Emputecí a mi esposa I
Me encantan las mujeres bien putas.
Me recalienta que se cojan a mi esposa, que sea la más puta y la más caliente de todas, por lo que la historia que aquí relato es total y absolutamente cierta.
Mi mujer, María José, mide 1,63 Mts., pesa 54 kilos, morenita de aspecto oriental más bien tipo tailandés por lo que despierta la pasión en muchos hombres de sólo mirarla.
Pese a lo menuda que es, sus medidas siempre fueron 90 – 60 – 90 que mantuvo durante mucho tiempo gracias a su fanatismo por la aeróbica, pero que ha visto incrementadas (105 Cms) con unas prótesis que se implantó en los pechos (Mi putita personal es la más rica de todas, yo le digo que es una versión morena de Pamela Anderson ).
Sigo con la descripción, tiene un culito pequeño pero muy apretadito, sin una pizca de celulitis, tanto que parece el de una jovencita. Lo mejor de todo es su apretada pero muy elástica chochita que sabe manejar a su antojo, dando gran placer al apretar el pene como una mano enguantada.
Me casé con ella porque me calentó más que ninguna y fue la más puta conmigo.
Nunca tuve prejuicios con respecto al sexo y después de conocerla a ella menos aún, a pesar de que la amo y siento celos en determinadas ocasiones no tengo problemas en que culee con quien quiera, siempre que yo lo sepa o me lo cuente después, lo que me dá gran placer.
Mi orgullo es que sea la mejor y la más puta en la cama.
Aún desde los primeros años de nuestro matrimonio siempre quise que fuera bien desinhibida en la cama ya que nunca habría podido casarme con una mujer mojigata.
Así fue como la alentaba a desarrollar su sexualidad cada día más lejos, es decir la emputecí consciente y pacientemente.
Al poco tiempo de casados ya quería compartirla, más bien sabía que algún día debería hacerlo porque de otra manera lo haría sin yo saberlo.
A pesar de su naturaleza muy sexual, me costó convencerla para que tuviera alguna aventura fuera del matrimonio ya que es muy selectiva. Le propuse intercambios de pareja, tríos o que simplemente me «engañara», es decir que me hiciera cornudo, pero sólo se calentaba sin decidirse a hacerlo.
Después de un largo trabajo de convencimiento, durante un viaje mío, logró hacerlo con un chico dieciocho años menor (cuando ella cumplió 36) ya que su debilidad son los jóvenes.
Afortunadamente fue una gran experiencia para ella y para mi también ya que después nuestra relación mejoró aún más, cogíamos como desaforados día y noche ya que mi calentura aumentó como nunca, en definitiva nuestro matrimonio ganó mucho con esta experiencia.
El relato que élla me hizo de su aventura me convenció que no estaba errado porque gozó mucho según su propio relato.
Su primera «víctima» fue un estudiante que trabajaba medio tiempo en un almacén familiar.
Se lo cogió por primera vez en nuestra propia cama, previamente lo había seducido con miradas y conversaciones sugerentes por lo que cuando lo llamó para que le llevara unas mercancías a la casa iba con la esperanza de que pasara algo, claro que nunca se imaginó que tanto.
Lo recibió en ropa sugerente, es decir un vestido corto con tirantes muy delgado y suelto, sólo con una pequeña tanga como ropa interior, lo invitó con una bebida cola para mitigar el sofocante calor del verano santiaguino, la que finalmente fue con bastante vodka de mi bar personal (mi mujer con poco alcohol se desinhibe totalmente) por lo que no le costó demasiado empezar a besarlo y lograr que el muchacho la manoseara con desesperación logrando sacarle rápidamente la poca ropa que llevaba.
Le bajó el vestido descubriendo de inmediato sus tetas, que yo le había hecho operar para que mi putita fuera la mejor de todas, esto junto con la ausencia de brasieres enloqueció al ocasional amante de mi mujer que comenzó a mamárselas con glotonería.
Mi esposa gemía de placer y rápidamente se vió sólo con su pequeñisimo tanga ante la urgencia de su amante que le besaba todo su cuerpo y le manoseaba su conchita que ya emanaba abundantes líquidos lubricantes.
Estos manoseos hicieron acabar rápidamente a mi esposa que es de muy rápidos orgasmos, la que una vez recuperada a su vez procedió a desnudarlo sacando primero su camiseta y luego su pantalón para proceder a recostarlo en la cama y empezar a besarlo por todo el cuerpo, a todo esto mi esposa es muy hábil con la lengua y le encanta hacer gozar a los hombres de esta manera.
Lo recorrió desde el cuello hacia abajo pasando por las axilas y el vientre, lo que lo hacía gemir y estremecerse de placer, rápidamente llegó a los calzoncillos que no le había quitado aún.
Cuando le besó el pene por sobre ellos, jugueteando con su lengua, sintió un gran bulto por lo que se los bajó rápidamente encontrando una larga aunque no muy gruesa verga (después él le confesaría que le llamaban «el bombero» por su extendida manguera).
Le cogió el largo pene con curiosidad y gran morbo de su parte, por lo que no se resistió a recorrerlo varios veces con su lengua para terminar tragándose una gran porción hasta hacer arcadas, pero viendo con sorpresa que aún quedaba otra similar afuera.
Recuperada de su sorpresa se lo mamó con fricción, pajeándolo frenéticamente por lo que recibió una abundante descarga de caliente y gruesa esperma directo en su garganta que tragó con dificultad pero con gran deleite ya que uno de sus fetiches es hacer acabar a los hombres con su boca y tragarse su semen.
Continuó besándoselo con suavidad y ternura para que se le parara nuevamente, halagándolo por su gran tamaño y lo feliz que la hacía por ello, esto surtió un pronto efecto dada su juventud por lo que rápidamente vió profundamente ensartada su apretada conchita por el largo pene del joven.
Gozó como nunca ya que su amante duró largo rato penetrándola, sacándole a lo menos cuatro orgasmos más.
Aprendió a gozar un pene profundamente enterrado en su concha, ella pensaba que le llegaba al útero por lo menos, lo que la hizo sentirse más caliente aún.
Esta experiencia logró convencerla de que necesitaba ampliar sus horizontes sexuales, ya que disfrutó una gran polla que no tiene en su casa ya que la mía mide sólo 15 centímetros, suficiente para hacer gozar a una mujer pero conoció y aprendió a disfrutar del morbo de comerse un pene descomunal que según ella debería medir al menos 25 centímetros.
Conversamos y disfrutamos muchas veces reviviendo esta experiencia, ella ganó en confianza y carácter, dándole ganas de seguir explorando su sexualidad.
Su actitud fue diferente física y mentalmente, lo que le dió una belleza adicional, incluso pareció rejuvenecer.
Yo la disfruté mucho, me convertí en un semental nuevamente y nuestra vida sexual recuperó y superó todo lo que tuvimos al inicio de nuestro matrimonio, todo lo cual reafirmó mi afán de emputecerla.
Decidimos seguir experimentando, pero convinimos en que sólo se trataría de aventuras, sólo con quien a ella le gustara, que fuera joven y educado.
Continuará…