Los sonidos de una oficina

No dejaba de pensar en ella, no podía evitar imaginársela sola, perdida entre papeles, mesas y monitores de ordenador.

Como de costumbre, había tenido que quedarse hasta más tarde de lo habitual, era el inconveniente de ser la persona de confianza de una empresa, y seguramente estaba harta de todo, de muy mal humor y con muy poca predisposición a nada. Así las cosas, no pudo evitar sonreír: desde luego iba a ser toda una sorpresa.

El tiempo parecía arrastrarse, problemas de no poseer vehículo propio y tener que depender de otros a horas no demasiado adecuadas, pero finalmente oyó unos tacones resonando en las escaleras, estaba bajando, había llegado el momento.

Pensó en alguna salida cómica tipo: «¿Le interesaría comprar una económica enciclopedia?», pero prefirió no decir nada, era mejor guardar absoluto silencio, al fin y al cabo, había otras secciones de la empresa por allí y no sabía si quedaba gente o no.

Ya sólo la cara que se le quedó cuando abrió la puerta y se lo encontró de frente hizo que las horas de espera hubiesen merecido la pena, ahora tenía la ventaja de la sorpresa, así que antes de que pudiera reaccionar le dio media vuelta y la llevó otra vez escaleras arriba.

Ella trató de decir algo, pero él la silenció con un beso, y le susurró que estaba prohibido hablar esa tarde.

Cuando por fin llegaron a su oficina, la giró violentamente y empezó a besarla con fiereza mientras la iba despojando de la parte superior de su vestido.

Una vez sus pechos, totalmente erguidos y excitados, quedaron al descubierto, bajó sus labios y empezó a besarlos y lamerlos con rapidez, haciendo deliberadas pausas y dando medidos mordiscos en los pezones.

Ella empezó a respirar con fuerza, convirtiéndose pronto su respiración en jadeos, momento que él aprovechó para, ya que estaba agachado, bajarle la minifalda.

Iba a quitarle también las bragas, pero vio que llevaba un tanga y se le ocurrió una idea muy de película porno que lo excitó muchísimo, por lo que se lo dejó puesto.

Bien por ese breve instante de vacilación, bien porque ya estaba tomando control de la situación, ella pasó de pronto a tomar el mando, arrodillándose por debajo de él y desabrochándole el pantalón.

Sucedió en menos de dos segundos, nunca había visto tal rapidez, fue visto y no visto, ahora tenía los pantalones puestos ahora tenía la polla dentro de su boca.

Sin embargo, la rapidez fue sólo para empezar, una vez la tuvo entre sus labios aminoró debidamente la velocidad, demostrando su maestría en la materia. La acariciaba con sus labios, la lamía, y se la metía lenta y suavemente, acelerando rápidamente durante unos instantes para luego seguir con calma.

El placer que estaba sintiendo era casi peligroso, corría el riesgo de ya no ser capaz de controlarse y correrse en esa boca que hacía maravillas, así que decidió tomar de nuevo la iniciativa y, con un movimiento suave pero firme, la levantó, le dio la vuelta y la apoyó en la mesa.

La visión de ese perfecto culito en pompa fue demasiado para su estado de excitación y actuó casi como un salvaje, apartó violentamente la tira del tanga y se la metió de golpe.

Eso lo hizo reaccionar, quizá se había pasado y la rudeza del movimiento le había hecho daño, pero el grito de placer que ella soltó lo tranquilizó: estaba tan excitada como él, quizá ella también tenía fantasías similares.

Reforzado por este conocimiento, empezó a moverse con fuerza y rapidez, el sonido de caderas contra nalgas inundaba la sala, aunque iba siendo sustituido por unos cada vez más salvajes gritos y jadeos que ella profería sin control.

Eso lo excitó mucho, aquel polvo no se parecía a los que había echado anteriormente, era mucho más salvaje, y de pronto, sin pensarlo muy bien, le dio un sonoro azote.

Desde luego, no se esperaba la respuesta, y es que el «¡sí!» desgarrador que ella profirió le hizo saber que tenía total libertad, que aquel cuerpo era suyo para hacer con él lo que quisiera.

No necesitó más, conforme escuchó su grito de placer y beneplácito la sacó y, casi con la misma velocidad, la metió en aquel ano limpito y apetitoso. El grito fue casi mayor que el anterior, salvaje, y por sus espasmos estuvo casi seguro de que se había vuelto a correr.

La sensación de total liberación fue tal que empezó de nuevo a azotarla, pero no sólo eso, de pronto, casi contra su voluntad, empezó a gritarle: «¿Te gusta, zorra, te gusta cómo te rompo el culo?» y obscenidades similares, a lo que ella respondió con sonoros gritos que sí, que siguiera, que le reventara el culo.

Aquello fue demasiado, y al siguiente embate se corrió en las profundidades de su culo.

Fue un orgasmo como ninguno que hubiera tenido anteriormente, y es que había sido prácticamente una fantasía hecha realidad.

Mejor incluso. Sin embargo, al abrir los ojos se la encontró mirándolo con aparente cara de enfado.

Era lógico, era demasiado bonito para ser verdad; así que agachó la cabeza y esperó la bronca.

«Quería que te corrieras en mi cara», le dijo con tono severo, «así que tira al baño, lávate y vuelve para cumplir con tu deber».

La cara que tenía mientras iba al lavabo hubiera causado carcajadas, apenas daba crédito a todo lo que había pasado, pero, conforme se iba haciendo a la idea, su mente iba cada vez más y más deprisa:

Era evidente que su vida iba a mejorar muchísimo.