Capítulo 2

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Supernenas X II: Las Enseñanzas de Cactus

– ¡Vamos, no me digas que estos últimos meses tú no has hecho nada parecido, no me seas mojigata! -protestaba Cactus.

– ¡Pues no! ¡Lo que tú haces no es normal! -le reprendía Pétalo- ¡Llevas una vida descontrolada! Se pueden coger un montón de enfermedades así, ¿sabes?

– ¿Qué sabrás tú de enfermedades? Yo llevo la vida que me da la gana, ya soy mayorcita.

– Pero si todavía no tenemos ninguna los dieciocho.

– A ver, ¿me estás diciendo que tú todavía no te has…?

– Bueno, alguno me he… ¡Eso no es asunto tuyo! ¡Además, se trata de que llevas mucho tiempo sin siquiera llamarnos por teléfono! El profesor está sufriendo mucho por ti.

– Vale. Supongo que estaría bien volver una temporadita por casa.

– Muy bien, vámonos…

Y Pétalo echó a volar. Pero cuando bajó la vista vio que Cactus todavía seguía en tierra.

– ¿Qué pasa ahora? -le dijo.

Cactus masculló algo.

– ¿Qué?

– Que ya no tengo mi suprpdrs…

– ¡¿Qué dices?!

– ¡¡¡Que ya no tengo mis super-poderes!!! -gritó Cactus.

Pétalo quedó paralizada.

– ¿Cómo es eso? -le preguntó.

– Llévame a casa. Allí te lo contaré.

Pétalo llevó volando en sus brazos a Cactus hasta casa. Una vez allí, Cactus subió a su habitación, la que ahora sólo compartían dos de las hermanas.

– ¿Y Burbuja? -preguntó Cactus, paseando por su antigua habitación.

– Está saliendo con un chico -explicó Pétalo- . Veremos como le va.

– ¿Y el profesor?

– Está jugando al golf.

– Entonces… ¿estamos solas? -dijo Cactus, acariciando con la yema de un dedo el viejo teléfono de emergencia.

– Claro, ¿por qué?

– Pétalo: ven, siéntate.

Cactus y Pétalo se sentaron en la cama. Una cama grande y redonda donde habían dormido las tres juntitas durante tantas noches.

– ¿Qué es eso de que has perdido tus poderes, Cactus?

Cactus tomó de la mano a su hermana.

– Verás. Como ya has visto, durante todo este tiempo fuera de casa he llevado una vida emocionante. Una vida libre, llena de pasión, de sexo, de chicos entrando y saliendo de mí, dándome…

– ¡Cactus! Por favor, no hables así, me pones colorada. Ve al grano.

Cactus rió divertida. Acarició un mechón pelirrojo de la cabecita de Pétalo.

– Pues… Con todas estas experiencias he descubierto algo. Algo que las supernenas desconocíamos, y que nos importa mucho.

– ¿Qué… qué es?

– Pues…

La mano de Cactus iba bajando por la cobriza cabellera hasta rozar levemente el suave cuello. A Pétalo, ensimismada, no parecía importarle.

– Tú… -dijo Cactus, sentándose un poco más cerca de su hermanita.

– ¿Sí…?

– ¿Eres virgen?

Pétalo dio un brinco. La mano de Cactus en su cuello de repente pareció quemarle.

– ¡¿Cómo?!

– ¡Que si eres virgen! Caray, no es para tanto, nena…

– ¡Oh, Cactus! -lloriqueó Pétalo- ¿Qué te ha pasado? No te reconozco. Antes éramos inseparables, eras mi hermanita…

– Oh, cariño, no llores… -los dedos de Cactus comenzaron a enjugar las lágrimas fraternales – Te lo pregunto por un motivo muy importante. Verás…

Acercó sus labios a los iodos de Pétalo y le susurró el secreto. El mensaje que acompañaba a aquel aliento cálido y aromático hizo que los pelillos de la nuca de Pétalo se erizaran.

– ¿De veras? -preguntó- ¿Eso es lo que le pasa a una supernena cuando la pierde…?

Cactus asintió, sonriente. El hecho de haber sacrificado sus poderes a cambio de su himen adolescente no parecía importarle. Era despreciable…

– ¿Cómo puedes estar tan tranquila? -le preguntó Pétalo- Nunca más serás lo que eras. Ni rayos en los ojos, ni superfuerza, ni volar…

– Bueno, míralo así: es el precio que paga cualquier chica normal.

– ¡Pero eras una supernena, Cactus!

– No te puedes imaginar las cosas que he experimentado gracias a renunciar a unos superpoderes. Créeme, Pétalo, es un precio muy pequeño, comparado con las cosas que te puedo enseñar…

La boca de Cactus estaba alarmantemente cerca de la suya. Todo aquello no podía ser cierto.

Rozaba la depravación, el vicio, el pecado.

– No te creo… -gimió Pétalo.

Cactus acariciaba la melena roja de su hermana.

– Tú sólo atrévete a hacer la prueba. Yo te enseñaré….

– ¡No!

El beso no se consumó, y eso encendió a Cactus. Agarró del pelo a Pétalo, que no podría usar su super-fuerza para dañar a su propia hermana.

Cactus la obligó a tirones a acompañarla hacia su macuto. Sacó un par de cintas de goma negra.

– Si no lo quieres hacer por las buenas, tendré que obligarte. Confía en mí. Te gustará…

La obligó a tumbarse sobre la cama, le ató las manos a la espalda.

– ¡Ay! ¡Me aprietan!

– ¿A que sí? Y más te apretarán si no me haces caso, hermanita… ¿Te gustan mis gomitas? Las compré en un Sex Shop, las uso sólo con chicas, como ahora.

– ¡¿Has dicho chicas?!

– Calla, cariño. Tú déjame hacer.

Cactus se tomó todo el tiempo del mundo para pervertir a su hermanita Pétalo.

Lentamente, introdujo sus manos habilidosas bajo su estrecho vestido.

Tan estrecho que a sus braguitas les costó mucho salir.

Quedaron echas un rollito blanco en las manos de Cactus.

Las besó tiernamente, ante la vista de su hermana, y las arrojó lejos.

– A partir de ahora, y mientras yo esté en esta casa, ya no necesitarás llevar de eso. ¿Está claro?

– ¡No!

– ¡¿Cómo has dicho?!

Cactus dio un palmetazo enérgico en el culito tenso de Pétalo.

– ¡Sí!

– ¿Sí «qué»?

– ¿Sí, señora?

– No está mal…

Las largas y esculturales piernas invitaban a los besos.

Eran suaves como la seda, con apenas un poco de pelusilla… Y parecían no acabar nunca.

Tan sólo acababan al llegar a un pequeño bosque rizado que comenzaba a humedecerse.

Cactus la arrastró hacia atrás, para que su culo quedase bien dispuesto sobre el borde de la cama.

Primero quería disfrutar de aquellas preciosas nalgas, carne redondita y rosadita que se sostenía por su propio peso.

Las besó con toda la ternura que una hermana desea para otra hermana.

La puntita de su lengua las recorrió de arriba a abajo, haciéndola temblar y dudar del sostén de sus propias piernas.

– No te caigas, hermanita, acabamos de empezar…

– ¡Detente!

Ya saboreadas sus aterciopeladas nalgas, sus besos se hicieron más atrevidos, pasaron a un objetivo más escondido en la cuevecita de carne.

Sus labios se internaron entre las dos piernas, alcanzando aquellos otros labios , los vaginales exteriores.

El primer beso provocó el espasmo del cuerpo de Pétalo.

– Todavía no, todavía no… -le ordenaba Cactus.

Era muy pronto para regalarle un orgasmo.

Primero tenía que torturarla un poco más. Y al final…

La puntita de su lengua acarició los labios vaginales, recogió el jugo que
comenzaba a manar del interior del cuerpo caliente de su hermana.

– Mh… Qué mojadita estás… ¿Ves como te gusta?

– No…

– Reconócelo, zorrita… Si no dices que te gusta ahora mismo, lo que voy a hacerte sí que va a doler…

– ¡Sí! ¡Sí! ¡Por favor!

– Así me gusta, hermanita.

La lengua de Cactus sabía cómo hacer que una vagina se abriese ansiosa y húmeda ante sus caricias y lametones. Intentó llegar profundo, más profundo, dentro de la carne palpitante.

Detectó el clítoris y lo mordisqueó.

El botoncito pronto no se estaba quieto entre sus dientes, y tuvo que atraparlo bien fuerte en su boca para que no se escapara.

Sorbió y chupó, haciendo salir y entrar el bultito de carne de su boca, tan rápido que la vista no podía contarlo, tan rápido que Pétalo alcanzó por fin su primer orgasmo y se corrió gritando en los labios, en los dientes, en la lengua maestra de su querida hermana.

Se olvidó por completo de la idea de desatarla. Le dio la vuelta y se arrojó sobre su cuerpo.

La besó en los labios con lujuria, con ímpetu.

Su primer beso podía haber sido tierno y amoroso, pero fue un acto de ardor.

Pétalo aprendió a besar los labios femeninos, a chupetear toda su carne, dejar que las lenguas se enroscasen, lamerlo todo, mordisquearlo todo, compartir el aliento y la saliva.

Mientras los besos, Cactus la despojó del vestido rojo, rasgándolo como una fiera.

Ahora sólo cubría su carne un casto sujetador con un bonito lacito en el medio.

Con los dientes, retiró los tirantes y bajó el sujetador hasta su vientre.

Los pechos ya estaban libres para ser amados.

Era la primera vez que los veía.

Había visto muchas buenas tetas en su corta vida: tetas apetitosas, tetas bonitas y tetas maduras, reventonas.

Pero aquellas que tenía delante, para ella sola, eran el par de cosas más tiernas, redonditas y bien formadas que había conocido.

Se revolvían sobre el tórax, con los desesperados intentos de contorsionista de liberarse de las gomas negras.

Se dejó de contemplaciones y se lanzó a devorarlos.

Pero la boca de su alumna pedía más y más besos, y tuvo que repartirlos entre sus labios amantes y los blanditos bultos, coronados por sendos pezoncitos que surgían y pedían caricias.

Pétalo era una serpiente azuzada bajo las caricias de su hermana.

Un dedo pulgar bajó hasta su clítoris y la hizo chillar, a punto, al borde para un orgasmo más.

– ¡Sí, chilla! ¡Chilla para mí!

– ¡¡¡Dios!!! ¡¡¡Sí!!!

El grueso dedo distrajo su clítoris, para que el dedo corazón pudiera comenzar a introducirse sin permiso en el estrecho agujero.

La yema del dedo se encontró con una fina telita que temblaba al pulsarla.

– ¡Vamos, pídemelo, pídeme que te lo haga!

– ¡No! ¡Tengo miedo!

Las caricias del velo prometían un futuro dolor para Pétalo.

Un dolor y la pérdida para siempre de sus poderes, de su identidad.

Aun así, también prometían un mundo de infinito placer.

Cactus se las apañó para quitarse los shorts. Su rajita, hacía ya rato ansiosa, se acopló sobre aquellos pechos, cabalgó a gusto sobre ellos.

Asomada entre las piernas de su hermana, en una postura inversa, pellizcó el himen con dos dedos, haciendo que aquellos pechos saltaran contra su clítoris.

– ¡Vamos, pídemelo! ¡Pídeme que te desvirgue!

– ¡Aaah! ¡Está bien! ¡Hazme lo que quieras!

– ¡¿Cómo se pide?!

– ¡Por favor! ¡Por favoooooor!

Los dedos de Cactus violaron el himen de su hermana.

La presa se rompió, dejando escapar el orgasmo, al borde peligroso del cual estaban las dos desde hacía demasiado rato.

Escapó el orgasmo atronador acompañado de un hilillo de sangre que manchó las sábanas de alegres colores.

Ambas gritaron desesperadas, se convulsionaron una contra otra.

Los poderes de Pétalo se evaporaron con su virginidad.

(continúa en el capítulo III)

Continúa la serie