Capítulo 2
La oficina de Kevin Summer en el cuartel general de BD-SBSS enterprises es un espacio muy elegante, diseñado para inspirar grandes decisiones. Sin embargo, en este momento, parece más un campo de batalla emocional que un lugar de estrategia empresarial. Eleanor Huntington sentada al extremo de la mesa, con la espalda recta y los dedos tamborileando ligeramente sobre la superficie de cristal. Maya, su mano derecha y administradora del consorcio, estaba inclinada hacia adelante, rodeada de papeles, gráficos y un par de tazas de café a medio terminar.
El aire está impregnado de tensión. Eleanor, aunque siempre elegante, no puede ocultar el leve ceño que surca su frente. Maya, en contraste, se ve más como una estratega desgastada después de horas de lidiar con números y planes de contingencia.
—Esto no es sostenible —dice Eleanor finalmente, rompiendo el silencio con una voz que reflejaba una mezcla de cansancio y frustración. Su tono es firme, pero sus ojos delatan la preocupación subyacente—. Si seguimos ajustando los turnos en logística, en especial de la costa este y Europa, vamos a agotar al personal clave. No podemos simplemente lanzar parches y esperar que el problema desaparezca.
Maya asiente, mientras señala un gráfico en su tablet.
—Lo sé, Eleanor. Pero los datos son claros. Desde que Graham saboteó los sistemas de recursos humanos, las asignaciones de personal están desfasadas. Tenemos turnos dobles en algunos sectores y zonas completamente desatendidas en otros. Si no encontramos una solución pronto, el retraso en las entregas será inevitable.
Eleanor se recuesta en su silla, frotándose las sienes con las yemas de los dedos.
—¿Y qué propones? —preguntó con un suspiro.
Maya tomó aire, claramente consciente de que su respuesta no sería bien recibida.
—Podríamos contratar personal temporal. Empresas externas de recursos humanos pueden cubrir las vacantes críticas mientras reorganizamos nuestro sistema.
Eleanor niega con la cabeza casi de inmediato.
—¿Subcontratar? No. Eso abriría una puerta peligrosa para Graham. Si ya logró infiltrarse en los sectores internos, darle acceso a un tercero sería como entregarle la llave de la caja fuerte.
Maya frunció el ceño, su mente trabajando a toda velocidad.
—Entonces, ¿qué tal si consolidamos contratos con navieras piratas? Reducimos la cantidad de puntos de distribución temporalmente, concentramos los recursos en las áreas más críticas y dejamos las zonas menos rentables en pausa.
Eleanor la mira, considera la idea por un momento antes de sacudir la cabeza.
—Eso significaría ceder terreno, Maya. BD-SBSS enterpises no puede darse el lujo de parecer débil. Graham podría usarlo como argumento para cuestionar nuestra capacidad de gestión ante los accionistas. imagina la prensa financiera o a nuestros competidores…
El silencio se instala nuevamente en la sala, solo interrumpido por el sonido de Maya deslizando su dedo por la pantalla de la tablet.
—¿Y si centralizamos el control de los horarios? —propone después de un rato—. Podemos implementar un sistema provisional en el que todas las asignaciones de recursos humanos y logística pasen directamente por mi equipo. Es mucho trabajo, pero al menos sería más difícil para Graham seguir interfiriendo.
Eleanor arquea una ceja.
—¿Quieres centralizar dos departamentos enteros en tu equipo? Eso es… ambicioso, pero poco realista. Además, ya tienes demasiado en tu plato.
Maya se dejó caer en su silla, dejando escapar un suspiro de frustración.
—Entonces, ¿qué hacemos? Porque al paso que vamos, lo único que lograremos será apagar incendios mientras Graham prende más.
Eleanor se levanta de su silla de golpe, como si el peso de sus pensamientos fuera demasiado para soportarlo sentada. Camina hacia la ventana, cruzando los brazos frente a su pecho, su figura proyectando una sombra alargada sobre la alfombra.
«¿Cómo hemos llegado a esto?.» Piensa, mientras su reflejo en el cristal le devuelve una mirada llena de preguntas. James siempre había sido tan firme, tan apasionado, tan involucrado en todo lo que tenía que ver con la empresa. Desde niño, sus ojos brillaban al escuchar las historias de cómo su padre y ella habían levantado BD-SBSS – Enterprises desde sus cimientos.
Ese brillo… Eleanor cierra los ojos y deja escapar un suspiro pesado, como si su cuerpo intentara descargar el peso que lleva en su corazón. Pero no puede. Las imágenes del rostro de James vuelven una y otra vez, como si estuvieran grabadas en su mente. Intenta recordar la última vez que lo había visto con claridad, realmente verlo, más allá de la rutina y las responsabilidades. Y su memoria la llevaba irremediablemente a esa misma mañana.
Sophie había estallado en el comedor. Su voz, normalmente despreocupada, había adquirido un filo que Eleanor nunca había escuchado antes.
—¡Así que James puede irse y dejarnos aquí con todo el trabajo! —había gritado, su mirada encendida, como si contuviera un sentimiento que no podía confesar.
Eleanor sintió el impacto de esas palabras como si fueran una ráfaga de viento helado. Se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar de inmediato, mientras veía a Sophie apretar los puños, le pareció incluso que estaba a punto de llorar.
James… Ahí estaba él, de pie listo para salir rumbo a BD-SBSS- enterprises, mirando su taza de café como si buscara en el líquido oscuro respuestas a preguntas que no se atrevía a formular. Su postura era rígida, su mandíbula apretada, pero lo que más le dolió a Eleanor fue su mirada. Una tristeza profunda, como si esas palabras hubieran dejado una herida que nadie más podía ver.
—Sophie… —había comenzado Eleanor, intentando mediar, pero James antes de que pudiera continuar.
—No importa —dijo con voz baja, apenas audible, pero cargada de una mezcla de cansancio y resignación.
se dio media vuelta con movimientos pausados y salió de la cocina sin mirar atrás, como un soldado que abandona el campo de batalla, no porque no pueda luchar, sino porque ya no ve el propósito de hacerlo. Eleanor lo había seguido con la mirada hasta que desapareció por la puerta, su corazón apretado como si una mano invisible lo estrujara con fuerza.
Además, sabe que James quería ir a la universidad, que desea estudiar, explorar, vivir algo más allá de las paredes del conglomerado. Eleanor aprieta los labios. Esa palabra, «abandonar», le sabe amarga, incluso si sabe que no es justa.
Abre los ojos, mirando de nuevo hacia la ciudad iluminada. «Siempre fue tan responsable, tan comprometido. ¿Cómo puede simplemente decidir irse?.» Un torrente de pensamientos se arremolina en su mente. Es como intentar desenredar un ovillo de hilos finos, pero cada nudo parece llevarla a otra pregunta.
De pronto, un pensamiento fugaz la golpea, uno que le hiela el pecho. «¿Es esto culpa mía? ¿Hice algo mal? ¿Le exijo demasiado?» Eleanor se muerde el labio inferior, una rareza en ella, que siempre es tan dueña de sus emociones. Pero ahora, todo parecía fuera de su control.
Maya, siempre tan observadora, había dicho algo antes. Algo que no había querido admitir ni considerar: «Tal vez hay algo que él siente que no puede compartir con nosotros.»
Eleanor cierra los ojos de nuevo, respira hondo. «¿Qué podría ser? ¿Qué podría estar ocultándome mi hijo?» La idea de que James pudiera estar luchando con algo solo, sin recurrir a ella, le duele más que cualquier otra cosa. ¿Acaso no a hecho lo suficiente para que confiara en ella?
«He sido firme. Siempre firme. Quizás demasiado. Pero eso es lo que una Huntington debe ser, ¿no? Una columna que no se quiebra, que no se tambalea, sin importar la tormenta».
Los recuerdos de Kevin, su difunto esposo, surgen en su mente. Él siempre había creído en la fuerza de la familia, en el poder de la unidad. «Si estuvieras aquí, Kevin… ¿qué harías? ¿Qué le dirías a James?.»
Un escalofrío recorrió su espalda. «¿Y si hay algo más detrás de esto? Algo que no alcanzo a ver.» Eleanor abre los ojos, la mirada fija en las luces de los edificios lejanos. «¿Será esto parte de algo más grande? Algo que no entiendo aún.»
El silencio de la habitación la envuelve como un manto, pesado y sofocante. Por un instante, desea que alguien, cualquiera, entrara por esa puerta y le ofreciera soluciones. Pero sabe que eso no pasará. Las respuestas no llegarán solas.
Finalmente, apoya la frente contra el frío cristal de la ventana. «Si esto es lo que James necesita para crecer, para encontrar su camino, entonces lo dejaré ir. Pero… ¿y si lo pierdo en el proceso?» La metáfora se formó en su mente antes de que pudiera detenerla: James era como un barco alejándose lentamente del puerto, su figura haciéndose más pequeña con cada ola, mientras ella, la capitana, permanecía varada en la orilla, incapaz de detenerlo.
—Eleanor… hay algo raro en todo esto —dice Maya, rompiendo el silencio con cautela, como si estuviera tanteando el terreno.
Eleanor gira lentamente su mirada hacia ella, sus ojos cargados de una mezcla de consternación y súplica.
—¿Raro? ¿Qué insinúas? —pregunta, su voz apenas un susurro, como si temiera la respuesta.
Maya traga saliva y continua con voz más firme.
—Hasta estas horas, no hay ni una sola cancelación en ninguno de los ocho sectores pilares de la compañía. Energía, recursos naturales, salud, biotecnología, transporte, logística… todo sigue operando con normalidad.
El corazón de Eleanor pareció detenerse por un momento. Sus pensamientos se arremolinaron como una tormenta, mientras intentaba procesar lo que Maya acababa de decir.
—¿Cómo es posible? —pregunta, su voz llena de incredulidad—. Con el cuello de botella que Graham provocó en logística… debería haber afectado todo el sistema.
Maya niega con la cabeza lentamente, su expresión refleja la misma confusión.
—No lo sé. Pero haré una llamada. Tal vez podamos obtener más información.
Eleanor asiente, aunque sus movimientos son mecánicos, como si su cuerpo funcionara en piloto automático mientras su mente intenta encontrar sentido a lo inexplicable. Observa a Maya sacar su teléfono con movimientos firmes, pero sus ojos delatan la misma incertidumbre que Eleanor siente.
Maya desliza la pantalla y marca un número, acercándose a la ventana como si buscara aire o perspectiva. El silencio en la habitación se vuelve opresivo, casi tangible. Eleanor se queda quieta, sus pensamientos zumbando en su mente como un enjambre de abejas. Cada segundo que pasa parece alargar el tiempo, convirtiendo la espera en una agonía.
Finalmente, Maya habló:
—Sí, soy Maya. Necesito un informe inmediato sobre el estado de logística y transporte. ¿Hay algún retraso significativo en la cadena de suministro?
Eleanor se inclina ligeramente hacia adelante, sus manos ahora entrelazadas como si ese simple gesto pudiera ayudarla a mantenerse firme. Intenta leer el rostro de Maya, buscando cualquier pista en sus expresiones.
—¿Nada? —dijo Maya tras una pausa, su tono lleno de incredulidad—. ¿Seguro? Necesito detalles específicos… ¿El Punto crítico en logística no ha causado ningún contratiempo?
El silencio del otro lado de la línea es ensordecedor. Eleanor siente cómo su corazón late con fuerza, cada latido resuena en su pecho como un tambor marcando un compás incierto.
Maya frunce el ceño, su mano libre aprieta ligeramente el borde de la ventana.
—Entiendo. Entonces, ¿el volumen de transporte continúa fluctuando casi con normalidad? —dijo, su voz intenta mantenerse firme a pesar de la incredulidad—. ¿Y… el atasco en el sistema? ¿Aún sigue ahí?
Otra pausa, esta vez más larga. Eleanor casi puede imaginar las palabras del otro lado de la línea, aunque el vacío que llena el espacio entre ellas es insoportable.
Finalmente, Maya asiente lentamente.
—Gracias. Manténganme informada de cualquier cambio.
Cuelga el teléfono y se gira hacia Eleanor, su rostro pálido pero decidido.
—El punto de saturación en logística sigue ahí, pero el volumen de transporte… —hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas para expresar lo inexplicable—. Continúa fluctuando con casi total normalidad. No entiendo cómo.
Eleanor siente un escalofrío recorrer su columna, como si el aire en la habitación se hubiera vuelto más frío.
—¿Cómo puede ser? —preguntó Eleanor finalmente, su voz apenas un susurro.
Maya se encoge de hombros, su gesto refleja una frustración que no puede ocultar.
—No lo sé. Es como si alguien estuviera manejando todo desde las sombras, ajustando las piezas para que no se detengan, pero sin resolver el problema de raíz.
Eleanor cierra los ojos por un momento, siente un peso creciente en su pecho. La idea de que algo tan grande estuviera ocurriendo fuera de su control la hace volver sentirse vulnerable.
—No entiendo nada de esto, Maya. Y eso me asusta.
Maya asiente lentamente, compartiendo el mismo sentimiento.
—A mí también, Eleanor. Pero creo que hay alguien que sí lo entiende.
El nombre de James queda flotando en el aire, no dicho, pero claramente implícito. Eleanor se hunde en su silla, mientras el silencio vuelve a llenar la sala, pesado y opresivo, como una tormenta que apenas comienza.
De pronto la puerta de la oficina de Eleanor se abre con un sonido bajo pero firme, un crujido que resuena en la tensión acumulada del espacio. James, con su sonrisa inocente y desarmante, asoma la cabeza.
—¿Puedo pasar? —pregunta, su tono ligero, como si todo el peso del día no existiera.
Eleanor lo mira, sus ojos fijos en su hijo. No hay expresión visible en su rostro, pero en su interior, las emociones rugen con fuerza. No es molestia lo que siente al verlo ahí, sino algo más profundo, más doloroso: el silencio que soportó durante todo el día. James no había respondido sus llamadas, ni las de Maya. Y aunque su hijo está ahora frente a ella, la sensación de distancia permanece, como una grieta invisible entre ellos. Eleanor siente cómo ese vacío le aprieta el pecho. Era su hijo, su orgullo, y sin embargo, hay momentos en que se siente como si no pudiera alcanzarlo.
Maya, atenta a los gestos de Eleanor, interviene antes de que el silencio se vuelva incómodo.
—Adelante, James —dice, su tono profesional, pero cargado de observación.
James entra, y el contraste de su porte juvenil con el ambiente solemne de la oficina es inmediato. Viste como si acabara de salir de la planta: una camiseta recortada en los brazos y cuello, dejando a la vista su musculatura trabajada. Su cabello, despeinado, parecía desafiar cualquier intento de orden, pero en él había algo magnético, algo que inevitablemente capta las miradas. Por primera vez, Maya siente un estremecimiento recorrerla, pero lo oculta bien, reprimiendo cualquier reacción visible. Tiene trabajo que hacer y no se permitiría distraerse.
—Graham… —comienza Maya, su voz firme mientras le extiende un informe a James—. Lo que hizo en logística y recursos humanos es peor de lo que imaginábamos. Ha provocado un cuello de botella que debería haber paralizado varias operaciones, pero, de algún modo, el volumen de carga sigue fluyendo como si nada hubiera sucedido.
Eleanor observa todo en silencio, sus ojos fijos en James mientras Maya habla. Siente un nudo en la garganta que no puede deshacer. Ese es su hijo: joven, fuerte, decidido. Pero también, un enigma. Mientras lo mira, nota algo más en su expresión: una sombra de conocimiento, como si él supiera exactamente por qué ella estaba preocupada, como si entendiera la tormenta de emociones que se debate dentro de ella.
James toma el informe con calma, su postura relajada, pero sus ojos reflejan la atención de alguien que entiende perfectamente la gravedad de la situación. Sus dedos pasan por las páginas con rapidez, pero sus movimientos son firmes, seguros. Eleanor siente un leve alivio al verlo así, competente, presente. Sin embargo, esa paz momentánea no borra el dolor que le causa su silencio previo. «¿Por qué no había respondido? ¿Por qué la dejaba sola con sus dudas?»
Mientras lee, James escucha las palabras de Maya sin interrumpirla. Cada frase parece confirmar algo que él ya sabe. Finalmente, levanta la vista hacia su madre. Sus ojos se encuentran, y por un instante, el tiempo parece detenerse. Eleanor siente que su hijo la ve, realmente la ve, no solo como la cabeza del conglomerado, sino como su madre, una mujer que a hecho todo lo posible para mantenerlo a salvo y darle un futuro.
—Está claro lo que Graham está haciendo, pero ya lo solucioné en parte. —Dice James, su voz baja y controlada, cargada de una confianza que puede mover montañas. Sus ojos azules, sin embargo, revelan destellos de cansancio, como si estuviera librando una batalla silenciosa consigo mismo—. Llamé a una red de transporte alternativo en el camino. una VPS que espero que mi señora madre apoye en su incorporación a SHT – Summers-Huntington Weaves bajo una nueva modalidad que lo explicaré en mi informe.
Eleanor siente que un torrente de emociones se agita en su interior. Sus manos, reposando sobre el escritorio, estaban tensas, y su corazón late con un ritmo pesado, anuncia algo inevitable. James, su hijo, había tomado decisiones que, aunque efectivas, la habían dejado al margen. No puede evitar sentirse herida, no porque desconfiara de él, sino porque esa distancia emocional entre ellos es un recordatorio de cómo a crecido, cómo toma el lugar que Kevin dejó vacío. Y, sin embargo, allí está, tan joven, cargando con el peso del conglomerado sin titubear.
Maya, sentada frente a su pantalla, interrumpe con un tono preocupado:
—Todas nuestras SPVs están fuera de juego —dijo, refiriéndose a las empresas satélites que funcionaban como defensas estratégicas ante eventualidades. Su voz temblaba ligeramente, aunque intentaba mantener la compostura—. Los informes indicaban que…
Se detiene de golpe cuando James levanta una mano, su gesto sereno, respetuoso pero autoritario.
—Mañana te haré llegar el informe para la presentación ante el directorio —responde con una naturalidad que hace que pareciera que todo estaba bajo control.
Maya no se explica cómo es posible que pueda observar a James con una mezcla de admiración y algo más que no puede ocultar. Por qué su mirada sigue cada movimiento suyo: la manera en que se inclina ligeramente hacia adelante al hablar, su camiseta holgada que deja entrever la musculatura trabajada,. Hay algo en su porte, una mezcla de juventud y madurez, que empieza atraerla como un imán. Y mientras lo mira, Maya siente cómo un calor inesperado sube desde su pecho hasta su rostro. «¿Desde cuando este mocoso puede excitarme de esta manera?»
—Otra cosa, además… —continua James, girándose hacia Maya con una expresión concentrada que la hace sentir como si fuera la única persona en la habitación—. Ajustaremos temporalmente los turnos en logística.
—¿De qué manera? —preguntó Maya, forzándose a mantener un tono profesional, aunque su voz traiciona una ligera vibración. además esa idea, ellas ya lo habían pensado.
—En estos momentos, estamos utilizando el personal de nuevas SPVs aliadas y empresas externas que gravitan alrededor del conglomerado. He cerrado acuerdos temporales, espero contar con el apoyo de mi madre, para integrar a sus trabajadores en las áreas críticas. Esto nos permite cubrir las brechas sin sobrecargar a los nuestros, y al mismo tiempo mantenemos la fluidez del sistema sin alterar demasiado la estructura interna.
Eleanor, escucha todo en silencio, siente que su pecho se llena de una mezcla de orgullo y desolación. Su hijo habla con la seguridad de un líder curtido en mil batallas, y eso la llena de admiración. Pero no puede ignorar el dolor que la atraviesa: él está tomando decisiones que Kevin habría aplaudido, pero ¿a qué costo? ¿Qué sacrificios estaba haciendo que ella no ve?
—Esto debería contener el problema hasta que tengamos algo más sólido —dice James, dirigiéndose finalmente a su madre. Sus ojos se encuentran con los de ella, y Eleanor ve algo que la desarma: una súplica silenciosa, un deseo de aprobación mezclado con el cansancio de un joven que llevaba demasiado en los hombros.
—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunta Eleanor al fin, su voz firme pero temblorosa por debajo.
—. Te lo iba a hacer saber, mamá, pero con lo de esta mañana, con lo de mi hermana, no quise que te preocuparas más de lo que ya estabas. Perdóname si lo que hice te pudo haber causado algún malestar.
Eleanor siente que su corazón se encoge. Lo ama más de lo que las palabras pueden expresar, y aunque entiende sus razones, no puede evitar desear que él confié más en ella, que compartiera su carga. Pero ¿cómo podía reprocharle cuando lo veía tan comprometido, tan dispuesto a sacrificar todo por ellos?
Maya, mientras tanto, apenas puede concentrarse. La sinceridad en la voz de James, la intensidad de su mirada, hacen que su corazón palpite con fuerza. Había admirado a James como colega, desde aquel día que esquivó con relativo éxito el último ataque de Graham. «Un diamante en bruto para las finanzas.» Se dijo en esa oportunidad. «Pero estas decisiones que tomó hoy, es de otro nivel.» esas acciones hace que esa admiración se transforme en algo más profundo, más visceral.
Eleanor respira hondo, obligándose a recomponerse. No puede dejarse consumir por sus emociones, no ahora.
—Además, volé a la costa este —dice James con su voz grave y tranquila, como si lo que acababa de revelar no tuviera el peso de un continente entero sobre sus hombros,—. fui a monitorear el flujo de carga hacia Europa y Medio Oriente. Es el flujo más importante. aunque no pude quitarme de encima a Scarlett Montgomery, ella trataba de llevar los dictados de la junta a rajatabla.»
«La hija y mano derecha de Graham en Virginia?» Eleanor parpadea, y por un momento, la información no cala. Sus ojos se quedan fijos en él, buscando una señal de que estaba bromeando, pero la serenidad en su rostro la golpea con la fuerza de un martillo. «¿Había estado tan lejos? ¿Había cargado con esa responsabilidad monumental sin decirle nada?» El mundo parecía girar más lento, como si intentara procesar lo que su hijo acababa de confesar.
—¿En la costa este? —murmura Eleanor, su voz apenas un susurro. Sabe que James es capaz de soportar el peso del mundo sobre sus hombros, pero también es su hijo. Su niño. Esa distancia, tanto física como emocional, la golpea con la intensidad de una ola que no puede contener.
Dentro de ella, un océano de emociones se agita con fuerza, cada ola rompiendo con un sentimiento diferente. Admira su valentía como quien observa un faro imponente en medio de la tormenta, una guía sólida y firme en el caos. Pero junto a esa admiración, el miedo por su bienestar la envuelve como una sombra fría, mientras un dolor punzante —como un cristal roto enterrado en su pecho— le recuerda que había enfrentado algo tan inmenso sin buscar el refugio de sus brazos, sin dejarse proteger por su calidez.
Y entonces, entre esas corrientes opuestas, germina un sentimiento oscuro, como una flor nocturna que florece en lo prohibido. Lo mira y el tiempo parece detenerse. Su presencia es una fuerza inquebrantable, un fuego controlado que arde bajo una capa de calma; su forma de moverse, su mirada firme, el aire de autoridad que lo envuelve… todo en él emana una virilidad que la atrae como el imán a la aguja. Siente ese deseo ascender por su cuerpo como una serpiente de humo, cálida, sinuosa, envolviéndola lentamente.
Era un hambre primitivo, una necesidad que chisporroteaba en su interior, como brasas que se avivaban al ritmo de sus pensamientos. Lo deseaba, no solo por su fortaleza, sino por el profundo abismo índigo que veía en sus ojos, ese lugar donde la razón parecía ceder ante el instinto. Él era un desafío, un peligro, y esa chispa prohibida encendía un incendio silencioso que ella sabía que debía apagar antes que se extienda y cause estragos.
Eleanor está inmóvil, su mirada fija en James, su corazón palpitando con un torrente de emociones que el agitado día a desatado. La vulnerabilidad la vuelve envolver como un velo, dejando al descubierto sentimientos que había guardado bajo llave desde que falleció Kevin. Su hijo, ahora un hombre, sostenía su mundo sobre sus jóvenes y amplios hombros, y en ese momento, en el apogeo de su fuerza, había salvado el día. En su pecho, una calidez se expande, despertando deseos y anhelos que ella había guardado bajo siete llaves, para dedicarse exclusivamente a sus hijos, una mezcla de orgullo y una atracción carnal que no había sentido en esos últimos tres años, aun después de haber sido asediada por hombres extremadamente guapos.
En la familia Summers-Huntington, conservadora, el afecto físico era algo racionado, casi sagrado, pero hoy, con sus emociones a flor de piel, Eleanor siente que no puede contenerse más. La necesidad de tocar, de sentir, de conectar con su hijo en una forma más íntima, la impulsa hacia él. Sus pies se movieron como guiados por una fuerza más poderosa que su voluntad, acercándola a James con cada paso. «Solo será un abrazo». Intenta engañarse.
Al ver a su madre aproximarse, James levanta la vista, sorprendido por la intensidad en su mirada, por la nueva vulnerabilidad que irradia de ella. La Eleanor que conoce, siempre controlada y distante, a dejado paso a una mujer que parece estar al borde de un abismo emocional. «¿Eh?». Esta Eleanor parece vulnerable, casi como si estuviera cruzando un umbral emocional que no se había atrevido a tocar antes.
Cuando Eleanor finalmente llega a él, su respiración era lenta pero profunda, como si cada inhalación cargara con años de palabras no dichas, de abrazos reprimidos, de amor contenido. Extendió los brazos y lo envolvió con firmeza, sus brazos encontrando su lugar sobre su espalda y su abdomen. Fue un gesto que, aunque sencillo, llevaba el peso de un río desbordado de sentimientos. En ese abrazo, Eleanor no solo buscaba consolar, sino también liberar una pasión que el día había desatado, resquebrajando las barreras de unos años de contención emocional y sexual.
James, atrapado por la sorpresa, responde al abrazo con una rigidez cautelosa, como si temiera romper el momento. Su cuerpo, fuerte y macizo, se convierte en un misterio bajo el tacto de Eleanor. Sus manos, acostumbradas al frío rigor de la disciplina desde la partida de Kevin, ahora redescubren la calidez de la piel masculina, una sensación casi olvidada, pero profundamente conocida en lo más íntimo de su ser.
Cuando el abrazo se suaviza, sus dedos, movidos por un impulso que intenta contener, exploran con una sutileza que encierra años de contención. Una mano se posa en la espalda de James, firme como la ladera de una montaña que promete refugio y desafío, mientras la otra desciende hasta su abdomen, tenso y sólido, como una muralla construida con tiempo, esfuerzo y deseo. Cada roce despierta en Eleanor una chispa, un fuego que había permanecido dormido demasiado tiempo, ahora alimentado por la inquebrantable presencia de James. «¡Es tu hijo, que haces!»
Eleanor siente bajo sus palmas la geometría perfecta de cada músculo, un mapa de fuerza y madurez que había ayudado a moldear, pero que ahora la sorprende con su plenitud. El calor de la piel de su hijo se filtra a través de la ropa, encendiendo una chispa que debería haber sido solo orgullo maternal, pero que amenaza con convertirse en algo mucho más complicado. Cada curva, cada fibra pulsante bajo sus dedos despierta en ella una sensación prohibida en ese momento, un pensamiento que lucha por ser borrado pero cuyas semillas ya empiezan a brotar en su mente como semillas malignas.
La piel de Eleanor, la piel suave y cálida de una madre, se estremece, se tensa, pero no con el calor sereno del amor maternal que debe llenar ese momento, sino con una inquietud inesperada, un deseo que jamás tendría cabida en lo correcto. Eleanor siente un nudo formarse en su garganta al darse cuenta de lo que estaba surgiendo en lo más profundo de su ser. James, el niño que había acunado y cuidado con devoción, ya no era solo su hijo. Ahora, era un hombre en toda la extensión de la palabra, su presencia imponente parecía irradiar una fuerza casi palpable, un faro de testosterona que solo su cerebro, atrapado en un torbellino de sentimientos prohibidos, logra percibir. «Maya nos observa, Eleanor, ¡Detente!»
Eleanor siente un escalofrío recorrerle la espalda cuando James, respondiendo al abrazo que ella le ofreció, posa sus fuertes brazos sobre sus hombros, rodeándola con un calor que parecía venir no solo de su cuerpo, sino de algo más profundo, algo que ella no esperaba. Aquello que debe ser un gesto protector y natural entre madre e hijo comienza a adquirir un matiz diferente, un matiz libidinoso, para Eleanor, uno que no puede ni quiere admitir. «esto no debería suceder» «Esto no es lo que planeé. No es lo que soy…
Sin quererlo, su cuerpo actúa por sí mismo; apoya suavemente la cabeza en el pecho de su hijo, buscando un refugio que la llena de una extraña mezcla de consuelo y turbación. Su corazón comienza latir con fuerza, como si la fuerza de aquel abrazo hubiera despertado un eco en su memoria, una sombra de aquellos momentos con Kevin, cuando encontraba parte su fortaleza y de su masculinidad en los brazos de su esposo, momentos previos a desencadenar toda su sexualidad. “Esto cambia todo, ¿verdad?”
El olor de James, el de sudor limpio, la lleva a un lugar emocionalmente confuso, un espacio que nunca debería existir. Eleanor cierra los ojos por un momento, tratando de contener el torbellino de emociones que la sacuden. «¡No! esto es solo un abrazo,» se dice a sí misma, pero el peso de su hijo, tan seguro y fuerte, hace que el límite entre lo correcto y lo prohibido pareciera desdibujarse en su mente.
Sus sentidos se desbocan. La proximidad de sus cuerpos, la forma en que los músculos de él se contraen y relajan bajo el roce accidental de sus manos, encienden en ella una chispa peligrosa, un deseo tan inconfesable como inesperado. «Es un error. Lo sé, lo sé… pero no puedo parar.» Sus labios, demasiado cercanos a su piel, parecen temblar con un impulso prohibido: el de rozar, explorar, y descubrir más de este hombre que alguna vez fue su niño, pero que ahora se yergue ante ella como un completo desconocido lleno de magnetismo y sensualidad. “No debería estar aquí… No debería estar sintiendo, ni haciendo esto… ¡Kevin… por favor… ayúdame!”
Como si una ráfaga de aire frío atravesara un sueño febril, la razón de Eleanor se alza como un faro solitario en medio de una tormenta oscura y tétrica. Es un despertar abrupto, casi violento, que desgarra la niebla que había enturbiado su mente. Sus ojos se abren de golpe, y por un instante parece que el mundo entero se detiene.
El contacto con James, antes inadvertido, se convierte en una realidad tan palpable que quema. Con un movimiento brusco, casi torpe, Eleanor se aparta de él, como quien retira las manos de una llama que inesperadamente consume. Sus dedos, que habían descansado sobre su hijo, retroceden como si tocarlo fuera sostener algo demasiado caliente, algo que la piel no puede soportar.
Un silencio incomodo se posa en la oficina, volviéndose opresivo, como si la habitación hubiera quedado atrapada en un tiempo suspendido. La tensión no es tangible, pero se siente como una cuerda tensa a punto de romperse, vibrando con emociones que Eleanor no se atreve a nombrar.
Eleanor, con la frente perlada de un sudor que no tiene que ver con el calor, Su piel, usualmente tersa y serena, se ve perturbada por esa humedad inesperada, como si algo en su interior estuviera agitando la calma que normalmente la define. Con rapidez, y sin pensarlo, desvía la mirada, eludiendo los ojos de su hijo. La tensión entre ambos es palpable, pero lo que más le duele es la intensa curiosidad de esa mirada que ella no puede enfrentar. En su lugar, sus ojos caen sobre la figura de Maya, cuyos ojos, llenos de confusión y algo más, la atraviesan. Por un momento, Eleanor queda suspendida en ese intercambio silencioso, como si el aire entre ellas se hubiera espesado, pero luego, como si fuera una reacción instintiva, su mirada se clava en el ventanal frente a ella, en un punto inexistente, vacío, buscando en vano una excusa, un escape.
Maya, de pie al otro lado de la oficina, observa la escena con el ceño fruncido. No comprende lo que acaba de suceder, pero la incomodidad palpable en el ambiente es imposible de ignorar. Sus ojos se posan en Eleanor, y nota el modo en que esta evita a toda costa mirar a James. Es un comportamiento extraño, impropio de la mujer que siempre ha conocido.
—¿Todo bien? —pregunta Maya, rompiendo el silencio con una nota de incertidumbre en la voz.
Eleanor asiente con un gesto rápido, casi automático, como si quisiera descartar la pregunta antes de que esta cobré más peso.
—Sí, todo está bien —responde, pero su voz suena demasiado apretada, como si la palabra «bien» le pesara en la lengua.
James no dice nada. Permanece quieto, observando a su madre con una mezcla de desconcierto y preocupación. La conocía demasiado bien para creer en ese «todo está bien». Su silencio, sin embargo, no hace más que intensificar el peso de la atmósfera.
Maya, aún confusa, decide no insistir, aunque no puede evitar sentirse como si hubiera entrado a mitad de una conversación cuya clave se le escapa. Los engranajes de su mente trabajan para darle sentido a esa tensión, pero no encuentra respuestas.
Eleanor, mientras tanto, cruza los brazos como si necesitara contener algo dentro de sí misma, algo que amenaza con desbordarse. Su postura es rígida, su rostro una máscara de calma que no logra ocultar del todo el torbellino que lleva por dentro. La habitación se siente más pequeña de lo que debería, el aire más pesado, y el eco de lo no dicho retumba en su mente.
El momento se alarga, incómodo, hasta que Eleanor, con un tono que suena casi desesperado, mientras se acomoda con una actitud sumisa su cabello, dice:
—Bueno, será mejor que vallamos a descansar a nuestras casas, ya es tarde.
Es una salida, torpe pero efectiva, que finalmente permite que el tiempo vuelva a avanzar, aunque el eco de lo ocurrido quede flotando en el ambiente, sin respuestas ni explicaciones.