Capítulo 5

Llegados a este punto, podéis imaginar la enorme cantidad de pajas que me había hecho rememorando estas escenas. Lo peor de todo es que mi madrastra lo sabía y me provocaba constantemente. Dejaba sus tangas usados a la vista, seguramente para que yo los cogiera e hiciera guarrerías con ellos. También se mostraba coqueta conmigo. Se agachaba delante de mí con cualquier pretexto para que yo pudiera ver debajo de su batín o a través de sus fastuosos pantaloncitos.

Un día, tras llegar a casa de la universidad e ir a mi habitación, vi un tanga en el suelo. Era negro, sexy. Una pieza de lencería deliciosa y delicada, como Alana. ¿Qué cojones hacía ese tanga en mi habitación? ¿Otra provocación más? Sin embargo, me agaché y lo cogí; la tentación era demasiado fuerte. Lo inspeccioné y parecía limpio. Me lo llevé a la nariz y lo olí. Confirmado, es limpio, me dije con cierta decepción.

Aún así, me tumbé en la cama y me bajé los pantalones. El simple olor de su suavizante y el hecho de saber que esa prenda había estado tapando sus agujeros durante horas me ponía a 1000 por hora. Empecé a masturbarme mientras frotaba ese magnífico tanga por mi cara, imaginándomela a ella sentada en mi faz.

—¿Ya estás otra vez? – escuché de pronto. Se me helaron todos los huesos y el estómago me hizo un vacío que casi acaba conmigo. – No puedo dejarme una prenda o la mancillas rápidamente. – me dijo en tono bromista. Yo me quité rápidamente el tanga de mi cara.

—Joder… lo siento… ¿qué coño hacía en mi habitación? – fue lo único que se me ocurrió decir mientras se lo mostraba.

—Se me habrá caído cuando he traído tu ropa limpia. Eres un cerdo ¿no? Lo estabas oliendo. – me dijo con ese tono entre seductor y burlón que tanto me ponía y avergonzaba.

—Lo estaba oliendo, sí. – reconocí.

—Vaya… ¿y no preferirías unos recién usados? – su figura felina subió a la cama y se quedó a la altura de mis rodillas. Su batín de seda se abrió y dejó al descubierto más lencería que quitaba el hipo. Llamaba la atención su tanga rojo, perfectamente acoplado a sus majestuosas caderas. Me quedé estupefacto. Mientras tanto, ella se puso a cuatro patas y me mostró el culo tras subirse sensualmente el batín. El hilo del tanga caía tensamente por entre sus cachetes. Pasaba por encima del ano, ese precioso agujerito que tanto me había maravillado chupar y oler aquél día en el coche. La tela avanzaba hasta su bajo vientre, tapando la otra maravilla de cavidad. Movió sinuosamente el trasero, dibujando eses en el aire. Era hipnótico. Sus nalgas eran tan perfectas que daban ganas de morderlas.

—Sí… – dije yo anhelante.

Ella, aún dándome la espalda y mostrándome esa maravilla de trasero, se llevo las manos a los laterales del tanga y comenzó a quitárselo. Primero una pierna, luego la otra. Su precioso ojete quedó libre, acompañado de esa rajita perfectamente vertical que se perdía en la curvatura de su entrepierna. Su tanga cayo sobre mi pecho de súbito. Lo cogí mientras seguía admirando su culo. Me lo llevé a la cara y aspiré esa fragancia que tanto me había gustado el día que la fui a buscar. Esnifé esa mezcla de aroma suavizante con el de su intimidad. Era gloria pura. Mi polla reaccionó casi instantáneamente y se puso más dura que una roca.

En ese momento, Alana se dio la vuelta y se semitumbó, apoyándose en sus codos con la espalda levantada. Abrió sus piernas, posando una de ellas por encima de las mías, y me mostró su tesoro.

  • ¿Te gusta como huele mi tanga? – me preguntó lujuriosamente. Llevó una de sus manos a su coño y comenzó a masajearse con lentitud. Me miraba fijamente, con un brillo delicioso en los ojos.
  • Em… sí, mucho. – contesté.
  • Y cuál te gusta más ¿mi culo, o mi coño? – siguió. Su mano seguía masajeándose y su respiración se aceleraba ligeramente.
  • Ambos. – fue mi respuesta. Ella rio.
  • Te gusta todo lo mío. Mi culo, mi coño, mis tetas, mi saliva… – se sacó la mano de la concha, se la metió en la boca y la volvió a bajar. Un rumor húmedo y rítmico comenzaba a hacerse notar en la habitación.
  • Es que estás buenísima. – le reconocí. Ella volvió a reír.
  • ¿Quieres que nos corramos los dos juntos? – volvió a preguntar. Yo pensaba que se refería a follar, pero rápidamente me lo aclaró. – Esos agujeros no son para ti. – Enarcó una ceja de forma juguetona cuando lo dijo. Cómo me pone, pensé en ese momento. – A veces me corro a chorros. – añadió.

No dije nada, simplemente comencé a masturbarme. Ella me acompañó y siguió masajeándose sus labios y clítoris, cada vez más mojados. Mientras tanto, su tanga seguía en mi cara, impregnándome de los suaves aromas de sus orificios.

  • ¿Te gustaría que mami se corriera encima tuyo? – me dijo ya respirando con cierto nivel de jadeo. Imaginarla soltándome un chorro de flujo encima se me antojó como un regalo del cielo. Asentí como pude.

Ella comenzó a meterse dos dedos al tiempo con frenesí. El chapoteo empezaba a ser profundo. Su respiración era agitada y la acompañaban verdaderos gemidos de placer. Mi polla, a su vez, se movía arriba y abajo furiosamente. Los olores de su tanga me penetraban por la nariz mientras sus suspiros lo hacían por los oídos.

Tras unos segundos de semejante deleite, ella levantó sus caderas y colocó su culo sobre mi muslo. Rio con ansia mientras se mordía el labio y prosiguió con su masturbación. Solo el notar sus nalgas sobre mi piel ya me sobrecogía. Casi podía sentir como éstas se abrían acoplándose a mi muslo y su ano y coño entraban en contacto conmigo. Sus flujos comenzaban a caer por mi pierna.

  • Uffff joder me voy a correr como una fuente. – dijo dando golpes con la cadera. Puso los dedos en su clítoris y comenzó a moverlos en círculos. De golpe se puso a gritar de forma descontrolada y genuina. Eran unos gemidos de placer casi doloroso. Mientras gritaba, se corría soltando considerables chorros de flujo que mancharon mi abdomen, mi polla, mis sábanas e incluso salpicaron mi cara.

Yo me quedé atónito. No me esperaba semejante espectáculo. Había sido una pasada.

—Y ahora por detrás. – dijo Alana mientras se daba la vuelta, se abría de piernas sorteando las mías y colocaba su culo justo encima de mi pene. Casi podía tocarla con la punta. Desde mi punto de vista sólo veía su despampanante trasero, luego la espalda se perdía en un descenso precioso. Ella comenzó a tocarse de nuevo, jadeando casi desde el primer momento. – Ven, dame tu polla.

De espaldas, acercó una de sus manos a mi polla y la cogió. La masturbó ligeramente y la acercó a su coño. Una vez allí, comenzó a restregarse mi glande por su raja. También se daba ligeros golpecitos o amagaba con metérsela. Mi temperatura subió como la espuma.

—¿Quieres follarme? – dijo desde la lejanía. – ¿Te gustaría empotrar a mami?

—Oh si por favor… si… – contesté con la boca desencajada por el deseo. Ella sujetó firmemente mi rabo y empujó su culo hacia atrás. Comenzó a sentarse sobre mi hombría, poco a poco. El capullo desapareció en su interior, abrazado por sus jugos y por el calor de su tesoro. Se quedó ahí unos segundos celestiales, y entonces se la sacó.

—No, no, no… ese agujero es de tu padre. – la decepción que sentí fue indescriptible. – A lo mejor por el otro agujerito… – añadió ella con malicia. Buscó el ángulo correcto y colocó la punta de mi polla en su ano. Parecía que se besaban. Ver a mi glande rozarse con su ano despertó en mi unas ganas irrefrenables de correrme.

Alana comenzó a juguetear conmigo, amagando con metérsela por el culo mientras hacía movimientos pélvicos sobre mi muslo. Notaba sus jugos por mi cuádriceps. Se estaba masturbando conmigo. Aquello era demasiado para mi en ese momento.

—No puedo más, voy a explotar. – le dejé saber.

—Aguanta sólo un poquito más… – me dijo ella con un tono de urgencia en su voz.

Siguió masturbándose con mi muslo, cada vez a mayor velocidad, mientras su mano seguía zarandeando mi rabo contra la entrada de su culo. La mezcla de efluvios flotaba en el aire; su perfume, su squirt, su culo y me polla. Todo ello formaba una amalgama sexual que me llevó al éxtasis. No pude evitar gemir de puro placer cuando el primer latigazo de semen se estrelló contra su precioso asterisco. Casi instantáneamente, mi madrastra levantó un poco sus caderas y se dispuso a correrse a mares, como había hecho antes.

—Joder te voy a empapar cabronazo. – me dijo con voz prendida.

Con su mano se estimuló el clítoris mientras verdaderos chorros de squirt se estrellaban contra mi polla y mi abdomen. Mi propio semen se veía superado en esa lucha de flujos que lo dejó todo perdido. Nuestros gemidos, también coreografiados, se unieron para inundar la habitación. Cuando el éxtasis se desvaneció, Alana se dio la vuelta y dirigió su boca hacia mi polla.

—Déjame que limpie un poco este estropicio. – dijo mientras se agachaba y sacaba la lengua para recorrer todo el tronco de mi nabo. Por el camino recogió grandes cantidades de squirt y semen, que se agolparon en la punta. Después, cogió mi pene, flojeando ligeramente ya, y se lo metió en la boca. – No sé que me gusta más…

—Seguro que ese precioso coño está delicioso…

—Deberías probarlo. – contestó mientras me guiñaba un ojo. – Pero otro día.

Cuando mi pene se quedó completamente flácido, ella se levantó y se marchó. Cómo me ha dejado la cama, madre mía.