Mi nombre es Ana, tengo 36 años y mi historia de dos días me dejó helada. Lo pasé muy mal durante un mes, pero reflexionando, comprendí que no hay nada más bonito en esta vida que el amor, y su máxima expresión es el sexo.

Si hay muchas culturas (hasta la tibetana) que toman el incesto como algo natural, ¿Por qué iba a amargarme por algo que me pedía el cuerpo?

Tengo un hijo precioso, André, de 15 años, de 1.70, rubio, de cara aniñada, de rasgos casi perfectos, media melena, delgado y algo musculoso.

Muy tierno de carácter.

Yo he de reconocer que estoy muy buena: mido 1.72, morena, delgada, 100 de pecho.

Me había divorciado de mi marido hacía ya tres años largos porque lo seguí varios días y lo vi hablando con un travesti, muy sensualmente, y eso casi me hunde.

Desde esa, volqué todo mi amor en mi hijo, mi único y excepcional hombre, al que amaba con locura.

Una día, mi hijo estaba enfermo de Gripe, estaba debilitado, medio mareado. Como buena madre, le dije a mí amor:

– Cariño, dúchate hoy que eso va muy bien para el catarro.

– No, mami que estoy algo débil.

– Bueno, cielo, si quieres te ayudo yo.

– ¡Ana!, ¡Pero si hace tres años que no me bañas!

– ¡JA! ¿Y qué crees? ¿Qué me voy a asustar? (me hice la valiente).

Mi chico se metió con el calzoncillo puesto, y en ese momento me lo tomé a broma:

– Jo, André, te dije que no me iba a asustar, que tengo 36 años y varios novios detrás…! (lo dije riendo).

– Bueno, supongo que eres de la familia,…, pero no mires mucho ¿Eh?

Se sacó el calzoncillo y dejó al aire un pene todavía flácido, con el Glande dentro, con un poco de pelusilla en los huevos, pero el pene límpido y precioso. Me sonreí. No sé por qué, pero estaba feliz!

Empecé a bañarlo, con mi único «novio» sentado. Le enjaboné el pecho y el cuello, y dio un suspiro. Le dije:

– André, cielo, levántate que tengo que lavarte el trasero…

Y mi mano rozó su culo sin pelo alguno, tierno, carnoso…

Y se dio la vuelta. Nadie dijo nada, pero se suponía que tenía que limpiarle su aparato también. Lo hice con la mano, acariciando ese «dedo» suave y esa bolsita carnosa…, y empezó a crecer, mucho.

Miré para sus ojos y vi que él miraba directamente para el escote de mi bata, que algo dejaba ver.

Y con la mano derecha, como una parva, seguía magreándole el palo que a su edad era ya de 14 cm., y de repente, en una de mis sacudidas, salió su rojo glande.

No paré en ese momento, ni siquiera me tapé el escote porque sería demasiado obvio.

Me levanté y él intentó darme un beso, pero lo esquivé. Su respiración iba a mil.

– Bueno, mi vida, a secarte…

No pude contenerme y le sequé de primeras su falo, para ver si se pausaba un poco porque hasta yo me asusté.

Pero nada, notaba su calor y dureza tras la toalla.

Los dos de pie, frente a frente, pecho a pecho, de repente, él me abrazó (había un clima muy propicio). Y le sonreí inocentemente.

– Gracias, mami. (Notaba su polla en mi bata, clavada).

Y empezó a besarme en los labios, con un pico. Me dí cuenta:

– No, André, tranquilo, para…

Pero empezó a apretarme contra él para notar cerca mis pechos, a besarme por la cara y en mi cuello.

No sabía qué hacer, y de repente noté como me «culiaba», hacía que me penetraba pero con mi bata de barrera.

– NOOOOOO, ¡André!

– ¡Mamá!

Me desató la bata y noté su pecho y su vientre directamente con los míos, y su polla ya rozaba mis labios vaginales. De repente, me pasó su lengua por mi cuello.

– Contrólate, hijo, qué estamos haciendo.

Me separé bruscamente de él y caí al suelo en mi amplio cuarto de baño…; me dí cuenta que estaba desnuda.

Mi hijo tenía sus ojos clavados a mis pechos, estilizados y que tenían los pezones duros en ese momento.

El muy salidorro, en vez de ayudarme, ¡Se puso encima mía para follarme!

Apreté mis muslos y noté su pene atrapado en ellos. En un último intento, mientras el acariciaba mis pechos, le puse mi mano en su cara y le dije:

– André, cariño, no podemos, no. Por favor, para ahora que aún estamos a tiempo…!. Contestó mi amor:

– Mamá, me haces daño, me duele el pene…

¡Menudo dilema! Era mi tesoro, y en ese momento temí hacerle daño en su delicadísimo miembro todavía en crecimiento. Miré preocupada hacia abajo y abrí mis muslos.

– Gracias, mamá, ahora está mejor.

Y su pene contactó con mis labios vaginales. Estaba mojadísima…!

Él empujaba con fuerza mientras se agarraba de mis hombros. No pude hacer otra cosa…: «consentí».

Dí un respiro y dejé que poco a poco me penetrara mi hijo amado. Se puso nervioso, su pene no daba entrado. No pude más. Le dije:

– SSSSSSSSSSS. Espera cariño…

Le cogí su falo y lo dirigí a mi cueva.

Me penetró, lo sentía dentro, duro, que entraba y salía muy deprisa.

A veces se salía del todo pero entraba perfectamente por lo húmedos que estábamos.

Me besó en la boca y yo también se la ofrecía.

Me abrí por completo a mi hijo.

Era un acto de amor supremo. Lo amaba por completo.

– Mamá,…, me voy, que me voy!

– Tranquilo, cielo, no te preocupes por nada.

Le besé en la mejilla dulcemente, hasta que se puso coloradísimo, eyaculó y acabé besando con lujuria su nuez.

Lo amaba tanto que quise hacer de aquella experiencia algo normal, no traumática:

– André, mi amor. No pasó nada, ¿Vale?. Lo hicimos como lo hacen muchas familias, no lo dudes, ¿OK?, pero esto no es bueno hacerlo.

Nos vestimos como si nada (malo) hubiera ocurrido.

Quise aparentar normalidad, como una madre muy moderna. Aunque en mi interior tenía enormes dudas.

Al día siguiente, cenamos juntos viendo una peli. Tomamos los dos vinos, y reíamos mucho.

De repente, André, desinhibido, se puso enfrente a mí, que estaba sentada en el sillón.

Me besó en los labios y le sonreí (después de lo que había pasado no iba a estar ahora yo de monja).

– Mamá, me gustó mucho lo de ayer. Fue el día más feliz de mi vida.

Se acercó más a mí agarrándose en las hombreras del sillón con una mano y me besó el cuello.

Le dejé y le acaricié su barriga para darle cariño:

– Venga, pesado, que no podemos hacerlo más, ya te lo dije…

Me besaba totalmente excitado mi cuello con su lengua.

– Mamá, mira cómo estoy…!

– Ya veo, ya, mi cielo, pero no está bien hacerlo. Eres joven y has de encontrar un amor de tu edad, no a tu propia madre, cariño.

– Tócame y verás, por favor…

Le toqué la polla más bien por curiosidad, total, es casi como cuando le acariciaba cariñosamente el culo. Pero mi sorpresa fue enorme: al tocársela estaba ya sin pantalón ni calzoncillos. Tenía el Glande fuera, y los huevos muy duros, más pequeños, apretadillos…

– Eres un tramposo, André.

– Jejejejejeje; Por favor, quiero hacerlo.

– ¿Tú estás loco?

– Sigue, no dejes de acariciármela, por favor…

Yo tenía dudas, seguí masturbándole el pene y mi impulso me llevó a besarle yo a él, en sus labios, en su lengua, en su cuello de adolescente.

– Sigue, Mamá, así…

Con su mano derecha me desabotonó la blusa y quedé en sostén. Me sobó el pecho izquierdo casi hasta hacerme daño. Y noté gotitas en mi mano.

– Cariño, que te vas a correr.

– ¿Mamá!, no me dejes así.

Vi triste a mi amor, y me puse de pie, le abracé y le besé en la cara.

– André, cariño.

Nos estábamos dando un magreo.

– Mamá, será la última, te lo prometo, pero hoy te lo suplico, déjame.

Me quitó el sostén y besó todo mi pecho, mamando de los pezones durísimos. Miré al techo y eché un suspiro de emoción y placer, y mi chico me lamió de arriba abajo mi estilizado cuello.

Quedé sólo en bragas y él sólo con su camisa. No era justo, mientras me lo pensaba, le desnudé a él y tomé mi parte: Le besé su pecho sin pelos todavía y así él sobaba mejor aún mis pechos, caídos por la postura, en todo su esplendor.

Le toqué el pene, que explotaba, y supe que quedaban segundos antes de que mi vida, mi verdadero amor se corriera. En ese momento lo amé con todas mis fuerzas: se había hecho un hombre.

– André, lo hago para demostrarte mi amor…

Le besé la barriga, plana, sin bello, y mi lengua jugó con su ombligo. Él daba jadeos y suspiros de placer, y yo estaba húmeda por completo, tras tres años sin tocar un culo o un pene.

Ahora me resarcí, con mi hijo: le agarré su culo y besé más abajo del ombligo.

Su glande ya rozaba mi barbilla, y le toqué los huevos.

Me incorporé, me saqué las bragas y le abracé como a un amante, le metí mi lengua en su boca y le cogí sus manos llevándoselas a mi pecho.

Nos juntamos tanto que su pene casi entra de lleno por segunda vez por donde nació.

No quería tener otro hijo, la verdad, y por eso me agaché hasta tener delante al pene joven de mi querido.

Lo toqué y me lo dirigí con ansia a mi boca. Le chupé su polla, que estaba empapada, con un sabor a piel húmeda, algo salada, con un tacto rugoso y terso.

Y se la chupaba con fuerza mientras mi mano izquierda le acariciaba el vientre.

Mi mano derecha le sobaba los huevos, y así soltó su chorro, que no era amargo, era agridulce.

Se cayó del esfuerzo y suspiraba. Me senté junto a él, me puse encima de él, clavándole mi pecho y le besé en la cara.

– Te quiero, André, hacía 7 años que no tenía un orgasmo como el de hoy.

– Mamá…

Me acarició de nuevo el pecho.

Nos besamos, reímos y le vestí a él.

Nota: ¿A que todos deberíamos tener una madre que nos mimara tanto?