Capítulo 2

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En esas cavilaciones, la voz de niña de Daniela me saca de mi reflexión, y con la mayor certeza me dijo:

-«¡Hazme el amor!»

-«Pero Princesa…»

-«¡Lo necesito, te necesito mi amor!»

-«¿Estás segura?»

-«Completamente, cómo nunca lo había estado…»

-«¿No te importa que yo sea tu propio hermano?»

-«No me preguntes nada, solo quiero ser tuya, te amo demasiado y deseo que seas mi primer hombre…»

-«Y yo te amo a tí» le dije, sellando esta declaración con un exquisito y apasionado beso…

Llueve torrencialmente afuera, uno de mis fantasías cumplidas es hacerle sexo oral a esa sonrosada panochita, se retuerce con absoluto placer, sus dedos se enredan en mi cabello, me atrae hacia ella, sube sus caderas, gime y grita como desesperada, menea su vagina y su cabeza en los espasmos de un naciente orgasmo, el primero que va a experimentar en su vida.

Se contorsiona, mueve la cabeza sin control encima de la almohada, me clava las uñas en los hombros, gime, jadea, aprieta el dedo que le tengo metido, suspira muy hondo, un pequeño gritito de -«¡Aaaaahhhhhhh… !» y luego ¡Pum, lo logré!

Hice que mi propia hermana se viniera en medio de descontrolados jadeos, sus ojos verdes ahora lucen más brillantes a causa de las lágrimas que precedieron a su corrida, ríe y llora a la vez, me dijo que jamás había experimentado algo igual.

El premio fue un delicioso y caótico beso.

Ronda por mi cabeza verla dándome una mamada, se lo propuse y la cara que puso me dió a entender que no le atraía la idea y no sé de qué manera convencerla, aunque tampoco la voy a obligar, pero sería un sueño hecho realidad.

Mientras arrecia la lluvia, dejo que recobre las fuerzas para lo que viene, antes de seguir adelante, nuevamente le pregunto:

-«¿Estás segura de lo que me pides?»

-«Si, completamente segura, luego de lo que me hiciste, ahora más…!»

Un potente relámpago, seguido por un trueno, apagan su débil murmullo y hacen que busque escondite entre mis brazos. Nos besamos, sin prisas, conscientes de que esta era nuestra noche, nos acariciamos completamente, mis manos se regocijan con sus redondeadas nalgas, con sus piernas de alabastro y sus tetas de terciopelo. Acaricio suavemente su panochita, aún está muy sensible y húmeda, pero el dedo medio ingresa hasta el fondo sin mucho inconveniente.

La masturbo con mucha delicadeza, apenas lo suficiente para que no se vaya a enfriar, se tira en la cama y abre completamente sus piernas, era una explícita invitación a pecar.

-«¡Ven mi amor…!» Me dice en un tono parecido a la súplica

-«Ven y me conviertes en una mujer, tu mujer…!»

Mi verga está a punto de estallar pero me contengo, seré lo más amoroso que pueda, porque sé que ese capullito de su virginidad será para mí esta noche, la voy a deshojar como se hace con la más tierna flor de azahar… Seré el afortunado que le abrirá la jaula y le dará la libertad a esa golondrina prisionera en una celda hecha de religiosidad estéril, de prejuicios absurdos, de hipocresía social.

No necesito humectarla, sus ricos jugos brotan de su vagina y escurren sin cesar.

Me acomodo en medio de sus firmes piernas, nuestras miradas no se despegan, hay una química sexual muy fuerte en el ambiente, se podía palpar, el ruido de la lluvia, la luz tenue, nuestros cuerpos y almas desnudos, no existe nadie más en todo el planeta, únicamente mi hermanita mayor y yo, a punto de unirnos en una conexión carnal que nos permitirá reforzar el vínculo de amor puro y sincero que sentimos el uno por la otra.

Ubico la punta de la verga en la estrecha entrada del cuerpo de mi hermana, y empiezo a empujar poco a poco, sin prisas, logro meterle la cabeza, mientras ella sonríe, confía en mí, sabe que no le voy a causar ningún daño, me ofrece sus labios pidiendo un beso, a la vez que me brinda sus otros labios, que se expanden para recibir la lanza de carne que amenaza con partirla en dos partes.

Daniela levanta la pelvis para facilitar el encuentro con el grueso y venoso intruso, pero veo que se dificulta, le pido que me permita acomodar un cojín debajo de sus nalgas para levantar el blanco de mis embestidas, y evidentemente la posición es la mejor para ambos, ahora nos sentimos más dispuestos para la aventura.

Me vuelvo a acomodar encima, beso su cuello, el lóbulo de sus orejas, desciendo por el pecho, succiono sus pezones, bajo por el vientre, rodeo con la lengua el inmaculado ombligo, y con su panochita levantada me queda más fácil lamerla, está encharcada, sus inequívocos suspiros y jadeos me indican que está totalmente preparada. Tira de mis cabellos y me atrae hacia ella.

Ya no hay marcha atrás.

Coloco la punta de la verga en la puerta de su conchita y empujo nuevamente, esta vez con un poquito más de fuerza, parece que su naciente lujuria coincide con su periodo de ovulación.

Siento la barrera del tejido del himen que me impide avanzar, con suma delicadeza empiezo con el mete y saca hasta donde me lo permite, casi la tercera parte de mi verga se le introduce, Daniela gime y se queja, siente la arremetida y confieso que en este momento me gustaría mandar todo al carajo y penetrarla sin compasión, pero recuerdo que es una indefensa avecilla en su primera experiencia y me contengo, no le quiero hacer daño.

Sin embargo, sigo tratando de empujar más al fondo, las lágrimas en sus ojos me avisan que le duele, pero sus manos en mi cintura y la humedad de su conchita me gritan en silencio que no me detenga, que está dispuesta a recibir todo el miembro en su interior.

Le infundo tranquilidad con un apasionado beso, ya aprendió a besar y su deliciosa lengua se introduce en mi boca, mientras sigo empujando mis caderas buscando la penetración completa.

Lo mejor son sus palabras diciendo incoherencias, la posee una especie de fiebre y gimotea cuando escucha al igual que yo el sonido del chapoteo de mi verga en su rajita encharcada… De repente, todo sucede en una extraña secuencia de hechos: Daniela muerde con fuerza mi labio inferior, justo en el instante que siento que mi pene se va hasta el fondo, acompañado de un grito suyo y un rayo que cae muy cerca.

Las suaves manos que atraían mi cintura, se convirtieron en unas uñas clavadas en mi espalda, la descarga de semen, pospuesta por tanto tiempo, brotó con todas las fuerzas llenando por completo sus entrañas; afortunadamente el trueno opacó el aullido de dolor mezclado con sublime placer de mi preciosa hermanita.

Arrecia la lluvia y me incorporo para ver el desastre… Daniela perdió el conocimiento por unos largos momentos, confieso que, al ser la primera mujer a la que desvirgo, me asusté muchísimo. Por fortuna volvió en sí, abriendo sus bellos ojos y buscando mi boca para que la besara nuevamente.

Vi los labios de su vulva bastante dilatados, ensartados por un ariete de carne que se negaba a disminuir su dureza y su tamaño, chorreando semen y sangre en una mezcla que evidencia los resultados de habernos comido ese fruto prohibido.

-«¿Te duele?»

-«Si, mucho…»- me responde en medio de sus lágrimas.

-«¿Quieres dormir?»

-«Si, pero vuelve a poseerme, no me dejes sola, abrázame…»

Cubrí su debilitado cuerpo hecho ovillo y me acosté junto a ella, la abracé por detrás para brindarle calor y protección, y de inmediato quedó profundamente dormida, justo unos minutos después escucho abrir la puerta de la habitación de mi mamá, golpea en la alcoba de Daniela, al no obtener respuesta, sus pasos se dirigen a la segunda planta dónde está mi habitación.

Se me congeló la sangre en las venas, pero guardé la calma y me vestí rápido. -«Hijo, Dany está contigo?» Puse mi mejor cara de sueño cuando le abrí: -«Si madre, se asustó con los rayos y se vino a dormir conmigo»

-«Normalmente va a mi cama…»

Una vocecita debajo de las frazadas intervino:

-«Tenías la puerta cerrada mami!» Es cierto, yo la dejé bien cerrada.

-«¿Cómo estás hija?»

-«Bien mami, estoy bien, con mucho sueño»

Acá intervengo yo:

-«He sentido que ha tenido algo de fiebre…»

-«Nena, ¿te quieres quedar en la cama de tu hermano o vamos a mi alcoba?»

-«Estoy calientita aquí, no te preocupes mami, estoy bien, gracias!»

Dirigiéndose a mí: -«Te recomiendo que si se llega a poner mal, me avises para darle algo, cuídame a la niña tú, cómo el hombre de la casa»

La despedí con un beso en la frente, creo que quedó más tranquila.

Me acosté con mi hermana completamente desnuda, la erección no me dejaba dormir bien, y la volví a penetrar, esta vez con más confianza, al parecer ya no le dolía y me abrazó con sus piernas rodeando mi cintura, sacando no sé de dónde un meneo que me hizo eyacular con una fuerza desconocida para mí, la erección volvió unos minutos después, pero tuve el consuelo de sentir como la mano de Daniela me la agarró durante sus sueños y por todo lo que quedaba de noche. Solamente despertamos cuando sentimos que mamá se preparaba para irse a la clínica.

Ya con mejor semblante y luego que mamá se fue, mi hermana decidió no ir a estudiar con el pretexto de estar indispuesta, así que tuvimos todo el día para nosotros solos.

Hablamos, nos reímos, jugamos, nos bañamos juntos, estuvimos desnudos todo el tiempo, nos besamos en cada oportunidad, pero no tuvimos sexo sino hasta que ella me lo pidiera.

Y sucedió luego de bañarnos, estuvimos muy cachondos en la ducha, nos masturbamos mutuamente, la lujuria nos invadió por completo y luego de una larga sesión de besos ardientes y caricias prohibidas, mi hermana me dice:

-«Quiero sentir los calambres que sentí ayer cuando besaste mi panochita!»

Se refería al orgasmo que experimentó por primera vez.

Sin más dilaciones, la tomé entre mis brazos, pasamos a su tibia alcoba, y con mucho amor la dejé en su cama, me dispuse a comerme el rico chocho recién estrenado, y de repente me dijo algo que me sorprendió muy gratamente:

-«Mi vida, quiero probarlo, quiero saber cómo se siente tu cosa en mi boca…» El color sonrosado de sus limpias mejillas me recordó que aún es una niña, experimentando con su juguete nuevo.

¡No lo podía creer! Mi pequeña hermanita, mi melliza, mi nuevo amor me está pidiendo que me deje hacer una mamada…

-«Claro que sí Princesa, ven te enseño…»

Daniela se sienta en la cama, en el instante que le pongo la pija cerca de su rostro.

Lo toma y sus suaves manos se ven aún más pequeñas y más blancas en comparación con el tamaño y color de la espada de carne que las ocupa.

Lo acerca despacio a su boquita, lo palpa con los labios y siente arcadas, así durante tres veces, me mira y sonríe, dice que quiere hacerlo pero que no puede, le sugiero que lo dejemos para después, que le quiero hacer el amor con toda la dulzura que se merece.

Pero de imprevisto, agarra el pene y lo introduce en su boca lentamente, al principio con algo de asco, pero luego con más confianza y empezó con el típico movimiento de cabeza, sus dientes me lastiman, hay algo de torpeza, lo lógico en alguien sin experiencia previa.

Con toda la paciencia del mundo le explico y le enseño, y ella pone todo su empeño, aprendió rapidísimo, sobra decir que me sentía en el paraíso terrenal con sus chupadas, tanto que, hice de tripas corazón y contuve la explosión que amenazaba con salir.

La postal de su pequeña boca engullendo apenas la tercera parte de mi verga erecta, no la soñé ni en la más calenturienta de mis fantasías.

Fueron unos deliciosos minutos, al principio con el desconocimiento y luego con la curiosidad propia del niño obnubilado por su juguete nuevo.

Su lengua traviesa jugueteaba con el enrojecido glande, paseaba por el tronco y coquetamente la pasaba por el nacimiento de mis hinchados huevos.

Mi mente estaba concentrada en el siguiente capítulo de nuestro naciente romance, quería volver a poseerla, esta vez sin las presiones propias de ser descubiertos.

Así parece entenderlo, le digo que se recueste, no despega sus bellos ojos de mi verga como queriendo decir que no fue suficiente para ella, sin embargo se acuesta y abre las piernas para mí, nos besamos largamente, con esos besos ardientes que parece que nos arrancamos el alma y el corazón de lo apasionados que son.

Palpo su conchita y meto dos dedos, ahora ingresan sin dificultad hasta el fondo, salen empapados con un hilito de sus jugos lubricantes, sin ninguna duda está muy excitada, dispuesta para ser penetrada.

Mi verga está húmeda por su saliva y por mi propio líquido preseminal, una perla brota de su cabeza, no hubo necesidad de mojarme, lentamente, con movimientos ondulantes de nuestras pelvis, mi estaca se acomoda centímetro a centímetro dentro de ella, hasta la empuñadura, mis huevos encajan en la hermosa división de sus nalgas, todo esto mientras ella gime y suspira, pone sus ojos en blanco, sus manos en mis hombros, su cabello húmedo en desorden sobre la cama, todo lo que me vuelve loco lo tengo ante mis ojos. Lentamente empiezo con el movimiento atrás y adelante, la idea es que ella lo disfrute totalmente, y al parecer logro mi objetivo, siento la estrechez de su panochita recién estrenada y me encanta esa sensación húmeda, cálida y apretada, ya sin la barrera natural de la mujer, lo que hace que me introduzca hondo en su prieta cavidad de hembra.

Aunque lo está disfrutando, aduce que siente aún algo de dolor, por lo que le sugiero que me cabalgue, sin extraerle la verga, la tomo por su menuda cintura y la subo encima de mí, mientras permito que sea ella la que tome el control de la situación.

Acomoda con sus pequeñas manos el pulsante intruso y se desliza lentamente por el humedecido tronco, pulgada trás pulgada, hasta que sentimos que tocó lo más profundo de sus entrañas, un hondo suspiro, unos ojos entrecerrados, unos dientes mordiendo su labio inferior, justo las señales que me indican que está gozando de la nueva sensación.

-«¡Aahhhhh qué rico mi amor…!»

Contonea sus juveniles caderas, en un ademán que pretende exprimir el grueso de mi pene, siento su vagina muy húmeda, caliente y bastante apretada, la sensación es imposible de describir en palabras. Conforme pasan los minutos, su cabalgata aumenta de ritmo y de intensidad, sus jadeos me prenden y me llenan la cabeza de lujuria incontrolable, ya no experimenta ninguna molestia o dolor, por el contrario, el placer de estar clavada hasta el fondo la tienen ruborizada, sonriente y transformada en un torbellino de pasión ardiente.

Veo sus ojos con unas incipientes lágrimas, no de dolor, que amenazan con brotar.

-«¡Más mi amor, más, dame más, no pares, no pares…!»

Quiero tratar de explicar lo que se siente que tú propia hermanita, la que convivió contigo en el vientre de tu mamá durante nueve meses, la que mamó de los mismos pechos que tú, la que se crió a la par contigo, ahora es una hembra ansiosa por sentirse más llena del miembro viril de su propio hermano.

-«¡Mi amor, mi niño, mi hombre!»

Poseída por el éxtasis, balbucea palabras ininteligibles, incoherencias, frases que son la muestra que la clavada le superó hasta su propio intelecto.

-«aaaahhh, aaaahhh, aaaahhh….!» Sus gemidos me vuelven loco, mis manos recorren cada centímetro de su inmaculada piel, chupo sus durísimos pezones, jugueteo con el estrecho agujero de su núbil culo, la atraigo hacia mí con el objetivo de hundirme hasta lo más recóndito de su fresco cuerpo, veo sus rosados labios vaginales expandidos recibir hasta la empuñadura la verga que ahora la posee…

-«¡Ahhhhh mi amor, aaaahhh, más, más, más, máááááássss…!»

Luego lo inevitable… Un poderoso orgasmo, un volcán en erupción, una ola incontenible, gigantesca que arrasó a su paso con el último vestigio de la inocencia de mi hermanita, y la transformó en toda una mujer, plena, vigorosa, consciente de su propio cuerpo y del descubrimiento de su propia sexualidad.

Perdimos la noción del tiempo, del espacio y la realidad, fundidos en un solo abrazo, hechos uno sólo, acoplados en el más perfecto engranaje que se puede concebir entre un hombre y una mujer.

Llené sus entrañas con la más copiosa de las descargas de semen de las que yo tenga memoria, más de diez formidables espasmos inundaron su hambrienta vagina con mi elíxir de macho, confundiéndose en su interior con sus jugos de hembra, en una mezcla que acabó por confirmar la fortaleza del nuevo amor que se empieza a concebir.

Exhaustos por el esfuerzo, presumo que dormitamos por al menos 20-25 reparadores minutos, me desperté cuando sentí unos besos cálidos en mi boca y mis mejillas, así como una mano recorriendo traviesa el tronco de mi verga y mis huevos.

Siguió besando mi cuello, mi pecho, mi vientre y el nacimiento de mis vellos púbicos, su lengua estaba a escasos milímetros de la cabeza del miembro, me quitó completamente el sueño cuando sentí que metía la tercera parte de mi verga en su boca, y aunque no le gusta el sabor, me prodiga una deliciosa mamada que me levantó y no solamente el ánimo.

Sé lo que desea, lo adivino en sus ojos y en su manera de estimularme.

He despertado a una gata en celo, ansiosa por seguir adelante con la nueva experiencia adquirida.

Quiero saber qué tan dispuesta está para aprender cosas nuevas, le sugiero que se ponga en posición de a perrito, lo duda un poco, pero me sigue el juego, reiterando la confianza y el amor que siente por mí.

¡Qué espectáculo tan maravilloso el que me ofrece en esa posición!

Un par de nalgas blancas como la nieve, duras y redondas, sin ninguna mancha, lunar o imperfección que les reste belleza visual.

Y su conchita ¡Un manjar! Sonrosada, con unos labios perfectos, un poquito enrojecida a causa de la sesión de sexo duro a la que fue sometida, pero provocativa en extremo.

Con esa vista, mi verga se puso aún más dura, si cabe, que en nuestra primera vez.

No pude evitar pasar mi lengua por ese pequeño caminito entre su vulva y su níveo agujero anal, arrancándole un excitante suspiro de placer. No hubo necesidad de mojarla más, me mira por encima de su hombro y me hace un guiño coqueto y una sonrisa cómplice, invitándome, sin palabras, a ingresar por esa veredita que habíamos inaugurado en esa noche de tormenta y pasión desenfrenadas.

Situé la cabeza de mi erecto miembro en la entrada de su flor recién deshojada, lentamente empiezo a empujar pero ella de golpe echa sus nalgas hacia atrás y se clava de un sólo golpe, me tomó por sorpresa su accionar, pero entendí que lo quiere disfrutar de la mejor manera, la vista de todo el pene incrustado en su tierno chochito me prende y el sonido de sus gemidos me hacen perder toda prudencia de hermano, me dejo poseer por la bestia interior y martillo sus entrañas con verdadero empeño. Sobra acotar que sus tenues quejidos de niña inexperta se transformaron en deliciosos gemidos de hembra en su época de apareamiento.

Mi ariete de carne entraba y salía sin dificultad, empapado por sus abundantes jugos, era una maravilla esa escena, ella de a perrito, ensartada hasta el fondo, empujando su precioso culo para sentirlo completo, con gemidos que encienden hasta a un témpano de hielo, estamos sudorosos, temblorosos y con la voz quebrada a causa de la excitación. -«¡Aaaaaaaaaahhhh siiiiii, más, más, más, másssss…!»

Sus jadeos son muy fuertes, aprovecha y entiende que estamos solos y le da rienda suelta a su placer, acaba de descubrir un mundo de delicias hasta ahora vedado para ella, mi mamá sobreprotectora no le permitió explorar esa parte de su vida íntima y ahora la disfruta, sin temores ni remordimientos. Siento en mi verga los fuertes apretones involuntarios de su venida, me aprieta mucho y siento como si fuera una aspiradora de carne dispuesta a arrancarme el miembro de raíz de lo duro que me lo succiona.

De verdad estoy impresionado, jamás me imaginé que esa muchachita, frágil, ingenua, tímida y con aire infantil, se convirtiera de la noche a la mañana en una fiera hambrienta de sexo, ardorosa, pletórica de sensualidad de hembra en su etapa fértil, y que ahora me suplica con lágrimas en los ojos, que no le saque el objeto de su placer, que se lo siga hundiendo hasta el fondo y que no la suelte de sus pequeñas caderas, que quiere sentirme muy dentro de ella.

No necesita decírmelo, sigo empujando con todas mis fuerzas, parece no tener fondo y menea su cintura con cada embestida, indudablemente goza de la penetración profunda.

Nunca, ni en mis delirios más pervertidos, imaginé tener a mi propia hermana clavándola de la forma como lo estaba haciendo, escuchando los dulces gemidos que exhalaba, me enardecía oírla, y aumenté el ritmo, en un intento desesperado por sentirla completamente mía, y no desear compartir ese manjar con nadie más.

Mi corrida fue muy abundante, simultáneamente con el potente orgasmo que tuvo, sentí literalmente que me quería arrancar la verga con cada palpitar de su ardorosa conchita.

Mi verga tardó varios minutos en recuperar su tamaño normal, y solo se lo saqué cuando cesó de salir el flujo de semen de su panochita.

Nos acurrucamos en la cama, abrazados, completamente desnudos, cubiertos con una manta gruesa, llovía mucho, pero juntos provocábamos fuego, quedamos profundamente dormidos en medio del fragor de los besos que nos damos, y solo despertamos a medio día, cuando el hambre nos golpeaba.

Sin ropa hicimos el almuerzo, riendo y besándonos a cada instante, el deseo hizo su aparición nuevamente, y sin más palabras hicimos el amor en la cocina, con el mismo ímpetu que cuando lo hicimos por primera vez.


Fueron varias semanas en la que le dimos rienda suelta a nuestro amor, en mi cama, en la de ella, en la sala, en cualquier parte de la casa, sólo era oprimir el botón indicado y no había límites para nuestro deseo.

Ansioso esperaba su retorno del colegio, sabía que pensaba en mí y en mis caricias, mis besos, mi sexo, y en la manera en que la poseía, siempre lentamente y con mucha delicadeza al principio y luego con furia de macho en celo al final.

Lo mejor era en las noches cuando mi mamá hacía sus turnos nocturnos, dormíamos juntos, totalmente desnudos, hacíamos todas las posiciones que se nos ocurrían, y rematábamos con largas y deliciosas sesiones de besos mojados, que nos dejaban sin aliento.

Tuve la fortuna de tomar en mis manos a una tierna e inocente niña-adolescente de apenas 18 años y convertirla en toda una hembra ardiente, hambrienta de sexo, adicta a mi verga, todo el tiempo deseosa de ser penetrada a cada instante y con la plena certeza que es únicamente mía. Lo mejor es que, estando en la casa con ellas, el tiempo se encargaría de ponerme en bandeja de plata a mi propia madre, una mujer bellísima, bajita de estatura, pero con el cuerpo más delicioso que pude tener. Y lo que aprendí con ella, lo pongo en práctica con mi propia hermana…