El bulto que veía entre las piernas de él la empezó a llamar mucho la atención hasta que lo hizo suyo

Por supuesto que yo sabía claramente lo que me estaba pasando, y lo sabía desde tiempo.

Mi vida solitaria consagrada absolutamente a su cuidado, me había alejado de muchos ambientes normales en otras mujeres y en mis treinta y cinco años, no sólo era virgen, sino que realmente el sexo no había sido para mi una preocupación fundamental.

Nunca lo había necesitado y ese dolor que sentía en el bajo vientre no lo relacionaba con eso sino que más bien como una alteración de otro origen.

Es por lo anterior que me inquietaba que ese dolor apareciera cada vez que observaba el inquietante bulto entre sus piernas.

Por supuesto que yo sabía muy bien a que se debía dicho bulto y lo consideraba como una demostración física de su desarrollo en cierto sentido estaba contenta de eso porque yo quería que mi único sobrino fuese un hombre real.

Esa tarde de enero estaba el tendido sobre la arena y me acerqué con mi nuevo traje de baño negro para tenderme a su lado como habitualmente lo habíamos hecho ese verano.

Cuando llegué a su lado me miró de una forma diferente, con fijeza, yo diría con preocupación, y ello me ocasionó casi un poco de rubor pues soy demasiado voluptuosa, muslos generosos, tetas grandes y duras, insolentes, cintura pronunciada, y un trasero que llama la atención. Me tendí a su lado.

Mirando desde allí pude observar como su bulto comenzaba a adquirir proporciones desmesuradas.

Primero dibujó una curva grande entre sus piernas pero cuando él giró para mirarme directamente, pude observar que su miembro empujaba furiosamente contra su traje de baño levantando una descomunal pirámide que apuntaba al cielo con una altura no inferior a unos 15 a 20 centímetros.

Yo disimulé cuanto pude, siempre lo había hecho así, pero no despegué los ojos de ese bulto, porque ahora estaba realmente interesada en el fenómeno que yo estaba despertando en ese cuerpo que tanto quería.

A fin de que él no pudiese notar mi interés, cambié de posición poniéndome de costado no pudiendo evitar que mis tetas se asomaran casi por completo fuera del pequeño sujetador y mis pezones quedaran prácticamente expuestos.

No tenía mucho control sobre la situación y no podía separar la vista de esa pirámide que me atraía como un diamante.

Después de unos pocos minutos vi que se agitaba levemente poniendo su vista fija en mis tetas y un movimiento rítmico agitaba su bulto que parecía latir, al tiempo que un círculo húmedo creciente invadía la tela de su traje da baño que pareció tensarse al máximo para luego dar paso a un descenso paulatino.

Sabía perfectamente que él había eyaculado por la visión de mi cuerpo, pero también sabía que no lo admitiría ni tendría forma de comunicármelo, pero ese dolor intenso entre mis piernas me decía que yo no estaba ajena a lo que había pasado y que el proceso no me había sido indiferente.

Esa noche, en mi cama, me fue difícil encontrar el sueño, me había acostado solamente con un pequeño calzón, mis tetas me parecían mas pesadas , mis pezones casi me molestaban en su roce con la sábana y el bajo vientre no solo me dolía ,sino que ahora me latía rítmicamente.

Mis calzones estaban mojados en su parte delantera y un aroma intenso e íntimo invadía mi lecho.-

No tenía dudas que este fenómeno era una consecuencia de lo vivido en la playa y era la evocación de su cuerpo desnudo y particularmente su miembro que adivinaba fabuloso y temible sin haberlo visto, lo que ocasionaba mi estado casi febril.

Sabía lo que estaba sintiendo y también adivinaba lo que estaba sintiendo él, pero había una imposibilidad casi absoluta de comunicación y este hecho era seguramente el que desencadenaba mi dolor en el bajo vientre.

Sin poder dormir, mis fantasías me acompañaron hasta el amanecer, fantasías que había comenzado a acompañar con mis propias caricias.

Mis pezones supieron de la ternura de mis dedos, recorrí mis muslos suaves y peiné con mis uñas la generosa mata de vellos en mi pubis humedecido sobre mi virginidad.

Tumbada en mi lecho, mi trasero generoso supo de las caricias de mis manos que esa noche reconocieron hasta los últimos rincones de una hendidura hasta entonces desconocida.

Me recorría con un deleite infinito, deteniéndome en esos rincones que ahora adquirían para mí un significado nuevo e inquietante.

Mi dolor se había transformado en latido incontenible cuando las primeras luces del día me internaron por fin en el sueño.

Ya entrada la mañana, bajo el agua de la ducha, me sentía una persona nueva, entendía lo que me pasaba, entendía que lo estaba deseando y entendía también que, de la forma como habíamos hecho nuestra vida, estábamos cada uno en su soledad sin que hubiese forma para decirnos abiertamente lo que nos sucedía.

Era evidente que sus excitaciones eran provocadas por mí, no había otra mujer en su cercanía.

No fui capaz de construir un camino de acercamiento y decidí, que si la naturaleza era quien me había puesto en este escenario, fuese ella quien encontrara el camino para llegar al final, yo no le pondría ningún obstáculo.

Esa noche, después de cenar, me pidió que le cortara un poco el cabello que él estimaba lo tenía algo crecido.

Yo había realizado esta operación desde que era pequeño de manera que no le di ningún significado especial.

Se sentó en el pequeño taburete y yo inicié la operación como siempre.

Al parecer, él había crecido bastante desde la última oportunidad, y me estremecí al constatar que mis pechos rozaban con su cabeza en cada uno de mis movimientos.

Yo fui aumentando la frecuencia de estos contactos y la presión de ellos y pude notar que su bulto había comenzado a perfilarse claramente entre sus piernas, al tiempo que la aparición de mi dolor me indicaba con claridad que nuestros cuerpos se estaban comunicando aunque no lo admitiéramos.

Era una forma de comunicación embriagadora que fui desarrollando en tonos diversos aumentando y disminuyendo la presión de mis pechos sobre su cabeza ensayando un lenguaje pasional silencioso y prohibido que me permitía ir adentrándome en la profundidad de ese ambiente que me abrazaba.

Había terminado de cortarle el cabello y ahora solamente lo estaba peinando con suavidad pero, dejándome llevar, había acercado su cabeza de tal manera que ahora la presionaba drásticamente contra mi pecho, que latía apresuradamente.

Él, no se movía.

Mientras con una mano deslizaba la peineta por su cabellera suave, con la otra fui abriendo mi blusa, y luego desabrochando mi sujetador para sacarlo por sobre mi cabeza sin que él pudiera notarlo.

Ahora tenía mis pechos libres.

Mis dos grandes globos, duros, perfectos tibios y palpitantes.

Ya casi no tenía control cuando puse su cabeza entre ellos, mi blancura hacía resaltar lo oscuro de su pelo.

Se dejó estar y yo aprisioné su cabeza entre mis tetas, haciéndola girar muy lentamente hasta que mis pezones tocaron sus mejillas.

Nuestro silencio aumentaba esa tensión hermosa, hasta que obedeciendo a un impulso irresistible lo tuve frente a mí, con su rostro hundido entre mis tetas, recorriendo sus mejillas y sus ojos con mis pezones ardientes.

Era, por fin, nuestra suavidad buscándose intencionadamente y de pronto sentí la hendidura entre mis tetas humedecida por su saliva.

Su lengua se agitaba en ese espacio y me recorría con una agitación deliciosa.

Una de sus manos había ascendido y englobaba, sin lograrlo enteramente, una de mis tetas, con una presión torpe, sin mirarme, mientras aumentaba la zona de su recorrido.

Me estaba acariciando, yo latía desesperadamente y mi dolor era intenso.

Su saliva inagotable me empapaba resaltando mi suavidad y cuando quise llevarle mis pezones hasta su boca, se puso de pie y apretando su bulto con ambas manos abandonó la habitación.

Sentí mi soledad como un entorno en el cual comenzaba a ser como siempre lo había querido.

Mis manos temblaban mientras abotonaba mi blusa, no me puse el sujetador porque quería seguir sintiendo la presencia de su saliva en mis rincones y deseaba que la imagen de mis pezones duros, dilatados casi hasta la inflamación, persistiera en mis retinas.

Al día siguiente temíamos el encuentro.

Yo lo sentía deambular por la casa y seguramente él me escuchaba, porque yo no tenía ningún cuidado en ocultar mi presencia.

Me apasionaba su cercanía, y me lo imaginaba desnudo caminando por su habitación y hurgando entre sus libros, me imaginaba a los dos desnudos en el comedor riendo alegremente, me imaginaba sirviéndole el postre intencionadamente sin crema, para después ofrecérsela diseminada en mis tetas desde donde él la succionaría con ansias, me lo imaginaba sorbiendo el vino que corría por mi vientre donde yo lo esparcía desde mi copa y me lo imaginaba, sobre todo, chocando a cada momento con su miembro fabuloso, que nunca había visto, en todos los muebles y en el borde del comedor al sentarse, mientras yo reposaba mis tetas sobre el mantel sin que él pudiese separar la vista de ellas.

Con la mente llena de estas imágenes fue que, pasado el mediodía, entré en la sala para invitarlo a pasar a la mesa.

Él estaba en su acostumbrada posición extendido largamente sobre el diván, levantando el libro frente a sus ojos.

Me senté a su lado sin hablar y desvió levemente la cabeza para saludarme con sus ojos tiernos.

Acaricié su cabello, como para comprobar la tarea realizada el día anterior y en ese momento tomó mi mano para retirarla.

Me sobresalté temiendo su abandono y escuchaba el ruido de la rota cristalería de mis ensueños, cuando él, describiendo un lento arco en el aire depositó mi mano ahí, justo entre sus piernas sobre su mástil oculto y erguido.

Un golpe duro en el interior de mi cerebro desparramó enseguida un escalofrío por mi espalda húmeda y mis manos comenzaron a moverse en forma decidida, como dueñas de una experiencia que nunca tuvieron.

Su cremallera se deslizó en silencio y el prisionero vio la luz ante mis ojos extasiados.

Ninguna visión imaginada podría haber superado a esa realidad palpitante.

Quedé por un momento paralizada sin poder separar la vista.

No percibía en ese momento ningún detalle específico.

Era su dimensión llenando el espacio, en medio de esa soledad y ese silencio que nos envolvía, delimitando un mundo aparte, un mundo en el que nos estábamos encontrando sin decirnos nada porque una sola palabra habría quebrado el hechizo.

Y fue en medio de ese silencio y de esa soledad que mi dolor apareció en el bajo vientre con una violencia inusitada, como para hacerme presente que tenía cuerpo, y fue tan intenso que para atenuarlo sentí la necesidad imperiosa de doblarme sobre mi misma y de esa manera, inevitablemente, fui acercando mi rostro hacia su forma y lo tuve ante mis ojos en un primer plano inusitado.

Oscilaba ante mí como una vara mágica cuyo calor podía percibir cerca de mis mejillas, lo vi latir al ritmo de su corazón que en ese momento era el ritmo de mi dolor en mis profundidades y pude ver como la piel de su extremo desnudaba su cabeza brillante y redonda, luminosa, tensa y mi boca se fue abriendo, sin que yo pudiera evitarlo, como cuando la boca se abre de espanto, porque un espanto especial era el que me invadía en ese momento, el espanto de lo que estaba imaginando y que no me atrevía a admitir.

Con los labios casi doloridos por el esfuerzo lo introduje en mi boca, sin tocar su piel, en un equilibrio perfecto, rodeado tan solo de mi calor y de mis vapores.

Pequeños golpes sobre las paredes de mi boca eran ocasionados por su palpitar y cada uno de ellos encontraba un eco en la dolorida respuesta de mi vientre y fue entonces cuando mi lengua se atrevió a calmarlos con caricias que inventaba desde la nada de su experiencia, impulsada solo por el deseo.

Sentí sus manos acariciando mi cabellera y luego deslizarse por la tenue seda de mi blusa.

Él estaba abriendo mis botones, él había despertado ahora y se hacía partícipe activo de la locura.

Eran dedos sudorosos, pero livianos, torpes y ansiosos que hacían su tarea con objetivos claros.

Con pequeños movimientos, casi imperceptibles, yo le ayudaba, sin abandonar al prisionero de mi boca.

Sacó mi sujetador y mis tetas esperaron sus manos que no llegaron porque se habían introducido bajo mi falda para alcanzar la voluptuosidad de mis nalgas.

El camino estaba a la vista, ese camino que entre tinieblas había tratado de percibir en mis noches de soledad.

Ese camino que yo debería recorrer hasta el final, sin saber como, y en el cual él no podría guiarme, ahí estábamos los dos preguntándonos en silencio, buscándonos para quemarnos juntos.

Con los labios apretados sobre mi tesoro lo fui deslizando hasta dejarlo libre y me puse de pié despojándome de la falda y todo lo demás para aparecer frente a él en toda mi desnudez.

Su rostro congestionado adquirió la serenidad de quien sabe que ha llegado al final de su difícil camino y extendió los brazos hacia mí.

Había decisión en su mirada y cuando estrechó mis manos sentí en ellas una fuerza que no había imaginado, me atrajo hacia el con cierta autoridad y me pareció que en ese momento había, de alguna forma, madurado, lo sentía mas cerca en el tiempo, como si yo hubiese retrocedido y el hubiese realizado un salto de años, de modo que cuando separó mis piernas y me hizo sentar sobre su muslos, me pareció que le estaba obedeciendo y fue esa la primera vez que encontré el sentido de la palabra entrega.

Lo demás fue el rayo candente y liberador, la destrucción que originaria de todos mis placeres, la entrada triunfal y dolorosa de su presencia en mi vida, sus inagotables centímetros enseñándome mis propias dimensiones, describiéndome con pausa y con detalles, abriendo mi presente y mi futuro, hasta que mis vellos solitarios, hasta ese momento encontraron los suyos en un abrazo multitudinario y bicolor.

En ese momento en que juntos comenzábamos a temblar, vi sus ojos azules alegres y pícaros, me di cuenta que mi dolor en el bajo vientre era barrido para siempre de mi existencia y pude contemplar la mesa primorosamente adornada por mí y una cena maravillosa que debería esperar quizás mucho tiempo para ser consumida.