María, mi amiga y mi confesora

¿Porque las relaciones entre hombres y mujeres nunca pueden ser de amistad?

¿Porque no nos acostumbramos en el día a día a desmitificar el sexo y a disfrutar del erotismo sin vergüenza ni miedos a pensamientos de individuos externos?

Esto es lo que me preguntaba día a día desde que me empecé a preocupar desde pequeño por este tema.

Pero un buen día mis pensamientos se hicieron realidad, ese día fue aquel en el que conocí a María.

Aquella compañera de la universidad que se sentaba a mi lado y que con los días se fue haciendo mi amiga y mi confesora y con la que llegué a mantener conversaciones que me libraron de las represiones conscientes o inconscientes que hasta entonces me impedían llevar una vida más satisfactoria.

El día que todo cambió me encontraba en una discoteca de mi ciudad mirando embobado las tetas de una morena y graciosa que se contoneaba a pocos metros de donde yo estaba.

María junto a mí me miraba con una sonrisa picarona en la boca.

¿Porque no le dices nada? me dijo al oído rozándome levemente con la lengua, como quién no quiere la cosa.

-No sé – fue lo único que se me ocurrió.

– que es de lo que hemos hablado tantas veces – me replicó

– ve con ella y fóllala – añadió en una exclamación que me pareció casi soez

– yo era bastante tímido así que me quede parado y haciendo como bailaba pero la escena me estaba poniendo a tono.

En ese momento María con todo su habitual desparpajo se dirigió hacía la chavala.

Pronto empezaron a reír a bailar juntas haciendo esos bailes semilésbicos que tan bien saben ellas que nos ponen a cien.

Seguidamente se acercaron y la desconocida se presentó, se llamaba Patricia, vestía un top blanco muy ajustado y unos pantalones negros de cuero que resaltaban su cuerpo de una manera muy excitante.

María tenía una sonrisilla en la boca que aumentaba aún más el nerviosismo que me provocaba mi excitación creciente.

Poco después de algunos bailes más o menos provocativos María se alejó de nosotros con un chaval que le acaba de entrar sin despedirse ni siquiera.

Patricia no me dijo nada más que era tarde y que se tenía que ir y que si la podía acercar.

Por supuesto no iba a perder esa oportunidad y nos fuimos a mi coche que estaba aparcado a unos metros de la discoteca.

Nada más entrar en él Patricia puso su mano izquierda sobre mis pantalones a la altura de mi pene y lo empezó a masajear sobre la ropa.

Como el aparcamiento estaba desierto le correspondí con un tímido beso en la boca que se fue haciendo cada vez más caliente según la mano de Patricia aceleraba su ritmo y presión sobre mis vaqueros.

Cuando estaba a punto de correrme en el oído me susurro levemente «quiero que me folles como tu sabes».

No sé lo que María le había contado a aquella chica pero decidí que sin duda le debía complacer.

Nos pasamos a la parte de atrás, pero mientras ella subía al coche encarándome su maravilloso culo enfundado en cuero lo cogí con ambas manos y lo comencé a morder mientras con las manos le soltaba el cinturón y las pasaba al interior de su tanga.

Acto seguido la empujé al asiento y le solté el pantalón definitivamente.

Yo aún estaba vestido y a ella no parecía importarle, me metía las manos por debajo de la ropa salvajemente y a través de la botonadura del pantalón hasta que me empezó a masturbar brutalmente bajo los vaqueros.

Yo le quité el top y el pantalón dejándola únicamente con un pequeñito tanga morado.

Le comí las tetas mientras le introducía primero un dedo y después otro dos más en su sexo húmedo como una cueva.

Cuando no pude más y ella me lo pidió, me bajé la parte superior de pantalón y asomando mi verga sobre el calzoncillo la penetré a través del tanga morado.

A ella, el hecho de que no le quitará la braguita, parece que le excito más y su cara reflejaba un placer que me hacía incrementar mi deseo de romper esa tela que se le metía en su vagina y que no me dejaba penetrarla con toda la profundidad que ambos deseábamos.

Finalmente y con sus piernas sobre mis hombros aparte la telilla de su tanga con mi pene y se lo introduje tanto como pude.

Mi cara quedaba en ese momento a la altura justa para lamerle como un perro en celo sus pechos, que aunque no eran excesivamente grandes estaban tan bien formados que correrme sobre ellos apoyando mi verga sobre su piel resultó de lo más placentero.

Ella me gritaba mientras tanto que no paráramos de hacerlo y acto seguido se dio la vuelta invitándome a que la penetrara por detrás.

Dudé sobre sus deseos y pensé en penetrarla por la vagina pero recordando los placenteros momentos que me proporcionaba el sexo anal con mi antigua novia en la ducha de mi piso decidí apoyar primero el glande en su culo.

Ella no opuso resistencia así que comencé a apretar y pronto entró en toda su longitud.

El orgasmo fue intenso al sentir sus nalgas rebotando contra mis muslos y mis testículos aprisionándose entre ellas.

La historia duró todavía un rato más, pero dejo a la imaginación del lector que ponga fin a aquella velada en el aparcamiento.

Al día siguiente María se reía divertida con lo que le contaba y como he dicho al principio gracias a ella a partir de entonces comencé a vivir historias que merece la pena ser contadas tanto con desconocidas, conocidas y con la propia María que al final resultó ser la más ardiente e imaginativa amante que hasta ahora he tenido.

Pero eso quedará para otro día.