Decidimos hacer aquel viaje en un momento bastante bueno en nuestra pareja, fuimos a la costa con nuestros hijos y mi suegra, quien hacía de abuela y niñera a la vez. Elegimos ir a Piriápolis, un lugar encantador, cerca de Montevideo, con unas playas amplias y fenomenales en una época del año en que no era temporada turística; si bien el mar estaba ahí no pudimos disfrutarlo por el clima.
Elegimos un hotel cerca de la plaza Artigas, cerca del centro, con habitaciones amplias y cómodas para todos. Lo primero que hicimos fue acomodarnos, luego fuimos a dar un paseo por el lugar, en particular la playa. En el hall de entrada nos cruzamos con un mulato ojos verdes increíble, calvo, alto, no muy musculoso pero si pura fibra, elegante, con una sonrisa impecable, gestos viriles con esas manos con dedos largos y finos, con fuerte acento extranjero; incluso mayor que el nuestro.
También caminamos los cinco por la playa, fuimos a comer algo, retornamos al hotel por la tarde, volvimos a salir, cenamos por ahí y una vez más regresamos a nuestra habitación.
Los días transcurrieron así, gozábamos de la playa, de
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