Disfrutará hasta la saciedad de los encantos de su compañera de trabajo
Por fin había aprobado, tenia el puesto conseguido, Ana Maria a sus 26 años, lo había superado todo y el próximo mes, entraría a trabajar en un hospital como farmacéutica.
El primer día, le entregaron su bata blanca junto a su credencial y llena de nerviosismo, preparo la primera receta, llegó a su casa agotada pero muy contenta.
Su compañera de trabajo, se llamaba Rocío, una morena de 30 años, alta con buenos pechos y un poco rellenita, se peinaba con cola de caballo, siendo su belleza tan sorprendente que llamaba siempre la atención, había estado casada con un médico durante 2 años de auténtico infierno, ya que era un alcohólico y había muerto con el hígado destrozado.
Desde el primer momento, formaron un equipo compacto y bien avenido y al cabo de dos meses y pese a la diferencia de edad, se hicieron amigas inseparables.
Ana Maria, había tenido varias relaciones esporádicas que nunca cuajaron y tenía un concepto bastante malo de los hombres, era una rubita de piel blanca, con unos pechos pequeños, pero tenía un culo y unas piernas de infarto, sus muslos, redondos y duros eran su mayor orgullo.
Aquella mañana, Ana Maria, llego muy seria y cabreada, Rocío, se dio cuenta y por mas que le preguntaba, no le sacaba el motivo, durante la media hora del desayuno, sentadas frente a frente delante de una taza de café, medio llorando, le contó que había tenido una fuerte pelea con sus padres.
Cuando llegaron de nuevo al laboratorio, nada más cerrar la puerta, Ana Maria, comenzó a sollozar, Rocío, la abrazo y pasándole la mano por el pelo, intentaba consolarla, en un momento dado, la cogió por la barbilla y comenzó a besarla en la cara mientras le decía palabras cariñosas, cuando por fin Ana Maria, embozo una sonrisa, con mucha suavidad, Rocío, la beso en los labios y se retiró para seguir con su trabajo.
Aquella noche Ana Maria se fue a su habitación mas temprano de lo normal y después de pasar unos apuntes al ordenador, se acostó, no conciliaba el sueño, pensando en lo ocurrido aquella mañana en el hospital, su mente formaba escenas que pronto hicieron que sus pezones se pusieran duros, bajo su mano derecha hasta su entrepierna y por encima de las bragas se masajeaba toda su rajita.
La mano izquierda, levantándose el camisón, se había apoderado de sus pezones, y los retorcía cada vez con más ferocidad, de sus labios escapaban suspiros entrecortados, se pasaba la lengua por los labios y metiendo la mano por el elástico de las bragas, tocaba su pelambrera rubia, el clítoris fue sometido a un masaje sabio y bien efectuado hasta que con un espasmo fabuloso y un grito corto, tuvo una colosal corrida que la dejo tranquila y sosegada, cogiendo de inmediato un sueño reparador.
El resto de la semana, paso rápido y con mucho trabajo ya que un virus se había apoderado de la ciudad y el hospital era un hervidero de pacientes.
El fin de semana, habían quedado para ir al cine, pues reponían la película «Las cataratas del Niágara» que había tenido una mejora en cuanto a calidad de sonido y colorido de imagen, Rocío quería verla ya que era su actriz preferida.
Compraron frutos secos y ocuparon sus asientos en la parte trasera del cine que por cierto estaba medio vacío por ser un día entre semana y una hora en que los comercios estaban abiertos.
Cuando las luces se apagaron, Ana Maria, vacío los paquetes de golosinas encima de su falda y le dijo a Rocío que cogiera lo que deseara.
Ana María, se había puesto para la ocasión, una falda corta estrecha y un suéter de manga larga, no llevaba medias, ya que había estrenado unas botas altas y utilizaba calcetines.
Rocío, cogía avellanas de la falda y dejaba su mano descansando en los muslos de su amiga, una de las veces, buscando un garbanzo tostado, rozó varias veces el chocho de Ana Maria que no dijo nada.
La escena de la cascada de agua era ensordecedora y Ana Maria, tuvo un sobresalto de susto.
Rocío, le echó el brazo por lo alto y apretándola contra ella, la tranquilizó dándole un beso en la mejilla, dejó la mano suavemente sobre su pecho izquierdo y lo apretó un par de veces.
La barca era zarandeada por la furia del agua y la protagonista estaba a punto de caer por la gran cascada, la mano de Rocío, se había bajado hasta la rodilla de Ana María y se había metido entre sus muslos calientes, mientras la otra mano no paraba de masajear el pecho por encima del suéter.
El letrero que indicaba el final de la película fue el detonante para que de inmediato se recuperara la compostura en todo el cine con gran movimiento de cuerpos ruidos de toses y cierres de cremalleras.
Una ligera lluvia, caía a la salida del cine y Rocío propuso tomar una merienda cena en una cafetería del centro que se había inaugurado la semana pasada y que le habían hablado muy bien.
Ana Maria acepto pero siempre que ella pagase la invitación.
El local era muy acogedor y estaba lleno ya que los empleados del Corte Ingles habían salido recientemente y estaban recuperándose de su jornada laboral, ocuparon un lugar alejado de la barra y sentadas en un taburete dieron buena cuenta de varias cervezas y tapas.
El coche conducido por Rocío, salió de la ciudad y cogió la dirección del Monte del Águila, un mirador natural que estaba a 12 Km de distancia y lugar preferido por las parejas de novios por su vista panorámica y discrecionalidad, rodeado de pinos era un lugar precioso.
Ana Maria iba recostada en el asiento medio adormilada, pues no estaba acostumbrada a la cerveza y esa noche se había pasado, al llegar al lugar deseado, solamente había 2 coches con las luces apagadas y Rocío se situó lo más lejos posible.
La vista era preciosa con la ciudad totalmente iluminada y sin mediar palabra Rocío, le pasó el brazo por encima del hombro y atrayéndola hacia ella, comenzó a besarla en la boca, Ana Maria no opuso resistencia y es más, abrió sus labios permitiendo que la fogosa lengua de Rocío, jugará con la suya y respondió devorando a su vez la boca de ella.
Mientras, le había levantado el jersey y le había sacado los pechos del sujetador pasando de uno a otro magreandolos a placer, se paraba de vez en cuando en los pezones y pellizcándolos, había conseguido ponerlos duros.
Ana Maria jadeaba, mientras sentía que un calor se iba apoderando de su cuerpo, nunca antes la había tocado una mujer y la verdad es que era una experiencia muy gratificante.
Rocío, dejó su boca y bajando la cabeza, comenzó a chuparle los pezones, dándole de vez en cuando suaves mordisco en los mismos, una mano se había metido por la falda ý magreaba los muslos de Ana Maria que intentando defenderse, había cerrado las piernas no dejando subir la mano más de medio muslo.
La lluvia comenzó a caer con fuerza y los cristales del coche, se empañaron, mientras tanto Rocío se había vuelto a apoderar de la boca de Ana Maria y le mordía los labios con pasión, la mano derecha retorcía los pezones con mucha suavidad y por fin la mano izquierda se había abierto camino hasta las braguitas pequeñas y por encima, de las mismas, le estaba efectuando una paja tremenda.
Ana Maria suspiraba y jadeaba, un intenso placer se iba apoderando de ella, tenía las piernas abiertas totalmente y la falda se había subido dejando al descubierto sus preciosos muslos.
Rocío, metiendole la mano por el pernil de las bragas, le tenía colocados dos dedos en su vagina, los cuales metía y sacaba mientras con el pulgar le rozaba suavemente el clítoris.
Una tremenda convulsión, seguido de un gran placer, indicó que había tenido un orgasmo fabuloso, de su garganta salió un largo suspiro y encogiéndose en posición fetal, quedó recostada en el asiento mientras Rocío le acariciaba el pelo.
La vuelta para la ciudad, fue callada y silenciosa, había dejado de llover y al llegar a su casa, Ana María, salió del coche y dándole un beso en la mejilla a Rocío se despidió con un lacónico «CHAO AMORE».