La azafata lesbiana

Tenia el miedo metido en el cuerpo, el día anterior me había comunicado D, Jacinto (mi jefe de sección) que tendría que efectuar un viaje a Colombia, para cerrar un negocio de esmeraldas.

Hola no me he presentado, me llamo Diana, tengo 30 años, (una barrera peligrosa) morena 1’76 de estatura, según los hombres, «guapa» con un cuerpo muy bien formado, buenas tetas y piernas casi perfectas.

Como es lógico ustedes pensaran que yo que voy a decir, pero es que todos los tíos dicen que estoy muy buena.

Federico, mi novio, ha tenido mas de una pelea, cuando me pongo de mujer fatal.

Por fin llego el día fatídico y después de viajar en Ave hasta Madrid, en Barajas, subí al avión que me llevaría vía Bogotá, hasta Barranquilla.

Al subir al avión y cuando estaba junto a la puerta de entrada, observe como una azafata de piel morena con ojos verdes que nos estaba esperando para darnos la bienvenida, no dejaba de mirarme, al pasar junto a ella, su mano rozo distraídamente mi culo, no le di mayor importancia y procedí a sentarme, junto a la ventana que daba al ala izquierda.

Con un ruido imponente, despego, mientras yo con los ojos cerrados me acordaba de todos los santos del cielo.

Después de la media hora de vuelo, me quede un poco adormilada, cuando sentí su voz, era la azafata morena, que inclinada sobre mi cuerpo y arrimada su boca a mi oído, me indicaba que si quería tomar algo, había apoyado su mano contra mi pecho, mientras su rodilla se había clavado en mi muslo.

Lourdes (la azafata) tenia una voz cálida, propia de las hembras del Caribe, su cuerpo bien formado, tenia tetas pequeñas, buenas caderas y hermosas piernas.

Me trajo la bebida y al marcharse, me lanzo un beso con los labios, a mí me hizo gracia y le lance otro.

Prácticamente todo el pasaje dormía, mientras atravesábamos el Atlántico, la luz se había amortiguado y cuando la vi aparecer por el largo pasillo, sabia que venia en busca mía y que algo iba a ocurrir.

Lourdes me cogió de la mano y me llevo hasta un pequeño habitáculo cerrado por una cortina, sin decir palabra, me apoyo contra la metálica pared del mismo y me beso con mucha dulzura en los labios, luego introdujo su lengua en mi boca y yo sentí como una agradable corriente sacudía mi cuerpo, le correspondí con mi lengua y mientras me desabrochaba la blusa, sacándome el sujetador, su boca besaba mi cuello y mi cara por todas partes.

Se separo un poco de mí y mirándome los pechos, con los pezones duros como una piedra, bajo su boca hasta los mismos y me los chupaba y mordía, mientras yo suspiraba y jadeaba como una pantera en celo.

Me había subido la falda y magreaba mis muslos, pellizcándolos y sobándolos, una mano subió hasta las bragas y arrancándolas de un tirón, se apodero de mi coño.

Justo en el momento que metió un dedo en mi vagina, la agarre del pelo y subiéndola, me apodere de su boca, mordiéndola y chupándola, mientras ella me rozaba con otro dedo el clítoris.

Le había abierto la blusa del uniforme, y tocaba sus pezones duros y erectos, cuando iba a chupárselos, sentí como un gusto tremendo me venia, el cuerpo se convulsionaba y de mi garganta escapo un suspiro largo y silencioso.

El avión sufrió una bajada brusca de varios metros que hizo que la mayoría se despertasen con cierto sobresalto.

Lourdes, descorrió la cortina y arreglándose por el camino, salió precipitadamente para confortar al pasaje, mientras por los altavoces, el comandante, decía que habían tenido un bache sin importancia.

Diana volvió a su asiento y se quedo dormida plácidamente, pensando que a veces los viajes en avión no eran tan malos.