Capítulo 2

Me desperté media soñolienta con la boca pastosa y un sabor raro, como a cloro podrido. Ni siquiera me lavé la cara; fui derechita al baño, enjuagué tres veces escupiendo agua del grifo. No entendía ni mierda de lo que había pasado anoche con mi primo. Todo fue rápido, como cuando te caes de la bicicleta y ni sientes el golpe hasta después. Pero raro, porque no estaba enojada. Ni triste. Ni arrepentida.

Carol apareció de repente en la puerta del baño, con su cara de preocupada que siempre pone cuando cree que me pasó algo. «¿Estás bien, gordita?», preguntó, y yo casi, casi le suelto todo: lo de Luis, su mano en mi pierna, lo que sentí cuando me tocó. Pero me mordí el labio. «Sí, bien», dije, mirando al piso. Entonces me dijo: «¿Y Luis? Lo vi dormido en el cuarto viejo. ¿Te hizo algo otra vez ese tarado?». Mi corazón se puso a latir como loco. «Nada», mentí.

Victor y Luis se quedaron jugando y viendo películas en la sala. Yo me encerré en mi cuarto, con la puerta con seguro-, mencione. Carol me miró con esa cara rara, como si supiera algo, pero solo asintió. «Me voy donde la tía», dijo, y me dio un beso en la frente. «No salgas, ¿oíste? Luis sigue aquí». Le prometí que no saldría, que me quedaría viendo videos en el celular. Pero antes de irse, Carol olfateó el aire. «¿Qué es ese olor?», murmuró. Yo casi me muero. Era el semen de Luis, ese olor agrio y dulzón que quedó flotando desde anoche. Pero ella solo se encogió de hombros y se fue.

Oí la puerta principal cerrarse. Carol se había ido. Salí del baño después de enjuagarme la cara otra vez, y ahí estaba él, saliendo del cuarto viejo. Me vio, me sonrió con esos ojos oscuros que parecen clavarte al piso. Yo le devolví la sonrisa, tonta, sin saber qué hacer. Cuando me di la vuelta para irme a mi cama, él me agarró del brazo. Fue rápido, como un resorte.

Me levantó en sus brazos como si yo fuera un muñeco de trapo—yo peso como setenta kilos, pero él ni se inmutó—y me llevó al baño otra vez. «Estás hermosa, Tatys», susurró contra mi pelo. «Lo de ayer fue hermoso». Y entonces sin previo avisó me besó. Yo me quedé helada, no sabia que hacer solo lo mire, quería bajarme de sus brazos, pero algo me dio, que me detuvo, y sin control mi cmi boca se abria sus besos.

Y de repente abrí mi boca demasiado hipnotizada por mi primer beso. Él se rió bajito, casi sin hacer ruido. «Así no, princesa», dijo, y me enseñó: primero sus labios suaves sobre los míos, despacio, después la lengua apenas rozándome los dientes. Esta vez sí le seguí el juego. Besos húmedos, calientes, con lengua que sabía a café y a algo más dulce. Mis manos se le engancharon del cuello sin que yo me diera cuenta.

Me bajó de sus brazos despacio, como si fuera de vidrio. Mis pies descalzos pisaron el frío del piso de baldosas. «No te vayas», ordenó Luis, pero ya estaba sacándose el cierre del pantalón. Yo me quedé clavada en el marco de la puerta, viendo cómo esa cosa rosada y gruesa salía de entre sus dedos, dura como un palo de escoba. De repente, un chorro dorado salió disparado contra el inodoro con un sonido fuerte, como cuando abren la llave de la manguera en verano. El olor a amoníaco llenó el baño al instante, picándome la nariz.

Cuando terminó de orinar, sacudió su verga y gotas salían de ahí. Yo permanecía viéndolo, sin decir nada. Mis ojos no podían apartarse de esas últimas gotitas transparentes que colgaban del glande como rocío. Entonces me agarró de la muñeca con una mano húmeda todavía. «Siéntate», dijo, empujándome hacia la taza del baño. El plástico estaba helado bajo mi calzón. Luis se acercó, con esa sonrisa de lobo que me hacía temblar por dentro. «Tatys, debes limpiar mi pene», ordenó, mientras conducía su verga todavía tibia hacia mi cara.

Me hizo abrir la boca. Yo no puse resistencia, aún estaba soñolienta, solo la abrí… inmediatamente introdujo su pene en mi boca. Sentí nuevamente ese pedazo de carne duro moviéndose en mi lengua, hasta llegar a mi garganta. Él soltó un leve gemido, y yo con las típicas arcadas —ahhgg aghh aghhh—. Trataba de tomar aire, pero mi primo me lo empezó a meter más seguido. Sabía obviamente a orine, ese sabor amargo que pronto se mezcló con mi saliva. Me la comenzó a meter y sacar, un vaivén constante. El sonido de su verga mezclado con mi saliva se fue incrementando —chup-chup-chup— como cuando se desatasca un desagüe.

—Ahhggg ahgghgahaha no puedo ahhh aghh, Ricar.. ahhhh— le rogué entre arcadas, sintiendo cómo la punta rozaba mi campanilla. Mis manos empujaban su vientre, pero él solo apretó mi cabeza contra su pubis. Más saliva escurría por mis comisuras, caliente y espesa. Noté cómo sus bolas se tensaban contra mi mentón con cada embestida.

De pronto soltó un gruñido más grave, y sentí su verga hincharse aún más dentro de mi garganta. «Así, tatys… así», jadeó mientras sus manos me aplastaban contra él. Yo ahogándome, con los ojos llorosos y la nariz llena de su olor a sudor y semen viejo. Traté de morderle, pero solo conseguí que él me agarrara del pelo y me empujara más profundo. Mis uñas arañaron sus muslos, dejando marcas rojas, pero ni se inmutó. Solo aceleró, follando mi cara con ese ritmo de máquina—duro, rápido, sin piedad. El sonido de mi garganta era húmedo y grotesco, como un animal ahogándose.

Cuando finalmente la sacó, un chorro de babas mezcladas con vómito salpicó el piso. Toser fue un alivio agrio, con la garganta en carne viva. «Respira, princesa», susurró él, pero sus dedos ya jalaban mi cabeza de nuevo hacia su verga brillante de saliva. «Aún no acabamos». Esta vez me obligó a lamerle las bolas mientras él se masturbaba frenético sobre mi cara. El sabor a sal y piel sudada me hizo arcadas otra vez, pero él no paró hasta que saco su verga de mi boca, de nuevo.

Yo tomé aire desesperadamente, estaba muy agitada, cansada, ya no podía más. Mi cara chorreaba sudor frío, los ojos rojos de lágrimas pegajosas, y la boca llena de saliva espesa mezclada con ese líquido preseminal amargo que goteaba de mis labios. «—Ya no quiero, me duele la boca, Luis—», gemí, la voz ronca como si hubiera tragado vidrios. Él me tomo de mi muñeca sin decir nada, y me condujo por el pasillo a la dirección hasta mi cuarto. Mis piernas temblaban tanto que tropecé, casi caigo de cara contra el piso de cemento frío. Me acostó en mi cama boca abajó, yo trataba de tranquilizarme y tomar aire, pero era difícil.

De repente sentí sus manos en mi espalda, tirando mi camisón de algodón hacia arriba. La tela se arrugó bajo mis costillas, dejando mi piel al aire. «—¿Qué haces?—», murmuré, pero mi voz sonó débil, como de juguete roto. Sus labios calientes empezaron a recorrer mi espalda desde los hombros hacia abajo. Cada beso era una chispa eléctrica que me hacía estremecer. «—Ahh, para, eso da cosquillas—», reí nerviosa, encogiéndome bajo su peso. Él ignoró mis quejas, hundiendo la nariz entre mis omóplatos mientras sus manos bajaban hasta mis nalgas.

El sonido era húmedo, como cuando chupas un mango maduro: *smack, smack*. Sus dedos se clavaron en mis pompis, apretando tan fuerte que sentí la carne ceder bajo su agarre. «—Ay, Luis, me duele—», gemí, pero el cosquilleo se mezclaba con un calor raro en la barriga. Sus uñas rasparon mi piel al bajar mi calzoncito de poco a poco. Yo pataleé, tratando de zafarme, pero él pesaba como un saco de arena encima mío. El elástico cedió con un *tssk* agudo, dejando mi trasero al descubierto. El aire frío del cuarto me hizo erizar la piel.

De repente, una lengua caliente y áspera como lija mojada me recorrió toda la raya de las nalgas, de abajo hacia arriba. *Shlllp*. Yo di un frito ahogado contra la cama—»¡AH!»—y me encogí como caracol. Pero él me separó las nalgas con ambas manos, abriéndolas como si fueran dos melones. Su aliento caliente me pegó en el hoyito apretadito que nunca nadie había visto. «—No, no—», balbuceé, pero ya era tarde.

La punta de su lengua, puntiaguda y dura, empezó a dar vueltas lentas alrededor de mi ano. *Flick, flick*. Era un cosquilleo húmedo y raro que me hacía temblar las piernas. «—Para, Luis, eso da asco—», gemí, enterrando la cara en la almohada. Pero él solo gruñó y apretó más mis pompis, hundiendo la nariz entre ellas mientras su lengua se ponía insistente. De repente, la punta se detuvo justo en el centro y empujó. *Ploit*. Un sonido chiquito, como cuando destapas una gaseosa.

Me quedé tiesa. Sentí cómo ese músculo apretadito se abría un poquito, dejando pasar la lengua caliente adentro. «—¡AHHH! ¡DUELE!—», grité, arañando las sábanas. Era como si me metieran un dedo en el ombligo, pero mil veces más raro. Luis no paró; empezó a mover la lengua adentro y afuera, rápido y superficial. *Schlip-schlip-schlip*. Cada vez que entraba, un calambre eléctrico me subía por la espina. Mis nalgas temblaban solas, y yo jadeaba como perro en verano, con la boca llena de saliva pegajosa.

De pronto, sacó la lengua. Solo sentí el aire frío en mi ano mojado antes de que algo más gordo y duro la reemplazara. ¡Su dedo! Empujó con fuerza el índice, sin avisar. Yo chillé como chancho—»¡AYYYY NOO!»—y las lágrimas me saltaron soltas. Ardió como si me clavaran un fierro al rojo vivo. Él solo gruñó: «Relájate, putita», y empezó a moverlo adentro, doblando el dedo como buscando algo. *Squish-squish*. Un sonido húmedo y feo que me hizo morir de vergüenza. Sentí cómo mi cuerpo se abría a la fuerza, mientras un chorrito involuntario de pis salía de mí.

Pero inmediatamente, su mano aplastó mi cabeza contra el colchón. Ahogué el siguiente gritó en la tela húmeda de mi saliva. «Mmmph… mmmph!» Quejé, pero él ignoró mis pataleos. Con la otra mano, siguió metiendo y sacando ese dedo cruel en mi ano. *Schluk-schluk*. Cada entrada era más profunda. «Tan cerradito… qué rico», murmuró, hasta que de un empujón brusco, hundió el dedo completo. Sentí sus nudillos duros estrellarse contra mis nalgas con un *thud* sordo. El dolor me partió en dos—un ardor que subió por mi espina como fuego. «¡Ya no…!» sollocé contra las sábanas, pero él solo torció el dedo adentro, raspando. Un líquido caliente empezó a chorrear entre mis piernas, sin control. Yo temblaba.

Entonces lo sacó de golpe. Un sonido obsceno—*pop*—y el aire frío entró en mi ano semi abierto.

La cama se empezó a mover fuerte, era sus movimientos brusco, ya que se estaba martubando, hasta que sentí algo caliente en mis nalgas y en mi espalda. Mi primo se había venido en mí de nuevo, yo quede acostada boca abajo, mientras él fue al baño, yo no lo podía ver con tanta claridad, por el sudor y por mis lágrimas se me nublaron la vista por ese rato. Él regreso del baño, me limpió todo, desde mi cara sudada, hasta dónde había llegado su semen, yo no podía moverme, estaba agotada y muy, muy cansada, mi ano lo sentía latiendo fuerte, y también pude percibir que aire salía de mi ano, me daba pequeños empujé, la verdad se sentía feo pero después el dolor iba disminuyendo.

Él se despidió de mí con unos besos, y me dejo plata en la cómoda, dejándome limpia, y arropada con el ventilador encendido, yo estaba muy rendida, ya no podía para más, solo escuche la puerta de la casa cerrarse(él se había ido a su casa), yo en aquél rato me quedé profundamente dormida.

El sonido del ventilador zumbaba como un enjambre de abejas cansadas—zzzzzz—mientras yo hundía la cara en la almohada. El olor a semen seco todavía flotaba en el aire de mi cuarto, mezclado con el aroma de mi sudor y algo metálico, como sangre vieja. Mis nalgas palpitaban al ritmo de mi corazón—pum, pum, pum—y cada latido enviaba un calambre desde mi ano hasta las puntas de los dedos de mis pies. Soñé con manos grandes que me abrían como una fruta, y me desperté sobresaltada, jadeando, con las sábanas pegadas al cuerpo por el calor.

Salí para la sala y vi a mi hermano Victor como siempre, pegado al televisor con los audífonos puestos. «¡Goooool!», gritó, saltando en el sofá sin darse cuenta de nada. Yo pasé rozando el sofá, sintiendo cómo el aire semi frío de la calle me enfriaba la piel sudada bajo el camisón. Victor ni volteó; sus dedos aplastaban los botones del control como si fuera la vida. *Click-clack-click*. Mi hermanito no tenía ni idea de que su hermanita acababa de ser usada como trapo frente a sus narices.

Me metí al baño y cerré la puerta con seguro. El espejo me devolvió una cara hinchada—ojos rojos como tomates maduros, mejillas marcadas por la presión de la almohada. Me dolía poco el ano ahora, solo un latido sordo como cuando te golpeas el dedo chiquito del pie. Me quité el camisón despacio; la tela se pegó donde la piel estaba irritada. *Ras*—sonó al despegarse de mis hombros.

El agua fría de la ducha me golpeó primero los pies—*plash*—y escaló por mis piernas gruesas hasta envolverme entera. Y me detuve. Con cuidado, deslicé la esponja entre las pompis. El tacto hizo que el músculo apretado del ano vibrara—un pinchazo leve, como cuando te pica un mosquito.

Respiré hondo y, movida por una curiosidad rara, llevé mi dedo índice allí. La yema rozó el bordecito arrugado. Estaba… diferente. Más suave, como un ojal de camisa usado. Presioné despacio. *Ploit*. Un sonidito húmedo, casi silencioso. Mi dedo entró con una resistencia no muy fuerte—hasta el primer nudillo—hundiéndose en un calor interno que no esperaba. No dolió. Solo fue… extraño. Como meter un dedo en la arena suave, pero más adentro. Lo moví un poquito, *squish*, y sentí cómo mi cuerpo se ajustaba alrededor, como si ya reconociera el movimiento.

Me quedé quieta bajo el agua fría, el chorro golpeando mi espalda mientras mi dedo exploraba ese espacio nuevo semi abierto. El jabón líquido resbaló entre mis nalgas, haciendo espuma blanca que bajaba por mis muslos. *Glup-glup*, sonaba el desagüe tragándose el agua sucia. Noté que mi ano se apretaba y soltaba alrededor de mi dedo, como si respirara. Cada vez que lo sacaba un poco—*pop*—sentía un vacío breve, seguido de un cosquilleo húmedo al volver a entrar. Mis pompis se tensaban involuntariamente, empujando hacia fuera como si quisieran expulsarlo, pero sin fuerza.

Salí de la ducha temblando. El aire frío del baño me hizo estornudar—*¡achís!*—y las gotas rodaron por mis pechos pesados hasta el piso de baldosas. Me sequé con una toalla áspera que raspó mi piel sensible, especialmente entre las piernas donde el roce dejó un calor punzante. Al vestirme, el elástico de mi ropa interior apretó justo sobre la zona adolorida. *Ay*, suspiré, ajustándome la tela con cuidado. Cada paso hacia mi cuarto era un recordatorio: las nalgas rozándose, ese músculo interno todavía palpitando como un corazón pequeño.

Al entrar, el olor me golpeó de frente—una mezcla agria de semen seco, sudor adolescente y orina vieja. *Ugh*. Casi vomito el agua que acababa de tomar. Alguien podía llegar en cualquier momento, y si olía eso… *dios mío*. Corrí a mi cómoda, mis pechos rebotando incómodos bajo la blusa holgada. Agarré el frasco de perfume que Carol me regaló—olor a flores artificiales y alcohol. Lo rocié frenético por todo el cuarto: sobre la cama manchada, incluso bajo la almohada. *Pshhh-psshhh*. El aerosol silbó como una serpiente enojada.

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