Capítulo 2

Hogar, dulce hogar II

Y fuimos felices porque yo la complacía en todo y procuraba verla siempre contenta, porque anteponía su felicidad a la mía.

Y por eso, un día que llegué a nuestro piso muy apresurado porque andaba con ansia de volver a estar con ella, entré al salón y como no la vi me fui directamente a su habitación, donde me la encontré en la cama y follando con su nuevo macho.

Ella me miró, se sonrío y me dijo con la mano que me esperara, lo que significaba que tenía que desnudarme, arrodillarme frente a la cama, colocar las manos cruzadas en la espalda y mirar, atentamente, como ella me hacía cornudo mientras ella animaba a su macho a que la follara más, con más ímpetu, porque su cornudo novio estaba mirando y quería complacerlo, hacerlo feliz.

Y cuando se corrieron, ella se levantó, se vino hacia mí y me beso en los labios con una ternura infinita, mientras me decía que me quería, que me amaba y que la volvía loca que yo la quisiera tanto.

– Pero como no te has arrodillado inmediatamente, al verme follar con otro tengo que abofetearte para que no me pierdas el respeto, ¿lo comprendes?

– Sí, lo comprendo y acepto.

– ¿Qué aceptas?

– Tu deber inexcusable de abofetearme.

– Es necesario que lo haga para demostrarte que mi poder sobre ti no tiene límites.

– Lo comprendo; hazlo, por favor, te suplico que lo hagas.

– Sí, cornudo.

Y entonces me dio una hostia mediana, de las que dejan huella en la cara, pero no muy fuerte, mientras me llamaba cornudo y yo le daba las gracias.

– Gracias por abofetearme –le dije arrobado.

– Sí, cornudo.

Y me dio otra hostia con la otra mano.

– Gracias por abofetearme –volví a repetirle, mientras mi pito se ponía duro y ella aprovechaba para pasarme las yemas de los dedos por los pezones con sus adorables uñas de manicura francesa.

Y luego me besó con ternura, me dijo que me quería y se volvió de nuevo a la cama de su amante para seguir follando, ofreciéndole a él sus hermosas tetas para que las besara y chupara, para que lamiera y mordiera sus hermosos y oscuros pezones que yo tengo prohibido acariciar o besar.

Y allí humillado, arrodillado y mirando sus pezones, sus tetas acariciadas y sobadas por otro comprendí mi condición de cornudo sumiso y consentidor, y le confesé mis más recónditos deseos:

– Sí, mi ama, ofrécele tus tetas a tu macho; esas tetas que son para mi el símbolo de tu poder sobre mí y a las que yo no puedo tocar ni acariciar, sólo venerar, porque soy tuyo en cuerpo y alma, y te repito una vez más que puedes hacer conmigo lo que quieras y te suplico que te apoderes del último de mis pensamientos para hacerlos tuyos, que tu voluntad sea la mía, que me moldees a tu gusto como el alfarero hace con el barro para que sólo sea un apéndice tuyo, una prolongación de ti dispuesto a satisfacer hasta el último de tus caprichos. Que cada día me hagas más tuyo, más cornudo, más esclavo a ti, para que sólo sea tu fiel criado, tu puta sumisa, tu cornudo marido. Te amo, amor mío, haz conmigo lo que quieras.

– ¿Sí?. Pues lo voy a hacer, no te quepa la menor duda –me dijo, antes de echarle los pies a su macho por la espalda y espolearlo para que la follara clavándole los talones en las costillas.

Y en éstas hemos seguido, aunque yo ahora tengo que trabajar como hace ella, aunque de otra manera, porque tengo que ir a casa de su amiga Eva, por ejemplo, a limpiarle el piso como ella me ha ordenado porque dice que no quiere verme sin hacer nada mientras ella trabaja, por lo que cuando ella se va a trabajar yo voy a casa de su amiga Eva, me desnudo, me coloco un delantal de doncella francesa sobre las braguitas suyas que siempre llevo, y friego el suelo, según sus instrucciones.

– Pero a cuatro patas –me había aclarado-, no uses la fregona, quiero verte arrastrada como una puta fregona, enseñando tu culo bajo el delantal mientras te cuelgan «mis» pelotas y friegas el suelo a mano con una bayeta.

No sé si le cobra algo a su amiga Eva por mis servicios, supongo que sí, pero a mi me da igual porque yo la amo por encima de todo, por encima del bien y el mal.

Y por eso cuando mi querida Carol chatea con sus machos por Internet yo ya sé que me he de arrodillar bajo su silla, entre sus muslos y lamerle el coño mientras ella chatea con ellos para que esté bien excitada y puta y pueda así ligarlos mejor.

Y desde abajo, arrodillado entre sus muslazos, me la como entera, de arriba abajo y de abajo a arriba, pasando mi lengua por la raja de su coño de arriba abajo y de abajo arriba, hasta que consigo que se corra sobre mi cara, que eyacule sobre ella y que me la deje toda mojada porque ella es muy mujer y cuando se corre me moja entero.

Otras veces salimos a la calle y ella se tapa con un abrigo de pieles, mientras que debajo va completamente desnuda.

Entonces, cuando consigue ligar con un macho en una discoteca o un pub, por ejemplo, me llama y me dice al oído que se la ofrezca a su macho.

Y entonces nos vamos a un lugar apartado, yo me pongo detrás, le voy abriendo los botones y cuando ya están todos sueltos, le abro el abrigo para que aparezca desnuda ante él y se la ofrezco así, para que se la folle.

Y ella levanta un muslo, le coge la polla a él y se la mete en su coño, mientras se mueve y me empuja a mi contra la pared.

Y yo meto mi cabeza en su pelo y le digo que sí, que la veo guapa, muy guapa, hermosa, como una reina que necesita esclavos para ser adorada y muchos machos para ser satisfecha.

Y le digo que la amo, que te amo, Carolina, que te quiero con toda mi alma.

Que mi placer es sufrir para que tu goces con mi sufrimiento y que te lo ofrezco para que lo disfrutes, para que te corras de placer al ver como sufro y gozo por ti.

Eres tan bella que comprendo que mi misión por el resto de esta vida es dedicarme en cuerpo y alma a conseguirte el placer, a que goces, a que disfrutes de todos los machos que te gusten, que se te encaprichen, mientras que yo te adoro, reverencio y beso el suelo que pisas.

Y te digo que me gustaría que me castraras para así servirte mejor, como el eunuco de una reina porque una diosa como tú necesita eunucos que la adoren y reverencien.

«Te quiero, amor mío, te quiero con toda mi alma», le digo, mientras siento como se corre entre arcadas de placer y se queda extasiada bajo el abrigo de pieles que la hacen ahora más diosa, más guapa después de haber gozado y de haberme hecho cornudo, muy cornudo.

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