Capítulo 1

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De pronto, en uno de esos momentos en que mis ojos llegaban al blanco total, no pude oponer más resistencia y me mojé. En ese instante liberé un gemido fuerte, desahogado, un chillido de excitación que para mí fue del todo imprevisto, acompañado de un estremecimiento total de mi cuerpo, como si me hubiese salpicado una gota fría de agua. Y después de ese instante eléctrico, me rendí en la cama, percibiendo como mi eyaculación femenina se escurría por mis nalgas y humedecía las sábanas.

Me sentí como una niñita de 31 años de edad, vulnerada por el talento de una mujer adulta y experta de tan solo 21 años. Igual que un alfarero, Daniela había usado sus manos para tornear mi clítoris y dominarme hasta llevarme a ese estado de excitación total. Un estado en el que ahora, indefensa, solo podía escudarme en una respiración sofocada, con mis ojos cerrados y mi cabeza hundida en la almohada, mientras mis ojos deseaban escapar del blanco total en el que se hallaban.

Tengo que confesarlo: había alcanzado un multiorgasmo. Y cegada de placer y satisfacción, mis sentidos se extraviaban en un océano de ceguera fantástico. Estaba tan rendida y complacida que cuando los labios de Daniela se aproximaron a mi boca para besarme, dicho contacto me rescató de ese otro plano sensacional en el que me hallaba.

Retorné a mi cuerpo y correspondí al beso de mi amante, como si su boca fuese un manantial en el cual podía apagar mi sed. Cuando el beso concluyó, abrí mis ojos y mis sentidos volvieron a acoplarse por completo a la realidad de ese mundo del que tuve la suerte de huir, durante un instante de extrema felicidad.

—Ha estado espectacular, amor—dije.

—Me encanta que así haya sido. Esta experiencia de masturbarte ha llenado mi ego de una enorme felicidad.

—Ahora es el momento de la tregua y luego te tocará a ti.

—No tengo ningún afán, amor mío.

Al percibir el charco de agua vaginal que humedecía mis nalgas, decidí levantarme de inmediato. Como necesitaba un poco de luz, tomé mi teléfono para iluminar por completo la habitación. Pero el cambio brusco de luz logró lastimar mi visión, de modo que opté por establecer la opción de color aleatorio. Menos de un minuto más tarde, yo regresaba del baño de mi habitación con varias toallas. Y gracias a esta, el continente líquido que se había formado en medio de la cama quedó oculto.

Yo volví a ubicarme en el centro de la cama y Daniela se recostó a mi lado, descansando su cabeza sobre mis senos. Estuvimos dialogando un rato, dejando que el tiempo fluyera. Yo tenía una impresión muy linda sobre el sexo que estábamos viviendo a esa hora de la madrugada. Me sentía como una niñita domada por ella. La manera en que me había dado placer me obligó a rebajarme en mi condición adulta, anulando los diez años de distancia que nos separaban.

Aunque más tarde, cuando llegó mi turno de saciarla y hundir mis dedos en su vagina, recobré mi solidez femenina, esa madurez que me permitía a mí ser la mujer dominante en nuestra relación. Para ese entonces, las dos nos encontraríamos en un intenso estado frenético, como si estuviésemos poseídas por una energía diabólica. Lo que sucedió es que, contemplando los cambios de tonalidades del bombillo, las dos nos sentimos como en un bar. Entonces fui yo la que traje una botella de vino de la nevera para que el licor hiciera de las suyas con nosotras.

Tengo la certeza que ese vino dulce, que nos terminó de embriagar, logró también que los sentidos de Daniela se dilataran, alejándola por completo de cualquier tensión. El efecto del alcohol la relajó a un nivel extremo y eso ayudó significativamente en que los chorros de fluido vaginal que liberó ella fuesen mucho más intensos. Fue como si derramara un litro de jugo vaginal sobre las toallas.

—Ya no más, querida Dayana, ya no más—me exigió mientras intentaba apartar mi mano de su vagina—. Mi cuerpo no soporta más placer.

—Oh, discúlpame. Como quieras… fue la expresión de tu rostro la que me seducía a continuar. Ojalá hubiese grabado esta escena. Se veía como si tu rostro estuviese poseído por un demonio.

—Lo sé, amor mío. Me lo puedo imaginar, con mis ojos en blanco y con esos movimientos que realizó mi cabeza, ¿no es así?

—Exactamente.

Ahora éramos las dos las que estábamos húmedas de placer. Para cerrar ese momento, las dos nos colocamos de rodillas, la una frente a la otro. Colocamos nuestras manos frente a frente, como si ella fuese mi reflejo en un espejo, y yo un reflejo de ella en otro espejo. Parecía como si fuésemos a vivir un nuevo combate de judo y cada una estaba a la espera de quien atacaría primero. Pero no fue así: nuestros dedos se entrelazaron con fuerza y accedimos a aproximar nuestros labios. Nos besamos con total pasión, sintiendo en nuestras rodillas toda la humedad acumulada de placer.

Después de ese romántico beso, nos bajamos de la cama y retiramos las sábanas. El colchón no había sido humedecido de placer, gracias a la labor defensiva del cobertor impermeable que suele tener. En mi departamento tengo dos cobertores más, que compré para evitar que una situación de placer extremo quedará gradaba en mi colchón.

Después de arreglar la cama, colocando sabanas y edredones limpios, las dos nos entregamos a dormir. Daniela se quedó dormida primero que yo. Lo sé por el ritmo de su respiración, que era suave y profunda. Y esa misma respiración profunda, me sedujo a alcanzar mi sueño. Quizá fue por el efecto del alcohol, sumado a la gran dosis de placer que viví con ella, pero recuerdo con nitidez que en medio del sueño me sentí violada.

Fue como si una sombra estuviese penetrándome con una fuerza bestial. Ese alguien que estaba disfrutando de mi cuerpo, estaba dispuesto a saciarme a toda costa, con una violencia excitante. Fue un sueño delicioso, en el que las penetradas eran cada vez más fuertes. Entonces mi imaginación se sobrepuso a mi inteligencia e intuición, dándole vida a ese alguien que me penetraba sin descanso.

La habitación se iluminó y el cuerpo de Daniela apareció frente a mí. En ese justo instante estaba usando uno de esos cinturones dotados con consolador sexual que usamos las lesbianas para penetrarnos. Al instante reconocí que era el mismo cinturón que yo tenía guardado en uno de los cajones del armario, que poseía un consolador de color morado.

—Esto no me lo esperaba, cariño—dije—. Aunque ha sido sensacional que me tomes desprevenida.

Daniela no respondió, porque mi imaginación no estaba centrada en ella, sino en el placer que me daba con sus penetradas. El sueño era cada vez más intenso y abrumador, todo lo que estaba viviendo poseía una pizca de magia increíble, seduciéndome a maravillarme con el gozo que me proporcionaba esa Daniela irreal. Para mí era deleitante intuir toda la energía sexual que yo misma le entregaba a ella para que el follar conmigo mantuviera ese ritmo frenético e ilimitado.

Al final, tras mucho forcejo, tras mucho contemplar cómo ese vibrador entraba y salía sin compasión de mi vagina, un subidón de emoción liberó en mi cuerpo el estallido de un orgasmo. En medio de la emoción del orgasmo, mi respiración se tornó muy liviana y fresca. De hecho, tuve la sensación de que mi mente me comunicó que me había desmayado al ser abrumada de tanto placer. Y al desmayarme, ingresé a un estado de calma e hibernación total, lo que se vio reflejado en esa respiración profunda.

No sé cuánto tiempo pasó después de eso. Pero cuando recobré mis sentidos y tuve la oportunidad de despertarme, lo primero que hice fue llevar mi mano derecha hasta mi vagina. Me acaricié, percibiendo en mis dedos la humedad que gobernaba a mi sexo. Con mucha lentitud deslicé las yemas de mis dedos sobre mi clítoris, pero al instante entendí que no podía seguir frotándome. Mi clítoris estaba demasiado sensible como para continuar dándome placer.

Ante la imposibilidad de masturbarme, cerré mis ojos y acepté el destino de la noche. Pronto me sumergí en un sueño profundo y reparador. Cuando desperté el sol de la mañana inundaba por completo a mi habitación. La sensación de despertarme desnuda me otorgó una gran satisfacción. Me sentí en completa libertad, dueña de mi destino y mi cuerpo. Pensé en Daniela y la respuesta sobre en dónde se encontraba llegó a mí al escuchar los sonidos provenientes de la cocina.

Para terminar de desperezarme, estiré mis brazos por completo, con mis puños apretados. Y luego, como si estuviese enamorada de mí misma, deslicé mis manos sobre mis senos, descendiendo mis caricias hasta llegar a mi cintura. En ese punto, ubiqué mis manos bajo mis nalgas y las apreté para sentirme deseada. Me sentí orgullosa de mi cuerpo.

—¿Y qué vamos a hacer hoy?—me preguntaría Daniela mientras desayunábamos—. ¿Tienes algo en mente?

—No estoy muy ganosa de sexo. Ayer me hiciste el amor como nunca antes. Fue una noche muy húmeda.

—También lo fue para mí. Fue una noche en la que nos sentimos húmedas de placer.

—¿Qué tal si pasamos la tarde viendo una serie o películas en Netflix?—sugerí.

Y tal como lo había propuesto yo, pasamos juntas la tarde en mi cama. Cerramos las cortinas, solo para darnos el gusto de permanecer desnudas en la cama y sentirnos en esa libertad placentera (y diría que sexual) con la que me acaricié mi cuerpo en la mañana. Aunque antes de iniciar nuestra maratón de películas, por iniciativa de ella nos dimos un baño juntas.

Pero no fue un baño donde dejáramos a rienda suelta nuestro apetito sexual. Fue una experiencia de aseo muy tranquila, aunque sí compartimos algunos besos y jugamos con cierta travesura bajo el agua de la ducha, como si fuésemos niñas. Por ejemplo, nos salpicamos con el agua o nos lavamos el cabello la una a la otra, con la abundante espuma derivada del champú.

Después de eso, salimos del baño, nos secamos muy bien y nos recostamos en la cama. A menudo, durante nuestro tiempo viendo televisión, intercambiamos besos o ella se aproximaba a mí para abrazarme, siendo muy recurrente que recostara su cabeza sobre mis senos. Yo la abrazaba entre mis brazos, experimentando un gran dominio sobre ella, porque a pesar del fuego intenso y sexual con el que me dominó mientras teníamos sexo, siempre he sido yo la que he sido la líder en nuestra relación lésbica.

Quizá lo más emocionante de esa tarde, fue que, en ocasiones, Daniela se atrevía a hundir sus dedos en mi vagina. Era algo que hacía solo como quien da un beso o una simple caricia. Un gesto que me encantó, porque me seducía a sentirme deseada. Ella se entretenía con mi vagina un minuto y luego sacaba sus dedos para llevarse la humedad mi vagina a mi boca.

—¿Te gusta lo que te estoy haciendo?—me preguntó en cierto momento.

—Sí, me gusta. Es como si me dieras un beso en la boca, sin que eso implique que me estés sugiriendo que tengamos sexo.

—Exactamente, querida. Aunque también lo hago para disfrutar en mi boca de esa humedad de tu vagina.

—Me encanta, mi amor. Continúa haciéndolo tanto como quieras. Es una caricia muy deliciosa.

Un rato más tarde, Daniela decidió ir al baño a orinar. Aunque antes de eso, ella hizo algo que me fascinó por completo. De manera inesperada levantó el edredón que nos mantenía a salvo del delicioso frío del aire acondicionado, dejándome expuesta y desnuda en medio de mi cama. Luego, con la misma alegre agresividad, agarró mis piernas para levantarlas, por lo que mi vagina quedó expuesta. Conmocionada por su sorpresiva y violenta actitud, tuve el excitante presentimiento de que haría algo que me haría sentir dichosa. Y en efecto, lo que hizo a continuación fue besarme mi vagina durante alrededor de unos treinta segundos.

Fue un sexo oral muy apasionado, frenético, asombroso. Y entonces, se levantó de la cama y se fue directo hacia el baño, sin decirme nada más. Mientras tanto, yo volví a colocar mis piernas una junto a la otra, contemplando la puerta semiabierta del baño. Me había dejado en un estado de fascinación total. Yo me mordí los labios, como quien acaba de tener un fuerte orgasmo, uno de esos en los que tus ojos contemplan chispitas de todos los colores. El ruido de la orina de Daniela llegó a mis oídos. Escucharla orinar generó en mi mente una sensación morbosa. Apenas eran las cuatro de la tarde.