Capítulo 1

Capítulos de la serie:
  • Súcubo I

Siempre pienso en mi hermano cuando alguien se corre en mi coño. Desde que se largó de casa para siempre y sin decir nada a nadie, sólo y de madrugada, la intensidad de esa fantasía y su efecto en mi cuerpo nunca han desaparecido. Pero la evocación sensorial de su presencia, recordar su olor, su sonrisa de chulo o el sonido de su voz, esos los fui perdiendo, desdibujándose poco a poco durante años como si el muy hijo de puta siguiese yéndose siempre.

Hasta aquella noche, claro, porque mientras aquel imbécil me llenaba, la imagen de mi hermanito mayor volvió a ser clara y vívida. Durante un par de convulsiones de mi orgasmo me asustó escuchar al nene Cuéllar gruñéndome en el cuello. Un par de oleadas incontrolables más tarde, conforme mi corrida explotaba al visualizar su risa de izquierda, exploté también en lágrimas. Y el inútil de Gio, mientras aún disparaba leche en mi coño, levantó las cejas y sonrió como si su arrolladora potencia o el amor que – pensaba – había despertado en mí me hubieran provocado lágrimas de alegría.

Estaba decidida a hacer que ese cerdo imbécil me lefase todas las veces necesarias hasta preñarme, así que creí que tendría tiempo para regodearme en la trampa que les tendí. Pero fue todo muy rápido. Sólo tuve que retenerles once días hasta confirmar el embarazo. El Mulo me preñó el primer o el segundo día. Y da igual lo que piensen ahora de mí o cómo valoren mis actos. Ni siquiera me importa cómo ha acabado saliendo todo: ese fue uno de los momentos más maravillosos de mi vida y brilla en mi recuerdo como una supernova. El gordinflón rebufaba contra mis caderas, plaf, plaf, mordiendo y lamiendo mis tetas como si se las quisiera comer, y ni siquiera sus cien kilos machacándome y sacándome el aire a cada embestida pudieron evitar que me corriese como una cerda.

Quería esa leche lo antes posible. Yo llevaba varios orgasmos e iba a tener todos los que me diese la gana. Le cogí una mano y me la puse en el cuello; la otra se la llevé a mi boca, tapándomela. Sonrió babeando, con los ojos casi perdidos, y empezó a reventarme con la fuerza de un toro, sellando en cada empujón su condena de por vida y más allá, mi victoria y, por primera vez en mucho tiempo, dándome alguna esperanza de volver a encontrarme con mi hermano.

Imaginaba mi coño desbordándose con la leche de mi gemelo y el placer me traspasaba la espina dorsal. Me parecía que se irradiaba desde mi coño hasta la cama a través de mi ojete. Y de nuevo la película de siempre se reproducía en mi cabeza, con colores renovados, con definición total: mi hermano entraba en mi habitación y me quitaba la virginidad, tapándome la boca para no despertar a nuestra hermana Celia, que dormía en la cama de al lado. En ese momento, mientras él me llenaba de leche diciéndome que me amaba, nuestra otra hermana, Elena, entraba gritándonos y llorando.

Igual que Savina gritaba y lloraba desde el otro lado de la pantalla al verme exprimir a su marido. Al menos ella se estaba corriendo como yo. Mi cabeza fue cayendo hacia atrás en el borde de la cama hasta acabar colgando, permitiéndome ver a la mujer del cerdo que me follaba en la pantalla gigante. La pobre Savina, la gran mujer trofeo de Puglia, de rodillas e inclinada hacia adelante, con los brazos en cruz sujetos por dos hombres encapuchados. Sus tetas colgando botaban con cada embestida de su hijo, embrutecido tras ella, gruñendo y mirando hacia el techo mientras clavaba tanto los dedos en el culo de su madre que se hundían en la carne, haciéndola gritar aún más.

Emma había prometido que la Mula Consorte sufriría y gozaría tanto que se volvería loca y nos obedecería. Eso es lo que dijo, aunque en sus propias y siempre delirantes palabras:

  • Savina entrará en razón como todas, Súcubo, no te preocupes.

Que puto miedo daba esa chiquilla. Casi me alegro de lo que le ha pasado. Aunque suene a que el mal de otros es consuelo para putas estúpidas como yo, puedo asegurar que pocos conocieron a esa tarada como la conocí yo. Y yo seré una sociópata, pero esa chiquilla me cagaba de miedo cada día.

La muy psicópata sostenía la cuerda que ataba al muchacho por el cuello entre risitas, con los ojos abiertos y una sonrisa dulce, como una madre mirando a su bebé. El muchacho encapuchado gruñía como un oso y los sonidos de su madre empalada eran tan confusos como cabría esperar: orgasmos incontenibles se mezclaban con el sufrimiento de saber que era su hijo drogado el que los empujaba en su coño, y la incipiente consciencia de la situación, incluyendo ver a su marido follarme en la pantalla. No es que a Savina le importase que su marido el ricachón mojase el churro en su secretaría, sino que me había calado desde el principio y siempre supo que yo sería su perdición. De hecho, lo intuyó antes de que yo lo supiese.

La esposa trofeo del todopoderoso empresario no lloraba tanto la noche anterior, cuando la droga estaba en su sistema, en todo su apogeo, y arengaba a su hijo para que le diera más fuerte: «Damm’ ‘a mammà, schifuso, puorco malato, chiàvame comm’ ‘e puttane toie, strunzo ‘e mmerda!».

Ahora, entre lágrimas y orgasmos incontrolables, le gritaba a su marido aunque ni siquiera sabía si él podía escucharla, mientras lo miraba en la pantalla machacándome a pollazos: «Noooaaahhh stoooppaastooopp… puttana ‘e mmerda nooo pe’ favore Giooooo stoooppaaaaaAhaaaaaAaaa…»

El troll me llenó el coño con chorros más calientes de lo normal, y sus huevos a reventar dieron para rebosármelo. Me corrí, de nuevo, yo también, arqueando la espalda y sintiendo cómo su leche se mezclaba con mis jugos, mientras la voz de Savina se quebraba y bajaba su volumen a un quejido enfermizo, como si se rindiese; aunque no sé si al placer, al agotamiento, a la idea de que los jodiese vivos o a todo al mismo tiempo.

Giovanni se derrumbó sobre mí, jadeante. Pero le comí la boca y le supliqué que me dejase volver a chuparle la polla. El Mulo estaba tan drogado que no era capaz de distinguir la voz de su mujer llenando la estancia desde los altavoces, pero eso sí lo entendió.

—Puttana… — me dijo, apenas con aliento, mientras yo bajaba feliz hacia su rabo, recuperando en mi mente la cara y el olor perdidos, recordando incluso la sensación de su polla pulsando en mi paladar.

También deseaba genuínamente darle placer a Giovanni en agradecimiento. Al fin y al cabo, él era la clave. Lo suficientemente poderoso, soberbio y confiado como para darme al fin los recursos y el poder que tanto necesitaba. Empecé a comerle la polla con un ansia que no tenía desde que se la chupé a escondidas a mí hermano por última vez. Hubiera querido abrazarle los huevos y el nabo con todo el cuerpo, pero tenía que conformarme con lamer, succionar tragar con la boca, acompañando con las manos.

Todo empezó en una fiesta en Roma, seis meses antes. Yo era la secretaria de dirección de un constructor español con lazos en Italia. Giovanni Tegano era el anfitrión. Un capo de la cuarta mafia disfrazado de empresario, con su mujer trofeo Savina colgada del brazo. Calebresa, proveniente de una de las familias más importantes de la Ndrangheta, una mujer espectacular. Hice que el Mulo babease por mí desde los primeros diez minutos, cuando mi jefe se acercó a saludarlo y presumir de mí.

Cómo conseguí llegar a trabajar con él es otra historia. La cuestión es que, dos años después, en la victoriosa noche de la que hablo, yo tenía pruebas suficientes para probar que Andrea Guerra, el jefe directo de Giovanni, había usado a este y a la cuarta mafia para cargarse a su hermano, Fabio Guerra. Así que engendrar un hijo legítimo suyo y guardar grabaciones de su mujer follando con su propio hijo era el mal menor. No sólo podía hacer que lo metiesen en la cárcel o que lo matasen. Podía mandarlo a la cárcel a ser torturado por la Sacra Corona, impidiendo incluso que se quitase la vida durante años. Mientras igualmente tomaba el control de su vida a través del chantaje a su viuda y de su hijo por nacer.

Y ni siquiera sabía entonces que, como a Andrea, lo que le esperaba hubiese hubiese sido mil veces peor. Yo soy la mala de la historia para Los Chulitos y Las Zorras… pero no se me ocurre alguien a quien odie como para hacerle eso. Lo que hicieron con él y con Emma en casa de los Sarabia.

O sea, que capturando a Giovanni y a Savina les salvé de los buenos. De mis sobrinos y su “Sacra Fundación”, o como cojones la llamen ahora que es suya. De Ángela Guerra, la zorra más degenerada, despiadada y paciente que ha pisado la tierra con su Santa Agencia. Y de las Putas Locas Asiáticas, o como coño se llamen.

Al undécimo día, el test de sangre dio positivo. Emma liberó a Savina y yo a Giovanni. Aclaré a mi ex-jefe y nuevo esclavo que estaría viviendo en el hotel durante, al menos, el resto del año. Que no estaría mal que pasase a follarme de vez en cuando, ya que iba a ser la madre de su cuarto hijo. Y que su principal tarea en la vida era ahora encontrar a mi hermano.

Continuará.


 

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