Capítulo 2

El calor de finales de julio envolvía todo, y Baby, con 28 años, sentía cómo su cuerpo vibraba de anticipación mientras se preparaba para el encuentro. Frente al espejo, se puso una falda de cuero negro que apenas cubría sus muslos, una blusa de seda roja que dejaba entrever su lencería de encaje negro, y tacones altos que resonaban con cada paso. Se miró, ajustándose el cabello, y respiró profundo. Esta noche sería diferente: un salto al vacío, una experiencia para saldar una deuda y explorar deseos que nunca pensó que abrazaría. Davit, su pareja de 42 años, estaba a miles de kilómetros en España, pero su permiso para este trío con Pablo y Zarai era como un fuego que ardía en su mente.Llegó a la casa de Pablo y Zarai con el corazón latiendo con fuerza. Zarai abrió la puerta, sus ojos brillando con picardía. La recibió con un abrazo cálido, sus manos deslizándose por la espalda de Baby hasta rozar la curva de sus caderas. «Estás para comerte», susurró Zarai, su aliento tibio contra su oído, enviando un escalofrío por su espina dorsal. En el salón, Pablo alzó una copa de vino, su sonrisa confiada recorriendo cada centímetro del cuerpo de Baby. «Bienvenida, te ves… irresistible», dijo, su voz grave encendiendo algo dentro de ella.Se acomodaron en un sofá de cuero negro, las luces bajas y el aroma a incienso llenando el aire. Charlaron, rieron, bebieron, pero la tensión sexual crecía con cada mirada furtiva, cada roce casual. Zarai, siempre la más audaz, rompió el hielo. «Juguemos a algo», propuso, sacando su móvil con una app de retos eróticos. «Solo para calentar el ambiente», añadió con una risita traviesa. El primer reto fue «Besa apasionadamente a la persona de tu derecha». Baby, sentada junto a Zarai, se inclinó hacia ella. Sus labios se encontraron en un beso suave que pronto se volvió voraz, sus lenguas danzando mientras Pablo observaba, su respiración haciéndose más pesada.El siguiente reto: «Quítate una prenda». Baby, con las mejillas encendidas, dejó caer su blusa al suelo, revelando su sujetador de encaje negro. Los ojos de Zarai brillaron de deseo, y Pablo se ajustó en el sofá, claramente excitado. Otro reto: «Acaricia el muslo de quien está enfrente». Pablo, frente a Baby, deslizó su mano por su pierna, subiendo con dedos firmes hasta el borde de la falda. «¡Aaaaaa, qué rico!», gimió Baby suavemente, un calor húmedo creciendo entre sus muslos. El juego estaba encendido, y el morbo los envolvía como una niebla densa.

El juego pronto quedó atrás. Zarai tomó la mano de Baby y la llevó a la habitación principal, donde una cama king-size cubierta de sábanas de satén negro los esperaba. Velas aromáticas proyectaban sombras danzantes en las paredes, y el aire olía a jazmín y deseo. Pablo las siguió, desabrochándose la camisa con calma, dejando ver su torso definido. Zarai comenzó a desnudar a Baby con una lentitud deliberada, como si quisiera saborear cada momento. La falda cayó al suelo con un susurro, seguida del sujetador, dejando al descubierto los pechos firmes de Baby. Zarai se inclinó, besando y succionando sus pezones hasta endurecerlos, arrancándole gemidos suaves. «¡Mmmm, qué rico!», suspiró Baby, cerrando los ojos mientras el placer la invadía.Pablo se acercó por detrás, sus manos grandes rodeando la cintura de Baby. Besó su cuello, mordisqueando la piel sensible mientras Zarai seguía descendiendo. «Acuéstate», susurró Zarai, y Baby obedeció, tumbándose sobre las sábanas frescas. Zarai se arrodilló entre sus piernas, apartando la tanga con dedos delicados. El primer roce de su lengua fue como un relámpago: comenzó lamiendo el clítoris de Baby en círculos lentos, luego más rápidos, explorando cada pliegue con una precisión que la hizo jadear. «¡Aaaaaa, qué ricoooo!», gimió Baby, arqueando la espalda, sus manos aferrándose a las sábanas. El aroma de su excitación llenó la habitación, mezclado con el perfume floral de Zarai.Zarai se detuvo justo antes de que Baby llegara al clímax, sonriendo con picardía. «Aún no», dijo, y se incorporó para besarla, dejando que Baby probara su propio sabor. Pablo, ya desnudo, se unió a ellas, su miembro erecto palpitando de deseo. Zarai lo tomó con una mano, masturbándolo lentamente mientras guiaba a Baby para que se arrodillara a su lado. Juntas, compartieron su erección: Zarai lamiendo la base, Baby chupando la punta, sus lenguas rozándose en un caos húmedo y caliente. «¡Joder, qué rico!», gruñó Pablo, enredando sus dedos en sus cabellos, sus caderas temblando de placer.

La habitación vibraba con una tensión densa, el aire cargado de jazmín y sudor. Baby yacía sobre las sábanas de satén negro, su cuerpo desnudo brillando bajo la luz tenue de las velas. Sus piernas estaban separadas, y su respiración era rápida, entrecortada por la anticipación y un nudo de nervios en su estómago. Pablo, arrodillado entre sus muslos, la observaba con una intensidad que la hacía estremecerse. Con dedos firmes, rasgó el envoltorio de un preservativo y lo deslizó lentamente sobre su miembro, grueso y erecto, cuya sola presencia hizo que los ojos de Baby se abrieran con una mezcla de fascinación y temor. Nunca había enfrentado algo tan grande, y la idea de recibirlo la llenaba de un miedo visceral.»¿Estás lista?», preguntó Pablo, su voz grave rompiendo el silencio. Baby asintió, aunque su cuerpo temblaba, sus manos apretando las sábanas como si buscaran anclarla a la realidad. Él se acercó, alineando la punta de su miembro cubierto por el preservativo con la entrada de ella, húmeda por las caricias previas de Zarai. Con un movimiento lento, comenzó a penetrarla. Baby soltó un grito agudo, su cuerpo tensándose al instante. El dolor fue inmediato, una presión abrumadora que la hizo sentir como si la estuvieran partiendo en dos. «¡Para, por favor!», suplicó, su voz quebrándose, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.Pablo se detuvo, su respiración pesada mostrando el esfuerzo de contenerse. «Respira, relájate», murmuró, manteniéndose inmóvil. Baby cerró los ojos, intentando calmar el pánico que la invadía. El tamaño de él era casi insoportable, una invasión que su cuerpo luchaba por aceptar. Pero, poco a poco, mientras respiraba profundamente, algo cambió. El dolor comenzó a transformarse, mezclándose con una chispa de placer inesperado. Era como si su cuerpo, tras resistirse, empezara a rendirse a la sensación de plenitud.Pablo, notando el cambio en su expresión, reanudó el movimiento con cuidado, deslizándose más adentro. Baby gimió, pero ahora el sonido era diferente: una mezcla de asombro y deseo. «¡Aaaaaa, qué rico!», exclamó, sorprendida por la intensidad. Cada centímetro que él avanzaba la llenaba de una forma que nunca había experimentado, rozando puntos que encendían su cuerpo en llamas. El preservativo, lubricado, facilitaba el deslizamiento, pero no disminuía la magnitud de la sensación. El dolor inicial se convirtió en una excitación inexplicable, un placer tan profundo que la hacía jadear con cada embestida lenta. «¡Joder, qué ricoooo!», gritó, sus caderas moviéndose por instinto, buscando más.En medio de ese torbellino, mientras Pablo aceleraba el ritmo, embistiéndola con una precisión que la llevaba al borde, un pensamiento fugaz cruzó su mente: Gracias, amor, por esto. Era un susurro silencioso dirigido a Davit, un reconocimiento de la libertad que le había dado para explorar este momento. El placer la consumía, y gritó el nombre de Pablo —»¡Más, Pablo, más!»—, sorprendida por su propia audacia. Sus manos buscaron los hombros de él, aferrándose mientras su cuerpo temblaba.Zarai, que había estado observando con una sonrisa cargada de lujuria, se unió al juego. Se deslizó junto a Baby, besando su cuello y acariciando sus pechos, sus dedos pellizcando suavemente los pezones endurecidos. «Te encanta, ¿verdad?», susurró Zarai, su voz un ronroneo seductor. Luego se inclinó para lamer el clítoris de Baby mientras Pablo seguía embistiéndola, la combinación de la lengua de Zarai y las profundas penetraciones de Pablo llevando a Baby a un orgasmo explosivo. «¡Aaaaaa, qué ricoooo!», gritó, su cuerpo arqueándose, un alarido desgarrador escapando de sus labios mientras el placer la atravesaba como un relámpago.Pero no terminaron ahí. Pablo se retiró con cuidado, dejando a Baby temblando, y Zarai propuso un cambio. «Quiero verte con él», le dijo a Baby, guiándola para que se pusiera a cuatro patas. Pablo se posicionó detrás de ella, entrando de nuevo con un preservativo fresco, esta vez con un ritmo más rápido. «¡Joder, sí, qué rico!», gimió Baby, la nueva posición permitiendo que él llegara aún más profundo. Zarai, frente a ella, se arrodilló y la besó con furia, sus lenguas enredándose mientras Pablo la embestía. Luego, Zarai se tumbó boca arriba debajo de Baby, lamiendo su clítoris mientras Pablo seguía, el trío moviéndose en una danza frenética de gemidos y sudor.El siguiente cambio fue más audaz. Pablo se tumbó boca arriba, y Baby se montó sobre él, controlando el ritmo mientras su miembro la llenaba de nuevo. «¡Aaaaaa, qué ricoooo!», exclamó, sus caderas moviéndose en círculos mientras él gruñía de placer. Zarai se acercó por detrás, acariciando el trasero de Baby y besando su espalda, sus manos explorando cada curva. Luego, Zarai se posicionó sobre el rostro de Pablo, dejándolo lamerla mientras Baby lo cabalgaba. «¡Mmmm, sí, qué rico!», gimió Zarai, sus movimientos sincronizándose con los de Baby. Los sonidos de la habitación —el choque de cuerpos, los jadeos, los gritos— creaban una sinfonía de lujuria.El clímax final llegó cuando Pablo levantó a Baby y la penetró de pie, sosteniéndola contra la pared. Zarai, a su lado, lamía los pechos de Baby, succionando sus pezones con avidez. «¡Aaaaaa, qué ricoooo!», gritó Baby, alcanzando un segundo orgasmo, su cuerpo convulsionando mientras el placer la desbordaba. Pablo, al borde, se retiró, quitándose el preservativo en el último momento y eyaculando sobre el vientre de Baby. Zarai, con una sonrisa traviesa, lamió el semen de su piel y compartió un beso con ella, sus lenguas mezclando el sabor salado en un acto final de puro morbo.

Dos días después, tu móvil vibró en el silencio de tu piso en España. Era Baby, su voz ronca y cargada de una energía que te puso en alerta al instante. «Davit, prepárate, porque esto te va a volar la cabeza», dijo, y su tono era una mezcla de picardía y satisfacción que te hizo sentarte de inmediato, tu corazón latiendo con fuerza.»Todo empezó con esos retos tontos», comenzó, riendo suavemente. «Nos besamos, nos tocamos, y de repente estábamos en la cama. Zarai me desnudó como si quisiera grabar cada centímetro de mi piel en su memoria. Luego me lamió, Davit, y fue una locura. Su lengua jugaba con mi clítoris, llevándome al borde una y otra vez, pero siempre paraba justo antes de dejarme llegar. Grité ‘¡Aaaaaa, qué rico!’ como loca. Luego, compartimos a Pablo. Su polla es enorme, mucho más grande que la tuya, y apenas podía con ella en mi boca. Zarai y yo la chupamos juntas, nuestras lenguas chocando, y él gruñía como si estuviera a punto de explotar».Hizo una pausa, y pudiste escuchar el calor en su respiración, como si revivirlo la encendiera de nuevo. «Pero lo que vino después… Davit, cuando Pablo me penetró, pensé que no lo soportaría. Siempre con preservativo, claro, pero su tamaño me asustó. Dolía tanto al principio, sentía que me estaba partiendo en dos, y le pedí que parara, casi en pánico. Estaba muerta de miedo. Pero él fue paciente, y poco a poco el dolor se convirtió en algo… increíble. Era como si mi cuerpo se abriera a un placer que no conocía. Cada embestida me llenaba por completo, y grité ‘¡Joder, qué ricoooo!’ sin poder contenerme. En un momento, entre tanto éxtasis, pensé en ti y te di las gracias en mi mente por dejarme vivir esto».Tu cuerpo reaccionó al instante, una mezcla de morbo y esa punzada de celos que no podías evitar. «Luego cambiamos», continuó Baby, su voz ahora más audaz. «Me puse a cuatro patas, y Pablo me tomó por detrás mientras Zarai se deslizó debajo de mí, lamiéndome sin parar. Grité ‘¡Aaaaaa, qué ricoooo!’ cuando llegué, mi cuerpo temblando como si fuera a romperme. Luego me monté encima de él, controlando cada movimiento, sintiendo cómo me llenaba hasta el fondo. Zarai estaba ahí, besándome, tocándome, y después se sentó en su cara mientras yo lo cabalgaba, gimiendo ‘¡Mmmm, sí, qué rico!’ como loca. Era una locura, Davit, no podía pensar, solo sentir».Hizo una pausa, y su risa sonó casi maliciosa. «Al final, Pablo me levantó y me cogió contra la pared. Zarai lamía mis tetas, y cuando llegué por segunda vez, grité ‘¡Aaaaaa, qué ricoooo!’ como si no hubiera mañana. Él se corrió en mi vientre, y Zarai… joder, lamió todo y me besó, dejándome probarlo. Fue sucio, Davit, pero me encantó. Y ahora, tú espera hasta septiembre, porque cuando llegues, te voy a hacer pagar por todo este morbo». Colgó con una risita, dejándote con la mente en llamas y una excitación que no podías ignorar.