El sobrino de su mejor amigo

A Eduardo no le importó hacerle el favor a Juan Luis, su mejor amigo, de hacerse cargo de Marcos, su sobrino.

A Juan Luis le faltaba una semana de vacaciones y el fin de semana no podría recogerle del internado como le había prometido a su hermano mayor.

Eduardo lo consultó con Carolina y le fue a recoger al aeropuerto.

Como Juan Luis le había dicho, el chico era muy amable y simpático, de fácil y agradable conversación.

Además, pensó Carolina, era muy atractivo, pese a ser tan joven: ojos verdes, risueño, rasgos muy vistosos, alto, de buen aspecto físico.

– Ya está casi la comida.

Dijo Carolina tras los besos de presentación. Marcos les habló de su edad (17 años), de su vida en aquel colegio, de la formación que estaba recibiendo, de sus planes para el futuro… Era un chico casi perfecto. El defecto para Carolina era que la miraba ávidamente, fijándose más de lo debido en su escote.

Se lo dijo a Eduardo tras oír las alabanzas que le estaba dedicando aprovechando que el chico se había ido al baño.

– Hombre, es normal. El pobre sólo ve compañeros…

Podría haber añadido «y además, eres una mujer hermosísima», pero no lo hizo. Carolina se miró al espejo y se encontró deseable: su pelo castaño rizado y abundante, su cara morena, labios gruesos, pechos abundantes e insinuados con escotes no demasiado llamativos peri sí sugerentes y sus buenas curvas apretadas en sus pantalones ceñidos estaban en su mejor momento, ahora en sus 32 años.

De hecho, su marido se lo demostraba siempre que podía y las miradas de los hombres en cualquier local o por la calle no habían cedido nada desde que comenzara a salir.

Aunque no venía mal que un chico se lo recordase con esas miradas inevitables de deseo. Se sonrió y sirvió la mesa.

Durante la comida, había ocasiones en que Carolina rozaba a su marido para demostrarle cómo la miraba y Eduardo la sonreía con complicidad.

En la sobremesa, Carolina se sintió un poco incómoda: como era verano y el chico llevaba unos pantalones cortos y deportivos, el bulto de la entrepierna era demasiado visible. Pero cuando comprobó que Marcos no se apuraba, prefirió no mirar más de reojo… Tan seguidamente.

Casi sin moverse, el sudor aparecía, por lo que los 3 se quedaron derrengados en el butacón viendo la tele. Marcos pidió permiso para ducharse.

«No hace falta ni que lo pidas. Estás en tu casa». Cuando oyó el grifo, Carolina se acercó a Eduardo sonriendo:

– ¿Te has fijado?

– ¿En qué?

– Joder, no me digas que no te has fijado.

– Que sí me he fijado. Ya he visto cómo te mira. No te incomodes, mujer, el chico no lo puede evitar. Yo tampoco dejaría de mirarte. Pero es un chaval sin malas intenciones…

– Ya, ya. Si estoy acostumbrada a que me miren incluso con más descaro que Marcos. Me refería a su pantalón…

– ¿A su…? Caro, eres una degenerada. Mirándole el paquete al invitado, que es un niño…

– No seas idiota, Edu… Pero si es que aunque no quieras mirar se le nota el bulto… ¡Ssh!, que viene, disimula.

Con el pelo mojado y la piel más brillante estaba aún más guapo. Les explicó que se había cambiado de ropa porque estaba un poco sudado.

Carolina le pidió que se la dejara, que pondría la lavadora mañana. Aunque Marcos se resistió, Carolina desarmó sus excusas diciendo que tenía que lavar de todas maneras, por lo que le siguió hasta su cuarto y recogió su ropa.

– ¿Te gusta el cuarto?

– Sí, no hay problema, está muy bien.

– Lo malo es que es un exterior y tiene mucha luminosidad, incluso por la noche. Y la persiana hay que arreglarla…

– No te preocupes, Carolina, duermo bien… Oye, ¿todo?

– Vamos, no seas bobo.

En la cocina arrojó todo al bombo, no sin dejar de notar el considerable tamaño del slip de su huésped, que además se encontraba –su dedo lo comoprobó– mojado. El siguiente en ducharse fue Eduardo, quedándose solos Carolina y Marcos.

El chico siguió comportándose igual y Carolina se lamentó, entre otras cosas, de que por culpa suya no podía estar más fresca con su camisón rosado transparente… Le preguntó si hacía gimnasia, pues la camiseta que ahora llevaba Marcos le marcaba su musculatura. Él contestó que hacía mucho deporte. Regresó Eduardo y Carolina le recordó lo de la cena con los amigos y la barbacoa de mañana para despedirse.

Eduardo invitó a Marcos para que viniese, pero éste se excusó. Antes de entrar a bañarse, anunciando que luego se arreglaría para salir, le pidió a su marido que le diera una vuelta para que conociera sitios para salir. Le sabía muy mal tener que dejarle solo.

– Venga, vamos, Marcos, cogemos el coche y te enseño la ciudad y sitios para salir, que ésta hasta dentro de dos horas no termina.

Y es que a Carolina le gustaba relajarse en el hidromasaje y con la espuma.

Aprovechando que se habían ido, dejó su ropa en la lavadora, desnudándose en la cocina. Luego caminó hasta el baño y se le pasó por la imaginación que Marcos la pudiera ver así…

Estaba muy fresquita en el agua. Sin pensar en nada o al menos sin que ella lo reconociese, se puso a explorar su intimidad poco a poco, hasta que descubrió que se estaba masturbando en toda regla.

Un placentero orgasmo que hizo que le temblaran las piernas y se sintiera más relajada aún no fue suficiente para calmar sus ansias de sexo.

Al salir del agua vio que la toalla grande estaba empapada, por lo que buscó en el armario otra. Era más pequeña, pero valía. Oyó la puerta.

Ya habían vuelto, era bastante tarde. Carolina salió para su habitación, pero no pudo evitar que Marcos la viese.

No pasaba nada, sólo se le veían las piernas y un poco la protuberancia del pecho por arriba. Lo suficiente para desbordar las fantasías de un adolescente. Y para que su almeja segregara algunos líquidos…

Una vez vestida (muy sexy, pese a los pantalones negros y no llevar minifalda), regresó al baño para maquillarse. Eduardo le preguntó si le quedaba mucho para terminar. Le contestó que no y Eduardo le dijo que la esperaría abajo. No le pareció mal a Carolina, que no tardó demasiado.

Salió y vio a Marcos en el sofá. Le preguntó si saldría. Le contestó que más tarde. Expresó lo mal que le sentaba tener que dejarle solo, pero Marcos le dijo que no pasaba nada. Antes de irse, le dijo que estaba muy guapa.

Carolina le dio las gracias y se fue, tratando de no pensar en lo mucho que le había gustado el comentario de Marcos.

Cena, marcha, copas, bailes… Una gran velada, se decían Eduardo y Carolina en el ascensor mientras se besaban y se metían mano. Eduardo, ya en casa, se despojó de la camisa y se lanzó a la camiseta de Carolina, que le paró. «Espera, que voy a ver si está Marcos». La puerta de su cuarto estaba abierta y la cama vacía: vía libre.

Hicieron el amor apasionadamente. Como Carolina estaba tomando la píldora, no había necesidad de preservativo.

Eduardo sobre ella, aplacándole su hambre de sexo con el fuerte ritmo que imponían sus culetazos. Carolina se revolvió y cambió el papel, poniéndose sobre Eduardo. Necesitaba profundizar más y gozar más de la intensidad de cada embestida…

Con el rabillo del ojo y a través de los espejos del armario empotrado, vio una sombra en la puerta del dormitorio. Algo a media altura se movía frenéticamente: Marcos se estaba masturbando viendo la escena.

Una oleada de morbo inundó el cuerpo de Carolina y no se indignó, sino que le excitó aún más, por lo que empezó a acariciarse las tetas y a gemir con más intensidad.

El orgasmo de Eduardo le hizo abrir los ojos con sorpresa y a mirar a su marido. Se acostó sobre él apurando las últimas fuerzas de su pene y se besaron. Miró a la puerta, pero ya Marcons no estaba.

-¿Te vienes a la ducha?, le sugirió Carolina como una invitación a seguir. Había estado genial la sesión, pero no estaba satisfecha del todo. Eduardo la besó, pero no se movió. Carolina buscó su camisón y antes de salir se dio cuenta de que Eduardo ya estaba dormido.

Carolina salió de la habitación con los pezones endurecidos por la posibilidad de encontrarse con Marcos. Al poco de salir, su pie resbaló y casi se cayó. Se agachó de cuclillas y tocó con el dedo lo que casi le había hecho caer. Se lo llevó a la boca, al labio inferior.

Era el semen de Marcos. Le supo muy bien pese a que a ella le desagradaba mucho su sabor y su olor, pero se levantó enseguida por temor a ser vista así. Después de la ducha habría que limpiar la mancha.

Cuando llegó a la ducha, un chorro de semen le estaba ya bajando por el muslo. Antes de dar el agua, sus dedos no resistieron a la llamada de su gruta, que le pedía más y más.

Se armó de valor y encendió el agua fría, aunque no le calmó el ardor que sentía del todo. Salió del cuarto de baño con la toalla para limpiar la mancha, pero ya no estaba. Llevó, eso sí, la toalla grande a la cocina, para meterla en la lavadora.

Entonces le llegó un olor fuerte. Sus bragas y sujetador estaban a la vista y no debajo de su ropa. Lo sacó y vio que sostén estaba como rugoso; sin duda Marcos se había corrido sobre él. Tocó las bragas y las notó más pegajosas. Era más reciente. Se acercó la braga a la cara y con la lengua saboreó un poco más el esperma.

Iba a volver a su cama, pero al ver la puerta del cuarto de invitados cerrada, no pudo reprimirse a abrirla.

Estaba Marcos en posición fetal, con la sábana por el ombligo, su torso desnudo y brillante por el sudor. Carolina se mordió el labio. Iba a cerrar la puerta, cuando Marcos se movió. Algo dentro de su garganta resonó:

– ¿Estás despierto, Marcos?

Él tardó un poco en responder que no podía dormir. Se incorporó dejando su espalda apoyada en el cabecero de la cama. La sábana pegada a sus muslos, rozando su cintura; debajo del ombligo no había aún vello. Y ella sólo con la toalla puesta…

– ¿Cuándo has venido?

– Hace un rato…

– Hace calor, ¿eh?

– No hay quien duerma.

Carolina miró hacia el pasillo:

– Vaya, cómo ronca Eduardo…

Al volver a mirar a Marcos, la sábana estaba un poco más levantada…

– No has salido, ¿verdad?

– Bueno, en realidad, no… Estaba en la terraza cuando llegasteis…

– ¿Te importa si me siento? Me parece que no voy a poder pegar ojo entre el calor y los ronquidos…

Marcos negó con la cabeza y vio a Carolina sentarse al borde de la cama, cerca de la puerta. La toalla se le echó un poco para atrás mostrando un poco más sus apetecibles muslos. Cuando volvió a mirarla a la cara, que se le veía perfectamente por la luz de fuera, le estaba preguntando si en el internado no había chicas. Él respondió que por desgracia, no. Ella insistía:

– Pero cuando salís o lo que sea, podéis estar con ellas…

– No salimos apenas. Para que te hagas una idea, estoy a punto de cumplir 18 y aún no he besado a ninguna chica…

– ¿No? No me lo puedo creer.

– Te lo juro. Apenas he visto mujeres. Las pocas que hay son profesoras y son unos callos. No he visto mujeres tan guapas como tú…

– Muchas gracias… Oye, como te hemos dejado solo y tal… En compensación, si quieres te beso…

Marcos no se negó y le costó no abrir la boca de asombro al ver a esa pedazo de hembra gateando sobre la cama, con el nacimiento de los pechos más a la vista. Le dio un pico. En esa posición tan sugestiva, observó su reacción.

– Puede que no te haya gustado porque es que en esta posición es muy incómodo llegar a tu boca…Si te levantas, te besaría mejor…

– Estoy sin ropa…

– Anda que no estaré acostumbrada a ver desnudos… No seas vergonzoso, anda.

Guiñó el ojo y se levantó. Estaba deseando ver esa polla… Marcos no se lo pensó y la sábana dejó de taparle.

Carolina, asombrada, vio la herramienta del chaval, dura como una roca y enorme como ella sola. Emanaba líquido. En contraste con el tamaño, la falta de vello púdico recordaba que aún era un chiquillo.

Marcos se disculpó por la erección, más rojo que nunca. «No pasa nada. No estás acostumbrado…». Se acercó a él y ladeó la cabeza. Se morreó con Marcos y se apartó un poco. Él pidió otro beso y ella se lo concedió. Cuando iba a separarse, ella lo aferró por detrás de la cabeza y abrió y cerró su boca para saborear aquellos labios. Su otra mano tomó la del chico para bajarla hasta su culo. Su lengua buscó la de Marcos, que no tardó en recorrer con su palma el trasero de Carolina.

La presión del abrazo hizo que la toalla se deslizase y cayera al suelo.

Marcos se apartó y vio los grandes, alargados y oscuros pezones que casi reventaban las enormes y paradas tetas de Carolina, que colgaban como por arte de magia desafiando la ley de la gravedad. Bajó la vista y vio un peludo coño triangular de lo más sugerente.

La mano de Carolina le acarició la polla y fue como una sacudida eléctrica: varios chorros de leche acabaron en el vientre de Carolina, que se llevó los dedos al semen y se lo tragó. Las disculpas de Marcos no hacían falta.

– ¿Cuántas veces te has corrido ya?

– Por la tarde dos veces. Y ahora por la noche, tres, sin contar la de ahora.

Carolina le retiró la piel del prepucio. Ya hacía mucho que no le miraba a la cara. Estaba muy sorprendida porque la erección de Marcos no perdía su vigor. Le hizo sentar en la cama y se arrodilló ante él. Se llevó el pelo a un lado y miró hacia arriba lascivamente. Lamió la punta y luego enterró el glande en su boca, saboreándolo y gimiendo a la vez. Casi no podía con ella, sus dientes lo rozaban, haciendo que Marcos sintiera un placer indescriptible.

-Déjame chuparte el coño. Nunca lo he hecho…

Esa voz le sonó muy lejana, pero se levantó e intercambió su posición con Marcos, cuyos dedos le acariciaban la pelambrera bajando hasta su chorreante almeja.

Le separó los labios y hundió su boca en su vagina, provocándole un intenso orgasmo, que ahogó entre un suspiro muy largo.

Marcos no levantaba la cabeza y absorbía todos los jugos que Carolina derramaba. La mamada de Marcos le estaba llevando a los cielos.

Se acordó de esa verga de al menos 20 centímetros y le pidió a Marcos que se volviera a sentar.

Al hacerlo, ella se abrió de pernas sobre él y se sentó, poco a poco, a horcajadas, notando cómo cada centímetro de ese pene invadía su sexo.

De lo lubricada que estaa, entraba ese tronco deslizándose y no le costó llegar hasta los atributos de Marcos, que suspiraba lo suyo también por la tortura de tanta lentitud.

Tenía toda la polla de Marcos dentro y suspiró ruidosamente, ya sin importarle que su marido estaba en la habitación de al lado.

Mmm… La boca de Marcos estaba devorándole los pechos y la boca alternativamente. Apretones, mordiscos, pellizcos, frases diciéndole lo buena que estaba… Mmm… Y encima tenía fuerza para levantar sus caderas y endurecer todavía más ese rabo que le golpeaba sus paredes vaginales y la levantaba y bajaba con bruscos movimientos… Mmm… Ella también comenzó a moverse de arriba abajo, lenta, profundamente… Mmm… Vio que estaba haciendo sufrir a su amante y le propuso otra postura.

A cuatro patas su sexo se abrió por detrás y esperó con los ojos cerrados a ser penetrada. Sin previo aviso y sin contemplaciones, de un tirón le metió la verga hasta el fondo… Aah… Notó sus huevos chocar con su ano enseguida… Aaaah… y otra, y otra vez, y otra, rápida, intensamente: aaaah, aaaaaaah, aaaaaaaaaaaah, aaaaaaaaaaah, sigue, sigue, qué polla, métemela hasta el fondo, tómame, fóllame, aaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh.

Ya no se acordaba de su marido y vociferaba cada vez más. Marcos también gritaba, aaaaaaah, aaaaaah, qué buena estás, puta, zorra, ¿quieres más?, síiiiiiiii, pues pídemelo, di que quieres que siga follándote, sigue follándome, sigue, ¿te gusta mi polla?, me encantaaaaaaa.

Marcos ya no resistió más y el calentón se tradujo en una corrida que parecía la primera, pues le inundó su coño, que ya había sentido multitud de orgasmos.

Le pidió que se la chupara y ella no lo dudó y se apoderó de ese trozo de carne que perdía fuerza poco a poco.

Nunca lo había hecho antes, pero ahora saboreaba cada gota con gusto y sentía su propio aroma a hembra.

Cuando se acostaron, los arrepentimientos llegaron.

Había sido la mejor noche de sexo de su vida, pero había engañado a su marido.

Estaba muy cansada, pero vio que en la puerta, cascándosela, estaba Eduardo, que tenía cara de un considerable enfado, aparte de la excitación.

«Chúpamela a mí también, zorra».