En la cola del supermercado
Aquel día yo me encontraba en el supermercado haciendo la compra semanal y desde que me separé de mi mujer me he convertido en un monstruo de las ofertas.
Una vez hube terminado de rellenar el carro con mi pedido, me dirigí hacia las cajas con la ardua tarea de encontrar aquella cola que menos gente tuviera. ¿por qué hay siempre tan pocas cajas? .
En fin, fui seleccionando mi objetivo, normalmente ese hueco que se queda semivacío o la caja con la cajera más atractiva. Pero de pronto, mi cuerpo se quedó paralizado, mis ojos y todos mis sentidos se dirigieron a la caja 22, allí la última clienta de la cola era un impresionante bombón. Corrí con mi carro a lo largo del pasillo, para que nadie pudiera quitarme el turno y la oportunidad de colocarme tras ella. Tuve que evitar algún que otro despistado y evitar estrellarme debido a mi velocidad. Por fin llegué y coloqué mi carro tras ella.
¡Qué maravilla!, ¡qué pedazo de hembra!. Todo mi cuerpo se estremecía y gozaba con la hermosa panorámica. Un vistazo general a la parte trasera de su anatomía fue lo primero, ya que estaba de espaldas a mí, pero lo que mis ojos detectaron inmediatamente fue su culo, un culo perfectamente redondo embutido en unos ajustadísimos pantalones de lycra color whisky sin bolsillos. Aquella redondez superaba la perfección y la ley de la gravedad pues su caída no era hacía abajo sino hacia arriba. La tela del pantalón se adaptaba como guante a aquel prodigioso trasero. Unas divinas caderas formaban las curvas que hacen perder la cabeza al hombre más cabal.
Mi vista bajaba lentamente por la parte posterior de sus muslos siguiendo la línea de sus piernas y el estrechamiento hasta la parte posterior de su rodilla en unos muslos que iban decreciendo geométricamente. A partir de ahí el pantalón era ligeramente acampanado hasta los pies. No me había percatado, pero mi polla había tomado un considerable tamaño ante tanta hermosura. Intenté pegarme al carro para no ser descubierto, pues el bultito bajo mi bragueta se iba haciendo más que evidente. Mis ojos volvieron a subir lentamente por el camino trazado anteriormente, recreandome una vez más en esos perfectos muslos con la forma ideal, hasta llegar nuevamente a su culo y observándolo con todo detalle intentando descubrir cómo podrían ser esas posaderas sin el pantalón. Quizás sea un obseso de los culos, pero juro que éste era prodigioso.
Más arriba había una cintura al aire entre el pantalón y una ceñida camiseta roja sin mangas. ¡Qué cintura! Una increíblemente estrecha cintura que parecía imposible pudiera sostener el resto de su cuerpo, por eso se debe decir eso de: «estás que triscas» o «estás que partes» a las cinturas tan estrechas. Su piel era muy morenita, la imaginaba tomando el sol en la playa, ¡cómo debía estar la tía en bikini!.
Su camiseta roja se adaptaba igualmente a su tronco en una espalda erguida, con unos hombros rectos y firmes. Su pelo muy moreno y brillante con una melenita que no llegaba a los hombros dejaban entrever un fino y elegante cuello.
¿Se dará la vuelta? ¿cómo será por delante? ¿encima será guapa de cara?. Mis deseos se hicieron realidad, parece que mi mente conectó con la suya y en un movimiento lento, que me pareció más sensual que otra cosa, se giró 90 grados hacia su derecha. Un perfil de muñeca se adivinó ante mis ojos, con unas largas y morenas pestañas, una nariz algo respingona y pequeñita y unos labios carnosos que aparentaban ser muy blanditos y calientes. Una barbilla firme formaba ángulo recto con su cuello. La camiseta mostraba un bonito escote en el que una rayita indicaba el comienzo de unos grandes y erguidos pechos con una caída natural, como tienen que ser un par de tetas, grandes, erguidas y con una suave caída, nada de silicona, por favor. Dos botoncitos se remarcaban bajo el relieve de su camiseta, lo que denotaba que no llevaba sujetador. Eran dos pezones pequeños que parecían ser dos ojitos inquietos. A pesar de hacer suaves sus movimientos, las tetas se movían como si de un flan se tratase. Un vientre liso como una tabla adornaba aquel cuerpo y un ombligo pequeñito estaba pellizcado por un piercing plateado en forma de aro. Su recto vientre terminaba por esconderse en sus ceñidos pantalones.
¡Qué pantalones!, deberíamos pagar un sueldo de por vida a quien inventó ese tipo de pantalones súper ajustados, también deberíamos hacer un monumento al inventor de la minifalda, aunque creo que fue una mujer, quién si no.
Aquellos pantalones tenían un cordoncito marrón que iba desde debajo del botón superior bajo su cintura entrelazándose hasta llegar a la parte superior de su pubis, ¡quién fuera cordoncito y rozar esos lugares !.
Su tripita iba inclinándose hacia adentro en una curva maravillosa y en lo más íntimo de su ser se percibía un leve abultamiento, su apetecible monte de Venus.
Sus muslos , vistos de costado, eran aún más impresionantes, con esa forma que va ensanchándose ligeramente hasta la mitad y vuelve repentinamente hacia la rodilla. ¡Qué piernas!
Aquella preciosa criatura se giró otro poco y me miró un par de segundos. Notó evidentemente mi cara de bobo y mi boca abierta observándola. Hasta entonces no me había dado cuenta del descaro con el que la estaba dibujando en mi mente. Miré a ambos lados y nadie parecía fijarse en mí, todos se estaban mirando a ese bombón, sobre todo los hombres, que babeaban igual que yo y sus mujeres intentando descubrir dónde estaba el botón para deshinchar a aquella muñeca y sacarle algún defecto, pero aseguro que yo no encontré ninguno, bueno me refiero físicamente, ya que siguiendo el tópico habría que pensar que era tonta del culo, una estúpida, una engreída o una creída, y posiblemente frígida, pero eso, evidentemente no se podía ver. Un suspiro irrefrenable salió desde mi pecho hasta mi boca.
Sus brazos desnuditos, estaban muy morenos y uno de ellos decorado con un brazalete plateado, una ristra de pulseras se amontonaba a la altura de su muñeca derecha y un pequeñito reloj en su izquierda. Sus manos eran largas muy bonitas y cuidadas acabadas en largas uñas pintadas de blanco y en sus dedos abundaban los anillos y sortijas de todo tipo.
Un teléfono móvil sonó cerca de allí y como siempre todos nos miramos buscando quién era el dueño de ese endiablado invento. Por fin apareció el dueño, era ella, abrió su bolso marrón y desplegó su móvil llevándoselo a una de sus lindas orejitas, que por cierto estaba adornada con varios pendientes diminutos.
– «¿Siiii ?»
Su voz también era maravillosa, una voz muy femenina, suave, tierna, pero al mismo tiempo parecía segura y decidida.
Una dentadura brillante, blanca y perfecta remarcaba su boca cuando sonrió y aún estaba más bella, si cabe, con su linda sonrisa.
– «¿Cómo?, no Mario, hoy no voy a poder, mañana mejor… – respondió ante su interlocutor. – Estaba prácticamente frente a mí y de nuevo hice una inspección a su anatomía. Esta vez fui lentamente de arriba a abajo, sin importarme que ella me viera cómo la observaba, es más creo que ella se colocó así a propósito con la intención de mostrar toda su belleza. Otras veces me siento cohibido y me da cierto apuro observar una chica cuando ella se dé cuenta que la miro, pero esta vez no, quería retratar en mi cerebro centímetro a centímetro aquella maravilla del universo. Muchas veces pienso, ¿realmente existen mujeres así?, pues sí, delante mío tenía una, un monumento al que deberíamos adorar cada vez que pasara a nuestro lado, como ponernos de rodillas, por ejemplo.
Su pelo negro, muy bien peinado, llevaba un pequeño flequillo y algunos pelos locos salían disparados hacia arriba en un aspecto de nena traviesa.
Sus ojos eran marrones, claros o más bien castaños, color miel, que se aclaraban cuando la luz se reflejaba directamente en ellos, unos ojos grandes, expresivos y muy bien pintados. Sus dientes aparecían y desaparecían con ligeras sonrisas en su conversación telefónica.
– «Qué tonto eres Mario…» – dijo con cierto rubor. – ¿Que le estaría diciendo el tipo al otro lado del auricular?. Seguro que le estaba susurrando lo buenísima que estaba y cuánto deseaba volvérsela a follar.
– «Calla tonto» – contestó sonriendo.
Debía estar poniéndola cachonda, con frases como «me gustaría volver a comerme ese conejito recortado», «quisiera volver a mordisquear tus duros pezones» o «meter mi polla entre tus tiernos labios». No sé si era eso lo que le estaban diciendo pero sí lo que yo estaba pensando…
– «No puedo hablar… llámame luego ¿vale? – dijo una vez más.
A continuación una nueva sonrisa escuchando algo que yo suponía como «estas buenísima y follas como una leona», «quiero volver a metértela en ese coñito tan estrecho que tienes…»
La tía movía sus piernas adelante y atrás, señal de que estaba empezando a calentarse con la conversación. El pantalón se adaptaba a su cuerpo tan bien que podía denotarse su abultamiento en el coñito y cómo la prenda se metía en su coñito dejando ver una rajita que parecía llamarme.
– «Y yo a ti…» – contestó a un posible: «¿te quiero?», «¿te deseo?», «¿te lo voy a comer todo?» (quién sabe…)
Qué linda estaba con esas mejillas que se tornaban sonrosadas y con esa preciosa sonrisa dibujada en su cara.
– «Hasta luego…» – fueron sus últimas palabras y colgó, guardando el móvil en su bolso.
Llegó su turno en la caja y comenzó a sacar las cosas del carro, cada vez que lo hacía se agachaba aumentando el volumen de sus tetas y redondeando aún más su divino culo.
Mi polla daba espasmos cada vez que hacía el movimiento de agacharse sacando las cosas del interior del carro.
Sentía unas ganas tremendas de acariciar ese culo y decirle que nunca había visto una divinidad como ella en la vida. Me hubiera gustado apoyar mi pelvis contra esa provocadora redondez y al mismo tiempo acariciar sus tetas por debajo de la camiseta.
Por fin acabó de sacar todo y el volver a meterlo todo en el carro una vez pagado, fue otro bonito espectáculo, no solo para mí, sino para todos los tíos que estaban cerca de allí, que sin duda estarían con sus pollas en ristre.
Sacó su monedero del bolso y de éste una tarjeta de crédito. Otra vez su perfil se mostró ante mis ojos y volví a inspeccionarla lentamente, su melenita, sus pestañas bordeando unos lindos ojos , unos labios carnosos ligeramente pintados, un cuello esbelto, un pecho impresionante, un vientre liso y una cintura superestrecha, un culo matrícula de honor, unos muslos de bandera y… por cierto, no me había fijado en sus pies hasta entonces, había cruzado las piernas a la altura de sus tobillos y pude ver que llevaba unas sandalias de tacón donde sus lindos deditos se aprisionaban. Hasta sus pies eran bonitos…
Giró su cabeza hacia mí, y me dedicó una sonrisa durante unos tres segundos, mirándome de arriba a abajo. Nunca hubiera pensado que una chica como esa se fijara en mi, para mí era casi como si me la hubiera follado, pues las tías así no te miran, no te hacen ni puto caso ó al menos a mí.
Sacó la lengua ligeramente entre sus labios y los lubricó con su saliva. Firmó el ticket y agarrándose a su carro emprendió camino hacia la salida.
Me quedé tan atontado que tuvieron que avisarme para que empezara a sacar la mercancía de mi carro. Lo hice precipitadamente con el riesgo de romper alguna botella. Quería seguirla, continuar viéndola durante el mayor tiempo posible, pagué rápidamente en efectivo y salí corriendo con mi carro tras sus pasos.
La divisé entre la gente y la seguí a una distancia prudencial. Sus andares eran de lo más sensual, sus muslos se rozaban entre sí, su culo bamboleaba a cada paso y aunque no podía verlo también debían hacerlo sus tetas.
Salió del hipermercado y llegó hasta su coche, un deportivo rojo, propio para una tía tan impresionante. Metió las cosas en el maletero volviendo a recrearme desde la distancia en la observación de sus movimientos y de sus vertiginosas curvas.
Se metió en el coche y al cerrar la puerta se percató de mi presencia y de mi atontamiento al observarla. Me volvió a sonreír en un segundo premio que no me esperaba y le devolví la sonrisa en agradecimiento a tan amable gesto a un pobre y miserable hombre como yo. Hubiera dado alguno de mis dedos por tocarla, por sentirla, por besarla… Me gustaría haber sido su esclavo sin condiciones, dispuesto a ser maltratado, humillado y azotado por ella. Creo que me enamoré al verla.
Arrancó con su coche y desapareció para siempre. Yo me quedé allí de pie en el parking apoyado en mi carro y con una cara de gilipollas que tardó en borrarse durante todo el día.