Capítulo 2

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Un castigo ejemplar II

Entonces se oyó la voz de mi madre:

-niñas, ya es hora de levantarse y desayunar. Luisa, tu madre ha llamado para que vayas pronto a casa, que tenéis que salir a hacer recados.

Nos levantamos, nos pusimos una bata, y desayunamos, luego Luisa se vistió deprisa y se despidió.

Yo me disponía a darme una buena ducha, cuando mi madre me dijo que fuese al salón con ella. Allí estaba mi padre sentado en una butaca leyendo el periódico, que dejó en cuanto entramos en la habitación.

-«¿ No tienes nada que contarnos?», preguntó.

-¿A que te refieres?» dije yo con voz muy bajita.

-A tu escandaloso comportamiento anoche en la discoteca.

Y entonces, además de enseñarme las braguitas que perdí anoche, empezó a contarme con detalle, en que situación estaba yo cuando se encendieron las luces.

Nunca supe quien me vio y se lo contó, pero desde luego la persona que fuese fue muy descriptiva en su explicación a mis padres.

-Igual te crees que por tener dieciocho años, puedes hacer lo que quieras, pero mientras vivas en esta casa tienes que seguir nuestras normas, y tu actuación de anoche, desde luego que no es una de ellas.

-Sí papá. No sé cómo ocurrió y desde luego que no volverá a ocurrir. Perdonarme los dos.

-El que tiene que decidir si perdonarte o no es José. Por nuestra parte, solo te vamos a invitar a reflexionar y elegir entre seguir en casa siguiendo nuestras normas o buscarte un trabajo e independizarte.

-Papá, mamá……

-No contestes ahora, vuélvete a tu cuarto, cierra la puerta, apaga las luces y piensa en ello. Ya te diremos cuando tienes que contestar.

-Sí papá.

Me volví a mi cuarto, me quité la bata, apagué las luces y me volví a acostar. Pasaron horas hasta que entró mi madre con una bandeja con comida. Encendió la luz, y vi que eran las ocho de la tarde. Puso la bandeja en una mesita, me levanté y mientras yo comía me hablaba.

-Silvia, ¿Cómo se te ocurrió hacer eso anoche?

-No lo sé, mamá. Todo fue muy rápido y actuaba sin pensar.

-¿Pero hoy si has tenido tiempo para pensar?

-Si mamá.

-Bien. Cuando acabes de comer te duchas, te vistes, y vienes al cuarto de estar.

-Si mamá.

En diez minutos estaba duchada y peinada, y cuando volví a mi cuarto me encontré encima de la cama, perfectamente lavadas y planchadas la falda y la blusa que llevé la noche anterior.

Me pusé unas braguitas, un sujetador, la ropa que estaba encima de la cama, me calcé y fui al cuarto de estar.

Allí me estaban esperando mis padres, mi hermana, mis tíos, mi prima

Luisa, y para mi sorpresa José.

Mi padre me mandó acercarme a su butaca, y preguntó:

-¿Has decidido ya lo que quieres hacer?

-Si papá, ya sabéis que yo quiero seguir en casa y estudiar. No soy muy buena estudiante, pero me esfuerzo y puedo conseguir una titulación.

-Entonces tendrás que seguir las normas de comportamiento que se siguen en esta casa.

-Si papá.

-Tu madre me ha dicho que tu única excusa, es que actuaste como una niña, sin pensar las posibles consecuencias de tus actos.

-Si papá.

-¿ Y que les pasa a las niñas que no actúan como es debido?

-Que tienen que ser castigadas para corregir su comportamiento, papá.

-Por supuesto, y luego tienen que pedir perdón por su comportamiento.

-Sí papá.

-Bien, primero vamos a dejar unos puntos en claro. Primero, como muestra de respeto y arrepentimiento, solo hablaras cuando se te pregunte expresamente. Segundo, debido a tu afición a perder las braguitas en cualquier sitio, dejarás de usarlas hasta nueva orden, así que dale a tu madre las que llevas puesta.

Me quité las bragas, y se las entregué a mi madre.

-Tu castigo, empieza hoy con una buena azotaina, pero como es natural y para que aprendas bien la lección, durará varias semanas, hasta que estemos seguros que no se volverá a repetir un comportamiento como el de anoche.

Durante ese tiempo, recibirás todas las mañanas, y todas las noches antes de acostarte unos buenos azotes, y el resto del día lo pasarás encerrada en tu cuarto. Además, debido al poco cuidado que has demostrado tener con tu ropa, solo llevarás puesta un camisón. Por último, y para satisfacer tus necesidades sexuales, que han demostrado ser muy imperiosas, José ha propuesto, y tu madre y yo hemos aceptado, que vendrá todas las tardes. Salvo indicación en contrario, deberás esperar de rodillas en la cama, con la cabeza abajo, el culito en pompa, y las piernas separadas, bien ofrecida a tu novio para que te pueda follar, y proporcionarte el placer que has buscado en otras personas. Por supuesto, José ha recibido nuestra autorización para aplicarte cuantos correctivos considere necesarios. ¿Has entendido todo lo que te he dicho?

-Si papá.

-¿Y estás de acuerdo con ello?

-Si papá, haré todo lo que mandéis.

-Muy bien, pues vamos a empezar, primero se va a ocupar de ti tu prima Luisa, que por tu culpa hoy lo ha pasado muy mal.

Dirigí mi mirada hacia Luisa, en la que hasta entonces me había fijado. Tenía la cara congestionada, y los ojos rojos de haber estado llorando.

-Luisa, levántate, y cuenta a tu prima que te ha pasado hoy, y enséñala las consecuencias que han tenido para ti, su comportamiento de anoche.

Mi prima se levantó de su asiento, y dirigiéndose hacia mi empezó a hablar.

-Esta mañana, al llegar a casa, mis padres me preguntaron que tal anoche, y les dije que nos lo pasamos bien, y que volvimos a casa muy prontito. Luego me preguntaron si antes de la alarma había ocurrido algo especial, y por no delatarte les dije que nada. Entonces se enfadaron mucho, me dijeron que era una mentirosa, que ya sabían cómo estabas tu cuando se encendieron las luces, y que contar mentiras es una falta muy grave, que se castiga de una forma apropiada.

Mi prima, entonces se dio la vuelta para quedarse de espaldas a todos, se bajó sus braguitas, e inclinándose hacia delante, recogió su falda por detrás.

Su culete estaba totalmente rojo y brillante, no comprendo como podía haber estado sentada tanto rato. Pero lo que más impresión me dio fueron unas marcas paralelas que lo cruzaban de lado a lado. Luego me contó que su padre había aplicado una vara que solo utilizaba en ocasiones especiales.

-Muy bien Luisa, ya puedes sentarte en esa silla. Dijo mi padre señalando una silla que había en medio de la habitación. Y tu Silvia, ya sabes como tienes que colocarte sobre las rodillas de tu prima.

Mi prima se sentó en la silla indicada, y yo me coloque sobre sus rodillas. Sin decir ninguna palabra, Luisa subió mi falda y sin mas preámbulos empezó a azotar mi trasero.

Pegaba muy fuerte, casi se podía decir que con ganas, y la verdad que no se podía reprochar. Al principio aguanté en silencio, pero pronto el dolor me obligó a gritar y pedir que parase, pero mi padre le dijo que siguiese hasta que él dijese basta.

Al cabo de un rato que se me hizo interminable, la mandó parar, y luisa dándome un beso en mis mejillas me ayudó a levantarme.

-Bien Silvia, esto solo ha sido el principio como podrás suponer, pero como veo que no vas a parar de quejarte en toda la tarde, te vas a poner esto.

Y me dio un pañuelo, que me coloqué en la boca a modo de mordaza.

Entonces me mandó quitarme la ropa que llevaba puesta, y tumbarme boca arriba sobre el sofá.

-Ahora va a ser tu madre la que se ocupe de ti. Levanta las dos piernas y dobla las rodillas.

Yo hice lo que me dijo, y entonces mi hermana pequeña acercándose por detrás, colocó sus brazos por detrás de mis rodillas y tirando de ellas las puso sobre mis pechos, quedándose así sujetándolas.

De esta forma, con mi trasero totalmente expuesto, se acercó mi madre con una zapatilla en la mano y empezó a pegarme como nunca lo había hecho.

Eso si que dolía de verdad. Yo no podía gritar y mi hermana me sujetaba de tal forma que no podía patalear.

Pronto el dolor se hizo insoportable, pero mi madre con una cara inexpresiva no paraba. Me estaba dando con todo el rigor y fuerza que era capaz de aplicar.

Al fin terminó, yo no paraba de llorar en silencio y pensaba que no iba a poder sentarme durante el resto de mi vida.

Me quedé así tumbada y llorando para mi un buen rato. Nadie decía nada, solo se oían mis sollozos en la habitación.

La primera voz que sonó fue la de mi padre.

-Esperemos Silvia, que después de esto, te deje de gustar que te den azotes en público.

Por supuesto, con el pañuelo en la boca no podía responder, así que me quede esperando que el castigo hubiese acabado por ese día. Pero no fue así.

-Tu tío ha tenido la deferencia de traernos su vara de bambú cuyos efectos has visto antes en el trasero de Luisa, y como tu no vas a ser menos hoy la vas a probar por primera vez. Yo creo, y todos estamos de acuerdo que la persona indicada para aplicarte este correctivo es aquella a la que me has defraudado su confianza, tu novio José.

Solo van a ser media docena de golpes, y te vas a quitar la mordaza para darle las gracias por el castigo después de cada uno de ellos. Ponte en la silla como tu ya sabes.

Quitándome el pañuelo, me puse delante de la silla e inclinándome sobre ella hasta colocar mi cabeza en el asiento, me dispuse a esperar el primer golpe de la vara.

Llegó sin ruido alguno, y al principio parecía que no dolía, pero pronto vi que eso no era verdad, era un dolor profundo, intenso, parecía que iba a estar allí siempre. Casi no podía ni hablar.

-Gracias José, apenas balbucee.

Los cinco siguientes fueron casi peores, cada uno de ellos me dejaba sin respiración, apenas podía hablar, y menos gritar.

No se como, pero le agradecí cada uno de los golpes, y cuando acabó mi padre me mando incorporarme, volver a pedir perdón a todos por mi comportamiento de anoche, y mandándome a mi habitación me recordó que este solo era el primer día de unas largas vacaciones que nunca iba a olvidar.

Pero esa es otra historia para contar en otra ocasión.

Continúa la serie