Capítulo 3

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Mi gran amor III – Final

Ustedes recordarán por mis relatos anteriores, que mi hermana Cristina, es mi amante desde hace muchos años y que he vivido con ella, todas las fantasías sexuales que se me han podido ocurrir a lo largo de todo este tiempo.

En esta ocasión y para terminar con esta serie, les relataré la primera vez que compartí a mi amante y hermosa hermana con alguien más.

Ella tenía ya dos años de casada, y cuatro de tener relaciones sexuales conmigo, aprovechando las frecuentes ausencias de mi cuñado por cuestiones de trabajo, ya que por ser ejecutivo de una empresa farmacéutica, viajaba consuetudinariamente.

Cristina se encontraba físicamente mejor que nunca, estaba convertida en un verdadero cromo de mujer, a quien yo disfrutaba completamente cada vez que quería.

La belleza por naturaleza que tenía, se había acentuado considerablemente, al tener una vida sexual muy activa, ya que prácticamente tenía relaciones sexuales a diario, pues cuando no estaba mi cuñado, era yo quien compartía su cama todas las noches, y cuando el regresaba, pues diariamente se encargaba de darle a su preciosa mujer, su ración de miembro.

Esta fuerte actividad sexual, la fue convirtiendo en una mujer adicta al sexo, situación que yo aprovechaba ventajosamente, ya que por los principios morales con los que fuimos educados, ella no podía por si misma, aceptar ninguna de las muchas proposiciones que frecuentemente recibía, por lo que se limitaba a masturbarse frenéticamente o principalmente a compartir sus prohibidas fantasías con el único pecado que tenía en su vida: YO, SU HERMANO.

Por mi parte, nunca inicié ninguna relación con nadie pensando en alguien serio.

Las novias entraban y salían de mi vida a montones, ya que si llegaba yo a tener sexo con ellas, no me sentía satisfecho hasta vaciarme totalmente en el interior de mi hermana, e inclusive a muchas de ellas las dejaba yo plantadas porque después de haber hecho compromiso con ellas, prefería ir a ver, manosear o cogerme hasta hartarme a mi encantadora y prohibida amante.

Mi diversión, fuera de Cristina, era mi grupo de amigos. Cinco solteros empedernidos, amigos de toda la vida, desde la infancia, quienes coincidíamos en muchas cosas, entre ellas, la afición por el sexo y el gusto por mi hermana. Todos la deseaban igual o más que yo.

Históricamente, desde adolescentes, mi hermana Cristina era motivo de plática y discusión entre los cinco amigos.

El sobrenombre de «cuñado» me acompañó desde la infancia, hasta llegar a oírlo como algo normal, a sabiendas de que ninguno de ellos podría tener nunca lo que años después sería mío, la exquisita anatomía de Cristina.

Mi hermana salía a colación tan frecuentemente en nuestras pláticas, que debo admitirles, que sus comentarios de deseo fueron parte importante a que mi propio deseo fuera aumentando hasta el grado de violar a mi hermana, que como recordarán ustedes, fue como inició mi incestuosa relación con ella.

Que mi propia hermana fuera mi pareja, nadie más que ellos lo conocían.

Uno de ellos, no solo lo aprobaba sino que también practicaba el sexo con su hermana ocasionalmente. Los otros tres, no lo aprobaban, pero disfrutaban el que yo les platicara como lo hago en estas páginas, los encuentros con mi Cristina.

Ese fin de semana, uno de ellos cumplía años. Como era de esperarse y algo casi obligado, nos reuniríamos el sábado en mi casa, para jugar, tomar y quizá disfrutar a dos o tres mujeres entre todos.

Todo estaba planeado y listo. Únicamente faltaría decidir a cuantas y quienes llamaríamos a la bacanal, aunque seguramente terminaríamos como siempre, saliendo a buscar prostitutas que nos permitían hacerles de todo.

Cabe mencionarles, que ese fin de semana, mi hermana estaba vetada para mí, ya que el propietario legal de su exquisita vagina estaba en casa, por que solo me limité a ir de visita por la mañana, admirarla a mi antojo y sobarla y besarla a escondidas.

Al mediodía, llamaron a mi puerta y fue grande mi sorpresa cuando vi aparecer a Cristina.

Me dijo que acababa de dejar a su marido y sus hijos en el aeropuerto ya que acababan de avisarle de la gravedad de su madre en el norte del país, no pudiendo acompañarlos ella por el miedo irrefrenable a las alturas que desde pequeña ha padecido.

Está de más decirles lo que aconteció. Me la cogí toda la tarde, en todas las posiciones conocidas, la hice venirse innumerables ocasiones, la mamé, me mamó, la masturbé, me masturbó, en fin…hicimos todo lo que quisimos hacernos.

El tiempo pasó sin que me diera cuenta. Cuando reaccioné, faltaba únicamente media hora para que mis amigos llegaran a mi casa.

Pensé en ese momento, lo cachondo que sería que ellos la vieran ahí, conscientes de que seguramente habríamos tenido una buena sesión de sexo, además del orgullo de que contemplaran el manjar que comía yo cuando quería.

Casi sin pensarlo y bajo el argumento de que podía quedarse a dormir conmigo y pasar juntos amándonos toda la noche, amén de que podía atendernos en la reunión.

Nos bañamos juntos, y tuve que hacer un verdadero esfuerzo para no brincarle encima cuando empezó a vestirse de nuevo.

Si bien es cierto que se puso la misma ropa que tenía al mediodía al llegar, los arreglos que hizo causaron un fuerte impacto en mí.

La blusa blanca se la amarró a la cintura, dejando desabotonados los dos botones restantes dejando ver el nacimiento de sus turgentes senos, que presionaban el pequeño sujetador que se dejaba ver debajo de la blusa.

Al llegar a casa, la traía abotonada normalmente y por adentro de la falda, la cual le cubría hasta arriba de la cintura.

La falda fue doblada sobre el grueso cinturón, de manera que se convirtió en una falda corta de cadera, por lo que el plano abdomen quedaba totalmente al descubierto.

Aunque no se veía, yo sabía que llevaba un pequeño calzoncillo de hilo dental que se perdía entre sus dos exquisitas nalgas.

Para rematar este bello cuadro, decidió quedarse descalza, lo que hacía que sus preciosos pies quedaran totalmente al descubierto y sus largas y torneadas piernas, las pudiera apreciar en su máximo esplendor.

El no ponerse absolutamente nada de pintura y su pelo descuidadamente arreglado, la hacían ver como fugada de una revista de modelos, además de que se tenía que estar loco para no suponer que se trataba de la imagen de una mujer que había recibido una fuerte dosis de sexo.

Cuando llegaron mis cuates a casa, no supieron que decir. La sorpresa de encontrarse a mi hermana y el deseo con que recorrieron su cuerpo no les permitía articular palabra.

Primero y de manera muy discreta, me regañaron por tenerla ahí, lo que echaba a perder los planes originales. El enojo inicial fue dando paso al morbo de saber que le había hecho toda la tarde y finalmente, con el paso de las horas y el calor de las copas, el enojo dio paso definitivo al deseo de tener a esa belleza.

Durante el tiempo transcurrido, mi hermana se limitaba a atendernos sirviéndonos los tragos, las botanas, aunque inconscientemente caminaba muy sensualmente causando en todos nosotros una verdadera excitación que sin darnos cuenta iba en aumento.

Llegó el momento en que no pude contenerme más y tomando a mi hermana por la cintura la senté sobre mis piernas a lo que ella cachondamente se resistió al principio pero accedió finalmente animada por las voces de mis compañeros.

Inconscientemente, mi mano derecha se perdió por debajo de su falda acariciando a mi antojo el aterciopelado muslo, desde su torneada pantorrilla hasta posarla sobre su vagina por encima de la tanguita.

Decidí que ella jugara mis cartas, porque al sobar con la palma su entrepierna sentí que rápidamente se humedecía, no solo por el manoseo de que estaba siendo objeto sino que yo lo hiciera delante de mis amigos, quienes no podían apartar la vista del cuadro, por lo que mi boca empezó a recorrer su cuello.

Cuando mi mano inconscientemente se deslizó debajo de la pantaleta, sentí el húmedo clítoris que rápidamente aumentaba de tamaño al tiempo que un leve gemido escapó de su garganta.

Mi hermana volteó a verme, y sin poder contenerse me besó en los labios metiendo su lengua entre mi boca, mientras presionaba su rica cadera sobre el bulto que sentía debajo de ella.

Yo perdí totalmente la cabeza, mi boca le recorrió el precioso cuello y mis manos recorrían ya todo su cuerpo.

De pronto, noté que uno de mis amigos, se paró por detrás de mi hermana, y sacando de entre sus ropas su miembro bastante engrandecido lo puso sobre la comisura de los labios de mi hermana, la cual sin pensarlo dos veces abrió la boca dándole cabida a semejante trozo de carne.

Para entonces ya había yo desamarrado la blusa de Cristina, dejando al descubierto al resbalar el sujetador sus dos hermosos senos, cuyos pezones acusaban la excitación de que era objeto por tener u n considerable tamaño y una dureza fuera de lo habitual.

El primer orgasmo asaltó a mi hermana por el frote de mi dedo anular sobre su engrandecido clítoris, sin poder soltar de lleno sus gemidos, ya que la gruesa verga de mi amigo entraba y salía rápidamente de su boca.

Prácticamente la arrebaté de mi amigo, y haciendo a un lado de un manazo vasos y cartas, la acosté sobre la mesa.

Mi amigo al cual mamaba, rápidamente volvió a perder su miembro en la boca de mi hermana, mientras los otros tres y yo, alrededor de la mesa nos dedicamos a quitarle cuanta prenda de ropa tenía encima.

Al quedar totalmente desnuda, y mamando golosamente una verga que no era la mía ni la de su marido, no pude contenerme más y jalando su cadera hacia la orilla de la mesa de manera que sus formidables piernas quedaran colgando, la ensarte de un solo empujón, clavando mi excitadísimo pene sin mayor complicación ya que se encontraba literalmente empapada con sus propios jugos.

Otro de mis amigos, sacándose también, su verga, la puso junto a la boca de Cristina, por lo que no le quedó más remedio a mi hermana que turnarse los dos miembros parados en su cavidad bucal.

Se sacaba uno para mamar el otro y recorría las inflamadas cabezas de los dos, mientras gemía entrecortadamente por la cogida que yo le estaba pegando.

Empezó a venirse una vez tras otra, al momento que otro de mis amigos , el tercero, se prendió a sus inflamados pezones, mordiéndolos, lamiéndolos y finalmente untando el pene sobre los senos de mi hermana.

Ella se encontraba totalmente fuera de si. Los orgasmos le venían una y otra vez.

Yo no puede resistir más al ver que los dos amigos a los que les mamaba, se vinieron al mismo tiempo sobre su cara, como si se hubieran puesto de acuerdo, y mi hermana intentaba infructuosamente de tragarse la abundante cantidad de semen que le tiraban dos miembros a la vez, y me vine copiosamente dentro de ella.

Grande fue mi sorpresa, cuando al retirarme, de inmediato el amigo que sobaba su pene en los pechos de mi hermana, la montó sin importarle que aún escurriera mi leche del interior de la vagina.

Cristina seguía teniendo orgasmos en cadena presa de una excitación irracional, animal y con cinco vergas a su disposición, disfrutando de ella abundantemente.

El ultimo de mis amigos, que hasta ahora se había resignado a masturbarse únicamente, nos sorprendió a todos, pues cuando ya montaba a Cristina el tercero de ellos, colocó la cabeza peneal en el orificio anal de Cristina y de un solo empujón se lo dejó ir.

Si bien es cierto que mi hermana, prácticamente estaba ya desfallecida de tener tanto orgasmo ininterrumpidamente, abrió la boca jalando desesperadamente aire y empezó a tener una nueva cadena de orgasmos.

El cuadro era verdaderamente de orgía. Mi hermana, mi amante, mi mujer, era cogida por uno de mis amigos, el cuarto ya, por su vagina, era cogida al mismo tiempo por el ano, tenía dos vergas dentro de la boca, y una más en una mano, la que era prácticamente obligada a moverse hacia delante y atrás, masturbando al quinto miembro.

La leche la empapó por todos lados. No tenía mi hermana una sola parte del cuerpo que no tuviera huellas de semen como producto de la batalla sexual de que había sido objeto.

Al retirarse de ella el ultimo miembro, como pudo se levantó de la mesa, recogió su ropa y corrió hacia mi habitación donde se encerró hasta que mis amigos se fueron y fui a tocarle verdaderamente preocupado.

Al abrirme, noté que ya se había bañado, pero noté también su cuerpo verdaderamente enrojecido y adolorido.

Únicamente me dijo:

–Hoy si te pasaste—me rodeó con los brazos el cuello , me dio un tierno beso en los labios, y nos dispusimos a dormir estrechamente abrazados.

Antes de dormirme, alcancé a escuchar que me dijo:

–No cabe duda, puedes hacer conmigo lo que quieras. Te amo.

Continúa la serie