Capítulo 1

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Mellizos I: Noche de bodas

Capítulo I

Yo quería llegar virgen a la noche de bodas, y a duras penas lo conseguí; aunque sé que, debido a mis suculentos 19 años, y a que mi cuerpo esta bastante mas «dotado» de lo normal, por decirlo de una forma delicada, mi novio lo ha pasado mucho peor que yo, que ya es decir.

Ambos hemos tenido que usar nuestras manos, y algo mas, bastante a menudo, como sustituto del sagrado orificio, reservado para ese memorable día con tanto cariño.

Reconozco que no soporto el alcohol, pues en seguida me «achispo», y a mediados del banquete de bodas, debido a tantos brindis, me notaba ya bastante sofocada y algo mareada.

Aproveché que la mesa presidencial estaba vacía para sentarme, a ver si me recuperaba un poco.

En esto que vi a un par de niños mellizos, sobrinos de mi marido, meterse bajo el largo mantel por uno de los extremos de la mesa.

Como ya conocía la fama de traviesos que tenían pensé que quizás se escondían de su madre, y les dejé hacer.

Grave error, pues antes de que pudiera reaccionar se habían metido los dos bajo mi vestido de novia; y, cuando intenté cerrar las piernas, ya no pude hacerlo, debido a que sus pequeños cuerpos se interponían entre mis muslos.

Aun estaba pensando en alguna forma de poder echarlos con disimulo, cuando vi venir hacia mí a la madre de los mellizos junto con una de sus amigas a darme la enhorabuena y a charlar un rato conmigo, y ya no supe que hacer para deshacerme de ellos.

No me podía concentrar en la conversación porque los mellizos, quiero creer que con inocencia, estaban jugando con el liguero y con el encaje de las pícaras braguitas que llevaba para la noche.

Uno de ellos, metiendo la manita por uno de sus laterales, empezó a jugar con mi espeso y rizado vello púbico (recortado especialmente para ese día) y debió de gustarle mucho su suave tacto, pues al momento note un montón de manos invadiendo alegremente mi intimidad (parecía que hubiera un ejército de pulpos bajo el mantel).

Con tanto roce, y con tanto meter los dedos por donde no debían, yo me encontraba cada vez más excitada.

Pues los críos pronto se ensañaron a fondo con mi cálida e indefensa gruta, explorándola a conciencia, llegando a hurgarme hasta en el estrecho agujerito de detrás.

Estaba ya a punto de correrme en sus finos deditos cuando los mellizos se aburrieron de «jugar» con mis dos cálidos orificios, y se marcharon con el mismo disimulo con el que habían llegado, dejándome insatisfecha, pero exhausta.

Mas no se fueron de vacío; pues, cuando conseguí recuperarme un poco, me di cuenta de que habían soltado los lazos de las mini-bragas y se las habían llevado «de recuerdo».

Como comprenderán les busque con disimulo por todo el amplio local, pero no les volví a ver hasta el final, cuando ya la cosa no tenía remedio.

Digo esto porque un rato antes Luis, mi marido, bastante borracho ya a esas alturas del banquete, insistió en que le acompañara a una salita anexa, donde nos estaban esperando casi todos los solteros del pueblo; amigos, en su mayoría, de mi marido.

Querían que les lanzase la liga (una costumbre típica de mi tierra), y se apiñaron todos delante mía, algunos con las cámaras fotográficas ya preparadas, para ver como me la quitaba. Intenté subirme el vestido poco a poco para enseñar solo lo imprescindible, y que no se dieran cuenta de nada; pero mi marido, que estaba detrás mío, pensó que iba demasiado despacio y, cogiendo mis manos con las suyas, alzó de golpe el vestido hasta muy arriba.

Por las expresivas caras que pusieron todos me di cuenta de que se me debía ver hasta el ombligo, así que, roja de vergüenza, me quite la liga lo mas rápidamente que pude y la lancé hacia atrás, sin querer pensar en nada más.

Pero tenia que haber sido mucho mas rápida de lo que fui, porque vi dos o tres flashes de las cámaras, antes de conseguir bajar el vestido.

Aun no se quienes tienen esas fotos, pero algunos de ellos todavía me hacen ruborizar, al sentir las intensas miradas que me echan encima cuando nos los cruzamos por el pueblo paseando y me sonríen pícaramente, supongo que recordando la escenita.

Capítulo II

Esa noche nos fuimos directamente desde la fiesta hasta el tren nocturno, que nos dejaría por la mañana en Madrid, donde cogeríamos al día siguiente el avión hasta nuestro destino final.

Dado que mi flamante marido no había dejado de beber, tres de sus mejores amigos (Juan, Paco y José), me ayudaron a acostarlo en el coche-cama.

No sólo eso, sino que convencieron al revisor para comprar el compartimento situado al lado del nuestro (aunque sólo era para dos personas), para ayudarnos a llegar al aeropuerto, si Luis no se encontraba en condiciones de hacerlo.

Por suerte, en esa época del año, y siendo entre semana, el citado vagón iba casi vacío. Aun no había arrancado el tren y Luis ya roncaba como un bendito.

Decidí ponerme un divertido pijama de algodón, sin ningún tipo de ropa interior debajo, por si había suerte y se despertaba; pues note que estaba toda húmeda, y excitada, y que no me iba a resultar tan fácil dormirme como a él.

En vista de que pasaban las horas y no conseguía calmarme decidí salir al pasillo a tomar un poco de aire y relajarme, para que me entrara así el sueño, con la tranquilidad de que a esas horas de la madrugada, y yendo el tren tan vacío como iba, nadie me molestaría.

Pero por desgracia, o por suerte, no fue así.

Al poco rato de estar yo fuera salió Paco al pasillo, a estirar las piernas; y, como no, se acerco a charlar conmigo.

Mientras hablábamos me di cuenta de que su mirada se iba una y otra vez a mis pechos; ya que, entre el tamaño considerable de los mismos, y el vaivén del vagón, se notaba muchísimo que no había nada los sujetara bajo el ajustado pijama.

En vez de enfadarme por su súbito interés, noté que me excitaba la situación; y decidí seguir charlando con Paco como si no me diera cuenta de nada.

Eso si, desviando mi mirada siempre que podía hacia la ventanilla, donde podía ver reflejado su rostro con nitidez, contemplando atentamente mis pechos, ahora que pensaba que no le veía.

No se si fue el fresco de la noche, o mi excitación, pero el caso es que pronto se marcaron mis gruesos pezones en la fina tela del pijama.

Desde ese momento el pobre tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para apartar la mirada de mis dos cimbreantes colinas.

Al cabo de un rato me pidió permiso para pasar al baño que estaba al otro lado de mi habitáculo, con la excusa de que el que había en su compartimento era muy estrecho.

Yo me pegué contra la fría ventanilla y él me paso por detrás, rozándome el culo muy intencionadamente, con el enorme bulto de su paquete; como no le dije nada, al volver hizo lo mismo, pero mucho mas despacio, y recreándose bastante con el intenso roce.

El pobre, como no podía disimular mucho mas tiempo el estado de excitación en que se encontraba, murmuro una torpe excusa y se metió en su compartimento; no se que les contaría a los otros dos, pero casi enseguida salió Juan a hacerme compañía.

Este ya me miraba los bamboleantes pechos sin disimulo alguno, hablásemos del tema que hablásemos, sin molestarse en ocultar su interés; y claro, como no se concentraba en la conversación, tardó bien poco en tener que ir también al baño del final del pasillo.

Al pasar por detrás mía no sólo se restregó a gusto contra mi trasero, sino que incluso se apoyó con sus manos en mis amplias caderas para una mayor comodidad.

Yo, vista de la situación, me estaba poniendo ya a cien.

Así que no me importó lo mas mínimo que, ya a la vuelta, se parara detrás mío clavando su grueso dardo contra mis nalgas con todo el descaro del mundo, restregándose a conciencia.

Tampoco me importo que me apretara, fugazmente, el firme y mullido trasero, con las dos manos, antes de irse a su compartimento.

Casi no le dio tiempo a entrar dentro de su compartimento cuando salió José a seguir con el interesante y pícaro jueguecito.

Con tanto roce yo estaba temiendo que terminaría por manchar el pantalón del pijama con los espesos fluidos de mi intimidad.

Así que cuando José se cansó de mirar mis pechos, sin disimulo alguno, y dijo de ir al baño, yo pegué mi espalda contra la pared, y me quedé muy quieta frente a él.

Aún hoy no sé si fue por cortarle, o por ver hasta dónde sería capaz de llegar.

Pues bien, no se amilanó lo mas mínimo y, dándome frente, noté como me clavaba en la barriga un bulto de tamaño más que respetable durante unos eternos instantes.

Cuando volvió del cuarto de baño, no sólo se paró frente a mí para rozarme lentamente con su rígido paquete, sino que aprovechando una curva cerrada del tren se «apoyó» en mi generoso pecho derecho.

Sólo fueron unos momentos, pero note como mis pezones reaccionaban ante su osado apretón, y se ponían como piedras; y como mi respiración se alteraba, mientras se me ponía la cara como un tomate.

No sabía que hacer ni que decir pero, afortunadamente, en ese momento se asomó Paco para sugerirnos que pasáramos los dos a su compartimento, para así charlar más a gusto todos juntos; ya que, al parecer, nadie tenia sueño.

Capítulo III

Como ya supondrán seguí a José dentro de su compartimento, y enseguida vi que estaban los tres amigos superexcitados, con unas protuberancias de lo mas elocuentes en sus pantalones.

Me acomodé en la estrecha litera, entre dos de ellos, mientras el tercero se sentaba en la taza del baño, frente a mí.

Ninguno sabíamos como romper el hielo, pues ellos no sabían decir mas de tres palabras seguidas sin que su intensa mirada se posara fijamente en mis voluminosos pechos, cuyos puntiagudos pezones los tenían poco menos que hipnotizados.

Así que uno de ellos sacó una botella de vino que se había traído del convite, y nos pusimos a beber.

En cuanto di dos tragos me noté medio mareada, y así se lo dije. Enseguida uno de ellos me tumbó sobre sus piernas, para que me recuperara, mientras el otro ponía mis pies encima suyo, y el tercero se arrodillaba, solicito, a mi lado.

Cerré un instante los ojos para ver si se me pasaba, y enseguida noté como una lujuriosa mano se deslizaba sobre mi pecho, apretando suavemente mis carnosas colinas.

No quise abrir los ojos para ver quien era el sobón, pero quien fuese sabía acariciar muy bien, pues enseguida me puso a cien. Supongo que eso fue lo que motivo mi pasividad, de la que pronto se aprovecharon.

Me quitaron la parte superior del pijama entre todos fácilmente, y entonces no solo sentí varias manos jugando con mis pechos, sino que Paco, el que estaba de rodillas, empezó a lamer y chupar mis sensibles pezones con auténtico deleite, consiguiendo que se me volvieran a poner duros como pequeños diamantes.

Estaba ya tan excitada que levanté el trasero para ayudarles a quitarme los pantalones, y enseguida noté como unas fuertes manos me separaban indecorosamente las piernas para explorar a fondo mi intimidad, ansiosamente; recorriendo, centímetro a centímetro, todo mi húmedo interior.

Mientras, un dedo aventurero pugnaba por introducirse por mi orificio mas estrecho, hasta que les oí murmurar entre ellos, entusiasmados, que era virgen por todas partes.

Entre besos y caricias se fueron desnudando en silencio, y en pocos instantes noté como ponían un miembro muy largo y duro en mi mano derecha.

Solo había empezado a acariciar el largo chisme de Paco, cuando noté que José, el que estaba acariciando mi intimidad, se ponía en la posición mas adecuada para penetrarme; pues era el alegre vencedor que había ganado la rápida apuesta que habían cruzado entre ellos hacia un instante, para ver quien de los tres era el afortunado que me desfloraba.

Le susurré al oído que lo hiciera con cuidado, y así lo hizo, entró con suavidad, muy lentamente, pero con firmeza, hasta romper mi virginidad.

Solo me dolió un poco, y enseguida empecé a notar unas oleadas de placer que creí que me volverían loca.

Al oír mis suaves gemidos, José aumento el ritmo, y la profundidad, de sus embestidas, hasta que pensé que me iba a romper en dos.

Cuando por fin eyaculó creí que me moría del violento orgasmo que me regalo.

Pero no se salió, pues aun alcance a sentir dos intensos orgasmos mas antes de que él llegara dentro de mi por segunda vez.

José abandono despacio mi interior. Pero la fiesta sólo acababa de empezar, pues los otros dos amigos también querían disfrutar de su parte del festín.

Cuando Paco intentó ocupar el lugar de José le pedí que me dejara reposar un poco, y él me dijo que estuviera tranquila, pues pensaba penetrarme por otro lugar.

Cuando comprendí que pensaba darme por detrás me asusté un poco, pues es algo que ni siquiera había pasado por mi mente, pero le deje que me diera la vuelta, y ya a cuatro patas, que me untara algo liquido y resbaladizo por el trasero.

No sentí más que dolor mientras me metía su gran aparato por el culo; pero, en cuanto empezó a moverse, volví a sentir ese vértigo tan dulce que precede al orgasmo, y le dejé hacer, relajándose para que entrara hasta el final. Juan me levantó la barbilla, y me obligo a mamar su miembro, apretándome las tetas con muchas ganas, mientras me retorcía los pezones sin piedad, al tiempo que Paco me daba por detrás cada vez con mas fuerza.

No me hizo ninguna gracia, pues es una cosa que siempre me había dado mucho asco, e incluso me negaba a hacérselo a mi marido. Pero en ese momento todo me parecía bien, así que empecé a lamer y chupar con un frenesí que hasta a ellos les sorprendió.

No estoy muy segura, pero creo que llegamos los tres al orgasmo casi al mismo tiempo. Solo se que entre gemido y gemido me tuve que tragar toda la abundante leche que salía del inagotable grifo de Juan, para no ahogarme mientras me corría de placer.

Las siguientes horas pasaron volando mientras ellos se turnaban para llenar mis agujeros una y otra vez.

La mitad de las veces no sabia a quien pertenecía el rígido miembro que estaba dentro de mi, ni quien era el dueño del pene que, con mi boca o mis manos, estaba volviendo a poner en forma para que se reincorporase a la interminable orgía.

Me hicieron adoptar posturas increíbles, sobre todo para facilitar la entrada de varios a la vez; pues ya fueran sus miembros, sus dedos, o algún que otro grueso y alargado objeto que no llegue siquiera a ver, ellos procuraban siempre que obtuviera el máximo placer en cada asalto, llenando todos mis agujeros siempre que podían.

Llegue a pensar que no iban a dejar ni un solo centímetro de mis tetas, o de mi trasero, por morder, lamer y chupar, pues sus ansiosas bocas no sabían permanecer ociosas con tanta carne prohibida meciéndose turbadoramente al alcance de sus dientes.

En un momento dado me encontré montada encima del rígido miembro de uno de ellos mientras el otro me penetraba muy violentamente por detrás y el tercero, Paco creo, me obligaba a mamársela todo el tiempo, dándome pequeños y dolorosos tirones de los pezones; los cuales reconozco que me dolían, y gustaban, casi por igual.

Puedo afirmar que, hasta el día de hoy, no he tenido, ni por asomo, tantos orgasmos seguidos, ni tan fuertes, como en aquel loco viaje en tren hasta Madrid.

Fue una noche realmente salvaje, que me hizo llegar a nuestro destino con agujetas por todos lados y escozor en todos mis mancillados orificios. Tenia los pezones tan irritados que tuve que pasar los siguientes días sin poder ponerme ningún tipo de sujetador, pues no soportaba ni el mas mínimo roce.

Por otro lado su inusual ausencia logro que mi flamante esposo estuviera en estado de continua excitación durante el resto del viaje, haciéndome el amor siempre que podía.

Pero lo más divertido del asunto fue que el cornudo de mi marido se creyó que él era el culpable de todos los morados y chupetones que tenia mi cuerpo, y me colmó de mimos y atenciones durante toda la luna de miel.

Sólo lamento no haber podido ver las caras que tuvieron que poner sus tres queridos amigos cuando regresamos al pueblo y él fue pregonando a los cuatro vientos las asombrosas hazañas que realizo en nuestra noche de bodas, cuando dejándose llevar por su hombría y su deseo me marco por todas partes.

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