Capítulo 2

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Ellas no decidían II

Mamá y yo habíamos acordado dejar sin uso a las esclavas durante la semana siguiente para permitirlas recuperarse y cicatrizar las perforaciones, así que, llegado el quinto día sin follar más que con ella, me acerqué a casa de Rogelio y su suegra Esther (Ver «ellas decidían«) con la intención de follarme a ésta, o a mi ex esclava Laura, que se la vendí a su propio padre Rogelio y su abuela Esther.

Tras llamar al timbre y notar como me observaban por la mirilla, me abrió la puerta la propia Laura, totalmente desnuda, como corresponde a una esclava y, como era su deber, no me miró a la cara.

Estaba deslumbrante ahora que ya había madurado, cuando la esclavicé tenía 15 años y ahora ya había cumplido los 18. La examiné a fondo:

Tenía la boca tapada por una mordaza de bola y unos consoladores en vagina y ano sujetos por una cadena a su cinturón de acero.

Le habían cambiado los artilugios que yo le hice poner en sus pezones para completar el tratamiento de agrandado de los mismos y en su lugar ostentaba dos gruesas y grandes argollas de acero gris de 4 cm de diámetro y uno de espesor que sentaban muy bien sobre las extensas y abultadas areolas y los descomunales pezones que logré en ella.

Ahora que le habían crecido más las tetas, el efecto que inicialmente parecía grotesco quedaba acertadamente lúbrico.

El pubis y los labios vaginales estaban, si cabe, más prominentes que cuando yo se la vendí a su padre y abuela, conservaba la misma gran argolla fija que yo le coloqué en el clítoris, pero los tres candados con los que cerraba la entrada de su coño se habían sustituido por unos gruesos pasadores con bolas en los extremos que no eran igual de eficaces, ya que la esclava podía retirarlos con solo aflojar las bolas que no eran sino unas tuercas.

Realmente la cadena que sujetaba los consoladores a su cinturón no hacía falta mas que para el del ano, pero un tapaculos con buen ensanche hubiera sido igualmente efectivo.

Para mi mismo me dije que Rogelio y Esther eran un poco chapuceros.

Examiné también sus marcas. La mía, al hierro candente en su grupa, había cicatrizado con unas líneas muy finas y delicadas.

Sobre su vientre, bajo el ombligo, llevaba tatuado un texto que decía «ESCLAVA PUTA DE FAMILIA» que le habían puesto sus parientes.

En la grupa se notaban unas señales de latigazos recientes.

Salió a recibirme Rogelio en pelota picada y con el pene en ristre:

-Disculpa, estábamos en plena faena con una puta negra que hemos arrendado para toda la semana. Ven, pasa y si quieres le hechas un polvo. También a Esther le gustaría.

– Muchas gracias. Precisamente a eso venía. Tengo a las dos esclavas en reposo para recuperación y ya estoy cansado de follar toda la semana con mamá.

– Qué tal Teresa, ¿sigue con su furor uterino?

– Yo creo que ya no se le pasará ya nunca. Desde que la dejé preñada ni su trabajo en el burdel la ha logrado calmar.

– Un día de estos me acercaré a soltarle un polvo. Por cierto tenemos que organizar una de nuestras multitudinarias orgías de maduros pronto así que supongo que asistirá.

En el sofá del salón estaba la sesentona y corpulenta Esther haciéndose comer el coño por la puta de color.

– Que tal Raúl. ¿Me quieres follar?. Me dijo sin ambages.

– Estaré encantado de llenar de leche tu espléndido culazo, vieja putona, aunque este enorme culo negro que veo entre tus muslazos tampoco está nada mal.

La negra se volvió desatendiendo el coño de Esther y me di cuenta que se parecía mucho a Nwen.

Me preguntó: ¿Tu eres el Raúl que es el amo de Nala y de Nwen?. Si, ¿Por qué?

– Yo soy la hermana de Nwen, me llamo Nwan, encantada de conocerte.

– Tu hermana no habla apenas español, cómo es que tu sí.

– Yo vine mucho antes a este país.

– Y qué tal te va ?

– Pues ya ves, trabajo no me falta. Le dije a mi hermana que trabajase en esto de la prostitución pero no quiso y de repente le hizo falta mucho dinero porque su marido quedó inválido en un accidente. Por cierto, él y, sobre todo, las niñas están muy tristes por no poder ver a su madre y a su abuela. Deberías dejarlas visitarles alguna vez.

– Ya dije que lo haría cuando mamá y yo quisiéramos. No cuando les apetezca a ellas. A fin de cuentas son esclavas.

– Eh! dejaos de cháchara que tengo el coño vacío, dijo Esther.

Nwan se aplicó otra vez a los lametones de aquellos enormes labios y a los mordisqueos del descarado clítoris de la vieja sobre su depilado pubis.

Nwan también tenía completamente depilada la entrepierna.

Entonces caí en la cuenta de que en los círculos de mis relaciones sexuales todas las hembras acostumbraban a llevar el coño depilado, y muchas de ellas, voluntariamente o forzadas, se adornaban con piercings.

Me encantó mi círculo de relaciones. A estas alturas no podría comer un coño sin pelar ni tocar unas manos que no estuviesen perfectamente cuidadas.

Me desnudé y me acerqué con la polla enhiesta hacia Esther y la puta.

La mojé un poco en la mezcla de jugos vaginales de Esther y de saliva de la puta que se acumulaban en los grandes labios de aquélla y la introduje sin más.

Trabajé aquel coño un rato como calentamiento mientras Nwan buscaba un consolador-vibrador grande que le ordené buscar.

Rogelio miraba atentamente entretanto que su hija-esclava Laura le mamaba la polla después de despojarla de la mordaza.

Me fijé en que la chiquilla controlaba ya muy bien la respiración para poder permitir que las pollas superasen su faringe y llegasen al esófago albergándolas en su boca íntegramente hasta la raíz.

Casi me arrepentí de habérsela vendido, pero he de reconocer que me gustan más maduras.

Quizá cuando llegue a los 40 años se la recompre si no la han estropeado antes o se me ha curado el gusto por las maduras.

Nwan llegó con el vibrador y la instruí: ahora le voy a trabar de las argollas de sus pezonazos y de su clítoris unas cadenas con mosquetón que Rogelio tiene por ahí a mano siempre para sujetar a Laura.

Pondré a esta vieja zorra apoyada en el sofá y la sodomizaré sin moverme.

Tu le introduces el vibrador en la vagina a plena potencia y marcas una cadencia de entrada y salida de forma que presione contra mi polla a través de la membrana de separación entre su intestino y la vagina.

Yo me encargo del resto. Esther no dijo nada confiando en mi reconocido saber hacer.

Yo sabía que el ano de la vieja estaba ya tan dilatado que era imposible obtener de él sensación alguna, así que por eso quería que mi polla sintiese las vibraciones del consolador.

Cuando Nwan empezó el mete saca del vibrador yo acompasé a su ritmo unos violentos tirones de las cadenas de los pezones y clítoris de la vieja, cosa que empezó a agradecerme con sus gemidos de placer.

Adaptándose a lo disponible Rogelio metió su polla en el culo de la puta negra y obligó a Laura a comer el coño de ésta.

Después de un rato, sintiéndome punto de corrida pregunté a Rogelio como andaba y me respondió que a punto.

Poco después, tras un descomunal y prolongado tirón de las cadenas nos corrimos los cuatro juntos.

Yo la saqué a tiempo para vaciarme en la boca de la esclava y que me limpiase bien de la mierda de la vieja.

Antes de que ésta manifestase su conocida reacción de cagarse y mearse tras el orgasmo, le metí el puño entero en el culo y comencé a masajearle la matriz a través de la pared intestinal, con lo que le proporcioné dos tremendos y prolongados orgasmos adicionales.

Mientras se convulsionaba con el segundo se comenzó a mear y Laura se apresuró a beber su orina como debía tener ordenado, después colocó su boca cerca de mi mano aún metida en el culo de la vieja y, cuando la saqué, aplicó sus labios al orificio como una ventosa para recoger y tragarse la mierda, después lamió mi mano para limpiarla.

Me dí cuenta de que Esther no había soltado tanta heces como solía hacer y le pregunté: -Vieja zorra, ya no te cagas tanto cuando orgasmos. – No, ahora siempre que voy a tener sesión de sexo Rogelio me pone una lavativa antes porque la gente se queja después por el olor.

Raúl me has dejado enormemente satisfecha. Rogelio, aunque esta noche te toca a ti el uso de la esclava, ¿ Te importaría cambiarme el turno ?. Estoy segura que recordando el tratamiento magistral que me ha proporcionado Raúl me calentaré y necesitaré que me alivie y me limpie.

– Vale suegra, te cambio el turno de uso de mi hija-esclava Laura.

– Bueno, dije yo, tengo que irme. seguramente mamá quiere que le vacíe la leche de las tetas. Le gusta más que lo haga yo a que lo hagan las esclavas. Nwan, dile a las niñas y al marido de Nwen que el martes de la semana que viene iremos con ellas para que las visiten. Ahora tengo ganas de mear … ¿Laura?. Laura cumplió debidamente como letrina, pero cuando Nwan también quiso mear manifestó un gesto de disgusto que le costó cinco latigazos en la vulva propinados por Esther.

Después de aplicarle los latigazos, la vieja se tumbó al lado de ella y tomándose los tobillos con las manos los llevó a la altura del cuello, abrió bien los muslones para mostrar la descarada y abultada vulva y me dijo: – Raúl, hazme un favor y despídete de mi con unas caricias en mi coño. Tomé la fusta de manos de Rogelio y le propiné diez fustazos sobre el prominente clítoris. – Gracias, me dijo, hoy no voy a dormir pensando en lo satisfecha que debe sentirse una esclava tuya. ¿ Me recibirías a mi como tal?

– No lo dudes Esther, pero dos son suficientes. Tal vez más adelante, si me decido a recompraros a Laura, te lleve también a ti. Es bonito tener como esclavas a una abuela y su nieta. Por cierto, Rogelio, ¿Qué es de tu esposa?.

– Pues la última vez que hablé con ella, ya hace un mes, se había prestado a hacer de concubina de un negro que se la prestaba a sus dos hermanos solteros.

– ¡Anda! dijo Nwan. Por lo que dices deben ser mis tres hermanos. El mayor tiene dos esposas y los dos pequeños estaban tan salidos que no paraban de intentar follárselas. Por eso tomó una concubina. Tu esposa se lo debe pasar bien porque mis hermanos están muy bien dotados.

– Vaya, esta ciudad es un pañuelo.

Cuando regresé a casa oí gemidos al abrir la puerta. Siguiendo la pista bajé a la sala de adiestramiento de esclavas y allí me encontré la siguiente escena:

Mamá estaba apoyada por las manos de frente sobre un larguero horizontal cuya utilidad era (aún no utilizada) sentar a horcajadas a las esclavas para macerar su vulva, mientras Nala le hurgaba dentro del coño con toda la mano dentro y Nwen le flagelaba con un fusta las nalgas y la espalda.

Mamá no estaba atada y era libre de detener la tortura en cualquier momento, pero el hecho de consentir que las esclavas pudieran adquirir alguna percepción de superioridad sobre su dueña me puso enfermo. Inmediatamente interrumpí la actividad a latigazos sobre las tres.

Mientras mamá se recuperaba del violento orgasmo que le había producido la abrupta extracción de la mano de Nala de su vagina, dispuse las ligaduras necesarias para que las dos esclavas negras comprobasen la eficacia de la corriente eléctrica para doblegar voluntades.

Una vez amarradas con una cuerda de algodón suave y enfrentadas entre si, les inserté un electrodo en el ano a cada una, les comuniqué los anillos de los pezones con una cadena y conecté polaridad opuesta a pezones y anos, a Nwen, además, le conecté otro regulador de corriente a los aros de la base de los pechos, de forma que sufriese descargas eléctricas adicionales entre las comunes a ambas.

Así, cuando ajusté los dos reguladores, la madre recibía descargas cada cinco minutos y la hija cada dos y medio, pero de diferente intensidad y localización, lo que la hacía sufrir mucho más que a su madre.

Mamá ya se había recuperado, le coloqué una mordaza inflable y un cepo metálico extensible entre los tobillos, pasando sus manos por los grilletes que tenía al efecto el separador del cepo, la puse boca abajo con lo que quedaban sus órganos sexuales plenamente expuestos a mi merced sin posibilidad de eludir ninguna manipulación.

Primeramente el impuse un enema de tal magnitud que su barriga se infló como si estuviese preñada otra vez. Le introduje en el ano un globo largo desinflado dejando un extremo fuera del esfínter y lo inflé al máximo posible con la pera accesoria.

Así su agujero del culo se vio tremendamente dilatado.

Mientras comenzaba a hacer efecto el enema y observé como mamá empezaba a sudar.

Aún le esperaba más. 

Le inyecté vinagre por su meato urinario con una jeringuilla y una cánula y después le inserté otro globo inflado todo lo posible en el interior de la vagina. Finalmente le conecté cables eléctricos a los aros de los pezones y del clítoris y regulé el temporizador de corriente para que sufriese descargas cada tres minutos.

Así las dejé con la intención de mantenerlas toda la noche atormentadas, a la una por exceso de lujuria y a las otras para recordarles su condición, por si lo habían olvidado flagelando a mamá. Al cabo de dos horas las esclavas comenzaron a gemir y hube de amordazarlas también con sendas mordazas inflables.

A la mañana siguiente, sin desamordazarla, le quité a mamá los conectores de corriente eléctrica, el cepo y los tapones para permitirla vaciarse, cosa que ocurrió automáticamente y a raudales habida cuenta de la presión y del diámetro que habían alcanzado sus agujeros.

– Espero que con lo abiertos que te quedarán los agujeros no sientas nada con una polla dentro, a ver si así te curas de la ninfomanía, so puta, le dije.

Me hizo señas para que le quitase la mordaza pero hice caso omiso.

Como quería imponerle de una vez algo de autocontrol decidí seguir castigándola, así que le inserté un tapaculos de buen diámetro que se introdujo casi solo en el descomunal pozo que le había quedado y volví a colocarle el globo inflado dentro de la vagina, no sin antes insertarle por el meato urinario una sonda.

Temía que después de la forzada contención nocturna pudiera enfermar.

Sujeté los aditamentos con una braga de cuero con cinturón metálico adonde trabé sus manos mediante unos grilletes.

Le quité los anillos de los pezones y los sustituí por unas pequeñas sargentas bien apretadas sobre ellos y colgué de ellas así como del anillo del clítoris unas pesadas plomadas.

Dudé en amarrarle los pechos, pero temí que tanto exceso hiciese que se le retirase la leche.

Por último le coloqué una máscara completa de látex de las que producen privación sensorial.

Una vez así empaquetada la dejé suelta por la casa.

Me podía imaginar su indignación y la avalancha de reproches que me caería encima cuando le quitase la mordaza, pero su falta de autocontrol con el sexo podía conducirnos a situaciones comprometidas.

A continuación destrabé a las esclavas, comprobé la marcha de la cicatrización de sus perforaciones, encontrándola muy satisfactoria y las hice limpiar con la boca los vertidos que salieron del coño y el culo de mamá. Después les azoté las nalgas durante un buen rato y, con el culo bien escocido las mandé a hacer la faena de la casa.

Salí a hacer algunas gestiones y, a mediodía, me pasé por el burdel donde trabajó mama y donde seguía Celia, la esclava de mi amigo Alberto, con la sana intención de descargar un poco mis testículos en su interior.

Me gustaba mucho la madurita aquélla. No estaba disponible porque era su día de libranza y había ido a visitar a su marido y sus hijos, a los que dejaba follar gratis por un acuerdo de Alberto con la gerencia del burdel que gestionaba las prestaciones de la esclava como puta en régimen de cesión.

Visto lo cual me follé a una chinita muy jovencita que me dejó francamente satisfecho ya que dominaba plenamente los músculos del esfínter de su ano.

Me prometí adiestrar en ese aspecto a nuestras esclavas.

Regresé a casa donde inspeccioné la faena que habían hecho las esclavas. Quedé satisfecho y les regalé mi orina en sus bocas, cosa que me agradecieron con una suculenta cena.

Abordé el escabroso asunto de liberar a mamá, asustado de antemano por los exabruptos y amenazas que debería escuchar. Le quité todos los adminículos salvo de la máscara de privación sensorial y añadí un collar de acero para trabarle en él las muñecas.

Tenía que procurarle alguna satisfacción antes de desamordazarla para atenuar su indignación, así que previamente mamé la leche de sus hinchados pechos, para librarla del dolor que debía estarle produciendo la falta de ordeño.

Follarla o sodomizarla no serviría de nada dada la desorbitada anchura que presentaban sus agujeros, así que, aprovechando eso, hice la Nala le metiese la mano en el coño y empezase un mete saca mientras yo le metía la mano en el culo y le masajeaba la matriz.

En media hora de tarea tuvo unos diez orgasmos y pensé que ya estaría un tanto apaciguada, así que la desaté y le quité máscara y mordaza.

Al principio no pudo hablar porque tenía la mandíbula acalambrada, así que se limitó a darme un bofetón mirándome con cara de odio.

Cuando por fin pudo hablar me dijo: Te has pasado tres pueblos, yo no soy tu esclava, si no tu madre.

– Mira mamá, tienes que aprender a autocontrolarte en materia de sexo, y si tu no puedes, te tengo que enseñar a la fuerza.

– Ya me vengaré. Me voy a dormir porque estoy agotada.

Durmió toda la noche y el día siguiente entero, por lo que me convencí de que, efectivamente, quizá me había excedido en su doma.

De todas maneras no pensaba ceder.

Cuando se levantó de la cama se hizo ordeñar por Nwen en vez de pedírmelo a mi como siempre, así que seguía enfadada conmigo.

Me preocupó porque podía ser muy contumáz, cuando la dejé preñada no me permitió follar con ella hasta su séptimo mes de embarazo pese a que sabía que me encanta follar preñadas y a que papá intercedió para que me perdonase.

Y no me hubiese perdonado de no ser porque en una orgía se excitó tanto que le pareció muy lúbrico exhibirse delante de sus amistades a cuatro patas con su gran barriga y la polla de su hijo enterrada entre sus grandes nalgas gritando a papá lo zorra que se sentía.

Creo recordar que esa misma tarde o al día siguiente se inició en la zoofilia haciéndose follar por un perro delante de las mismas personas.

Si hubiera habido todo un estadio lleno de geste presenciando su lascivia se hubiera dejado follar por cualquier bicho pese a su enorme barriga.

Continuará…

Continúa la serie