Capítulo 3
- Elsa y Juan I
- Elsa y Juan II
- Elsa y Juan III
- Elsa y Juan IV
- Elsa y Juan V
- Elsa y Juan VI
- Elsa y Juan VII
Elsa y Juan III
Finalmente llegó el deseado día de la partida.
El vuelo salía de Madrid a las 18:30.
En la terminal de Barajas Elsa tenía la sensación de que todo el mundo los miraba de una forma rara.
Mientras estuvieron en Madrid se comportaron como madre e hijo, no siendo que alguien conocido los viera.
Viajaban en clase preferente y no iba nadie más en el compartimiento.
Cuando terminó el servicio de cabina y quedaron solos, Elsa encostó la cabeza en su hombro.
Si entrara alguna azafata tampoco lo vería raro, además nadie sabía que tipo de relación tenían y Juan era mucho más parecido a su padre que a ella.
La diferencia de edad se notaba pero tampoco tenían aire de madre e hijo.
– ¡Que locura! Tengo la sensación de que todo el mundo nos mira como si supiera nuestra situación. – Juan sonrió. – Eso es absurdo, cariño. Tu miedo de ser descubierta te está destrozando los nervios. Es normal que un hijo viaje con su madre y nosotros nunca nos tocamos en público ni asumimos actitudes anormales. Si alguien nos vio en Barajas habrá pensado: «Elsa se va de viaje con el hijo». Londres es igualmente peligroso. Hasta que estemos en la habitación seguimos igual… maaamiii. – ¡Qué gracioso! A propósito de mami… ¿Ahora que somos una pareja, no te sientes menos hijo mío que antes? – Juan la miró directamente a los ojos. – Mama, lo más lindo que tiene nuestra relación, es que es completa… mejor dicho, es total. Me siento más hijo tuyo que nunca. A la vez siento que eres mi queridísima esposa. Es algo tan hermoso… tan increíblemente bello y difícil de explicar… ¿Y tú cómo lo sientes? – Elsa estaba extasiada. Su hijo la amaba y su amante también. – Al principio fue difícil de asimilar… muy difícil… pero ahora siento exactamente lo mismo. Me siento explotar de amor. Estoy totalmente realizada. Tú para mí eres mi queridísimo hijo, mi marido amantísimo… mi todo. Te has convertido en mi universo. Ya lo eras, pero ahora con una profundidad total. – La cortina estaba totalmente cerrada. Se besaron apasionadamente.
Quedaron en el Holiday Inn London Heathrow. Salían con British Airways la noche siguiente para Sydney vía Singapur. La reserva estaba hecha a nombre de Mr. Hernández y quedaron en una habitación de matrimonio.
Elsa, mi amor, no me apetece ir al restaurante. No aguanto más tiempo sin poder besarte, sin manifestarte mi amor con miedo de que alguien conocido nos pille accidentalmente. Además el catering del avión no estaba malo y no tengo hambre. ¿Y tu, quieres cenar? – Ella lo abrazó con mucha ternura, lo besó apasionadamente, sus lenguas se mezclaron. Sentían sus cuerpos pegados, Juan le acariciaba los senos… se sentaron en la cama tocándose, saboreando ese momento cómo si fuera el último de sus vidas. – No, mi amor, tampoco tengo hambre y no quiero estar ni un segundo sin total privacidad contigo. Es nuestra primera noche de amantes en un hotel. Nos duchamos juntos y después nos acostamos.
Juan, puedes venir que la ducha está preparada. – Qué imagen más linda… Su Venus desnuda estaba ya dentro con todo el cuerpo mojado excepto el pelo que había sido tratado esa misma tarde por el peluquero. Entró en la bañera cogió gel y empezó a lavarla. – No me mojes el pelo, cariño. – Le metió la mano entre las piernas. – ¿Este tampoco? – Elsa se rió. – Mira que eres malo… – él continuó su trabajo, mientras que con la otra mano le acariciaba los durísimos pezones. Lentamente fue desplazando la mano hasta que llegó a la zona del ano. Cogió más gel, fue frotando y casi imperceptiblemente le introdujo la punta del índice en el apretado orificio. – Mmmm… qué agradable… hazlo muy despacito querido. Me encanta pero me duele un poco. Ahí nunca entró nada. Bien… hasta ahora. – Juan estaba a cien. Casi se corría, entre lo excitado que estaba y la forma como ella le acariciaba los testículos con el gel.
Terminaron de ducharse y se secaran el uno al otro dando especial atención a las zonas erógenas. La cogió en brazos y la puso sobre la cama boca abajo, en una toalla grande que había preparado antes. – Te voy a masajear, mama.
Antes me lo hacías a mí cuando era bebe. Ahora te toca a ti. – Tenía preparado un frasco de leche hidratante, pero antes le besó y le lamió los pies, introduciendo la lengua entre los dedos que a continuación chupó uno por uno durante un buen rato mientras le acariciaba las piernas. Era algo que la ponía muy nerviosa y muy cachonda a la vez.
Elsa disfrutaba cada segundo con un placer indescriptible. Finalmente Juan echó la crema en las manos, la dejó que se calentara un poco e inició el masaje. Lo hizo con una suavidad extraordinaria, sin hacerle ningún daño, alternado movimientos enérgicos con toqueteos casi imperceptibles con las puntas de las uñas erizándole la piel de excitación.
Cuando llegó a los glúteos, la masajeó con bastante crema teniendo el cuidado de no acercarse demasiado al sonrosado agujerito.
Ella estaba deseando sentir su toque ahí y empezó a moverse gimiendo bajito, lo que él entendió a la primera. Lentamente le abrió las hermosísimas piernas, se echó sobre la cama también boca abajo entre sus piernas.
Sin nunca dejar de tocarle, le abrió un poco el culito y empezó a lamerla en círculos, penetrándola con la lengua alternadamente.
Era la primera vez que le hacía semejante caricia. Emocionado y excitadísimo se dio cuenta que hasta en ese sitio su querida mami, cómo tantas veces le llamaba, era toda una perfección. Toda ella olía y sabía divinamente. Su vulva chorreaba excitación abundantemente y él la bebía toda.
A cierta altura le dio la vuelta y empezó a acariciarle el clítoris con lamidas muy suaves, introduciéndole un dedo en el culito ahora mucho más profundamente. Elsa entonces explotó en una serie de orgasmos, totalmente descontrolada, casi gritando: – ¡Te amo, Juan! Oh Dios… cómo amo a mi querido hijo. No puedo vivir sin tu amor, mi querido. ¡Qué Dios me lleve si un día tengo que perderte! Eres mi hijo y mi amante. Nunca me dejes…
Juan no esperaba una reacción tan avasalladora. Emocionado se le caían las lágrimas y la besaba. – No mama, no Elsa. Os amo tanto a las dos que si un día pierdo alguna de vosotras me suicido. Hace más de 10 años que vivo para momentos como este. Lo que siento por ti es verdadera devoción, es más que amor. Si me hubieras rechazado el día en que te propuse vivir así contigo no habría resistido a semejante disgusto. Eres mi diosa, mi Afrodita. – A continuación Elsa se dio la vuelta poniéndose sobre él en un monumental sesenta y nueve lleno de sentimiento, que pronto los levó a un orgasmo magnífico. Juan se corría a borbotones y Elsa lo bebía todo, sin perder una sola gota.
Él hacía lo mismo.
Se acostaron para descansar un poco, dentro de las sábanas. – Cariño, tenemos que dormir. Son casi las doce y estoy cansada. Puse el despertador, ya avisamos a la recepción para despertarnos… – No puedo dormirme sin llenarte con la semilla de mi amor, querida. ¿Ya tomaste la píldora, verdad? – Elsa se puso a cuatro patitas sobre la cama. – Sí, cariño. Ahora lléname de tu amor para que podamos dormir en paz. Tampoco yo puedo abdicar de ese placer. Pero no me toques en el culito que me duele un poco. Te prometo que te lo regalo durante nuestra luna de miel. Lo deseo tanto cómo tu, pero hoy no puedo. – Fue una sesión de amor, sexo, sensualidad, morbo y todo lo que se puede gozar entre dos seres que se adoran. Finalmente se lavaron y durmieron abrazados.
La mañana siguiente después de desayunar fueron en el «Shuttle» del hotel hasta la terminal y ahí cogieron en tren rápido que sale para la Vitoria Station cada 15 minutos. Ahí se quedaron hasta las dos de la tarde. Elsa quería llevar varias cosas que habitualmente compraba en Londres en sus frecuentes viajes de trabajo.
Ya de vuelta al hotel descansaron hasta las 20:30, hora a que dejaron el hotel para ir a facturar para el vuelo BA0017 que salía a las 22:25. Después cenaron en el aeropuerto. – Mama, cuando esté trabajando haremos muchos viajes cómo este. Adoro viajar, eso lo heredé de ti. ¿Ya te imaginaste lo que es estar con las dos mujeres que más amo en la vida recorriendo el mundo? Y que encima no tienen celos la una de la otra ni se montan intrigas ni conflictos, como suele pasar entre suegra y nuera… – Elsa se echó a reír. – Oye majo, yo nunca le haría algo así a mi nuera, en cuanto a llevarme bien con ella eso ya no lo garantizo, pero la verdad es que con la actual no me podría llevar mejor. Nunca había pensado en esto, pero soy mi propia suegra y mi propia nuera. No deja de ser divertido… y práctico.
Juan le acarició la mano muy discretamente, pensando que en un sitio cómo el aeropuerto de Heathrow no es difícil encontrarse uno con quién menos se espera. – La verdad mama, es que esta situación es por lo menos, tradicionalmente insólita, tiene varios inconvenientes, cómo tener que vivir a escondidas, no poder formalizar la situación, etc… pero las ventajas son tantas que compensa todo eso. Me imagino a la estúpida de tu amiga Mercedes con sus manías, su importancia y su chulería, si descubriera lo nuestro. – Ella lo miró con una sonrisa enigmática. – Mercedes… cómo se ve que no la conoces. Descríbeme como la ves. – Él no entendía bien la pregunta ni el motivo de la misma. – Bueno, no sé bien que es lo que me estás preguntando, pero intentaré contestarte. Pues… no le conozco ningún compañero… ¿Quién aguantaría a una tía así? Me da que es una reprimida sexual, llena de prejuicios, de un chulísimo impresionante, quizá una de estas tías que pasan el tiempo en la iglesia… si algún día tuvo un orgasmo… habrá sido con el dedo, imagino… no sé, nunca me di al trabajo de pensar en ella más de diez segundos. Es muy guapa… pero me cae fatal.
Pagaron la cuenta y fueron al «lounge» de British Airways a tomar café. Después se fueron al «Free shop». Mientras caminaban Elsa continuaba la conversación. – ¿Te cuento un secreto? – Él quedó intrigado. – Mi madre y mi mujer no pueden tener secretos conmigo. Adelante. – Pues… ¿Y si te digo que es lesbiana? No pongas esa cara que hay más. ¿Y si te digo que lleva años apasionada por mí? Se me declaró varias veces… intentó llevarme a la cama también varias veces y las tonterías que dice y toda la chulería es solo para despistar. – Juan alucinaba. – ¿Y tu como reaccionaste? – Elsa lo miró con picardía. – ¿Estás celoso? No te imaginarás que me acosté con ella… a pesar de que una vez me sentí tentada. – ¿¿¿Cómo??? – No puedes estar hablando en serio. – Ella lo tranquilizó. – Tranquilo, que no lo hice. Mira es mejor nos vayamos ahora que ya iniciaron el embarque… a pesar de que no hay prisa. Los de primera clase somos los últimos en embarcar. Ya continuaremos la conversación. Infelizmente no nos faltará tiempo. Odio a los vuelos de larga distancia… pero en este caso los fines justifican los medios.
La primera clase iba casi vacía. Ellos iban en la penúltima fila del lado derecho y los pasajeros más cercanos eran una pareja jovencita, seguro que en luna de miel, cuatro filas más adelante y en el lado opuesto. Los asientos, mejor dicho, los sofás eran muy cómodos y voluminosos, lo que daba mucha privacidad… e ideas a Juan sobre la forma de ocupar parte de tiempo del viaje. La llegada a Singapur estaba prevista para el día siguiente a las 18:30, hora local.
Finalmente despegaron. El tiempo estaba bueno y no hubo turbulencia. Las azafatas sirvieron bebidas y una cena de muy buena calidad. Mientras tanto madre e hijo conversaban.
Cuéntame lo de Mercedes, cariño. ¿Dices que una vez te sentiste tentada a acostarte con ella? – Mira Juan, entre nosotros no puede haber secretos y tenemos que ser lo suficientemente maduros para entender ciertas cosas. De otro modo somos iguales que aquellos que nos mandarían a la hoguera por prácticas incestuosas. – Es cierto, pensó Juan. – Yo estaba sexualmente muy sola. De hecho, el último hombre con quién me acosté antes de ti fue tu padre. Empezaba a andar muy confundida y deprimida con el desarrollo de lo nuestro. No podía admitir ni siquiera ante mi misma que me sentía avasalladoramente atraída por mi propio hijo. Llevo años arrastrando este problema… – Juan puso su mano sobre la suya acariciándola, muy comprensivo. – Una tarde me invitó a su casa. Ya sabía para qué, pero aún así… fui. Bebimos un poco y tu sabes que raramente lo hago. Entre el alcohol y mi estado de espíritu no pude resistir y me dejé besar.
Estaba excitadísima. A cierta altura me acordé de ti, me levanté y le dije que me iba. No podía continuar, pero lo hice más por mis prejuicios que por otra cosa. Tengo que admitir que me apetecía… y mucho. Al llegar a casa me masturbé y fue un orgasmo delicioso, pero antes de correrme solamente pensaba en ti. Esto ocurrió el día siguiente al masaje que te di cuando te hiciste una contractura en el tenis. Andaba loca de deseo por ti, me acordaba de tu erección y de lo que deseé en ese momento hacerte correr en mi boca y beberte todo… ya te había probado antes. – Juan la miró incrédulo – Sí, mi amor. Aquella noche de la tormenta cuando tenías catorce años. Cuándo me inundaste con tu río de pasión, ¿te acuerdas? – ¿Cómo podría olvidarlo? Me quedé helado. No sabía ni que decirte. – Pues esa vez me mojé la mano sin querer y cuando quise darme cuenta me la había lamido… No sé porque lo hice, pero no fue tan inocentemente como durante años me quise convencer a mi misma. Me encantó tu sabor. A partir de ahí empezó el drama de Elsa. Tu sabes lo que pasaste, pero no dimensionas como estaba yo, el conflicto que tenía conmigo misma… y todo lo suporté solita. No hay amiga en todo el planeta en quién se pueda confiar para contar algo así.
Juan se levantó y fue al «toilet». Cuándo volvió pidió a una azafata mantas y almohadas. Las luces de la cabina estaban reducidas a una casi total oscuridad para que el pasaje durmiera. Se acomodaron en los asientos y se taparon con las mantas. Al meter la mano por debajo de la manta de Elsa notó que esta tenía la falda desabrochada y se había quitado las braguitas. Su vulva estaba literalmente inundada. No se veía nadie. Juan se arrodilló en el suelo y la chupó toda. – Eres loco, Juan… ¿y si alguien nos ve? – Elsa logró tener su orgasmo en silencio. Cuando se volvió a sentar, sonriendo le dijo: – Nadie nos ha podido ver. Cuando fui al servicio me di una vuelta por los pasillos y es totalmente seguro. Podemos amarnos a cubierto de las mantas. Tu te pones sobre el lado izquierdo y yo también. Te pones encostada a mí y lo demás lo resuelvo yo. ¿Quieres, mami? – Ya sabes que no puedo rehusarte nada. Lo que tu digas, cariño. En Londres compré unas toallitas buenísimas para que nos lavemos después. Cómo ves, tienes una mujer muy previsora. También compré otra cosa que nos gustará mucho, pero eso para otro día. – Juan estaba ya a camino del orgasmo, retrasándolo todo lo posible para correrse con Elsa. – Cuando terminaron y se limpiaron, Elsa fue al «Toilet» a echar las toallitas y a hacer pis.
– Cariño, ahora ya puedo hablar. ¿Qué fue lo que compraste en Londres? – ¿Conoces a mi amiga Sonia, verdad? – ¿Aquella del pelo cortito con aire de monjita inocente? – Risas… – Pues esa «monjita inocente», como dices tú, me enseñó algo inimaginable, dado su aspecto «naïve». El marido la acostumbró desde el tiempo en que eran novios a follarle el culito. Dice que ni sabe si le gusta más por delante o por detrás. Hace como un mes nos contó que hay un gel magnífico que se llama «K-Y Jelly». Discretamente me lo apunté y compré dos tubos. – ¡Excelente idea, mi amor! Me gustaría ser mosca para poder escuchar las conversaciones instructivas que vosotras tenéis en ese grupo de amigas. – Elsa se reía con gusto. – Elsa, dame tus braguita, cariño – Las tengo en el bolso. ¿Para qué las quieres? – Juan no le contestó. Abrió el bolso las cogió y las olió repetidas veces. Afortunadamente estaban totalmente empapadas… ¡qué aroma tan agradable! Las guardó en el bolso y se quedaron los dos dormidos.
Legaron a Singapur cuarenta minutos antes de la hora prevista. Tuvieron que cambiar de avión. El siguiente era también un Jumbo de British Airways, vuelo BA 7306 con salida a las 20:00 y llegada a Sydney a las 05:10, hora local.
Salió en hora pero llegó como una media hora más tarde.
Fue un vuelo bastante desagradable, con desviaciones continuas para evitar tormentas y alguna turbulencia. Iba prácticamente lleno y no pudieron tener ninguna privacidad para sus juegos de amor.
Durante la noche, a cubierto de la oscuridad de la cabina y de las mantas con que se cubrían, se masturbaron mutuamente. Nada más pudieron hacer dadas las circunstancias.
Ese día lo pasaron en Sydney descansando en el hotel para recuperarse de la diferencia horaria. El siguiente día, después de un vuelo interno de dos horas y media se desplazaron en un hidroavión à la pequeña isla que era el destino final del viaje.
Continuará…