Mi primer trabajo II
Después del caso Rodríguez Larreta mi suerte empezó a manifestarse en toda su dimensión.
El gangster presionó a los dueños del Bufete para que fuera solo yo quien me ocupara de sus asuntos, y como era el cliente más grande de la firma mi autoridad aumentó desmesuradamente al compás de mi cuenta bancaria.
También empecé a follar regularmente con la Sra Pilar Marcó.
Ahora entendía porque en la vida hay mujeres que se comportan como princesas.
Pilar Marcó era una diosa del sexo.
Y también era fiel a mí, al menos en su forma de ver las cosas.
Durante el día yo me ocupaba de mi trabajo y tres noches a la semana salía con Pilar a disfrutar la noche de Madrid.
Cenábamos, asistíamos a fiestas y terminábamos invariablemente follando en mi departamento hasta casi la salida del sol.
El Sr Marcó toleraba esto por varias razones.
La primera es que creía que su esposa merecía estar bien folladita.
La segunda era que yo le reportaba la seguridad de una gruesa cuenta bancaria.
Pero también tenía sus cosas.
Por ejemplo, no toleraba que Pilar pernoctara en casa. Por eso, su chofer personal mantenía su limusina estacionada frente a mi departamento para conducirla a casa al amanecer.
A mí encantaba llegar a casa con ella medio alcoholizada y ver como se quitaba sus joyas y finísimos vestidos para gozar de mi polla.
Primero me la mamaba como una posesa.
Luego me hacía poseerla por todos sus huecos hasta casi desfallecer.
Era un placer morboso ver como esa mujer que cenaba conmigo en los sitios más elegantes de la ciudad, era una perra sedienta de sexo en privado.
En una ocasión, Marcó se desbocó algo cuando por casualidad lo encontramos en un lujosisimo restaurante donde estábamos cenando.
El se emperró en que Pilar lo acompañara a casa, pero ella solo le contestó:
«Vamos Mauro, sabes bien que no me gustan tus escenas de celos.
Además no seas desconsiderado con mi acompañante.
Ya he quedado en que será él quien me lleve a casa.»
Esa noche Marcó se marchó lleno de furia, pero resignado a lo inevitable.
Mientras tanto, Rodríguez Larreta me llevaba por sus «negocios» y yo descubría que había nacido para mi trabajo.
Era sorprendentemente bueno en él.
Recorríamos prostíbulos de todo tipo.
Desde los más miserables de las afueras a los más exclusivos del centro.
Casi muero de sorpresa cuando al llegar al «Maximus» encontré que una de las bellezas de alterne era la Sra Salerno, el socio de Marcó.
Ante mi sorpresa, Rodríguez Larreta me confió que la dama era una enferma del sexo y que su marido un drogón incurable que ya no podía cepillarla.
También me dijo que esa noche Mariangeles Salerno le había pedido que me llevase porque desde el primer día había querido que yo le rompiera el culo, pero que mi affaire con Pilar la había madrugado.
No tuvo que decírmelo dos veces.
Me acerqué a la Belleza salerno y tomándola suavemente por la cintura comencé a hablarle al oído para mojar bien su coñito.
Un rato más tarde, ella se paseaba por la suite presidencial del «Maximus» con su escultural figura expuesta en toda su desnudez y montada sobre unos finísimos tacones de aguja.
Esa situación mantuvo mi miembro erecto toda la noche.
La follé hasta que casi se desvaneció por el esfuerzo.
La tomé en el yacuzzi, en la alfombra y en cada rincón de la habitación.
Acariciaba sus largas piernas y bebía de sus pechos erectos de pequeños pezones rosados.
Abusé de culo con mi miembro y hasta en determinado momento hice subir por un rato a dos de los guardaespaldas del lugar para montar una orgía de aquellas.
Ella recibió entonces por su culo, por su coño y por su boca más semen del que jamás pensó podría soportar.
Cuando ya de madrugada la dejé, no pude soportar la morbosa tentación de despertarla ,darle un dulce beso francés y alargar un billete de 10 dólares para compensar su trabajo.
¡Diez dólares a una mujer que en cada dedo llevaba más diamantes que una princesa!!.
Ella los recibió con una sonrisa y me regaló una última mamada en la polla exhausta.
Desde ese día, cada miércoles fue para ella.