Luna de miel muy especial

Tras la boda, al día siguiente, nos fuimos de viaje de bodas al Caribe.

Durante el viaje, le prometí a mi flamante maridito mucha lujuria….

Lo que no imaginaba entonces era que tendríamos tanta.

Con estos comentarios, y, como el viaje era nocturno con el avión vacío en primera clase excepto nosotros, Luis empezó a acariciarme por encima de los tejanos previamente, y luego abrió mi cremallera, deslizando su mano dentro.

Acariciaba mi sexo suavemente, con ternura, mientras yo me iba lubricando, y me estiraba más para que él accediera más profundamente.

Como estaba junto a ventanilla, me desabrochó y me bajó pantalones y bragas a la vez.

Estiré mi respaldo, y, a continuación, como un gatito goloso, se inclinó para besar mi sexo.

Lo atrevido de esta situación me ponía a cien, mientras sus expertos dedos buceaban en los jugos que salían de mi coñito.

Suspirando, moví mi cabeza hacia los lados, y mi sorpresa fue ver a una azafata, dos filas hacia atrás en diagonal, mirando fijamente nuestro jueguecito.

Una mano había desaparecido dentro de su falda.

Sentirme observada aumentó mi excitación, por lo que no tardé en correrme.

Cuando volví a mirar, la azafata ya no estaba. Me dormí y no recuerdo si me había vuelto a vestir.

Aterrizamos en Cancún cuando atardecía. Con el sueño en los ojos, me pareció advertir una sonrisa cómplice en una de las azafatas cuando bajamos del avión. No estoy segura de ello…

Mi flamante marido acusó más el jet-lag que yo, así que mientras él se acostó en la habitación del hotel, yo bajé a cenar.

Entablé conversación, o mejor dicho, ellas me asaltaron, con dos mujeres de Castellón que me explicaron su vida y milagros mientras yo iba comiendo.

Así supe que Eva y Mónica eran amigas de toda la vida, ambas separadas, y que a sus 47 años, estaban viendo mundo. Me estaban comentando las excelencias de las playas del Yucatán, cuando exclamé en voz alta que me había olvidado el bañador en Barcelona.

-Querida, eso no es ningún problema, dijo Eva ahora mismito bajamos a la tienda del hotel a comprarte una colección de bikinis, y nosotras te asesoraremos. No pude decir que no, y enseguida bajamos.

La dependienta, muy atenta, sacó muchísimos modelos, de los que elegí cinco para probarme.

Mi sorpresa fue que no había probador.

Así que apuntó el número de mi habitación, y me dijo que me los podía probar allí.

Como Luis estaba durmiendo, ellas me ofrecieron la suya.

Allí, y bajo su atenta mirada, me sentí incómoda cuando me invitaron a probármelos ante ellas.

Así se lo hice notar, y pasé al cuarto de baño, aunque me pidieron que saliera a enseñárselos puestos.

El primero era muy tapado, y me dijeron que con el sol que hacía, la parte de arriba no la necesitaría, que además allí se podía ir desnuda si quería.

Con los otros, ellas miraron, ajustaron, comentaron, y al final, hubo acuerdo en tres, aunque en uno yo tenía reparos, pues la braguita era un tanga muy estrecho, y asomaba parte de mi vello púbico.

-Eso tiene solución, dijo Mónica. Basta con rasurarte, mira. Y sin más, se levantó, izó su vestido, y me mostró su sexo completamente depilado. -Y Eva también.

Y ella hizo lo mismo.

No sé qué me impactó más, si el ver que no llevaban bragas o su vulva impúber. Hasta ese momento, las había visto como unas mujeres maduras que buscan diversión con hablar de sus cosas.

Ahora, estaba turbada. Ellas se aprovecharon, y me sentaron en el borde de la cama. Eva ya me había quitado el tanga, y me dijo que me estirara y confiara en ellas.

Mónica había ido al lavabo y volvió, arrodillándose ante mí. suspiré cuando una especie de cepillo fino mojaba la parte externa de mi vagina.

Los movimientos se hicieron más rápidos y un sonido pastoso me indicó que la espuma ya estaba repartida.

Durante la depilación, ni rechisté, aunque cuando, para repasar los labios, metió dos dedos en mi interior, sentí el hormigueo que indicaba que a mi coñito le gustaba aquello.

-Bueno, ya está, dijo; pero no retiró los dedos de mi sexo. Al contrario, mientras enjuagaba los restos de jabón con la esponjita y un poco de agua caliente, los apretó más adentro, hasta llegar al fondo.

Gemí e intenté apartarle la mano, pero fue un gesto débil, y ellas lo notaron. Eva se abalanzó con su boca sobre mi clítoris, mientras Mónica desataba el sujetador y manoseaba mis pechos. había caído en una trampa de la que ni podía ni quería escapar.

Un dedo más se unió a los que, como garfios, rascaban suavemente las paredes de mi vagina, y sobaban con descaro mi útero.

Respiraba agitadamente, cuando Mónica se sentó sobre mí, ofreciéndome a escasos centímetros, una visión de su humedecida cueva, mientras sus manos alzaban mis piernas para que Eva profundizara más en mí.

Ya estaba a punto de correrme cuando la lengua que torturaba mi clítoris buscó la roseta de mi culo.

Entonces, sin saber por qué, besé el sexo salado de Mónica, con cuidado primero, y luego con fruición.

Y eso que era una experiencia nueva. Todavía me estremezco al recordar su sabor.

Cuando finalizaron los espasmos de mi corrida, ambas repasaron mis pechos y mi boca con sus lenguas. Yo todavía estaba alucinando, cuando de repente oí que Eva solicitaba por teléfono que la pusieran con la habitación 269… ¡¡La mía!!

Oí que Eva le pedía que viniera, que quería enseñarle algo. Cuando colgó, sonrió, mientras se acercaba al refrigerador de la habitación.

-Cariño, creo que a tu edad la verdura es buena, dijo. Cuando cerró la puerta de la nevera, vi un pepino enorme, que blandía en un gesto de vaivén. No sentí más que deseo; los dedos de Mónica aún seguían hurgando en mi sexo, y su lengua cosquilleaba mi ano.

Tras lubricarlo con mis propios jugos, una de sus puntas empezó a dilatar mi vulva.

Me arqueé en un gesto de placer y de instinto para facilitar la penetración, pero sólo cuando una de ellas volvió a tumbarme boca arriba y sosteniendo mis piernas flexionadas hacia arriba, el grueso alimento sació los deseos de mi coño.

Cerré los ojos mientras la enorme hortaliza me partía en dos. Sólo podía emitir pequeños gemidos. El resto de mi energía se concentraba hacia el orgasmo inminente que me venía.

Estaba en los últimos estertores de mi corrida cuando llegó mi marido. Se quedó quieto en el quicio de la puerta, mirándome fijamente.

Yo estaba sobre la cama, con las piernas flexionadas, mientras Eva metía y sacaba de mi interior una brillante porra vegetal. Inmediatamente busqué cruzar su mirada con la mía, buscando una aprobación que no llegaba.

Parecía absorto por el «espectáculo». Mónica fue quien tomó la iniciativa, y le dijo:

-Mírala, está caliente y abierta para tí. Disfruta del espectáculo de sus orgasmos, y fílmala. Cuando estéis a solas, gozaréis el doble.

Como un autómata, puso en marcha la cámara, pero la dejó apoyada sobre la mesa, no sin antes asegurarse que captaba perfectamente mi cuerpo.

Luego se acercó, con un bulto manifiesto en su entrepierna.

Mientras tenía aquella cosa gorda en el coño, sentí deseos de agarrar el rabo de Luis, y besarlo…

Pero fue Eva, quien cediendo el ritmo de mi penetración a Mónica, consiguió la primicia.

Me sentí defraudada a medias, ya que el ver que otra mujer se la mamaba aumentó mi excitación; pero yo la necesitaba ya, quería algo en mi boca, y lo tuve… el sexo abierto, licuante de Mónica, que se subió sobre mí, acercó a mi cara esa sonrisa vertical depilada. Oí que decía a mi marido que me mirara cómo la lamía.

Por el gemido con la boca llena, interpreté que ese mensaje había surtido efecto, y la polla de Luis creció enormemente.

Lo sabía. Alguna vez que veíamos películas porno, lo que más le excitaban eran las escenas lésbicas.

Tal como yo estaba, reconozco que lo hice con mucho gusto, y, de reojo, lo miraba mientras mi lengua degustaba los caldos salados de Mónica, que gemía mientras ahondaba más el pepino, que chocaba literalmente con mi útero.

Fue un orgasmo casi simultáneo el que tuvimos Luis y yo. El semen regalimaba la boca de Eva, mientras yo también me corría.

Cuando por fin liberaron mi sexo de tan grueso calibre, Luis filmó mi sexo abierto. Lo notaba ahora vacío, anhelante de más marcha. Y la tuve…

A mi consorte no se le bajó. Aún la tenía enorme, cuando Eva la acercó a mi vulva. Asida de la mano, la frotaba contra mi clítoris, y jugaba a meter el grueso glande en mi hendidura mientras sus dedos cosquilleaban y se sumergían en mi culo.

Cuando lo creyó oportuno, sustituyó sus dedos por el pene de Luis, que forcejeó hasta que consiguió metérmela por el ano.

Y todo esto sin soltar la cámara. Él me filmaba de arriba abajo, y luego pude comprobar que la follada salió a la perfección.

Las dos mujeres ahora me lamían los pezones aumentando aún más si cabe el placer que sentía.

Cerré los ojos y me dejé ir hasta que noté el calor de la corrida de Luis en mi trasero. Como se dieron cuenta que mi enésimo orgasmo aún estaba algo lejano, bucearon los tres en mi vulva con sus lenguas y dedos, chocando, luchando por ser triunfadores en provocar mi clímax.

El resto de la noche, apenas dormimos.

Todos teníamos un apetito sexual voraz, y procurábamos darnos placer sin tabúes ni miramientos, hasta que, bien entrada la madrugada, el sueño nos venció.

Por la mañana, despertamos y vimos que ellas estaban empaquetando. Regresaban a Castellón. Nos despedimos efusivamente, y fue Eva quien hundió un dedo en mi coñito y luego lo olió y lamió. Acercándolo a continuación a mi boca, me dijo:

-Cariño, el recuerdo de tu sexo es lo mejor de las vacaciones. Lo besé y lo volví a pasar por mi vulva.

Eran las ocho de la mañana cuando regresábamos a nuestra habitación. Ansiaba ver la cinta y follar con mi marido a solas.

Él me abrazaba y me besaba.

Le pregunté sobre lo ocurrido, y besando mi oreja, me contestó que había disfrutado muchísimo, y que lo mejor fue ver cómo gozaba yo.

No salimos de la habitación hasta bien entrada la tarde.

Cuando bajamos a pasear por la playa, le comenté que qué lástima que no pudiéramos repetir algo parecido.

Nuevamente me equivocaba…

El viaje tocaba a su fin. Visitamos las viejas pirámides, Chichén Itzá, y nos relajamos al sol de Cancún.

Allí se nos pegaron literalmente un matrimonio de Aragón y su hija, que no parecía ser muy feliz. Con 19 años, y aún colgada de los padres, es un muermo.

Total, que, un día que dijimos que si querían la hija se podía quedar en la playa con nosotros, aceptaron, y entonces me relató el por qué de tanto control paterno:

-Es que me pillaron en mi habitación haciendo el amor con dos de mis compañeros de clase.

Yo aluciné, y me mostré muy interesada. Yo sabía que mi marido, aunque aparentaba no seguir nuestra conversación, estaba a la escucha, y seguro que tras sus gafas de sol observaba de reojo el cuerpazo de Sonia.

Aquella noche, mientras él me penetraba, yo le susurré al oído si le gustó ver a Sonia en bikini.

Su respuesta me la dio su pene, que pareció engordar dentro de mí, y así seguí con mi plan de excitación, hasta que no pudo más, y se corrió. Yo también estaba excitándome ante la idea que flotaba en mi mente, y Luis usó sus dedos y su lengua para explosionar mi orgasmo.

El día siguiente -penúltimo de nuestra estancia-, había un baile de disfraces en el hotel.

Planeé darle una sorpresa a Luis: un trio con Sonia y conmigo, aprovechando la relajación de la vigilancia que ejercían sobre ella desde que estaba con nosotros.

Así pues, vestida de camarera muy sexy, la recogí en su habitación. Su disfraz coincidía con el mío. No era una casualidad, sino premeditado. Sin embargo, las cosas no salieron perfectamente.

En el pasillo, nos abordaron un grupo de seis camareros que se dirigían a la zona de descanso del personal del hotel.

Con las pelucas, y los disfraces, nos tomaron por empleadas también.

Bromeaban sobre cómo había mejorado el equipo de camareras, mientras nos daban palmaditas en el trasero.

Sonia aún les provocaba más, y, al final, nos convencieron de subir con ellos.

Pero no fuimos a la zona, sino a una habitación que estaba vacía.

Cuando me di cuenta, Sonia estaba saciando su apetito con una polla enorme en la boca, mientras otros dos la desnudaban.

A mí ni eso esperaron. Sin tiempo para reaccionar, me subieron a una mesa que había, y allí empezaron a manosear mi cuerpo. No les rechacé cuando dos orientaron sus pollas a mi boca mientras el tercero lamía el surco de mi entrepierna.

A Sonia la acostaron en la cama, y pude ver cómo empezaron a bombearla por el coño y culo. Gemía de gusto mientras las pollas brillaban cada vez que abandonaban sus nidos de placer.

Con mi falda levantada y ya sin bragas, comencé a disfrutar de aquella legua que trabajaba sin descanso mi clítoris, y empecé a chupetear las dos vergas que rozaban mis mejillas.

Pronto mi placer me hizo engullirlas, y sólo las saqué de mi boca cuando una maza poderosa ensanchó mi vulva y se estrelló contra mi útero.

Era el pene más grande que me había entrado jamás, y su mete-saca me provocaba espasmos de gozo.

No recuerdo el tiempo que estuvimos así, pero cuando se corrió, noté cómo mi gruta se inundaba de un fluido caliente. Con un par de embestidas más, llegó mi orgasmo.

Pero no lo disfruté plenamente, porque los otros dos eligieron ese preciso instante para lanzar su carga en mi boca.

No pude con todo, y me salió por la comisura de los labios. Y fue Sonia quien lo recogió con su lengua. Un beso de desmayo, que me alivió ante la potencia de los hombres.

Rieron y comentaban jocosamente nuestro tributo a Safo. Nos animaron a seguir, y dimos rienda suelta a nuestra vena lésbica lamiendo nuestras grietas, pero duró poco, ellos se habían recuperado, y nos apuntaban con sus «armas».

Nos volvieron a separar, y esta vez nos penetraron dos a la vez, mientras lamíamos al tercero.

Quisieron hacer una apuesta a ver quién aguantaba más, y, a medida que se corrían, abandonaban.

Ganó el del super rabo, que estuvo casi veinte minutos destrozando el sexo de Sonia.

Cuando se la sacó, su vagina era una boca inmensa, y el degenerado, sin dar tiempo a reaccionar, le hundió su manaza dentro.

Gemía y sollozaba, pero me sorprendió ver que no eran de dolor. Se estaba corriendo!! Yo tuve una suerte diferente…una botella de cava en el culo, y un botellín de agua en mi coñito. No podía más, pero me volví a correr.

Al rato nos dejaron solas en la habitación. Habian pasado 3 horas, y nos habíamos perdido el baile.

Nos temblaban las piernas al salir, pero nos arreglamos lo que pudimos, y fuimos a mi habitación.

Luis yacía dormido al lado de una chica rubia, ambos desnudos. Era una imagen tierna, pero se sobresaltaron al vernos entrar. Los tranquilicé, al tiempo que nos fuimos a la ducha.

Tomamos un baño relajante, mientras observaba cómo las sombras que dibujaban mi marido y su ocasional amante se acoplaban hasta formar una imagen difusa.

Los sonidos y gemidos me reconfortaban.

Vi que Sonia se estaba acariciando el clítoris oyéndolos, y orienté mi pie hacia su vulva. La acaricié de esa forma, hasta que se lo introduje.

¡Qué sensación! el dedo gordo rodeaba su fondo, mientras que el resto estimulaban sus paredes.

Tuvo tres orgasmos más.

Para mí, la traca final: cogió el mango de la ducha, reguló la temperatura, y me lo metió.

Los chorros de agua caliente a presión eran miles de excitantes para mi sexo.

Con mi cuarto orgasmo, no pude más.

Una vez fuera de la ducha, la juventud de Sonia aún pudo gozar de la polla de Luis, y arrancarle varios orgasmos a la otra chica.

Eran casi las seis de la madrugada cuando se fueron. Luis y yo nos dormimos como niños.

Al mediodía, despedidas.

Un abrazo furtivo con Sonia, lágrimas en los ojos, y una promesa cumplida: vernos en España (eso ya es otra historia).

Durante el vuelo de vuelta, Luis y yo conversamos sobre el cambio sexual vivido.

Reafirmamos nuestro amor sin barreras, siempre que hubiera confianza mutua, y pensábamos probar muchas otras experiencias, juntos y por separado…

Lástima que el avión iba lleno y no pudimos hacer nada.