La contratación

Conocí a Tasya en la misma entrevista de trabajo, sin haber visto una foto en su currículum. Esperaba sentada en un sillón de la sala de espera, a la entrada de mi despacho.

Cuando abrí la puerta del despacho, vi a dos candidatas esperando: una era Marta, que llevaba un vestido formal azul marino y sujetaba una carpeta con dedos nerviosos; la otra, una chica de media melena negra y blusa sin sujetador que ojeaba el móvil con calma total. No había foto en el currículum que me había llegado, pero por la expresión firme y la mirada directa, supe que esa debía de ser Tasya.

  • ¿Tasya Yan Tan? Creo que lo he dicho bien. – Dije desde la puerta.
  • Soy yo. – Se levantó sólo con la fuerza de las piernas, plantándose el tiempo justo para que la otra candidata, Marta, se moviese en el sillón, intentando no perder su postura correcta, mientras su mirada se deslizaba por la ropa ajustada de Tasya con un atisbo de desagrado, revisándola muy rápido de arriba abajo. Fue algo rápido, casi imperceptible, pero yo lo noté.

Tasya Yan Tan. Parecía un chiste.

  • Adelante. – dije, invitándola a entrar – ¿De dónde son los apellidos? Por curiosidad. – Pregunté mientras le abría la puerta, la observaba al pasar y cerraba la puerta, sonriendo a la otra chica a modo de “te tengo en cuenta”.

No respondió inmediatamente a la pregunta. Mientras Tasya entraba, no pude evitar fijarme en su forma de andar. Tenía una postura erguida, casi militar; sus tacones resonaban en la tarima del pasillo con un ritmo firme y seco. Al pasar a mi lado, me llegó un leve aroma a perfume floral, sutil pero marcado. Cerré la puerta y le señalé la silla enfrente de mi escritorio. Se sentó con la espalda totalmente recta, las manos juntas sobre las rodillas, casi como en posición de firme. El contraste entre su aparente rigidez corporal y su atuendo —con la blusa que acentuaba sus pechos— resultaba, cuanto menos, curioso. Y entonces respondió.

  • Los apellidos… – repitió – “Yan” es siberiano, y “Tan” es malayo.
  • Siberiano, o sea, ruso. – Al decirlo, percibí que, por obvio, podía parecer impertinente. No tengo ni idea de si los siberianos son rusos a gusto, o todos, o no, o qué.
  • Ruso. – Respondió lacónicamente.

Obviamente, lo primero que veo es lo que se ve. Su media melena negra y lacia, dos grandes pechos en una blusa sin sujetador, con una falda formal, larga, pero bien ajustada. Tacones altos, pero no mucho. La forma en que se presentó dejaba que se sentía cómoda con que su aspecto tomase protagonismo. Debía medir 1,70 y tenía un cuerpo bien formado, no supe bien si sólo por la juventud y la genética o por trabajo. Piel no tan blanca como uno esperaría y guapa, con un rostro delicado y frío, de rasgos pequeños y gesto muy leve, una base poco expresiva. Todo muy ruso, pero con un toque amable. Usaba todas sus armas. Una joven casada, sin hijos, joven y aparentemente muy ambiciosa, con un currículum que parecía denotar foco en el trabajo.

  • Soy altamente resolutiva. Muy seria como mando intermedio. Ya ha ocurrido en dos puestos. – Decía, presentándose ampliamente pero con frases cortas, aparentemente muy ensayadas. Recta en la silla, destacando así sus pechos, casi posando, con la barbilla levemente elevada dándole un aire de soberbia.

Sí, el currículum… Era un buen historial para sus 26 años, y las frases hechas para describirse se perdonan por la juventud. Llevaba trabajando desde los 18, pero había estado trabajando en hostelería mientras hacía una formación profesional, y después había trabajado en dos pequeñas empresas como administrativa y comercial, y en una tercera como secretaria de dirección y después gestora de proyectos, teniendo tres subordinados. Parecía encajar con su actitud: emigrande currante y rusa mandona. Se notaba que intentaba ser amable, pero que partía de una base de frialdad.

Le aclaré primero las condiciones, mientras ella escuchaba atenta, con los ojos vivos, enfocados. Asentía levemente con la cabeza, sin sonreir. No pidió las cifras variables al detalle, ni preguntó días libres ni ventajas adicionales.

  • Esta nueva empresa es un proyecto, Tasya. La garantía no pasa de un año. La abrimos por tres clientes, y si no avanza la cerraré. El puesto de secretaria se hace necesario por eso, y si ese crecimiento no se asienta se acabará, porque para mis otros dos pequeños negocios no me hace falta. Si se asienta, como con la empresa base, dará para muchos años, y lo normal es que mi secretaria de dirección pase a gestión de proyectos cuando conseguimos que crezca.
  • Que crezca… – repitió, cambiando su expresión como si reflexionase sobre mis palabras, desenfocando la mirada. Un segundo después, enfocó la vista en mí y sonrió. – Va a pasar, seguro. Va a salir bien. – Dijo, con convicción. Me entró la risa. Debió ver tal frase como consejo para entrevistas en el vídeo de algún flipado en Tik Tok, o era una ocurrencia. A pesar de la experiencia, la actitud y la aparente articulación, o su perfecto español, era muy joven. Pero me arrancó una sonrisa. – Me gusta la idea de estar en algo desde el principio.
  • Ya veremos si funciona, lo haremos lo mejor posible. Pero no lo digo como una disculpa. Quiero dejar claro que es importante. Y la función lo es también, acorde al sueldo. No soy un jefe fácil en ninguna circunstancia, pero aún menos en este contexto. No soy ni flexible ni particularmente amable, y durante bastante tiempo no existirán más horarios que los que sean necesarios para cumplir los objetivos.
  • Bien.
  • De acuerdo.
  • Déjame darle una vuelta al resto de candidatas y, si te sigue interesando, te respondo como máximo en un par de días.
  • En un par de días. Es casi el triple de mi sueldo actual, y sólo necesito quince días para avisar. Me encaja todo, cuente conmigo.

El sueldo era muy bueno para una chica joven y una secretaria de dirección es al mismo tiempo cuidadora y perra de presa. Así que sus formas parecían adecuadas.

Por cierto, me llamo Raúl. Soy un tipo vulgar. Soy bajito y como mucho llego a estándar en todos los sentidos. En ésta historia soy, sólo claramente, mi posición como jefe de una pequeña consultoría. Nunca me ha ido bien por mi aspecto, pero entre ser entrenador o jefe, según el momento de mi vida, y tener una cierta labia y algo de carisma, me ha ido muy bien. Mis chicas siempre han puntuado físicamente por encima de mí.

Me levanté para despedirla y se levantó en consecuencia, de la misma forma, recta y soberbia, pero con una sonrisa leve. Se giró sobre sus pies casi de forma robótica y empezó a andar a mi lado hacia la puerta.

Cuando salió, vi el resto de desagrado poco disimulado en el rostro de la otra aspirante, Marta. Cambió a sonrisa cuando dije su nombre y pasó.

Por la noche, como había hecho en alguna ocasión, compartí mis dudas con Ana, mi mujer. Me desplomé en el sofá a su vera y empecé a contar. Describí a las tres candidatas y, como de costumbre, me hizo el favor de escucharme.

Mi mujer, Ana, mide 1,50 y es una “muñeca hentai”. Delgadita, flexible, de piel blanca y cabello negro y lacio. Una versión algo más pequeñita del cuerpo de Tasya. Destacan sus tetas, que, como ella dice, son lo único que le ha crecido desde los doce años. Un culo de revista y… Bueno, cuando la conocí básicamente pensé “es literalmente Stoya, pero en pequeñito y con buenas tetas”.

Me escuchó con atención y se quedó pensativa

  • ¿Crees que alguna será competente, guarra y bi?
  • Las tres cosas seguro que no. La rusa puede ser bi, pero fría. La italiana puede ser bi y guarra, pero no es tan competente. La española, pues quizá, pero es que… Es española.
  • Bueno, coge la que quieras. De todas se puede hacer un juguete con tiempo suficiente.

Primeros Días en la Oficina

Enseguida se hizo con el puesto. Tasya se adaptó con sorprendente rapidez. Al segundo día ya controlaba mi agenda casi mejor que yo mismo, acomodando reuniones, ajustando llamadas de última hora y enviando correos que yo ni sabía que debía enviar.

Además, tenía la tendencia a ejercer de mando intermedio. Se notaba que disfrutaba intermediando y transmitiendo mis órdenes, encargándose de que se cumpliesen. Iba y venía entre programadores y los consultores entre físico y remoto, repartiendo instrucciones y revisando su cumplimiento con un temple férreo. Llevaba mi agenda y gestionaba mis tiempos con la mano izquierda mientras transmitía las órdenes con la derecha, haciéndolas cumplir con guante de hierro. Hablaba inglés a la perfección, español, italiano, ruso y malayo. Incluso preparaba mis reuniones con clientes con una previa bastante efectiva.

Una secretaria para mí y una project manager capaz de mantener los ritmos de cada uno para que siguiesen mis instrucciones… En una pequeña empresa es algo raro e importante. Sin embargo, esa soberbia y ese placer por ejecutar las órdenes de cierta manera, como una extensión de mi carácter, me escamaban y podían provocar algún problema innecesario. No duraría mucho si no usaba más la mano izquierda, o su lado malayo, o lo que tuviese que usar para no generar problemas con el personal, con colaboradores o incluso clientes.

En cuanto a lo más obvio… Era una auténtica sensación en la oficina y entre los colaboradores. Obviamente, era perfectamente consciente de que verla vestida así, con ese aspecto, producía un efecto constante e intenso, y que todo el mundo pensaba en abrirle la blusa y empotrarla contra el primer escritorio. Quizá, por su soberbia, pensaban más en ponerla de rodillas y cerrarle la boca a pollazos. Otra arma de doble filo.

Nuestra empresa es una pequeña consultora legal, internacional por lo que hacemos y porque tenemos cuatro pequeñas sedes, con uno o dos empleados en cada una. Cuando Tasya llegó, teníamos España, Georgia y Delaware. Planeábamos, con los últimos dos clientes contratados, abrir en Uruguay, y la llegada de Tasya me hizo pensar en Labuan.

Varias cosas me llamaron la atención esos primeros días, en el despacho. Solía repetir mis órdenes – supuse que intentando transmitirme así que lo había entendido – y obedecerlas de inmediato sin rechistar. Si le decía “Avisemos a Javi de que revise la página web”, ella respondía “Avisar a Javi, página web, revisarla” y lo dejaba apuntado o lo ejecutaba de inmediato. Al principio pensé que era un hábito para no olvidarlo… Pero había algo… su postura se tensaba sutilmente, como si entrara en un pequeño trance. “Marchando” era su única respuesta ocasional a las peticiones. Incluso cuando, sentados ambos en mi despacho, yo declaraba en voz alta “Fulanito debe hacer X”, ella lo repetía, apuntaba inmediatamente en su libreta o móvil la órden… Sin tener que indicarle que era su tarea. A veces, incluso parecía imitar el gesto que yo había hecho previamente.

No cabía duda de que se exhibía sin demasiado pudor, incluso con cierta altanería. Su forma de agacharse a mi lado, inclinándose para enseñar las tetas, era segura; y su forma de plantarse a preparar el café, posando para que la forma de su culo resaltase. Yo no estoy, en general, dispuesto a ocultar mi mirada al cuerpo de una mujer, ni en distancias cortas ni largas. En la calle, o con alguien desconocido, puedo llegar, por educación, a no observar con detenimiento y sin ocultar mi mirada. Pero en distancias cortas y con quien tengo alguna cercanía, personal o laboral, no. Cuando Tasya se plantaba delante de mí, no ocultaba mi repaso, ni ella parecía avergonzarse. Si tus pezones y la forma de tus tetas se perciben con claridad en la ropa que decides ponerte para trabajar, pues es lo que hay. Si tu falda es como para que pueda verte el DIU, no esperes que me gire con pudor.

Era demasiado con todo el mundo. Javi, el programador jefe, que es un buen amigo, se lo tomaba con filosofía; y de vez en cuando me decía que, si en vez de ordenarle pedir un documento, le pidiese que me comiese el rabo, ni siquiera se inmutaría. La imaginaba así, igual de psicópata que con ellos, pero en modo secretaria de película porno.

  • Cuando tú le pides algo, entra en trance. Si le dices “chúpamela”, esa se hace la cola en silencio de inmediato mientras se arrodilla y se está asfixiando ella sola con tu capullo hasta que termines antes de decir ni mú.
  • No digo yo que no. – Respondí.

Cuando volví a casa y Ana me preguntó por la nueva secretaria, no pude evitar contarle la impresión de Javi:

  • Según él, si en vez de pedirle un informe le pido que se ponga de rodillas, ni pestañea.

Ana alzó una ceja y sonrió con malicia.

  • Interesante. Cuéntame más.

La cena

No sé si lo he dicho, pero mi esposa es webcamer, y tenemos una carrera de perversiones satisfechas que pretendo empezar a narrar. Habían pasado pocas semanas y hablábamos, una noche, en casa.

  • Quizá sea igual de obediente para todo. – Me dijo
  • Quizá. – Respondí – No se corta un pelo, viene elegante pero marcando mercancía, y obedece como un robot, repitiendo mi orden y ejecutándola de inmediato, siempre. Más allá de eso, habla poco.
  • ¿Está casada, no?
  • Sí. El marido es informático o algo parecido.
  • Pues vamos a organizar una cena. Dile que, si no, me pongo celosa – dijo, abriendo la boca en una sonrisa amplia, caricaturesca y traviesa. Decir que estaba celosa era ya una coña evidente. – Mira mira… Lo tengo: ordénale que se ponga muy guapa y venga con su marido. A ver qué interpreta por “guapa”, y cómo son juntos.
  • ¿Por las buenas?
  • ¿No tenéis que ir a Montevideo antes de Marzo? – En Marzo pensaba hacer la apertura definitiva, y Ana siempre se viene a los viajes, porque puede currar desde cualquier sitio.
  • No. – Respondí.
  • Pues monta un viaje antes y dile así, sotto voce, que es para mi tranquilidad, y les quiero conocer.
  • Que perverso suena. Me encanta.
  • Sólo estoy empezando – Dijo, acercándose a mi oreja mientras mi mano se dirigía a su culo.

Lo hice de inmediato. Le envié un mensaje a Tasya pidiéndole que viniera a cenar con su esposo, de manera informal, “para que Ana te conozca antes de que hagamos la incursión en Montevideo”. Inmediatamente recibí su confirmación con un “Hecho. ¿Hoy?”. Al ver el mensaje, Ana se puso a reir y hacer palmas.

  • ¡Está ansiosa! ¡Es peeerrraaa!! Jajajaa!
  • O quiere sólo hacer méritos. No adelantemos acontecimientos.

“Mañana a las 8”, respondí al mensaje.

Al día siguiente, llegaron con absoluta puntualidad. Ella iba con una falda ajustada de tubo y una blusa de seda color beige. Sin sujetador. Él, en contraste, lucía un polo verde y pantalones de vestir, el típico look de programador que intenta ir arreglado sin dejar de sentirse cómodo.

  • Hola, encantado – dijo Álvaro, ofreciendo la mano primero a Ana y luego a mí.

Tasya se puso en pie, con la espalda tan recta como siempre, y dedicó a Ana una sonrisa tan amplia que parecía practicada.

  • Encantada de conocerla, señora Ana. – dijo, con un gesto que no le había visto, una leve reverencia de cabeza.
  • No me llames “señora Ana”. Es suficiente con “Ana”. – respondió ella, con ese tono risueño que utiliza cuando quiere caer bien a alguien, pero con una dirección y autoridad claras. Había empezado el juego desde el saludo.

Tasya, erguida como un soldado, la miró a los ojos con un destello de perplejidad que duró un suspiro. Luego asintió en silencio.

  • Ana – repitió lentamente, como si saboreara la palabra.
  • Eso está mejor. – Ana se alejó levemente de ella, mirándola con clara evaluación. Su mirada se detenía con descaro en los pechos de Tasya antes de subir de nuevo al rostro, y le tocó la cara. – Te sienta bien ese color.
  • Gracias. – La voz de Tasya salió más suave de lo acostumbrado, como si le hubiese costado.

Álvaro, a un lado, se aclaró la garganta y trató de sonreír, mientras le ofrecía la mano a Ana también. Ana se acercó a darle dos besos, que fueron largos, mientras pegaba su pecho al de él. Tasya observó la cara de Ana pegarse a su marido, y sus labios dar un beso sonoro y redondo, que en cualquier entorno hubiese resultado inapropiado. Ana la miró acto seguido, sonriendo, sin soltar su mano del brazo de Álvaro aún.

  • ¿Nos sentamos? – Dijo.

Tasya se sentó junto a Ávaro, frente a Tasya, que dejó a mi lado de la mesa. Ana seguía contemplando a Tasya como un gato delante a un ratón.

  • Dime, flamante secretaria – dijo Ana, apoyando un codo en la mesa y ladeando la cabeza con una sonrisa -. ¿Te está tratando bien el jefe?
  • Jefe… Sí, es un buen jefe – respondió. Un segundo después, agregó – Muy buen jefe.

Lo soltó como si fuera un mantra ensayado, tan directo que parecía no significar nada. Ana arqueó una ceja y pasó la punta de la lengua por su labio superior de forma deliberada.

  • Me gusta tu seguridad, ¿siempre es así? – moduló la pregunta, mirándome.
  • Cuando tengo órdenes claras, sí. – Tasya dijo aquello muy seria, y de inmediato se corrigió – Quiero decir… que cuando sé lo que debo hacer, soy muy firme.
  • Me gusta la gente que le obedece sin rodeos. Me ahorra trabajo – Ana se reclinó un poco hacia atrás.

Cómoda con el silencio que había creado, se dirigió a Álvaro con curiosidad:

  • Bueno, Álvaro, ¿y tú qué proyectos manejas? Tengo entendido que eres programador, ¿no?

Él asintió con un gesto algo tímido.

  • Sí, hago algunas consultorías de seguridad y estoy fijo en dos proyectos de consultoras, software libre. Trabajo desde casa casi siempre.

Tasya intervino con un tono notablemente más firme que el de su marido.

  • Hace poco estuvo de freelance en una empresa grande, pero lo dejó porque no le pagaban lo suficiente – dijo, mirándolo de reojo- . Le advertí que no aceptase el primer contrato que le pusieran delante.

Álvaro se encogió de hombros, defensivo.

  • Sí, pero no fue tan mal. Al menos saqué contactos. – Lo que sacaste fue una pérdida de tiempo – sentenció Tasya, clavándole la mirada -.
  • Todavía hay facturas pendientes de cobro, y ya veremos si nos las pagan.

El tono cortante provocó un silencio tenso en la mesa. Álvaro intentó sonreír, pero se notaba incómodo. Ana, por su parte, se divertía con la situación.

  • No lo sabía – comentó con fingida inocencia -. Anda, ¿entonces Tasya también te da órdenes a ti?

Álvaro soltó una pequeña risa nerviosa.- Bueno, es que ella… es mi mujer, y lleva mucho lo de la contabilidad. Yo me centro en la programación, y ella… controla bastante.

Tasya se limitó a asentir con aire autoritario. Ella era la que dominaba, pero para ser una situación en público, esas formas iban mucho más allá.

  • Vaya, vaya —prosiguió Ana—. Veo que eres toda una jefa en casa también.
  • Hago lo que hay que hacer.
  • ¿Y cómo ves a Tasya en el día a día? ¿Te está ahorrando trabajo o te está volviendo loco?
  • Es eficiente, organizada y capaz. Sin embargo, debe suavizar. Ser más amable con sus compañeros y, en general – miró a Álvaro – con todo el mundo – Miré a Tasya, volví a mirar a Álvaro y, de nuevo, a Tasya, fijamente.
  • Con todo el mundo – Miró a Álvaro, y de nuevo a mí – Sí, señor.- Su cara se enrojeció llamativamente, algo que no había visto aún. Bajó la mirada.
  • Ver disfrutar el abuso de poder me asquea. Así que eso espero.
  • Las broncas son normales. Pero haz caso al jefe. – Intervino Ana, intentando reducir la incomodidad.
  • Es cierto que he tenido un par de encontronazos con los programadores y con… algunos proveedores. Exijo que la gente cumpla.
  • La exigencia está bien – añadí. – Pero debes entender mejor tu posición.
  • Seguro que puedes, cariño – le dijo Álvaro a Tasya, intentando ser amable.
  • Cálla… – Se interrumpió a sí misma en seco. Me miró. Mis ojos, clavados en ella, le confirmaron que había hecho lo correcto no acabando la palabra. – Gracias, cariño. Seguro que sí – Y le sonrió.
  • ¿Y tú qué haces, Ana? – Preguntó Álvaro, con extrema timidez. – Quiero decir, qué sueles hacer, o qué proyectos tienes – Casi tartamudeó – Si no es mucho preguntar.
  • Soy webcamer.
  • ¿Webcamer… Erótica, quieres decir? – Preguntó Álvaro. Y, como de costumbre, pudimos disfrutar de un buen rato de despejar mitos y leyendas y poner el sexo como centro de la conversación.

Unas cuantas cartas iban a ponerse sobre la mesa durante el resto de la cena.

  • Se he puesto cachonda con la bronca. Creo que tenemos un juguete nuevo – me susurró, divertida, en cuanto se fueron.

Primer viaje

Ana me hizo el café esa mañana. Me lo puso en la mesita del sofá, y me hizo sentarme.

  • Te voy a dejar sin leche para la putita.
  • Buff… Buena idea. Así podré darle rabo más tiempo y probar su capacidad de apnea.
  • Cabrón – Dijo, sacándomela y lamiéndola. – Se muere por que le ordenes abrir la boca y tragar rabo.

Empezó a lamer y succionar el capullo mientras agarraba mis huevos, sacándolos, con la otra mano. Agarraba con la otra desde la base, evidentemente buscando producirme una sensación de urgencia por eyacular cuando antes con ese despliegue. Escupió y engulló casi toda salvo la cubierta por la mano, que apretó en mi base.

  • Pff…- dijo, sacándosela – Dime lo que vas a hacer mientras te la chupo. – glopp – engulló de nuevo, agarrándola con la lengua para acompañar la tragada.
  • Bua… Creo que voy a sorprenderla. En el mismo avión o el taxi…
  • Gloobb glup…
  • Y a lo mejor ni le doy orden. La cojo del pelo y la fuerzo a arrodillarme mientras me la saco…
  • Gllgogoggogloglogglooglo
  • … Le abro la boca con los dedos, le doy un guantazo…
  • Gloopfffff sí, dale… glogblobloggg
  • … Y le follo la boca hasta descargarme, sin más…
  • … Puta de mierda globglogloglggjjjjjjjjjj pfff glup glup glup…
  • … No sé si correrme en su garganta o en su cara mientras la abofeteo…
  • … glogloggglo dame leche… pfff dame…
  • … Joder que cerda eres, amor mío…
  • … Dale leche, dale a la puta nueva gloppglop globglgolglgogloglop glop glop…
  • Que ganas de veros con las lenguas enroscadas en mi polla…
  • Glop glop glop
  • Dios que puta eres… Me corrrrooo…

Llevaba 48 horas sin correrme, así que fue bien copioso. No es normal que consiga tragárselo todo, pero no sólo se clavó mi polla en la garganta mientras me corría, sino que sujetó mis huevos y siguió masturbándome de forma lenta y fuerte, como ordeñándome.

  • Ahhh que rica está… bpff… Así puedes romperle la boca a la pedazo de guarra.
  • Gracias, preciosa. Tu boca es algo fuera de lo normal.

Llegué al aeropuerto poco antes de la hora prevista. Tasya ya me esperaba en la zona de facturación, con nuestros billetes de embarque y un café para mí. Vestía un elegante traje con pantalón y blusa blanca; ni una arruga, ni un detalle fuera de lugar. Me saludó con un suave “Buenos días, jefe” y luego repitió, casi en un murmullo, “Billetes, embarque, terminal cuatro”, mientras miraba el móvil para confirmar la puerta de salida.

Durante el vuelo, se sentó a mi lado y dedicó todo el trayecto a repasar mi agenda, organizar una carpeta con los contratos y enviar correos a los clientes que veríamos ese mismo día. Era como si necesitara anticiparse a cualquier mínimo inconveniente. Noté que cada vez que le pedía algo —revisar un documento, mandar un archivo— ella lo repetía en voz baja: “Mandar archivo, en marcha”. La obediencia inmediata, casi automática, me producía cierta mezcla de fascinación y desconcierto.

Al aterrizar, un conductor nos esperaba para llevarnos a la oficina local. Tasya empezó a dar instrucciones con su tono habitual, cortés pero contundente. Finalmente había decidido visitar la última sede abierta, en lugar de hacer una incursión para la nueva. A pesar de ser su primera vez en aquella sede, se movía como si conociera cada rincón: preguntaba por el material necesario, pedía informes, anotaba las respuestas con velocidad. Cuando se topó con un problema (un socio que no había tramitado a tiempo cierta licencia), me miró a los ojos con determinación.

  • ¿Le llamo para que se presente hoy mismo, jefe?
  • Sí, exígele una reunión para esta tarde.
  • Una reunión para esta tarde —repitió ella, tomando nota—. Hecho. Lo haré amablemente! – dijo, sonriente.

El día pasó volando entre visitas a clientes y pequeños contratiempos que Tasya resolvía sin pestañear. Durante la cena, salpicó una gota de salsa en mi camisa mientras comíamos en un restaurante cercano. Tasya lo vio antes de que yo me diera cuenta y, sin decir nada, se levantó, salió corriendo a la tienda más cercana y regresó con una camisa nueva. El gesto, aunque exagerado, me confirmó la entrega casi inquebrantable que sentía hacia su trabajo. Incluso llegué a pensar que era demasiado, e intenté en un par de ocasiones tener conversaciones más banales o amables, externas al trabajo.

  • ¿Es Tasya un nombre común en tu tierra?
  • Es diminutivo de Anastasya. En realidad, me lo puse en el DNI español ya cambiado, pero el nombre original era Anastasya.
  • Vale. Cuéntame de ti. Algo de tu tierra y de tu vida, para empezar. Y extiéndete más de lo habitual.
  • Nací en Dudinka, pero cuando tenía seis o siete años nos fuimos a Penang, en Malasia. – A una ciudad más bonita, George Town. Bueno, antes estuvimos en Krasnoyarsk, pero muy poco tiempo.
  • ¿Y cómo acabas por aquí?
  • Como casi todos, venirme a Europa era buena idea. Leí “Der Engelherd”, de Olga Martynova, y me obsesioné con emigrar. Ya estudiaba inglés, español e italiano y había venido de viaje con mis padres dos veces, a Barcelona. Así que lo típico… Mentí sobre la edad y conocí a Álvaro por una web.
  • Coño, entonces tu edad…
  • Ha! No te preocupes jefe, tengo 26 pero 24 pero 26. Mentí sólo por dos años. Tenía 15 años cuando conocí por internet a Alejandro y me vine ya con 16. Sí que falsifiqué el documento, pero sólo tuve que ponerme dos.
  • Bueno, más o menos lo mismo. Así que siberiano-malaya.
  • De mar en una y de mar en otra.
  • ¿Qué hacían tus padres, si se puede preguntar?
  • Se puede preguntar todo.
  • Eso.
  • Mi padre mueve contenedores desde siempre, en Dudinska y luego en George Town. Está allí con su kongsi y es feliz. Un kongsi es como una asociación comunitaria, y mi madre da clases a niños ahí también.
  • ¿Tu madre es malaya o rusa?
  • Nacida en Malasia y criada en Krasnoyarsk. Yo soy la que ha ampliado el “circuito”.
  • O sea, que te escapaste.
  • Noo, jaja, qué va. A ellos no les importaba. Me iba con un buen hombre, Álvaro vino a por mí y nos fuimos juntos. Estuvo ahí seis meses. Joder, si los documentos me los falsificó mi padre.
  • ¿Transportista, no? – Dije con sorna.
  • No he dicho de qué – sonrió. – Tampoco lo sé mucho, pero vamos, que no creo que sólo haga cosas legales.

Con el tiempo fui conociendo más detalles. Tasya nació en Dudinka, una pequeña ciudad portuaria situada al norte del río Yeniséi, en plena Siberia. Allí, el viento helado se cuela por cada rendija y el sol escasea durante los meses más crudos, apenas dejando unas horas de claridad gris cada día. Su familia vivía en una buena casa, pero hasta esas, allí, crujen con las ráfagas, como si el frío quisiera arrancar las paredes de cuajo.

En ese entorno áspero, su padre se ganaba la vida moviendo contenedores de mercancías de un lado a otro de la vasta tundra y a través del mar, por lo que cultivó los contactos que luego le facilitarían emigrar. Nunca aclaraba del todo qué había en aquellas cajas de metal; a veces comentaba que transportaba piezas de maquinaria para fábricas, otras veces simplemente decía “de todo un poco, hija”. Fuera lo que fuese, le permitía manejar algo de dinero con el que aseguraba comida y una vida relativamente cómoda para la familia.

La madre de Tasya, nacida en Malasia pero criada en la fría ciudad de Krasnoyarsk, se ajustó sin problemas a la rutina dura de Dudinka. Solía decir que, tras un par de inviernos, el resto del mundo parecía cálido. Impartía clases informales de alfabetización a los niños del barrio, así que a Tasya nunca le faltaron libros y ejercicios de idiomas. Quizá de ahí surgió su pasión por aprender: español, italiano e inglés se convirtieron en su vía de escape cuando el viento del Ártico hacía imposible salir a jugar.

En ese ambiente, Tasya empezó a mostrar reacciones de sobresalto muy marcadas. Al caer un cubo de metal o resbalarse alguien en la nieve, su corazón se aceleraba y a veces imitaba las exclamaciones de su madre sin darse cuenta. Pero era la voz de su padre la que más le provocaba esa reacción, automática, de trance, desde siempre. De niña, su entorno lo veía como algo gracioso o un signo de formalidad. Pero con el tiempo, comprendería que esas respuestas formaban parte de un rasgo (por exageración, trastorno) cultural muy concreto, un híbrido de su herencia rusa y malaya, que más tarde tendría un nombre: Latah, como lo llaman en Malasia, o Miryachit, en Siberia. Consciente de ello, con el tiempo logró controlarlo en cierta medida; de hecho, desde que vino a España, y hasta que empezó a trabajar con nosotros, no había vuelto a poder con ella.

Cuando, por la noche, nos reunimos por fin en la sala de juntas de la sede, me sorprendió encontrarlo todo impoluto y listo para la sesión de cierre con los clientes. Tasya estaba allí, revisando notas y enviando un último correo. Parecía incansable, como si su energía se multiplicara bajo presión.

  • ¿Alguna instrucción más, jefe? —preguntó, con ese brillo en la mirada que ya empezaba a reconocerle.

Por un segundo pensé en lo que Javi, mi programador, solía decir: “Cualquier día le pides algo inaudito y lo hará sin cuestionarlo.” Y, aunque el cansancio empezaba a pesarme, no pude evitar sentir un escalofrío de curiosidad ante lo que podría pasar si cruzaba ciertas líneas.

  • No, Tasya, con esto hemos tenido suficiente por hoy.

Ella asintió, satisfecha, y de nuevo repitió en un susurro: “Suficiente por hoy”. Su obediencia era tan literal que resultaba inquietante. Pero al menos se había enmendado y era más afable con todo el mundo.

El diagnóstico

En un par de meses se presentó la oportunidad de abrir la delegación en Montevideo. El plan era pasar tres o cuatro meses allí, entre papeleo, reuniones y gestiones varias.: Ana, mi mujer, y Álvaro, el marido de Tasya, podían trabajar a distancia sin problema. Cogimos una casa para Ana y para mí, algo suficientemente grande como para tener varios despachos. Como alojamiento, Tasya y Álvaro tendrían el hotel. Pero desde el principio lo planteamos como disuasorio, para que fueran a dormir o descansar, pudiendo trabajar en la casa.

Recuerdo que Tasya se mostró tan servicial con Ana desde el minuto uno que resultaba cómico. Tasya era muchas cosas, pero no era tonta. Así que asumí desde el principio que pretendía que se notase. En el aeropuerto, nada más cruzar miradas, Tasya fue derecha hacia ella con una efusividad inusitada. Ni siquiera tenía la misma confianza que conmigo, pero se comportó como si quisiera ganarse a Ana desde ese mismo instante. Yo me limité a observar la escena mientras charlaba con Álvaro sobre sus proyectos de programación.

Durante el vuelo, Tasya no dejó de preguntar a Ana qué necesitaba, si estaba cómoda, si prefería una manta o un refresco… Ana respondió con naturalidad, pero noté en sus gestos una profunda diversión y satisfacción. Algo en la insistencia de Tasya le llamaba la atención y no sabía muy bien cómo encajarlo.

Al llegar al hotel en Montevideo, dejamos las maletas en las habitaciones asignadas y nos reunimos en un pequeño salón de la planta baja para decidir la logística de la semana. Tasya ya tenía una lista mental de las reservas, los horarios y los contactos locales. Cuando terminamos, se marchó con Álvaro, supuestamente para descansar un rato.

Fue entonces cuando Ana, apoyándose en la barra del mini bar, lanzó su observación con un gesto intrigado:

  • Hace lo mismo conmigo.
  • ¿Perdón? – respondí
  • Cualquier cosa que comento: “podríamos visitar tal sitio”, “a ver si ponemos la habitación de otra forma”, “me gustaría ver un espectáculo típico de aquí”… Se pone a organizarlo o a buscarlo como si fuera una orden. Le he dicho un par de veces que se calme, que era solo una idea que solté en voz alta, pero se comporta como si su vida dependiera de hacerlo realidad al instante.
  • Eso la hace eficiente, ¿no?
  • Eficiente, sí. Pero en su vida privada… ¿te has fijado en cómo ignora a Álvaro? —Ana alzó las cejas en un gesto casi cómico—. Ya no le habla mal, pero él le ha pedido atención tres veces durante el viaje y ni le ha mirado. De hecho, seguía mirándome con la misma actitud de disposición, como no escuchándolo, pero de no escucharlo activamente. Estaba metida en Google Maps buscando un restaurante que yo había mencionado de pasada. Te digo que hace transferencia, esta cría necesita órdenes. No he visto algo así en mi puñetera vida.
  • Bueno, en esto no le echaré la bronca, si la hace atenta a su trabajo asistencial. Tienen su propio rollo, y les va bien.
  • Que su marido le ha pedido atención tres veces y ni lo ha mirado a la cara.
  • Sí, lo he visto. Lo ha ignorado y me ha preguntado si tenía que hacer algo para preparar lo de pasado mañana.
  • Te digo que es su forma de pedir polla.
  • Quizá también polla, pero creo que necesita bastante más que eso.
  • Pues sí – Ana frunció el ceño levemente y desenfocó los ojos – ¿De dónde dijo que era?
  • Nació en Siberia y se crió en Penang, en Malasia.
  • Vaya… Eslava malaya en el Mediterráneo. – Y sacó su móvil, lanzándome un beso y una sonrisa.

Por la tarde, nos movíamos a un despacho local en taxi, aunque Ana tenía la idea de entretenerse por la zona mientras teniamos la pequeña reunión. En el taxi sacó la cabeza del móvil por primera vez en un buen rato.

  • ¿Recuerdas lo que dijiste sobre su doble origen? Siberia y Malasia. —Ana se mordió el labio inferior—. He estado leyendo en el avión. Hay algo que se llama Latah en Malasia, y en Siberia lo conocen como Miryachit.
  • ¿Un baile o una posesión demoníaca?
  • Más o menos. Un síndrome que hace que reaccionen a sobresaltos y órdenes de forma exagerada, repitiendo palabras o gestos, a veces sin control. Yyy… Que obedezcan instrucciones de forma irremediable. Me he fijado en que Tasya, si la interrumpes o le pegas un susto leve, repite la última frase que haya oído.
  • No jodas… ¿Las repeticiones?.
  • Pues sí. Estoy casi segura de que ella lo tiene. Es como un interruptor: en cuanto percibe algo que la “activa”, entra en esa especie de trance de obediencia. O le produce placer, yo qué sé. Simplemente… repite y obedece.
  • Tiene sentido. Pero no mola si no lo puede controlar.
  • Precisamente por eso te lo cuento. Está funcionando de maravilla como secretaria, pero… —Ana chasqueó la lengua—. Mira cómo pasa de Álvaro. Tiene que ser una preferencia, o algo que con los años se ha vuelto selectivo.
  • Quizá en la intimidad funciona igual. O quizá no, porque al marido no le ha asignado la voz de comando. —Me encogí de hombros.
  • Lo veremos, porque ya tengo un plan para testearlo. Quiero ver hasta qué punto llega su predisposición.
  • ¿Vas a ponerla a prueba?
  • Es que, si la pruebas, tú la rompes. Digamos que quiero ver si se comporta igual conmigo en algo más personal. ¿No te pica la curiosidad?

La sonrisa de Ana lo decía todo. Además tiene razón sobre mí… La parte del juego me toca los cojones, y me da pereza el cortejo, como tal, así que pensar en una investigación sutil me irritaba. Si sabes lo que te gusta y coincidimos, es suficiente. Si tiene síndrome cultural, pues muy bien, que lo disfrute o que se lo trate.

Y así quedó sellado el pacto implícito: Ana diagnosticaría a Tasya con su peculiar “método de campo”.

En ese instante, Álvaro y Tasya volvieron a aparecer por el vestíbulo del hotel, y Tasya se dirigió a Ana con entusiasmo sumiso:

  • ¿Ya has mirado las entradas del espectáculo? Si quieres, puedo reservarlas ahora mismo.

Ana me lanzó una mirada significativa, enarcando una ceja. Clavó los ojos en Tasya y preguntó, sin esconder su matiz autoritario:

  • ¿Harías eso por mí? Perfecto, entonces encárgate. No tardes.

Tasya casi dio media vuelta de inmediato para sacar el móvil y ponerse a buscar las entradas, como si aquella simple frase fuera una orden de la que dependiera el universo. Por mi parte, no pude evitar un ligero escalofrío al confirmarse lo que Ana decía: Tasya no tardaría en demostrar hasta dónde alcanzaba esa obediencia absoluta.

El test

El nuevo piso franco que habíamos alquilado para la apertura de la oficina en la ciudad se convirtió en nuestro cuartel general temporal. Era un apartamento espacioso, con varias habitaciones grandes y un salón que habíamos habilitado para reuniones y trabajo. Sin embargo, su rincón más peculiar era el que Ana, mi mujer, había elegido para montar su estudio de webcaming.

Ella, siempre dispuesta a llevar sus proyectos allá donde fuéramos, había convertido la habitación más luminosa en un pequeño plató: focos, cámara, una mesa llena de accesorios y un sillón con respaldo alto y tapizado llamativo. Aquella tarde, se la veía especialmente entusiasmada: estaba preparando todo para su siguiente emisión en directo.

  • Raúl, ¿puedes ayudarme con la luz? —dijo Ana, con un cable en la mano—. Quiero que quede enfocada justo sobre el sillón, para que se vea bien cuando me siente.
  • Claro —asentí, acercándome.
  • Tengo un plan —añadió con una sonrisa traviesa—. Voy a llamar a Phyma para que te dé un repaso y te deje a punto, y luego… Tú, lo que pase, pues te dejas.

Me quedé un segundo en silencio. Aquello no era extraño, en sí. Pero estaban Tasya y Álvaro.

  • Vale. —respondí—. ¿Dónde lo hacemos?
  • En la cama de tu despacho ya vale, así tenemos dos escenarios de juego.

En ese momento, Tasya, mi eficiente secretaria, entró en la habitación con pasos decididos. Vestía una falda suelta y top sobrio, gris claro, que básicamente no dejaba nada a la imaginación. Detrás de Tasya, sentado en el salón con su portátil en la mesa, se veía a Álvaro, el marido de ella, que pretendía estar metido en el trabajo, pero claramente atento. Al otro lado del salón estaba mi despacho, así que para ir y venir del estudio webcam a mi despacho había que pasar frente a él.

  • ¿Me necesitabas, Ana? —preguntó Tasya, con su tono habitual de diligencia.
  • Justo. Quiero que prepares la habitación de Raúl para la masajista que va a venir. Aceites, toallas, velitas… Que quede todo listo para un masaje muy especial. ¿Entendido?

Tasya abrió los ojos ampliamente, con una sonrisa de cara que incluso que sonriese con la boca levemente. Se controló y asintió sin dudar: – Claro. Me pongo a ello de inmediato.

La mirada atónita de Álvaro al escuchar aquello fue divertida. Ya no miraba al ordenador, sino a su mujer. Estaba claro que no se esperaba semejante escena: Ana hablaba de un masaje erótico con la naturalidad de quien ordena un café y le encargaba a Tasya prepararlo. Tasya, por su parte, no parecía perturbada. Solo asentía y repetía lo que se le pedía, como si fuera una tarea más de la oficina.

  • Álvaro, ven —intervino Ana, aprovechando que el hombre ya estaba mirando—. ¿Puedes ayudarme con el setup del streaming? Así estás “entretenido” y de paso veo si sabes algo de luz y sonido.

Álvaro miró a Tasya con un gesto dudoso, quizá buscando su aprobación. Ella, con su firmeza habitual, borró la sonrisa, le miró y soltó: – Hazlo.

Aquello fue casi una orden militar. Álvaro se encogió de hombros y avanzó, obedeciendo a su mujer. Ana me lanzó una sonrisa divertida, disfrutando de la escena: Tasya mandaba en Álvaro, y Ana, a su vez, tenía el mando absoluto de todo el contexto.

  • Venga, cada uno a su movida —dijo ella, palmeando las manos con entusiasmo—. En diez minutos quiero verlo todo listo.

Mientras Ana se ocupaba de que Álvaro la ayudara con los focos y el ajuste de la cámara en su estudio, posando para comprobar el efecto, Tasya salió disparada hacia mi despacho para preparar todo el escenario del masaje. La casa franca tenía un salón amplio, el estudio de Ana, mi despacho y otros tres cuartos; todas las estancias se llenaron de la determinación de Tasya, que iba de un lado a otro recogiendo accesorios.

Cogió un montón de toallas suaves y algunos frascos de aceites aromáticos que había traído Phyma, la masajista, en anteriores ocasiones. También tomó un difusor con velas, de esos que proyectan una luz tenue y un olor dulce. Por su parte, Álvaro se quedó con Ana, algo confuso, pero obedeciendo los requerimientos de iluminación y cableado.

  • ¿Dónde guardaste los reflectores? —le preguntó Ana, con la puerta del estudio abierta, mientras se quitaba una chaquetilla y quedaba con el short y un top revelador.

Álvaro miró en derredor, desconcertado.

  • Creí que los habías dejado en la sala de reuniones. – dijo, mientras quitaba el top. Lo hizo despacio, para que él tuviese tiempo suficiente de mirarle las tetas. Al acabar de sacar el top, le miró. Él le clavó los ojos con un gran esfuerzo y tragó saliva.

Ana se rio, en parte con cariño y en parte con superioridad. Se puso una mano en jarras contra el costado, haciendo posar las tetas mientras hablaba, para dejar clara su relajación.

  • Ay, Álvaro, corre a buscarlos, antes de que me desconecte la inspiración.

Obedeciendo, él salió del estudio, y al darse la vuelta vio a Tasya en el salón, organizando cosas sobre la mesa. Fue un instante curioso: la eficiencia de ella contrastaba con la perplejidad de él. Desde el despacho lo vi abrir la boca, como si quisiera preguntarle algo sobre aquella situación inusual. Tasya había estado presenciando la escena, pero sólo le fulminó con la mirada:

  • ¿A qué esperas? —soltó, en un tono que no admitía réplica.

Él siguió su camino sin rechistar, mientras Tasya continuaba con su trajín.

Ana empezó a hablar a viva voz con Álvaro en cuanto volvió sobre su plan de emisión. “Voy a poner anal en el menú”, “estos consoladores se pueden chupar, pero si estáis disponibles es mejor una polla”, “ahora por las tardes hay más usuarios de pago, así que estaré corriéndome como una fuente la mayor parte del tiempo”… Literalmente tiraba misiles que le divertían a sabiendas de que cada uno producía un impacto de pudor y no iba a obtener una respuesta viril. Yo pasaba a ratos por la puerta del estudio y veía la conversación.

  • A veces vienen curiosos, otros quieren algo más interactivo —decía Ana—. Y, cuando les pillo el truco, me divierto mucho. Alguno se pone a pedir cosas rarísimas, y yo decido si lo hago o no. Es un juego mental, ¿sabes?

Álvaro asentía, con el rostro un poco congestionado, no tanto de vergüenza como de puro asombro. Cada vez que intentaba intervenir con un comentario, Ana le lanzaba otra batería de información.

  • Algunos pagan muy bien por un par de minutos de charla picante. Igual os llamo por teléfono a alguno, porque me han pedido que haga una llamada guarra, y vosotros me seguís la corriente.

Tasya, que iba y venía del salón a mi despacho, también alcanzaba a escuchar todo. Aun así, no detenía su ritmo: recogía una toalla, probaba un aceite, encendía una vela, lo dejaba todo en la mesita auxiliar cerca de mi cama-oficina. De vez en cuando, me miraba, para asegurarse de que cumplía sus cometidos con precisión.

  • Aquí están las toallas —me dijo en una de esas idas y venidas, dejando un montón de lino suave sobre el escritorio, sonriente y con una expresión casi tímida -. ¿Necesitas algo más?
  • Creo que con eso bastará, Tasya —respondí—. Solo… ajusta un poco la luz, para que no me dé en la cara.
  • Marchando —repitió ella, como si fuera un mantra, antes de salir de nuevo.

Pasaron unos veinte minutos hasta que sonó el timbre. La masajista tailandesa llegó con una pequeña maleta, su sonrisa pulida y su cicatriz en la cara, contrastando con su aspecto de niña fuerte. Tasya se ocupó de acompañarla hasta mi despacho.

  • Oh, no pobrem —respondió la mujer con acento marcado—. Lelax! I set uh quickry.

Tasya señaló la cama y preguntó:- This is for the massage. Here you have the oils, towels and some water if you need.

La masajista asintió, satisfecha. Ya nos conocía, y probablemente le llamaba la atención ver a más gente en la casa, y abiertamente participativa. Ya le había sorprendido la primera vez que mi mujer estuviese con nosotros, pero esto era un pasito más de curiosidad. Mientras, Tasya no perdió tiempo en avisar a Ana:

  • Ana, la masajista ha llegado —dijo, asomándose al estudio, donde mi mujer estaba ya completamente desnuda, con las pruebas de emisión, sentada en su silla con las piernas cruzadas. Álvaro estaba pendiente de la pantalla, aparentemente un poco menos incómodo.
  • ¡Perfecto! —exclamó Ana—. Pues que empiece el espectáculo. Por cierto, Tasya… cada diez minutos asómate por la puerta a ver si Raúl necesita algo. El masaje es sobre todo lingam, y es muy largo. Pregúntale cómo le va y si lo hace bien.

Álvaro las miró sucesivamente a ambas, con los ojos bastante abiertos, con la boca abierta y sin mediar palabra, en un gesto que no quedaba claro si era de sorpresa, confirmación, pregunta o protesta. Quizá todo al mismo tiempo, como si hablasen de “supervisar” un masaje normal y corriente.

  • Sí, Ana —confirmó Tasya, sin llegar a mirar a Álvaro.

Sorprendido al darse cuenta de que su mujer iba a entrar cada cierto rato a mi despacho, pero sin protestar abiertamente. Su papel era, claramente, el último.

Ya acomodado en la cama, me quité la ropa. Phyma comenzó el ritual, untando aceites aromáticos en mis hombros y mis brazos, ascendiendo con firmeza y destreza por toda espalda. Mi cuerpo se relajó de inmediato, sumergido en el suave aroma que desprendían las velas y la calidez de las manos expertas. Hizo algo que me sorprendió, pero que interpreté como una oferta provocada por la situación atípica que estaba viendo. Se quitó completamente la ropa, cosa que no solía hacer para el masaje. Aunque también ofrecía servicios sexuales completos, no le habíamos contratado eso nunca. Le pedía un masaje tailandés completo, y una hora completa de masaje lingam, en el que se centraba con calma y profesionalidad en mis huevos y mi polla.

La puerta estaba abierta, así que Tasya atenuó las luces del salón también, y del pequeño intermedio entre salón y despacho que precedía al pasillo. Tasya se preparaba para “ver si necesitaba algo”. Cada vez que la veía asomarse —puntual como un cronómetro—, yo me limitaba a sonreírle con complicidad, mientras la masajista trabajaba ahora en mis piernas o en mi espalda.

  • ¿Algo más, jefe? —preguntó Tasya en su primera visita, al ver que me encontraba boca abajo y con la masajista subiéndome por los muslos.
  • Todo bien, gracias —murmuré—.

Ella asintió y salió. Imaginé que, al otro lado, Álvaro se estaría retorciendo de curiosidad. Ana había dejado la transmisión en marcha: la oía a lo lejos reír y hablar con alguien en inglés.

Pasaron unos minutos más y, cuando la masajista pidió que me girara, mi erección ya estaba casi en pleno auge. Ella, con naturalidad, masajeó mi pecho y cuello, los muslos y la mandíbula, antes de bajar hacia mi rabo. Una mano acariciaba y abarcaba mis dos huevos con un aceite seco, mientras la otra subía desde la base de mi rabo hasta el capullo, rodeándolo circularmente con el huevo, para volver a bajar tras presionarlo, provocándome una mezcla de intenso placer y relajación al tiempo. Podía estar, hasta donde sé, indefinidamente recibiendo ese masaje (nunca habían sido más de dos horas) sin eyacular.

En ocasiones, Phyma apoyaba su mejilla en mi muslo o tendía su cuerpo sobre sus manos y mi polla, aumentando levemente el placer para luego retirarse. En una de esas, Tasya volvió a entrar. Quedó unos segundos petrificada, con una mano en el pomo de la puerta.

  • Dime Tasya – dije —. ¿Necesitas algo?

Ella tardó en responder, mucho más de lo normal. Dijo algo muy bajito que en ese momento no oí con claridad, pero que luego, supe, fue sólo “Tasya”, su nombre, lo último de mi frase. Al final, sacudió la cabeza:

  • Perdón – sonrió aparentando normalidad, y mirando claramente el punto de interés de la masajista siendo tratado – … solo vengo a ver si… necesitabas algo.
  • De momento, no – contesté. Su respiración se había acelerado. Alcé un poco la voz, sin llegar a gritar, pero intentando que ella tuviese claro que quería que se escuchase desde fuera – Quédate un momento. Tenía algo que comentarte.

La masajista no pareció inmutarse: siguió estimulándome con las manos. Tasya, por su parte, dio un paso adelante, colocándose a un metro de la cama. Su mirada oscilaba entre mis ojos y mi polla rodeada por el masaje de Phyma.

  • Esto… —empezó a decir, titubeante—. ¿De verdad quieres que me quede?
  • Sí —dije, bajando un poco el tono—. Quédate. Y, si lo deseas, puedes sentarte donde quieras y ponerte cómoda.

Se produjo un silencio cargado de tensión erótica, hasta que la masajista me miró con complicidad, sonriendo al ver con claridad el juego, a pesar de no entender el idioma. Acompañó su sonrisa presionando un poco más fuerte y levemente más rápido, deteniéndose más en la base de mi polla, como para enmarcar más lo que Tasya observaba. Tasya, comprendiendo la sugerencia, cogió mi silla de trabajo.

  • ¿Puedo sentarme en su silla? – Dijo, aunque ya la había acercado.
  • Sin problema. Puedes incluso poner los pies en la cama.
  • No entiendo…
  • Si quieres, puedes mirar. Y, si te apetece, puedes tocarte. Pero no puedes correrte, porque yo no voy a hacerlo.

Un latigazo eléctrico recorrió su cuerpo. Incluso con el juego en el que Ana le había incluído, no esperaba eso. Su rostro se encendió en un rubor intenso. Al principio, no movió ni un músculo, como si dudara de haberlo entendido bien. Miró hacia la puerta, volvió a mirarme. Asintió con un ligero temblor. Sonrió. Se sentó en mi silla de trabajo.

  • No pasa nada… Es natural, ¿no? – dijo, con una leve sonrisa y los ojos muy abiertos.
  • Sí, Tasya. Está bien.
  • Esto no es nada malo, Ana… – Apretó su culo contra el respaldo mientras su mano derecha descendió por la falda, subiendo el tejido para dejar espacio y acariciar su entrepierna por encima de las bragas. – Ana lo hace y es perfectamente… aahh – se interrumpió al frotar por primera vez su mano hacia abajo – … perfectamente normal. Sus ojos estaban fijos en la escena: la masajista masajeando mis genitales con movimientos rítmicos y expertos, y yo respirando hondo, o suspirando, al ritmo de sus manos.
  • Aaaah… sí… – dejé escapar cuando Phyma volvió a presionar más fuerte y con movimientos más largos y artísticos, perfectamente consciente de lo que ocurría y acompañando con sus movimientos los de Tasya sobre sí misma.

Tasy se mordió levemente el labio inferior, con la mano ya metida por debajo de su ropa interior, moviéndose de forma discreta, intentando contener los jadeos que luchaban por salir. Miré su mano moverse sobre su coño mientras abría completamente las piernas, y sentí el experto acompasamiento de Phyma.

Mi respiración se hizo levemente más entrecortada con los suspiros algo más intensos, y Tasya aceleró su masturbación. Miré sus pechos con el top, y ella se llevó la mano.

  • Quítate la camiseta para masturbarte conmigo. – Ordené.
  • Conmigo… – Repitió, y lo hizo con un gesto rápido, liberando sus tetas sin dejar de misarme. Llevó una mano a su teta izquierda y la apretó, exhibiéndola, mientras la derecha volvía a su entrepierna, apartando la braga completamente y pinzando su clítoris. – ¿Le gusta, jefe?

La masajista, sin dejar de aplicar sus movimientos expertos, nos miraba alternativamente para ajustarse a la escena. Yo, por mi parte, sentía cómo cada músculo de mi cuerpo se aflojaba entre el placer y la relajación y no respondí inmediatamente a su pregunta.

Tasya permanecía en la butaca, con la falda completamente subida y la mano en su coño, acariciándose mientras apretaba y exhibía sus dos buenas tetas, incluso dándoles leves cachetadas. En un instante ladeó la cabeza sin apartarme la mirada, como si se disculpara por estar tan expuesta.

  • Me gusta. Estás jugando muy bien. – Confirmé al fin.

Tasya aceleró y el placer se reflejó mucho más en su cara, casi rogándome con los ojos que la dejara seguir hasta el final.

  • Buf… Jefe… Esto es lo más raro que he hecho…

Tasya empezó a introducir sus dedos con fuerza y abrió la boca sacando la lengua, sin dejar de mirar mi polla, con ambas manos de Phyma masturbándola, dejando salir el capullo una y otra vez. Phyma redirigió mi rabo levemente en la dirección en que estaba sentada Tasya, que aceleró sus movimientos y deformó su expresión. Me miró con ella, como pidiendo poder masturbarse hasta el final, aún con la lengua fuera de la boca.

  • Está bien, Tasya. Enseguida acabamos. No te corras.
  • Gracias. Gracias… aahhh… – Echó la cabeza hacia atrás al escucharme y confirmar que estaba dedicándole la atención con la voz.
  • Eres obediente. – añadí, para que siguiese escuchando con los ojos cerrados.
  • Gracias señor… – Dijo, introduciendo sus dedos más fuerte y azotando sus pechos.
  • Pero veo que eres también bastante guarra.
  • Aaaahhh…
  • Tu marido está a pocos metros, y tú aquí pajeándote con tu jefe.
  • Pajeándome… con mi jefe… Aaah no puedo, por favor… Si me dice eso… Ahhh… No puedo aguantar.
  • Vaya, vaya… Pues no puedes correrte.
  • Uff – Volvió a mirarme con la cara desencajada y suplicante, apretando con fuerza sus pechos. – Sí jefe. No me correré.
  • Tasya… ve parando. – Puse una mano sobre la de Phyma para que supiese que debía ir bajando la intensidad.
  • Sí. – Me miró, llevando la mano más cerca de su cuello que de su pecho, y sacó los dedos de su coño para continuar acariciándose más levemente – Sí señor.

Phyma paró, sonriente como siempre, y se disculpó un instante para salir al baño. Tasya, con las mejillas aún encendidas, me miraba en silencio intentando recomponerse.

  • ¿Debería… avisar a Ana? —preguntó con un hilo de voz.
  • Sí, por favor. Dile que he acabado, y que venga.
  • Hecho —repitió, como si fuera otra orden mecánica. Respiró profundamente, dejó caer sus manos sobre los brazos de la silla y volvió a coger su camiseta. Se levantó de la silla mientras se la ponía, y yo me levanté, quedando de pie frente a ella, a pocos centímetros, aún con el rabo a reventar. Miró por un momento mi polla, y me miró a los ojos. Le sostuve la mirada.
  • Venga.
  • Sí señor – Dijo sonriente.

Pasarían apenas un par de minutos. Escuché a Ana venir hablando por el pasillo, y las voces ininteligibles por detrás de Tasya y Álvaro.

Al poco rato, Ana apareció en el quicio de la puerta, con una leve sonrisa en los labios. Se asomó, contempló la escena y arqueó una ceja con ese gesto suyo tan característico.

  • ¿Ha sido productivo el masaje? – Dijo sonriente.
  • Digamos que sí. ¿Qué tal va la emisión? – le pedí, extendiendo mi mano y cogiendo la suya.
  • Bien, tengo al pollo desquiciado mientras me toco para extraños. Tiene que ser lo más raro que haya hecho en su vida. – Lo dijo bien fuerte, para que se oyese fuera, siempre y cuando no hubiese mucho ruido.
  • Tengo noticias – Dije, sonriendo con malicia y manteniendo su volumen, mientras llevaba su mano a mi polla y la hacía moverse.
  • Aaaahh sííí?? – Contestó, ampliando su sonrisa y entendiendo la mía a la perfección.
  • Si… Tu amiguita Tasya se ha portado muy bien, ha venido muy obedientemente a ver si necesitaba algo.
  • Ahá – Dijo Ana, entreabriento la boca.
  • Y después le he sugerigo que, si quería, se podía masturbar. No se lo he ordenado.
  • Uuuhhh lo sabia…
  • De inmediato se ha puesto a pajearse mirándome la polla… Lo que sí le he ordenado es que me enseñara las tetas.
  • Y lo ha hecho de inmediato! – Dijo, acelerando la masturbación, añadiendo la otra mano y acercándose a mis labios. – ¿Te han cargado bien los huevos?
  • No sólo eso, se ha azotado las tetas… Y se ha puesto cerda cuando la he insultado… – Miré hacia la puerta, comprobando que habia silencio. Ana también se dio cuenta.
  • Joder, es una zorra completa… Me has comprado una puta obediente… –

Ana me atrajo hacia ella y me besó mientras seguía pajeándome. Un momento después, colocó el móvil en el soporte dirigido hacia la cama (ahí supe que se había traído la emisión) y se fue hacia la cama. se tumbó de costado con la manos a la espalda y la boca abierta, la lengua fuera, ofreciéndose, y casi gritó:

  • Fóllame la boca mientras me lo cuentas. Que lo vean los pajeros y lo oiga Álvaro.

Me fui directo hacia la cama y, tratando de no tapar la cámara, le restregué el capullo por la cara.

  • Le he prohibido correrse – Dije, mientras introducía el rabo con más profundidad, y al escuchar el “glob” – y ha sido una puta obediente, como tú – Ana gruñó con la siguiente clavada, aún más profunda… Antes de sacarla.
  • Pfff… Ahhh, dijo, con la saliva empezando a caer hacia la cama… La zorra no se ha llevado pollazo hoy… Tiene que portarse bbglloob! – Y volví a clavársela y a sacarla – TIene que pfff portarse bien! GLob glob glob.
  • Mientras estaban follándote ahí delante de Álvaro, tu muñeca se ha pajeado y estaba dispuesta a lo que sea. Podía habértela mandado a comerte el culo después de correrme en su boca.
  • Gloogg gloggg glugpp pffff aaaagggggg – Repetía Ana, con mi rabo entrando y saliendo, bombeando en su boca. – ggggobbooogggggggg…

Bombreaba y bombreaba, pero realmente me había puesto cachondo la situación y quería más fiesta. La saqué de repente. La volteé para ponerla boca abajo y le abrí las piernas, completamente, para exponerla completa a la cámara.

Ana volvió la cabeza, tumbada boca abajo, hacia la puerta y la cámara.

  • ¡Va a tragar hasta hartarse! Va a comerme el coño mientras me la metes y su marido va a mirar…
  • Hahaha!! Sí se lo ordeno, claro. Está tan desesperada por que la gobiernen que le dará igual todo. – Y con esa frase le enterré, desde atrás y en el coño, el rabo entero
  • OAAAAAAHHHHHHH!!!! – Rugió – Baaaaaaa es puutaa… Como yoo… Aaahhh – Le escupí en el culo y pulsé con el dedo en él. – La quiero yaaaa… La quiero chupando como una golfaaa…
  • Lo de ser tan puta como tú se lo tiene que ganar – Apoyé una mano en el colchón y otra sobre su cabeza, y empecé a bombear fuerte – Pero pídelo por favor
  • Po-or favo-orr, po-or favo-or – repetía siendo bombeada – seño-oor regáleme a la zorra y al puto… Por favo-oorr… Me la quiero queda-aaaahhh!!! quedaar!!
  • Putaza… – Clavé el rabo hasta el útero y lo mantuve ahí, poniéndole la mano en la boca, porque me gusta, pero también para hacer silencio y asegurarme de que no se oía ruido fuera, con lo que a buen seguro estarían escuchando – Te vamos a regalar una golfa obediente. Seguro que sigue pajeándose y está loca por venir a mamar… Le solté la boca.
  • Síí… ahh… Quiere que la rellenes como un pavo… Quiero ver como la machacas… aAAAAHHHH!!! – Gritó, al volver a recibir una embestida – Quiero verla hacer de muñeca hinchable… Me la quiero quedar…
  • ¿Te la quieres quedar? HAhaha! Que guarra. Para eso hay que doblarla del todo. – Al decir esto, comencé a meter mi dedo en su culo, apoyado contra la cama en la otra mano. – Hay que usarla completa. – Empecé a embestir con más fuerza.
  • AaaaaAAAAAHHH SÍ!!! DAAMEEEE!!! USa-a-aaa-ar-laaaa!!! Delan-te del mari-cóón… AAAHHHH!!! CABRÓN!!! Fóllame!! – Clavé del todo mi dedo gordo en su culo mientras continuaba embistiendo, ya directamente contra su útero. – Fóllalaaa!!! FÓLLASELO TODO!!! Quiere que la vio-leees! Métele leche hasta el pul-móóóón!!!! – Y empezó a correrse a chorros. Noté el líquido explotando contra mi polla y mis huevos. – Me corrrooOOOO!!!
  • Voy a darle así! Leche en el útero… Buff… Toma puutaaa… – Y me descargué contra el fondo de su coño. Mientras mi leche pulsaba, ella seguía corriéndose.
  • Ayyy… ¡Gracias, chicos! – Dijo, dirigiéndose a la cámara, pero con una frase que, evidentemente, resultaría confusa para nuestra audiencia física en el salón contiguo.

Asentí, quedándome un rato más en el colchón, recuperando el aliento mientras Ana salía, completamente desnuda y con el semen saliendo levemente de su coño. Al escucharla decir “hola chicos!” supe que había salido bien, y habían estado escuchándolo todo con claridad desde el salón.

Los días siguientes, Álvaro pareció aceptar su papel de leve cornudo y objeto de burla, o al menos no comentarlo. Parecía alternativamente fascinado, tímido, molesto o excitado, o incluso todo a la vez, con las bromas de Ana o viéndonos trabajar. No le resultó fácil digerir la situación, pero tampoco parecía querer, o poder, huir de ella.

Tasya estuvo con el semblante radiante, como si la hubieran enchufado a una fuente de energía inagotable. Andaba con paso ligero, hablaba con más amabilidad de la habitual, e incluso tuvo detalles cariñosos con Álvaro que no habíamos visto.

Ana y Tasya

Aquellos días en Montevideo se habían convertido en una sucesión frenética de reuniones y trámites, todos necesarios para poner en marcha la nueva delegación. Pero no era solo eso lo que mantenía la energía en el apartamento: había surgido una tensión clara, una electricidad presente en cada interacción de Tasya.

  • ¿Crees que se detendrá en algún punto? – Le pregunté a Ana, tirados en el sofá y a solas.
  • No creo. Voy a probarla “al toque” antes que tú – Dijo sonriendo. “Al toque”, era jerga, y nos permitía diferenciar a los compañeros y juguetes sexuales, entre los que podían mirar y morbosear, y los que pasaban a poner el cuerpo.
  • Buena idea.
  • Tienes que llevarte a Álvaro esta vez. – Dijo, bajando la cabeza para poner una sonrisa más maliciosa.
  • Te quiero.

Hacia media mañana, estando en la casa, Tasya terminó de revisar un informe y Ana la llamó desde el pasillo: —Ven, quiero enseñarte algo de mi set de trabajo —anunció. Unos minutos antes, le había pedido a Álvaro que viniese conmigo a la oficina, a trajinar el cableado de la red y ayudarme con alguna instalación.

Dentro de la salita, Ana había dispuesto un sillón mullido, un puf y una cama aparte de su silla gamer principal, una iluminación suave y un espejo de cuerpo entero arrinconado en una esquina. Allí cerró la puerta detrás de Tasya con una suavidad que presagiaba complicidad. Cerraba la puerta, aunque no había nadie en casa y había quedado claro que no era pudorosa.

  • Siéntate —le dijo, señalando el sillón más grande, tapizado en terciopelo granate. Era el mismo que usaba para sus emisiones, pero esta vez no había focos ni cámaras encendidas. Solo la penumbra tenue y la luz natural que se filtraba por las cortinas.

Tasya, enfundada en una blusa impoluta y una falda suelta de tablas, se sentó con la espalda recta, mirando alrededor con cierta expectación y una sonrisa. Ana, por su parte, lucía un vestido ligero que ya mostraba su cuerpo sin esfuerzo; sus hombros quedaban al descubierto y el gran escote.

  • Tú aún no me has visto trabajar mucho —comenzó Ana, pasando la yema de los dedos por el brazo del sillón.

Tasya tragó saliva, sin perder mucho su compostura.

  • ¿Te gustó lo que pasó el otro día?
  • Me encantó… Si para vosotros es normal, a mí me parece perfecto – respondió Tasya, con un leve temblor en la voz que no lograba disimular.
  • ¿De verdad te parece “perfecto” o es solo una forma de quedar bien? Quiero sinceridad.

Tasya vaciló un segundo, lamiéndose los labios antes de hablar: – Me produce una sensación extraña, y no puedo evitar que me guste. Además, lo encuentro… interesante.

  • Interesante —repitió Ana en un susurro—. Me gusta esa palabra. Ven, acércate un poco más.

Levantó apenas la mano, un gesto que era a la vez seducción y orden. Tasya no lo dudó: obedecer parecía algo grabado en su ADN. Se acomodó en el borde del sillón, casi rozando la pierna de Ana. Sus miradas se cruzaron, y un escalofrío recorrió a la rusa al notar la cercanía de la piel de mi mujer.

  • ¿Sabes que Raúl y yo hemos hablado mucho de ti? —soltó Ana de pronto, con voz suave—. Nos intriga tu disposición a cumplir órdenes, a satisfacer cualquier petición…

Tasya se removió en el asiento; sus mejillas se encendieron con un rubor que intentó disimular bajando la mirada. Pero Ana no se lo permitió: – Mírame – ordenó, y Tasya alzó el rostro de inmediato, obedeciendo al instante.

  • Respóndeme con franqueza: ¿Te gusta obedecer? Porque no creo que no puedas evitarlo, o que sólo se trate del trabajo. El otro día, Raúl no te ordenó que te masturbases.

Un silencio corto, cargado de electricidad. Al final, Tasya asintió. – No lo sé… No me pasaba así desde que era pequeña, con mi padre. No tengo claro que sea que “no puedo”… O sí. Pero siento que me produce tanto placer repentino que no puedo controlarme.

  • Me alegra oírlo, mi niña —repuso Ana, alargando ese término con un matiz casi maternal—. Me gustaría comprobar hasta qué punto eres capaz de llegar.
  • Capaz… —La voz de Tasya repitió, pero tan firme que hasta ella se sorprendió—. Soy capaz de cualquier cosa que me pidas. – La frase salío sola. Y sonaba tan a verdad que Ana sólo asintió con una sonrisa, y le acaricio la cara a Tasya.

Cambió el ángulo de la conversación: — ¿Y qué te gusta? Si vas a hacer cualquier cosa que te pida, también me gustaría saber

Tasya abrió los ojos con asombro. Tragó saliva y, tras un titubeo, se atrevió a responder: —No lo sé, no le tengo claro. Pero hay cosas que me producen un chispazo. Son fantasías. Cuando pienso en, por ejemplo, arrodillarme ante ti – Ana se sorprendió de la velocidad y la consistencia de la voz de Tasya, aunque el contenido expresase una duda. Parecía estar hablando más presente que nunca antes. – … en que me digas cómo tocarte, cómo satisfacerte… Siempre acabo pensando en el momento en el que me castigas y me humillas si lo hago mal. ¿Me entiendes?

A Ana se le encendieron los ojos con una chispa de entusiasmo: —En absoluto, preciosa. Me encanta oirte tanto y tan claro. Es la primera vez que hablas tanto de ti, y con esa voz tan presente… – La cogió con cariño de la barbilla, casi del cuello, con la mano – Cuando reconoces que eres una putita sucia – Dijo, con enorme dulzura.

Apenas terminó de pronunciar aquella frase, Ana se inclinó y besó los labios de Tasya con determinación. El primer roce fue breve, una especie de tanteo, pero, al notar que la rusa no se resistía, profundizó el contacto. Tasya, con un ligero temblor, abrió la boca para recibir la lengua de Ana, y un suave jadeo se le escapó de los pulmones.

  • Dime que te gusta obedecerme —susurró Ana entre beso y beso.
  • Me… me gusta obedecerte, Ana —repitió Tasya, casi como un salmo, sintiendo cómo su pulso se disparaba.

Ana deslizó la mano desde la nuca de Tasya hasta la base de su espalda, acariciando la curva donde la blusa quedaba remetida en la falda.

  • Levántate – Dijo Ana. Tasya se levantó, y Ana la dirigió suavemente hacia la cama, sentándose. – ¿Qué más te gusta? — insistió, sentándose junto a ella, y volviendo e besarla. Le introdujo la lengua repentinamente en la boca, dos veces, y volvió a separarse levemente. -. ¿Te gusta saber que eres una putita?….
  • Sí – musitó Tasya, mordiéndose el labio -. Pienso que…Que digo que no… Pero sí…
  • Ohh… Bien. Me gusta, bonita. No te preocupes —repuso Ana, modulando un tono que se tornó más dominante—. ¿Te gustaría resistirte?
  • Me gusta, pero no sé si puedo – Tasya miraba los labios de Ana, buscando más el beso que otra cosa, y sus piernas se abrían solas.- No sé lo que me gusta…
  • Entonces eres un juguete. – Dijo Ana.
  • Buff… Sí… Sí, lo soy.

Ana se incorporó y señaló de nuevo el sofá granate. – Entonces arrodíllate, puta de mierda..

Las palabras resonaron en el ambiente con la crudeza de una declaración de poder. Tasya dejó que su corazón se desbocara y se arrodilló en la alfombra, clavando las rodillas en el suelo. Levantó la mirada hacia Ana, que se recostó en el sillón con una mano sobre el respaldo y la otra desabotonando el vestido hasta abrirlo completamente..

  • Escúchame con atención. A partir de ahora, vas a obedecer cada cosa que te diga al pie de la letra – dijo Ana, dándole un leve guantazo en la mejilla, no muy fuerte, pero lo bastante para que Tasya notara el calor del golpe. -. Pero no vas a hablar como una princesa siendo una vulgar puerca.
  • Sí, Ana —susurró Tasya, con la voz entrecortada.
  • Sí, señora. – Corrigió Ana. Tasya se detuvo, con una sonrisa luminosa.
  • Sí, Señora. – Dijo, radiante.
  • Bien. Desnúdame del todo.

Sin vacilar, Tasya tomó el borde del vestido y lo acabó de abrir, deslizándolo fuera del camino. Ana abrio las piernas, exhibiendo su coño.

  • Ahora, dime qué vas a hacer. Ofrécete tus servicios, golfa.

Tasya respiró hondo: – Voy a lamerte hasta que no puedas ni hablar… quiero sentir cómo gimes en mi boca.

  • ¿Vas a lamerme el sobaco, imbécil? Habla bien.
  • N-no… Voy a comerte el coño… Y el culo, y lo que me digas… Quiero que te corras en mi boca…
  • Mucho mejor.

La respiración de ambas se fusionó en el aire. Tasya se acercó a las piernas de Ana con un temblor contenido, casi reverencial, y retiró con cuidado la diminuta tanga. Ana agarró su cabeza, acariciándola con fuerza y atrayéndola. Cuando sintió el primer lametón, soltó un gemido sordo:

  • Ah… sí, así…

Tasya comenzó con besos suaves por la cara interna de los muslos, ascendiendo poco a poco hacia el centro. Cada roce le arrancaba suspiros a Ana, cuyo pecho subía y bajaba. Al acercarse al coño de Ana, Tasya sintió el sabor de la piel húmeda, y soltó un profundo gemido también. Había una mezcla de ansiedad y entrega absoluta en su mirada.

  • Dime más, guarra.
  • Me muero… slurp, laarf, slurp… por beber tus jugos, Ana… —susurró Tasya, sin dejar de lamer—. Quiero que me uses.

Ana, poseída por una corriente de placer, enredó los dedos en el cabello de Tasya y la guio con mayor firmeza. Sus gemidos se fueron haciendo más audibles, rebotando en las paredes de la salita. La humedad y el calor se intensificaron, hasta que Ana arqueó la espalda.

  • Sigue, no pares, mi perrita, chupa… ¡oh, sí!

Tasya no se detuvo. Sumergida en una especie de trance de obediencia y deseo, movía la lengua con ritmo incansable, alternando lamidas y succiones que hacían a Ana temblar. Sus propias mejillas estaban enrojecidas, y sentía la humedad entre sus piernas, pero su prioridad única era complacer. Eso le daba un placer paradójico, casi sublime. Introdujo sus dedos para acompañar la succión.

  • Me… corro… —jadeó Ana, echando la cabeza atrás. Sus caderas se estremecieron y un temblor convulsionó sus muslos, que se cerraron un instante alrededor del rostro de Tasya.

La rusa sintió la tensión del orgasmo de Ana y siguió lamiendo hasta que todo el cuerpo de su señora se relajó con un gemido prolongado, dejando una estela de suspiros en el aire.

Al fin, Ana aflojó la mano que sujetaba la cabeza de Tasya y la invitó a subir al sillón, abrazándola. La respiración de ambas seguía siendo desigual, pero la tensión se había transformado en una complicidad cargada de ternura.

  • Lo has hecho muy bien, putita. – Llevó su cabeza a sus pechos, y Tasya empezó a besar y lamer sin más instrucción. – Ana la apretó contra ellas, le lamió la cara y agarró con sus labios el lóbulo de su oreja, succionándolo con cuidado.

Al poco, le indicó que se levantase y la devolvió a la cama.

  • Túmbate. – Ordenó Ana. Tasya se tumbó en la cama, sin dejar de mirarla. Abrió las piernas con sus manos, mostrando su coño depilado. – Bien, mucho más puta ahora, ofreciendo el coño de inmediato. Tengo instrucciones – dijo, mientras, sentándose de rodillas frente a ella, acariciaba el interior de sus muslos con una mano y su coño con la otra. – Tendrás que estar preparada como lo que eres.
  • Lo que usted ordene. – Dijo, con mirada servil.
  • Vas a tener que estar siempre preparada. Lista para ser usada por todas partes, y siempre. ¿Lo entiendes? – Dijo con autoridad. Tasya abrió los ojos de par en par. – Sí, preciosa. Lo entiendes. Tu culito no parece estar muy trabajado, pero eso es tu problema. Tu boca, tu coño y tu culito tienen que estar siempre disponibles, limpios y depilados para Raúl. O no te usará. Y yo tampoco.
  • ¿Para el… Jefe… El señor? – Dijo Tasya, con la cara iluminada.
  • Sí. Algún día te ordenará algo más que masturbarte. Y, si no le parece que estás preparada, ya no le servirás. No aceptará ningún limíte. Ni siquiera puedes negarte a que te embarace, cosa que sólo hará si te portas tan bien como para que te aceptemos como juguete para siempre.
  • S-sí… Sí, señora. ¿Van usted y el señor a usar a su puta?
  • La usaremos cuando y donde queramos.
  • Sí. Eso… Eso me hace… Hace feliz a su guarra.
  • Cuándo. Y dónde. Queramos. Y delante de quien estimemos. – Al decirlo, llevó una pierna sobre su estómago, pegando su coño al suyo, descansando levemente el peso.
  • … aahhh…
  • ¿Tengo que repetirlo o aclararlo? – Dijo, empezando a moverse, frotándose y notando cómo Tasya respondía aumentando la friccción, moviéndose contra ella.
  • No, señora. Su puta… Su puta estará listaaaahhh…
  • ¿Ah, sí?.. Ya veremos…

Cuando volvimos, ambas estaban en el salón, charlando tranquilamente, en una estampa que se veía pocas veces, sin trabajo de por medio. Aunque me lo contaron más tarde, en ese momento entendí que había pasado algo de cierta intensidad.

  • ¿Ha ido bien tu “conversación” con Tasya? – dije, intentando fingir inocencia. Ambas me miraron.
  • Está lista para “balística”.
  • ¿Seguro? – Respondí. Álvaro hizo como si no estuviese. Simplemente, intentó no reaccionar, ni preguntó qué significaba. Había asumido ser un fondo de pantalla. “Balística” era también jerga. Significaba que podía follar a alguien por cualquier parte y azotar lo que quisiese.
  • Sí. Y quiero quedarme con el juguete completo.
  • ¿En serio?
  • En serio.
  • Bueno, piénsatelo y antes de la sesión me lo confirmas en clave.
  • “Bandera”, ¿entiendes? – Dijo, con gesto que intentaba subrayar el significado compartido.
  • Entiendo.

“Bandera” era también jerga. Álvaro se mantuvo en silencio, y Tasya miró al suelo, sonriente.

Resístete

Llegó el Sábado. La madrugada se cernía sobre Montevideo cuando cerramos la puerta principal de la casa, a la vuelta de la cena. Habíamos estado trabajando unas pocas horas, sentados en la oficina con un socio. Al acabar, recogimos las cosas mientras Ana me llamaba para decirme que venía con Álvaro en taxi para cenar en algún lugar cercano.

Justo antes de salir por la puerta del despacho me quedé mirando a Tasya. Intentó mantener la compostura y sostener mi mirada, en silencio. Adaptó su rostro para no resultar desafiante y mostrar escucha activa. No dije nada, pero llevé mi mano al espacio entre sus pechos y su cuello. Posé la mano y pulsé ligeramente. Entendió de inmediato y acompañó la presión yendo hacia atrás, sin siquiera volverse, dando menos de dos pasos hasta que tocó con la espalda en la pared. Su boca se entreabrió y abrió los ojos de par en par, respirando agitadamente, como empujando su pecho contra mí.

No dije nada y traté de que ni la sonrisa se notase. Miré a sus ojos por un segundo, y volví a fijarlos en sus pechos. Mi mano derecha continuó empujándola levemente, o más bien marcándole dónde debía estar. Con la izquierda abrí dos botones de su blusa, y volví a mirarla a los ojos. Ella llevó las palmas a la pared. Devolví la mirada a sus pechos mientras su respiración se agitaba más. Seguí abriendo los botones de la blusa, hasta llegar abajo. Sus pechos sin sostén aparecían con facilidad, por su tamaño, y aparté la blusa por ambos lados, con ambas manos al tiempo, sobando sus tetas. Las apreté levemente, y giró la cara con un suspiro. Las apreté más fuerte, y se mordió el labio.

  • Vaya zorra fácil. Ni siquiera te he ordenado nada. Tápate. – Dije, pero no pude evitar sonreir. Ella sólo resopló, y dijo:
  • Sí, señor.

Salimos y fuimos a cenar. Estuve bastante atento a la dinámica de la conversación, que, a instancia mía, giró en torno a cómo eran Dudinska y George Town, y cómo Álvaro fue a buscar a su mujer, cómo conoció a su familia y cómo se casaron al llegar aquí. Les dije que cenásemos ligero. Creo que Ana ya veía claro por dónde Iba. Me vio hablar poco y con instrucciones. Eso, y Sábado por la noche… Para ella, a estas alturas, blanco y en botella.

Llegamos en un taxi, yendo yo de copiloto, como de costumbre. Al bajar, en la entrada de la casa, fui a abrir y me detuve un momento, con los demás tras de mí.

  • Es Sábado y no tengo prisa.

Asumí que lo entenderían, y así fue. Ana sonrió volviéndose a Tasya, y tocándole el brazo. Álvaro me miró y miró a su mujer. No sabía si reirse, porque algo que no acababa de entender, pero que temía, iba cargado en mis palabras.

Entramos al salón y Ana se dirigió a Álvaro. Puso las dos manos en su pecho y le dijo – Cariño, ve a por un vinito suave, ¿ok? Ya sabes que el Lambrusco hace que las niñas se pongan malas. – Él tragó saliva y dijo sonriente “Claro, jefa”. A estas alturas no tenía mucho sentido, pero, cuando Ana le jugueteaba, él seguía mirando a su mujer, su superior, en busca de permiso.

Mientras me dirigí a Tasya.

  • Tasya… – Dejé un tiempo para que se pusiese en modo respuesta y generar más atención.
  • ¿Sí, señor?
  • Ana me contó vuestra conversación. Creo que te gustará saber que hoy quiero que te resistas. Si puedes, lo que puedas.
  • Todo lo que puedas… – Repitió. Y con una sonrisa de oreja a oreja, proclamó – Sí, señor… Lo intentaré.

Entramos los cuatro en el salón. Ana encendió una lámpara de pie que arrojó un haz dorado por el mueble y los sofás. El salón tenía una tele grande en la pared, frente a la cual había un sofá de dos plazas, flanqueado por los dos sofás enfrentados, de tres plazas cada uno. Me paré frente a uno de los grandes y solté la chaqueta. Miré alrededor, como Tasya se quitaba la chaqueta y quedaba con un vestido suelto (influencia de Ana, al parecer), de los que me gustan, ligero y facil de quitar. Ana me miraba, dejando su chaqueta en el sofá contrario, sonriendo expectante. Esperé a que Álvaro volviese para que pudiese verme indicarle a Tasya con la mirada que dejase sus cosas junto a mí y se sentase.

Abrimos el vino y lo servimos. Ana y Álvaro comenzaron a charlar, Ana más animada que Álvaro, y Tasya participaba, aunque era evidente que escaneaba mis movimientos con el radar de la visión global. Ella estaba inclinada sobre la mesa, y yo me recliné, pasando un rato en silencio, aparentemente atento a la conversación.

  • Bueno Tasya, dúchate. – Dije de repente.

Obviamente, lo hizo. No vi si titubeó. Fue a buscar en su maleta y, sin mediar palabra, se metió al cuarto de baño.

  • Bueno, chicos, poneos cómodos. – Dije, mirando primero a Álvaro y después a Ana.
  • ¡Bien! – Dijo Ana festivamente.
  • Quítate la ropa, no te hace falta.

Ana se llevó las manos a la espalda y giró un par de veces con sonrisa inocente. Arremangó el vestido por debajo y lo quitó de una, quedando sólo con el tanga.

  • Álvaro – Dije.
  • Dime jefe – Respondió sonriente, haciendo su mejor esfuerzo por aparentar que no pasaba nada.
  • Vas a hacerme un favor, ¿ok? – Dejé la pausa mirando a Ana – Quítale el tanga a mi putilla.
  • El… eh. Ok. ¿Seguro?
  • Soy tu “jefe” y ella mi puta. Concretamente, mi Reina Puta. Quítaselo. – Ana se giró sonriente hacia Álvaro y se ofreció, acercándose a pocos centímetros y poniéndose de puntillas.
  • Ok, jefe. – Dijo.
  • Hazlo despacio – añadí. Comenzó la operación, y Ana le puso una mano en la cabeza mientras lo hacía. Llevó sus manos a ambos lados y bajó los tirantes, aunque el tanga era básicamente hilo dental y casi podía ver todo su coño, rosado y depilado..
  • Jeje… Espero que no se enfade Tasya.
  • Tu mujer es una puta, por si no te habías dado cuenta. Una puta a mi servicio, así que no le importará. – Álvaro continuó bajando el tanga, pero mis palabras competían con las tetas y el coño de Ana a centímetros de su cara, y le quedó una expresión completamente embobada mientras lo hacía. – Ahora ponte cómodo tú, por la cuenta que te trae.
  • Vale. Si vamos a estar aquí, es buena idea. – Dijo en voz alta, mientras hacía amago de levantarse.
  • Pero no te levantes. “Cómodo” significa solamente que te quites los zapatos y la camisa.

A Álvaro se le veía levemente contrariado, por la sorpresa. Sin ella, sólo hubiera estado cohibido. Pero veía venir algo que no controlaba y se quedó como un conejo al que le dan las largas.

  • Está durillo. – Dijo Ana – ¡Está duro!
  • Jaja, buena detección de pollas tiene también, la niña. – Respondí.
  • No, en serio – Sonrió Álvaro.
  • Quítate el pantalón, y no me hagas repetírtelo. Ana va a querer un juguete en un rato.

Ana se sentó a su lado, ya completamente desnuda, muy cerca de él en el sofá. Él no reaccionaba con claridad a mis órdenes, el pudor estaba por encima. Decidí preguntarle repentinamente por cómo organizaría un set de webcam en el salón. Pareció agradecerlo, como si hubiese cambiado de opinión. Ana sabía lo que estaba haciendo y empezó a escuchar sus balbuceos iniciales con un interés exagerado en los ojos, como se escucharía a un chiquillo. El discurso fue haciéndose más sólido, y en poco rato, sonó la puerta del baño, y pude desde el salón, al otro lado del pasillo, cómo salía, con un albornoz, apagando la luz tras de sí.

  • Tasya! – llamé desde el sofá.

Ella, que aparentemente iba a dirigirse a una habitación para vestirse, encaró hacia el salón.

  • ¿Sí, jefe? – Respondió, desde la entrada.
  • Ven y siéntate.
  • Marchando.

Acto seguido, se sentó de nuevo junto a mí, recogiéndose el albornoz, de color gris, en torno al pecho, en un acto reflejo.

  • Dile a tu putito que se deje hacer y que obedezca. – le indiqué a Tasya con una sonrisa.
  • Álvaro, déjate hacer y obedece – dijo Tasya, con una sonrisa, pero usando el diafragma con intensidad, en una voz de comando muy dura.
  • Ok – Respondió Álvaro, mientras comenzaba a quitarse el pantalón.

Secándose el pelo, Tasya tanteó – ¿Se acaba el día, jefe?

  • No, jovencita. – respondí -. Te queda mucho trabajo – Tasya se envaró y dirigió su mano al bolso, tras ella, dejando que se abriese un poco el albornoz y mostrando la parte superior de sus dos tetazas
  • No no, no es eso, Tasya, no cojas el móvil. – Le interrumpí. – Tienes mucho trabajo, pero no va a ser del normal.
  • Vale jefe… ¿qué tengo que hacer?
  • Escucha con atención.
  • Vale.
  • Álvaro, escucha tú también. Hoy tienes que probarte. Voy a contarte qué va a pasar.
  • Ahá, claro, a ver – dijo, intentando mantenerse sonriente.
  • Primero, seguro que vas a comenzar a chuparme la polla, con agonía, aquí, delante de tu marido.
  • Jaja, jefe, nooo… eso no va a pasar. – Respondió, atusándose el pelo y mostrando más las tetas que llevaba tanto tiempo ofreciéndome.
  • Calla y escucha.
  • Vale. – Respondió, cambiando a su cara de trance obediente.
  • Vas a chuparme la polla con hambre, con tanta necesidad que vas a llegar al límite de la apnea. Si no sabes, hoy vas a aprender. – Empecé a hablarle muy despacio, mirándole a las tetas, a la entrepierna que casi se asomaba tras el albornoz y a los ojos. Remarqué cada palabra al máximo posible – Vas a necesitar clavarte el capullo hasta lo más hondo, y vas a intentar meterte también mis cojones en la boca, mientras miras a tu marido para que se sienta un poco más humillado. Voy a darte de guatazos y escupirte; te voy a azotar el culo, y recogeré tus babas de puta y tus lágrimas, para dilatarte el coño y el culo con la mano mientras tanto. Te tiraré de la boca para que te entre más y te agarraré la puta cabeza para follármela mientras insulto al maricón de tu marido. Babearás como una zorra hambrienta y te relajarás hasta que el reflejo de la cérvix haga que te corras como la puta usable que eres. Te voy a dejar el culo rojo y preparado mientras tanto. Te pondré de costado para follarte la boca aún más, mientras te azoto las tetas y te tiro de los pezones, para que te duela mientras te asfixio. Y tu marido estará ahí, como un maricón, mientras mi mujer usa su polla como un consolador o lo asfixia restregándole el coño por la cara, si le da la gana.
  • Pero jefe, eso no tiene por qué pasar… – Respondió, “resistiéndose”.
  • Vaya, que asertiva… Pues ahora… – le sonreí, genuínamente orgulloso de que me estuviese dando algo de juego, y dejé pasar unos segundos. Miré a Álvaro, que estaba en calzones, empalmado, y con la mano de Ana sobándole el paquete. – Ahora quítate el albornoz.

Se pudo ver la descarga en su expresión. Por una fracción de segundo, y sólo si estabas mirándola fijamente, como yo. El pequeño trance de obediencia, donde una orden directa mía tiraba su intento de resistir. Sin un sonido, sonriente, como si eso fuese lo natural, y algo sin importancia. Primero subió las piernas al sofá, acercándolas a su culo, juntas. Se levantó levemente con una mano para quitar con la otra, de debajo de sí, la parte del albornoz que la separaba del sofá, y después lo abrió, dejando ver sus dos buenas tetas; retiró la parte del cinturón que quedaba rodeándola y lo sacó del todo. Quedó mirándome fijamente, con la postura erguida que ofrecía sus pechos y la respiración agitada que los resaltaba.

  • Tasya! – se quejó Álvaro, al verla desnuda. Era una queja sin mucho sentido a estas alturas.
  • Cariño, no tiene importancia… – dijo, mientras su mano iba a su pecho, apretándolo levemente y después con un gesto entre la caricia y un rasquido – Ana también está desnuda, y te está tocando.

Ana me escuchaba con los ojos semicerrados; había empezado a tocarse con una mano y casi sacándole la polla a Álvaro con la otra.

  • Y tú, Álvaro, – Dije – si no obedeces a mi mujer en todo, te llevas encima dos hostias. Quiero que veas a tu esposita con su dueño, y que la veas como lo que es. Una puta y un montón de carne sin voluntad.
  • Pero… – Dijo.
  • Cállate – Le interrumpió Tasya. – Y obedece.

Me volví hacia ella.

  • Obedeces como una putilla sumisa. Putilla arrastrada.
  • Jajaja, jefe… Estar así… no es tan importante… hago topless en la playa.. Y me he depilado además – dijo, exhibiéndose sentada en el sofá, abriéndose las piernas con las manos, intentando dar elegancia a un gesto ya torpe y excitado.
  • Lo que decía… – continué, chascándole los dedos en la cara para que atendiese – que después de recibir tanta polla en la boca que te vas a marear, te pondré boca arriba, con la cabeza colgando al borde del sofá – señalé entre nosotros al borde del gran cojón de cuero del sofá – para que tu marido vea cómo te follo esa cara de estúpida de forma aún más humillante. Y vas a hacer ruido para que se sienta peor. Cuando te saque la polla de la boca, me darás las gracias diciendo “gracias señor” y le dirás a tu marido cuánto necesitas que tu jefe te reviente la cabeza a pollazos y te use a su antojo.
  • Jo… – dijo, sonriendo, con los ojos muy abiertos – No, jefe, eso no va a pasar… – Su esfuerzo resultaba enternecedor, y tuve que resistirme para no sonreir y estamparle un beso.
  • Y después te pondré encima de mí para empalarte… y que él vea con claridad cómo te relleno. Mientras te mueves sobre mi polla te giraré para escupirte en la cara, te daré guantazos y pescozones, y te azotaré las tetas sin piedad. Te tiraré de los pezones hasta que creas que te los voy a arrancar… y seguirás moviéndote sobre mi polla. Te inmovilizaré, te apretaré el cuello con las dos manos y te seguiré follando. Quiero que tu maridito vea muy bien en línea recta la polla de su jefe saliendo del coño de la puta su mujer. – Le miré. Me escuchaba con los ojos abiertos, ya con la polla en la mano de Ana, fuera del calzón.
  • Buff cariño… glop – Se metió de repente el capullo de Álvaro en la boca, ya apoyada sobre él mientras se tocaba – Dale a la bandera…
  • Voy a la bandera, zorrón. Restriégale el coño por la cara, quiero que lo escuche. Pero no le tapes las orejas.

Álvaro se encontró con la mirada de Ana buscándole. Le puso la mano sobre el pecho y le empujó hasta tumbarlo, subiéndose a horcajadas sobre él. Álvaro intentaba mirarnos a nosotros en el otro sofá, pero eso se acabó cuando Ana llegó hasta su objetivo y le puso el coño en la cara, atrayendo su cabeza con la mano. Empezó de inmediato a lamer.

  • Buuuuffff aaaahhh síí – gimió Ana, y repetía en voz baja y gimiente – Baan-de-raaaa…
  • Tu marido… – Le giré la cara a Tasya para que me mirase de nuevo, que se había fijado en la anterior maniobra. – Tu marido va a ver de cerca el momento en que te relleno el coño de leche y te preño, mientras le insultas y le dejas claro que a partir de ahora sólo puede follarte si yo lo permito.
  • Joder jefe… – dijo, apretando los muslos, pero intentando sonar convincente – No, por favor…
  • Y después, cuando me corra mientras te asfixio, va a verlo. Me suplicarás que te preñe. Me suplicarás que te preñe. Me correré en tu útero mientras miras a tu marido gritándole. Después te tumbaré boca arriba, para que tu marido vea que intentas que la semilla te llegue bien profundo. Te daré otra tanda de azores, en la cara y en las tetas, con el coño relleno bien relleno. Después me la volverás a poner dura con tu boca de puta… y acabaré dándote por culo tumbada boca arriba, para estar seguro de que te vas a acordar siempre de cómo te humillé mientras te preñana, usándote como la puta asquerosa que eres. Y él… – Álvaro seguía comiendo coño y se masturbaba – … él estará aguantando y mirando como la mierda arrastrada y el puto maricón que es.
  • Bua jefe, jaja… eso no puede ser…
  • Ah no? Sólo te he dado dos órdenes. Que te duchases y que te quitases el albornoz. Y las has cumplido a rajatabla y de inmediato.
  • Pero eso… Quiero decir, que no pasa nada, es sólo un cuerpo… – Dijo, sonriendo y mirando a su marido entre las piernas de Ana, mientras abría los brazos y se encogía de hombros, intentando mostrarse con inocencia.
  • Ya. Veamos si algo cambia. Ahora… – dejé una pausa y no pude evitar la sonrisa malvada – chúpame la polla, putón.

En trance. Su cara estaba en trance. Ahí se acababa la resistencia. Clavó su mirada en mi polla de inmediato, alargó la mano y me miró, mientras me bajaba el pantalón. Se hizo una cola en el pelo, mirando mi bulto fijamente, y no esperó a acabar de quitarme el bóxer, sino que atrapó el capullo con la lengua de inmediato, y la recolocó con la boca hasta tragársela de una vez hasta la garganta, todo lo que pudo en esa posición.

  • Pff… Puta… – Dijo Álvaro.
  • Reina puta, monta al maricón, que al menos parece que tien buen rabo – le dije a Ana. Y asegúrate de que esté atento.
  • Gggllooglglg lgollggg jggeeffgglglgeee jefffpfffffeeeggglglglglglggoooogggllooo – “Decía” Tasya
  • Ufff… No te entiendo, zorra, no hables con la boca llena… Pero parece que has obedecido, ¿eh?
  • Gglgg glup globbbb offffffffff … pfff… sí jefe… – Respiró, separándose para soltar la saliva acumulada, aún unida a mi polla por el hilo de babas – Gracias señor… aahh pfff, por darme su polla… Soy obediente… – Le di un guantazo y la agarré del pelo, obligándola a subir y bajar la cabeza con velocidad – gllgogolooooogglgoglglgoglgoglgoglgoglgo
  • Lo que eres es una puta asquerosa – Le dije, dándole un guantazo tras la embestida, para que pudiese respirar. Le escupí y volví a empujar su cabeza contra mi polla.
  • glloogggogg …. pfffsí señorGLOOOGGGG glaggGGG… GLUP GLOB GLGGOOGLGOGOGOLGOGLGOGLGOG…
  • Zorra… – Decía Álvaro, ya incorporado y cabalgado por Ana
  • ¿Ves que hambre de rabo tienes? – bofetada, bofetón, escupitajo… La coloqué con la cabeza pegada a mi vientre, y nos llevé hacia detrás con una mano sujetando su frente, para empezar a levantar yo la polla y follarle la boca desde ahí – Marrana, trágatela con los huevos – Me la agarré desde abajo de los cojones para presionarlos contra su cara.
  • Gloggbbb pfff aaah ahhh nogglllll pgffffff aaaahh no puedo… ahh ahhh gooogggggggllglllglllglglllgllglglgllglll
  • No es aceptable. Tragaaa – Le clavé la polla entera; la mitad estaba en su garganta. Una vez ahí, agarré la comisura de sus labios con una mano y apreté los huevos con la otra sobre su boca para introducirlos, empujándolos en su interior – ummmmmm ¿ves? Si quieres cabe –
  • GBBBBBBBBFFFFFF – Lo había conseguido, así que la liberé un poco, con un guantazo, y empezó a hablar entre toses – affff cof! cof! aaaahhh sí jefe… me cabe todo, pfff! jefe… – Volví a metérsela y aceleré el paso, mientras le azotaba una teta y se la apretaba alternativamente – oobbbgggobbbblo glop glop GLOP GLOP GLUB GLOP GLOP GLUB glooglglglgolglglgoooglglgl

Le agarre de la mandíbula y la cabeza y empecé a follarle la boca con violencia, sacándola completa volviéndola a meter hasta su garganta. Le provocaba un espasmo en el tronco en el momento en que yo notaba el capullo encajarse, y se llevó una mano a la entrepierna, comenzando a masturbarse. Al verlo, le azoté el culo con fuerza.

  • ¿Te hace el culo el maricón? – Dije, mientras mojaba mis dedos en las babas de su boca.
  • uffff aaaaaa… – dijo, sacándosela de la boca y cogiéndola con la mano – no jefe… Ahh… no le dejo…
  • Pues hoy vas a tomar por culo, zorra – Y le comenzé a pulsar el ojete con el dedo mojado para lubricarlo.
  • Sí! Sí por favor mmmmm – volvió a agarrar mi capullo con la lengua enroscada, mientras me masturbaba con la mano – glob! por favor, mi culo… Es suyo, señor… glup chup glup…
  • Ana, atenta – Le dije a mi mujer, que a estas alturas había ya empapado con su squirt al menos dos veces la polla de Álvaro… – Vamos a empezar a sellar a la puta.

Cogí con las dos manos en el cuello a Tasya, le giré levemente la cara hacia mí y le escupí. No pude evitar sonreirle, viendo su cara de placer y hecha un bello desastre. Después, la cogí del pelo y tiré hacia arriba. Ella siguió el tirón y comenzó a incorporarse, sin dejar de mirarme y mirar mi polla. Cuando apoyó la espalda contra el sofá, sus piernas abiertas le dejaron llevarse la mano al coño, para masturbarse. La mantuve ahí, en silencio, tirándole poco a poco más del pelo, echando su cabeza atrás sobre el respaldo del sillón, mientras se masturbaba enérgicamente, metiéndose cuatro dedos y moviéndolos hacia los lados rápidamente. Me miraba con los ojos y la boca abiertos. Sacó la lengua, ofreciéndola… Me levanté, sin soltarla del pelo, puse las piernas a ambos lados de su cuerpo, ofreciendo el culo al sofá contrario, pero dejándola a ella visible entre mis piernas. Mi polla saltaba frente a su cara, pero tiré de su cabeza hacia atrás. Ella seguía masturbándose, ya frenéticamente, y miraba mi polla con la lengua abierta, sin poder alcanzarla. Le hice un gesto señalando hacia atrás, y me entendió con facilidad.

  • Álvaro, cariño… Eres un maricón! Pff aaaahhh – Me miraba. Sonreí a modo de aprobacion y le di un guantazo – Soy la puta de Raúl… Soy la puta de mi jefe! – Dijo, con una expresión de rabia, moviendo su mirada de mi polla al otro sofá, para comprobar que su marido la veía – Volví a abofetearla – Aahhh ahhh ¡Y tú te vas a joder! Me va a follar cuando quiera… – Bofetada – Y Ana también… Ahhhh – Sacaba la lengua y luchaba contra mi mano para intentar agarrar mi rabo, rozándolo levemente con la lengua en ocasiones.
  • Ya está bien, golfa. Ya sé que vas a obedecer. A partir de ahora, insultarás a tu marido sólo cuando yo te lo ordene, o cuando intente impedir que cumplas mis órdenes. Ahora vas a tragar en serio – Y le clavé la polla lentamente, para que saboreara el recorrido primero, y empecé a follarla cada vez más fuerte, profundo, encajando mi capullo en su gargana y después repasando sus carrillos por dentro. Tragaba con ansia y los ojos casi se le quedaban en blanco.
  • GLOP!GLOP!GLOPbbbglobglobglgoglgoglgoglogloglgoggg … – Se la sacaba por un memento y volvía, cada vez más rápido. Los lagrimones le caían ya por las tetas, mezclándose con sus babas, que la hacían brillar ya hasta el coño, masturbándose con ellas. Su nariz ya conseguía casi llegar a mi pubis, y cada vez entraba más hondo
  • Hoy puedes correrte todo lo que quieras, zorra. – Dije-. Yo te voy a regar el coñooo – Me sorprendió pegando un tirón y se la tragó de nuevo
  • ¡GLOB! Aaffffaaaa – sonrió mirándome victoriosa, con la boca llena de polla, casi completamente alojada entera. Miraba
  • La quieres entera, ¿eh?
  • Sí! Deme por favor! PF
  • Tragaaaaa zorrrraaa!! – Apoyé una mano contra el respaldo, apalanqué los pies bien y tiré más fuerte de su pelo. Empecé a bombear. Tasya cerraba los ojos y cada vez le entraba más. Casi tenía los casi veinte centímetros dentro en las siguientes embestidas.
  • gloobbbb ooobfffff glop gloooogglgllglglg GLOPGLOPGLOPGLOPGLUBGLOPGLUP!GLUPGLUP!!
  • Traaaagaaaa!! – Y la enterré entera, completa, con su nariz en la base. Mantuve su cabeza pegada a mí – Aguantaa – Hice varios trempes para que notase mi capullo later en su interior, y que notase algo parecido a una corrida. Se masturbó más rápidamente. Cuando la saqué las babas inundaban sus piernas y el sofá, los lagrimones le habían llegado al pelo, y, escupiendo, casi gritó con los ojos cerrados – Me corro jefeee – acelerando su masturbación.

Me separé levemente de ella primero, y le di un guantazo. Seguía corriéndose. Bajé del sofá, dejándola ahí, y me acerqué a Ana.

  • Chupa tú también, reina cerda. – Y así, como estaba, sin dejar de montar a Álex, se la metió completa de una. Me miró sonriendo con los ojos y, vacilando de experiencia, sacó su lengua teniendo todo el rabo dentro, para alcanzar mis huevos con ella. Cogió mis huevos con su manos y los acercó para rechuparlos más. – Así, muy bien, preciosa. Voy a clavar la bandera.
  • Sí… Reviéntala… – Dijo Ana mirando a Tasya, que seguía masturbándose, mientras me daba la vuelta hacia ella.

Volví al sofá con Tasya y la agarré de nuevo del pelo.

  • Incorpórate. – Le dije. Me senté en el sofá sin soltarla, atrayéndola conmigo – Ponte encima. – Me recliné bastante y la senté encima mío, sin metérsela aún, pero con su coño empapado pulsando contra la base de mi rabo. Tiré levemente de su pelo para que levantase la vista y la cogí del cuello para que mirase a su marido y a Ana. – Ahora sí, puedes insultarle y ganarte el rabo contándonos lo puerca que eres.
  • Síí jefeee… – Dijo mientras agarraba mi polla con la mano y se la restregaba en el coño de lado a lado, masturbándose – Soy vuestra, Ana… Soy vuestra muñeca hinchable… Soy propiedad de Raúl… Y tuya, porque eres su puta… AAAAHHHH!! Eres mi reina puta, y yo vuestra puta asquerosaaaahhh!! ¿Lo hago bien aaahhh… ¿Jefe? AH!! – Le di el primer azote en la teta – BFffff sí aahh! – Segundo azote.
  • Lo haces muy bien, putita – Dije. Y plas, plas, plas, tres azotes de recompensa – Sigue si quieres rabo – Aunque ella seguía masturbándose, chof chof, chof, con el sonido de su coño empapado.
  • Álvaro, cariñooo aahh – aceleró la masturbación, y empezó a correrse, esta vez eyaculando – Me corrrooo!!! Ahhh aaahh.. Ahhh ca… cariño… – Seguía azotándose el coño con mi polla y restregándose contra ella mientras yo le seguía azotando las tetas. – Ca… riño… Mi jefe me va a follar… Me va a llenar de leche… Siempre que él quiera… Soy su puta… Y tú eres mi putilla inútil… Me pueden aaaaaHHH!! Me pue… den compartir con quien quieran. Me agacharé a chupar lo que me digan… Pollas y coños… De clientes, o de quien ellos quieran… – ahhhhAHAAAAAHAAAAHAAAAAA!!! ME COORRRROOO!!! – Volvió a eyacular.
  • Muy bieeeeen puta de mierda… –

Me recliné hacia detrás, trayéndola conmigo. La cogi del coño y la separé lo suficiente para enfilar mi capullo hacia su entrada. Entonces le pasé los brazos bajo las axilas para mantenerla alejada y apreté las piernas contra los huevos para mantener dirigida la cabeza, sin meterla. – ¿Quieres rabo?

  • Síí POR FAVOOOORRR!!! Jefemétemela, léfame entera, por favor dame raboo…

Sostenida como estaba, con las manos alejadas, no podía tocarla. Descansaba sobre mi cuerpo, reclinada, y, manteniendo mis brazos bloqueado los suyos por la axila, apoyé las manos cogidas sobre su nuca, y la dejé caer, clavándola entera hasta que noté el “clic”, la presión del final. Rugió.

  • UaaAAHAHAAAAAAAAaaaaaaaAAAAAAAA!!! AHHAAAHHHAAAAA!!!!! – Se estaba corriendo de nuevo, eyaculando desde que la encajé a la entrada de su útero.
  • Aaasíií, cerda bien empalada! – Dijo Ana, apoyando las manos para saltar sobre la polla de Álvaro.

Tasya empezó a acariciarme los huevos.

  • Gracias…GraaaaciaaaAAAassss jefeeee…

La sostuve y empecé a follarla desde abajo. Me recliné aún más, bajando el culo con ella ensartada, y le desbloqueé los brazos. Le azoté las tetas con más fuerza que antes, plas, plas, plas, plas, plas, plas… Mientras me sobaba los huevos, y llevé después las dos manos a su cuello, cerrándolas sobre él y presionando con un poco de fuerza. Inmediatamente empecé a follarla de nuevo, más fuerte que antes, y en el movimiento acabamos casi horizontales en el gran sofá.

  • Toma zoorrrraa… ¿Esto querías, puerca? ¿Esto querías en la entrevista?
  • SeeeiiiiiiiiiiHHHHH glob cof – rugió, con mis manos sobre su cuello, asfixiándola un poco más fuerte.
  • Vas a tener polla y leche hasta hartarte, cerda de mierda – chop chop, chop, seguía bombeándola. – Te voy a preñar… uuffff… Basta – Paré y le di dos guantazos. Me la quité de encima hacia un lado y se quedó tumbada, brillante de babas y flujo, mientras me incorporaba. – Pero primero… – Le llevé la cabeza hasta el borde del sofá, con las piernas sobre el respaldo, y la cabeza en el borde, cayendo para que pudiese ver a su marido del revés mientras mis huevos se le estrellaban contra la nariz.

Ana se levantó, dejando a Álvaro con el rabo empapado y enhiesto, frente a su mujer, despatarrada en el sofá frente a él, mirándole directamente, boca arriba pero con la cabeza colgando del revés, la melena cayendo casi hasta el suelo y la boca abierta. Mi mujer sacó el móvil del bolso y lo puso a grabar. Yo me agaché y le metí los dedos en la boca a Tasya.

  • Dile a tu marido lo que va a pasar. – le ordené.
  • Aaaaahhh – Se le puso una sonrisa diabólica. – Mi jefe me va a follar… afpfff… La puta cabeza… La cabeza de puta… Se va a follar a tu mujer… Y la va a preñar…
  • Bien puta, se acabó. Mira bien a tu marido. – Puse las piernas a ambos lados de su cabeza, y miré a Ana, que grababa con una mano y se acercaba a Álvaro para cogerle del pelo y asegurarse de que miraba, aunque no hacía falta, porque no había dejado de mirar un segundo.

La cogí de la cara, con los pulgares dentro de la boca, hice un poco de squat y le apoyé el capullo en la boca.

  • Mirala bien – le dije. Ella le sostuvo la mirada mientras mi polla entraba, primero despacio, y después más fuerte, una y otra vez. Veía mi capullo empujar su garganta mientras ella gorgojeaba sin siquiera hacer gestos con las manos para que aflojase. Empecé a darle más fuerte, entrando sin mucha velocidad, pero clavándola hasta el fondo.
  • Glooglób gloggggob glop! Gloooogglgllglglglo! Hhhhhmmmjmjjmmmmmmm – Las babas le llenaban los ojos, y ella se las quitaba para seguir mirando. Comencé a darle manotazos en el coño, y gritó incluso teniendo el rabo alojado en la garganta. Estaba realmente descontrolada, era el juguete perfecto. Apreté las metidas hasta enterrársela completa, del revés, y apreté su cuello cuando mi capullo aparecía – Ggllolhhggggggg ggggooiaaaagggggg GGOGOOOGOGGGGGGGGOOGOGLGOGGGGGGGGG… GLOP!

La saqué, le puse la mano bajo la cabeza y se la levanté. Le sonreí y le escupí. La cogí del brazo y la moví hasta la horizontal del sofá. Quedó abierta de piernas, mirándome y moviendo el coño hacia arriba, pidiéndola. Paré un segundo, y lo interpretó como la interrupción de antes.

  • Me va a volver a follar… Míralo maricón – Le dijo a Álvaro.

Mis huevos estaban a reventar, y Ana lo sabía.

  • Van a regar a tu mujer, cuqui… – Le dijo a Álvaro, volviendo a sentarse sobre su polla y clavándosela de una, mientras se daba palmadas en el coño sobre ella.

Le aparté una pierna con la rodilla y me incliné sobre ella. Apoyé una mano junto a sus tetas y empecé a comérselas. Sorprendida, me agarró la cabeza y gimió, casi en un llanto. Seguí lamiéndole las tetas y le atrapé un pezón con los dientes, mientras llevaba la otra mano hasta su cuello. Volví a incorporarme y se la volví a clavar hasta el útero.

  • ahhhhAHAAAAAHAAAAHAAAAAA!! Pr… préñamee jefe, tendré una niñaaahhh… la criará mi marido, aaaaahhh, y vendrás cuando quieras AAAHh sí – Bombeé fuerte y profundo mientras apretaba levemente su cuello, para seguir escuchándola – … a follarnos aaaaahhhh… y preñarnos a las dos… y nos arrodillaremos delante de ti a chupártelaaaaaahhh!!! Sí… Delante del maricón… Aaaahhh!!!
  • Hahahaha!!! Pero que golfa descontrolada de mierda. Toma cerrrrda! – Chop chop chop chop, mis huevos chocaban contra su culo haciendo un chapoteo brutal, mientras seguía gritando descontrolada – Toma leche, puta de mierda… – Le agarré un pezón y lo retorcí – Me corrooo!!! – Me miró con los ojos más abiertos aún, aunque pareciese imposible, y empezó a eyacular ahora sin gritar, con un gesto de trance y la mirada perdida.
  • Aahh… ahhhh… ahhh… aa.. A… – La presión de su coño en ese orgasmo era impresionante, parecía chupármela con el útero mientras le descargaba, chorros y chorros de leche – aaaaaa – decía, con un gemido ahogado mientras seguía corriéndose – Mi polla seguía trepando dentro de ella y soltando más leche – aaaaAAAAAAAAAAAAA!!!! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!! – Rugió de nuevo.

Me levanté de inmediato y le tiré un beso a Ana, que estaba recostada, montando a Álvaro y echada hacia atrás, cogiéndole la cabeza con la mano y echando la suya hacia atrás.

Me senté de nuevo en el sofá. Se acordó de lo que tenía que hacer. Se arrodilló frente a mí en el sofá, dándole la espalda al sofá contrario, la cogió y volvió a chupar. Subía y bajaba mientras me masturbaba y no dejaba de succionar mi capullo, como si pudiese rebañar más leche de él de inmediato-

  • Mmm aaaaahh mmm ahhh glob…
  • Chupa pollas casi mejor que come conejo, la putita – Dijo Ana acelerando su movimiento sobre Álvaro, y le pegó la cara a su oreja echándose hacia atrás – ¿Has visto que bien chupa mi puta? Tendrías que haber visto cómo babeaba comiéndome el coño… Lo come mejor que tú, puto maricón… aahhhhhh… Ni se te ocurra correrte… Te vas a correr en el cuarto de baño, sólo, masturbándote frente al espejo mientras tu mujer se está fecundando… Puuttooooo!!! – Dijo, corriéndose de nuevo.

Tasya seguía chupando y chupando, y Ana me había dado espectáculo como para que se me despertase más rápido. – GLop blog llmmmm aaahhh – repetía mi joven secretaria, que había superado todas mis expectativas de descontrol – GLOB GLOB GLOB

  • Que puta eres, amor mío –
  • Gracias precioso… ufff… me lo estoy pasando genial con el consolador… Después me dejas a la puta, que me coma el conejo mientras te la chupo… Ahora no, que tendría que tocar al maricón con la boca… aaaahhhh…
  • Buffff – Resoplé. Ana sabía enfermarme de verdad, y no había perdido esa capacidad con los años ni con los mil polvos con todas las putas que no sabían que eran putas hasta que nos encontraron.

Le metí los dedos entre la boca y mi polla a Tasya y de nuevo los llevé a su culo. Noté que me crecía y no quise mucho prolegómeno… Le clavé el dedo entero en el culo – AaaFFffffffAAAHHHyAAA!! – Gritó, pero volvió a chupar y chupar de inmediato, a pesar del dolor repentino – FPFFfff sí jefe sí glob GLUP – Sonó, tragándosela de nuevo hasta el fondo, con total facilidad ahora. Cogió mis huevos con la mano y los lamía, intentando metérselos en la boca, tirándose ella misma, tosiendo y escupiendo para volver a intentarlo, cada vez con más dificultad porque volvía a crecer. La detuve empujando su frente.

  • Túmbate boca arriba.
  • Bfffaaahh sí, señor.. Sí… – Obedeció de inmediato. Puse sus piernas en mis hombros y apoyé mi capullo contra la entrada de su ojete. Lo restregué pulsando varias veces. Abrió los ojos inmensamente.
  • ¿Te han dado por el culo? – Le pregunté.
  • No… Nadie… No señoraaaaAAAAAAAAAAAAA!!!!!! – Rugió cuando, mientras hablaba, mirándola a los ojos, le enterré de golpe la cabeza y medio rabo en el culo. Le tapé la boca. – MMMMMMMM!!!
  • Ssshh shhh sshhhh aasí, putita, tu culo es mío… Ssshhh… – Diciendo esto, se la clavé entera, prolongando su quejido, ahogado bajo mi mano – Tienes toda mi polla en tu culo, niña… ssshhh muuy bieen putita… Sé lo que te gusta pensar… Imagina que te estoy violando… Imagina que el primer día te cogí del pelo, te empujé contra el escritorio y te arranqué la falda… Te amordazé con ella…
  • Mmmaaaooooooooaaaa – cambió el rugido por un quejido mientras sus ojos se cerraban y sus piernas se abrían más
  • Así putita, síí… Buena puta… Te amordazé con la falda y te rompí el culo sin preguntar… Después te violé el coño y la boca y te tiré en la puerta de mi despacho con la ropa hecha jirones… asíí… Eso te gusta imaginar, ¿eh, puta estúpida? Le quité la mano de la boca.
  • Aaahhh sí sí señor sí jefe…
  • Así puta inútil… Cómo me gusta estrenar culos de puta… – Empecé a bombear directamente de forma violenta, de repente y al máximo; plof plof plop plof – Mi leche te está preñando, cerda, mientras te desvirgo el ojete.
  • AAAAAAAAHHHHH !!!!! SÍ!!!! Folle mi culo… Fo… Fólleme el culo… elculo… aaaaAaaaAAAAAHHH! Viólemeee ahh siempre que quiera… aaaayaaaahhh
  • Marrrrana!! – plof plof plof
  • AAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!
  • Puuta de mierda… Voy a correrme en tu culo de putaaaaaaa!!! – Y empecé, sin más, a descargar la leche que me quedaba en los cojones, mientras ella se corría de nuevo, con un copioso squirt de nuevo.

Me levanté, encendí un cigarro y la dejé en el sofá, tendida y abierta de piernas, sin moverse. Me acerqué a besar a mi mujer, que estaba sentada, ya fumando.

  • Te amo. – Le dije.
  • Y yo a ti – Me respondió. – La has dejado echa un desastre, pero mira cómo recoge las piernecitas.

Tasya nos miraba suspirando y había recogido sus piernas sobre su cuerpo, juntando las rodillas. No sé si funciona o no, pero es el típico gesto, o posición, que se hace para favorecer la fecundación después de que te rellenen de semen.

Epílogo

En los días siguientes, volvió el ritmo cotidiano de la consultora y de los proyectos que los habían llevado a Montevideo, pero ninguno de los cuatro se comportaba igual que antes. Yo había conseguido el mejor juguete de los que teníamos hasta el momento. Ana mantenía la mente ocupada en su trabajo y se sentía cómoda con su juguete. Álvaro, por su parte, aún procesaba lo ocurrido, balanceándose entre la incomodidad y un extraño alivio; casi sin darse cuenta, se acostumbraba a aquel papel que jamás habría imaginado para sí mismo. Tasya, finalmente, transitaba los pasillos y las reuniones con la misma eficacia y profesionalidad de siempre, aunque, en lo más hondo, pareciera haberse encendido en ella un fulgor diferente, una chispa que había tomado forma y que le daba alas. Y sí. Estaba embarazada.

Conforme avanzaban los días, cada proyecto fue saliendo adelante: se cerraron contratos nuevos, se concretaron acuerdos con proveedores y las metas de la empresa parecían cumplirse de manera suficiente. La vida laboral y los encuentros personales se fundían en una extraña complicidad, como si los lazos tejidos durante esas veladas intensas les dieran una seguridad nueva.

Con el tiempo, Tasya iría conociendo a nuestros otros juguetes y descubriéndose al mismo tiempo más decidida y amable. La mayor parte de las cosas que había crecido pensando que estaban mal, que eran terribles, podían mantenerse en la cama y coexistir con una vida normal y con una autoridad aún más natural. Fue capaz en poco tiempo de usar la misma autoridad y eficiente, pero con auténtica amabilidad. Probablemente, porque la lucha interna se veía satisfecha con el picor constante de esperar mis órdenes y cumplirlas habitualmente. Era como una tarea más, que balanceaba bastante bien. Un tiempo después consiguió articular hasta qué punto esto le daba un sentido de pertenencia y familia.

Esta afición compartida con mi mujer se ha ido desarrollando con el tiempo, y ya van años en los que nos ha procurado muchos recuerdos divertidos, e incluso espectaculares. Quizá os vaya contando nuestros primeros pasos y cómo hemos alcanzado éste nivel de compenetración depredadora. Es real, y los trucos que permiten explorar y vivir este tipo de experiencias son mucho más normales y corrientes de lo que os podéis esperar. Montevideo, con su ritmo apacible y sus cielos cambiantes, es uno de los escenarios ideales para ello. Ya os contaré por qué.


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