Sexo frente al parque

El rítmico compás de los bajos de una canción de moda golpeando sin piedad la placidez de mi tarde de domingo.

Llega en medio del letargo dulce de la siesta que me acompaña después de terminar de leer el periódico hasta los últimos rincones y entonces salgo caminando lentamente buscando la frescura del parque.

Y ahí está ella, medio metida en el automóvil, la manguera escurriendo en el suelo, a la espera de que la accione para barrer la superficie del auto azul.

Y allí te veo, desde atrás, mientras tarareas con el mismo diabólico ritmo.

Al inclinarte, la pequeña camisa se te sube para mostrar esa franja perturbadora de tu piel morena, morena de verano, morena de nacimiento, no lo sé, pero tersa, limpia, suave y caliente.

Si, seguramente caliente, justamente allí, en el borde de tu calzón blanco que se asoma como para completar el plan de mi sufrimiento que ahora se inicia.

Tendrás veintidós o quizás veintiuno, y que importa.

Estas en la universidad, te veo todos los días esperando el autobús, los días que no te prestan el auto azul, me saludas con respeto, mis canas te infunden un respeto que yo no quiero que me tengas porque cuando te veo lo hago como si fueras un objeto deseado, porque en realidad lo eres.

Como no habrías de serlo si me haces sentir a mi mismo promiscuo y torpe cuando pareces agitar a propósito tus senos insolentes, caminando allí frente a mi, mientras siento que mi virilidad retrocede veinte años y se insolenta en medio de mis ensoñaciones.

Porque te imagino allí mismo como te estoy imaginando ahora, como si estuvieses desnuda allí frente a mis ojos medio metida en el auto, sin jeans, sin calzones sin sujetador, separando tus nalgas para que yo me incline sobre ellas para besarlas, reteniendo tus pechos entre mis manos, oliendo tu sexo, lamiendo tu espalda hasta llegar a tu trasero divino mientras levantas tu mano derecha y me saludas al pasar, ahora a cinco metros de ti y entonces tomas la manguera y mojas el automóvil sin saber lo que estoy pensando.

Y es mejor que no lo sepas y sigas allí moviéndote ante mi, que simulo no verte, y camino lentamente hasta ocultarme tras las ramas del árbol del parque que está justo frente a tu casa, para espiarte.

Como te espío cada tarde cuando rigurosamente programo mi salida diaria al centro de la ciudad, para no hacer nada, tan solo para encontrarte en el autobús y sentarme cerca de ti y cerrar los ojos e imaginarte allí, lo mas cerca que te tengo, a dos metros, quizás a uno.

A veces veo solamente tu cuello y con eso me basta, porque lo que deseo es que desciendas del autobús, cerca de la universidad, allí donde yo también me bajo y entonces te sigo sin que te des cuenta, o a lo mejor si te das cuenta, porque a veces percibo una intención de hembra que se sabe observada en esa manera de caminar de potranca feliz, con tus pasos ajustados, en que noto que tus muslos se rozan en forma caliente, en forma desmedida, en forma provocadora y seguramente tu trasero se agita internamente, porque sabes que mi mirada te lo esta recorriendo detalladamente partiéndotelo inefablemente en dos, aunque ya lo tienes maravillosamente partido, porque anoche lo supe antes de dormirme y me lo diste generosa y entregada sin requiebros sin dificultades y mi lengua te contó recorriéndolo todas mis fantasías, como esta que te estoy escribiendo y otras mas audaces y no me detuve allí, sino que descendí hasta tu sexo hirviente y me recibiste en forma deliciosa y por eso caminas así como caminas cada tarde hasta que desapareces en la esquina cerca de la Universidad y yo continuo caminando por esa calle que no tiene otro sentido que el que recorre mi deseo calenturiento por ti.

Y entonces te inclinas para coger la manguera entre tus dedos y yo te miro como aprietas con tierna seguridad el grosor amarillo de la manguera gigantesca y larga y flexible y dura y suave y veo como tu mano parece recorrerla con deleite y ese deleite lo comparto y como la diriges con seguridad con frescura como si supieras que esa manguera te obedece y la escurres y la cambias de mano y siento tu mano allí en su dimensión exagerado e intima porque de pronto la mangueras en tu mano se me hace intima y conocida y te acomodas y separas las piernas para escurrir el agua sobre el techo del automóvil y entonces se te vuelve a subir la blusa y vuelve a aparecer tu piel morena y de nuevo el borde blanco de tus calzones sobre tu pantalón y te das vuelta y quedas de costado y me regalas el perfil de tus pechos, al parecer libres, y el grosor de la manguera en tu mano se me hace realidad placentera e indomable pues estoy sintiéndome latir en toda mi rejuvenecida dimensión.

Hace calor aquí en el parque y hace calor allí donde tu estas moviéndote con la manguera en la mano y al parecer tienes sed y en medio de mi infierno desatado por tu contemplación vas a hacer lo que hiciste también el domingo anterior y vas a acercar la manguera a tu boca y vas a beber del pequeño chorro de agua levantando tu rostro hacia el cielo y dejarás caer lentamente el chorro en tu boca y no tienes piedad de que yo te este mirando.

Bebe potranca, yegua joven saciando tu sed y ese acto para ti refrescante es para mi el incendio final de la hoguera en que me has metido y ahora el ritmo de los bajos de la canción que retumba en la radio de tu automóvil, es el mismo ritmo que me hace arder en mi sexo despierto, desvelado, insurrecto, libre revolucionado y que no puedo contener.

Bebe así y atropella mi madures, llévatela contigo cada domingo a la misma hora y ya no te hagas la desconocida porque me he dado cuenta que sabes que me reconstruyes.

Lo sé en tu mirada y lo adivino en cada uno de tus gestos, cada vez mas pronunciados, cada día mas evidentes, cada día mas descarados, cada día mas animales, porque al parecer, sabiendo que te miro, te sientes mas yegua de lo que yo te disfruto.