Capítulo 3

Estuve excitado varios días. No podía dejar de recuperar esas imágenes tan pervertidas de la boca de mi madrastra engulléndome, dejándolo todo perdido de saliva sin ningún pudor. Había sido la mejor mamada que había visto, no solo en vivo, sino incluyendo la pornografía. Por mi cabeza sólo pasaba la idea de repetirlo.

Por otro lado, Alana se había vuelto a poner una máscara infranqueable. Actuaba como si nada hubiera ocurrido y lo hacía con una facilidad pasmosa. Solo atisbaba cierta tensión cuando nuestras miradas se encontraban, o al menos eso me imaginaba yo. Sin embargo, cada vez tenía más claro que ella nunca más iba a hablar del tema y por descontado no iba a repetir la escena. Quizás si yo se lo pedía…

Mi nueva oportunidad llegó un viernes por la noche. Mi padre, como tantas otras veces, iba a llegar muy tarde del trabajo, de madrugada. Cuando me enteré, decidí no hacer planes para estar en casa; sabía de buena tinta que mi madrastra tampoco iba a hacer nada esa noche. Y una vez que estuviéramos los dos solos, de noche, y sin peligro de que mi padre llegara pronto a casa…

La cena estuvo marcada por una charla insustancial. En cierto modo, podía notar casi físicamente como ambos hablábamos por hablar, eludiendo nuestro escarceo. Se me hacía muy raro e incómodo, pero Alana parecía de lo más normal. ¿Tenía una capacidad real de memoria selectiva? ¿Cómo podía comportarse como si no hubiera pasado nada con lo fuerte que fue el encuentro?

Después de cenar, ambos fuimos al comedor y nos tumbamos en puntas opuestas del sofá.

—¿No haces nada con tus amigos hoy? – preguntó Alana acomodándose en su sitio. No pude evitar fijarme de nuevo en su vestimenta. Lucía una bata corta, rosa, muy veraniega y de aspecto sedoso y suave. Como todo, le quedaba de fábula y dejaba que sus piernas perfectas se lucieran.

—No tenía ganas de salir. – mentí. Quería salir, pero lo que más quería estaba en aquel mismo sofá.

—Vaya. ¿Y te vas a quedar aquí viendo una película conmigo? ¿No vas a ir a jugar a tu ordenador? – insistió con un tono de sorpresa demasiado afectado.

—Pues sí, tampoco me apetece jugar al ordenador. – volví a mentir. Ella reaccionó con una sonrisa seductora, sin mirarme ni contestar más allá de un leve asentimiento. Me dio la fugaz sensación de que sabía perfectamente qué es lo que yo quería en realidad. – ¿Ponemos una película de terror? Me encantan.

—Vale. – lo cierto es que me importaba más bien poco el género de la película.

Tras unos minutos de película, Alana se acercó a mi con el pretexto de que tenia miedo. Sus piernas y brazos tocaban los míos. Notaba su fragancia, ese olor celestial que hacía que mi sangre se disparara a mi entrepierna. Estuve varios minutos muy tenso y no precisamente por la película. Ella estaba atenta a la pantalla, aunque también la notaba pendiente de mí. Estaba siendo provocativa de una forma muy sutil e inocente; ahora te toco un brazo, ahora una pierna, ahora me apretujo contra ti… cada susto de la película era un pretexto para ponerme nervioso.

Tanto da el cántaro a la fuente que al final se rompe. Llegó un punto en que estaba completamente erecto. El paquete se me marcaba claramente, luchando contra la resistencia que oponían mis calzoncillos shorts de verano. No es que me importara demasiado, en realidad lo que quería era que ella se diera cuenta de mi dolencia y empezara la acción. Pero no sabía cómo encender la mecha. Me daba vergüenza plantearlo abiertamente. Alana no dejaba de ser mi madrastra y aunque nuestro anterior encuentro fue algo onírico para mí, también me violentaba pedir que se repitiera. Pero, ella me estaba provocando, ¿no? ¿O eran imaginaciones mías?

Cuando la película ya encaraba su final, decidí dar un paso inequívoco para desencadenar la acción sexual. Desplacé mi mano derecha hasta su mano izquierda. La cogí suavemente y, despacio, la transporté hasta el notorio bulto de mi entrepierna. Ella no reaccionó, siguió mirando la película. Su mano, en cambio, sí lo hizo. Se movió con delicadeza, siguiendo el contorno de mi falo, que se extendía hacia mi pierna derecha, hacia ella. Con su dedo índice y pulgar recorrió la silueta del bulto, suave y sensualmente. Cuando llegaba a la punta, retrocedía y hacía el camino inverso. Era un amago de masturbación por encima de la tela. Su mirada seguía clavada en la televisión.

—Ya me parecía raro que te quedaras aquí conmigo… – dijo ella, todavía sin mirarme. Sonreía ligeramente. En las comisuras de su boca aparecían unos pequeños pliegues, sutiles, como si su piel recordara el camino exacto de cada malicia compartida.

—Bueno… esperaba que pudiéramos… repetir lo del otro día. – acabé por confesar. Me costó un mundo, pero ya estaba hecho. César había cruzado el Rubicón.

—¿Te gustó mucho eh? ¿Quieres volver a ver como me trago ese pollón que escondes aquí? – esta vez se giró mientras hablaba y se agachó hasta mis calzoncillos, colocando sus morros en mi tronco, sobre la tela. No sé que me ponía más cachondo, sus gestos o la forma sucia en la que hablaba. Esas palabras malsonantes tenían una nota deliciosa en su boca.

—No pienso en otra cosa. – le revelé, aunque estoy seguro de que ella ya lo sabía. Ella se incorporó y me miró.

—¿Si? ¿Quieres que mami te la vuelva a mamar como sólo ella sabe? – me dijo con un tono infernalmente caliente. Tras decirlo, juntó saliva en sus labios y me la mostró haciendo morritos.

—Sí, sí, por favor… – atiné a decirle mientras miraba esa boca que hacía diabluras.

Ella deslizó su mano dentro de mi bóxer y agarró mi falo por el tronco. Sin liberarlo de la prenda, comenzó a meneármela muy despacio. Al mismo tiempo acercó su cara a la mía hasta quedarse a apenas milímetros de mí.

—Yo también he pensado en esa tranca tan bonita que tienes… – me susurró. Sus labios casi tocaban los míos, que se abrían receptivos para recibirla. Ella, sin embargo, no me besó. Podía notar la calidez de su aliento y su aroma a pasta de dientes. Sus ojos estaban tan cerca de los míos que nuestras pestañas casi se tocaban – He pensado en lo mucho que me pone su olor… – añadió, tras lo cual sacó la mano de mis calzoncillos y se la llevo a la nariz. Aspiró profundamente y dijo “qué bueno”.

—Es toda tuya… – solté, por decir algo. Mi voz ya estaba ronca de la excitación.

Ella volvió a agacharse para colocarse cerca de mis calzoncillos. Los bajó suavemente hasta dejar a la vista toda mi hombría, que rebotó tras liberarse. Se acercó y me besó en la punta, con más ternura que sensualidad.

—¿Te crees que soy tu puta? – dijo de súbito. Entonces se apartó de mi falo y me miró. – ¿Crees que te voy a chupar la polla cada vez que te apetezca? – me dijo entre divertida e indignada.

—Yo… sólo quería… yo…. No sé… – Me había cogido completamente desprevenido y desconcentrado.

—Mira, niñato. Si algún día quiero volver a comerte la polla lo sabrás. Hasta entonces puedes hacerte pajas. – cogió el mando, apagó la televisión y se marchó.

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Tras un par de meses desde la incómoda situación en el sofá, había conseguido no pensar demasiado en Alana. Atesoraba lo que había vivido con ella en mi habitación, pero me dije que nunca más se repetiría. Bastante suerte había tenido de vivirlo aunque solo fuera una vez.

Un sábado de madrugada, yo estaba tomándome unas copas con unos amigos. Estaba en un garito muy chill de la ciudad; tenía buena música, pero a la vez era tranquilo. Había sitio para sentarse distendidamente a charlar y otras zonas de baile. Me lo estaba pasando bastante bien, riéndome con los amigos por cualquier cosa y bebiendo. Además, estaba intentando pescar a una chica muy mona, que parecía mostrarse bastante receptiva.

En un momento dado, estaba hablando con ella en la barra mientras bebíamos, cuando al consultar el móvil vi un mensaje de mi madrastra.

—¿Qué haces? – decía.

—Estoy con unos amigos. – contesté fugazmente para no ser maleducado ante mi potencial ligue. Y luego guardé el móvil en el bolsillo.

Intenté retomar la conversación con la chica pero no podía concentrarme. Con el pretexto de ir al lavabo, la dejé allí. Luego la busco, pensé.

Fui al lavabo y me encerré en uno de los retretes. La música se oía amortiguada. Abrí los mensajes y vi que mi madrastra ya había contestado.

—Tengo que pedirte un favor. – ponía.

—¿Qué quieres? – contesté. Me imaginaba que ya había hecho o quería algo que no iba a gustarme.

—¿Puedes venirme a buscar? Estoy con unas amigas en el centro y he perdido el monedero.

—Bfff estoy con mis amigos. No puedo irme ahora. Llama a papá. – le dije. Tenía esperanzas con la rubita del pub y no iba a echarlas por la borda.

—No puedo llamar a tu padre. Es tardísimo y se cabreará. Ha currado hoy.

—No es problema mío. – fue lo único que respondí. No pienso ir a recogerla de probablemente una cita con algún tío.

Salí del baño y para mi enfado noté que estaban llamando. Era Alana. Me cago en todo que pesada pensé. Me giré y vi a mi chica todavía en la barra, hablando con su grupito. Al menos no está sola. Salí del pub y cogí el teléfono.

—Ya te he dicho que no puedo ir. – fue lo primero que dije.

—David, por favor. ¡Que me han robado el monedero! Suerte que he podido cancelar todas mis tarjetas desde el móvil. – estaba algo nerviosa. También se notaba que había bebido y se oían voces femeninas y música de fondo.

—Alana, estoy muy bien donde estoy ahora. No voy a ir a buscarte para ahorrarte una discusión con mi padre. Dile a alguna de tus amigas que te traiga. – le expliqué con calma pero firme.

Oí como se levantaba de donde estaba y se alejaba del ruido.

—Si vienes te volveré a chupar la polla. – soltó al cabo de unos segundos, bajando la voz. Me que quedé petrificado. – Y te correrás en mi cara. – añadió.

—Joder… – suspiré. – ¿Cuándo? – susurré yo.

—En el coche. Paramos un momento y hago mi magia. – sus palabras bailaban en mis oídos.

—Pásame ubicación.

Mientras conducía de camino al sitio iba recreándome con los detalles de lo que iba a pasar. Sin embargo, al cabo de un rato se me pasó por la cabeza que intentara engañarme otra vez. La dejaría en medio de la autopista si hacía falta.

Llegué al punto exacto y allí estaba. Era cierto que estaba con unas amigas. Había 4, incluida ella, sentadas en una terraza de un bar. Una de ellas era muy atractiva. Era rubia, con facciones marcadas que le daban un aire de mala leche. Tenía una cara felina realmente sexi. Iba peinada con una cola de caballo, como mi madrastra. Llevaba un top rojo de tirantes que dejaban a la luz un escotazo de infarto. Vaya amigas tiene, pensé. En ese momento Alana me vio, se despidió de sus amigas y vino hasta el coche. Sus amigas, la siguieron con la mirada hasta mí. Se notaba que iba un poco pasada de vueltas.

Cuando entró al coche, lo inundaron al instante dos fragancias: su afrodisíaco perfume de siempre y el alcohol. Iba con un tipito de infarto. Llevaba un top negro muy sugerente recubierto con una camiseta semitransparente también negra. En la parte de abajo llevaba unos shorts de tejano, muy muy shorts. En los pies lucía unos botines negros que realzaban todavía más su figura.

—No me ha costado convencerte ¿eh? – Me dijo con malicia alcoholizada nada más entrar. Como he dicho antes, llevaba un peinado de coleta. Estaba bastante maquillada y sus ojos eran leoninos, con un rímel largo estilo egipcio. Los labios lucían un rojo carmesí muy sexy.

—Te lo digo enserio, como intentes jugármela te dejo donde sea. – le advertí.

Ella se rio mientras decía “tranquilo, tranquilo”. Le encantaba jugar conmigo, ya por aquél entonces lo sabía perfectamente. Al cabo de unos minutos de conducción, ella dijo:

—Gira aquí y para en el polígono. Voy a pagar a mi taxista. – dijo sonriendo.

Aparqué en un lugar poco iluminado. Al girarme para mirarla ella estaba con los pies en el salpicadero, quitándose los pantalones. Debajo llevaba un tanga de hilo negro, de infarto. Yo estaba sin palabras. Ella se incorporó y se puso a cuatro patas, con su culo apuntando a mi dirección. Era del tamaño ideal. Las dos nalgas parecían esculpidas por un genio renacentista. Junto a su baja espalda, formaba un melocotón completamente perfecto. El hilo negro del tanga escondía apenas nada. Pasaba por encima de su ano, que se atisbaba perfectamente, y apenas cubría el inicio de su coño. Era una imagen celestial.

—¿Qué te parece? Siempre me están comiendo el culo con los ojos… he pensado que podrías comértelo de verdad – anunció con su voz cantarina. Su trasero se meneaba en mi rostro como si fuera él el que me hablara. – Pero sólo un poquito, que esos agujeros son de tu padre.

—Va… vale. – dije absorto. Había fantaseado tantas veces meter la cabeza en esos menesteres que ahora no sabía qué hacer.

—¿Qué pasa? Ahora tienes la oportunidad de oler algo mejor que un tanga.

Me acerqué y le aparté el tanga despacio. Dejé completamente a la luz toda su zona noble. Un ano precioso, sin ninguna imperfección. Era ligeramente oscuro, con un tono rosado apagado. El coño era un manjar llamado a ser comido. Era pequeño, con los labios en su perfecto sitio. Se atisbaba ligeramente algo de vello púbico muy recortado en el monte de Venus. Acerqué mi rostro al punto entre los dos agujeros y lo restregué. Olía a mujer. Era un olor muy excitante, a limpio, pero no a recién duchado. Era un aroma denso, terroso, íntimo. Un perfume que no se compra ni se fabrica: se gesta en la piel, en el roce, en el calor encerrado en el cuerpo. Huele a lo prohibido, a lo que se esconde bajo la ropa y se revela solo cuando la lujuria toma el control. Pasé mi nariz por encima del ano y disfruté de él lo máximo que pude de esa fragancia casi ácida, inconfundible y casi imperceptible. Metí mi lengua ligeramente y bajé hasta su coño. Lo probé gustosamente. Ya estaba mojado. Tenía un sabor delirante, causando en mi una excitación sin paragón. Era un sabor metálico pero agradable que se esparcía por toda mi lengua. Volví a subir al ano y ella gimió. Acto seguido se apartó.

—Ha terminado tu periodo de prueba gratuita. – me dijo con sarna. – Ahora déjame chupar a mí que para eso has venido. – añadió con deseo.

Notaba ligerísimamente sus efluvios entrando por mis fosas nasales. Me recosté en mi asiento y me dispuse a disfrutar, por fin, de otra de sus increíbles mamadas.

—Espera, ven mejor a este asiento. Así puedo ponerme entre tus piernas sin que moleste el volante. – me dijo.

Di la vuelta y nos acomodamos tal y como ella había dicho.

—Aquí es donde quieres que esté todo el día, entre tus piernas y chupando polla. ¿A que sí? – Me preguntó mientras me desabrochaba el pantalón y me ayudaba a quitármelo todo.

—No estaría mal. Mira, he traído una toalla… para que no se manche mucho el coche. – me expliqué. Ella se rio mientras la colocábamos en el asiento.

—Lo tienes todo pensado ¿eh? Pues si no quieres mis babas por el coche no sé por qué tendría que dártelas en la polla. – dijo ella con malicia.

—Puedes manchar todo lo que quieras. – zanjé simplemente.

Ella miró mi polla y le soltó un gran escupitajo ¡pfffua! que dio sobretodo en mi abdomen.

—Hoy no tengo tanta puntería, he bebido un poco. – me explicó mientras se acercaba a mi abdomen y recogía el escupitajo con su lengua. De camino a su sitio, paró sobre mi polla y soplo sobre ella, esparciendo la saliva por todas partes mientras el sonido burbujeante que hacía con su boca llenaba el cubículo.

Luego empezó lo bueno. Mi pene ya estaba completamente duro, pero no tuvo inconveniente en metérselo hasta la tráquea a la primera de cambio. Lo hizo despacio, pero al final su nariz tocó mi abdomen. Un poco de su carmín rojo quedó marcado en la base de mi rabo. Se la sacó también con calma, dejando tras de sí un falo brillante de saliva. Luego cambió su objetivo y fue bajando, siempre a cámara lenta, hasta los testículos, los besó con premura y humedad y volvió a subir. Su lengua subió por el tronco, paró, acercó sus labios y escupió sonora y abundantemente. Luego sorbió parte de las babas y se trasladó a la punta, donde volvió a escupir y a sorber. Mientras tanto hacía ruiditos excitantes, como pequeños gemidos o risitas que creaban una atmósfera de éxtasis. Me miraba y me sonreía. Tras juguetear un rato de esa forma, empezó a tragársela entera con más agresividad y constantemente.

—¿Quieres follarte la garganta de mami? – Me dijo entre suspiros.

—Mejor fóllame tú con la garganta. – quería que ella lo hiciera todo.

Ella reaccionó de inmediato. Puso sus manos en mis muslos y, usando solo la boca, se tragó todo mi falo hasta la empuñadura. Una vez en su garganta, comenzó a subir y bajar con velocidad, sin sacarse nunca la polla de su esófago. Cada pocos segundos tosía y un chorro de saliva escapaba de la boca, cayendo sobre mis testículos o empapando la toalla del asiento. Las venas de su delicado cuello se marcaban por el esfuerzo. Tras varios segundos trabajándome así, se sacó la polla de la boca y tomó una bocanada de aire, riendo ¡fuuuffbb! Acto seguido se empezó a golpear la cara con mi hombría, llenándose de babas por todas partes. Allí donde impactaba mi tronco se levantaban hilos blancos de saliva. Ella movía la cara para llenarse de polla y babas, mientras su boca se abría y su lengua juguetona chupaba por doquier.

—Me encantan las pollas. Seguro que ya te has dado cuenta. – dijo ella antes de volver a la carga, clavándosela hasta la garganta una vez más. ¡Ggggagga! Los sonidos pornográficos inundaron el coche. En ese momento ya tenía la base de la polla roja de su pintalabios.

Una vez más, se sacó la polla de la garganta, tomo aire y escupió con energía. Un enorme escupitajo se estrelló contra el tronco y resbaló por los huevos. Alana, ansiosa y encendida, se pegó a mi glande y comenzó a besarlo, a morrearlo más bien, con una sensualidad y única. Iba ladeando la cabeza, moviendo la polla, cambiando de sitio para hacer la experiencia más intensa. Su lengua se retorcía por la punta, haciendo requiebros imposibles llenos de lujuria y humedad.

Acto seguido mi polla volvió a explorar las profundidades de su garganta. Se la encastró hasta el fondo y para mi sorpresa, sacó la lengua y me lamió los testículos. Luego volvió a la carga con sus subidas y bajadas a gran velocidad mientras emitía unos ruidos nasales que me volvían loco gLoGG, glAAOgg, nNggjjjGGGGjjj. Cuando no pudo más, se la sacó con un tremendo gemido, escupió, me miró y con una de sus manos recogió un reguero de babas que se deslizaba por mis testículos y se lo esparció en la cara. Una isla blanca de baba quedó fijada entre su frente y su nariz, alcanzando incluso su pestaña izquierda. El olor de su saliva se propagaba por el coche. Qué guarra es esta tía, me dije. Lo cierto era que me encantaba y ya estaba llegando al límite de mi aguante.

—¿Me vas a dar tu puta leche? – me espetó con una sonrisa insinuante.

—Estoy cerca. – le confirmé.

—Quiero que te corras pero bien. – dijo, llena de deseo. Tras lo cual abrió la puerta del coche, se bajó y se colocó en cuclillas en el suelo, amorrada a mi hombría. – Prepárate que ahora voy a poner el turbo.

Me puse de lado para facilitarle el acceso. Ella cogió mi rabo y de nuevo se restregó con él con fruición, muy rápido. Paseaba mi polla por su cara mientras iba soltando escupitajos a cada poco. Luego siguió con sus característicos golpecitos, dándose aquí y allá mientras mi miembro la salpicaba. Siguió con otra retahíla de gargantas profundas hasta que vislumbré claramente el clímax. Ella lo notó.

—Dámelo todo, córrete a gusto para mami. – me dijo jadeante, tras lo cual volvió a encajar todo mi falo en su garganta e hizo unos ruidos de marrana tremendos. El rímel de sus ojos estaba ya completamente corrido, entre lágrimas y babas. – Levántate y fóllame la boca hasta el final. – añadió con premura. Yo obedecí.

Salí del coche y apoyé su cabeza contra la carrocería. Ella posó sus manos en mis nalgas y se auto folló la boca para guiarme. La saliva caía, esta vez, sobre su camiseta transparente. Podía verle el mareante canalillo desde arriba. Escupió por enésima vez sobre mi polla, con un sonorosísismo ¡pfffuaaa! Y empezó a masturbarme a gran velocidad mientras mantenía la boca abierta ante mí.

—Venga empápame, empápame ya. – dijo, tras lo cual volvió a chupar. Yo le cogí la cabeza con ambas manos y comencé a mover las caderas violentamente. La follada de cara que le estaba pegando era espectacular. Cómo aguanta, es increíble. Gluck, gluck, gluck, gluck, estuve dándole un buen rato sin parar. Ella me daba bofetones en las nalgas para que siguiera. Vaya perra.

Al final me obligó a sacársela para respirar. Jirones de babas espesas caían de su barbilla a su ropa. Ella, sin descanso, volvió a la carga, pero yo ya no podía más. Le separé la cara ligeramente y le indiqué que me iba a correr.

—Mánchame enterita David. – me animó mientras procedía a masturbarme frenéticamente. A cada instante escupía y me sonreía, sacando la lengua.

Finalmente exploté. Un lingotazo de semen se estrelló directamente en su lengua. Ella lo engulló con ganas mientras reía y gemía. Un segundo chorro acabó entre su nariz y sus labios. El siguiente en su frente y parte de su pelo. Los últimos remanentes, que salían ya sin la misma presión, acabaron en sus mejillas gracias a sus movimientos. Pegaba mi miembro a su cara para aprovechar hasta la última gota. La imagen era para recordar. Una preciosidad inigualable, con una amplia sonrisa en sus labios, manchada completamente de mi semen.

—Joder que puta pasada. – dijo ella incrédula y risueña. – Mira cómo me has puesto de semen.

—Eres increíble. – fue lo único que pude decir.

Ella siguió chupeteándome. Mi pene empezaba a aflojarse, pero ella seguía jugando con él. Se daba golpecitos flácidos por la humedad de su rostro, dando pie a sonidos de salpicaduras muy morbosos. Me mostraba saliva desde sus morritos, le daba besos a mis huevos… Al final mi pene quedó completamente flácido.

—Bueno, pues ya te he pagado. A ver cómo me limpio ahora… – me dijo mientras se levantaba. La verdad es que iba hecha un cuadro, con el rímel completamente desfigurado, el carmín de sus labios prácticamente desaparecido y toda la cara y parte del pelo manchada de fluidos.

De camino a casa, ella fue acicalándose lo mejor que pudo mientras comentábamos la jugada.

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