Después de la pequeña aventura con Alan, volví a casa renovada. Al principio, no podía evitar pensar en lo sucedido aquella tarde, pero poco a poco la calentura se fue disipando. Fueron tres días difíciles, pero también aliviadores. Aunque Alan seguía enviándome mensajes, e incluso fotos de su gran pene, decidí no ceder. No porque no me hubiera gustado, sino porque cada día mi novio estaba más atento y un poco más productivo en la cama. Parecía que, finalmente, las cosas entre nosotros estaban mejorando.
Llegó el día de nuestra boda, y yo estaba radiante de felicidad. Después de todo, era cuestión de horas para estar juntos para siempre y dejar esos pensamientos eróticos en el pasado. Pero lo que no me imaginaba es que aquella aventura con Alan solo sería el preludio de algo más grande.
Nos casamos por la tarde en un campo gigante de la familia de mi padre. La ceremonia fue hermosa, y la fiesta estuvo llena de alegría y buenos deseos. Esa noche, nuestra primera como marido y mujer, fue increíble. Mi marido me sorprendió una vez más con su desempeño en la cama, y yo me sentí afortunada de haber elegido a alguien que, a pesar de todo, seguía sorprendiéndome.
Al día siguiente, habíamos planeado partir hacia Miami para nuestra luna de miel. Habíamos reservado un hotel frente a la playa, un lugar hermoso donde pasaríamos tres semanas de ensueño. Pero, como suele decirse, no todo lo que brilla es oro.
Me desperté sola en la cama. Mi marido me había dejado una nota:
“Hola, bebé. Feliz primer día de casados. Salí un momento hacia la ciudad. Tuve unos inconvenientes con la empresa de mi padre. Cuando acabe, voy para allá y nos vamos para nuestra luna de miel. Te amo.”
Lo entendí. Sabía que le iba muy bien en sus inicios como emprendedor, y que a veces los negocios requerían su atención inmediata. Así que, sin preocuparme demasiado, me levanté y preparé el desayuno. Después, me puse a hacer las maletas para tener todo listo cuando llegara. También aproveché para acomodar un poco la casa y ver una película. Quería verla con mi marido, pero él volvió muy tarde.
Como quería darle una sorpresa, me puse una bata sedosa y, debajo, una lencería super sexy. Mi plan era recibirlo con una noche relajante de placer, para compensar el estrés del día. Pero, como pronto descubriría, los planes no siempre salen como uno espera.
Él entró a la habitación con una expresión cansada, pero sus ojos se iluminaron al verme.
—Hola, amor. Qué sexy estás —dijo, acercándose para darme un beso— Hoy fue un día pesado. ¿Cómo estás?
—Bien, bebé —respondí, notando el agotamiento en su rostro—. Veo en tu cara lo cansado que estás.
Me acerqué más a él, deslizando una mano por su pecho mientras le susurraba al oído:
—¿Querés que te dé unos masajes? —Comencé a frotar su entrepierna con suavidad, abrazándolo y dejando caer besos en su cuello.
Él suspiró, dividido entre el cansancio y el deseo que mi contacto despertaba en él.
—No, amor. Hoy estoy agotado. Además, tengo que contarte algo.
—Después me decís —insistí, desabrochándole la camisa y quitándole el saco—. Quiero complacerte toda la noche.
Me detuvo con suavidad, tomándome las manos.
—Esperá, amor. Sabés que quiero, pero pasó algo con nuestra luna de miel.
Dejé de acariciarlo de inmediato, mirándolo con preocupación.
—¿Qué pasó, bebé? No me hagas asustar —dije, mientras nos sentábamos en el sofá.
Él se acomodó a mi lado, con una expresión seria.
—Me ofrecieron trabajar con una empresa de inmuebles. Es un negocio redondo.
—Qué bien, amor —respondí, aunque algo en su tono me hizo intuir que había más—. Pero ¿qué tiene que ver con nuestra luna de miel?
—Nosotros tenemos que viajar mañana para Miami, pero no voy a poder —confesó, evitando mi mirada—. No pudimos cerrar los contratos. Los anteriores dueños están poniendo trabas, y el lugar donde íbamos a construir nuestra primera tienda también nos está dando problemas.
—¿Qué? —exclamé, sintiendo cómo el suelo parecía hundirse bajo mis pies—. No podemos no ir, amor.
Él me tomó de las manos, intentando calmarme.
—Lo entiendo, amor. Pero si este negocio me sale bien, vamos a poder vivir de por vida por esto. Nuestros futuros hijos, y quizás nuestros nietos, van a tener una buena herencia.
—Mmm, lo sé, amor —dije, intentando ser razonable—. Lo entiendo. Pero ¿no podemos ir cuando termines de resolver estos problemas?
—No —respondió, con un tono de frustración—. Si no vamos hasta el viernes, ellos cancelan nuestra reservación. Ya llamé al hotel, y no nos pueden aguantar más que hasta el sábado.
—¿Y vos cuándo pensás que vas a tardar? —pregunté, buscando alguna solución.
—Estoy intentando que se resuelva lo más antes posible —explicó—. Puede resolverse mañana, pasado o en una semana.
—Uff, bueno, amor —dije, resignada—. Entiendo. No pasa nada. Podemos viajar en otra oportunidad.
Él se quedó pensativo por un momento, como si estuviera sopesando una idea.
—Se me ocurrió algo… Podés ir vos sola y estar en el hotel, y esperarme hasta que yo vaya.
—Mmm, ¿vos decís? —pregunté, sorprendida por la sugerencia—. La idea es que estemos los dos y disfrutar de esos días juntos.
—Sí, ya sé —dijo, acariciándome la mano—. Pero no voy a demorar mucho. En estos días voy a acelerar las gestiones para resolverlo lo más antes posible.
—Mmm, bueno —respondí, aunque no podía evitar sentirme decepcionada—. Pero yo quería estar con vos.
Él me miró con ternura, acercándose para darme un beso.
—Sí, ya sé, amor. Pero miralo así: a lo sumo vas a estar cuatro días sola. No creo que pase de esa cantidad de días lo que me tome resolver estas boludeces. Después llego y ya la pasamos de diez.
—Bueno, amor —acepté, aunque con cierta reticencia—. Igual estate atento al celu, así te envío cositas y estamos conectados.
Él sonrió, con una mirada llena de curiosidad y deseo.
—Mmm, ¿qué cositas me vas a mandar? —preguntó, mientras se paraba y terminaba de quitarse la camisa.
Me levanté lentamente, desatando la bata que llevaba puesta. Debajo, la lencería que había elegido especialmente para esa noche quedó al descubierto.
—Mmm, no sé —dije, con una sonrisa coqueta—. Quizás unas fotos o videos de esto.
Le mostré primero mis pechos, y luego me di la vuelta para que admirara mi culo. Su mirada se llenó de deseo.
—Me encanta —murmuró, acercándose a mí.
Nos besamos apasionadamente, y en cuestión de segundos estábamos desvistiéndonos. Tuvimos sexo como nunca, aunque fue un poco corto debido a su cansancio. Aun así, lo disfruté como nunca
Al día siguiente, me dirigí al aeropuerto rumbo a Miami. Al llegar al hotel, me recibieron con todo lujo. Los empleados eran extremadamente amables, y el servicio era de primera. Por suerte, en el hotel había muchos latinos, tanto entre los turistas como en el personal. Uno de los empleados me acompañó hasta mi habitación, ayudándome con las maletas. Mientras caminábamos, charlamos amablemente. Fue muy atento, sobre todo porque yo no conocía mucho de Miami, ya que era mi primera vez allí.
—Aquí en Miami, los turistas suelen ir mucho a la playa —comentó el empleado mientras caminábamos por el pasillo—. Podría ir con su marido cuando llegue.
—Sí, me encantaría —respondí, con una sonrisa—. Pero él no sabe cuándo vendrá.
—Uuuuh, qué lástima —dijo, con un tono comprensivo—. Aunque podría ir sola. Eso sí, tiene que tener cuidado con algunas personas que intentan estafar a turistas.
—Sí, eso me da un poco de miedo —admití, mientras llegábamos a la puerta de mi habitación.
—Aunque aquí abajo, al lado de la recepción, hay una sala donde van muchos turistas, tanto los que están hospedados como los que no —continuó—. Podría conocer mucha gente buena que podría acompañarla.
—Sí, qué buena idea —dije, entusiasmada—. Dejo mis cosas y voy para allá.
—Sí, además hay muchas mujeres que vienen de vacaciones solas. Seguro encuentra compañía —añadió, con una sonrisa.
—Muchas gracias —respondí, agradecida por su amabilidad.
Al llegar a mi habitación, me puse ropa cómoda para ir a la playa. Tenía un bikini bastante sexy, así que, para no llamar demasiado la atención, me puse un conjunto transparente que me tapaba un poco. Bajé al lobby con la esperanza de encontrar a alguien que me acompañara a la playa.
Mientras salía de mi habitación, me crucé con un chico muy atractivo que se hospedaba en la habitación de al lado. Apenas salí, me miró de arriba abajo, como si quisiera saludarme, pero no le di importancia. Estaba ansiosa por bajar rápido e ir a la playa. Al llegar al lobby, me encontré con una chica argentina que también estaba bajando. Nos hicimos amigas al instante y decidimos ir juntas a la playa.
Al llegar, me sorprendió la cantidad de gente que había. Nos sentamos a charlar con otras chicas y pasamos un rato agradable. Luego, recorrimos la playa y fuimos a un centro comercial a pasear. Cuando se hizo tarde, regresamos al hotel. Ellas planeaban salir a bailar cerca del hotel, pero yo estaba cansada y decidí quedarme. En cambio, fui a la sala que estaba al lado de la barra para tomar unos tragos y charlar con mi esposo por mensaje. Quería saber si ya estaba por venir o si estaba cerca.
Me senté en una de las mesas para dos que había allí. Mientras esperaba mi trago, le envié un mensaje a mi marido:
—Amor, ¿cómo estás? ¿Ya estás por venir?
En ese momento, se me acercó el chico que me había cruzado al salir de mi habitación. Era muy atractivo: alto, aunque no tanto como yo, musculoso y bien arreglado. Lo miré de arriba abajo, y no pude evitar notar el bulto en sus pantalones, lo que me hizo mordisquearme los labios sin que él se diera cuenta.
—Disculpa, ¿podría acompañarte esta noche? —preguntó, con una sonrisa seductora.
—Disculpa, pero no —respondí, señalando el anillo de mi marido.
—Oooh, estás casada —dijo, con un gesto de decepción—. Disculpa. Que tengas buenas noches —añadió, guiñándome un ojo antes de alejarse.
—Chau —respondí, devolviéndole una sonrisa.
Mientras lo veía irse, observé cómo se acercaba a otra chica que estaba sentada sola. Ella accedió a su compañía, y los vi charlar animadamente. En ese momento, el mozo que me había acompañado a mi habitación llegó con mi trago.
—Ese chico viene siempre de vacaciones aquí —comentó el empleado, con un tono casual.
—¿Qué? ¿Cuál chico? —pregunté, fingiendo no saber de quién hablaba.
—Al que está mirando, señorita —respondió, señalando discretamente al chico.
—Ah, sí. Pasa que me vino a molestar —dije, con una risa nerviosa.
—Jajaja, siempre está en busca de una mujer, ese chico. La cantidad de mujeres que lo vi es mucha, señorita —comentó, con un tono de complicidad.
—Jajaja, bueno, ¿me puedes dar el trago? —pregunté, intentando cambiar de tema.
—Ah, sí, sí, perdón —dijo, sirviéndome la bebida.
—No pasa nada, jajaja —respondí, tomando el trago y relajándome un poco.
Cuando el mozo se fue, me quedé mirando al muchacho. La verdad es que me entró un poco de curiosidad: ¿por qué tantas mujeres caían rendidas ante él? Pero creo que la respuesta ya la habían visto mis ojos…ese enorme bulto.
Pero, en fin, la noche siguió su curso, y cuando terminé mi trago, decidí que era hora de irme a dormir. Al llegar a mi habitación, sonó el teléfono. Era mi marido:
–Hola, bebé. ¿Cómo estás? –escuché su voz al otro lado de la línea.
–Bien, amor. ¿Vos todo bien? –respondí, acomodándome en la cama.
–No, mi amor. Todavía no voy a poder ir. El problema se agrandó, y capaz que hasta el sábado lo pueda resolver –dijo con un tono de frustración.
–¿En serio, bebé? –pregunté, tratando de disimular mi decepción.
–Sí, pero voy a tratar de acelerar todo para poder ir a Miami lo antes posible –aseguró.
–Bueno, amor –suspiré, intentando sonar comprensiva.
–Pero contame, ¿cómo te fue? ¿Qué tal el hotel? –preguntó, cambiando de tema.
–Está todo hermoso. El hotel es un lujo, el personal es muy amable. Además, conocí a unas chicas. Fuimos a la playa y al shopping que está cerca. Muy lindo, la verdad –le conté, tratando de sonar entusiasmada.
–¡Qué lindo, mi amor! Me alegra que estés disfrutando –respondió con genuina alegría.
–Ah, y además… un chico intentó coquetearme –solté de repente, casi sin pensarlo.
–¿En serio? Supongo que no le hiciste caso, ¿verdad? –preguntó, con un tono entre curioso y protector.
–Oh, no, amor. No te preocupes. Le mostré el anillo y se fue a molestar a otra chica –dije, riéndome un poco.
–Ah, claro. Igual, cualquier cosa, avísame. Voy a estar ahí lo más pronto posible –aseguró.
–Bueno, amor. Me voy a dormir. Seguro vos también estás cansado –sugerí, bostezando levemente.
–Sí, mi amor… Buenas noches. Te amo mucho –dijo, con esa ternura que siempre me derretía.
–Yo más. Chau, mi vida –respondí antes de colgar.
Cuando terminé la llamada, estaba a punto de dormirme, pero de repente escuché unos ruidos extraños. Al principio no les di importancia, pero a medida que me acercaba a la pared, los sonidos se hicieron más claros. Eran gemidos, cada vez más fuertes y apasionados, provenientes de la habitación de al lado. Por un momento, me quedé quieta, escuchando casi sin querer. Sin embargo, el cansancio pudo más que mi curiosidad, y finalmente me rendí al sueño.
Al día siguiente, apenas me levanté, escuché risas afuera de mi habitación. Curiosa, me acerqué a la ventana y vi a ese chico que había intentado tomar un trago conmigo la noche anterior. Estaba con la chica a la que había ido a molestar después, ambos en batas y relajados. No pude evitar notar el bulto enorme que se marcaba en su parte baja, y eso, sumado a los gemidos que había escuchado la noche anterior, me encendió por completo.
Para calmar un poco la calentura, decidí enviarle fotos y videos provocativos a mi esposo. Era una forma de conectar con él, a pesar de la distancia, y de saciar un poco esa fogosidad que me consumía.
Ese día lo pasé increíble. Fui a la pileta del hotel, disfruté del sol y del agua fresca. Luego, almorcé en un restaurante cercano con mis nuevas amigas, y por la tarde visitamos algunos centros turísticos. Todo era perfecto hasta que, al regresar al hotel, me lo crucé justo en la puerta. Nuestras miradas se encontraron por un instante, y él me saludó con una sonrisa pícara. Yo le respondí de la misma manera, sosteniendo su mirada un segundo más de lo necesario.
Mientras subía hacia mi habitación, decidí caminar de manera más sensual, balanceando las caderas con elegancia, consciente de que sus ojos estarían clavados en mí. Al darme vuelta, confirmé que lo había logrado: estaba allí, embobado, mirando fijamente mi trasero. La sensación de poder y deseo que me invadió en ese momento fue indescriptible.
Cuando llego a mi habitación me encontraba super caliente, me tome una ducha y mientras el agua caía sobre mí, me tocaba el pecho y mi vagina, y no paraba de pensar en ese chico…
Cuando salí de la ducha, me puse una lencería sexy y le envié unos videos a mi marido. Sin embargo, él seguía sin poder venir. Frustrada pero decidida a disfrutar de la noche, me puse un vestido ajustado y seductor y bajé al bar a tomar un trago. Una parte de mí quería encontrar a ese chico y pasar la noche entera con él, pero la parte sensata me recordaba que debía pensar con claridad y esperar a mi marido.
Al llegar a la barra, noté que había varios hombres, pero él no estaba entre ellos. Pedí un trago y me senté sola, igual que la primera vez. Mientras revisaba mi celular, de repente lo vi entrar. Cada día se veía más atractivo, y esa noche era imposible no notar el bulto que se marcaba en su pantalón. Al verme, me sonrió, pero pasó de largo y se acercó a charlar con otra chica que estaba en la barra.
Me quedé observándolos un rato, pero finalmente decidí que era mejor irme a dormir y dejar de pensar tanto en él. Necesitaba bajar un poco la calentura que me consumía. Sin embargo, justo cuando me levantaba para irme, noté que me miraba de reojo. Entonces, decidí caminar de manera lenta y provocativa cerca de él, solo para ver su reacción.
Funcionó a la perfección. Al pasar cerca de él, sentí su mirada clavada en mí. En un momento en que la chica con la que hablaba se distrajo, se quedó embobado mirando mi trasero. La sensación de poder y deseo que me invadió en ese momento fue indescriptible, pero lamentablemente, no pasó nada más esa noche.
Al llegar a mi habitación, recibí un mensaje de mi esposo: no podría llegar esa noche ni al día siguiente. La frustración me invadió por completo. Tenía ganas de sentir algo, de liberar toda esa energía acumulada, pero no quería cometer otro error. Me quedé allí, en la cama, sintiendo cómo el deseo y la indecisión luchaban dentro de mí.
Al acostarme, empecé a escuchar de nuevo los gemidos, esta vez más fuertes. Lo peor fue que no pararon en toda la noche. Incluso al despertarme, no tardaron ni diez minutos en comenzar de nuevo. Me quedé recostada boca arriba, mirando el techo y pensando en qué hacer. Mis ojos se posaron en mi anillo de matrimonio, preguntándome si realmente valía la pena seguir esperando para saciar mis ansias de sexo, teniendo a un mastodonte justo al lado de mi habitación.
Decidí distraerme preparándome un té y hojeando unas revistas, pero no pasó mucho tiempo antes de escuchar risas y murmullos afuera de mi cuarto. Me acerqué a espiar y vi que era el chico de la habitación de al lado con la chica con la que había pasado la noche y la mañana. Estaban pegados, él sosteniéndole la cintura y ella con las manos en su pecho. Él llevaba una bata, y por cómo se movía, era evidente que no tenía nada debajo.
–Fue la mejor noche de mi vida, bebé –dijo ella, dándole pequeños besos en la boca.
–De nada, nena. Cuando quieras, sabes dónde encontrarme –respondió él, mientras le manoseaba el trasero y le daba un último beso.
Ella se fue, y en ese momento él se dio cuenta de que yo estaba allí, observando desde la puerta. Para disimular, salí al pasillo, fingiendo que admiraba el paisaje. De repente, él se acercó y comenzamos a charlar.
–Hola, vecina. ¿No me estará espiando, no? –preguntó con una sonrisa pícara.
–¿Pfff? ¿Por qué te espiaría? –respondí, sintiendo cómo me ponía roja como un tomate.
–No lo sé, solo digo… Mire su cara –dijo, riéndose.
–Es que tengo calor, ¿dejame en paz, querés? –intenté sonar firme, pero mi voz tembló un poco.
–Wow, bueno, señorita. No quise molestarla –respondió, levantando las manos en señal de rendición.
–Ya bastante me molestas todas las noches con los ruidos que haces con las chicas
–le solté, riéndome para aliviar la tensión.
–En eso no puedo hacer nada. Estamos aquí para disfrutar, ¿no es cierto? –dijo, encogiéndose de hombros.
–Sí, la verdad que sí, pero ¿no podés bajar un poco la voz? –le pregunté, jugueteando con la idea de seguir la conversación.
–Prometo no hacer tanto ruido… solo si me dice su nombre –respondió, con una mirada traviesa.
–Aaaa, claro. Soy Alma Carrizo. ¿Y vos?
–Yo me llamo Álvaro.
–Un gusto… bueno, no tanto por el ruido que haces, querido –dije, bromeando.
–Jajaja, bueno, ya te prometí que no voy a hacer tanto –respondió, riéndose.
–Más te vale –le advertí, jugueteando con mi cabello.
–Y usted me dijo que era casada… ¿y el marido? –preguntó, cambiando de tema.
–Está por venir. Surgieron algunos problemas, pero dentro de poco viene.
–¿Poco? ¿Será en unas horas, días, semanas? –preguntó, riéndose.
–Ayyy, ¿por qué tantas preguntas? –respondí, tratando de sonar despreocupada.
–Para saber. Además, cuando llegue su marido, no vamos a hablar más –dijo, con un tono de complicidad.
–Ah, bueno, igual podemos hablar si no estamos haciendo nada de malo –respondí, sonriendo.
–Es cierto. Aunque una chica como vos, y sola… muchos chicos de seguro intentan acercarse –dijo, mientras me miraba de arriba abajo.
–Mmm, no muchos. Igual los rechazo, como hice con vos –respondí, riéndome.
–Aauch, eso me dolió –dijo, fingiendo estar herido.
–Jajaja, perdón, pero bueno, estoy casada, ya sabés –respondí, jugueteando con mi anillo.
–Sí, sí, bueno, me voy a cambiar. Fue una noche larga –dijo, estirándose.
–Sí, veo –respondí, sin poder evitar mirar el bulto que se marcaba bajo su bata.
–Chau, Alma. Un gusto –dijo, dándome un beso en el cachete. En ese momento, me agarró de la cadera, sin dejarme mover los brazos, y rozó mi trasero con disimulo.
–Chau, chau –respondí, mientras mis manos, casi sin querer, rozaron su enorme erección. Estaba duro, increíblemente duro, a pesar de la noche y la mañana que había tenido.
Cuando él entró a su habitación y yo a la mía, me toqué los brazos y mordí mis labios, sintiendo las ganas que me consumían. Sabía que no podría resistir mucho más…
Ese día decidí salir con mis nuevas amigas a un día de spa para relajarme. Pasamos casi toda la tarde disfrutando de masajes, saunas y tratamientos rejuvenecedores. Luego, nos fuimos a tomar unos tragos al hotel. Durante todo el día, no vi a Álvaro por ningún lado, lo cual me pareció extraño, pero no le di mayor importancia. Sin embargo, al regresar a mi habitación, entendí por qué no lo había visto: estaba en el pasillo, comiéndose la boca con otra chica.
Al ver esa escena, decidí no mirar y pasé rápidamente a mi cuarto. Una vez dentro, me tomé una ducha bien fría, intentando calmar mis pensamientos, pero era imposible. La imagen de Álvaro con esa chica, sumada a la frustración de no tener a mi marido cerca, me tenía al borde. Salí del baño y vi un mensaje de mi esposo: no llegaría esa noche, sino tal vez al día siguiente por la noche, pero ya venía en cualquier momento.
Eso fue un alivio, pero también una tortura. No podía contener más las ganas de estar con Álvaro. Para calmarme un poco, decidí masturbarme, escuchando los gemidos que venían de la habitación de al lado. Álvaro tenía una habilidad increíble para hacer que cada mujer que llevaba viviera una experiencia única. Esa noche, mientras me tocaba, no pude evitar imaginar que era yo la que estaba con él.
Al día siguiente, decidí esperar a mi marido en el hotel, lista para recibirlo con todo. Me puse una tanga de encaje negro con tirantes que llegaban hasta mis muslos, un corpiño de encaje negro y, encima, una bata de baño de encaje negra. Para cuando llegara, planeaba sorprenderlo quitándome la bata blanca que llevaba puesta por encima, revelando la lencería sexy que escondía debajo. Tenía todo preparado para él, pero…
Recibí otro mensaje. Esta vez decía que no llegaría ese día, sino que estaría seguro a la mañana siguiente. La frustración y las ganas me consumían por completo. Ya no podía aguantar más. Necesitaba salir a tomar aire. Así que me vestí con la bata blanca y salí de mi habitación, solo para encontrarme cara a cara con Álvaro.
—¿Te encuentras bien? —Dijo Álvaro acercándose
—Sí, solo que mi marido no regresa hasta mañana y tenía una sorpresa preparada. Además, lo extraño mucho.
—Oh, Alma, tranquila. No estés triste —me dijo mientras me abrazaba, su cuerpo cálido y firme contra el mío.
—Es que tenía un regalo para él y muchas ganas de dárselo —le respondí, sintiendo su miembro rozar mi cuerpo a través de la tela de su pantalón. El roce me provocó un escalofrío de deseo.
—¿Puedo saber qué regalo es? —preguntó, separándose un poco, sus ojos oscuros fijos en los míos.
—Mmm, está en mi habitación. ¿Quieres verlo? —le dije, tomando su mano y guiándolo hacia mi dormitorio. La calidez de su piel contra la mía me hizo sentir un cosquilleo en el estómago.
—Después de usted, señorita —respondió con una sonrisa pícara, sus ojos brillando con anticipación.
Lo llevé a mi habitación, el aire cargado de tensión sexual. La puerta se cerró tras nosotros con un clic suave, creando un espacio íntimo y privado. Ya no podía contener las ganas, así que me dejé llevar, dispuesta a complacerme y complacerlo:
—¿Dónde está el regalo? —preguntó Álvaro, su voz ronca y cargada de deseo.
—Aquí mismo, mira —respondí, dejando caer mi bata blanca, revelando el conjunto de lencería de encaje negro que llevaba puesto. La luz tenue de la habitación resaltaba las curvas de mi cuerpo, invitándolo a tocar.
—Vaya, qué hermoso regalo. No vas a dejar que se desperdicie, ¿verdad? —dijo, acercándose más a mí, sus ojos devorando cada centímetro de mi piel.
—Por supuesto que no. Si quieres, puedes darle una probadita. ¿Te atreves? —le pregunté, mi voz un susurro cargado de promesa.
—Peeroo… ¿Y lo de casada?
—¿Mejor? —le pregunté, quitándome el anillo y dejándolo sobre la mesita de noche. El sonido metálico del anillo al caer resonó en el silencio de la habitación, marcando el inicio de nuestro encuentro.
Nos fundimos en un beso apasionado, nuestras lenguas danzando en un juego sensual. Sus manos exploraron mi cuerpo con deseo, acariciando mis curvas y encendiendo cada terminación nerviosa. Nos despojamos de nuestras prendas con urgencia, la impaciencia creciendo con cada centímetro de piel expuesta. Álvaro estaba completamente desnudo, y al ver su erección, no pude evitar exclamar:
—Es todo tuyo, mami —me susurró al oído, besando mi cuello con ternura y pasión.
—¡Oh, sí, papi! Es enorme —respondí, mi voz cargada de deseo.
Álvaro me levantó las piernas y me depositó suavemente sobre la cama. Luego, se inclinó y comenzó a besar y lamer mi vulva con una intensidad que nunca antes había experimentado. La sensación era electrizante, cada toque de su lengua me hacía arquear la espalda.
—¡Aaah sí, papi, qué rico! —grité, aferrando su cabeza entre mis manos, deseando que nunca se detuviera—. ¡Sí, papi, sí! ¡ah, ah, ah! ¡mmmm! ¡oooh, se siente tan bien!
De repente, introdujo toda su lengua dentro de mí, explorando cada rincón con destreza.
—¡Aagh! ¡Oh sí! ¡Tu lengua se siente tan bien dentro de mí! ¡Mmmm! —gemí, mis caderas moviéndose involuntariamente al ritmo de sus lametazos.
Continuó así durante un rato, llevándome al borde del abismo. Luego, separó mis piernas y, justo cuando creí que me penetraría, levantó la cabeza y me besó con pasión. El beso se intensificó, nuestras lenguas danzando en un torbellino de deseo. Sus manos acariciaron mis senos, apretándolos y amasándolos con delicadeza.
—Oh, mami, hueles tan bonito —susurró contra mi piel—. Quiero lamerte todo el cuerpo.
—Ah, soy toda tuya —respondí, mi voz un hilo de deseo.
La forma en que apretaba mis senos me hacía arder de deseo. Cada toque era una chispa que encendía un fuego en mi interior.
—Ven aquí, bebé —dijo con voz ronca—. Voy a darte el momento de tu vida.
—¡Oh, esto se siente increíble! ¡Ah, ah! ¡Sigue chupando mis tetas! —exclamé, mis pezones erectos rozando su lengua.
—Mmmm, tus tetas son tan ricas que podría estar chupándolas toda la noche —murmuró, su boca succionando mis pezones con fuerza.
Continuó estimulando mis senos durante un rato, hasta que finalmente me pidió que me pusiera encima de él.
—Parece que tu cuerpo está listo para lo que viene a continuación, bebé —dijo con una sonrisa pícara.
Luego, tomó su miembro entre sus dedos y lo acercó a mi entrada, rozando mi clítoris con la punta.
—Aquí viene, bebé. Tómalo profundo —susurró.
—¡Solo dámelo ya! ¡Deja de jugar! —exigí, mi cuerpo temblando de anticipación.
Cuando me penetró, sentí algo que nunca antes había experimentado… bueno, no con mi marido…
—¡Oh, sí! ¡Esto se siente tan bien! —grité, mis caderas moviéndose instintivamente.
—Realmente sabes cómo moverte, chica —jadeó Álvaro—. Sigue así, me tienes tan duro.
—¡Oh, bebé! Tu enorme pene me está estirando toda la concha, pero se siente increíble —gemí—. ¡Ah, ah!
—¡Ohh, esto es tan bueno! ¡Quiero mucho más de esto!
—Me tienes goteando como loco —gruñó Álvaro.
—¡Aaah sí!
De repente, me cambió de posición y me abrazó, succionando mis senos con avidez. Yo estaba completamente empapada, mi cuerpo vibrando con cada estocada.
—Puedo ver eso, bebé —murmuró Álvaro, su voz ronca de deseo—. Te secaré al final de la noche.
—¡Sí, sí! ¡No pares! ¡Ah, ah!
En ese momento, cambiamos de posición nuevamente y él se colocó encima de mí, su peso aplastándome contra el colchón.
—¡Ohh, sigue empujando, papi! ¡Sí! —exclamé, mis uñas arañando su espalda.
—¡Ah, sí, bebé! Tienes la piel más suave que jamás haya tocado —jadeó Álvaro, sus ojos oscuros fijos en los míos.
—¡Oh, bebé! Ya me he venido dos veces y todavía estás duro como una roca —le dije, asombrada.
—Acostúmbrate, nena —gruñó Álvaro—. Toda la noche vas a ser mi marioneta sexual.
—¡Oh, sí, sí! ¡Ah, ah, ah!
—¡Qué culo más bonito tienes, nena! —murmuró Álvaro, apretando mis nalgas con fuerza y besándome con pasión.
—Date la vuelta, nena —ordenó con voz ronca—. Quiero ver ese culo enorme de cerca.
En ese momento, me puse en cuatro y, apenas me giré, agarró mis nalgas y comenzó a penetrarme con fuerza.
—¡Aaah, sí! Me encanta tu culo, nena —gruñó Álvaro.
—¡Aaah, sí! ¡Sigue, papi, sí! —grité, mis caderas moviéndose al ritmo de sus embestidas.
—Esta es la mejor noche de mi vida —jadeé.
—¡Jaja! ¡Mmmm! ¡Ah, ah, sí, nena!
—¡Oh, mierda! ¡Sí, bebé, sí!
—¡Oooh, bebé! Vas a hacer que me venga… ¡Ah, mmm!
—¡Más, por favor! No pares, papi —supliqué.
—¡Ah, ah! Me voy a correr otra vez… ¡Ah, ah, ah!
—Te dije que te iba a dar algo para recordar por el resto de tu vida —gruñó Álvaro—. Volverás por más, perra, ten seguridad de eso.
—¡Sí! ¡Quiero más de esto! ¡que me cojas toda la noche! ¡Sí! ¡Ah, ah!
—¡Mmm, sí, mami, sí! ¡Oh, mierda!
No dejaba de agarrar mis nalgas y masajearlas con fuerza, como nunca antes lo habían hecho.
—Me encanta tu culo tan gordo y grueso —murmuró Álvaro.
—¿Te gusta? Es todo tuyo, papi —le dije, arqueando la espalda para ofrecerle mejor acceso.
Me folló sin piedad durante toda la noche, hasta que finalmente se vino dentro de mí, llenándome por completo.
—¡Oooh! ¡Realmente me estás llenando! ¡Qué rico!
—¡Oh, bebé! Eres magnífica —jadeó Álvaro—. Espero verte otra vez.
—Mmm, no lo sé, bebé… ¡Ah, ah!
—Tranquila, que nadie se va a enterar de esto —me aseguró.
Al terminar, nos quedamos besándonos y esa noche dormí con él. Pero, por suerte, me levanté temprano y lo desperté.
—Álvaro, ya va a llegar mi marido —le dije, empujándolo suavemente.
—Ya voy, ya voy —murmuró, levantándose y poniéndose su bata.
—No te olvides de mí, eres increíble, hermosa —me dijo Álvaro.
—Nunca —le respondí, dándole un beso.
—¿No da tiempo para un último? —preguntó, mostrándome su erección.
Me mordí los labios y le acaricié el miembro un poco, pero le dije:
—No, no, te comería toda la mañana, pero en cualquier momento llega mi marido, así que vete, porfa.
—Okey, te entiendo, Alma —dijo Álvaro—. Ya sabes dónde buscarme. Fuiste la mejor —me dio un último beso y se fue.
Cuando Álvaro salió de mi habitación, me aseguré de que nadie lo viera. Cerré la puerta, abrí las ventanas y rocié un poco de perfume para disipar el aroma a sexo que impregnaba el aire. Luego, arreglé la cama apresuradamente. Apenas unos minutos después, sonó el timbre y mi marido entró. Lo abracé con fuerza y nos besamos largamente, pero pronto decidimos bajar a almorzar y pasar el día juntos.
De vez en cuando, me cruzaba con Álvaro, y nuestras miradas se encontraban, cargadas de la nostalgia de esa noche de pasión. Cada vez que hacía el amor con mi marido y escuchaba a Álvaro con otra mujer, un escalofrío de deseo me recorría el cuerpo.
Y así concluyeron mis primeras aventuras de infidelidad. Después, me dediqué a mi esposo, tuve dos hijos y logré controlar mi lujuria… por ahora. La perra que llevo dentro ha vuelto a despertar, pero esa es una historia para otra ocasión.
Espero que hayas disfrutado de este relato y que te haya hecho sentir el calor de la pasión. ¡No dudes en dejarme tus comentarios!
Sacaste a relucir todo lo que llevabas dentro con pasión, deseo y lujuria. Te casaste y pensaste todo sería diferente pero……