Desde que nos casamos, hace ya mucho tiempo, mi joven esposa, con apenas 20 años cumplidos, siempre me contaba sus encuentros eróticos con otros hombres, inclusive me contó con lujo de detalles el primer encuentro erótico que tuvo con mi abuelo de casi 80 años, fue cuando aceptó su invitación para ir a dar una vuelta en su auto, pero al final, la llevó al estacionamiento de un parque solitario y ahí él se dió tremendo agasajo con el par de chichotas de mi esposa, al llegar, después de platicar un rato se atrevió a confesarle que desde la primera vez que la vio conmigo, lo excitaba mucho al ver ese par de senos tan grandes que tenía, al escucharlo decir eso, ella le contestó: «y le gustaría ver al aire y al natural mis ardientes senos? «, claro! replicó mi abuelo, al escucharlo de inmediato ella solo se desabrochó su blusa y se subió su brasier hasta el cuello, para dejar al aire sus encantos, mi abuelo a sus 80 años y casi al borde del infarto se puso a mamarle los pechos como becerro recién parido, succionando con placer los grandes pezones de mi vieja y sobando con lujuria aquellas tetotas que no podía abarcar ni con sus 2 manos.

Así estuvo mi abuelo calenturiento, por buen rato, gozando con el tremendo par de tetotas que le ofrecía mi esposa, la cual terminó excitada también, al sentir como succionaban sus turgentes pezones rosados, así que casi por instinto buscó la entrepierna del abuelo, pero al no sentir ningún bulto le dijo: » ya no se le pude parar nada, verdad señor? «, «Así es por desgracia mamacita, ya no se me para y no puedo metértela, pero si puedo mamar con placer estas inmensas y firmes bolas de carne que tienes». Eso estuvo haciendo por buen rato, hasta que un auto se estacionó cerca de ellos, lo que hizo que mi esposa con rapidez se acomodara su brassier y se abrochara la blusa rápidamente, mi abuelo de inmediato arrancó el auto abandonando el parque.

Al final el abuelo llevó de regreso a casa a mi vieja; donde yo la esperaba ansioso para que me contara con lujo de detalles su «paseo al parque «, ella llegaba obviamente con su panocha bien húmeda y caliente lista para que yo le bajara sus pantaletas, la pusiera a gatas sobre la cama y abriéndole sus piernas la montara para meterle toda mi reata mientras me contaba como mi abuelo se había dado su buen agasajo con aquel par de chichotas que mi vieja poseía y que hicieron que sus compañeros de secundaria le pusieran el ápodo, muy bien ganado, de «vaca suiza».

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