Mi madre estaba muy necesitada
Me llamo María y hasta hace poco me consideraba un bicho raro.
Hasta hace poco. En concreto hasta que mi hijo me mostró esta página web. Me hizo ver que hay muchas más parejas como nosotros.
Mi amor me animó a contar nuestra pequeña historia (lo que más me animó es lo del anonimato), pero como yo no me entiendo con estas máquinas dejaré que sea mi hijo quien escriba.
Eso sí, yo lo revisaré antes de mandároslo.
Hola, yo soy Carlos, el otro protagonista de la historia. Como el relato está a mi cargo os lo describiré como yo lo he vivido.
Tengo 25 años y vivo en casa de mis padres.
Mi madre 45, estupendamente llevados. Nosotros mantenemos un status social bastante alto.
El “otro” es mi padre, con quien nunca me he llevado muy bien ya que llegué de “penalti”. Apenas le veíamos por casa (para nuestra suerte).
Eso me convirtió desde pequeño en el “hombre” de la casa.
Mamá y el “otro” nunca se llevaron muy bien.
Mi padre viaja mucho por su trabajo, y por lo que me a contado mi madre pronto comenzó a pasar de ella. De esta manera estaba bastante desatendida.
Lo suplía con partiditas de cartas con las amigas y con el tenis.
Antes mamá se confesaba con Marta, mi hermana mayor, a la que contaba la mayoría de sus problemas.
Pero desde que ésta se casó hace cinco años me convirtió en su confidente. Acostumbraba a hablarme de las pequeñas cosas que le ocurrían cada día.
Antes de continuar mi relato he de confesaros que mi madre siempre me perdió.
Cuando tenía diez y doce años ya le había magreado algo cuando me bañaba o me acostaba en su cama algún domingo por la mañana.
Pero para mi desgracia nunca pasaron las cosas de ahí (¡cuánto tiempo desaprovechado!).
Su físico me pone a mil: imaginaros una morena delgadita de 1,67 de estatura, con unas tetazas exuberantes y unos muslos que terminaban en un divino culo redondito. Pasé muchos años reprimiendo mis impulsos de follármela.
Pocos días después de la boda mamá llegó a eso de las seis de la tarde cojeando de la pierna derecha. Me dijo que se lo había hecho jugando al tenis con una amiga.
Debido a mis estudios sé bastante de masajes terapéuticos, así me pidió que le diera uno.
– Es mejor que estés tumbada – le sugerí.
La cogí por la cintura y la llevé a su dormitorio.
La eché boca abajo sobre la cama, le quité los zapatos y le subí la falda.
No llevaba bragas, solo un diminuto tanga que se le colaba por la raja de las nalgas.
Calenté aceite con mis manos, lo unté en su pierna y empecé a masajear en la pierna por la zona dolorida (a la altura del muslo).
Con la otra mano ya pasé al otro muslo.
Me estaba calentando mucho y mis manos se acercaban cada vez más a la parte inferior del tanga, que apenas podían cubrir su pequeño chochito (que por cierto, lo tenía depilado).
– ¿Cómo te sientes, mamá?
– Bien, bien… sigue… noto mucho alivio…
Con la calentura que llevaba encima no me di cuenta que ya estaba masajeando sus nalgas. Mis manos rozaban la prenda superior de mamá. Entonces dijo:
– Me voy a quitar el suéter… ¡Tengo tanto calor!
Y se quedó solo con el tanga, esta vez boca arriba.
Me dediqué a masajear todo su cuerpo, con acciones suaves, arrancando gemidos de su garganta.
Ahí fue perdiéndose en el placer, apartándose de la realidad y olvidándose por completo que era su hijo quien le estaba dando el placer.
Dedicaba una mayor atención a sus tetas y a los alrededores del coño. Mi madre ya hervía, moviendo el culo de un lado a otro. Y ya no pude más.
Un dedo se metió dentro de su tanga, masajeando su rajita.
El aceite hacía maravillas. En menos de dos segundos se humedeció completamente. Con la mano que me quedaba libre bajé suavemente el tanga.
Mientras me iba desnudando introduje un dedo en su interior, mientras que seguía masajeando el clítoris con el pulgar.
Me fue muy complicado desnudarme con una sola mano. Seguí así hasta introducirle tres dedos en total, sin parar de rozar su clítoris.
La besé, primero con los labios, luego con la lengua; Ella me correspondía con sus ojos cerrados, en su mundo de placer.
Cuando me vi libre de toda vestimenta me coloqué sobre ella, con mi polla como un obús y embadurnada del aceite de la mano que me quedaba libre, apuntando directamente a su coño, pero sin dejar de acariciar su botoncito del placer.
Fui sacando poco a poco los dedos sin retirar mi pulgar, uno a uno, hasta quedar otra vez sus entrañas libres. Y en ese mismo instante la empalé de un solo empujón.
Instantáneamente volvió a la realidad, dando un enorme grito de placer.
Sus ojos se abrieron como platos, y me vio a mí sobre ella, iniciando suavemente el vaivén dentro de su interior.
Me miraba con desconcierto, porque era su hijo quien la estaba montando, porque era su hijo quien la estaba besando, porque era su hijo quien le susurraba palabras de amor al oído, y porque era su hijo quien le estaba dando más placer del que jamás había sentido.
Pero duró unos pocos segundos.
El placer era demasiado grande y pronto cayó otra vez en éxtasis.
El movimiento se hizo paulatinamente más vigoroso hasta convertirse en unas penetraciones bestiales, como si la estuviese violando.
Y tan solo unos minutos después se había corrido entre escandalosos gritos.
Jadeábamos entrecortadamente como dos animales. Dos minutos más tarde mi madre se volvió a correr. Quizás el haber calmado en parte su apetito sexual le permitió reaccionar.
– Cariño… para, cariño…
– ¿Qué ocurre mamá?
– Nada mi amor, nada… es que no quiero que te corras dentro de mí y me dejes embarazada… tú déjame hacer a mí…
Se giró abrazada a mí, dejándome bajo su cuerpo.
Siguió besándome, primero en los labios y luego recorriendo mi cuerpo hasta llegar a mi desafiante prepucio.
Comenzó a chuparla, subiendo la lengua desde mis huevos hasta la punta del glande para luego bajar, varias veces.
La última vez que bajó la introdujo toda en su boca, hasta llegar a su garganta.
Y comenzó con su boca el mismo movimiento que yo había realizado en su interior.
No paró hasta que consiguió exprimirme. Tragó lo que pudo, derramándose parte por su barbilla, cayendo gotas sobre mi cuerpo.
Con mis dedos recogí parte y lo llevé hasta su boca. Ella los limpió golosamente.
Me encontraba plenamente feliz, observándola sobre mi cuerpo.
Pero la expresión de su rostro cambió. Parecía triste. Se levantó de mí, cogió una bata cubriéndose de manera afanosa y salió de la habitación.
Cuando salí ya vestido la encontré llorando en la cocina. Me acerqué a ella y la abracé con ternura.
– Esto… esto no tenía que haber pasado… ¡Tú eres mi hijo!
– Pero yo te amo… y tú a mí, mamá…
– Cariño, esto no es amor… esto ha sido un momento de pasión, no de amor…
– Yo te quiero desde siempre ¿Tú a mí no?
– Sí cariño… pero hay amores y amores… una madre y su hijo no se pueden enamorar…
– Pero yo lo estoy… y hoy he visto que tú también… Y si no ¿qué es el amor? ¿El que nos da papá a los dos? ¿O le quisiste más a él que a mí?
Y no me contestó. Creo que en ese momento comenzó a darse cuenta del tiempo que nos habíamos estado deseando, ella quizás sin ser consciente de ello. Se levantó y se encerró en la habitación.
El resto de la tarde la pasé pensando. Hice la cena para los dos. Se lo dije a través de la puerta y salió, aún con la cara colorada de llorar.
Cenamos en silencio. Y mientras comíamos no parábamos de mirarnos el uno al otro, ella con más desconcierto que otra cosa.
Al acabar se dirigió de nuevo a la habitación, y yo me quedé en la cocina fregando la loza.
Estuve viendo la tele hasta bastante tarde.
Cuando notaba que el sueño me vencía me metí en mi habitación para dormir.
Pero unos minutos después, cuando ya estaba en la cama con la luz apagada, ella abrió la puerta.
Dudó un poco y luego entró. Se sentó en la cama a mi lado y me volvió a besar en los labios.
– Cariño… yo te quiero, como madre y como mujer que soy… te deseo… pero esto tiene que ser nuestro secreto…
– Lo sé mamá… ¡Te quiero, te quiero…!
Y volvimos a hacer el amor. Aquella noche dormimos juntos en mi cama, exhaustos. Nada más despertarnos se recostó a mi lado. Así estuvimos un rato largo, el uno mirando al otro, riéndonos, besándonos…
– Mamá… ¿Qué os pasó a papá y a ti?
– No lo sé, cariño… hace mucho tiempo que perdió el interés por mí.
– ¿Y no sabes por qué?
Durante un minuto estuvo mirando el techo. Luego me dijo:
– Para mí es obvio que anda con más mujeres. Supongo que con tantos viajes… nos fuimos distanciando. Cuando me di cuenta que ya no le apetecía hacer el amor conmigo empecé a notar el olor del perfume femenino en sus ropas… Imaginé que iba a esos clubs privados discretos, putas de lujo, y pensé que quizás yo no le satisfacía en la cama.
Para que lo sepas, tu padre y yo no pasamos de la postura del santo. Y eso hasta que naciste tú.
Después perdió el interés en mí.
Compré algunas revistas porno, para saber qué le podían dar esas mujeres, y me encontré con mi incultura sexual.
Así que cuando me hice una idea de cómo satisfacer a un hombre intenté que se fijara de nuevo en mí… compraba ropa picantona, lo besaba con la lengua (cosa que antes no había hecho), le proponía cosas nuevas en la cama… pero no funcionó. Seguía sin querer tenerme de nuevo. Y me resigné.
El amor que había dentro de mí se fue apagando poco a poco, hasta que no quedó nada…
– Lo que yo no entiendo es por qué no te divorciaste.
– Tu hermana y tú aún erais muy pequeños cuando pasó todo esto. Pensé que lo mejor era que crecieseis con un padre y una madre. De hecho cuando estaba aquí era buen padre ¿no? Así que tras mi decisión las cosas siguieron así hasta ayer.
– ¿Y cómo es que nunca tuviste un amante? ¿O acaso tuviste alguno?
– No cariño, nunca tuve ninguno en todo este tiempo. Hubo un hombre que me gustó, pero pensé en lo que podía pasar si alguien se enteraba o si me veíais alguno de vosotros dos. No lo hubieseis entendido en aquel momento. ¿Y tú qué? ¿Cómo es que te ha dado por ligarte a tu madre?
– Porque te quiero. Yo te quiero mucho más de lo que quise a ninguna chica. Siempre soñaba con que nos amábamos como ayer. Yo no he podido querer a otra mujer que no fueses tú… ayer ya no me pude controlarte más al verte así, tan bonita, y al acariciarte.
La abracé y nos volvimos a besar. Nos miramos, enamorados. Luego comenzó a reírse mientas me miraba.
– ¿Qué te hace tanta gracia, mamá?
– Estaba pensando que debes estar bien contento.
– Claro que lo estoy.
– No lo entiendes… desde que saliste de mi vientre no ha entrado nadie ¡salvo tú! ¡Y eres el único hombre al que le he hecho una mamada!
– ¿No lo habías hecho nunca?
– ¿No te acabo de explicar que tu padre nunca me dio la oportunidad?
– Y… ¿te ha gustado?
– No sabía que la leche de hombre supiese tan bien. De hecho me están dando ganas de repetir.
Luego su cabeza desapareció entre las sábanas; mientras, seguía riéndose. Me dedicó otra buena mamada, y volvió a tragarse mi esperma.
Así seguimos durante unos días, hasta que me atreví a pedirle que me dejara desvirgarle el culo.
Accedió por complacerme, pero no muy convencida.
Cuando lo hicimos puse en ella toda mi delicadeza, pero aún así le dolió.
Y mucho. Pero una vez que se adaptó un poco a mi polla comenzó a sentir placer. Repetimos unas cuantas veces más en los días sucesivos, y antes de una semana ya podíamos disfrutar con total libertad de su “puerta trasera”.
Con el tiempo mi madre decidió divorciarse de mi padre, no sin antes asegurarse el porvenir.
Un profesional hizo unas estupendas fotos que ayudaron mucho. Se montó un gran escándalo, ya que mi hermana y los familiares más próximos no podían entender el motivo de tal ruptura.
Nos marchamos de la ciudad y compramos un pisito en la Comunidad de Madrid.
No le hemos dado a nadie nuestra dirección para poder pasar por una pareja normal, ya que aquí la vida es muy distinta que en mi ciudad natal.
Nos besamos en la calle con pasión, sin ningún reparo, en una ciudad nueva y con una vida nueva.
Claro que nadie sabe que somos madre e hijo.
Lo único malo es cuando volvemos alguna vez a mi antigua ciudad para ver a mi hermana… tenemos que hacer locuras para contenernos… ¡menos mal que es solo una vez al año!
Nota: mi madre está prácticamente de acuerdo en todo lo que he escrito. Donde más me ha ayudado es a encontrar las palabras de sus sentimientos, en especial los que me expresó en nuestra primera mañana juntos. Un beso de parte de ella, y mis saludos a aquellos que gozan de una situación parecida a la nuestra. Por último, mis felicitaciones a aquellos que no han vivido estas experiencias, pero que con sus relatos animan a otros a vivirlas. ¡Viva el amor sin fronteras!
Ya NO es tabú la relación sexual madre – hijo que se complementa con un sentimiento fuerte de amor — Y será mucho más sólido que hacer pareja con una mujer a la que no conoces o que no congenias en poco tiempo.
Si ambos son discretos no necesitan mudarse ni ocultarse –solo una relación afectuosa con los extraños y punto — Las cosas de pareja son privadas
Es un regalo de Dios darse cuenta y poder ambos vivir una pasión así –Agradezco la oportunidad opinar
que rico relato que madre mas sexy mmm
Me gustó mucho,especialmente por creíble y bien escrito.