Una hermana para dos III – Final

Aunque Patricia se había portado muy bien esa noche nos había hecho perder cuatro días de placer y estábamos muy molestos con ella, por que se acababan las vacaciones de nuestros padres.

Patricia desayunaba junto a nosotros, recién levantada.

Su cara, sus labios, estaban aún hinchados por las horas de sueño profundo.

Estaba sus pelos enmarañados y daba un aspecto de chica salvaje y guarrilla que realmente levantaba el «ánimo» de cualquiera.

Nada más terminar de desayunar la ordené que se duchara y que se arreglara como la putita de lujo que era.

-¿Sabes José?, Me gustaría hacer algo especial, no sé. Me gustaría verla con cara de susto, que no fuera tan sumisa.-

-A mí me da igual, mientras folle…-

-¡Qué te parece si jugamos a que la follamos…de mentirijilla, claro- José estaba extrañado.

No veía la forma de follar a una chica que si bien hasta el momento había cedido ha todo por nuestro chantaje, la verdad es que nunca había dicho que no a nada.

Pero tenía un plan y le dije a José solamente que ya vería como conseguía que Patricia participara en el juego.

Patricia había sido castigada a no llevar bragas.

Estaba sentado en el sofá con las piernas sobre los cojines y le ordené que me comiera el rabo.

Ella, como siempre, muy dispuesta se acercó y se puso de rodillas colocando su cuerpo sobre mí.

Me agarró el pene con la mano, sacándolo de los calzoncillos y comenzó a lamer mi prepucio.

Yo la tomé de las caderas y puse su trasero muy a mi altura.

Le toqué el conejo y luego, poco a poco y disimuladamente fui subiendo mi mano y separándole las nalgas pude ver su ano cerrado.

A la cabeza se me vino aquel día en la ducha en que mientras le rociaba con el agua se introducía el dedo en su agujero último.

-Tienes un culo muy bonito…con un agujero cerrado, profundo.- Mientras le decía esto, Patricia me lamía causándome una gran excitación.

Puse un dedo entre sus nalgas y la acaricié.

-Se me quedó grabado el día que te vi como te metías el dedito…¿Es que sientes por detrás?…- Mi hermana callaba y no dejaba de mamar.

A lo mejor no te lo pasas tan mal…¿Sabes?…José está decidido a … metértela hoy por detrás.

– A mi hermana le entró una calentura que hacía que se desahogara lamiendo mi pene con gusto cuando le introduje el dedo levemente entre las nalgas, comenzando a superar su esfínter.

Me vacié en su boca y ella me comió mientras terminé de introducir la segunda falange en su agujero más recóndito.

Patricia había estado huyendo a José desde que le dije que José se la quería meter por detrás. José ignoraba lo que le había dicho y le fastidiaba la actitud de Patricia. Era ya tarde. José requirió a su hermana para amarla. -¡Patricia!.-

Patricia no obedecía.

Daba mil vueltas para no llegar nunca a donde estaba José.

Yo observaba divertido la escena sentado en el sofá.

Las nalgas de Patricia asomaban graciosas y desnudas por debajo de la camiseta, lo mismo que el sexo depilado.

José se enfadó y se dirigió hacia ella. Patricia se refugió en el circuito infinito de dar vueltas alrededor de la mesa.

José se cansó pero al rato volvió al a carga y esta vez parecía decidido. Mi hermana gritaba.

José la perseguía y cambiaba una y otra vez la dirección de la caza inútilmente.- ¡Ya verás cuando te coja!.-

Al final me pidió ayuda.

Fue entonces fácil cogerla, pues me coloqué en la mesa y fui al encuentro de mi hermana, mientras José iba por el otro lado.

Se intentó escapar, pero José la agarró de la camiseta, que a pesar de quedar desgarrada, sirvió para coger a Patricia.

Mi hermano la tiró al suelo mientras Patricia se resistía.

Entonces yo me puse cerca de la cara de Patricia y le agarré las manos.

Patricia quería chillar pero ya no le salían los chillidos.

Simplemente decía.- ¡Que vais a hacer? ¡no…No!.- Se creía que José la iba a empitonar por el culo.

José terminó de desgarrarle la camiseta y aparecieron antes sus ojos lujuriosos las tetas de su hermana, con aquellos pezones exquisitos que no dudó en manosear y mordisquear.

Patricia se revolvía y José se ponía el preservativo, que era condición «sine cuan non».

La única condición necesaria. Patricia intentaba cerrar las piernas pero José estaba en medio de ellas, separándolas y comenzando a introducir su pene en el sexo de mi hermana.

Patricia se tranquilizó al ver que no había llegado la hora de su ano.

Los dos se acoplaron y José se follaba a Patricia que estaba tendida exhausta en el suelo, por la lucha mantenida.

Mi hermano estaba desatado, desbocado por la resistencia no esperado que Patricia había puesto que parecía excitarle más de lo que yo había pensado y no paró de agitarse y de follar hasta que no se vació dentro de ella, de nuevo sumisa y dócilmente domesticada

Los cuerpos de ambos se bañaban en sudor y mi hermana, por fin pareció resucitar cuando su cuerpo se convulsionó por la mecánica cíclica del orgasmo silencioso pero duradero, larguísimo y excitante.

A pesar de que Patricia había gozado, no nos fiábamos de lo que el efecto de aquella cabalgada en el suelo pudiera provocar en ella, por ello la até con las manos juntas y durmió así, atada a la pata de la cama en su colchoneta.

Durante la noche sentí varias veces la necesidad de subírmela a la cama para hacerla mía, pero el engaño al que nos tenía sometidos no había estado bien.

Me desperté con la sensación de que a mi hermana no le había importado demasiado el hecho de que José la hubiera, poco más o menos que violado, (aunque en realidad sus reticencias sólo se debieran a un intencionado malentendido).

Tenía esa impresión porque sentí el pié desnudo de Patricia introducirse por mis sábanas y recorrer mi vientre hasta alcanzar mis calzoncillos.

Me miraba sonriente y maliciosamente y aquel pié travieso me ponía a cien.

Era un pié de una habilidad inconcebible que se había introducido entre mis calzoncillos y el muslo y me tocaba directamente la piel suave y tersa de mi miembro y que estuvo a punto de hacerme estallar a no ser por que la desaté y le ordené que se fuera a bañar.

A los pocos minutos me introducía en el baño.

Ella me esperaba duchándose.

Sabía que iría, pero no pensaba que me dirigiría desnudo.

Al entrar en la bañera y colocarme de pié junto a ella, me di cuenta que me sacaba la cabeza.

Era inmensa.

Sus pechos me quedaban muy a la altura y despacito los tomé y los lamí mientras ella me los ofrecía dócilmente.

Le ordené que se diera la vuelta.

El agua le caía por la espalda y yo me puse de rodillas para besarle las nalgas. Me gustaban sus nalgas suaves y blandas.

Las besé cada vez más abajo y cerca de su sexo, hasta que decidí asaltarla y me estrellé contra ella y sus nalgas, alargando mi lengua tanto como era capaz para alcanzar las postrimerías de su sexo.

Se apoyaba contra la pared sosteniéndose por sus brazos. -Sepárate las nalgas.-

Patricia se separó las nalgas e interpretando mis deseos, convirtió un leve toque en la espalda en una reverencia que me ofrecía su sexo.

Mi lengua se estrellaba de lleno en su sexo. Mi hermana apoyaba su pecho contra la pared mojada y cubierta de baldosines.

Se dio la vuelta. Mejor, así le podía lamer el clítoris que aparecía juguetón entre los labios. Se corrió mientras me bebía el agua que, derramándose por su vientre, llagaba hasta su sexo.

Me tomó de la cabeza y me obligó a ponerme de pié. Me besó, agachando la cabeza. Yo entonces la cogí por los hombros y la obligué a ponerse de rodillas.

Su boca se tropezó con mi pene. Me agarró por la cintura con las dos manos y se metió mi prepucio en la boca. Lo sacaba y lo metía y parecía saborearlo.

El agua me caía en la cabeza y por la espalda. Su boca hacía que aquel agua me pareciera un masaje excitante.

La tomé de la cabeza y la obligué, al sentir que iba a correrme, a permanecer con el prepucio dentro de su boca y ella, obediente, se lo tomó todo, mientras me acariciaba los testículos como queriéndome exprimirme.

AL salir del baño le até las manos detrás con el cinturón de mi bata. Estaba desnuda y me dediqué a secarla con una pequeña toalla que introduje en cada rendija de su cuerpo. Salimos del baño. Yo la llevaba cogida del brazo, ella me acompañaba con una toalla que yo le había enrollado al cuerpo.

Le di de desayunar. Le mojaba las galletas en el café y se las metía entre los labios y ella se las comía. Estaba preciosa.

Un muslo asomaba elegantemente entre los extremos abiertos de las toallas. Sus pies aparecían sensuales calzados con unas sandalias. José vino a desayunar y tras estirarse y vernos me preguntó. -¿Cuándo la vas a soltar?-

La solté para que nos hiciera de comer y pusiera la mesa, y para que comiera. Y luego, tras lavarnos los platos, la volvía a atar. Se dejó atar sumisamente. Pusimos un banquito en medio del salón y la obligamos a permanecer sentada en aquel incómodo taburete, mientras nos recreábamos en ver la tele y observarla a ella.

José se empeñó en levarla a la cocina para que le hiciera la cena. Pero ¿Por qué atada?.

Fui tras ellos. José puso a Patricia cerca de aquellas mesa de la cocina en la que, esperando sacar una zanahoria manchada como si hubiera desvirgado a Patricia, conseguí empezar a desenmascarar el engaño.

La besó y dio un tirón a la toalla, Mi hermana apareció desnuda. José le magreó las tetas y la obligó, atada, a tenderse sobre la mesa.

Patricia habría las piernas mientras José se bajaba los pantalones y los calzoncillos, y colocándose frente a Patricia, comenzó a introducirle su pene y a embestirla. Patricia echaba la cabeza, que le colgaba por el otro extremo de la mesa, hacia atrás. Agarraba a mi hermano cruzando sus piernas por detrás de la cintura de él, ya que no podía utilizar las manos, que seguían atadas detrás de sus espalda y debajo de su cuerpo. José la agarraba de la parte alta de los muslos y la penetraba casi salvajemente.

Me atreví a colocarme frente a José, Mi hermana apoyó su cabeza en mi vientre, Yo comencé a acariciarle los pechos. Patricia sudaba y José también. Entonces sentí que la boca de Patricia, tras torcer su cuello hacia abajo buscaba en mi pantalón mi pene para besarlo. No me dio tiempo a bajar mis pantalones. José se deshizo ante mis ojos, embistiendo como un semental y al poco rato, Patricia comenzaba a convulsionarse entre mi hermano y yo.

Después de aquello, soltamos a Patricia. Se había ganado su libertad, pero aquella noche empezó a dormir en la colchoneta. Patricia parecía entregada a nosotros. Aceptaba nuestros juegos y participaba. Era nuestra, pero quedaban sólo un par de días para la vuelta de nuestros padres. Pensaba en estas cosas mientras intentaba dormir y acariciaba con mi mano extendida las nalgas desnudas de mi esclava.

Me desperté sobresaltado. Los que tienen mascotas como perros y gatos saben que éstas se suben a la cama de noche. Sentí el enorme cuerpo de mi hermana subirse a mi cama. -¡¿Qué haces?!.- Ahora verás…-

Patricia puso la cabeza sobre mi vientre, tras bajar la sábana y me bajó los calzoncillos. No debía dejar que mi esclava se tomara tantas confianzas, pero me agradó la sorpresa y me dediqué a enredar mis dedos entre sus pelos mientras sentía su mano agarrarme el pene que crecía rápidamente y su lengua que me lamía. Sus pechos rozaban suaves mis muslos y ella me mamaba de una manera increíble, lenta, deliciosamente.

De repente abandonaba mi pito y lamía mi vientre y mis muslos y volvía a empezar y me hacía excitarme, casi enfurecer, hasta que me corrí moviendo mis caderas para hincar mi pene en el paladar de Patricia, que apretaba sus labios e impedía que mi pene pudiera salir de su boca.

Mi hermana continuó lamiéndome. Me proporcionaba unas cosquillas que me resultaban gratamente insoportables. Me lamía mis testículos, jugando con ellos, pasándolos por en medio del escroto. Quedamos dormidos así, yo recto y ella con su cabeza sobre mi vientre y agarrada a mi cintura.

Parecía que ella también temía la llegada de nuestros padres y el final de aquellas vacaciones, pues esa noche, durante el amanecer, me volvió a tomar con su boca, estrujando las pocas fuerzas que había conseguido reunir en unas pocas horas.

Era ya la hora de la siesta. Patricia ya tenía permiso para ponerse bragas. Se paseaba ufana y pro un momento pensé que las impresiones de la noche, en la que había llegado a la conclusión que ella también hubiera deseado que las vacaciones hubieran continuado, eran imaginaciones mías.

José se metió en un pequeño servicio que hay en la planta de abajo, junto a la cocina. Se dejó la puerta abierta, lo cuál no es raro, cuando va a mear. Al rato llamó a Patricia. Me olí que habría folleteo, así que la seguí. José ordenaba a Patricia. Me asomé al cabo de n rato.

José estaba con los calzoncillos bajados sentado en la taza hueca del water. Patricia estaba sentada sobre él. Estaba sentada de espaldas a él. Me miró y cerró los ojos. Miré entre las piernas y veía claramente que José la penetraba mientras le ordenaba que se moviera. Patricia le obedecía. José le agarraba las tetas y Patricia, deslizando su mano entre los dos pares de piernas, le acariciaba a José los testículos. Gemía como un cochinito. -Ohhh ohhh ohhh ohhh.-

Me aparté de ellos. Sentí envidia de José. Me faltaba el valor suficiente como para follarme a Patricia., pero lo iba a hacer antes de que acabaran las vacaciones, estaba dispuesto. Pensaba estas cosas cuando los vi salir a los dos cogidos de la mano y dirigirse al dormitorio por las escaleras.

Me acosté tarde y busqué a Patricia y José. Los dos dormían desnudos y próximos en la cama de mis padres. Me dormí aún más tare excitado con la idea que no se me iba de la cabeza de tirarme a Patricia. Era una oportunidad única. Yo era apenas un adolescente y ella una mujercita dócil y obediente, pero no quería que José se enterara de nada. Me cohibía. Me acordé de un preservativo que precavidamente le había hurtado al paquete de la discordia. Seguía escondido donde yo lo había puesto.

A la mañana siguiente José salió a casa de un amigo. Se le habían acabado los preservativos, y con ello, las posibilidades de disfrutar de Patricia. Le llamó un amigo y se fue a pasar el día. Las cosas no podían empezar mejor. Patricia se paseaba delante de mí, caliente, meneando el culo debajo de los pantaloncitos. Llevaba una camiseta sin nada debajo. Me excitaba. Sin duda deseaba tener la posiblemente última aventura de las vacaciones y quién sabe si de nuestra vida.

Estaba viendo la tele. Patricia se sentó a mi lado. Sabía que no podía resistirme si se colocaba cerca. Sentí el calor de sus muslos junto a los míos, la prominencia de sus senos. Le acaricié el muslo. Fue ella la que me tomó y me llevó hacia el dormitorio.- Ven… te voy a hacer le última felación…-

– Quiero que te desnudes.- Se lo ordené. Seguía siendo mi esclava y ella lo aceptaba ya dócilmente. Se quitó la camisa, los zapatos de deporte y los pantaloncitos. Se quedó en bragas.

-¡Totalmente!.- Le ordené mientras yo mismo me desnudaba pensativo y cogiendo fuerzas para lo que pensaba realizar. En el sexo de Patricia empezaban a aparecer las puntas negras de los vellos depilados. Cogí el preservativo y lo puse en mi puño cerrado. Patricia hizo ademán de cogerme el pito pero se lo impedí.

-¡Échate sobre mi cama!.- Mi hermana echada ocupaba toda mi cama. Su expresión de la cara mostró un gran asombro al principio cuando vio que lo que tenía en mi puño no era sino uno de aquellos globitos que al ser sustraídos la habían abocado a ser mi esclava durante aquellos veintiún días que ahora finalizaban.

Patricia se incorporó para ayudarme a ponerme el preservativo, que me había comenzado a colocarme mal y luego se tumbó. Sin grandes preámbulos, como le había visto hacer a José, me coloqué entre sus piernas. Me recibió abriéndolas todo lo que podía. Me eché sobre ella. Mi boca estaba a la altura de sus pechos. Me distraje unos segundos con su pecho.

Me avergonzó un poco que fuera Patricia la que tuviera que indicarme por donde debía meterla. Incluso sentí sus finos y largos dedos cogerme el pito para introducirlos en sus sexo.

Después comencé a introducirlo hasta el final. Sentí el calor de su pecho en mi pecho y el de sus carrillos en mi sien. La agarré de la cintura y comencé a moverme como había visto en las películas y a mi propio hermano.

Patricia empezó a marcarme un ritmo que yo seguía satisfecho y cada vez más cerca del orgasmo.

Entonces Patricia me dijo algo que se me quedó grabado durante mucho tiempo.

– Amor…me alegro de haber venido aquí…así no se te acordarás de mí cada noche…

– En ese momento comencé a correrme, moviéndome con desesperación. De repente, me sentí como montado en un caballo que no pudiera dominar. Yo me corría y mi hermana comenzaba a gemir de placer y a moverse como no lo había hecho antes. Los dos estuvimos unos momentos agitándonos uno contra el otro hasta saciar nuestra capacidad de gozar.

Mi hermana me trataba con mucho mimo. Ya no me sentía celoso de José. Patricia me preparó la comida y se paseaba muy alegre con las braguitas puestas y la camiseta. -¿Y José?.-

-Se ha ido a ver a Pedro.-

-¿No va a estar hoy aquí?-

-No.- Le dije con seguridad y quise hacerle daño. -Se le han acabado los preservativos y ya no le interesa quedarse aquí. El sólo te quiere para follar…yo te quiero para que seas mía.-

Patricia no dijo nada de momento pero luego dijo como hablando a la pared. -Podíamos haber hecho otra cosa.-

– Podías haber hasta follado.-

-¿Sin preservativo? ¡Estás loco!.-

No estaba tan loco. Veía de nuevo los muslos graciosos de Patricia y su culito coqueto y me excitaba. José llamó para decir que se quedaba a dormir con su amigo. Patricia le pidió que fuera bueno.

Era de noche y Patricia decidió darse un baño nocturno. Me pidió el bañador y yo se lo entregué a cambio, como siempre, de sus bragas.

Salió del baño. Era un buen momento para hacer lo que pensaba. Se quitó el bañador, quedando desnuda, esperando sus bragas que no pensaba entregarle todavía. La cogí con fuerza y tiré de ella hacia su dormitorio. -¡Vamos!.-

Me seguía sumisa y dócil. Le mandé que se echara de espaldas sobre el colchón que había tirado de la cama al suelo.

Patricia se puso a cuatro patas. Me desnudé y cuando estuve preparado le volví a ordenar que se tumbara sobre el colchón.

Cruzó sus brazos delante de la cara y pude contemplar su figura deliciosa de espaldas, con aquellas nalgas perfectas y detrás de ellas, su sexo.

Coloqué una silla delante de ella y le ordené que cogiera las patas de la silla y no separara sus manos de ellas.

Me tumbé encima de ella. Sentía sus nalgas en mis muslos, mi pene entre sus cachetes.

Mi boca besaba sus cabellos finos mientras la besaba el cuello donde sentía pasar su sangre al ritmo de su pulso. Mis manos se posaron en sus tetas y arañaron suavemente sus pezones.

– Esta mañana me has llamado loco porque te he dicho que se puede follar sin preservativo…- Le decía al oído mientras paseaba mi mano por entre sus nalgas. – No quisiste que José lo hiciera…pero él no es tu dueño… y yo sí…-

Separé sus nalgas con la mano y tomé la punta de mi pene. Patricia era estrecha. Mi pene entraba con dificultad en aquel cuerpo que se revolvía. De repente, mi hermana se echó hacia detrás y yo la agarré de la cintura y ya no tuvo vuelta hacia atrás. Mi pene atravesó la parte más estrecha de su ano para encontrar el paso franco.

Me movía lentamente, pero la sensación de tener a mi hermana cogida por detrás era suficiente.

Una mano acariciaba su pecho con fuerza mientras la otra se deslizaba por su vientre para agarrarle el sexo. Mi mano se hincaba en sus labios carnosos y mis dedos incluso se hundían en su sexo humedecido.

El sentirla tan mía, tan dócil e íntimamente poseída por mí me excitaba de tal manera que estaba a punto de estallar sin menearme ni nada.

Ella movía sus caderas levemente, y conseguía que mi pito se introdujera un poco más dentro. Entonces quise devolverle las tiernas palabras con las que me había obsequiado hacía unas horas. – Esto lo he hecho…para que en cada momento …cada noche… te acuerdes de quién es tu amo…-

Y dicho esto, comencé a eyacular dentro del culo de Patricia y ella a revolverse excitada, aunque no se si se llegó a correr o no. Lo cierto es que me sentí sudar y percibí su sudor como antes había visto sudar a Jose y a ella misma tras hacer el amor.

El día pasó. Mis padres llegaron. Nos saludamos. -¿Qué tal se han portado?.- Un silencia escalofriante. AL final Patricia responde. -¡Bien!.-

José intentó alguna que otra vez tirarse a Patricia, pero no sé si lo consiguió. Al cabo de algunas semanas, parece que desistió, pues ya no oía peleas en su cuarto, cuando mis padres estaban ausentes.

Yo , por mi parte, cada noche, efectivamente, recordaba que en esa cama había echo el amor con mi hermana, nueve años mayor que yo.

José hace meses se fue al extranjero, aprovechando una beca de estudios. Patricia tiene novio, pero no le va bien, se nota que está aburrida. Han pasado algunos años desde que tuve a Patricia como esclava. Hace unas semanas, tras venir del instituto, entré y mis padres no estaban. Fui a mi cuarto y sentí la ducha. Entré para ver quien se duchaba.

-¿quién es?-

-Yo, Juan.-

-¡Qué susto me has dado!.-

-Es que quería saber quien había en casa.- Adivinaba su hermosa figura detrás de la cortina traslúcida

Patricia cogió su toalla y salió con ella enrollada alrededor del cuerpo.

La miraba fijamente. Saqué valor para ordenarle.

-Quítate la toalla y muéstrate para tu uso.- Me senté en la tapa del retrete esperando cualquier cosa.

En la boca de Patricia empezó a esbozarse una sonrisa maliciosa.

Tiró la toalla y apareció su figura de mujer deliciosa, con aquel monte de Venus depilado ahora reforestado.

Se dio la vuelta al llegar tan cerca de mí que podía percibir el aroma que el jabón había dejado sobre su piel y pude ver sus dos agujeros, entre sus nalgas separadas por sus manos, dispuestos para ser tomados por mí según mi elección.

Y desde ese día, he vuelto a ser el amo de mi hermana Patricia, y esta vez para siempre.