Me llamo Fidel y tengo 42 años.
Aunque en mi vida no me falta de nada, pues tengo un trabajo estable y una mujer maravillosa, a ella no le agradan mis gustos sexuales, que no son otros que el hacer el papel de amo y ella el de una sumisa esclava.
Así que de mutuo acuerdo, cuatro o seis veces al año, me convierto en un auténtico amo «master», unas veces (las menos) pagando a prostitutas, y si surge la ocasión, a otras personas personas con mis mismos gustos, y que por tanto no cobran.
Precisamente, unos de estos casos es el que os voy a relatar: Para contactar con alguna de estas personas, generalmente lo hago bien a través de «Internet» o por medio de las líneas telefónicas eróticas.
Fue mediante una de éstas, por la que conocí a Carlos, un hombre de 39 años, de 1,78 de estatura, calvicie incipiente y 76 kilos, a quien le apetecía ser esclavo.
He de decir que yo no soy «gay» y que a Carlos le ocurría lo mismo, lo que pasaba era que, según me explicó, le excitaba sobremanera verse sometido a otro hombre, pero me de decidí a someterlo cuando me confesó que a su mujer también le gustaba ser sometida por un hombre, que nunca lo había hecho y que quería probar.
Como anticipo, le ordené que realizara determinadas acciones durante una semana y que al finalizar este período de tiempo le llamaría para ver qué tal lo había pasado.
Cuando contacté por teléfono con él, me confesó que se había excitado sobremanera, siguiendo mis órdenes: El primer día, salir sin calzoncillos a la calle; el segundo, ir al trabajo con un aro testicular; el tercero, llevar puesto un tanga de su mujer; el cuarto, masturbarse en el baño de su trabajo; el quinto, llevar toda la tarde un sujetador de su esposa; y el sexto, follarla por el culo y que le rasurara la zona zona genital y anal.
Congratulado por su obediencia aparente, le ofrecí entonces mi propuesta: Si el físico de su mujer me agradaba, estaba dispuesto a desplazarme a su ciudad (distante 400 kms.) y realizar una sesión con ambos, quedando claro que yo iba a ser su amo y señor, previo pacto de ciertos límites.
Al instante, me describió a su esposa: 38 años, 1,62, 56 kilos, 85 de pecho, 76 de cintura y 92 de cadera, rubia de media melena y pelo rizo.
En ese momento, le comuniqué que le llamaría por la noche, para quedar un día.
Esa tarde, le di la noticia a mi mujer, la cual me recomendó que tuviera cuidado con los extraños, pero que por otro motivo, no tuviera ningún reparo en asistir a la cita.
Así pues, esa noche llamé a Carlos, quedando con él ese sábado en una céntrica cafetería de su ciudad a las doce de la mañana. Ese viernes, por la tarde, emprendí viaje llegando a la ciudad de mis futuros esclavos al anochecer y me alojé en un hostal.
A la mañana siguiente localicé fácilmente la cafetería y entré en ella treinta minutos antes de la hora estipulada, fijándome en la gente que entraba e imaginando en cómo sería el físico de la pareja.
Diez minutos antes de las doce, entraron un hombre y una mujer, ambos atractivos, que coincidían con el físico que me habían descrito por teléfono. Como yo les había dado el mío: Pelo corto, moreno, con barba cuidada, 1,73 y 70 kilos, y como tenía encima de la mesa, un diario de mi ciudad, enseguida se acercaron y se sentaron.
Tras las presentaciones (ella se llamaba Laura), quedamos en continuar con el plan previsto, fijando unos límites que sorprendentemente para mí, fueron bastante altos, dada su inexperiencia aparente.
Acto seguido, comencé a interpretar mi papel de amo: Ordené a Carlos que en el baño de la cafetería, se quitara sus calzoncillos y se pusiera las bragas que llevaba puestas su mujer en ese momento.
A ésta, le insté a que se las quitara (llevaba una falda negra por encima de la rodilla, con un suéter gris y botas de fieltro negras y él un traje gris) allí mismo, en la mesa y se las diera a su esposo.
Con gran azoramiento, y un ligero contoneo de su cuerpo, para que no se notara demasiado lo que estaba haciendo, Laura obedeció, entregándole sus bragas a su marido, quien fue al baño, regresando al rato.
A continuación, fuimos a otra cafetería a tomar un aperitivo y luego comimos en un restaurante, y al acabar, mis esclavos me llevaron a su casa, que era un piso grande con cuatro habitaciones, un gran salón y dos baños, con una espaciosa cocina.
Una vez dentro de la vivienda, les mandé que me enseñaran si tenían algún material, mostrándome dos consoladores, uno vaginal y otro anal, un aro testicular, unas bolas chinas y otras anales así como una fusta de cuero negra.
De una pequeña mochila que portaba, saqué dos pares de esposas, cuerdas, cordeles, dos antifaces opacos, dos collares de cuero con cuatro argollas cada uno, cuatro muñequeras de cuero con argollas, y cuatro tobilleras de idéntico material, así como dos cinturones de cuero, también con argollas, ocho pinzas y cuatro pesas de 50 gramos cada una.
Una vez en el salón, indiqué a Laura que se sentara en un sofá, haciendo yo otro tanto a su lado y ordené a Carlos que se desnudara lentamente, dejando puestas únicamente las bragas de su mujer; mientras obedecía, separé las piernas de la mujer y le toqué con los dedos en su sexo, que se encontraba caliente pero seco.
Cuando el hombre se hallaba ya desnudo, exceptuando las bragas, a través de las cuales se observaba una ligera erección, indiqué a Laura que se quitara el suéter, dejando al descubierto un sujetador blanco sin corchetes.
Entonces, coloqué a mi esclava el collar y las muñequeras y a continuación hice lo mismo con Carlos, poniéndole también a él las tobilleras. Por mi parte, me desnudé quedándome con un tanga de cuero negro que ya traía puesto.
A continuación, coloqué las manos del hombre a su espalda y las sujeté a las muñequeras con unas esposas poniéndole también el cinturón.
Luego, le mandé ponerse de rodillas, y en esa posición, coloqué a Laura a la altura de su cara, ordenando al hombre que por debajo de su falda, le lamiera su sexo, cosa que él hizo con evidente satisfacción, mientras su pene sobresalía por la parte superior de las bragas.
Al cabo de unos minutos en que la mujer se puso colorada y la punta de sus pezones, duros, observables a través de la tela del sujetador, la retiré del arrodillado esclavo y le mandé quitarse la falda y el sostén; cuando lo hizo, quedando sólo con las medias y las botas, le puse y el cinturón y le anulé la visión con el antifaz opaco, mientras con una correa le inmovilizaba los brazos a la altura de los hombros, anudando las muñequeras al collar, posición que le elevaba un poco los turgentes senos.
A continuación, y dejando a Laura de pié, en medio del salón, a ciegas, retiré las bragas a Carlos, colocándole el aro testicular.
A él, anudé el cordel y tirando fuerte del mismo, se lo pasé por su culo, anudándoselo al cinturón por su espalda y luego volviéndolo a pasaro por eno y a lo largo de su erecto pene, lo pasé por el meato, dando la vuelta otra vez por el ano y subiéndolo al cinturón esta vez por el estómago.
De esta manera, si su pene crecía, el cordel le tiraría y se la clavaría en el meato. Acto seguido, me acerqué a su mujer y le empecé a chupar los pezones.
Cuando al poco rato, estaban ya duros y erectos, coloqué en cada uno una pinza, lo que le provocó un respingo y un gemido casi inaudible, tras lo que volví a chupárselos, lo que inmediatamente desencadenó un endurecimiento de los mismos.
Mientras tanto, Carlos se contoneaba de pié, debido a la fuerte erección que sufría y que hacía que el cordel se clavara en su meato. Para bajarle un poco la erección, le golpeé dos veces con la fusta en sus nalgas, y a continuación, me serví una copa de brandy, contemplando a mis dos esclavos de pié, inermes ante mí.
Después de tomar un sorbo del licor, ofrecí uno a Carlos e hice tragar otro a Laura; mientras con una mano le sostenía la copa, con la otra, le rocé sus labios mayores, notándolos completamente mojados, lo que aproveché para, poniéndome de rodillas, chuparle el clítoris y luego mordisquearlo suavemente, provocando que cerrara un poco las piernas, a lo que respondí con dos azotes en la parte interna de sus muslos al mismo tiempo que le ordenaba que abriera bien las piernas, cosa que hizo inmediatamente, tras lo cual, coloqué en cada uno de sus labios mayores una pinza y al mismo tiempo, colgué sendas pesas de las pinzas que oprimían sus pezones, lo que hizo que diera dos pasos hacia atrás, pero como ya esperaba esta reacción le azoté con la fusta en sus nalgas mandándola que se colocara como al principio.
Todas estas maniobras provocaban contracciones en le cuerpo de Carlos, debido a la compresión de su meato por parte del cordel, el cual cada vez se le clavaba más, por lo que opté por cortar el cordel, lo que provocó que su pene erecto, se empinara aún más.
A continuación, le tapé los ojos con el antifaz y le azoté con la fusta dos veces en cada nalga.
Acto seguido, acerqué a Laura a donde estaba Carlos y arrodillándola a sus pies le conduje su boca al pene de su marido y entonces le ordené:
«¡¡Chúpala!!»
La mujer obedeció y comenzó a pasar primero la lengua por la punta del glande, luego se metió la polla en la boca, toda entera, para sacarla lentamente y con la punta de la lengua introducírsela un poco en el dilatado meato, para a continuación, lamerle todo el miembro hasta su base.
Carlos gemía de placer con la chupada de su mujer, así que como yo también me estaba excitando, opté por ponerme al lado de mi esclavo y cogiendo la cabeza de la mujer, me quité el tanga e hice que chupara mi polla, al mismo tiempo que con una mano y obedeciendo a un impulso, comencé a apretar el pene de Carlos y a masturbarle con lentitud pero con firmeza.
Tras unos pocos movimientos, noté que iba a eyacular, por lo que cesé en mi manipulación y le conduje al sofá ordenándole que se arrodillara a sus pies.
En esa posición, hice que Laura le lamiera su culo, humedeciéndoselo con saliva al mismo tiempo. Poniéndome unos guantes y cogiendo en una mano las bolas anales, aparté a mi esclava y primero le introduje en su ano un dedo y luego otro, con lo que su esfínter se dilató ligeramente, lo que aproveché para meterle en su culo cuatro bolas, tras lo cual lo volví a colocar de pié.
Acto seguido y como su erección persistía, quité el antifaz a Laura y le mostré a su marido y cómo le sujetaba a sus pezones dos pinzas. Como mi calentura continuaba y se acentuaba, ordené a la mujer que se colocara de rodillas en el sofá e indiqué a Carlos que le humedeciera su culo con su saliva, cosa que hizo al instante.
Cuando su ano estaba bien mojado y medianamente dilatado debido a que Carlos le introducía de vez en cuando la punta de su lengua, lo aparté y con un fuerte impulso metí mi polla en su culo, follándolo fuerte y salvajemente, mientras con una mano la azotaba en las nalgas y con la otra tiraba de su pelo hacia atrás.
Al cabo de unos instantes, me corrí en el interior de mi esclava, retirando mi polla e hice que con su lengua, Carlos me la limpiara.
A continuación, apuré el resto de mi copa y me dediqué a pensar en el «próximo ejercicio» con mi pareja de esclavos, durante aquella tarde.
Continuará.