En confianza
Practicar deporte genera cansancio, sudor y lágrimas.
Esa tarde había estado entrenando y nuestro entrenador había decidido que nos encontrábamos «bajos» de forma, de manera que hicimos una sesión un poco especial.
Tras la ducha y llegar a casa, me encontraba hecho polvo y pensé que me haría bien una nueva ducha más relajada.
Estaba tan cansado que no caí en nada de lo que hacía y tan solo veía el momento de que el agua cayera encima de mi.
En otras ocasiones me había sentado fenomenalmente.
Me desnudé y entré en la ducha con el agua tibia.
Poco a poco aplicaría agua más y más fría hasta llegar a la sensación más relajante. Relajaba mucho más.
Tan absorto estaba en mi cometido que no me di cuenta que había dejado la puerta abierta del baño, lo que facilitó lo que sucedió a continuación.
Mi hermana, una muchacha una año mayor que yo, a la que consideraba una piadosa «niña» religiosa que solo sabía dar catequesis los domingos, y que a mi entender, estaba dejando escapar la gran cantidad de encantos físicos que tenía.
Llegó y ni la oí. Pero de repente, y por esas sensaciones inexplicables que los humanos tienen supe perfectamente que estaba allí.
Giré la cabeza totalmente empapada y corriendo el agua por todo mi cuerpo.
Mi impresión la logré disimular pero me sorprendió su descarada mirada hacia todo mi cuerpo.
Parecía estar fotografiándolo para luego plasmarlo en algún cuadro artístico.
Aquella situación, era difícil de lidiar, mucho más en una familia como la que yo tenía, en la que el pudor y respeto hacia los demás se convertía, en muchas ocasiones exagerado.
La saludé de una manera anormalmente normal.
Reaccionó y me miró a los ojos.
Su mirada parecía hablar y dejó escapar una leve sonrisa.
Intenté explicar la situación buscando la disculpa y ella, con suavidad, dejó escapar un casi silencioso «no pasa nada».
Se giró y siguió su camino.
La situación era difícil y la vergüenza se fundía con una sensación entre agradable y de deseo.
Sorprendentemente, el resultado final de aquello fue encontrar una hermana que a partir de ese momento depositó sobre mí una confianza que nunca habría imaginado y que por supuesto yo correspondí.
Días más tarde, después de cenar, y que llegara la hora de retirarnos, nos fuimos cada uno a nuestra habitación.
Me acosté.
Acababa de encontrar la comodidad, cuando la puerta de mi habitación se abrió.
Mi hermana me invitó a acompañarla a su cuarto argumentando la cercanía de la habitación de nuestros padres, para hablar conmigo.
Acepté la invitación y, descubriendo en mi un grado de exhibicionista desconocido, salte de la cama en calzoncillos con la naturalidad de cómo si estuviera en traje de deporte en el campo de fútbol.
Ella perdió su mirada en mi cuerpo, pero reaccionó mucho mejor que días antes, aunque no eran situaciones normales en mi casa.
Cuando llegamos a su habitación, me senté en su cama y ella comenzó a contarme sus problemas y dudas.
Lo cierto era que no parecía nada preocupante.
Me pedía consejo sobre la actitud que debía de tomar en la parroquia ante una inesperada necesidad de faltar a sus obligaciones dominicales.
Llegué a pensar que me plantearía que yo la sustituyera.
Sorprendentemente, y dejándome sin opciones de reacción, comenzó a quitarse la ropa.
Se quitó el jersey y dejó a la luz el busto protegido por aquel sujetador blanco que tersaba su figura y que la hacía más deseable.
A través de un dibujo semitransparente, dejaba entrever los pezones rosados y grandes.
Estaban hinchados y desde luego, muy apetitosos.
Creí que no iría a más, pero lejos de lo que pensaba, se desabrochó sus pantalones (todo esto mientras seguía razonando sus temores y pesares sobre el tema) y los dejó caer, ciertamente de una manera poco sensual.
Pero, no hacía falta.
Su figura llamaba al sexo.
Y aquello comenzó a urgar en mi intimidad haciendo que mi cuerpo comenzara a sentir ciertas sensaciones extrañas para recibirlas con la que era mi hermana.
Sus braguitas blancas, a juego con el sujetador, dejaban imaginar con facilidad el vello púbico, oscuro y cuidado.
Mis ojos intentaban situarse en los de mi hermana, pero aquello era un imán maldito y aprovechaban cualquier circunstancia para tornarse hacia las partes más íntimas de ella.
Creo que comenzó a darse cuenta de mis atinos y, además, tengo la sensación que lo confirmó con la abultada situación que intentaba disimular debajo de mis calzoncillos.
Se que lo intentó disimular. Intentaba comportarse como si aquello fuera normal y seguía argumentando y pidiendo mi opinión y ayuda.
Lo que realmente era difícil, puesto que no era normal y menos cuando se sentó al lado mío en su cama sin terminar de ponerse el pijama y quedándose en bragas y sostén.
Mi excitación crecía y mi comportamiento comenzó a ser un tanto nervioso sin saber exactamente cuál era el rol que debía interpretar.
Tras un rato, de hablar de diferentes asuntos, ella notó que me había relajado.
Era cierto.
Pero no hizo mucha falta grandes esfuerzos para volver a ponerme en una situación complicada.
Su mano se paseó por mi brazo, dulcemente, aprovechando el instante como si de cada roce sacara un beneficio que le asegurara el resto de su vida.
Las palabras se perdieron y ella comenzó a concentrarse en su acción, mientras yo notaba una cierta sensación de carne de gallina y no precisamente por frío.
Su mano llegó a mi hombro que rodeó con la palma como embadurnandolo de aire.
Como un movimiento de tierra se abultó mi calzoncillo y la mirada de mi hermana se perdió en aquello dibujando una interrogante que parecía respondida.
Su mano se paró en mi pecho y aquello, oficializó la situación.
Desde luego no era una caricia fraternal, sino todo una llamada sensual a una relación que jamás hubiera podido imaginar.
Mi hermana perdió tal condición, y llegado este punto, levanté la mano para aterrizar sobre la espalda de ella.
Mi movimiento ganó en seguridad y con una leve presión comencé un juego de caricias que hizo cerrar los ojos deseosos de mi hermana.
Llegué a su cuello y escondiéndome bajo su pelo, apreté con mis dedos su cuello generando una rica sensación de placer en su cuerpo.
Después, dibujando círculos seguí con el masajeo sobre aquella zona.
Mi mirada se desbocó en los senos abultados y solitos.
Los pezones había crecido y empitonaban el sostén como pidiendo a gritos salir de aquella cárcel.
En ese momento, escuché el primer suspiro y comprendí que ella se había dejado llevar por la situación quedando a merced de lo desconocido.
Con disimulada fuerza, dirigí el cuerpo deseable y palpitante para que llegara a una posición horizontal.
Ella seguía con los ojos cerrados, pero no tenía aspecto de no querer ver lo que estaba sucediendo, sino más bien de desear no desconcentrarse de aquella situación.
Estaba realmente deseable.
Sus manos se perdieron por detrás de su cabeza y me dejó su cuerpo para mi dominación.
Acerqué mis labios a su cuello, y suavemente dejé mi primer beso de amor en aquel terreno.
Noté el escalofrío de mi acompañante y comprendí que aquel camino era bueno.
Comencé mi paseo por su cuerpo.
Estudiaba cada una de sus partes con mis labios, mi lengua, mientras mis manos se perdían por sus caderas y costados.
Mi excitación no me permitía esperar más.
Mi mano se colocó en la frontera de su sostén y mi lengua y labios vigilaban la situación.
La palma de mi mano comenzó a investigar las zonas cercanas aquel seno grande y voluminoso, desde el que vigilaba un pezón que deseaba besar, y morder.
Mi mano fue retirando el tejido y poco después dejó el pecho al aire, libre de aquella cárcel.
La situación hizo ganar la excitación mutua.
Los ojos de ella se entreabrieron y se cruzaron con los míos, mientras los suspiros salían ya sin ningún temor.
Volví a clavar mis ojos sobre aquel seno.
Sin más, acerqué mi boca y conquisté aquel.
Mi lengua recorrió sus rugosidades, su suavidad.
Mis dientes mordisquearon el apéndice, mi mano presionó el mismo para facilitar que su pezón pudiera entrar mejor en mi boca dando la sensación de querer sacar el líquido materno.
Ella se retorció y en un momento, con mis manos, logré quitarla el sostén dejando sus senos al aire.
Mi espacio había ganado y le dediqué el mismo tiempo al otro, como si aquello pudiera ser un detonante de enfado entre ellos por diferente trato.
Sus manos comenzaron a acariciar mi cabeza como dándome confianza para seguir adelante y dar un paso más.
Mi boca comenzó un nuevo viaje. Besando, lamiendo su ombligo, llegué al límite de sus braguitas.
Decidí inspeccionar el terreno primero y comencé a acercar mi boca a su sexo por encima de ellas.
Por la forma reconocía el terreno y por las reacciones de ella iba descubriendo los puntos a tener en cuenta.
Siempre sin llegar al fondo.
Buscaba su ansia y a verdad que lo estaba consiguiendo.
Volví a empezar.
Mi lengua hizo un esfuerzo en bajar sus braguitas pero necesitaron primero la ayuda de mis manos y luego del cuerpo de ella que hizo un movimiento inteligente para poder liberar sus partes.
Mis labios recorrieron sus piernas para terminar de liberarlas de la prenda íntima.
Después del objetivo, volvieron a surcar los mares hasta llegar a la isla triangular.
Mi boca rodeaba la grieta y los gemidos de tornaron gritos ahogados de silencio; los escalofríos, bruscos movimientos de cadera y de pubis como pidiendo su culminación; el deseo, pasión sexual.
Mi lengua acarició el centro de la grieta donde se encontraba la rosa más preciada.
Ella se quedó muy quieta, como esperando el aguijón inesquivable.
Mi lengua se paseaba a escasos milímetros de su clítoris, y tan cerca estaba, que ella parecía poder sentir el movimiento del aire que provocaba mi lengua.
No debía esperar más.
Mi boca y mi lengua aterrizó sobre la zona y solté la saliva del placer que segregaba mi boca que se mezclaba con los jugos que habían comenzado a brotar de su fuente.
Ella presionó mi cabeza como queriendo que entrara en ella y no la hice esperar.
Mi lengua salió de mi boca y encontró el agujero engrandecido totalmente mojado por el deseo húmedo.
La penetré con la lengua y la moví dentro para que pudiera sentirme dentro.
Ella facilitaba la entrada separando las piernas todo los que podía, elevando su pubis para facilitar la maniobra.
Mis ojos buscaban su expresión y encontré una boca exageradamente abierta como queriendo soltar una explosión.
Su gesto era tenso, pero sus ojos parecían decir que no lo dejara que aguantara un momento más.
No la podía defraudar, su cuerpo se tensó, se agitaba y se lanzaba fuera de si.
Le sobraban los brazos y la manos. Mis manos surcaron y encontraron sus pechos que apretujaba sin ningún cuidado.
Mi lengua entraba y salía y rompía chupando su clítoris absorbiendo como si fuera un tercer pezón.
La situación se torno extrema. Cesó el movimiento. Se paralizó. Un segundo eterno. Y explotó…
Una risa nerviosa se escapaba de su boca, mientras sus manos no sabían si apartarme la cara o apretarme más contra ella fruto de la sensibilidad ganada por la situación vivida.
Su cuerpo buscaba la relajación pero la excitación no la dejaba llegar al estado buscado. Me miraba. Sonreía placenteramente.
Había sido satisfactorio, muy satisfactorio y en su mirada se dejaba notar un esto hay que repetirlo.
Abandoné la zona sensible y me tumbé a su lado mientras mi mano acariciaba su cuerpo buscando su relajación.
Nos quedamos un rato así. Sin atrevernos a hacer nada. Esperábamos que fuera el otro quien moviera ficha.
Creo que fue cuando comenzamos a darnos cuenta de la situación.
Mi hermana dejo las caricias cercanas a mi bulto excitado y se fue alejando.
Yo mantuve la situación, pero comprendía que aquello llegaba al final.
Finalmente dio el paso.
Con frio mañana hay que levantarse pronto, dejó claro lo que debíamos de hacer y yo, la respondí en seguida.
Volví a mi cuarto.
Aun cuando no me creía capaz, me dormí en seguida.
El día siguiente fue malo.
Lleno de temores y sensaciones extrañas.
Hoy, todavía, después de pasar mucho tiempo de aquello, cuando estoy con mi hermana no puedo dejar de pensar en aquella noche y yo se que mi hermana también piensa en ello…