Capítulo 2

Capítulos de la serie:

Orgía canina II

Ya ennoviada con Carlos, una vez le comenté que tenía una fantasía de puta madre.

Me preguntó cual era.

Le dije que me gustaría sentirme una perra en celo, es decir, que varios perros se alzaran al lado mío, pelearan por mi, y que cada uno de ellos fornicara conmigo, en reiteradas veces, hasta dejarlos exhaustos.

Como cuando la perrita callejera del parque, donde una jauría quería cogerla.

Esa fantasía es algo complicada para hacerla, pero veré que puedo hacer.

Es algo complicado, pero un día Carlos, que es policía, me comentó que consiguió un turno de guardia en el plantel de perros de la fuerza republicana.

Sería por un fin de semana, donde él estaría a cargo de los perros, cuidándolos y dándoles de comer.

Se podrán imaginar que cuando me dio esa novedad, casi me desmayo del cúmulo de sensaciones que me vinieron a la cabeza. ¡Un plantel de perros policías para mi solita!. Era algo que jamás hubiera soñado.

Sólo un novio como mi Carlos podría hacer algo así por mi: su novia zoofilíca.

Deseaba ansiosa que llegara el fin de semana.

Para darle más morbo a la situación, por tres días no me bañé, para heder bien a sucia perra, me revolqué con Belfort, para agarrar bien el olor de una perra, y el plato lo agregué cuando Carlos me trajo un trapo sucio, con un olor penetrante.

Le pregunté que era y me dijo que una de las perras del plantel, que están apartes, estaba iniciando el celo, por lo que frotó ese trapo por la concha de la perra, hasta impregnarse esos jugos.

Me sugirió que me los frotará por la concha, para que tomará el olor de una perra en celo, de manera de disfrutar bien de la orgía que estaba en puerta.

Para peor en esos días me vino la menstruación, por lo tanto estaba superespecial, sucia, con olor a perra, hediendo a celo y con la concha sanguinolenta de mi período.

Cuando Carlos me vio, pronta para acompañarlo hasta el plantel de perros, me dijo: ¡Eres la perra mas puta que jamás haya visto!, ¡espera, hay que darle el toque especial!.

Salió de la habitación, me hizo poner un conjunto de lencería diminuto, transparente, sin toalla higiénica, y lo máximo es que me puso un collar y me ató como un perro cualquiera. Me vendó los ojos, me cargó tapada con una sábana en la parte de atrás de su automóvil y viajamos hacia la sede de la guardia.

Estaba escondida, de forma que nadie de la poca guardia supiera que entraba de incógnita.

Se detuvo el auto y llegamos a un lugar apartado.

Era una especie de corral chico, piso de hierbas. ¡Este es el cogedero de los perros, cuando los cruzamos, aquí ponemos la perra y el perro a fornicar!.

¡Es un lugar solitario y estoy yo sólo a varias cuadras, nadie nos molestará en dos días!. Como el plantel de perros es muy numeroso, Carlos me dijo que escogió para mi solita a cinco sementales, pura raza. Tres eran pastores alemanes, un doberman y un rottweiler.

Los perros mas cogedores de toda la fuerza policial. Lo que vamos a hacer es hacerlos pasar de a uno, que cada uno se saque las ganas contigo. La verdad es que parecía que estaba soñando, en cuatro patas, toda sucia, me saqué previamente la ropa interior, quedando absolutamente desnuda.

Carlos abrió la primera de las jaulas, y asomó un hermoso pastor alemán, mas grande que Belfort y mas brillante. ¡Este es Paco! me dijo Carlos, ¡es el macho preferido del plantel y tiene mas de ochenta hijos!.

El perro se me vino encima, me olfateó la cara y luego la concha. Empezó a agitar rápidamente la cola, y entre sus patas asomó una pija impresionante de grande. Como gran experto, me montó, sujetándome de la cintura con sus patas delanteras y clavándome esa estaca en lo profundo de mi concha.

Paco me cogía como un endemoniado, sintiendo cada milímetro de su verga.

Podía sentir el sonido del chapoteo de su verga en mi concha encharcada de jugos y sangre de mi regla.

De pronto, aumentó sus embates y me ensartó su bulbo. Se detuvo, sentí la pulsación de su verga derramando esperma caliente en mi concha y quiso retirarse. No pudo hacerlo: estábamos abotonados.

Gocé como una loca, aullando de placer y gozo. Paco con mucha habilidad, cruzó su pata trasera izquierda por sobre mis glúteos, y quedamos culo con culo, pegados como los perros.

Estuvimos unos quince minutos así, derramando leche en mi vagina profunda. Los orgasmos me venían uno tras otro, perdiendo la cuenta de cuantos tuve. Se despegó de mi, pude ver su pija gorda, jugosa, chorreando jugos, semen de perro y sangre de mi menstruación.

Mi concha estaba inundada, y quería mas pija. ¡Mándame el que sigue! – le imploré a Carlos. Paco volvió a su jaula, y no bien estuvo dentro, Carlos soltó a Gedeón, un enorme pastor alemán, más grande que Paco.

Este no tuvo compasión alguna, pues de un solo tirón se trepó encima y como si fuera su perra favorita me clavó su verga en la concha que hacia minutos estaba en poder de Paco.

Bombeó como una bestia feroz. Sentí en mi espalda su jadeo caliente, además gemía de placer.

Podía sentir su tranca perforándome e inundando de jugos. Se bajó unos instantes, pude ver que tenía toda la verga fuera de su capuchón, y sin dudarlo me di vuelta para mamársela.

Saboree la pija, degusté de sus jugos, al tiempo que por sobre mi culo, con su lengua rugosa, lamía mi orto y olfateaba el afrodisíaco de perra en celo.

Se movió y nuevamente me montó, y de una buena vez me la metió en lo profundo de mi ser. Bombeo y bombeo, me puso el bulbo dentro y latiendo y derramando su semen, se puso culo con culo, quedando nuevamente abotonada.

Estuve así unos pocos minutos, porque era tal la dilatación de mi concha que el abotonamiento solo duraba algunos instantes.

Salió como una sopapa, y chorreando jugos, semen y sangre, el agradecido Gedeón lamía mi conchita maltrecha.

Luego dio un lametón a su verga y se marchó a su jaula. Los orgasmos que estaba teniendo eran indescriptibles. Mi fantasía se estaba haciendo realidad, y solo habían transcurrido una media hora desde que había llegado.

Carlos me miraba y se sonreía. ¡Eres una perra bien puta mi amor!.

Entre sus manos tenía su pija, ya que el cabrón se pajeaba mirándome como los perros me iban copulando.

¡El que sigue es Brutus! – dijo Carlos, abriendo la próxima puerta.

Apareció, lento, con su belleza de perro de raza: un pastor alemán, el tercero de la serie. Se acercó, me olfateó la cara, el cuello, las tetas, y mi culo.

Me puse de espaldas, ofreciendo mi vientre. Me lamió el ombligo, y se dedicó a chuparme la concha. Me retorcía de gozo, y acababa litros de jugos sanguinolentos. Su verga se asomaba poco a poco.

¡Siempre el mismo perro pelotudo! – gritó Carlos, al tiempo de que me dice: ¡ Pajéalo, pajéalo!. Me coloqué debajo de él, y tomando su capullo peludo lo empecé a masturbar.

Al ratito asoma una tranca de tamaño respetable.

Seguí pajeándolo y Brutus empezó realizar los movimientos coitales, asomando más y más su verga.

Me puse en cuatro patas y le ofrecí mi culo, lo olfateó y poco a poco me coloqué debajo del perro.

Tomé su verga, la rocé sobre los labios de mi concha, sobre mi culo, y la utilicé como consolador. Palpé su bulto y era bien grande, como una pelota de tenis.

¡Uyyy, que bulbo tiene este perrito! – dije con asombro. ¡Si te metes con Brutus tendré que meter mano a los baldes de agua! – agregó Carlos. Seguí disfrutando de mi vibrador de carne, sin escuchar a Carlos, sintiendo el palpitar y los jugos que esta respetable verga goteaba.

En el éxtasis del placer, alcancé a meter un pedacito en el ano, y prácticamente me lo fui lubricando con los jugos del perro y sangre de mi período. Entre mis muslos, había un río de jugos de colores rojos a rosados.

No resistí más me di vuelta y me dedique a chuparle la pija. La chupé como una puta, pajeándola con mi mano y en algo increíble me metí el bulbo hasta donde pude: el borde de mis labios.

Un torrente de esperma perruno inundó mi garganta. Para no atorarme tuve que beber ese fluido viscoso.

¡Era la primera vez que tragaba leche de perro!. La verdad que al pobre de Brutus lo hice acabar como un burro.

¡No es de los mejores sementales! – dijo Carlos, ¡pero tiene una verga que sabía que te iba a encantar!- agregó. Brutus, así como entró volvió a su encierro, lento, pero segura que lleno de alivio por la mamada recibida. ¡Se acabaron los pastores! – gritó Carlos. ¡Es el turno para Hércules, el doberman! – agregó a la vez que abría la puerta.

Cuando lo vi me hizo acordar a Atila, el primer perro que me enculó.

Y como no podía ser de otra manera, este perro me montó y casi sin puntería alguna me la metió en el ano. ¡Ayy, ayyy, la puta que lo parió!- grité, ¡hijo de puta, tenías que ser un doberman para romperme el ojete!.

Menos mal que Brutus ya me lo había lubricado, que si no tal vez no hubiera seguido con esta fantasía. Hércules, dale que te dale, penetrándome violentamente.

Yo apoyada sobre mis codos, mi rostro contra la hierba del suelo, mordiendo de placer. ¡Así perro, méteme esa verga en el culo! ¡Sácame la mierda, perro hijo de puta! – gritaba en mis delirios orgásmicos.

Hércules bombeó y bombeó hasta que sentí que su bulbo se había anclado firmemente a mi esfínter anal. Sentí los latidos de su eyaculación y litros de leche caliente y espesa inundaban mi recto. Trató de salirse pero ¡imposible!.

Estábamos enganchados como dos perros. Macho y hembra unidos por sus sexos.

Pasó su pata trasera por sobre mi culo, y unidos por nuestros genitales, permanecimos unos minutos.

Puse mi mano sobre mi clítoris y mientras Hércules me echaba esperma en el culo, yo me hice una masturbación entre gritos y gemidos de dolor y placer.

Era el cuarto perro de la orgía, y gozaba como una perra en celo.

A los veinte minutos, Hércules pudo sacar su pija de mi culo.

Estaba sucia de sangre, leche y mierda. Se la lamió, pero el hijo de puta ni me olfateó el culo maltrecho.

Era un verdadero hijo de puta, y como buen doberman se fue bien altanero a su jaula.

Yo quedé con el culo deshecho, a la vez que me vinieron unas ganas de cagar increíbles.

Me puse como una perrita y me mandé una cagada de película.

Un montón de mierda, con restos de semen y sangre se depositaron en el pasto del corral.

¡Así putita, olfatéala, olfatéala! – me ordenó Carlos. La olí y era de un olor bien fuerte. ¡Se viene el quinto de la serie: Marte, el rottweiler!. Entró macizo y decidido.

Olfateó la mierda que había cagado hace instantes y le hecho una meadita encima, levantando la pata.

Se dirigió a mí, metió su corto hocico entre mis piernas y lamió los jugos que había: los míos y los de los cuatro perros anteriores.

Movió su rabo, me montó y trató de metérmela en el culo. Yo palpé su verga y la dirigí a mi concha.

El perro la sacó de ahí y me la apuntó a mi culo. ¡No, otra vez no! – grité resignada.

Me recostó sobre mis codos y dejé que el perro hiciera lo que quisiera. Su peso era bastante mas alto que el de los anteriores.

Embistió y embistió hasta que consiguió lo que se propuso: me la ensartó en el ano.

¡Ayyy, ayyyy, me esta destrozando el culo! – grité, ¡me desgarra el culo, tiene la pija gordísima!.

Sácamelo Carlos, por favor! – imploré a mi novio.

¡Estas loca, déjalo quietito que goce de su perra de turno! – dijo riendo Carlos.

El perro me tenía enhebrada por el ano, bombeando y metiéndome una verga impresionante de gruesa en el orto. Sentía el roce de sus venas, rasgando mi recto, largando chorritos de jugos.

Las lágrimas me salían sin quererlo: era la peor (o mejor) cogida anal que me hubieran hecho.

Me dediqué a disfrutarlo, sabiendo que yo había querido esta orgía de fantasía. Me la metió más y más y cuando llegó al clímax, ya su enorme bulbo estaba dentro de mi ojete. Tiró y no podía sacarla, y el abotonamiento se había dado una vez más.

Su enorme pija pulsaba en el interior de mi recto, llenando de leche canina mis intestinos. ¡Menos mal que había cagado!, sino tal vez me hubiera reventado toda por dentro.

En mi delirio de placer y gozo, no me di cuenta como quedamos culo con culo.

Su verga yacía erecta en mi culo, su bulbo atorado en mi esfínter anal.

Me hice una paja, tocándome mi clítoris y frotándome los labios de mi concha.

Estuvimos varios minutos abotonados, no se cuantos, cuando de pronto, sin aviso, un chorro de agua fría congeló mi cuerpo y el de Marte: era Carlos echándonos baldes de agua. ¡Despéguense perros! – gritó entre risas Carlos.

Me sorprendió tanto que tiré para mi lado y Marte lo hizo para el propio, pero el dolor fue intenso. Igual seguíamos pegados. ¡No espera, espera! – le dije a Carlos.

¡No mi amor, hace ya cuarenta minutos que tenéis al perro atrapado en tu culo! – dijo Carlos. ¡Cuarenta minutos! – grité espantada. ¡Jamás se saldrá de mí, ayyy, que voy a hacer! – dije desconsolada. Un nuevo balde de agua cayo sobre nuestros cuerpos, y aún así no nos despegamos.

Yo tiraba y Marte también, pero era tan grande el bulbo, quizá del tamaño de un puño cerrado de un hombre adulto, que era imposible que traspusiera mi esfínter anal. Carlos me echó agua y agua, hasta que de pronto: ¡PLOP!, nos despegamos. ¡Menos mal! – grité aliviada.

Metí mi mano hacia mi culo y casi se me pierde dentro. ¡Me había dejado una cantera de grande por la dilatación!.

Observé la pija de Marte y era monstruosa de grande y estaba con su bulbo chorreando de semen y resto de caca que se ve que me había quedado en el culo.

Me tiré en el pasto agotada, destrozada, pero contenta de haber disfrutado de esta orgía canina.

Carlos me dijo que necesito echar unos diez baldes de agua para despegarnos, por lo que dentro del corral se formó un lodazal bárbaro.

Me salí de allí y fui a unos baños que había en la guardia donde me di un baño reparador.

Pero lo que vino después se lo cuento en otro relato, porque les recuerdo que fue un fin de semana y esta orgía había durado unas tres horas.

Continúa la serie