Cálido verano
La verdad es que fue una excitante aventura de verano, que seguramente su recuerdo me haga más soportable el próximo frío invierno que no esta tan lejano.
Yo estaba viviendo en un pueblo de la costa alicantina con una mujer alemana de 38 años, alta y muy guapa llamada Claudia.
Ella era y es una importante directora de un restaurante famoso de la zona y yo el encargado de la seguridad de una discoteca de moda entra en la juventud más marchosa.
Nos llevábamos bastante bien, entre otras cosas porque a ella le encantaba follar todo lo que podía…a pesar de tener horarios incompatibles.
Nos cruzábamos un par de horas por la tarde, generalmente a loa hora de la siesta y nos amábamos hasta quedar completamente exhaustos y rendidos.
No obstante, a pesar de sus grandes y firmes pechos, su culo prieto y sus piernas torneadas, hacer el amor con ella se había convertido en un ritual sin emoción alguna.
Claro que disfrutaba, pero echaba algo de menos. Con Claudia todo era demasiado sencillo.
«Mañana llegará mi sobrina a pasar unos días de vacaciones
conmigo». me dijo un caluroso sábado mientras estábamos entrelazados en la cama.
Andrea tenía 18 añitos y era poco menos que una diosa nórdica caída del cielo y aterrizada en mi apartamento. Me volvió loco de lujuria por ella en cuento posé mis ojos en su escultural cuerpo.
Alta, de medianos y duros pechos juveniles, un culo de infarto, prieto y hermoso, un vientre chato y plano con algo de pelusilla rubia y un rostro angelical adornado y envuelto por una larga y maravillosa cabellera de color del trigo maduro.
Yo quería lamerla entera, poseerla eternamente, meterme dentro de ella y pertenecerle hasta el fin de los días. Solo que mi pareja era su adorable tía y yo casi le doblaba la edad.
Una mañana en que Claudia se marchó a trabajar me levanté como un zombi para ir al cuarto de baño. Aquella noche solo había dormido escasamente un par de horas y estaba destrozado. De vuelta del lavabo pase por delante de la habitación de Andrea.
La puerta que antes estaba cerrada ahora aparecía completamente abierta.
Y allí en la semipenumbra de la habitación estaba ella, desnuda, con las piernas muy abiertas y ligeramente flexionadas, las manos detrás de la nuca y sus perfectos pechos alzados coronados con unos pezones duros como clavos.
Dormía profundamente. Tuve un escalofrío que bajo por mi columna y descubrí la polla erguida como una palanca de acero, realmente no recordaba haber tenido una erección tan dolorosa y dura en mucho tiempo.
Entre en el cuarto sigilosamente, me arrodillé en el suelo y mire con excitación su coñito rosado perfectamente rasurado.
Acerqué mi boca a la raja y observé una película de humedad sobre su vulva pulposa y un latido que se iba incrementando en la cresta de los labios verticales.
Sople levemente sobre ellos sin atreverme todavía a tocarla. Ella suspiró profundamente, siempre dormida, e hizo un movimiento involuntario que apretó su coño contra mi nariz.
Olía a hembra joven llena de vida y de sensualidad. Estiré la lengua y la lamí muy despacito, entre abriendo la vulva, llegando al clítoris, frotándolo…
Alcé la vista un instante y observé sus pezones endurecidos y el movimiento casa vez más frenético y excitado de su respiración.
Tenía los ojos cerrados y gemía como si se hallara soñando, y no era precisamente una pesadilla.
Metí la lengua en su dulce tesoro, bien adentro, todo cuanto pude hacerlo y la saqué. El suspiro que lanzó fue como la llamada salvaje de la selva.
Repetí la operación una y otra vez con más celeridad hasta que de pronto cerró sus muslos alrededor de mi cabeza y se corrió con tal violencia que me llenó el rostro de sus preciosos jugos.
Me puse de pie y la observé. Seguía durmiendo a pesar de todo. Mi polla rebosaba líquido como el cráter de un volcán a punto de explotar.
Me acerqué a la cabecera de la cama, me senté e una silla y la miré. La polla esta roja como un tizón ardiendo.
Entonces Andrea se giró en la cama, adoptando una postura casi fetal con su lindo rostro muy cerca de mi arpón. Estiré el cuerpo hacia delante de forma que el glande rozara sus labio.
La vi estremecerse y sacar una lengua rosada, caliente y muy jugosa con la que lamió mi prepucio.
Cerré los ojos al borde del más extraordinario colapso. Me quedé quieto sin atreverme a hacer nada.
Ella cogió la testuz de mi rabo con su boca y lo succionó con fuerza. No pude controlar por más tiempo mi orgasmo y eyaculé en su boca. Andrea se tragó mi leche con ansiedad sin abrir los ojos sin mover más que su hambrienta boca.
Aquella tarde tomamos una ligera merienda su tía, ella y yo.
Nada me dio a entender que Andrea se hubiera enterado de lo ocurrido esa mañana. Su comportamiento era como de costumbre. Más tarde se marchó a la playa y Claudia y yo follamos como animales en celo.
«Estas muy ardiente esta tarde amor», dijo ella con las pierna alrededor de mi cintura.
¿Qué podía decirle? ¿Qué cerraba los ojos y que entonces veía el maravilloso cuerpo de su increíble sobrina?
Al día siguiente, cuando Claudia se marchó, fui como todas las mañanas al baño. La puerta del cuarto de Andrea estaba cerrada.
Oriné, me duché largamente, me cellipé los dientes y de camino a mi habitación para vestirme….vi la puerta de su cuarto…completamente abierta.
Esta vez yacía boca abajo con los brazos abiertos en cruz, las piernas formando una Y invertida y debajo del vientre una almohada alzando su culazo.
No vacilé un instante. Me acomodé entre sus piernas y le lamí el ojete.
De vez en cuando apartaba el rostro y comprobaba el latido de su ano bajo la cosquilleante presión de mi furiosa lengua. Ensalivé el dedo con cuidado y lo introduje en el recto.
Luego utilicé el pulgar para acariciarle al mismo tiempo el clítoris de fuego.
Andrea comenzó a moverse como una peonza, muy lentamente, buscando el orgasmo que le estaba provocando mis dedos.
Me arrodillé desesperado, dispuesto a follarla ahí mismo, pero una voz somnolienta de claro acento alemán dijo entre sueños:
«Par la coño no querer…»
Y alzó más las nalgas.
Las abrí con las 2 manos y dejé que el ojete brillara en todo su esplendor.
Lo besé, le metí la lengua y los dedos, lo llené de saliva toda su superficie y apunto de estallar apoyé el glande en el umbral y vi como Andrea se aferraba a las sabanas con sus pequeñas manos.
Me hundí entre sus nalgas hasta el fondo con acometidas cada vez mas feroces.
Lanzó un gemido gutural y se corrió con tanta fuerza que arrastró todo mi semen en su torbellino.
Exactamente todas las mañanas a la misma hora durante las siguientes dos semanas se repitió aquel juego ardiente. No podía pensar en otra cosa que en el momento de llegar a casa, esperar que Claudia se marchara y correr a la cama de Andrea como un poseso.
Necesitaba aquella piel suave cada vez más morena por el sol, aquel culo 10 que tanto me encantaba sodomizar, la maravilla de sus tetas y la llamada sabrosa de unos pezones que eran como oscuras balas de gran calibre.
El último día entré en su cuarto y la encontré encogida de costado, desnuda como siempre. Me acosté detrás de ella, pegando mi cuerpo al suyo como una lapa, le así los pechos y le besé por su cuello.
Cogí un poco de crema de la mesilla de noche, le unté el ano y metí mi verga muy adentro.
Follamos interminablemente, como a cámara lenta, hasta que no me controlé más y me corrí silenciando un alarido que ella no reprimió escapando de sus gruesos labios adolescentes. Luego me duché y regresé a su cuarto.
Me arrodillé junto a su rostro y le metí la olla en la boca. Succionó y chupó hasta tragarse mi última eyaculación.
Jamás vi sus bellísimos ojos verdes mientras me mamaba la polla o la enculaba. Andrea era una hermosa follante durmiente.
Cuando se fue creí que iba a morir de tristeza. Aunque bien mirado, en realidad me hubiese muerte si ella se hubiera quedado, porque a lo largo de esos excitantes quince días no pegué el ojo ni un segundo y derramé mas esperma que en toda mi vida.
Se marchó una mañana mientras yo dormía.
Claudia le acompañó al aeropuerto y de regresó se metió en la cama.
Se acomodó entre mis piernas y me lamió el sexo, los huevos y la zona sensible que hay entre el ano y la base del pene.
Cuando se lo metió en la boca, entre succión y succión me dijo:
«Mi sobrina es increíble cariño, ¿no sabes?, ella es la única chica de su edad que quiere llegar totalmente virgen al matrimonio, dice que…»
Pero yo ya no la escuchaba. Recordé sus palabras, «par la coño no querer…» y me corrí entre las palabras de la encantadora e ingenua tía.