Capítulo 1
- La primera vez con Rouse I – Parte 1
- Los juegos de seducción de Malena II – Parte 2
Capítulo 1 – Parte 1: La primera vez con Rouse
Rouse apareció ese día con un vestido blanco corto, tan ceñido que parecía moldear su cuerpo delgado como una segunda piel. La tela apenas rozaba la mitad de sus muslos, revelando unas piernas largas y torneadas que terminaban en unas botas negras de tacón alto, que le daban un aire imponente y seductor. Nunca antes la había visto así, tan segura, tan irresistible. El contraste entre su piel clara y el blanco del vestido creaba un juego visual que me tenía hipnotizado.
—¿Te gusta? —me preguntó con una sonrisa que escondía un secreto, mientras giraba despacio para que apreciara la espalda descubierta del vestido.
Sentí que me faltaba el aire. Aquella Rosa que conocía, tímida y dulce, se había transformado en una mujer que me desafiaba con la mirada y me provocaba sin palabras.
Fuimos al cine, un plan simple que esa tarde se llenó de tensión. La oscuridad de la sala era un refugio para nuestras manos y miradas. Mientras la película avanzaba, mis dedos se deslizaron bajo el vestido, buscando el calor de su piel. Rosa jadeaba bajo mi toque, y cuando mi mano encontró su centro, se cubrió la boca con la palma para no dejar escapar un gemido. Mi corazón latía con fuerza al saber que estábamos jugando con fuego.
Con cuidado, la masturbé ahí mismo, entre las sombras y el murmullo de la sala, intentando ser tan delicado como apasionado. Sentí su cuerpo estremecerse cada vez que mis dedos la acariciaban, y las chispas de deseo crecían entre nosotros.
Justo cuando estábamos perdiéndonos en ese mundo clandestino, su teléfono vibró con un mensaje de su madre: “Guardia toda la noche, no vuelvo.” Rosa me miró, sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y promesa. La casa sería solo para nosotros.
Al salir del cine, nos cruzamos con un grupo de promotores y promotoras vestidas con ropa ajustada y provocativa, con sonrisas cómplices y miradas cargadas de deseo. Nos regalaron unos condones y susurraron al oído palabras que aún recuerdo:
—Chicos, el placer es más seguro cuando usas protección. No se trata solo de cuidarte, sino de disfrutar sin miedo.
La idea de estar protegidos solo añadió un nuevo nivel de emoción a lo que venía.
Al llegar a su casa, la atmósfera cambió. Nos quedamos solos en la habitación, con las luces bajas y el perfume de Rosa flotando en el aire. El vestido blanco y las botas negras se convirtieron en un símbolo de la mujer que estaba a punto de descubrir. Rosa se acercó lentamente, su cuerpo irradiaba una sensualidad natural que me desarmaba. Sin decir nada comenzó a desvestirse lentamente, dejo caer su vestido dejando ver totalmente ese cuerpo que tanto deseaba, verla solo con esas largas botas de tacon algo y cuero negro que le llegaban hasta las rodillas hizo que mi deseo ya no se pudiese contener.
De su cartera saco los condones que nos habían regalado, delicadamente mientras me besaba me fue quitando lentamente la ropa, al terminar de quitarme la ropa sin quitarme la mirada de los ojos tomo mi miembro entre sus manos y comenzó a masturbarme hasta que logro que tuviese una erección en que mi pene parecía de piedra
¿Quieres que te enseñe? —susurró, rozando mis labios con los suyos.
Sentado en la cama, me tomó de las manos y con una sonrisa traviesa abrió el pequeño paquete de condones que habíamos recibido. Luego, sin apartar la mirada, tomó uno y con su boca lo abrió cuidadosamente, lo puso en su boca colocándomelo con delicadeza al mismo tiempo que me hacia sexo oral. Ese gesto, cargado de intimidad, hizo que mi deseo creciera aún más.
Sus labios cálidos y suaves envolvieron mi miembro con una delicadeza que encendió todos mis sentidos. La lengua de Rosa jugaba lentamente, acariciando la cabeza con un tacto húmedo que me ponía erecto por completo. Sentí cómo me exploraba con ansias y ternura, subiendo y bajando con una mezcla perfecta de hambre y cariño. Su aliento tibio y su boca experta fueron la mejor antesala para lo que estaba por venir.
Me pidió que me acostara en la cama besándome románticamente se monto sobre mi, tomo mi pene y frotandolo en su vagina fue realizando movimientos de sube y baja hasta que bajó por completo, finalmente ya estaba dentro de ella, unidos realmente por primera vez. Nos movimos con lentitud al principio, ella guiándome con paciencia y ternura. Sentí cada centímetro de su piel, suave y cálida, mientras me enseñaba a entrar despacio, a sincronizar mis movimientos con su respiración y sus gemidos.
En la intimidad de su habitación, Rosa se movía con una sensualidad natural que me tenía completamente cautivo. Comenzamos lentamente, ella recostada de espaldas, sus pechos pequeños y firmes subiendo y bajando con cada respiración agitada. Mientras la penetraba con suavidad, admiraba cómo su piel se tensaba, sus ojos cerrados y la boca entreabierta, dejando escapar gemidos que alimentaban mi deseo.
Luego, ella tomó el control, subiéndose encima. Desde esa posición podía ver el contorno perfecto de su cuerpo, el movimiento de sus caderas marcando un ritmo firme y provocativo. Sus manos se aferraban a mis hombros mientras me miraba con intensidad, su respiración entrecortada llenando el espacio entre nosotros.
Cambiamos de nuevo, y en la posición de lado, la sentí abrazándome, su cuerpo pegado al mío mientras nos movíamos al compás del deseo. Pero fue cuando la coloqué a cuatro patas, y entré por detrás, que el espectáculo visual me dejó sin aliento. Sus nalgas redondas y firmes se alzaban bajo mi mirada, sus caderas se mecían de manera hipnótica con cada embestida. Podía ver cómo mi pene entraba y salía de ella, la piel se estiraba y sus músculos respondían con una mezcla de placer y entrega absoluta.
Rosa gemía alto, sin preocuparse por el ruido, mientras me pedía:
—Agárrame duro… dame más fuerte… ¡dale nalgadas!
Mis manos golpeaban sus nalgas con firmeza, marcando el ritmo de un deseo salvaje que ambos habíamos estado reprimiendo. Su cuerpo temblaba con cada palmada, y sus ojos brillaban con una mezcla de sumisión y éxtasis.
Cuando sentí que estaba al borde, Rosa me miró con una sonrisa traviesa y me ordenó:
—Quítate el condón. Quiero que te corras en mi boca.
Mi respiración se aceleró, y cuando sentí que llegaba el clímax, Rosa me ayudó a quitarme el condón con manos expertas y labios ansiosos. La sensación de su boca envolviendo mi miembro mientras me venía fue como un éxtasis nuevo, una entrega total que selló nuestra conexión de una forma que ninguna palabra podría describir.
Nos quedamos abrazados, susurrandonos promesas que sólo el deseo entiende, mientras el sudor y el perfume nos envolvían en un manto de intimidad y complicidad.
Esa noche, Rosa dejó caer su máscara de inocencia para mostrarme la mujer que era: erótica, perversa, y dueña de un fuego que despertó en mí un deseo sin límites.
Me ha encantado el primer capítulo, está muy bien redactado y estructurado.
Esperando la continuación del mismo.
Saludos