María se encontraba absorta en la fotografía del día de graduación de su hijo, una imagen que marcó un antes y un después en su vida. Aquel día, que parecía tan lejano, había dado inicio a una montaña rusa de emociones que la había mantenido en vilo durante las últimas semanas. La vuelta de su hijo a casa había sido como un huracán, agitando las aguas tranquilas de su rutina. Se preguntaba, entre preocupada y emocionada, cómo habían llegado tan lejos en esta travesía que estaba lejos de detenerse.

CAPÍTULO 1

María, tras tres largas horas al volante, finalmente estacionó su automóvil en el campus universitario. Sacó un pequeño estuche de maquillaje de su bolso y, con movimientos sutiles, realzó su rostro. Aunque a sus 48 años el tiempo había sido indulgente con ella, había arrugas que prefería disimular.

Bajó del coche y acomodó su vestido a las sugerentes curvas de su cuerpo, sintiéndose elegante y orgullosa de estar allí para su hijo. Con paso seguro, se adentró en el campus, donde la zona ajardinada destinada a la ceremonia de graduación de Enrique estaba repleta de gente. María caminó durante unos minutos, buscando entre la multitud hasta que sus ojos se encontraron con los de su hijo. Enrique, con su toga y el característico gorro de graduación en mano, corrió hacia ella. Se abrazaron con fuerza, ese abrazo de madre e hijo que trasciende las palabras. María dio un paso atrás, admirando a su hijo con un brillo de orgullo en los ojos.

─ Enrique, te ves realmente guapo con ese atuendo ─comentó María, con una sonrisa que reflejaba todo su amor y felicidad.

Enrique, con una mirada llena de cariño, respondió: ─ Mamá, tú eres la que está verdaderamente guapa hoy.

Se abrazaron nuevamente, compartiendo ese momento especial antes de que la ceremonia comenzara. Hablaron un poco más, recordando momentos de su trayecto universitario, hasta que anunciaron por megafonía que el evento estaba a punto de comenzar. Con un tierno beso en la mejilla, María se despidió de su hijo y le deseó lo mejor. Enrique se dirigió hacia el área reservada para los estudiantes, mientras que María fue a buscar su asiento asignado entre el público. El sol de la tarde acariciaba su piel, y una brisa ligera movía su cabello mientras se sumía en la emoción de presenciar uno de los momentos más importantes en la vida de su querido hijo.

En el escenario, una fila de profesores esperaba pacientemente mientras los estudiantes iban uno tras otro, estrechando sus manos con gratitud cuando el rector pronunciaba sus nombres antes de entregarles el tan ansiado diploma. Los aplausos del público llenaban el aire, celebrando cada logro de los estudiantes.

Llegó el momento de su hijo, y María se levantó de su asiento con entusiasmo, aplaudiendo con más fuerza que nunca. Sus ojos se llenaron de lágrimas, una mezcla agridulce de alegría y orgullo, pero también de tristeza por la ausencia de su difunto marido, quien no estaba allí para ver el hombre en el que su hijo se había convertido.

La ceremonia culminó con una explosión de aplausos y vítores, y las familias se agruparon alrededor de los graduados, inmortalizando el momento en fotografías. Enrique se acercó a un compañero y le pidió que les sacara una foto a él y a su madre. Posaron con orgullo, sosteniendo el diploma con una sonrisa que irradiaba satisfacción.

María, mientras apretaba la mano de Enrique, le dijo con voz emocionada: ─ Tu padre estaría orgulloso de ti, cariño.

Enrique dirigió una mirada al cielo, reprimiendo una lágrima que amenazaba con escapar, y respondió con convicción: ─ Seguro que lo está.

Abrazó a su madre con fuerza, compartiendo un momento de profundo amor y gratitud por todo el apoyo que le había brindado a lo largo de su vida. Después de la ceremonia, madre e hijo se dirigieron a la residencia de estudiantes para recoger el equipaje de Enrique. Mientras él terminaba de guardar algunas cosas en su maleta, María se quedó pensativa. Recordó sus propios años de estudiante y se preguntó qué travesuras habría cometido su hijo en esa habitación, ahora ya era un adulto de 23 años. Una sonrisa picarona se dibujó en su rostro mientras sus pensamientos vagaban por los recuerdos de juventud. Después de cargar todo su equipaje en el coche, se dirigieron al hotel donde pasarían la noche antes de emprender el viaje de regreso a casa al día siguiente.

María, mientras conducía, le preguntó a su hijo: ─ ¿Has dejado la ropa lista para mañana?

Aún emocionado por su logro académico, Enrique asintió con una sonrisa: ─ Sí, mamá, todo está listo.

Al llegar al hotel, María se dirigió a la recepción y entabló una breve conversación con el recepcionista, quien la miró de manera un tanto extraña, aunque no lograba entender exactamente por qué. Tras la conversación, el recepcionista les entregó las llaves y llamó al botones para que los llevara a su habitación. Cuando llegaron a la habitación, se encontraron con una sorpresa: solo había una cama de matrimonio. María se dirigió al botones y le informó de la equivocación, ya que habían reservado una habitación con dos camas. El botones, apurado, les explicó que era la única habitación disponible, ya que la graduación de las universidades había llenado el hotel por completo. María, visiblemente molesta, expresó su intención de presentar una queja, pero su hijo la detuvo con calma y le dijo: ─ Tranquila, mamá, nos las apañaremos. Nada nos va a fastidiar el día.

El botones se disculpó una vez más antes de retirarse, dejándolos a solas en la habitación. Ambos comenzaron a colocar sus pertenencias en el armario, y María, finalmente, se sentó en la cama y empezó a reír.

Enrique, intrigado, le preguntó: ─ ¿Qué te hace tanta gracia?

María, aun riendo, respondió: ─ Ahora entiendo por qué el recepcionista nos miraba de manera extraña. Debe haber pensado que éramos una pareja.

Ambos compartieron una risa cómplice, y Enrique bromeó ─ Imagínate, “la madurita” y “el jovencito”.

Ambos volvieron a reír antes de prepararse para salir. María quería aprovechar ese día para explorar la ciudad y pasar el día de graduación con su hijo. Enrique se convirtió en el guía turístico improvisado de su madre mientras recorrían la ciudad que él conocía tan bien después de cuatro años de universidad. Le descubrió los rincones más pintorescos, calles adoquinadas y edificios históricos que resonaban con la historia académica de su hijo. La noche los llevó a un acogedor restaurante asiático donde disfrutaron de sushi, a María le encantaba y su hijo lo sabía. Bajo la luz de la luna, caminaron de regreso al hotel, compartiendo historias y risas mientras ella se abrazaba a su brazo.En la habitación del hotel, María se dirigió al baño para ponerse el pijama. Cuando salió, encontró a su hijo ya cambiado. Con una sonrisa traviesa, le preguntó: ─ Bueno, ¿qué lado prefieres?

Enrique, con un salto, se tumbó en la cama y señaló el lado junto a la ventana. María encontró divertida la fechoría de su hijo y se arrojó al otro lado de la cama, riendo juntos como cómplices de la travesura. Sin poder evitarlo Enrique observo como los pechos de su madre se movían libremente bajo el pijama mientras reían. Charlaron hasta altas horas de la noche, compartiendo ideas para el futuro del joven y risas mientras el sueño finalmente los vencía. A la mañana siguiente, María despertó antes que su hijo y decidió darse una ducha. Mientras recogía las toallas, observó a su hijo dormido. Admiraba la transformación en el joven atractivo en el que se estaba convirtiendo. Sabía que, tarde o temprano, tendría una pareja y se independizaría, por lo que quería aprovechar cada momento que pudiera disfrutar a su lado. María salió de la ducha envuelta en una toalla y se dio cuenta de que había olvidado su ropa interior en la habitación. Su hijo ya estaba despierto y mirando por la ventana.

Con una sonrisa, lo saludó: ─ Buenos días, cariño.Enrique respondió con un amistoso: ─ Buenos días, mamá. ¿Puedo entrar al baño ya? Necesito orinar.

María, aún envuelta en la toalla, se percató de la erección matutina de su hijo, le dijo algo ruborizada: ─ Claro, entra. Yo espero.

Después de vestirse y recoger todo el equipaje, abandonaron el hotel, no sin antes completar la hoja de reclamaciones al entregar la llave de la habitación. Enrique preguntó por qué su madre había reclamado, ya que no habían tenido problemas durante la noche.

María respondió con una risa traviesa: ─ Bueno, a lo mejor nos devuelven el dinero y nos sale gratis.

Enrique se rio, sorprendido por el lado juguetón de su madre, y dijo: ─ No sabía que eras tan malvada.

Ambos rieron mientras subían al coche y ponían rumbo a su hogar, compartiendo el vínculo especial entre madre e hijo, fortalecido por este inolvidable viaje de graduación.

CAPÍTULO 2

Llegaron temprano a casa, y Enrique, tras dejar sus pertenencias en su habitación, salió en busca de sus amigos. Le dijo a su madre que no volvería hasta la hora de cenar. María le dio un beso en la mejilla y le deseó que se divirtiera. Enrique pasó un día fantástico con sus amigos, a quienes no veía desde hacía mucho tiempo. Mientras tanto, María se encontraba en la cocina, preparando la cena. Cuando su hijo regresó, entró en la cocina con una sonrisa en el rostro, la abrazó por detrás y le dio un tierno beso en la mejilla.

─ Huele delicioso, mamá. ¿Qué estás cocinando? ─preguntó Enrique.

María sonrió agradecida y respondió: ─ Estoy preparando algo especial. Anda, ve a ducharte mientras termino de cocinar.

Enrique obedeció y se dirigió al baño. Un rato después, María escuchó a su hijo llamándola desde la ducha. Se acercó a la puerta y preguntó: ─ ¿Qué pasa, cariño?

Enrique respondió desde dentro: ─ No tengo toalla.

María se apresuró a buscar una toalla y con la intención de dársela a través de la cortina, pero cuando entró ya estaba fuera, de pie sobre la alfombrilla. ─ Gracias, mama.

─ Ella intento mantener la mirada, pero mientras salía y su hijo se secaba la cara le echo una rápida mirada a su miembro y cerró la puerta. Su corazón latía con fuerza inexplicablemente mientras andaba por el pasillo. Hacía ya unos años que no lo veía desnudo y con cierto orgullo se alegró del tamaño de su polla.

Compartieron una deliciosa cena casera que Enrique elogió a su madre: ─ Mamá, la cena está espectacular, un 10.

Después de la cena, madre e hijo se unieron para limpiar la cocina y luego se sentaron juntos frente al televisor. Disfrutaron de un rato de tranquilidad hasta que el cansancio los venció, y se dirigieron a la cama después de darse un tierno beso de buenas noches. A la mañana siguiente, María se despertó y se sorprendió al ver a su hijo durmiendo en el sofá. Se preguntó por qué no había dormido en su cama y comenzó a preparar café. El delicioso aroma del café recién hecho pareció despertar a Enrique, quien entró en la cocina, bostezando y estirándose.

─ Buenos días, mamá ─saludó Enrique.

María, intrigada, le preguntó: ─ ¿Por qué dormiste en el sofá y no en tu cama?

Enrique, sonriendo, respondió: ─ Mi cama ya se me quedó pequeña, apenas cabía.

Ella sonrió con ternura y dijo: ─ A veces se me olvida que ya eres todo un hombre. Más tarde iremos a comprar una cama nueva.

Desayunaron juntos y luego salieron a buscar una nueva cama, un símbolo de la transición de su hijo hacia la adultez, y María estaba lista para acompañarlo en cada paso de ese viaje. Juntos caminaban por el concurrido centro comercial. María había decidido ponerse un vestido discreto, pero que, a pesar de su sencillez, realzaba elegantemente su figura. Cada paso que daban atraía las miradas de los transeúntes, pero había uno en particular que no pasó desapercibido para Enrique: el vendedor de la tienda de colchones. Entraron en la tienda y fueron recibidos por un hombre de mediana edad con una sonrisa profesional. Sin embargo, Enrique no pudo evitar notar las indiscretas miradas del vendedor hacia el escote de su madre. Un atisbo de celos comenzó a crecer en su interior, pero también una determinación de proteger lo suyo.

─ Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarles? ─preguntó el vendedor, sin disimular su curiosidad.

María, siempre amable, respondió primero: ─ Estamos buscando una nueva cama.

El vendedor asintió y comenzó a hablarle sobre las diferentes opciones disponibles en la tienda, mientras seguía bajando su mirada a los pechos de María. Sin embargo, Enrique intervino poniéndose delante de su madre, decidido a tomar las riendas de la conversación.

─ La cama es para mí. Quiero algo cómodo y de buena calidad.

María notó el gesto de Enrique y le dio un tierno apretón en el brazo, sintiéndose halagada por su protección.

─ Claro, señor ─respondió el vendedor, pareciendo entender la situación.

Recorrieron la tienda, probando diferentes colchones y evaluando sus características. Finalmente, seleccionaron una cama que prometía noches de descanso reparador y confort absoluto.

─ Perfecto, hemos elegido esta ─dijo Enrique, mirando a María con una sonrisa.

El vendedor asintió, tomando nota del pedido.

─ Le llegará a casa la semana próxima. Espero que disfrute de su nueva cama.

María y Enrique agradecieron al vendedor y abandonaron la tienda, sintiéndose satisfechos con su elección. María, siempre con una chispa de entusiasmo, sugirió a Enrique que, ya que estaban en el centro comercial, podrían aprovechar para comprar ropa nueva. Enrique, sin embargo, mostró una reticencia que dejaba claro su poco entusiasmo por la idea. No era precisamente un amante de las compras, especialmente cuando se trataba de ropa.

─ No sé, mamá, no me apetece mucho comprar ropa ─dijo Enrique, alzando una ceja en señal de duda.

─ Vamos, cariño, solo será un rato. Y yo estaré aquí para ayudarte a elegir lo que te quede mejor ─le aseguró, con una sonrisa.

Enrique no pudo resistirse a esa sonrisa, y finalmente asintió, aceptando la idea. Juntos se dirigieron a una tienda de ropa de dos plantas, donde Enrique comenzó a recoger varias camisetas y pantalones. Una vez con una pila considerable en sus brazos, se dirigieron al probador. Dentro del probador, Enrique se fue probando la ropa, y ocasionalmente le pedía a su madre su opinión sobre cómo le quedaba cada prenda. Ella, atenta, evaluaba cada elección y le ofrecía consejos. Enrique sacó unos pantalones entre las cortinas y, al notar que le quedaban un poco ajustados, miró a su madre y le pidió que le buscara una talla más grande. María se dirigió al perchero donde estaban ese mismo modelo y tomó una talla más grande. Abrió la cortina ligeramente y le pasó los pantalones a Enrique, quien aún se encontraba probándose otros. Mientras lo hacía, ella no pudo evitar desviar la mirada hacia el torso desnudo del joven, admirando la suavidad de su piel y la forma en que la luz del probador acentuaba sus músculos. Su corazón latía un poco más rápido, pero rápidamente apartó la mirada, consciente de la necesidad de mantener la compostura.

Después de encontrar la talla adecuada y elegir algunas prendas más, abandonaron el probador y se dirigieron a la planta de ropa de mujer. María eligió dos hermosos vestidos que llamaron su atención, y decidió probárselos. Enrique esperó mientras ella se cambiaba, aunque por una leve rendija de la cortina en alguna ocasión pudo ver a su madre en ropa interior. Siempre le había parecido una mujer guapa y ahora de adulto estaba empezando a apreciar la sensualidad del cuerpo de su madura madre, y cuando salió del probador, él la miró con admiración.

─ Estás espectacular, mamá ─le dijo, con sinceridad en sus ojos.

─ Gracias, cariño ─ dijo girándose, haciendo que el vestido ondeara.

Con las bolsas de ropa en mano y la cama encargada pendiente de envío, regresaron a casa. La noche cayó sobre la casa, y Enrique, dispuesto a dormir en el sofá. Sin embargo, María, con una generosidad que solo una madre y mujer de corazón cálido podía mostrar, le ofreció una alternativa.

─ Enrique, no me importa que duermas conmigo, como la otra noche en el hotel de tu graduación. El sofá es incómodo y te vas a hacer daño en la espalda. ─ dijo preocupada.

A Enrique le pareció una oferta irresistible, y agradecido por no tener que dormir de nuevo en el sofá, asintió ─ Gracias, mama. La verdad es que en el sofá se duerme fatal. Espero que mi cama llegue pronto ─respondió, apreciando la consideración de su atenta madre.

Enrique ya estaba en la cama cuando entro su madre con una risa traviesa ─ Mira como en el hotel ─ y se tiró sobre la cama.

Reía a carcajadas junto a su hijo mientras sus pechos volvían a moverse frente a él bajo el pijama. ─ Estas loca, mama. ─ dijo riendo también sin perder de vista sus movimientos.

─ Loca de tenerte en casa cariño, ha sido una temporada muy solitaria para mí. ─ le dijo María mientras lo abrazaba.

─ Yo también te he echado mucho de menos mamá ─ le dijo mientras le daba un suave beso en la frente y la rodeaba con uno de sus brazos.

Los dos se acostaron, dándose las buenas noches con un gesto cariñoso. Mientras María se acomodaba bajo las sábanas, Enrique observó su figura recostada a su lado. La suavidad de las sábanas y la cercanía de su madre lo llenaron de una sensación de confusa atracción sexual. Al amanecer, Enrique se despertó antes que su madre. Sus ojos se posaron en la figura dormida a su lado, y su mente comenzó a divagar. Observó cómo las curvas de ella se ajustaban delicadamente al suave pijama que vestía. Su mirada se centró en sus tetas, turgentes y firmes, notando cómo sus pezones se dibujaban con suavidad en la tela. Enrique, con un suspiro y decidió apartar esos pensamientos y se levantó con cuidado para no despertarla. Cuando finalmente María se despertó, se encontró sola en la cama. Se levantó con calma, se envolvió en una suave bata y se dirigió a la cocina, donde encontró a Enrique ocupado preparando el desayuno.

─ Buenos días, cariño. ¿Cómo has dormido? ─le preguntó María, con su habitual calidez en la voz.

Enrique se volvió hacia ella, con una sonrisa luminosa en el rostro.

─ Genial, mama. ¿Quieres desayunar? ─respondió, ofreciendo su ayuda.

Ella asintió con gratitud ─ Sí, por favor. Un poco de café y tostadas estarán bien ─dijo, mientras Enrique se esforzaba por atenderla con amabilidad.

María, llena de aprecio por su consideración, le dio un abrazo afectuoso por detrás y un suave beso en la mejilla. Enrique se estremeció al sentir los labios mientras sentía los pechos de su madre en la espalda. Desde aquella noche en la que Enrique había compartido la cama con su madre, algo en su interior había cambiado. La atracción hacia ella, que antes pasaba desapercibida o se mantenía en segundo plano, comenzó a crecer de forma silenciosa pero persistente. Enrique se volvió más afectuoso con ella, buscando cualquier excusa para acercarse y tocarla de forma cariñosa. Sus ojos se volvían indiscretos cuando tenía la oportunidad, capturando cada detalle, especialmente los turgentes contornos del cuerpo de María. Por su parte, María percibía el cariño de Enrique de forma inocente y respondía con ternura a sus gestos afectuosos.

La vuelta a casa estaba llena del cariño y amor de su madre, sin embargo, Enrique comenzó a enfrentar una lucha interna. Cada vez que llegaba la hora de dormir, su cuerpo reaccionaba de manera incontrolable al ver a su madre en pijama. Para evitar cualquier malentendido o situación incómoda, le daba un beso de buenas noches y rápidamente se disponía a dormir. María, ajena a los tormentosos pensamientos de su hijo, aprovechaba ese tiempo para leer un poco antes de sumirse en el sueño.

Una mañana, Enrique despertó con una extraña sensación en la entrepierna. Algo había despertado su cuerpo mientras dormía profundamente. Era la mano de su madre, que accidentalmente se había posado en su polla. Enrique no pudo evitar tener una erección ante el calor de aquella mano, pero temiendo perturbar el ambiente tranquilo, se mantuvo inmóvil y decidió hacerse el dormido. María al poco se despertó y se sobresaltó al darse cuenta de la ubicación de su mano. Sin querer, había tocado una zona extremadamente sensible de Enrique. Ella retiró su mano delicadamente, sintiendo una oleada de calor y excitación ante la involuntaria erección de él en su mano. Sin querer despertarlo, María se levantó con cuidado, sin saber que su hijo estaba fingiendo dormir.

María se dirigió al baño para aliviar sus necesidades matutinas, pero su mente estaba llena de pensamientos del miembro de su hijo. Al limpiarse, notó que su propia vagina estaba sensible y húmeda, una reacción involuntaria a la excitación. Mientras preparaba el desayuno, trató de alejar esos pensamientos de su mente, consciente de lo inapropiado de la situación. Enrique finalmente despertó y le dio los buenos días a María con un cariñoso beso en la mejilla pegando su cuerpo al de ella. Ambos compartieron su desayuno, completamente ajenos a los pensamientos que habían comenzado a aflorar en el interior de cada uno, una tensión cargada de deseo que comenzaba a teñir su convivencia. A pesar de su prudencia, María disfrutaba profundamente de cómo la trataba su hijo, de sus caricias y besos.

Una noche, María se despertó y notó la mano de Enrique reposando sobre uno de sus pechos. Permaneció inmóvil, consciente de la situación incómoda, pero al mismo tiempo excitante. No quería despertarlo, y mucho menos interrumpir el tacto de su mano que hacía que sus pezones se endurecieran. La excitación comenzó a apoderarse de ella, y sacó fuerza de voluntad para no acariciar su húmedo coño en ese momento.

En otra ocasión, María se despertó con los movimientos de su hijo a su lado. Fingió dormir mientras sentía las manos del joven recorriendo su cuerpo con atrevimiento. Su corazón latía con fuerza, y entonces, para su sorpresa, notó cómo Enrique tomaba su mano y la guiaba hacia su miembro erecto. La sorpresa inicial cedió ante la curiosidad y el deseo, y María se dejó llevar por el juego peligroso. Fingió seguir durmiendo, pero su mano, sobre la dura polla de su hijo, comenzó a acariciarlo sutilmente, casi de forma involuntaria, sintiendo cómo él respondía con gemidos ahogados de placer. Estos juegos secretos y apasionados se volvieron cada vez más constantes durante la semana. La tensión sexual entre ellos estaba en su punto máximo, y parecía que estaban a punto de cruzar la línea que separaba el amor madre e hijo de la pasión desenfrenada. Sin embargo, antes de que las aguas se desbordaran por completo, llegó una llamada que anunciaba la entrega de la cama de Enrique. Esta noticia marcaba el fin de sus noches compartidas.

CAPÍTULO 3

La mañana llegó, trayendo consigo la esperada entrega de la cama de Enrique. Los repartidores llamaron a la puerta temprano, y Enrique fue quien los recibió, dando paso a la instalación de su nueva cama. No pasó mucho tiempo antes de que estuviera lista, y María, siempre atenta a los detalles, les dio una propina antes de que se marcharan. Quedaron solos de nuevo, y la realidad de que ya no compartirían la cama se hizo patente.

María, con una sonrisa nostálgica, comentó: ─ Bueno, ahora tienes una cama solo para ti.

Enrique, disimulando su desilusión, respondió: ─ Sí, por fin. Aunque te voy a echar de menos, mamá.

Ella le correspondió con afecto: ─ Yo también te echaré de menos.

Ambos se miraron y, tras un beso en la mejilla, María propuso una última noche compartida como despedida. A Enrique se le iluminó el rostro y aceptó con entusiasmo.

La noche llegó, y María se encontró despertando en mitad de la oscuridad, sumida en la excitación de los tocamientos de Enrique. Una vez más, él tomó su mano y la guio hacia su miembro erecto. María, esta vez sin resistirse, comenzó a acariciarlo con movimientos amplios y sensuales. Enrique, con los ojos abiertos, se encontró con la mirada lujuriosa de su madre. Estaba a punto de decir algo, pero ella le hizo un gesto para que guardara silencio. Sin mediar palabras, sus bocas se encontraron en un apasionado beso. Sus lenguas danzaban en un juego de deseo, mientras las manos de María continuaban acariciando la polla de Enrique. Los gemidos ahogados de placer llenaban la habitación, y la tensión sexual que habían acumulado durante tanto tiempo finalmente estallaba en ese momento.

Los movimientos de María se aceleraron, llevando a Enrique al clímax con una intensidad abrumadora y tras un profundo gemido del joven, el semen empezó a brotar.

Ella retiró su mano, y entre jadeos, le susurró: ─ Ve a asearte.

Enrique obedeció, caminando hacia el baño para limpiarse. Cuando regresó, encontró a María vuelta de espaldas en la cama. Sin decir una palabra, se acercó a ella y se abrazó, sintiendo la calidez de su cuerpo. Juntos, se sumieron en un sueño profundo, envueltos en la complicidad de una noche que marcaría un punto de no retorno en su relación.

La mañana siguiente después de su apasionada noche, Enrique se despertó solo en la cama. María ya se había levantado, y mientras intentaba asimilar lo que había sucedido, se preguntaba si todo había sido un sueño, una ilusión fugaz en medio de la oscuridad. Con cautela, Enrique decidió enfrentar la realidad después de la intensa noche compartida con María. Salió de su habitación y se dirigió a la cocina, sintiendo un torbellino de emociones en su interior. No sabía cómo reaccionaría su madre después de lo que habían compartido, y el nerviosismo lo acompañaba en cada paso. Cuando entró en la cocina, allí estaba ella, de pie, preparando café.

─ Buenos días –saludó Enrique tímidamente, con la voz ligeramente quebrada.

María, al escuchar su voz, se volvió hacia él, evitando su mirada, y le devolvió los buenos días con un beso en la mejilla, como si nada hubiera cambiado entre ellos.

─ Siéntate, vamos a desayunar –le dijo María, tratando de mantener la normalidad en el ambiente.

Enrique la miraba con desconcierto, preguntándose si debía abordar el tema o simplemente dejar que el tiempo lo curara todo. Desayunaron en un incómodo silencio, ninguno de los dos se atrevía a romper el hielo. María terminó primero y se levantó para dirigirse al fregadero. Cuando Enrique terminó, se acercó con temor para dejar su plato en el fregadero. La imagen de su madre masturbándolo seguía resonando en su mente mientras se preguntaba qué significaba todo eso para su relación con ella.

Estuvo a punto de salir de la cocina cuando María lo detuvo con una voz seria y firme: ─ Enrique, espera. Tenemos que hablar.

Él se detuvo en seco, temeroso de darse la vuelta y encontrarse con su mirada. Respiró hondo y volvió a tomar asiento, preparándose para la conversación que sabía que debían tener. María se sentó frente a él, con un semblante serio, y después de unos segundos, tomó su mano con cariño.

─ Cariño, lo que pasó anoche estuvo mal, y no puede volver a suceder, ¿de acuerdo? No sé explicar por qué ocurrió, pero pasó, y te pido disculpas.

Enrique, sintiéndose culpable, respondió rápidamente: ─ No, mamá, todo ha sido culpa mía. Yo fui quien se sobrepasó, y te pido disculpas.

María le sonrió con cariño y apretó suavemente su mano.

─ No importa quién tenga la culpa, Enrique. Lo importante es que estemos de acuerdo en que debemos dejarlo atrás y, por supuesto, no debemos contárselo a nadie.

─ Sí, mamá, estoy de acuerdo. Nadie debe saberlo.

Con la tensión liberada, María cambió su expresión seria por una sonrisa.

─ Bien aclarado entonces. Ahora, ve a vestirte. Tenemos que ir a comprar sábanas para tu cama.

Enrique, un poco desanimado por la perspectiva de dormir solo y encima ir de compras, preguntó:

─ ¿En serio?

María lo alentó con una sonrisa y un toque cariñoso en la cabeza: ─ Venga, anda, no seas vago.

Salieron a una tienda cercana, y juntos comenzaron a explorar los estantes de sábanas. María mostró una con estampado de flores y tonos dorados.

─ Mira esta, es preciosa –comentó María.

Enrique, con una sonrisa forzada, respondió: ─ Eh, sí, sí, es bonita.

Por un instante, su mente divagó, imaginando a su madre completamente desnuda sobre esas sábanas doradas acariciando sus tetas, como invitándolo a unirse a ella. Sacudió la cabeza para apartar esa imagen y se adelantó por el pasillo, buscando distraerse. Finalmente, eligieron varios juegos de sábanas y regresaron a casa. Después de almorzar y descansar un rato, se dispusieron a poner una de las sábanas en la cama de Enrique.

─ ¿Cuál te gustaría estrenar, cariño? –preguntó María.

─ Me da igual, María, elige tú.

─ Pues esta es la que más me gusta –dijo María, sosteniendo una sábana con un patrón elegante.

Ambos desdoblaron la sábana y vistieron la cama con cuidado. Enrique no pudo evitar mirar las tetas de su madre que tentándolo con los movimientos mientras se agachaba para ajustar la sábana, observando de reojo la sensualidad de su figura. Sin embargo, recordando la conversación que habían tenido, se obligó a apartar la mirada. Había prometido dejar atrás lo ocurrido y no quería hacer sentir incómoda a María. La complicidad entre ellos seguía presente, pero ahora debían afrontar el nuevo capítulo de su relación con un enfoque diferente.

CAPÍTULO 4

Pasaron algunas semanas desde la noche en la que Enrique y su madre compartieron una experiencia intensa en la cama. Aunque no se habían repetido situaciones como esa, sus mentes no dejaban de revivir una y otra vez ese encuentro prohibido. Enrique se encontraba cada vez más inmerso en sus fantasías con el maduro cuerpo de María. La observaba con deseo, y cualquier movimiento de ella se convertía en una tentación. Por su parte, María, aunque mantenía su compostura por fuera, lidiaba con un mar de dilemas internos. No podía sacar de su mente la imagen de la erección de Enrique en su mano y la sensación de su cálido néctar juvenil derramándose sobre su piel. Cualquier lugar se volvía un recordatorio de aquel momento haciendo humedecer su coño.

Una noche, Enrique se acostó temprano, y María le dijo que se quedaría un poco más viendo televisión. Pasó aproximadamente una hora, y el sueño comenzó a invadir a María. Decidió dirigirse a su cuarto en completa oscuridad para no molestar a Enrique, cuya puerta estaba entreabierta. Sin embargo, una luz suave se escapaba de su habitación, y la curiosidad pudo más que su deseo de dormir. Al asomarse a la habitación de su hijo, lo que vio provocó una sensación instantánea en su coño. Enrique estaba recostado en su cama, acariciando su polla con los ojos cerrados. María lo observó durante unos segundos sin poder evitar tocarse ella misma, y por instinto, abrió la puerta y entró.

─ Hijo, ¿aún estás…? Oh, perdón, perdón ─dijo ella falsamente sorprendida, aunque en su mirada se adivinaba una chispa de deseo.

─ Lo siento, mamá, no debías haberme visto así ─respondió Enrique avergonzado, cubriéndose con las sábanas.

Ella se acercó lentamente a su cama, emitiendo un suspiro sensual.

─ Es culpa mía, debería haber llamado antes a la puerta ─dijo con una voz seductora─. ¿En qué pensabas?

Enrique balbuceó, nervioso y excitado al mismo tiempo:

─ Yo… Yo… En ti, mamá, y cómo me acariciaste la otra noche.

─ ¿Tanto te gustó cariño?

─ Si mama…

María mordió su labio inferior y, sin poder contenerse más, deslizó su mano bajo las sábanas hasta agarrar el duro miembro de su hijo. Comenzó a acariciarlo con suavidad, mientras se acercaba más a él.

─ Esto no puede salir de aquí… Uff que duro estas mi vida.

─ Si mama… será nuestro secreto ─ dijo Enrique dejándose llevar.

Ella empezó a besarlo con pasión. Al mismo tiempo, llevó la mano de Enrique hacia sus senos, invitándolo a tocarla. Su mano se movía con rapidez, recorriendo la hinchada polla de su hijo, facilitado por los fluidos preseminales.

La tensión acumulada y la excitación de la situación hicieron que Enrique no pudiera contenerse más ─ Mama…sigue… me voy a correr…

Ella se incorporó y sacando una de sus tetas la llevo a la boca de su hijo mientras lo pajeaba con más fuerza ─ Vamos mi vida saca toda tu lechita ─ esas palabras fueron demasiado para él y explotó en un intenso orgasmo.

Potentes chorros de semen salpicaron a María y otros las sábanas de la cama mientras ella recorría suavemente su polla sintiendo las palpitaciones de su hijo.

─ Wow, cariño, mira cómo has dejado las sábanas ─dijo María, mirando las sábanas nuevas de la cama que ahora estaban manchadas.

Enrique apenas podía hablar, solo respiraba agitadamente mientras ella seguía acariciándolo suavemente.

─ No puedes dormir aquí con la cama así, vente, vamos a dormir juntos esta noche ─le propuso María, mostrando una sonrisa traviesa.

Ella se adelantó y por el pasillo iba oliendo el semen de su hijo en su mano y sin poder evitarlo llevo los restos que quedaron a su boca. Enrique logró dos cosas que anhelaba: el placer que su madre le proporcionaba y la posibilidad de dormir junto a ella una vez más. En mitad de la noche Enrique se despertó debido a unos ligeros movimientos, se espabiló un poco y escucho suaves jadeos de su madre y entonces comprendió. María tenía su mano en su entrepierna y acariciaba con insistencia su coño. El queriendo compensarla acercó su propia mano hasta la de ella acompañando los movimientos de su madre.

─ Déjame a mi ─ le susurró.

María quito poco a poco su mano empezando a sentir los dedos de su hijo en los labios de su húmedo coño. El joven comenzó a acariciarla mientras ella se recostó abriendo más sus piernas. Un suspiro emano de su boca cuando los dedos de su hijo entraron en su interior.

─ Oh qué rico hijo… sigue así…si… estoy a punto cariño.

Enrique hundió sus dedos lo más que pudo y aumento la velocidad de sus movimientos y unos segundos después su madre exploto en un intenso orgasmo bañando su mano con sus fluidos. Ella tomo su muñeca de su hijo y tiro suavemente sacando sus dedos de su sensible coño.

─ Ah… hijo hiciste que me estremeciera completamente. ─ le dijo mientras se giraba hacia él y le daba un tierno beso en los labios.

Ella notó en su vientre la polla de su hijo de nuevo en erección y llevo su mano para acariciarla.

─ ¿Otra vez estás así cariño?

─ Si mamá… me excitas mucho.

─ ¿Quieres que mami te saque de nuevo la lechita? ─ dijo María apretando la polla de su hijo.

─ Si mamá… por favor.

Ella se incorporó y se sacó completamente el pijama, quedando completamente desnuda ante su hijo. El admiró su cuerpo dibujado entre las luces y sombras de la noche. Se acercó a él de rodillas en la cama y comenzó a acariciar sus testículos haciendo que la polla se moviera de un lado a otro hasta que subió su mano por el tronco y comenzó a masturbarlo. El teniendo el pecho de su madre a la altura de su cara aprovechó para chupar el pezón de uno de ellos y acariciar el suave culo de su madre.

Pasaron varios minutos y Enrique no conseguía correrse, a María ya se le cansaba un poco el brazo.

─ Te está costando terminar esta vez ─ le decía María mientras seguía pajeando a su hijo ─ Vamos cariño saca esa rica lechita para mí…

Ella viendo que no conseguía correrse, dudo un momento, pero se armó de valor, se agachó y empezó a besar los testículos de su hijo mientras con su mano seguía masturbándolo.

─ Oh mamá… me encanta…

Su boca subió hasta meter el glande y comenzó a pasar su lengua, mientras su hijo cerraba los ojos y apretaba las sábanas con sus manos. María comenzó a mamar su dura polla con devoción acompañando el movimiento con sus manos. Sus babas llenaban completamente los testículos de su hijo mientras ella aceleraba los movimientos de su cabeza.

─ Ahora sí mamá… me corro… sigue mamá… sigue… ─ jadeaba Enrique hasta que empezó a eyacular en la boca de su madre.

─ Mmf…mmf… ─ María respiraba por la nariz, sin querer sacar la polla de su boca hasta haberle sacado todo el jugo a su hijo. La cantidad de semen tomo por sorpresa a María, teniendo en cuenta que era la segunda vez que su hijo eyaculaba esa noche.

Le dio unas últimas sacudidas y con la boca cerrada corrió al baño a escupir todo el semen que apenas podía contener. Salió del baño y camino hacia la cama, aquella imagen de su madre totalmente desnuda caminando hacia él se grabó a fuego en la mente del joven. Se echó sobre el pecho de su hijo y volvieron a fundirse en un beso ─ Durmamos ya cariño, es muy tarde.

─ Si mamá ─ dijo Enrique y volvió a darle otro beso.

Él se acomodó detrás de ella y se dispusieron a dormir esta vez desnudos. Ella cogió su mano le dio un beso y luego la llevo hasta uno de sus pechos y así durmieron el resto de la noche.

CAPÍTULO 5

El sol a través de las cortinas comenzó a bañar el dormitorio, testigo de las lascivas acciones incestuosas que se habían producido en su interior. María se despertó y contemplo a su hijo desnudo aún dormido, recordando todo lo que habían hecho, hasta que Enrique abrió sus ojos y sus miradas se encontraron.

─ Buenos días mamá ─ dijo con una amplia sonrisa.

María se volvió hacia él, y con una sonrisa en los labios, le dio los buenos días. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue completamente inesperado para ella.

En un movimiento audaz y apasionado, Enrique la agarró con firmeza y la colocó sobre él. María quedó sorprendida, pero su rostro se iluminó con una expresión de complicidad.

Ella le dijo, complacida: ─ Mm… ¡Impetuoso! ─ dijo a la vez que se dejaba caer en su pecho y comenzaba a besarlo.

María pudo sentir cómo la polla de su hijo crecía bajo ella, sintiéndola rozar su coño mojado. Instintivamente, comenzó a mover sus caderas, una danza sensual que no dejaba lugar a dudas sobre su deseo. El comenzó a moverse también y hubo varios amagos de penetración, in embargo, ella se detuvo con firmeza y mirándolo a los ojos, le dijo con determinación:

─ Hijo, este debe ser nuestro límite. No puedo correr el riesgo de quedar embarazada.

El entendió y paró también, pero no pudiendo contenerse la tomó con fuerza por las caderas. Con determinación, llevó su coño hasta su rostro para saborear su humedad, provocando que un gemido escapara de los labios de María. La lengua de Enrique se colaba entre sus labios y comenzaba a hacer círculos en su agujero.

─ Oh dios… cariño que rico… sí así… sigue comiéndome el coño…mmm ─ decía María entre gemidos, moviendo sus caderas restregándose sobre la cara de su hijo.

Rápidamente María se dio la vuelta y poniendo las nalgas de su culo frente a su hijo agarro su polla y tras unas breves sacudidas comenzó a chuparla mientras acariciaba sus huevos. Enrique echo la cabeza hacia atrás disfrutando de la cálida boca de su madre. Cuando volvió a abrir los ojos la imagen del coño de su madre abierto y mojado pareció llamarlo, agarrándola de su culo comenzó a pasar su lengua.

─ Mama que coño más delicioso tienes, quiero comértelo todos los días ─ le dijo entre lamidas.

A María esas palabras la excitaban aún más y hacía que chupara su polla con más ansia intentando tragársela toda notando como llegaba a su garganta. Enrique estaba disfrutando del sabor de su madre y de la mamada que le estaba dando cuando ella al agacharse un poco más dejo frente a él su cerradito ano, al cual el joven llevo inmediatamente su lengua y comenzó a llenarlo de su saliva.

María dio un respingo al sentir la lengua de su hijo en su culo ─ Ahhhh… que haces cariño… no seas cochino…. ─ dijo tras tomar aire, sin embargo, no dejaba menear sus caderas apretando más su culo contra su cara. El hizo caso omiso y siguió jugando con su lengua, colándose en su estrecho agujero.

─ Mama… y si… lo intentamos por aquí… ─ dijo el joven sin dejar de lamer su ano.

─ No hijo…mmm… eso me va a doler mucho… nunca lo he hecho por ahí… mmm ─ decía maría sin poder reprimir sus gemidos.

Pero la lengua de su hijo la tenía poseída ─ Bueno hijo podemos probar un poco… ─ dijo con algo de vergüenza, pero con sus ojos ardientes de deseo.

Se incorporaron un poco y María se puso de lado y su hijo detrás con su polla dura dispuesto a ser el primero en follarle el culo a su madre. Ella abrió sus nalgas con una de sus manos, ofreciéndole su agujero más estrecho. El empezó a rozar la punta, intentando abrirse y parecía que comenzaba a entrar un poco. Entonces ella agarro la polla con su mano.

─ Despacio cariño, déjame a mi guiarte primero.

El glande comenzaba a entrar milímetro a milímetro con mucho esfuerzo y el dolor que sentía María era cada vez más intenso. Pero ella aguantaba como podía intentando complacer a su hijo y apretando los dientes consiguió que entrara la cabeza mientras gemía de dolor.

─ Mama, estas bien si quieres paramos.

─ No hijo…Uff… sigue un poco más… Uff… ─ dijo ella apretando los dientes.

Tras unos instantes de permanecer quieto Enrique empezó a moverse lentamente, pero parecía no ceder y al intentar hacer un poco más de presión, su madre chilló de dolor apartándose y sacándoselo del culo.

─ Lo siento hijo, no puedo me duele mucho ─ le dijo con pena mientras llevaba sus dedos a su dolorido ojete.

─ No pasa nada mama, si no se puede no se puede ─ le dijo con ternura mientras se acercaba a darle un tierno beso.

Ella se fijo en su polla aun erecta ─ anda vamos a la ducha te he manchado un poco ─ le dijo señálandole.

Bajo el agua tibia, sus cuerpos desnudos se enjabonaron mutuamente con ternura, disfrutando de la sensación de la piel suave y húmeda del otro. Cada roce, cada caricia, estaba impregnada de amor y deseo. Cuando salieron de la ducha ella cerró la tapa del bater y lo sentó ─ Aun falta una cosa cariño, aun no me has dado tu leche ─ le dijo mientras agarraba su polla y se arrodillaba frente a el y empezaba meterse sus huevos en la boca ─ mm hijo mio que gordos son, me encantan.

─ Si mama, llenitos de leche para ti.

─ ¿Ah si? ¿para mi? A ver si es verdad ─ y tras decir eso, subio lamiendo el tronco y cuando llego a la punta la devoro hasta donde pudo.

Se esmeraba en la mamada, queriendo proporcionarle el máximo placer a su hijo. Lo hacía lento y profundo cambiando a rápidas chupadas en el glande para volver a meterla hasta donde podía. Enrique estaba en el cielo y cuando le quedaba poco se incorporó agarrando la cabeza de su madre y empezó a follarle la boca.

─ mmm mama toma mi leche…Uff… ─ le dijo mientras ella intentaba abrir la boca lo más que podía sintiendo como la cabeza de la polla de su hijo tocaba su campanilla y unos segundos después empezó a notar las palpitaciones y el semen caliente inundando su boca. Esta vez se decidió a que no lo escupiría, necesitaba el néctar de su hijo en su interior, aunque fuera por la boca. Enrique fruncia el ceño mientras sus piernas se movían pareciendo que iban a doblar en cualquier momento, liberando la cabeza de su madre cuando se vacío por completo

─ Ah…ah… ah…. ─ jadeaba María intentando recuperar el aliento mientras un hilo mezcla de baba y semen caía hasta sus tetas ─ ah… cariño que rico sabes ─ y volvió a meterse su polla tragándose los últimos restos.

─ Vamos a tener que ducharnos otra vez ─ dijo el riéndose mirándose a ambos de como estaban de nuevo sudorosos e impregnados en fluidos.

─ Pero solo ducha eh… ─ le advirtió ella en broma ─ luego nos vestimos y salimos por ahí, hagamos algo especial hoy.

─ A donde tú quieras mamá ─ le dijo el tomándola de la cintura y dándole un tierno beso.

CAPÍTULO 6

Con el paso de las semanas, la relación entre madre e hijo se hacía cada vez más intensa. A ojos del mundo exterior, eran simplemente eso, una cariñosa madre y su joven hijo, pero en la intimidad de su hogar, la pasión y la lujuria encontraban su camino en cada rincón. María estaba excitada a todas horas y Enrique no perdía el tiempo en arrodillarse y comerse su coño hasta hacerla retorcer. El básicamente en casa había comenzado a ir prácticamente desnudo y su polla era un constante reclamo para su madre, la cual prácticamente a diario bebía su semen tras unas intensas mamadas.

Sin embargo, había un asunto que rondaba la mente de María constantemente, algo que ansiaba en complacer a su hijo, que la penetrara y no siendo seguro el sexo vaginal solo le quedaba el doloroso sexo anal. Decidida a hacer realidad sus deseos, navegó por Internet en busca de instrucciones y consejos. Compro algunos lubricantes y practicó en solitario, descubriendo y experimentando con nuevos placeres, todo en secreto y con la intención de darle a Enrique una sorpresa inolvidable. Gracias al lubricante comenzó a conseguir que dos dedos entraran con facilidad y sentía un extraño placer acompañada de su otra mano que acariciaba su coño llegando a correrse intensamente,

Finalmente, cuando se sintió preparada y segura, María compró un conjunto provocador que acentuaba su belleza y resaltaba sus curvas con elegancia. Aquella noche, con una sonrisa traviesa en los labios, le dijo a su hijo que le esperaba algo especial. Enrique esperaba a su madre sentado en el sofá del salón, impaciente por la misteriosa sorpresa que su madre le tenía preparada. Cuando ella entro al salón se quedó boquiabierto, se paró frente a él y el no perdió detalle, la fina tela de licra del conjunto de ropa interior que llevaba puesto apenas podía contener sus curvas. Sus pezones erectos se marcaban en la fina tela y los labios de su coño completamente depilado se marcaban perfectamente.

─ Mama eres una diosa, estas espectacular ─ le dijo el joven a la vez que acariciaba su culo y la atraía hacia ella.

Rápidamente empezó a besar su cuerpo hasta llegar a su entrepierna, pasando su boca por encima de la tela. La aparto a un lado y comenzó a pasar su lengua delicadamente por su ya húmedo coño, haciendo que María suspirara. Él se levantó y comenzaron a besarse, mientras se acariciaban. Enrique bajo el sostén dejando a su disposición sus tetas las cuales empezó a chupar sin perder tiempo.

─ Oh cariño… así chúpalas como cuando eras bebe.

Enrique bajo el tanga, la sentó en el sofá y se arrodillo frente a ella. Ella abrió sus piernas dejando que el metieras su cabeza entre ellas. La lengua del joven recorría con esmero su coño llegando a meterla, provocando que su madre moviera sus caderas buscando que su lengua la penetrara más.

─ mm mamá sabes delicioso… ─ decía Enrique entre lengüetazos.

─ Tú haces que se moje tanto cariño… lame también mi culo hijo ─ dijo María a la vez que alzaba sus piernas ofreciéndole su estrecho agujero.

Enrique empezó a dibujar círculos en su ano, impregnándolo con su saliva mientras con sus dedos masturbaba a su ardiente madre.

─ Oh mi amor que rico se siente tu lengua en mi culo… así métela… ─ imploraba ella mientras se pellizcaba sus duros pezones.

María estaba ardiendo, así que decidió que era el momento indicado ─ Espera hijo, necesitamos una cosa ─ le dijo incorporándose.

Camino desnudo bajo la atenta mirada de su hijo, el cual acariciaba su erecta polla. Ella se giró con un bote en sus manos y aunque sintió temor al ver el tamaño de lo que tenía su hijo en su mano, el deseo que sentía por sentirse penetrar da la hizo caminar hasta él.

─ ¿Para qué es eso mama?

─ Ahora lo veras cariño ─ le dijo María a la vez que bajaba su mano a acariciar su hinchado miembro y besarlo intensamente.

Le dio el bote a su hijo y si dirigió de nuevo al sofá. Esta vez puso uno de los cojines en el suelo y se hinco de rodillas. Entonces Enrique miro el bote y comprendido. Con una lasciva sonrisa se acercó mientras abría el bote de lubricante y entonces vertió un poco sobre el ano de su madre, la cual dio un respingo al sentirlo frio, esparciéndolo con uno de sus dedos.

─ Mete tu dedo cariño… hazlo suavemente ─ le pidió ella levantando su culo un poco más.

El empezó a meterlo y se sorprendió lo fácil que entro casi por completo. Luego empezó a hacer suaves movimientos introduciéndolo cada vez más.

─ Intenta meter otro más hijo… ─ pidió ella mientras acariciaba su mojado coño.

Enrique obedeció y comenzó a meter dos, esta vez con más dificultad ─ Pon un poco más de lubricante cariño… ─ y así hizo su hijo y sus dedos comenzaron a resbalar por su recto.

─ Mama ahora entran mejor ¿Te gusta?

─ Si hijo… intenta separar tus dedos para que dilate.

Siguieron unos minutos más y cuando los dos dedos de Enrique entraban fácilmente ella le pidió que los sacara.

─ Dame el bote cariño ─ María se arrodillo frente a él y comenzó a chupar su polla, si su hijo tenía que follar su culo lo haría con su mástil bien duro.

─ Oh mama me encanta como me la chupas… siento como entra en tu garganta ─ Enrique movía sus caderas empujando su polla todo lo que podía en su boca.

María saco de su boca el miembro erecto y mojado de su saliva y comenzó a ponerle lubricante. Con sus manos lo masturbaba y cuando lo sintió lo suficiente resbaladizo volvió a colocar en cuatro sobre el cojín.

─ Vamos hijo intenta meterla ahora ─ le dijo a su hijo mientras abría sus nalgas, ofreciéndole el agujero de su culo.

Enrique se colocó detrás y empezó a rozar la cabeza de su polla por el ano de su madre. Luego la agarro con fuerza y empezó a hacer presión hasta que entro la cabeza con bastante facilidad.

─ Uff hijo… despacio por favor

─ Si mama descuida ─ dijo el mientras hacía suaves movimientos intentando dilatar su culo.

Poco a poco fue conquistando el culo de su madre, hasta que entro más o menos la mitad.

─ Espera…espera… para cariño… Uff que polla tienes mi amor, siento que me abre completamente…ahh.

María sentía una mezcla de dolor y placer y tras unos segundos empezó a moverse ella misma, sacándolo y metiéndolo poco a poco haciendo que su culo se acostumbrara a su invasor. A pesar de no haber entrado del todo, la polla de su hijo empezó a recorrer con más facilidad su recto haciendo que el comenzara a moverse también. Empezó a dar suaves embestidas haciendo que su madre gimiera cada vez más por el placer que le provocaba y entonces Enrique fue subiendo la intensidad.

─ Oh hijo que rico… por fin te siento dentro… sigue… un poco más rápido.

El obedeció a su madre, comenzó a follar su culo más rápido y cuando parecía que ya no oponía resistencia suavemente, pero de una clavó su polla hasta que sus huevos chocaron con su coño provocando un alarido a su madre.

─ Oh dios Enrique… me duele… me partes hijo… me partes… ─ dijo María casi sollozando.

─ Lo siento mama no pude resistirme ¿Lo saco?

─ No ni se te ocurra… no te muevas ni un milímetro… oh dios hijo mío te siento muy dentro.

Enrique pareció notar que el culo de su madre se relajaba un poco tras unos segundos, así que comenzó a moverse un poco.

─ No hijo… no te muevas… Uff me arde

Pero él no podía parar y poco a poco lo sacaba un poco más cada vez para volver a incrustárselo hasta el fondo bajo los gritos de su madre.

─ ¿Te gusta mama? ─ le preguntó. Pero ella no podía articular palabra, pero tampoco hacia ademan de quitarse, así que el empezó a follarla con mas fuerza ─ Dime mama ¿te gusta como tu hijo te folla el culo?

Y entonces ella exploto en un potente gemido ─ Si vida mía me encanta… sigue por favor… ya no duele… vas a hacer que me corra.

Enrique la agarro por sus caderas subiendo más su culo y se puso de pie con sus piernas flexionadas. Subía para luego dejarse caer enterrando su polla por completo en el culo de su madre.

─ Oh hijo mío por dios… que placer… voy a correrme… no pares.

─ No voy a parar mama, tu culo es delicioso ─ le dijo Enrique que miraba hipnotizado como el culo de su madre succionaba su polla completamente.

María empezó a correrse como nunca antes había sentido, su coño empezó a dejar escapar grandes cantidades de fluidos y sus ojos se pusieron completamente blancos.

─ Hijo… me estoy corriendo… ¡que gusto por dioooos!

─ Yo también mama… me voy a correr… voy a llenarte el culo ─ le dijo Enrique embistiéndola con todas sus fuerzas.

Con una última estocada hundió su polla completamente y comenzó a descargar su semen en las entrañas de su madre, que gritaba descontrolada sintiendo como palpitaba con cada descarga.

─ mmm cariño como siento tu leche en mi culo Uff.

Enrique una vez se había vaciado completamente, saco su polla haciendo un sonido característico cuando el aire entro en el dilatado ano de su madre. Ella se dejó caer, rendida y con su culo dolorido, pero orgullosa de haber podido satisfacer a su hijo y a ella misma.

Enrique al ver como el ano de su madre empezaba a soltar su propio semen, se agachó y abrió un poco sus nalgas ─ mmm mira como de abierto está y cómo sale mi semen.

María no dijo nada, solo una sonrisa de orgullo se dibujó en su cara. Él se inclinó hacia ella y la besó delicadamente ─ Vamos a la ducha mamá ─ le dijo y con cuidado la levantó y la ayudó a ir al cuarto de baño. Enrique baño a su madre delicadamente, sus miradas de complicidad se cruzaban dibujando sonrisas en sus rostros. Bajo el agua se abrazaron y besaron, ahora estaban más unidos aún si cabe.

─ Eres la mejor mamá, te quiero.

─ Y yo a ti hijo mío.

CAPÍTULO 7

María se encontraba en la sala de espera del centro médico, con la mente en otro lugar mientras esperaba su revisión rutinaria y los resultados de algunos análisis. Un año había transcurrido desde que su hijo había vuelto a casa, y durante ese tiempo, habían compartido momentos íntimos apasionados que no habían perdido ni un ápice de su intensidad. Aun podía sentir en su culo la última follada que le había dado su hijo. Enrique, por su parte, había comenzado a trabajar, lo que le permitía adquirir experiencia y construir un futuro. María se perdía en sus pensamientos mientras esperaba, pensando en cómo su vida había cambiado en ese año. La joven enfermera la sacó de sus reflexiones al llamarla. María se levantó y siguió a la enfermera hasta el consultorio del médico. Tras los saludos de rigor, el médico le preguntó cómo se sentía últimamente.

María titubeó y respondió: ─ Un poco extraña, doctor. No sabría explicarlo.

El médico asintió y continuó: ─ Bueno, María, me temo que has llegado al momento de toda mujer en estas edades.

María lo miró ─ Menopausia, ¿verdad, doctor?

El doctor asintió y explicó que los meses sin menstruación y los resultados de los análisis confirmaban su diagnóstico. María preguntó rápidamente ─ ¿Entonces ya no soy fértil?

El médico confirmó que no, y agregó: ─ Pero todo lo demás está bien. Te encuentras en un buen momento de salud.

María se levantó de repente, agradeció al médico y salió de su consultorio. No le dio tiempo al médico a hablar de las implicaciones de la menopausia y las opciones disponibles. Estaba decidida a hablar con Enrique sobre el tema.

Una vez en casa, María estacionó el auto frente a la puerta y entró rápidamente. Gritó: ─ ¡Enrique! ¿Dónde estás?

Él apareció por el pasillo, sorprendido, y preguntó:

─ Aquí estoy, ¿qué pasa?

María lo tomó del brazo y lo arrastró hacia el dormitorio, emocionada y ansiosa. Comenzó a desnudar a su hijo.

─ Vaya mama vienes bien cachonda ¿No? ─ pregunto divertido.

─ No sabes cuanto hijo ─ dijo mientras lo empujo hacia la cama y se prendió de su polla.

La chupaba con ansia deseando de ponerla en todo su esplendor y cuando estuvo en su punto se incorporó para desnudarse. Enrique intento incorporarse también para poder comerle el coño también, pero su madre lo empujo de nuevo y subió encima de él.

─ Vaya estas dominante hoy ─ dijo Enrique dándole una nalgada.

María cogió su polla y la llevo a la entrada de su coño que llevaba tanto tiempo anhelando este momento.

Enrique frunció el ceñó al sentir algo fuera de lo normal ─ Mama, ese no es tu culo.

─ No hijo, no es mi culo ─ dijo e inmediatamente después se dejó caer metiéndose su polla hasta lo más hondo de su coño.

─ Pero mama no podemos… ─ intento replicar Enrique, pero su madre puso un dedo en sus labios.

─ Shh… confía en mi cariño ─ dijo mientras empezó a moverse, disfrutando de la sensación de sentir su coño lleno.

Entonces él se relajó, puso sus manos en las caderas y se dejó llevar por los movimientos de su madre. Ella se dejó caer un poco dejando y el aprovecha para hacer presa a sus pezones.

─ Uff hijo que rico se siente tu polla… me tienes el coño chorreando… ─ decía entre gemidos.

El empezó a acompañar sus movimientos haciendo que su polla entrara en el coño de su madre con fuerza.

─ Así follame cariño… me estoy corriendo… ahhh… ─ dijo a la vez que se dejó caer en el pecho de su hijo y el la penetraba con fuerza.

El propuso cambiar de posición, así que ella se tumbó bocarriba sujetando sus piernas abiertas. Enrique se posiciono frente a ella, coloco su polla sobre el coño del que había salido hacía ya 24 años y la metió lentamente hasta el fondo.

─ Uff… hijo que rico se siente.

Tras unos segundos de suaves movimientos, el deseo y la excitación dieron paso a violentas embestidas.

─ Si… si… así follame cariño… que gusto por dios… me voy a correr otra vez mi vida. Aaahh.

El la follaba aún más fuerte, excitado de ver a su madre con su cara de placer mientras sus tetas se movían descontroladas.

─ Me voy a correr mama… me voy correr.

─ Hazlo dentro mi amor, lléname con tu leche ─ le imploro a su hijo.

El bajo el ritmo y con fuertes embestidas empezó a correrse ─ Oh mama que delicioso esta tu coño.

María disfrutaba de la sensación del semen caliente borboteando en su interior ─ Oh hijo que rico, la siento toda caliente en mi coño…

Él se dejó caer sobre ella y la beso con deseo. Su polla empezó a ponerse flácida hasta que salió del coño de su madre junto con su semen y ella llevo su mano y empezó a restregarla por sus sensibles labios vaginales. Ya relajados le explico su visita al médico, lo que suponía tener la menopausia y desde que se enteró no podía pensar en otra cosa que no fuera meter la polla de el en su coño por fin.

─ ¿Entonces mama ya no podre follarme y correrme en tu culo?

─ Claro que si mi amor, puedes hacerlo por donde quieras. Es más, espero que me llenes cada uno de mis agujeros cuando tengas ganas.

El sonrió y volvió a besar a su madre, fundiéndose en un abrazo.

De manera inevitable Enrique creció y comenzó a hacer su propia vida, llegando a tener a su propia familia. Sin embargo, nunca dejo de follar con su madre, para ellos era algo más que sexo. Era algo que los unía y los unirá para siempre.

FIN