Atendiendo a mi cuñada
Esta es la continuación de mis anteriores relatos.
Observando a mi cuñada y atendido por mi cuñada.
A veces los acontecimientos nos desbordan y no llegamos a comprender del todo el porqué de las cosas.
Allí nos encontrábamos nosotros, en el sofá de mi casa, mi cuñada ofreciéndome el chocho apoyada en uno de los brazos de sofá para que yo con ímpetu, continuara dándole toda mi polla desde atrás.
Recuerdo el sonar del teléfono, la insistencia de su timbre cual campana de un concurso que pone límite al tiempo que teníamos concedido.
Recuerdo el susto que se llevó mi cuñada, su grito, el intento desesperado por incorporarse.
Demasiado tarde, yo, me derramaba dentro de ella con las convulsiones de un orgasmo que debido a la postura de equilibristas que adoptamos, me hizo caer sobre ella, y enganchado a ella, rodamos los dos por el suelo ante la mirada atónita de mi cuñado que se asomaba incrédulo entre de las ramas del jazmín que separan nuestros arriates.
El único movimiento que realizó fue lanzarnos el inalámbrico que se estrelló en mi terraza.
Mi cuñada se vistió deprisa, colocándose el vestido como pudo y se marchó dándome un beso fugaz temerosa de lo que podría encontrar en su casa.
Yo por si acaso, me mantuve alerta por si hubiera algún tipo de malos tratos.
En ese aspecto es de agradecer el comportamiento de mi cuñado, que sólo se reprochaba a si mismo lo putona que era la mujer con la que se había casado.
Habló de separación, de tomarse un tiempo, no sabía exactamente como encajar aquel varapalo que a traición le pegó su mujer y con el marido de su hermana, precisamente.
Ella más caramelosa que de costumbre quitaba hierro al asunto.
– Ha sido una vez, la primera Cari, no volverá a pasar.
– ¿Como sé yo que no volverá a pasar? -Se escuchaba lloroso a mi cuñado.
– Tienes que confiar en mí. Te lo prometo, ha sido un arrebato que tuve en un instante. No rompamos nuestro matrimonio por un momento de locura.
– ¿Locura? -dijo mi cuñado- Llamas locura a la follada que te estabas dando. ¡Pero si aún te escurre la leche por las piernas! ¿O es que esto no es una prueba de que se ha corrido dentro del chocho? -y le levantó el vestido para demostrar que le quedaba resto de semen en el coño.
– Bueno, no te pongas así, que ahora me lo lavo y te lo dejo para estrenar -mi cuñada le ponía una mano sobre su paquete- ¿Porqué no terminas tú, lo que empezó tu cuñado? Necesito correrme.
Él la rechazó y se marchó dando un gran portazo.
Mi cuñada se acercó al jazmín y me pidió que le pasara por allí los documentos y el disquete que se los dejó en la mesa. Yo además le pasé su braguita que encontré tirada en el suelo.
– Últimamente se está convirtiendo en una costumbre pasarte por aquí las bragas -dije rompiendo el hielo. – ¿Como se lo ha tomado tu marido?
– En principio, está hecho polvo, pero creo que lo aceptará y llevará los cuernos con resignación.
– ¿Y ahora que vamos ha hacer? -pregunté
– Será mejor dejar correr el tiempo. Por mi marido y tu mujer. No podemos romper nuestros matrimonios. -dijo algo apenada.
– De acuerdo, pero ya sabes si necesitas algo, estoy aquí dispuesto a servirte. -me ofrecí
– Vale, si este asunto se complica más de la cuanta, contaré contigo. -aceptó mi proposición mientras se limpiaba los restos de la corrida, metiéndose las bragas por el inflamado chochito.
Dos día después volvió de Sevilla mi mujer.
Fue un par de semanas larga su ausencia, yo temí que se enterara de lo ocurrido, que su hermano se fuera de la boca, pero su hermano tenía tantas cosas en la cabeza que no intentó siquiera hablar con ella.
A mí por supuesto dejó de dirigirme la palabra.
Algunos miembros de la familia observaron este hecho y preguntaban que había pasado entre nosotros.
No supimos que contestar.
Durante tres semanas no volvieron a comer con nosotros la paella que los domingos hace mi suegra.
Ponían mil excusa para no acudir a nuestra reunión semanal.
En el seno familiar comenzaron las sospechas del distanciamiento de la pareja y temían una ruptura.
Por mi parte, mi esposa llegó sin presentir nada lo sucedido.
Con la tensión de enfrentarme a ella, temí que después de dos semanas de separación, pidiera una merecida recompensa sexual.
La fortuna quiso que volviese fatigada y no deseaba otra cosa que descansar.
– ¿Te importa que lo dejemos para mañana? -dijo antes de que yo la abrazara- Es que estoy muy cansada del viaje.
Yo acepté con agrado. Por la mañana todos estaríamos más relajados. Cariñosamente la abracé por la espalda y me quedé dormido cogido a una de sus tetas.
Los niños se levantaban temprano para ir al colegio.
Los llevé yo, después de hacerles el desayuno.
Compré algo para comer nosotros y volví a casa.
Mi mujer aún dormía. Preparé zumo y café y unos bocadillos de jamón cocido y queso. La desperté.
En la cama estaba ella, la mujer con la que contraje matrimonio hace ya 12 años. Se veía luminosa, radiante y guapa aún recién levantada.
Cuando nos casamos estaba más delgada, ahora con los años y los dos partos cogió unos kilos que particularmente me encantan.
No sé si soy de los pocos que veo las fotos de las gorditas por Internet, tengo una gran colección guardada.
Me excitan sobre manera que una mujer esté metida en carnes, sin pasarse claro, algunos kilos de más que aumenten un poco sus caderas y sus pechos y que sus mulos se junten para evitar lo que yo denomino el coño entre paréntesis de las delgadas.
Esa mañana me llevé además una gran sorpresa.
Introduje la mano por debajo del pantalón del pijama de mi mujer, y noté una suavidad que antes no tenía, su pubis presentaba una carencia total de pelo.
– ¿Te has depilado? -pregunté
– ¿No te gusta? lo he hecho pensando en ti.
Sin pensarlo dos veces me abalancé sobre el conejo depilado que lucía mi mujer, para comérmelo saboreando cada rincón de su contorno.
Lo notaba extraño, no sólo para la vista, era distinto de olor y de sabor, aunque lo disfruté con mucho gusto y tacto.
– ¿Cuando te lo has hecho? -pregunté
– Fui a una clínica de depilación con láser
La idea de que aquello fuera perenne me inquietó un poco, luego pregunté como le depilaron el coño, mientras me lo comía nuevamente.
– Fue una mujer, poco agraciada, así que no te hagas ilusiones -me dijo, conociendo mi afición a que me cuente unas historias para excitarme más. – Todo muy aséptico y frío.
– ¿No lo supervisó ningún médico? Pregunté mientras le frotaba el clítoris.
– No, ya me hubiera gustado a mí que me lo hubiera visto un medico -y añadió – o que me lo hubiera comido como tú.
Esa mañana echamos uno de los polvos más extraordinarios de nuestra vida.
La sensación de desnudez que tenía mi mujer, aún con ropa puesta, produjo un segundo despertar en su sexualidad y no había día en que no follásemos como conejos.
Pero esta es otra historia y será digna de contar en otra ocasión.
El conflicto sentimental de mis cuñados no tenía visa de arreglo.
Ella intentaba pedirle perdón pero él la rechazaba una y otra vez.
Desde entonces no mantenían relaciones sexuales aunque de cara a la galería intentaron dejar ver que si rompían el matrimonio no era por ninguna infidelidad.
Era un supuesto orgullo de hombre íntegro que mi cuñado pedía a su mujer.
En aquella época yo descubrí cosas con mi mujer que me evitó pensar en mi cuñada y atenderla como ella se merecía.
Hasta que un viernes por la noche.
Mi mujer tuvo reunión de la directiva de la empresa en la capital. Viajó por la mañana y después de una larga sesión volvió al anochecer, mareada por lo que se acostó temprano.
Nuestra actividad sexual iban viento en popa, no pasaba nada si esa noche no follábamos, y para mí aún quedaba la distracción de la porno del Canal Plus.
Sonó el teléfono.
Era mi cuñada que me pedía que la acompañase, que después de tres semanas sin comerse una rosca, le apetecía echar un polvo para relajar tensiones. Yo acepté, le di una simple excusa a mi mujer para salir, que creo que no llegó a escuchar y dijo soñolienta un simple “hata luego”.
Dudoso, entré a la casa de mi cuñada, ella me recibió con un picardías negro que aumentaba su erotismo.
– Pasa -dijo- Mi marido está en su reunión quinielistica y volverá tarde. De todos modos no me está haciendo ni caso.
Tenía que aprovechar ese momento. Dejé sobre un recipiente las llaves que llevaba en las manos y la abracé besándola como un poseso.
¡Que buena estaba la jodida! La levanté en brazos agarrándola por el culo, ella comenzó a desabrocharme la camisa con impaciencia, rompiéndome dos botones.
Yo le quité el tanga negro, un diminuto trozo de tela suave que cubría simplemente un triangulito entre sus piernas.
Me ensimismé mirando su pelo bien recortado y lo besé, pensando que echaba de menos algo de pelo en el coño de mi mujer. ¡¿Por qué diablos se lo habrá depilado?!
– ¿Qué piensas? – preguntó mi cuñada, al verme parado.
– Nada que tienes un coño muy bonito.
Le abrí la raja con los dedos y mi lengua se dedicó a sacar todo el sabor al clítoris totalmente erecto.
Mis dedos buscaron la cavidad rosácea que emergía llamativa entre sus inflamados labios para introducirse en ella iniciando un vibrante mete y saca que provocaban quejidos de placer en la ardiente mujer tan desatendida por su marido.
– Vente -dijo- quiero hacerlo en la cama.
Me senté a los pies de la cama y ella se colocó entre mis piernas de rodillas en el suelo para poder meterse de una tajada mi empinada polla en la boca.
Me realizó una genial mamada, con grandes sorbetones que me dejaban un escalofrío por la espalda además de la saliva que resbalaba por el capullo y caía sobre los huevos empapándolos.
Mi cuñada prefirió que no me corriera en su boca, al fin y al cabo, la que estaba desatendida era ella.
Se tumbó en la cama boca arriba con las piernas dobladas y por segunda vez esa noche le comí el chochito.
Ella se acariciaba las tetas a la par que apretaba las piernas sobre mi cabeza con la intención de que yo no parara de relamer su jugosa almeja y dedicara toda mi atención a disfrutar de su esencia, mientras la hacía disfrutar como loca.
– ¡Puta! ¡Cabrón! -escuché decir a mi cuñado que se encontraba en la puerta del dormitorio. Nuevamente nos cogió in fraganti. Intenté zafarme de las piernas de mi cuñada pero ella las apretó aún mas y agarrándome fuerte por los pelos mantuvo entre su coño mi dolorida cabeza.
– Tú sigues -dijo- en lo mejor no te vas a quitar otra vez. Y tú, – dijo a su marido- o aprendes a llegar a la hora de costumbre, o más de una noche te encontrarás con este panorama, al menos que decidas hacérmelo de una puñetera vez.
No lo escuché entrar con lo entusiasmado que estaba comiéndole el chocho a mi cuñada pero sí escuché como cogía las llaves y cerraba con estrépito la puerta.
En principio no supe reaccionar, pero mi cuñada me animó a seguir hasta que se corrió manteniéndome la cabeza apretada con sus piernas.
Luego, más tranquila, se aferró a mi sexo y lo engulló primeramente con la boca, para acabar sentándose sobre él, en una soberbia clavada.
Esta vez fue ella quien cabalgó sobré mi, soltando enormes gemidos que le desgarraban la garganta.
Así se corrió dos veces antes que yo eyaculara dentro de su raja. Descansamos un momento, apenas me quedaban fuerzas para continuar y así se lo expliqué.
– Mastúrbame -me pidió.
Aquella hembra estaba bastante falta de sexo y yo dignamente intenté ofrecerle consuelo. Una vela sirvió de improvisado consolador.
Yo me dedicaba a meter y sacar de su chocho el cilindro de cera y ella iba tomando diferentes posturas para que le entrara lo más hondo posible.
Volvió a correrse en la misma posición que estaba cuando mi cuñado nos pilló la primera vez. Yo miraba desde atrás como se deslizaba entre sus labios vaginales la blanca vela.
Una vez satisfecha, la besé tiernamente y me vestí para marcharme.
– ¿No has visto mis llaves? -pregunté, pensando en donde las habría dejado.
Ella se levantó y buscó conmigo, sin resultado. Al abrir la puerta, nos encontramos a mi cuñado sentado en el pasillo, esperando para entrar.
-¿Que haces ahí? -preguntó mi cuñada.
– Estaba esperando a que saliera, me confundí de llaves – y diciendo esto lanzó mis llaves para que las cogiera.
Entró dando un beso a su mujer, abrazando su desnudez con ternura.
– Te quiero y no quiero perderte
– Has visto como ya no te duelen -le contestó mi cuñada mientras le acariciaba la frente.
Me marché de allí, dejando a la pareja fundida en un interminable beso.
Entré a mi casa a oscura, haciendo el menor ruido posible.
En esto los hombres somos unos expertos, no sé como no la apañamos que cuanto más silencio queremos conseguir más ruido hacemos. Yo tropecé con una silla que fue a parar al suelo.
– ¡Qué pronto has vuelto! – dijo mi mujer.
Me desnudé y me metí en la cama.
– ¿Estás despierta?
– Sí.
– ¿Te importa que no te folle esta noche? Estoy super agotado -dije.
– No me extraña, después del polvo que me has echado. Tenemos que hacerlo más veces en la más intensa oscuridad.
Me quedé perplejo, anonadado, y más cuando al encender la luz vi que aún rezumaba semen por su depilado conejo.