crescendo. Ella allí, sentada en la silla frente a mí y en silencio, también comenzó a tocarse los muslos y sus piernas las iba abriendo como alas de mariposa. Pero la saya no me permitía ver más allá de dos muslos carnosos que se juntaban y se separaban. Ella no decía una palabra. Solo me miraba embelesada. Parecía disfrutar de todo eso. Mirar mis gestos genuinos de morbosidad le divertía. Se mordisqueaba los labios y se acariciaba sus muslos, su abdomen y sus pechos por encima de su vestido. Yo mantenía el mismo ritmo lento y excitante. Mi glande gordo se asomaba y se escondía entre mi mano derecha y con la izquierda sostenía pegado a mi cara la tanga sucia recién quitada.
- Sigue, así, así, Miguel – por fin habló, casi en un gemido.
Yo meneaba mi verga. Ella alzó las piernas en la silla doblando sus rodillas. Puso sus talones al borde de la silla. La saya del vestido se tumbó por gravedad desnudando por completo sus piernas. Pude divisar sus nalgas sin dejar de oler su tanga recién quitada. Abrió sus piernas con un aleteo sinuoso. Su mano derecha tapaba su sexo. Ella meneaba y frotaba sus dedos por su vagina oculta a mi vista solamente por su mano. La escena no podía ser más estimulante para un joven escaso de sexo real como yo. Me costaba creer que todo eso estuviera sucediendo. Pero así era. Todo era real. Mi tía también inició gemidos suaves sin dejar de mirar mi rostro y mi acto pajero.
La intensidad de todo eso se hizo más patente. Para mi fortuna, ella retiró su mano de su zona vaginal y se acarició sus muslos. Por fin le conocí su vulva, rojiza, carnosa y con vellos púbicos, aunque solo por un breve instante. Bajo después sus piernas y la saya volvió a cubrirlo todo. Se puso de pie. Yo detuve mi paja.
- Sigue. No pares, hm, sigue por fa.
Obedecí. Seguí pajeándome allí sentado con su tanga en mi cara todavía. Ella se acercó. Se acomodó de pie detrás de mi silla. La perdí de mi campo visual. Desde atrás su mano retiró la tanga que yo sostenía con mi mano. Restregó sus dedos índice y medio por mis narices. Estaban mojados. Sucios de ella. Sucios de sus jugos íntimos, cálidos acabados de recoger de su gruta húmeda. El olor intenso, pegajoso, invasivo, groseramente morboso. Aspiré como un drogadicto perdido y rastrero. Sus tetas grandes sirvieron de apoyo a mi cabeza que se balanceaba en un éxtasis sin precedentes. El cosquilleo en mi verga era inevitable. Punto de no retorno. Alcancé a decir:
- Ay, tía-aa ah ahh, hmmm
- Shhhh, baja la voz – alanzó a decirme como con un eco lejano.
Eyaculé a borbotones ahí sentado y vencido. Mi leche describía parábolas que chocaban con la zona del piso donde poco antes habíamos bailado. Mi tía, desde atrás me abrazo fuerte disfrutando sonriente con cada espasmo que yo daba al eyacular con mi pájaro en total libertad.
- Hmm, si, que lindo, Miguel. Hm, sí. Te viniste por mí. Te viniste para mí. Que rico, que rico.
Se reclinó un poco. Extendió su mano y para sorpresa mía. Me agarró la verga. Me masturbaba y acariciaba el falo con suavidad dejando que su mano se ensuciara de los últimos escupitajos de semen que salían ya sin mucha fuerza por la boquilla del glande. Le divertía sentir en su mano las palpitaciones post eyaculatorias del pene. Me miraba con ojos dilatados y desafiantes mordisqueando sus labios, como para que no me quedara ninguna duda de que eso era lo que ella quería ver, hacer y que estaba satisfecha. Yo exhalé el orgasmo.
Sentí ganas de lanzarme, tocarla, quitarle el vestido, conocerle y comerle las tetas o alzarle le falda y meterle mano a su cuca mojada, lamérsela como perro hambriento. Quería ser yo el atrevido, pero fui mesurado. De todos modos, el respeto estaba allí. Sentado conmigo. Preferí dejar que siguiera siendo ella quien timoneara toda esta locura incestuosa.
Mi verga se relajó hasta ponerse fláccida. Ella, con actitud de autoridad me hizo un gesto para que yo volviera a subirme mis pantalones y tapar mi desnudez. Lo hice. Entonces. Ella se me sentó en el regazo, con sus piernas abiertas, frente a mí, en esa pose tan fantaseada, como si estuviéramos copulando en la silla. Sentí el calor de su cuca desnuda justo encima del calor de mi verga ya medio dormida. Me abrazó. Pensé que me iba a besar. Pero no. Solo acercó su rostro peligrosamente al mío. El tufo a ron le salía en su respiración agitada. Ahí noté que ella también estaba alterada sexualmente. Respiramos en silencio varios largos segundos.
- Ya sé que esto fue loco. No sé qué pienses de mí ahora. Soy tu tía, pero soy mujer también. Perdóname que te haya puesto incómodo con todo esto, pero eres irresistible a veces para una mujer tan sola como yo. La culpa la tienes tú.
Me dijo cada frase con una precisión de financista. Tomaba un respiro antes de decir cada una. Su tono era de mujer algo tomada, pero bien consciente. Su mirada, esa mirada, con sus ojos grandes acuosos yo los conocía bien. Eran como de mujer enamorada.
- No muchos hombres son así, Miguel. Juiciosos, lindos, detallistas, colaboradores, respetuosos, disciplinados, siempre limpios y bien vestidos. Eso nos pone loca a muchas por si no lo sabías. Gracias por esas flores tan lindas.
Me quedé en silencio. Sonrojado otra vez. No era para tanto, pensé. Mirando sus ojos tan cerca a los míos. Oliendo su tufo de tragos y con ganas de estamparle un beso en la boca. Sentía tan rico su cuerpo pequeño, cálido envuelto tan seductoramente en el mío. No me resistí. Me lancé a buscar su boca. Ella retiró su rostro para esquivar mi atrevido intento de robo de beso. Me miró con ironía.
- Hm, no, no, no. Miguel. Soy tu tía.
No sabía leer ese juego de seducción. No entendía como una mujer que acababa de terminar de pajearme con su propia mano y darme a oler su dedo sucio de vagina, ahora no me permitía un beso. Un simple beso. Sentí vergüenza. Me daba pena haber cruzado la línea del irrespeto. No quería ofenderla.
- Tía. Perdón – atiné a decir con torpeza ante su mirada pícara y sonriente.
Se levantó. Se acomodó su vestido que se había desajustado de su cuerpo. Sonreía como feliz. Medio ebria, satisfecha de haber seducido a un hombre. Yo igual me puse de pie sin estar seguro de qué hacer o no hacer. Aun toda esta locura me daba vueltas en mi cabeza. Ella miró hacia las flores. Caminó hacia ellas y las acomodó bien en la mesita de centro para que lucieran más bellas. Volvió a leer mi nota en la tarjeta. Esta vez en voz alta. Después de leerla y sonreír me dijo:
- Ven, ven aquí. Dame un abrazo.
La abrace con ternura. Ella hundió su cabeza en mi pecho. Sentí excitación. Ganas de sexo, pero de sexo carnal esta vez. Deseaba eyacular otra vez, pero dentro de su vagina y comiéndome sus tetas. Hice un esfuerzo para alejar ese deseo. Ella ya no estaba en ese modo. Me dijo otra vez que muchas gracias y que esas flores eran un bello detalle que jamás le habían dado con tanta ternura. Alzó su mirada para encontrar la mía. Le sonreí. Ella se empinó y con su mano pequeña y sucia aun de pene y semen, alcanzó mi cabeza y empujo hacia abajo. Nuestros labios se pegaron. Un beso sutil, breve, pero decido selló la noche. La miré sonriente, aunque algo confundido.
- Miguel. Ni una palabra de todo esto a nadie. Esto que pasó es como un regalo muy secreto que yo te di. Bueno, ya es tarde. Hay que dormir.
Se marchó por el pasillo. No sin antes abrir con cuidado la puerta del cuarto de Adolfito para asegurarse de que este dormía profundamente. Faltaba poco para la una de la madrugada de ese viernes glorioso para mí. Me costó mucho dormir. Estuve erecto varios minutos, con ganas de sexo. Tuve en ese instante tantas ganas de penetrarla. Todavía el olor de su sexo impregnaba mis sentidos. Todavía cavilaba incrédulo mirando hacia el techo oscuro, preguntándome si acaso todo eso no era un simple sueño. Al final caí rendido de sueño y cansancio.